La ensenada de A Lanzada en su explendor: garzas, espátulas, cisnes, anátidas.... |
La consultante, huérfana de padres y
con dos hermanos vivos A y B, quiere instituir heredero a su único hijo,
sustituido por sus descendientes y establecer que, en ningún caso, le llegue a
heredar abintestato su hermano A. ¿Es posible? (*)
Respuesta: Sí.
Existen varias técnicas pero a mi juicio, lo más correcto y seguro es hacerlo
directamente. La “desheredación del abintestato” debe hacerse en positivo, no
en negativo, pues la ley prevé que el testamento es un acto de disposición, no
de exclusión, algo que sí se prevé para otras instituciones, como la tutela (El acto por el que una persona dispone
para después de su muerte de todos sus bienes o de parte de ellos se llama
testamento).
El mecanismo adecuado es la
llamada sustitución vulgar en la que podemos nombrar sustitutos genéricos a
todos los herederos legales, con exclusión de alguno/s. Por ejemplo:
“Instituyo heredero universal a mi hijo X,
sustituido por su descendencia. En defecto de descendencia, será sustituido por
los herederos legítimos que correspondan conforme al orden de suceder de la
sucesión intestada, con exclusión expresa de mi hermano don A y su estirpe, como
si no existieran”.
Otra posibilidad es señalar
nominativamente un tren interminable de sustitutos, pero entiendo
perfectamente que no apetezca nombrar a personas semi-conocidas en un acto tan
personal como un testamento.
(*) Pido disculpa a la preguntante, pues en su caso el desheredable
de abintestato se trataba de su padre. Tratándose del derecho de Galicia la
respuesta es la misma que si fuera un hermano, puesto que los padres no son
herederos forzosos, ni legitimarios, ni nada. Pero en el Derecho Común (Código
Civil) los padres son herederos forzosos en defecto de descendencia, con lo que
se nos abriría otro abanico de posibilidades con la desheredación por privación
de alimentos, daño moral, etc. Por eso he elegido una solución (el hermano) aplicable
a ambos sistemas legales. Obviamente en el caso del padre hay que omitir lo de “y
su estirpe”.
Tengo dudas de si debo o no pararme en aquella singular
peregrinación jacobea, los Reyes Católicos y doscientos criados sin olvidar varios
limosneros y los maravillosos cantores de la capilla real. Sí, lo haré. Quizá debiera
justificar esta digresión, diciendo que la expulsión de la patria chica que el jacobeo
real traerá aparejada, fue decisiva para poner a Sebastián Docampo en el
cajón de salida de su aventura vital en Andalucía, Canarias e Indias; pero la verdad
es que la voy a contar porque eso a un compostelano siempre le apetece. Los Católicos
fueron una peregrinos muy rumbosos, los que más, que se recuerde.
En 1486 la guerra de Granada comenzaba a hacerse endémica,
quien se podía imaginar que aquellos moros viciosos que se apuñalaban entre sí,
iban a resistir tanto. El placer voluptuoso que experimentaban las mesnadas cristianas
al convertirse en carne picada y ascender ipso facto al Paraíso, empezó a desleírse.
Aquello era como la primera gran guerra: duraba demasiado. Al menos la corona y
cuatro prebostes seguían ardiendo en santo entusiasmo. La toma de Loja proveyó
a la reina castellana de cruces, cálices de plata y de libros, objetos por los
que siempre manifestó querencia. ¿Habrá sido esta la causa del impulso místico?
¿Lo otro? No sé, el caso es que a los reyes se le despertó el deseo de agradecer
personalmente la ayuda guerrera a Santiago, “Luz y patrón de las Españas, espejo
y guiador de los reyes 8”. Las tropas españolas siempre
entran en combate al grito de ¡Santiago! y justo sería agradecerle al patrón la
toma de una plaza tan estratégica. Si sólo fuera eso…
El séquito, está dicho, era muy melódico, con la capilla
real, músicos y cantores: alguien debió avisar de que allá, tras los montes de
León, en la remota Galicia, se cantaba y se cantaba sin cesar. Ése alguien debió
haberles aclarado que antes se bebía, se bebía, se bebía. No se perderán la
ocasión ni el príncipe heredero, Juan, ni la infanta, Isabel. De Córdoba (17/07/1486)
a Santiago (15/09/1486) en plena canícula, el viaje debió ser duro, pero lo peor
era el acoso inmisericorde de los romeros con manos extendidas que pedían limosna.
Todo un equipo de limosneros, dirigidos por Ovalle, tenia que estar atento a las
peregrinas necesidades con que se incordiaba a sus altezas: éste, que se le murió
el burro; el leproso, ya se sabe; aquel, que le apalearon los bandidos. Ya de salida
se atropelló a un aldeano mientras la corte se solazaba con el juego de cañas y
hubo que limosnearlo con siete reales.
Uno de los motivos secundarios, el típico conde gallego rebelde, el de Lemos, se presentó en Benavente a pedir perdón y la fácil resolución del asunto le procuró una pena leve: no podría volver a entrar jamás en Galicia. Pero el presagio no era bueno, más bien muy malo, para los demás nobles. Tras unas cuantas limosnas más, arribaron a Santiago tan rumbosos peregrinos 9. Los petrucios en sus pazos sintieron cierta opresión en el pecho y no era por el calor.
La catedral estaba abierta día y noche, puesto que carecía
de puertas. Los peregrinos permanecían meses en su interior lo mas cerca posible
de la sacra tumba: sin solución de continuidad había rezos, sermones, confesiones,
cantos, procesiones y fallecimientos: el descomunal hedor de sudores, vómitos, esputos
y cadáveres en descomposición se sahumaba con el incensario más grande del Mundo,
el botafumeiro de plata, que hacía balanceos espeluznantes de punta a punta
del enorme trasepto, jalado rítmicamente por los ocho tiraboleiros. Los reyes
pasaron allí una madrugada, dentro de las rejas que protegen el arca marmórea
de los santos huesos, junto al famoso coro pétreo. En cierto momento, sin querer,
la infanta Isabel se arrimó a la verja y hete aquí un coro de desgraciados que se
arroja a impetrarle limosna: menos mal que la reina lo ve y hace un gesto con la
frente al limosnero. Un real y medio a cada uno. Otro se dará a una mujer excomulgada
por deudas “para que le levantasen la excomunión”. También hubo para una aldeana
noctámbula que traía al cuello un niño de lloro potente que hizo mover las cejas
a la reina: el príncipe Juan sufría de insomnio. A un tal Guillermo, diz que criado
del rey de Inglaterra, le tocaron diez florines porque se le murió el caballo siendo
romero a Santiago 10. Diz.
Creo que hay que ser muy sectario para negar que el pueblo llano se sintió encantado con los reyes, sobre todo con la institución que trajeron: la Hermandad, una fuerza policial vestida con mangas verdes que asaeteaba in situ a los bandoleros y que no perdía su aplomo con los de más alcurnia, con o sin figura de juicio.