Estamos en verano y es tiempo de viajar. Jacques les cuenta aquí sus impresiones sobre su ciudad favorita: Nápoles.
Nápoles, representa la última pizca de fantasía concedida a los hombres. Se trata de una ciudad aparte, la ciudad en la que continúa viviendo la infancia de los pueblos. Un mundo, que para no sucumbir a la masificación, abraza los cari inganni (queridos engaños), sin los cuales, la vida del hombre es un sucederse de días áridos y vacíos.
Vespa Bernini en vía Partenope 147 alquila scuters con guía. Nuestro vehículo se llama Munaciello, según anuncia la calcomanía del guardabarros.
-Empezaremos por la tumba de la sirena Partenope –dice la guía.
Partenope significa virgen en griego y su tumba es justo eso: un edículo con la Inmaculada. Fracasada en su empeño de abatir la nave de Ulises, que se ató con el mástil, se suicidó, y el mar la trajo aquí. Un lugar donde palacios con Ferrari a la puerta, hacen medianera a patios de vecindad, donde se exponen al sol parados por docenas.
-Conceta –así se llama la guía-, yo esperaba sirena con mayonesa y corales.
Un destello verde asoma a su bronceado escote napolitano.
-Si al final de la jornada aún tienes el capricho, comerás sirena.
Me refería a la famosa sirena del banquete de La Piel, de Curzio Malaparte:
“La puerta se abrió y aparecieron cuatro criados de librea trayendo..., un inmenso pez colocado sobre una fuente de plata maciza. Una chiquilla estaba tendida sobre la espalda en medio de la fuente, sobre un lecho de verdes hojas de lechuga en el centro de una guirnalda roja de corales. No tendría más de ocho o diez años si bien tan precoz era, con formas ya femeninas, que podrían parecer quince. Aquí y allá, destrozada por la cocción especialmente sobre los hombros y los flancos, la piel, dejaba ver por los cortes y las resquebrajaduras la carne tierna, argentina en un punto, dorada en otro...”.
Me había propuesto que Malaparte fuese mi guía secreto en Nápoles.
A lomos de Munaciello, las horas discurrieron voraginosas. Recuerdo el lugar de la cucaña, en la hoy llamada plaza Plebiscito. El marques de Sade encontraba sádico el pasatiempo: “El pueblo en la plaza y el rey sobre el balcón del palacio... los hombres, luchaban por una mitad de vaca... sacaban los cuchillos navegaban en su sangre... el número de asaltantes solía ser de media unos cuatro o cinco mil Lazaroni”. -Compra una corbata –Conceta frenó ante Hermes de Riviera di Chiaia.
Compre una de huesecitos. Aquí mismo, en el número 250, Mary Shelley hizo nacer a Victor Frankenstein. Poco después, el Munaciello inició un railly contra pulpos que los vendedores dejan que se arrastren por las losas del Decumano Maggiore, para mostrar su frescura. Sí, el Decumano. Nápoles, es la única ciudad que sigue dividida en Decumanos y Cardos, como en tiempos de los romanos. Volvemos a Malaparte:
“Nápoles es la ciudad más misteriosa de Europa; es la única ciudad del mundo antiguo que no ha perecido como Ilion, como Babilonia. Es la única que no se ha sumergido en el cruel naufragio de la civilización antigua. Es una Pompeya que no ha sido sepultada. No es una ciudad, es un mundo. Un mundo antiguo, precristiano conservado intacto en la superficie de un mundo moderno...”. Pronto tendré la prueba.
Entramos en la Ánimas. Descendimos por una escalera de hierro al subterráneo, presidido por la gran cruz negra. Allí, en una especie de pudridero, los adoptantes eligen un cráneo. Lo examinan, lo giran, lo palpan, como un melón en el mercado. Una vez adoptado se le limpia, se le saca brillo con cera Alex, se le da nombre y se guarda en una cajita de madera. Ya es uno más de la familia: el día que bajé con Conceta un cráneo llamada Lucía, estaba vestida de novia. Se celebran sus cumpleaños, se compran juguetes para los cráneos-niños y se les hace trabajar. Se refrigeran con oraciones y se les masajea en la frente para que se concentren. ¡Que el Nápoles gane al Inter!
Aquí se ve la realidad de Eusapia, una de las Ciudades Invisibles de Calvino. El barbero que jabona el hueso del pómulo de un actor, la muchacha de calavera risueña que ordeña una osamenta de vaca, sin duda viven aquí su muerte.
Volvimos a montar al Munaciello, que hizo slalom entre pesebres de navidad y nos dejó en la cripta Sangro para visitar los especimenes: sendos criados a los que el príncipe Sansevero trasfundió cierto líquido para volverlos inmortales.
-¿Estaban vivos cuando les hizo eso? –pregunté.
-... los dos monstruos viven en esta vitrina desde hace trescientos años. Cada cinco, dos o un año mueven una tibia, un carpo… incluso un diente: esta clase de vida eterna. Mover un diente, abrir y cerrar la tapa de los sesos ¿capisci Jacques?
Se hizo tarde y tocaba sirena. Los negros ojos de Conceta comenzaron a hacer en mi mente reflejos verdes. Terminamos circuito en el bosque de Campodimonte. Munaciello bufaba por la cuesta. Pasada la pinacoteca Regia existe una cueva donde la reina María Cristina de Saboya recibía a sus amantes. Esta reina es santa y como dice Benedeto Croce “ninguna voz dudó jamás de su purísima virtud”. La maldición condena a muerte a cualquier pareja que intercambie besos y efusiones en esta gruta. La cosa funcionó por última vez el 15 de septiembre de 1995 cuando una jovencita de trece años que había buscado intimidad con su novio, cayó muerta por un desprendimiento. Mi cena íntima con la sirena fue más fácil: bastó pasar por caja. Ya escribía Sartre el parentesco inmundo que se da en Nápoles entre el amor y la comida, evocando que los burdeles de vía Toledo, olían a carne cocida. Aquí al lado cae el mercado de los niños. Two dollars the boys, three dollars the girls. “Chiquillos de ocho a diez años semidesnudos estaban sentados delante de los soldados marroquíes... los probaban, les alzaban la ropa, metían sus largos y expertos dedos negros por entre los botones de los pantaloncitos y contrataban el precio mostrando los dedos de la mano”. Ya no se ven los dedos negros de la II guerra mundial que escribía Malaparte, pero sí ancianos blancos que hablan inglés y tantean los niños al tiempo que abanican billetes de cien.
¡Vaya! ¡Habíamos olvidado a la sirena en su fuente de plata, rodeada de corales! “... tenía el rostro (que el ardor del agua hirviendo había hecho saltar fuera de la piel...) parecido una reluciente máscara de porcelana antigua... Los flancos, largos y esbeltos, terminaban como dice Ovidio in piscem, en cola de pez. Yacía aquella chiquita en la fuente de plata y parecía dormir...
-¡Pero esto no es un pescado! ¡Es una chiquilla!
Después de la liberación de Nápoles los aliados habían prohibido por razones militares, la pesca (...) El general Cork... había tomado la costumbre de surtir su mesa con los peces del acuario de Nápoles. Durante la cena en honor de Eisenhower se comió el famoso pulpo gigante (...) Churchill encontró en su plato un pescado redondo y delgado del color del acero: un torpedo eléctrico..
-La electricidad –respondió el mayordomo- es peligrosa cuando está cruda. Cocida no hace ningún daño.
Un día se acabaron los peces; no quedaba más que la famosa sirena de la especie de los sirénidos, que, por su forma casi humana, dieron lugar a la leyenda de las sirenas. El mayordomo escribió en la minuta:
-Sirena salsa mayonesa con corales”.
Al cabo de mes recibí los análisis. Ya decían los gentlemen que terminaban aquí el Grand Tour: Ver Nápoles y morir. Sexo fácil y después la sífilis. Por suerte, hoy en día, existen eficaces medicamentos contra las purgaciones. Un precio asequible ya que, como dijo Sthendal, “al lado de Nápoles, las demás ciudades italianas, parecen versiones reforzadas de Lyon”.
Jacques Millot.
Vespa Bernini en vía Partenope 147 alquila scuters con guía. Nuestro vehículo se llama Munaciello, según anuncia la calcomanía del guardabarros.
-Empezaremos por la tumba de la sirena Partenope –dice la guía.
Partenope significa virgen en griego y su tumba es justo eso: un edículo con la Inmaculada. Fracasada en su empeño de abatir la nave de Ulises, que se ató con el mástil, se suicidó, y el mar la trajo aquí. Un lugar donde palacios con Ferrari a la puerta, hacen medianera a patios de vecindad, donde se exponen al sol parados por docenas.
-Conceta –así se llama la guía-, yo esperaba sirena con mayonesa y corales.
Un destello verde asoma a su bronceado escote napolitano.
-Si al final de la jornada aún tienes el capricho, comerás sirena.
Me refería a la famosa sirena del banquete de La Piel, de Curzio Malaparte:
“La puerta se abrió y aparecieron cuatro criados de librea trayendo..., un inmenso pez colocado sobre una fuente de plata maciza. Una chiquilla estaba tendida sobre la espalda en medio de la fuente, sobre un lecho de verdes hojas de lechuga en el centro de una guirnalda roja de corales. No tendría más de ocho o diez años si bien tan precoz era, con formas ya femeninas, que podrían parecer quince. Aquí y allá, destrozada por la cocción especialmente sobre los hombros y los flancos, la piel, dejaba ver por los cortes y las resquebrajaduras la carne tierna, argentina en un punto, dorada en otro...”.
Me había propuesto que Malaparte fuese mi guía secreto en Nápoles.
A lomos de Munaciello, las horas discurrieron voraginosas. Recuerdo el lugar de la cucaña, en la hoy llamada plaza Plebiscito. El marques de Sade encontraba sádico el pasatiempo: “El pueblo en la plaza y el rey sobre el balcón del palacio... los hombres, luchaban por una mitad de vaca... sacaban los cuchillos navegaban en su sangre... el número de asaltantes solía ser de media unos cuatro o cinco mil Lazaroni”. -Compra una corbata –Conceta frenó ante Hermes de Riviera di Chiaia.
Compre una de huesecitos. Aquí mismo, en el número 250, Mary Shelley hizo nacer a Victor Frankenstein. Poco después, el Munaciello inició un railly contra pulpos que los vendedores dejan que se arrastren por las losas del Decumano Maggiore, para mostrar su frescura. Sí, el Decumano. Nápoles, es la única ciudad que sigue dividida en Decumanos y Cardos, como en tiempos de los romanos. Volvemos a Malaparte:
“Nápoles es la ciudad más misteriosa de Europa; es la única ciudad del mundo antiguo que no ha perecido como Ilion, como Babilonia. Es la única que no se ha sumergido en el cruel naufragio de la civilización antigua. Es una Pompeya que no ha sido sepultada. No es una ciudad, es un mundo. Un mundo antiguo, precristiano conservado intacto en la superficie de un mundo moderno...”. Pronto tendré la prueba.
Entramos en la Ánimas. Descendimos por una escalera de hierro al subterráneo, presidido por la gran cruz negra. Allí, en una especie de pudridero, los adoptantes eligen un cráneo. Lo examinan, lo giran, lo palpan, como un melón en el mercado. Una vez adoptado se le limpia, se le saca brillo con cera Alex, se le da nombre y se guarda en una cajita de madera. Ya es uno más de la familia: el día que bajé con Conceta un cráneo llamada Lucía, estaba vestida de novia. Se celebran sus cumpleaños, se compran juguetes para los cráneos-niños y se les hace trabajar. Se refrigeran con oraciones y se les masajea en la frente para que se concentren. ¡Que el Nápoles gane al Inter!
Aquí se ve la realidad de Eusapia, una de las Ciudades Invisibles de Calvino. El barbero que jabona el hueso del pómulo de un actor, la muchacha de calavera risueña que ordeña una osamenta de vaca, sin duda viven aquí su muerte.
Volvimos a montar al Munaciello, que hizo slalom entre pesebres de navidad y nos dejó en la cripta Sangro para visitar los especimenes: sendos criados a los que el príncipe Sansevero trasfundió cierto líquido para volverlos inmortales.
-¿Estaban vivos cuando les hizo eso? –pregunté.
-... los dos monstruos viven en esta vitrina desde hace trescientos años. Cada cinco, dos o un año mueven una tibia, un carpo… incluso un diente: esta clase de vida eterna. Mover un diente, abrir y cerrar la tapa de los sesos ¿capisci Jacques?
Se hizo tarde y tocaba sirena. Los negros ojos de Conceta comenzaron a hacer en mi mente reflejos verdes. Terminamos circuito en el bosque de Campodimonte. Munaciello bufaba por la cuesta. Pasada la pinacoteca Regia existe una cueva donde la reina María Cristina de Saboya recibía a sus amantes. Esta reina es santa y como dice Benedeto Croce “ninguna voz dudó jamás de su purísima virtud”. La maldición condena a muerte a cualquier pareja que intercambie besos y efusiones en esta gruta. La cosa funcionó por última vez el 15 de septiembre de 1995 cuando una jovencita de trece años que había buscado intimidad con su novio, cayó muerta por un desprendimiento. Mi cena íntima con la sirena fue más fácil: bastó pasar por caja. Ya escribía Sartre el parentesco inmundo que se da en Nápoles entre el amor y la comida, evocando que los burdeles de vía Toledo, olían a carne cocida. Aquí al lado cae el mercado de los niños. Two dollars the boys, three dollars the girls. “Chiquillos de ocho a diez años semidesnudos estaban sentados delante de los soldados marroquíes... los probaban, les alzaban la ropa, metían sus largos y expertos dedos negros por entre los botones de los pantaloncitos y contrataban el precio mostrando los dedos de la mano”. Ya no se ven los dedos negros de la II guerra mundial que escribía Malaparte, pero sí ancianos blancos que hablan inglés y tantean los niños al tiempo que abanican billetes de cien.
¡Vaya! ¡Habíamos olvidado a la sirena en su fuente de plata, rodeada de corales! “... tenía el rostro (que el ardor del agua hirviendo había hecho saltar fuera de la piel...) parecido una reluciente máscara de porcelana antigua... Los flancos, largos y esbeltos, terminaban como dice Ovidio in piscem, en cola de pez. Yacía aquella chiquita en la fuente de plata y parecía dormir...
-¡Pero esto no es un pescado! ¡Es una chiquilla!
Después de la liberación de Nápoles los aliados habían prohibido por razones militares, la pesca (...) El general Cork... había tomado la costumbre de surtir su mesa con los peces del acuario de Nápoles. Durante la cena en honor de Eisenhower se comió el famoso pulpo gigante (...) Churchill encontró en su plato un pescado redondo y delgado del color del acero: un torpedo eléctrico..
-La electricidad –respondió el mayordomo- es peligrosa cuando está cruda. Cocida no hace ningún daño.
Un día se acabaron los peces; no quedaba más que la famosa sirena de la especie de los sirénidos, que, por su forma casi humana, dieron lugar a la leyenda de las sirenas. El mayordomo escribió en la minuta:
-Sirena salsa mayonesa con corales”.
Al cabo de mes recibí los análisis. Ya decían los gentlemen que terminaban aquí el Grand Tour: Ver Nápoles y morir. Sexo fácil y después la sífilis. Por suerte, hoy en día, existen eficaces medicamentos contra las purgaciones. Un precio asequible ya que, como dijo Sthendal, “al lado de Nápoles, las demás ciudades italianas, parecen versiones reforzadas de Lyon”.
Jacques Millot.
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