viernes, 27 de junio de 2025

¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA?

 

SUMARIO

1.-¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA? LA SENTENCIA DEL CONSTITUCIONAL

2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPÍTULO 4)

España capital Sanxenxo

1.-¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA?

 COMENTARIO A LA RECIENTE SENTENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.

Por lo visto, la Constitución Española de 1978 ha quedado abolida y sustituida por “lo que en cada momento disponga el Tribunal Constitucional”, según este mismo órgano, juez y parte, interpreta. En lo futuro, pasa a asemejarse a una constitución de tipo movil, como la Británica o la Israelí, puesto que en cualquier momento el TC puede declarar como constitucional, aquello que el texto legal declare inconstitucional. Supongo que todos entendemos que, esta nueva facultad, se tramsmitirá a últeriores gobiernos con influencia sobre el TC, así formen parte de ellos Vox, el PSOE, Podemos, Alvise, el PP, o quienquiera que sea.

Para muestra un botón: La Constitución anterior (la de 1978) expresaba una prohibición clara y terminante dirigida a su Majestad (artículo 62: el Rey no podrá autorizar indultos generales). No fue un artículo casual, ni introducido de forma impremeditada, puesto que en el proceso constitucional se debatió el tema de la amnistía y se acordó prohibirla para evitar la impunidad: es lo que en términos jurídicos se conoce como interpretación auténtica. Naturalmente, dada la radical anticonstitucionalidad de la reciente decisión del TC (sobre el tema de la amnistía "a la catalana"), se intentó disfrazar el texto de la resolución, más o menos así: "el Rey puede autorizar indultos generales si se le añade alguna motivación loable y se les llama al conjunto de otra forma". La ecuación sería: indulto general + finalidad loable (la reconciliación) + cambio de nombre (amnistía en vez de indulto general). El quid está en el añadido. Por ejemplo será aceptable la promulgación de una ley que imponga de la pena de muerte en tiempo de paz (ahora llamada “Decreto de Cesación total de la vida”), siempre que sea para una finalidad loable a juicio de quien la impone, por ejemplo, impedir la difusión de enfermedades o la pacificación de los ánimos. Las matanzas de la plaza de toros de Badajoz o de Paracuellos tendrían perfecto encaje constitucional. Y así sucesivamente, artículo por artículo. Hay que resaltar que este post no pretende inmiscuirse en la querella política diaria, pues sobre la proposición básica están tan de acuerdo Felipe como Rajoy, Aznar como Sánchez (ipse dixit) y creo que cualquier alumno de 1º de Derecho: Esta proposición es: "La Constitución de 1978 ha sido derogada por vía de facto". 


Llegados a este punto, podemos formularnos la pregunta ¿ejercerá en lo futuro el Rey la amnistía entendida como amnesia (olvido) del texto constitucional? No se diga esto como crítica, sino como un mero acto de empatía ante la perplejidad que tuvo que haberle producido a su majestad la promulgación "por imperativo legal" de lo que, a todas luces, no era otra cosa que un indulto general. Porque esa perplejidad no será más que una nadería, cuando se le presente otra ley que diga: "La Presidencia del Estado será ejercida por un monarca parlamentario elegido cada cuatro años por sufragio universal, directo y secreto, que tendrá la consideración de sucesor preferente a todos los efectos de Juan Carlos I de Borbón". La finalidad loable, está cantada: acabar con los privilegios de clase. 


Es claro que, en cuanto se pueda, habrá que abrir un período Constituyente y redactar otro Texto que sea respetable y respetado. Deberemos valorar entonces muy detalladamente ciertas cuestiones que la práctica de casi medio siglo ha evidenciado, como la posibilidad del Estado Federal, la garantía de la absoluta igualdad de partida de todos los estados federados y, especialmente, el papel del Tribunal Constitucional cuyos miembros deben estar tan apartados del tráfico político diario como el agua del aceite. Hay buenos modelos en el Derecho Comparado y el de Alemania no es de los peores.


Tengo la tentación, y caigo en ella, de traer aquí mi cita preferida para estudiantes de Derecho, algo que seré siempre. La tomo de Gregorio Marañón y trata de la condena a muerte por traición del prefecto del Pretorio, Sejano, así como de toda su familia (una especie de Presidente del Gobierno del siglo I).

El emperador (Tiberio) resolvió actuar contra los últimos hijos de Sejano.  Se los llevó a la cárcel. El hijo preveía su fin. La hija estaba tan lejos de sospecharlo que peguntaba a todos que cual era su culpa y que a donde la llevaban y añadía que no lo haría más, como a los niños a los que se quiere castigar. Los autores de estos tiempos refieren que como las vírgenes no podían sufrir la muerte de los criminales, el verdugo violó a la niña inmediatamente antes de ahorcarla. Después de estrangulados, los cadáveres de los dos hermanos fueron arrojados a las Gemonías.

Montesquieu, comentando este pasaje del historiador Tácito, escribió las palabras que la Revolución hizo inmortales: "Tiberio, para conservar las leyes, destruyó las costumbres" Muchos años antes, el gran comentarista español de Tácito, Alamos de Barrientos, anotó al margen de esta misma página:

"Tanto pueden la razón y el alma de las leyes que no se cumple con ellas cuando solo satisface su letra".


2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPITULO 4)



2.-THE SWIMMING MUMMY


4.-LAS PIRÁMIDES Y EL CANIBALISMO

Al día siguiente se despertó cuándo fue consciente de que el calor comenzaba a mojarle la barba. Lo primero contra lo que dio su vista fueron unos arabescos de yeso que recorrían las cornisas. ¿Se hallaría en el palacio de un eunuco de corte de gustos chabacanos? A favor de esa opinión rezaba el que estuviese tumbado sobre el codo izquierdo en una vieja alfombra persa atestada de cojines con borlas doradas. Succionó con avidez la boquilla del sibuk, pero solo consiguió enconar los latidos de su frente. Por un segundo, sintió pánico: “Esto es un serrallo y yo la odalisca”. De pronto, se acordó que el policía estúpido solo había podido conseguir para él un alojamiento de quinta, el hotel del Oriente, ¡malditos burócratas de manguito!

Lo cierto es que las conversaciones con Vulcano de testigo habían sido la mar de interesantes. Se propuso al menos anotarlas; la resaca te vuelve olvidadizo. En el velador de nácar se podía trabajar. Extrajo del bolsillo el diario rotulado Viajes de Gipini y, con medio lápiz que siempre tenía a mano, escribió: “A lo largo de los últimos cinco años Latour descubre la entrada de una pirámide invertida, hasta ahora ignorada, cerca de la Rest House. Una vez en su interior comprueba que está cubierta de jeroglíficos incisos en una brillante cuarcita azul pálido. Se da cuenta de la trascendencia del hallazgo: jamás se han encontrado textos jeroglíficos en pirámides ni, por supuesto, en griego, lineal A o B, ni en ningún otro idioma. Calla, según su costumbre. Intenta descifrar los textos, pero ante su incompetencia, pide ayuda sus amistades de París. El asunto trasciende y se vuelve de lo más inusitado: los textos son una especie de Instrucciones para uso de las pirámides. Ya nadie podrá ignorar la relación entre estas moles con el canibalismo a gran escala. Latour, que presiente su término vital, busca con desesperación una salida al asunto, que le viene grande, pero al que nunca renunciará: evidentemente, es su última oportunidad de saltar a la Fama póstuma”.

 

Devolvió el cuaderno al bolsillo y se dejó caer entre cojines, con auto fingido desmayo. Aún había mucho trabajo por hacer. A pesar de esta sequedad en el gaznate. Los conquistadores y los misioneros actuamos, no tenemos tiempo para quejas. Nom de Dieu. Bebió directamente de la jofaina, luego, mojó un trapo. Estaba a punto de pasárselo por los ojos cuando un par de toquecitos en la puerta, le hicieron temblar. Casi de inmediato, se escuchó una voz:

—Inspector Kabis.

Ah, el imbécil. Abrió la puerta. Eh aquí el tipo cabezón que nunca te mira a los ojos. “Había sabido” que se proponía visitar a Below y “se había propuesto” acompañarle. Por seguridad ¿entiende? Está claro: ayer había a la escucha orejas incluso más grandes que las del propio Vulcano, Señor, Señor. Gipini, sin responder a la pregunta implícita, se sirvió de la cafetera de plata, bueno, alpaca. Llevaba grabadas dos palmeras y la inscripción Hotel del Oriente. En ese momento, Kabis ensayó un tono confidencial para disculparse. A la vista estaba que quería evitar un incidente diplomático:

—Hablaré con la aposentadora de los harenes que tiene contactos en el Shepeard.

—¿Quiere callarse de una maldita vez? Me duele a cabeza —tras tocarse las sienes como comprobándolo, prosiguió—: Ha hecho el ridículo, una personalidad como yo solo puede hospedarse en el Shepeard. No sé por quién me toma, ¡yo no soy un Below que ande por ahí cargando sacos de antigüedades!

—¡Ojalá fuera sólo como Below! —El policía, tocado en su amor propio, se vino arriba—: No me preocuparía. Los peores son los que vienen a descubrir nuestros descubrimientos. Los convierten en suyos, se los llevan, absorben los que serían nuestros hechos gloriosos. ¡Maldita sea, apañe media docena de momias como todos y lárguese con buen viento!!

—Está equivocando el planteamiento, Kabis. Vamos, responda a esta pregunta ¿qué hago yo en Egipto?

Se entromete en nuestros asuntos.

Kabis hubiera querido decir una frase así de contundente, aunque le salió algo más zalamero:

—Presta ayuda a quien no se la ha pedido.

—¡Falso! He venido como invitado oficial del kedive. ¿También aloja al Augusto en un hotel de quinta? Me parece que en mi próxima audiencia lo pondré sobre aviso.

Kabis levantó las palmas para aplacar al profesor. Se dio cuenta de que debía ganárselo; era su mejor fuente, si no la única, para llegar al Secreto. Los franceses cuentan con el mejor equipo de egiptólogos del Mundo. Los egipcios, nada.

—No hay porque enfadarse, monsieur, vamos en la misma dirección; ¿qué tal si hacemos parte del camino juntos?

Gipini meneó rítmicamente la cabeza con sorna. El agente, considerando que el no recibir un no categórico ya era algo en estas circunstancias, rompió a hablar:

—Le informaré de nuestros progresos:

“Todo el mundo habla de un papiro. Los grandes textos políticos y religiosos, como el Libro de los Muertos, siempre han aparecido sobre papiros. Sin embargo, el hecho de que el servicio de inteligencia egipcio hubiese detectado un calco “en línea blanca” nos movió a la reflexión. Nuestro Laboratorio de Alta Tecnología Secreto Autóctono (LATSA) se puso enseguida con ello. Tras una compleja experimentación científica nuestros estudiosos obtuvieron resultados: si se calca sobre un papiro el resultado es un borrón. Si se pasa el carboncillo sobre jeroglíficos en bulto saliente, se distingue el dibujo en trazo negro. Por último, si se calca sobre un bajorrelieve en piedra, también se aprecia el texto, pero en este caso, en línea blanca. ¡Nuestros mejores científicos han descubierto que se trata de un bajorrelieve! El papiro queda descartado como base de los textos caníbales. ¿Se da cuenta, Gipini? ¡Un descubrimiento de extraordinaria importancia! 

(El hecho de que sus experimentos de calco se hubieran llevado a cabo durante un cóctel en el palacio de Gobierno autorizaba a Kabis a hablar de un Laboratorio oficial. Le gustaban el trabajo de altura y no el de policía de la porra, como cuando le habían enviado a investigar el asesinato del monito Sinsinge-I).

Kabis mordisqueó los pulpejos y añadió en plan avezado negociador:

—Antes de seguir me gustaría saber qué es lo que ha averiguado usted…

—Que están muy atrasados —dijo Gipini retirándose de la ventana—. No es un muro cualquiera: se trata de una pirámide parlante.

Kabis, que ya se había percatado del peculiar narcisismo de su interlocutor, apenas se esforzó en tirarle de la lengua. Sin que nadie le preguntase, motu proprio, explicó a Kabis lo que había averiguado sobre ciertos jeroglíficos tallados en cuarcita azul claro, en la propia cámara interior de una pirámide.

—¿Ya ha averiguado todo eso? ¡Fabuloso! —dijo Kabis, satisfecho porque al menos había roto el hielo con unas cuantas obviedades.

—Y algunas cosillas más.

—¡Magnífico! Dada su perspicacia, supongo que a estas alturas ya sabrá usted en que punto del desierto se encuentra la entrada a nuestra pirámide. Ahora, un trabajo conjunto de los expertos franco-egipcios y… tengo ante mis ojos a un caballero al que no sentará nada mal el fajín tricolor de Presidente de la República —Kabis calibró con satisfacción el efecto que estaban produciendo sus adulaciones: el paciente se hinchaba y se hinchaba como un sapo.

—Aún no hemos hablado de… ¿tiene usted un hermano gemelo?

Kabis abrió desmesuradamente los ojos, como si no entendiera la pregunta. Al reparar en ello, Gipini prefirió volver al tema principal.

—Se lo diré sin problema: la entrada está por la Rest House.

—¿Qué? —preguntó Kabis.

—Que la entrada a la pirámide parlante tiene que estar en la casa de descanso de los turistas. Es el único sitio que frecuenta de día Latour.

—Pero si allí no hay nada.

—No hay nada pequeño, hay algo muy gordo. Una pirámide.

—¿Me quiere decir que el Mamur esconde una pirámide en el bolsillo?

—¿De qué se extraña si su país está lleno de absurdos? ¿Es que no ha oído hablar de las pirámides con el piramidión hacia abajo?  ¿Qué? ¿No sabe lo que es eso? No puedo explicarles todo a los locales continuamente, de la A a la Z, espero que esta vez se lo aprenda a la primera: el piramidión es la punta de una pirámide. No se crea, yo no he nacido sabio, la sabiduría se adquiere rompiéndose los codos bajo un quinqué con un libro delante. Naturalmente ustedes, los funcionarios locales se conforman con el estudio del fenómeno a nivel de superficie.

Kabis tomaba enloquecidas notas en su libreta Heracles (¡Explicarme a mí lo que es un piramidión!”)

—¿Soy indiscreto si le pregunto por su vida, señor Gipini? —aventuró—. ¿Ha estudiado la cultura de los pueblos antropófagos?

—¡Pero si mi vida es ahora! Soy muy joven.

—¡Oh no! ¿Cómo podría atreverme a...? Me refiero a ¿qué hizo tras ser expulsado de la Escuela Normal Superior?

—Una cosa es ser expulsado y otro negarse a bajar la cabeza para reingresar. Un erudito mejicano, el doctor Vicente Fidel López, tenía necesidad de un asistente para ayudarle a redactar su gran obra: él pensaba que el azteca es una lengua aria. En efecto en sánscrito una palabra que recuerda a México significa Oeste y eso le parecía revelador. De ahí a la intuición de unas migraciones indostánicas al continente americano en dahabiyés egipcias, solo hay un paso. Lo dio, y tan pronto lo dio, fue consciente de la necesidad de un erudito de talla mundial para documentarlo. En resumen, un contrato de un año en ciudad de Méjico por el que recibí la suma de 10.000 francos.

—¿Aprendió azteca?

—¡Por favor…! Creo que descifré la totalidad de los jeroglíficos existentes en lengua náhuatl, siempre inscritos sobre pirámides. Lo que pasa es que por motivos políticos o morales se acordó dejar la obra en secreto. Orgullo mexica, ¡serán estúpidos!

—Le pagarían más por callar que por hablar... —Kabis tragó saliva.

—Un buen pellizco sí.

—Me gustaría saber que dicen las pirámides aztecas —preguntó Kabis.

—¿Pero de qué demonios trata usted con su Fernández? —exclamó Gipini irritado.

—¿Qué Fernández?

—¿No le conoce? Tiene docenas de incunables españoles de la época de la conquista. En ellos se cuenta al detalle la utilidad antropófaga de las pirámides.

—¡Ah, nuestro querido Salomón del SASA! —Se tapó la boca, arrepentido de habérsele escapado el secreto de la existencia de su departamento. Tal vez no se había dado cuenta. Se repuso, añadió—: Pero escucharlo de labios de un profesor del Collège... ¡Eso es distinto! —Dirigió al profesor una húmeda mirada de falsa admiración.

—Los jeroglíficos no son otra cosa que instrucciones para el uso de tales edificios —Gesticuló agitando las manos, como cuando se dirigía desde la tarima a sus alumnos del Collège—. Podríamos definir la pirámide como un matadero de humanos, equivalente a los de ganado de nuestros días. En unos andamios situados en la parte superior se procede a la extracción quirúrgica del corazón y otros órganos de carácter mágico. El resto del cuerpo baja rodando el costado de la pirámide, que se construye a propósito muy escarpado para cumplir esa función. Según los textos las caras de las pirámides deben estar tan incrustadas de sangre que parezcan negras y el hedor se esparza a kilómetros. Desgraciadamente para el arqueólogo, el paso de los siglos las ha clareado. Lluvias, viento, etc.

—¿Por qué sacrificaban las víctimas en un lugar tan alto?

Gipini se hinchó:

—Eran sociedades democráticas (ustedes no saben lo que es eso). Todo el mundo tenía derecho a mirar el género para no ser estafado en el reparto. Los clientes hacían mucho hincapié en que la carne al morir estuviese palpitante. La ansiedad y los jadeos preagónicos se consideraban básicos para conseguir unos bistecs mantecosos, de ahí otra utilidad de las pirámides: el ascenso aterrador de la víctima a la cumbre mientras era jalado del cabello por los ayudantes.

“La matanza pública tenía por objeto que quien quisiera, pudiese comprobar la corrección de todo el proceso: extracción en vivo del corazón con un cuchillo de obsidiana, la sangre que sale a borbotones... Aún recuerdo cierto texto que tuve el honor de traducir: “La sangre brotó hacia lo alto mientras se derramaba, mientras hervía....” Hecho esto el corazón se colocaba en un plato de piedra verde.

—Por fortuna han desaparecido esas prácticas…

—Sí. Los españoles juzgaron escandalosa aquella dieta y quemaron por herejes a los sacerdotes aztecas, sin provecho para nadie. Fray Bernardino nos narra los llantos que emanaban de la multitud de espectadores ante aquellas piras vivientes atizadas por el Conquistador que, en su soberbia, no entiende lo que oye y ve. El público gritaba “tiki, tiki-me-take”, que es lo que se dice a los niños cuando desperdician la comida, la escupen, la regurgitan, etc. Simplemente, se desesperaban venteando el delicioso olorcillo del asado, que acababa convertido en carbonilla. Estúpidos españoles. En los siguientes veinte años murió de hambre las tres cuartas partes de la población. La interdicción de la antropofagia fue una de las órdenes más crueles de la historia de la Humanidad.

Kabis se mordisqueaba los pulpejos mientras pensaba a toda velocidad. Por fin consiguió dar forma al pensamiento confortador que estaba buscando su mente.

—Pero en Egipto no se han dado las mismas circunstancias. Tal vez los tres versos que han llegado a París están sacados de contexto. La mayoría de nuestros historiadores piensa que las pirámides egipcias, aparte de tumbas, fueron simples observatorios astronómicos.

—¿Ga-astronómicos? —se chanceó Gipini entornando los ojos.

—Estoy ansioso por conocer el texto completo. Es tan apasionante que casi da igual que lo saque un francés o un egipcio —mintió groseramente Kabis—. Solo le pido que sea generoso con nuestros chicos de la Escuela Alemana. No… no se sulfure por lo de alemana. Podríamos llamarla Escuela Nor-europea. Y dígame ¿Cuáles son sus planes inmediatos?

—Me presentaré en la Rest House y le diré a Latour que lo sé todo. Fingiré que me dejo sonsacar y le hablaré -como quien se le escapa un secreto- de las paredes de cuarcita azul. Le convenceré con amor, paciencia y caridad. Su nombre no dejará de asomar en la publicación que se haga.

—Un plan perfecto —dijo Kabis—. Un plan perfecto si Latour no fuera Latour. Pero es Sansón: si no hacemos… hace algo, ¡se morirá agarrado a las columnas del templo!

La mirada de Gipini se volvió hacia la Biblia que estaba sobre la mesilla. Era el típica Biblia de hotel, un adorno que los latinos deberíamos desterrar, ya que se trata de la típica influencia británica. Pero, por un irreprimible hábito de erudito, no pudo impedir que sus dedos repasasen las Sagradas páginas con cierto desdén.

—¿Morir cómo Sansón? ¿Latour? Bah, éste es un descubrimiento mundial —dijo mientras ojeaba el Génesis—. Ni siquiera el Mamur puede pretender que quede inédito o traducido chapuceramente.

—Lo que más me extraña —dijo pensativamente Kabis— es que Latour sea capaz de mantener escondido algo tan, tan, tan gordo como una pirámide.

—¿Me lo pregunta como un profesor a un alumno? Usted bien sabe que algunas pirámides fueron sumergidas por la arena a lo largo de los siglos y otras nacieron ya subterráneas, apuntadas hacia abajo. A veces, en profundidad, te encuentras con una pareja unida por la base, un piramidión apuntado al Cielo, otro al Infierno. Las pirámides en Egipto son imprevisibles como las arenas desierto: todos los años aparecen nuevas con las formas y colores más absurdos… —En este punto Gipini tuvo un sobresalto, tan brusco, que rasgó sin querer una página.

—Profesor ¿qué es lo que mira? ¿Pasa algo?

Inclinado sobre las Sagradas Escrituras, ni se molestó en negar.  Durante diez años, había abrigado una sospecha. Ahora, con la cabeza a punto de estallar por la resaca, tenía ante sí la prueba. ¡Un gesto casual, y mira tú por donde! ¡Por lo menos ahora, cuando mirase una pirámide, sabría de que estamos hablando! Génesis, 41. Las siete vacas flacas y feas se devoran a las siete vacas gordas. Como el bueno del Kabis sería sin duda incapaz de captar el carácter meramente simbólico del número siete, se sintió obligado a aclarárselo:

—Siete o siete millones, da igual.

Esta idea le quedó grabada en su mente y, si la macerase en su interior con otro concepto (en Egiptología, las reses son simples personas enmascaradas: un busto de vaca sobre un tronco humano), seguramente acabaría llegando a alguna conclusión brillante y definitiva.

—¿Le ha cogido el frio, profesor? Está temblando.

—Disculpe, no pasa nada. Es que me indigna ese maldito egoísmo de llevarse a la tumba su secreto. ¡François es la undécima plaga de Egipto! Confíe en mí, Kabis. A mí no se atreverá a tomarme el pelo con uno de sus artimañas. Yo soy Francia.

Kabis miro de soslayo a su interlocutor y respondió:

—Se excusará en su enfermedad, profesor, ya lo verá. Le dirá que sus noches son turbadas por fantasmas y que no puede concentrarse en nada. Que vuelva dentro de un mes, un año, un siglo. ¡Exíjale un sí o un no inequívocos, o Francia cortará los fondos!

—¿Me tiene por un niño? No necesito sus consejos, hace tiempo que lo hago. El año pasado Latour, decepcionado por el modesto presupuesto del Service, obtuvo del Ministerio francés de Instrucción un suplemento de 15.000 francos con destino a una presunta campaña de otoño. Por un artificio administrativo conseguí ser el encargado de transmitirle la suma y añadí al acuerdo de subvención una condición expresa: le pedí que abriera una de las pirámides occidentales de Gizá “que el destinatario bien conoce” pues ya entonces estaba persuadido de que todas las pirámides no son mudas. Ahora dirá que me las doy de profeta, pero la carta de la subvención está en el archivo del Museo. Tengo atado de manos al elemento oficial, y, aunque no dejo de tener noticias de esos buscadores oficiosos que andan enredando, ¡qué más da!, si sus medios son incomparables con el Service des Antiquités.

Excavadores oficiosos…

—¿Oficiosos?                                             

—Si hombre, esos que tienen prohibidas las prospecciones pero que las hacen bajo cuerda. Von Below aún no ha dado con la pirámide parlanchina, pero me aseguró que era perfectamente capaz. ¿Está por aquí cerca su almacén, agente?

—No podemos molestar a los agentes extranjeros, se nos echaría encima el cónsul de Prusia.

—¿Representa usted una comedia, Kabis? Bueno, dejemos eso. Me parece que un policía de su especialidad no puede ignorar donde está el depósito en los que se centraliza el tráfico de antigüedades, a veces incluso legal.

—No estoy seguro —dijo Kabis—. Es decir, que tal vez sí. Pero puede ser que no…

El policía se había puesto colorado y no, no era el clima.

—Está usted raro… —dijo Gipini rascándose la coronilla. Se quedó en silencio. De repente, una chispa zumbona en su mirada delató que se había dado cuenta de lo que le pasaba—. Aaaah… comprendo, vaya si comprendo. El barón subvenciona las estancias en Baden-Baden del kedive. Un par de joyas para las odaliscas del harén. Bolsas de oro para los ministros. Sedas para los eunucos. Tranquilo, no me sorprendo en absoluto ¿sabe? ¡Una pizca de corrupción es el salero de los países atrasados! Con que esas tenemos. Comprendo, amigo Kabis, tiene prohibida su entrada en los almacenes alemanes —le quitó importancia—: ¡Bah!, serénese, agente. ¡Al menos a usted no lo han corrompido! —Todavía—. Le voy a proponer algo. Acompáñeme a dar un paseo por la ribera. Bastará con que no me detenga cuando eche mano a una puerta. ¡O le tire una patada! ¡O un cañonazo! ¿Qué me dice, amigo?

No conozco un solo funcionario autóctono que se resista a la palabra “amigo”.

Kabis se puso el sombrero.

 

Coincidiendo con el segundo canto del muecín, salieron al barrizal ribereño, pomposamente llamado La Corniche en las guías turísticas. La gente empezaba a desparramarse por bazares y cafeterías. Al llegar a una fuente cubierta, Gipini soltó por fin la pregunta que venía quemándole todo el rato:

—Escuche, Kabis. ¿Porque cree usted que Petit me contó todo lo que sabe?

—Usted es el futuro, Gastón, basta mirarle a la cara.

Un suelo empedrado, teñido de cal, señala el inicio de la zona de los hoteles decentes. Los tamariscos plumosos sombrean el agradable paseo.

—Pero el bachiller se preocupa por cosas que no tienen nada que ver con la arqueología. Me di cuenta que estaba fascinado por mis conocimientos sobre el mundo de la moda… femenina. Presintiendo alguna inconveniencia le hice gestos de no estar entendiendo. “Nada, nada —añadió Petit—, solo le pido que haga el favor de velar por TODO nuestro ajuar artístico. Las momias y las pirámides ya tienen buenos valedores”. Convendrá conmigo, agente, en que está un poco barrenado.

—A mí me basta con que sea un soplón.

—¿Los soplones en Egipto no odian?

Kabis movió la cabeza y frunció el ceño, como si no quisiera decir lo que iba a decir, pero la maldita locuacidad de Petit le hubiese puesto en un brete.

—Es un asunto muy delicado. Está disgustado con Latour, eso se ve, pero no puedo añadir una palabra más, no sin pruebas —apretó los labios para denotar que se cerraba en banda.

Unos pasos más allá, hirió sus ojos el destello del sol sobre un bruñido objeto de bronce situado sobre un trípode. Era el típico catalejo, para que los turistas admiren las vistas del Nilo.

—Profesor ¿qué es lo que mira? ¿Pasa algo? —Esta vez Gipini inclinado sobre el catalejo, ni se molestó en negar.

 Lo que estaba viendo era la mar de interesante. Recorrió con el visor el muro de piedra que rodea el parque del Nile Hotel. En concreto le llamó la atención un almacén, adosado al malecón por la parte de río, que interrumpía el vallado. En sí, no tendría nada de particular, podría estar destinado a la cría de gallinas, pavos o aparcamiento de calesas para el acarreo de turistas. Lo que tenía de extraordinario es que Von Below estaba dirigiendo la descarga de una dahabiyé de vela, cuya mercancía iba a parar a aquel depósito. En concreto en este momento un criado transportaba un sarcófago Osiris trabajado en ricci.

—¿Por qué Below para en dos hoteles? —preguntó al policía—. ¿Por qué para en el Shepeard y el Nile? La gente decente solo tiene un hotel.

—¿Lo dice por ese almacén? No puedo permitirme revelarle que Below es un traficante de antigüedades; en el departamento tiene docenas de causas abiertas. Por lo tanto, no le diré que este hotel facilita depósitos vaciables desde el Nilo. Me niego a revelarle, así pues, que, cuando se presenta por el boulevard un agente con orden de registro, el recepcionista lo entretiene un rato o lo emborracha, mientras sus esbirros vacían por el lado de río las antigüedades… y ponen a remojo a las pupilas.

—¿Qué baña a sus amiguitas? Un gesto loable.

—Si solo fuera un baño… hay muchos detalles reservados que debo callar. Lamento por tanto no poder decirle que las piezas son embarcadas sobre cubierta, mientras las arrapiezas quedan en bodega. El Nile cobra una pequeña comisión, le aseguro que este hotel es muy popular por este servicio del que me propongo no hablarle jamás.

Gipini carraspeó para indicar que a él poco le importaba ese tráfico de momias y mademoiselles, de clase popular, espero. Como, a pesar de todo, no se le despegaba, tuvo que ponerse serio:

—¿Quiere algo más de mí, inspector? Considerando la forma en que se ha presentado sin invitación, creo que he sido muy paciente —su presencia, sin duda advertida, había despejado de matones el campo. Ya no le era necesario.

Kabis se frotó las manos. Un policía hurgando en la guarida del gran corruptor pronto haría compañía a los peces-gato. Abrió un par de veces la boca, pero, viendo que la cosa iba en serio, se ajustó el tarbuch y, tendiendo la mano a su interlocutor, “adiós, nos vemos, maa salama”.

 

Gipini se acercó al almacén trasladable desde el hotel, esquivando sarcófagos que el Nile utiliza como maceteros, pequeñas esfinges portátiles, altares inscritos y demás curiosidades beige que quedarán muy bien entre el verde de tu Cottage. El barón le dedicó una sonrisa displicente pero no le ofreció la mano. Gipini le puso al corriente sin preámbulos del objeto de su visita.

—Ya sabe a lo que vengo. Pensé en dejarlo pasar, pero desde entonces he pasado noches sin dormir. Se ha atrevido a perder el decoro con una dama en mi presencia y eso afecta a mi reputación. Exijo una satisfacción en el campo del honor a menos qué…

—¿A menos qué?

—¿Asesina a menudo monos encima de jóvenes y las deja todas pringadas de sangre? ¡Ahora mismo me dará usted su nombre y dirección! Presentaré una disculpa en su nombre.

—Se equivoca, amigo, siento un profundo respeto y admiración por la mujer egipcia —dijo. Gipini no parpadeó, molesto por la camaradería—. El mono fue el causante del desaguisado, no me quedó más remedio.

El profesor se dijo que el barón era un pervertido. Su cerebro estaba ocupado, no por una mujer cualquiera, sino por una determinada.

—Espero que le parezca bien ahora para presentármela. Yo estoy dispuesto.

—¿Qué quiere decir? ¿Qué nos aparezcamos ahora mismo en un lugar más famoso de El Cairo? ¿Con el marido delante? ¡A ustedes los latinos les hierve la sesera cuando les aprieta ahí abajo! En fin, si tan salido está, déjeme coger el sombrero y la caña y vamos a ver las titis de la maison Karcher. Circasianas, bocato di cardinale. Si no fuese tan obsesivo, francés, le habría invitado a tomar una botella de mi chateau Margaux.

—Solo me interesa una mujer en concreto, y, ¡no se vaya a pensar otra cosa!, exclusivamente en el terreno científico. Siento curiosidad profesional por una característica física de sus ojos, estoy a punto de iniciar una colección de globos oculares. Aprovecharé la ocasión para practicar estudios sobre la curva maxilar, el ángulo facial, la existencia o no de torus superciliaris, etc., etc.

—Aprenda de mí, Gastón. Yo trago todo, si son uvas, pues uvas, si son peras, peras, si es pescado... Y cuando no hay mocitas, me voy a la cama encantado con uno de esos que aquí llaman kochecks. Visten con la misma elegancia que una cocotte parisina, con su cinturita de vértigo y su polisón; pueden ser músicos, bailarines, actores… o funcionarios de manguito.

—Pero también existen las mujeres.

Gastón vio oscurecerse el rostro del alemán.

—¿Qué insinúa?

El francés no se dejó enredar. Sacó algo del bolsillo.

—Barón, ya estoy harto de que se me escurra. La próxima vez lo intentaré sin su colaboración, sean cuales sean las consecuencias para sus negocios. Usted sabe quién soy yo y, sobre todo, quien voy a ser. Mi visita era de pura cortesía. Mire el lazo: está firmado madame Reichard. ¿Quiere que vaya y le pregunte con destino a que cliente hizo un vestido en seda ocre con lazos marrones, guarnición de tafetán azul y lazos de seda con jeroglíficos?

Por la forma en que hablaba el barón, Gipini ya había caído en que su adorada ninfa no era su pupila ni su alumna ni nada parecido, sino su protegida. No sería un problema el que estuviese casada, es fama que numerosos funcionarios locales viven con la esperanza de que algún arqueólogo millonario se acueste con su mujer. Por fortuna, los gustos bíblicos del barón se inclinaban más bien hacia Adán que hacia Eva, lo que abría una Ventana de Oportunidad. Una belleza subvencionada por uno, no debe tener gran inconveniente en ser subvencionada por otro.

—Ya miraremos la fórmula de concertar una cita, paciencia. Pero, si se la doy ahora, se marcharía, y aún no hemos hablado de algo. ¿Cuál es el verdadero motivo por el que ha aplazado su regreso?

Gipini evitó responder mientras pasaba el dedo por el lomo de una gata Bastet en cristal de roca. Una talla por cierto que recordaba mucho a otra que había perdido el Museo.

—En resumen —supuso Below en voz alta—, se presentará ante Latour y le pondrá las cartas boca arriba. Usted traduce, él obtiene el consuelo de que la obra se firma Latour-Gipini, en colaboración.

El giro de la conversación le llevó a pensar que había una extraña relación entre la dama de sus desvelos y la Obra de Latour; estuvo a punto de preguntarle cual, pero se contuvo. Con estos alemanes nunca se sabe. Soltó una boutade:

—Las noticias en El Cairo corren más rápido que los camellos de carreras.

—Su plan no resultará. Escuche esto: ¿por qué no dejar que las aguas discurran por su cauce? El final de Latour está próximo, cualquier día ¡plaf! el corazón o la cabeza. Una vez que tome el control del Museo, las fidelidades cambiaran; al menos un par de reises deben estar en la pomada. Le darán el trabajo hecho. Sin ayuda de los resises un anciano no podría hacer el esfuerzo de arrastrarse hasta la oscura cámara donde se esconden los textos. Todos sus problemas se resolverán de un plumazo.

—De un pluma qué…

—Sí, todos, aunque no sé cómo explicárselo de una forma muy conveniente —y agregó para distraerlo con el tema monetario, que para Gipini también tenía mucha importancia—: Usted es una persona destinada a llevar un gran tren de vida. Estoy seguro que llegará a presidente de la República Francesa. Solo hace falta verle. Su carrera significa mucho, me hago cargo. Pero se encuentra ante una encrucijada: nadie llega muy alto si no posee una bolsa muy llena. Entonces va y se siente tentado por Méjico, donde parece que ha encontrado un generoso mecenas. ¡Me decepciona, amigo mío! En Méjico puede que brille la plata de los dólares, pero jamás le llegará ni a la suela del zapato a Egipto en cuanto al brillo verdadero, el brillo de la Gloria. El asunto del dinero tiene remedio sin necesidad de poner un Océano entre usted y la Fama. Soy un hombre de mundo. Quédese aquí, no hay necesidad de cambiar. Hágase grande en el sitio correcto, como tantos, como Cesar, Marco Antonio, Saladino, Bonaparte, Champollion… Ya le he dicho que, cuando se produzca el cambio de guardia en el Museo, las fidelidades cambiarán. Todas. Y yo estaré detrás, apoyando. Usted será el Héroe que por vez primera habrá escuchado la voz de las pirámides. Yo, la alcantarilla que nadie quiere ver, ¿a qué no sabe que el Museo me ha encargado la supersecreta Salle de Ventes? Lo acepto, aceptémoslo. Estamos abocados a hacer negocios juntos. ¿Qué me dice? ¿Qué puedo hacer yo por usted?

Estaba ofreciéndole dinero. ¿A que si no ese discurso sobre las necesidades monetarias de los grandes hombres? ¿A que si no ese compadreo sobre la sucesión en el Museo Egipcio y en las altas complicidades que permitían vaciarlo a favor de los museos europeos? ¿Cuántos ceros le pongo en el cheque?, venía a decir.

—Un científico a finales del siglo XIX rechaza ciertos métodos...

—Siempre hay un aspecto rechazable en las cosas. Tengo un primo llamado Kasprzyk...

—¿Polaco? —inquirió Gipini.

—Emigrado a Méjico —prosiguió Below sin hacer caso a la alusión personal—. Me ha enviado un ejemplar de cierta publicación privada: la Revista de Tenochtitlán. Se extrañaría lo muy en vivo que practica cierto grupo de estudiantes de antropología

—¿Me está extorsionando?

—¡Dios me libre! Solo digo que estamos abocados a hacer negocios.

—El único negocio que quiero hacer con usted es que me diga si tengo que dirigirme a la Reichard para averiguar la dirección de cierta persona.

—Lo que desea quizás no es muy honorable, pero no soy yo la persona más adecuada para criticarle —la ira le provocó tosidos espasmódicos, haciéndole expeler rosadas plumas de tejido pulmonar—. Pongamos las cartas boca arriba desde ahora. No se equivoque conmigo; sí, soy esa clase de cerdo prusiano. Se ha encaprichado con la joya de mi cuadra. Desde ahora le advierto que mejor sería que se apartase de ella, pero no lo hará. Si las consecuencias son malas, ¡sea hombre!, hágase responsable.

—¿Cómo quiere que le repita que mi interés es sólo científico? La dirección.

—¿La dirección? —dijo Below con lentitud, como si estuviera dando forma a un pensamiento—. Eso de la dirección lo juzgo de la máxima importancia. No me pide que se la presente, me pide la dirección. Pues bien, irá usted a esa dirección, aunque se trata de un sitio muy particular. Oiga Gipini, hay otra condición. Se lo tengo prometido al museo de Berlín: picaremos un panel o dos de los Textos Caníbales… —Y al ver su sobresalto, añadió—: ¡Oh!, un pequeño lienzo de pared, nadie sabrá si se ha desprendido ahora o en tiempos de los iconoclastas. Entre nosotros ¿de acuerdo? Estamos hablando de una mujer muy, muy, muy especial —amagó con el dedo índice estirado lo que le pareció un disparo de pistola. Prosiguió—: Prefiero los pagos en especie; de todas formas, quizás no habría tenido usted liquidez suficiente para pagarme la suma que le iba a pedir. Se vería obligado a pasar el resto de su vida en Méjico.

—Jamás he faltado a mi palabra.

Después de una tosecilla de aviso y, como si se le hubiera olvidado algún fleco del negocio, el alemán añadió:

—Perfecto, y entre caballeros no hace falta decir que cuando sea el nuevo director, mi firmán queda prorrogado a perpetuidad.

Gipini en efecto no lo dijo, y se despidió con un gesto de cabeza. A lo que el otro respondió con una tos que le voló una amígdala; a ese ritmo, este cuerpecillo vicioso se vaciará en unas semanas. Una breve perpetuidad. ¡Chapeau!

lunes, 16 de junio de 2025

TESTAMENTO PRO-CÓNYUGE EN PLENO DOMINIO


¡Cualquiera se mete con las coruñesas!


SUMARIO

1.-TESTAMENTO PRO-CÓNYUGE EN PLENO DOMINIO

2.-THE SWIMMING MUMMY (La momia nadadora, capítulo 3).


1.-TESTAMENTO PRO-CÓNYUGE EN PLENO DOMINIO

La disposición recíproca entre cónyuges en aquellas legislaciones que lo permiten, suele adoptar dos modalidades:

1ª.-Pleno dominio.-El esposos se dejan el dominio con sus tres facultades (1.-usar; 2.-disfrutar; 3.-disponer), con lo que en, relación a bienes inmuebles como pisos etc., el viudo o viuda heredero único, puede: venderlos hipotecarlos, regalarlos, etc., sin que los hijos o descendientes pinten nada. Asimismo, el viudo/a-heredero retiene en propiedad el dinero, fondos, acciones, etc., es decir la totalidad del caudal.

Ventajas e inconvenientes: La principal ventaja es la plena libertad operativa del viudo/a, sin peticiones de hijos o descendientes interesados (o nueras o yernos que los inciten). El inconveniente más destacado es la menor potencia de la exención fiscal (sólo hay un heredero básico, aunque se puede reducir del valor de los bienes, además de otras deudas deducibles, el de la deuda legitimaria). La exención (un millón, más el domicilio familiar, más la empresa), siendo habituales los gananciales, con los que se duplica, y estimándose sobre “valores de referencia” (un 30 o 40% inferiores a los “de calle”) , puede  alcanzar los tres o cuatro millones “de calle”, con lo que suele bastar para fortunas medio-altas. Si tiene dudas, consulte con su asesor.

 

2ª.Usufructo.-Los esposos se dejan entre sí el usufructo (es decir el derecho de vivir en determinada propiedad -uso-  y/o alquilarla -frutos-), y a los hijos la nuda (desnuda) propiedad, es decir la propiedad desnuda, sin sus atributos. En estos casos, fallecido que sea un cónyuge, para disponer de bienes hereditarios, se necesita la firma de todos, viudo e hijos, para así reunir y transmitir el pleno dominio (hijos (3.-nuda propiedad, disposición)  + viudo/a (1.-usar + 2.-disfrutar). Con menos, no se conformaría el comprador.

 

Ventajas e inconvenientes: La principal ventaja es el control familiar: con este sistema, que obliga a la firma conjunta de la adjudicación, se evita que el viudo/a haga de su capa un sayo y transmita los bienes a una futura pareja o a los hijos de la misma. En el plano fiscal, se multiplican las exenciones de un millón al multiplicarse los herederos.

El inconveniente obvio es que el viudo/a tiene las manos atadas y puede verse enfrentado a peticiones de dinero a cambio de la firma.

 

ALGUNOS CONCEPTOS ANTES DE LANZARNOS AL MODELO DE TESTAMENTO SOLICITADO: HEREDERO, LEGITIMARIO, ACREEDOR, DERECHO COMÚN Y DERECHOS ESPECIALES:

*Heredero es el “continuador” de la personalidad del difunto. Para el mundo físico, nos morimos seguro (salvo que inventen una pastillita); para el del Derecho, somos inmortales: nos continúan él o los herederos que adquieren la totalidad de los bienes y responden de la totalidad de las deudas, avales, préstamos, etc., continúan los pleitos y así sucesivamente. El heredero es aquella persona que nombre el testador (y si no, lo hace, la ley): puede ser un hijo, todos los hijos, un sobrino aun habiendo hijos, una pareja, etc.; en resumen, quien libremente disponga el testador. Hablo para Galicia y ciertos Derechos Especiales; en el Derecho Común (+ abajo se habla), los hijos son “herederos a la fuerza”, guste o no.

*Acreedor de la herencia o adjudicatario de cosa cierta, son personas que tienen derecho a cobrar o adquirir algo de la herencia por voluntad del testador o de la ley, pero no a continuar su persona si carecen de la condición de heredero, que es quien tiene que pagárselo o entregárselo.

*Legitima: Es un concepto sumamente etéreo, que, según autonomías y países, puede significar nada, una humorada, una deuda, o la condición de heredero. No, no quiere decir o no siempre, que los hijos tengan que llevar algo de los padres difuntos, que va. La explicación requiere una aclaración simultánea de los conceptos Derecho Común y Derechos Especiales.

Derecho Común

Derecho Común, el de la “herencia forzosa” es el que rige en la mayor parte de España: Madrid, Castillas, Andalucía, Asturias, Canarias, Extremadura, etc. (pero no en Galicia ni otras autonomías del norte que tienen Derechos Especiales). En este sistema los hijos (o descendientes de hijos muertos), e incluso a veces los padres, son “herederos a la fuerza”, quiere decir que o sí o sí tienen que firmar la partija y, además, se llevan una buena tajada. En concreto, 2/3 de la herencia; en Francia por ejemplo, puede llegar a los ¾ . Lo máximo admisible al  cónyuge es el usufructo. Es de este Derecho Común del que habla la TVE cuando cotillea sobre la herencia de la Paquirri, pero si eres gallega/o, recuerda que no te afecta a ti.

Derechos Especiales:

Derechos sin legítima o bromistas: En Navarra basta que dejes a cada hijo “cinco sueldos, febles o carlines y una robada en los montes comunes a cada hijo”, o sea nada, porque la primera es una moneda medieval que no existe; y los segundo, al ser “comunes” los montes, pues no se puede disponer de ellos. En Alava-Ayala, tienes que apartar a tus descendientes “con lo que quisieres o por bien tuvieres”, por ejemplo, le puedes dejar a cada hijo un bolígrafo, un céntimo, un mondadientes; o sea, nada. En ambos casos, dejas tus cosas a quien te dé la gana.

Este sistema de la “nada” es el vigente en la mayor parte del mundo basándose en el common law británico. Heredero es quien uno quiere y quien no, no, sea hijo o simpatizante. La libertad de testar es tendencia en el mundo latino, por lo que a no mucho tardar regirá en España.

Derechos con legítima para descendiente/s electivos (a unos sí, a otros no, como los pimientos de Padrón).-En estos sistemas uno o varios descendientes tienen que llevar legítima (y es herencia forzosa), pero no necesariamente todos. De cinco hijos, se puede elegir a uno; o a ninguno y seleccionar un nieto. A los demás, nada si es esa tu voluntad. Así es la legítima vasca (1/3) o la aragonesa (1/2).

Derechos sin legítima, como herencia, pero sí como deuda: Es el que más nos interesa porque es el Gallego (y además el Catalán, pero eso no tiene ninguna importancia). Al conjunto e los hijos, entre lo que se le da en vida, o en muerte, le debes la cuarta parte del valor líquido de la herencia (10.000 sobre 40.000; si son dos, 5.000 cada uno, etc.) Pero el testamento de esposos es especial: ciñéndome a Galicia, se puede establecer que la deuda conjunta (del padre y la madre) no nace hasta morirse ambos, con lo que si los hijos son herederos sustitutos como es habitual, ya no hay que hacer nada porque, muertos ambos, “pagarse a sí mismo una deuda de la que es acreedor y deudor uno mismo”, es una tontería.

Lo que hay que tener claro es que si los esposos se nombran recíprocamente herederos los acreedores (El Corte Inglés, los hijos, etc.), no suscriben la adjudicación de herencia ni la partija, por no ser herederos. Basta que el viudo o viuda se presente ante el notario o el Banco sin necesidad de compañía, salvo a efectos cariñosos.

 

Sintiéndolo por el rollo inicial, a continuación bajo el modelo de “testamento pro-cónyuge en pleno dominio”, que me han pedido unos buenos amigos.  Por supuesto es muy mejorable. Y deben contemplarse los aspectos fiscales, toda vez que efectos parecidos pueden lograrse mediante una atribución de usufructo universal acompañada de poder testatorio (200 ley de Galicia), es decir que el viudo o viuda pueda adjudicar a su arbitrio sus bienes, los gananciales y los privativos del difunto, sea inter-vivos o mortis-causa.

 

MODELO MUY MEJORABLE

 

TESTAMENTO MANCOMUNADO

NUMERO $.      

 En Florencia, mi residencia, siendo las $ horas y $ minutos del día $ de dos mil  $.       

 Ante mí, MICHELÁNGELO BUONARROTI (fue notario) , Notario del Ilustre Colegio de Toscana.              

 COMPARECEN, para hacer testamento abierto mancomunado:             

 Los esposos DON  $ y DOÑA $, mayores de edad, $ y vecinos de Florencia, con domicilio en los Uffizzi, provistos de DD.NN.II. nº $ y $ respectivamente.     

 TIENEN a mi juicio la capacidad legal necesaria para testar, y,

 EXPONEN:        

 I.- Ser natural, él, de $, hijo de $ y $, nacido el día $, y regirse su sucesión por el derecho especial de Galicia; y ella, de $, hija de $ y $, nacida el día $; y su sucesión se gobierna asimismo por el derecho especial de Galicia.

 II.- Hallarse casados entre sí, en únicas nupcias, de cuyo matrimonio tienen $ hijos, llamados $.           

Esto expuesto, ordenan su voluntad con arreglo a las siguientes,          

 CLÁUSULAS:

1ª.-Ambos esposos, $, se instituyen mutua y recíprocamente únicos herederos universales de todos sus bienes, derechos y acciones, en pleno dominio. El heredero podrá realizar todos los actos de administración y riguroso dominio, inter-vivos o mortis causa, a título oneroso o gratuito.            

La institución comprende todos sus bienes muebles o inmuebles, y el dinero, fondos y depósitos bancarios, prohibiendo la intervención de terceras personas.        

2ª.-Nombran herederos sustitutos vulgares a sus hijos $, a su vez sustituidos por su descendencia.    

Como disposición particional particular establecen que la legítima para descendientes conjunta de ambos esposos podrá ser satisfecha exclusivamente con bienes del último de ellos en fallecer, no pudiendo reclamarse legítimas ni surgiendo la obligación de pago de las mismas hasta el fallecimiento del último de los testadores en finar (art. 282 en relación al 275).              

En cualquier caso la legítima, que será meramente crediticia sin conceder derecho real, queda gravada en usufructo a favor del cónyuge viudo.        

3ª.-Este testamento no contiene disposiciones correspectivas. Todas las disposiciones de este testamento afectan a ambas sucesiones y, por tanto, a cualquiera que esté abierta, pudiendo obtenerse copia íntegra.

4ª.-En defecto de disposición en contrario del cónyuge supérstite, sea inter-vivos, mortis-causa o por pacto sucesorio, la sustitución se regirá por la siguiente,

PARTIJA
A) CUPO DEL HIJO MANOLO

*El piso en c/del Pez 333, con sus anejos y contenido.

*El garaje en c/Besugo, nº 34

B) CUPO DE LA HIJA JUANA

*La Casa y finca en la Sierra Morena, con todas sus dependencias y contenido.

C) EL RESTO DE LOS BIENES POR IGUALES PARTES.        

5ª.-El cónyuge supérstite podrá otorgar pactos sucesorios de mejora o apartación sobre alguno/s de los bienes, sea en pleno dominio, en usufructo o en nuda propiedad, en favor de aquellos descendientes que a su juicio lo merezcan.               

6ª.-Revocan anteriores testamentos.   


2.-THE SWIMMING MUMMY


3-ALTERNANDO CON VÍBORAS                                   

Cuando recuperó los contornos de las cosas, sus ojos transmitieron a su cerebro una visión del jardín del Edén: kentias en maceta del tamaño de palmeras pleistocénicas; pieles de leopardo apolilladas con ojos de cristal; tapices tramados a base de somorgujos entre papiros; y el león funerario de Tutmosis III cuya melena de mármol jurarías que se había hecho la permanente de 5 francos en la peluquería del Palais Royal. La sociedad europea había embellecido el desierto de Gizá que, sin su genio, no sería otra cosa que esa sucesión de embudos de arena y cascotes que podía observar por el lado sur del tinglado. Naturalmente, si pudiera dominar todo el campo, vería pirámides; pero para eso se había previsto la plataforma a la que accederían en el momento oportuno. Para sentirse más a gusto, Gipini olfateó con discreción el ambiente hasta que, el olorcillo a habanos, le señaló la ruta: el fumoir por allí donde, colgado de un biombo, en un cartel esmaltado, se leía: SOLO CABALLEROS. Los fellahs de los alrededores habían alisado el cascajo del desierto; lo habían recubierto con esteras de cáñamo; y puesto encima una decena, una decena o una docena, de sofás turcos con sus respectivas escupideras de fayenza; pero, lo mejor de todo, era una barra de cinc, donde reinaba el barman con su bayeta en la bocamanga. Había también un termómetro cuyo mercurio estaba a décimas del desbordamiento; el bochorno provocaba que se desabrochasen las chaquetas, que se aflojaran los lazos, que se abriesen los cuellos. Todo ello, a pesar de que el espacio era abierto y que una dama podía darse de bruces con todo aquel relajo; pero en Oriente no siempre es posible el mantenimiento de las buenas formas. Por suerte, aquel día Gastón había descartado su uniforme galoneado de catedrático y llevaba un traje americano de lino. Fallándole a menudo la vista ante los cambios súbditos de luminosidad, aguzó el oído. Hablaban todos contra todos (de Literatura y Bellas Artes, según creyó entender por las alusiones a Flaubert “ese gran autor alemán”). Aquellos caballeros enrojecidos, sudorosos, hicieron pensar a Gipini en estos profesores que vegetan en Egipto, no porque les interese el país, sino que han hecho su viaje para poder decir que lo han hecho.

 

Levantó su salacot de paja fresca e hizo una reverencia circular. El barman, un hombre de mejillas azules tocado con un turbante blanco, le cogió el sombrero mientras se presentaba.

—Soy Filakos. Aristóteles Filakos. Es el nombre de un filósofo griego.

—He estudiado la Metafísica de Filakos —respondió zumbón Gipini—. Un gran filósofo, sin duda.

—No sabe el placer que nos causa verle vivo, director —siguió impertérrito el barman—. De todas formas, ha batido el récord: nadie ha conseguido resistir más de cuatro días en la choza de Rocadimonte. ¿Un digestivo?

—Nada de momento, gracias.

—Siéntese donde quiera, señor director. ¿Le parece bien el diván verde, señor director?

Director.

Tenía muy claro porque le daba ese falso título. A su modo, Filakos le estaba tirando de la lengua: aquí todos informan a alguien. Cuando El Cairo descubrió que Gipini no volvía de inmediato a Francia, supuso que había sido nombrado nuevo director del Service des Antiquités, o al menos director-adjunto para suceder a Latour tan pronto se acabase de morir, o cualquier otra cosa que significase que el viejo caduco estaba kaputt. En los últimos años la filología había avanzado a una velocidad tan vertiginosa como la ciencia ferroviaria o la electricidad y el anticuado camaleón, el Mamur (como le llamaban los que creían que significaba la Momia), anquilosado por su permanencia en Egipto, ya no servía para sostener el prestigio de Francia ante los pérfidos alemanes. Que era en el fondo de lo que se trataba. La derrota de hace ocho años aún escocía. Se pensaba que Francia solo podía tomar su revanche mediante el prestigio científico. En cuanto El Cairo vio a Gipini, el más joven profesor de la historia del Collège de France, juzgó sin apelación:

—Han arrojado a Latour al sumidero. Han colocado a Gipini en el puesto.

 Se sabía que el Mamur tenía entre manos un asunto de capital importancia. Inseguro de sus conocimientos, habría pasado ciertos calcos a unos amigos de París para que los tradujeran. No tan amigos porque el asunto trascendió hasta el punto que un anticuario llamado Chakri ofreció fotografías al cónsul francés en Damasco y sabe Dios a cuantos más. Cuando se extendió la noticia la comunidad científica se vio sacudida por una especie de shock: el asunto era demasiado novedoso como para que se lo apropiase cualquier parvenu. Al principio se llamó el Papiro de las Vísceras; tras filtrarse la investigación policial, se prefirió hablar del Secreto de la Pirámide sin olvidar variedades como Pirámide Caníbal y mil otras. El Cairo juzgó sin posibilidad de apelación que, para este combate, Francia enviaba a su mejor paladín: Gipini. El cual tenía su propio plan, paralelo, pero no convergente: “Comer la nuez, dejar la cáscara”. El Texto, sí; pero en cuanto a la dirección del Service, debería esperar a que ganase plaza en el Institut de France y, en resumidas cuentas, a que llenase su bolsillo. ¿Se iba a apresurar por un puesto cuyo sueldo dependía de los cíclicos estados de bancarrota egipcia? ¡Ja!

—¿Por qué me llama director, barman? Soy un humilde profesor del Collège.

—Como quiera —bajó la voz—, no le llamaré director para que no se enteren estos desgraciados. ¿Curaçao como todos?

—Tomaré coñac.

Mientras Gipini se acomodaba en el diván, un incómodo silencio recayó sobre la sala. Estos diletantes de zapatos amarillos le estaban enviando un mensaje por el procedimiento de permanecer callados: ¿por qué no asumes de una vez el Service? ¿Es que no entiendes que te aboca tu brillante expediente? Si estuviera de humor Gipini les respondería: ¿Me van a pagar ustedes mi tratamiento de 28.000 francos? ¡Ja!

Se despatarró en el asiento, descansando el peso en el codo izquierdo, y se dispuso a escuchar. Sorbió un par de veces la pipa de narguilé. Al cabo de un rato entornó los párpados y, muy bien hubiera podido estar dormido, si no siguiese el sistema de los gatos: velar con los ojos semicerrados. La imprudente sala consideró que Gipini había pasado al país de los sueños. Poco a poco, las conversaciones se volvieron más explícitas:

—... un ataque de diabetes. Al Mamur le quedan días. Como no consigan sonsacarle el Secreto de la Pirámide, se lo llevará al infierno.

—¡Está curado! Hace unos meses fue a tomar las aguas a Pougues-les-Eaux y vino como nuevo.

—Falso, ayer vomitó sangre y hoy también. El médico le esconde su estado.

—No existe balneario que cure lo que tiene: finge para ganar tiempo. Está desesperado. Ha consagrado su vida a la Gloria, y ahora que tiene un descubrimiento, ya no es capaz de traducirlo. La permanencia en Egipto lo ha embrutecido.

—Si no lo sabes tú, Petit, no lo sabe nadie. Despacháis a diario ¿no es cierto?

El miembro de número de la Misión francesa, eterno aspirante a la nada, no perdió la ocasión de darse pisto:

—No come, la dispepsia le atormenta. Vomita siempre y el dolor de cabeza no le abandona un instante. Ha intentado verdaderas locuras para conseguir una prórroga de la vida...

Proveniente del desierto (o de la cima de las pirámides), contrapuntea la conversación el grito insistente y quejoso de un milano.

—... prórroga que por otra parte no sabría cómo utilizar.

—¿Qué locuras?

—¡Camarero! ¿Ha advertido a Gipini que su coñac jamás ha visitado el país del Loira?

—He preguntado que “¿qué locuras?”

—Tomar todas las drogas del mundo.

—¡Bah! Aquí las drogas son como los macarrones en Italia. Eso no es una locura. Al menos no es una locura interesante.

—Y tomar electricidad ¿eso no es una locura?

—Más, más...

—Si te refieres a nutrirse de vísceras humanas etcétera, ¡a ver si acabáis de una vez con esas historias! Esos bulos degradantes los difunden quienes quieren dejar indefensa a la pobre Francia para quedarse por la cara con el canal de Suez —dijo aquel al que los otros habían llamado Petit, un tipo bajito, pecoso, relleno y cobardón, al que el rumor popular señalaba despectivamente como el mayordomo del Mamur (o algo parecido que implicase el cuidado reverencial de su guardarropa). Naturalmente, allí había amigos que lo tenían por hombre instruido, aunque el mayor mérito que pudieron atribuirle es que había terminado el BAC y terminado un cursillo en el Collège.

Ladridos o aullidos de chacales (no podía decidirse si lo uno o lo otro), denotaban que el desierto no es un lugar tan vacío como vulgarmente se cree. Al fin, una novedad.

—Ahí llega su excelencia Von Below. ¡Menudas horas, Karl! —El frescor del capullo que adornaba su ojal restallaba de amarilla carnosidad

—Aquí, barón, aquí. Llega tarde ¿es que no puede dejar la floricultura ni siquiera por un día?

—Estoy seguro que si se le pide con educación, Vulcano tendrá la paciencia de esperar por mí. Por nada del mundo me lo perdería.

Gipini entreabrió los ojos, apenas una rendija.

—¿Viene del barco? He visto el vapor alemán en el muelle y me pareció que alguien estaba enseñándoselo a una visita —dijo uno de quien el cutis de cangrejo denotaba cierto origen nórdico.

—Le aseguro que se equivoca, el barco no se utiliza para ese tipo de visitas: su finalidad es estrictamente arqueológica.

—Su visión de la arqueología es sumamente original —insistió el presunto vikingo—. Dicen que por mil libras puedes fletarlo en busca de tu grieguita, esquivando esas puritanas de negro que se recorren, vagón por vagón, el ferrocarril El Cairo-Alejandría.

—A los setenta ya no se corren juergas —dijo Below achicando la mirada y subiendo los hombros para indicar que se trataba de falsa modestia. Gipini se moría de curiosidad por esos rumores que circulaban sobre orgías a bordo, pero, no sabiendo el terreno que pisaba, se abstuvo de abrir la boca.

—Alguna sí, alguna sí —se insolentó aun más aquel al que llamaban el sueco.

—¿Y tú, Piehl, me vas a acusar de perverso? —respondió ya harto el barón con un destello zorruno en los ojos, como si llevara algo en mente—. ¿Me llamas perverso tú?  Tú que publicas a costa del Museo en sueco, idioma que tiene el pequeño defecto que nadie entiende. ¡Reconoce que has dicho que eso te da exactamente igual! ¡Que tú lo que quieres es acumular publicaciones y que te importa un bledo si alguien las lee o no!

Gipini cuyos pensamientos giraban a toda velocidad, reconoció en el acto al tipo del botón de rosa en la solapa. ¡Ya me acuerdo! Este prusiano gargajeante que tengo enfrente es el acompañante de aquella visión femenina que se me ha quedado pegada, aunque en realidad no me importe nada, nada de nada. Lo más probable es que se tratase de su protector: acababa de confesar los setenta y una gota de moco rosado pingaga en su nariz, mientras que la niña, bueno, tenía esa provocativa obscenidad de quien acaba de salir de la adolescencia y no es capaz de controlar los efluvios que esparce en el ambiente. Creando problemas. Incluso a gente que tiene cosas mejores que hacer, ¡parbleu!

Gipini decidió su paso al estado de despierto. Llamó al maître con la disculpa de que le abriese otra botella de coñac al tiempo que le señalaba el borde de su sofá. Filakos se sentó encantado (aquí se permiten ciertas libertades), se giró hacia el profesor con las manos juntas y se dispuso a escuchar atentamente.

—¿Ése es alguien? —preguntó Gipini en voz baja, mientras masajeaba con el pulgar el canto de un napoleón de oro.

—¿No conoce a Von Below? —El hostelero, un hombre que con toda probabilidad informaba a todos los servicios secretos a la vez, se prestó al juego—. ¿Por dónde empezar? No es ningún noble, ni príncipe, ni esas paparruchas. Se crio en el cuartel de Küpfegraben. Su padre, un polaco cuyo nombre es mejor no pronunciar, era sargento de botas del príncipe Von Below. Lo cierto es que el muchacho destacó, fue admitido en el gimnasio de Berlín a costa del príncipe al que más adelante robaría el nombre y el von. Estudios en Leizpig, Tübinga etc.; fue adoptado como su sucesor por el gran Lepsius. Lo que pasa es que siempre sintió como una injuria la modestia de su origen. Pequeños robos, plagio de artículos del maestro, falsificación de títulos de nobleza, etc. etc., todo eso conllevó que su Lepsius le apartara de la gran expedición germana a Egipto de los años cincuenta.

—He leído algo —dijo Gipini que seguía espatarrado en su postura favorita, mientras masajeaba suavemente la moneda—. ¡Más de cincuenta mil objetos para el museo de Berlín! Es la mentalidad puritana: los alemanes sienten repugnancia por el robo que no sea a gran escala.

—... pero aquella razia —prosiguió Filakos— produjo un segundo efecto: todo alemán ausente se convirtió en un apestado para la Egiptología. Lo curioso es que a Bellow lo acogió el gallo francés: Latour le confirió pequeños encargos; él, por su cuenta, se convirtió en traficante a una escala que, hasta la creación del Service, se consideraba normal. Trafica con todo, ya de irá dando cuenta.

—¿Con todo?

—Ya se lo iré contando más adelante, cuando se haga al País.

—Yo necesito que sea ahora mismo.

—Hay detalles delicados, muy delicados, y cuando un natural hace insinuaciones sin pruebas lo llevan ante el Mudir. Aunque yo no tenga nada en contra de las relaciones entre seres libres, no sé si me entiende.

Un comentario absurdo. Las malditas maledicencias aldeanas de ese poblachón auvernés en que se ha convertido El Cairo. Un profesor está por encima de ciertas cosas, el barman no debería esperar el menor comentario por su parte.

—Sirve coñac, Filakos, echa una copa para ti.

—Lo he dejado, señor Gipini.

—En ese caso...

—Lo he dejado por el ron.

—Pon ron también para mí —siguió Gipini—. De todas formas, tu coñac me recuerda mucho al ron del molino azucarero de Akmin —tapó la moneda con la mano—: Segunda pregunta: Sí se lo debe todo a Latour ¿por qué me pareció que Below hablaba con desprecio de él, con odio, no sé...?

—El mecanismo del resentimiento es más cruel que el cianuro, un veneno que se instila en las venas y nunca, nunca sale —aclaró Filakos en un florido lenguaje, digno de su tocayo Aristóteles de Estagira—. El resentido odia a su benefactor más que a nadie. Es un odio mortal, puro, salido de las mismas raíces del infierno. La cercanía a su benefactor le proporciona un conocimiento perfecto de las teclas que hay que tocar para causar una auténtica sinfonía de dolor.

—¿Amantes, hijas, nietas…?

—¡Opa!, pobres mujeres, con la misma flema con que dispara a un mono, el Teutón se deshace de ellas cuando se hacen viejas e improductivas, aunque a algunas las conserva un tiempo como criadas. Peor se lo toma cuando se ponen debajo de las alas de otro gallo. A una famosa gawazi…  Salima o Salma o algo así… la obligó a latigazos a rescatar una gallina que picoteaba en las vías del tren. La gallina se salvó, si me entiende usted lo que quiero decir… Usted lo ha visto disparar: tiene a flor de labios esa risita estreñida de los que matan mujeres sin compasión.

—Pero está muy enfermo. Le gotea la nariz.

—Si solo fuera gotear… Guarde las distancias: escupe trozos de pulmón y dientes como perdigones. La historia es curiosa —Gipini adelantó una oreja para escuchar mejor—: el hombre tenía un Firmán del kedive y eso le daba derecho a no ser importunado por el Service en sus excavaciones. Cuando Latour comenzó a retirar arena del Mausoleo de las Vacas, el prusiano alegó haber encontrado una pequeña esfinge en el lugar y que tenía derecho a una parte del botín. De allí, no se movería. Y poco faltó para que permaneciera eternamente inmóvil, no me refiero a los cuatro disparos intercambiados. El día que Latour abrió “a la dinamita” la descomunal bóveda, el Von fue el primero en colarse por el agujero, abrazándose al sepulcro bovino más gordo que encontró. 80 toneladas. Los de afuera quedaron aterrorizados, sin atreverse a entrar. Una gran columna de gas azulenco había empezado a salir del orificio y no paró hasta el cabo de cinco o seis horas: eran las emanaciones de la carne bovina pudriéndose a lo largo de tres mil años. El loco prusiano lo absorbió todo en primera persona. Desde entonces escupe trozos de pulmón, dientes, cuajarones de sangre. Una enfermedad rara, quizá única. Companyo le dio cuatro o cinco días, pero ingresa periódicamente en nuestro moderno hospital de El Cairo y, al poco, sale, si no curado, sí con fuerzas para añadir otra gawazi a su cuadra o seguir sacándole jugo su Firmán.

Entre copa y copa de alguna cosa, Gipini aprendió la mecánica de los firmanes privados. Estas licencias de excavación se sustentaban en la argucia de que eran anteriores a 1860, fecha en que se atribuyó el Service des Antiquités a Francia y dejó de ser legal el tráfico de antigüedades (excepto para los franceses). Los privados con autorización podían causar auténticos cataclismos. Uno de ellos arrasó treinta kilómetros de riberas del Nilo para obtener medio millón de momias. Estas, se usaban para la industria azucarera, en concreto para teñir de blanco el azúcar obtenido de la remolacha, además de otras utilidades: combustible ferroviario, tinte para papel, medicamentos, embalajes, destilación de espirituosos... La industria de los muertos secos se convirtió en la puntera de Egipto, un país cuyo suelo se sustenta sobre cientos de capas de momias naturales o artificiales: la arena seca impide la putrefacción. Un cálculo aproximado debido a Londesborough sitúa el número de muertos, ya beneficiados industrialmente entre Europa y Nueva Inglaterra, en trescientos cincuenta millones, incluidos varios miles de patas de palo; y las reservas, en más de quinientos, hablo de millones de cadáveres.

—¡Camarero! —interrumpió la voz alta pero autocontrolada del barón—. ¿Has dado caza a ese pavo? Mientras siga tan esquivo necesitaré otro par de botellas de Chateau-Margaux. A menos que a partir de ahora solo sirvas a ese francés que tienes a tu vera.

El profesor del Collège se volvió con estudiada lentitud en dirección a la mesa de Below. Le invadió la sospecha de si sería mutuo el interés que sentía por el alemán.

—Pero si ese francés tan, tan, tan importante acepta sentarse conmigo, tal vez podamos compartir camarero y servicio ¿Eh, monsieur? Prusia estará encantada de volver a medir sus armas con Francia... dialécticas se entiende.

—Si no me engañan mis oídos, capto en sus palabras una desagradable alusión a la Derrota. Explíquese.

—Oh, pero si yo le debo todo a Francia. Von Below, barón. ¿Y usted?

—Gastón-Camille-Charles Gipini, varón. Bien, si afirma que se lo debe todo a Francia... me sentaré con usted —cogió el paraguas-sombrilla y los guantes y los colocó en un asiento junto a la mesa del alemán. Estrechó su mano y tan pronto se sentó las potencias de su alma iniciaron de nuevo aquella molesta dialéctica:

“Aquí se me ofrece una Ventana de Oportunidad. Habrá que halagar a este alemán (con la nariz tapada), para que me presente a esa Venus que ampara bajo de sus alas. En circunstancias normales jamás lo haría, yo que luché contra ellos en Sedán. Pero lo necesito para conocer a esa Diana que ha tenido la osadía de revolverme las entrañas. El caso es que esos ojos chispeantes ¿cómo eran? ¿Color avellana? ¿Caramelo? ¡No puedo dejar de pensar en ello, merde, merde, merde!”

“¡Maldito primate! ¡El simio más salaz! Mira por dónde nos ha salido, todo un profesor del Collège. Ahora queremos saber cómo son esos ojillos... ¡Estúpido! ¿Y para esa investigación oftalmológica te vas a poner en manos del enemigo? Apura la vergüenza: la tendrás hasta la hez. ¿Qué importancia puede tener el color de unos malditos ojos?”

Para cortar el curso de sus pensamientos se obligó a hacer algo: estiró las perneras del pantalón. Odiaba sentarse en una silla, a él le iba mejor la pose repantingada de un triclinio. Pero Gipini no había venido a descansar. El alemán lo recibió con una sonrisa de labios que no se extendió a los ojos, los cuales permanecieron inquisitivos y atentos.

—¡Por fin! ¡Estaba esperando que el Louvre se pusiera en contacto, herr Gipini! Llegué a pensar si se avergonzarían de mí.

—Estoy al tanto —dijo el francés— de que a veces no queda más remedio que pagar a los privados. Latour se me quejó de que las aldeas sujetas a conscripción solo entregan niños al Service y que “se hace insoportable retirar la arena a cucharadas”. Mientras ustedes, por unos pocos cobres, ponen a sudar a los membrudos fellahs.

—Pelillos a la mar. O sea que el museo del Louvre me envía un emisario. ¡Vaya no esperaba a un comprador serio tan pronto! ¿Podría interponer sus buenos oficios también con el British?

—Un comprador aun no —risa hueca—, solo soy un conservador adjunto.

—A veces tengo buena mercancía, sí. Cuando quiero un dato histórico, no necesito libros; tengo mi propia lista de Faraones arrancada de los muros del templo de Karnak. Almacenada en el puerto de La Valleta. La saqué del país bajo las posaderas de Latour, a quien invité a sentarse encima para tomar el té, jo, jo, jo. Le aseguro que fue una historia muy divertida. Simplemente le diré que escondimos piezas ¡hasta debajo de los miriñaques de las señoras, ja, ja, ja!

Miriñaques. A Gipini se le encendió una luz. Resopló, como si le hastiaran esas bravuconerías germánicas (pero los trabajos en los que estaba embarcado le obligasen a ser paciente). Dijo:

—Ahora se lleva más corto, sí. Un ligero polisón para levantar el vestido y...  ¡Se me acaba de ocurrir una pregunta relacionada con vestidos!

—¿Sabe usted de vestidos?

—Estuve en el mundo de la moda. En Coventry

—¿Una pregunta acerca de qué?

—Hace unos días le he visto en el boulevard de Bulaq, muy cerca del Museo. Como es lógico no le saludé: aun no habíamos sido presentados. Me pareció... ¡Oh, no es una tontería!

—¿Le pareció?

—Me pareció que estaba acompañado de una joven manchada de sangre y que usted había utilizado una pequeña arma que llevaba en el bolsillo, ignoro por qué orden sucedieron las cosas. La joven llevaba un vestido de seda ocre con polisón, que es a donde iba yo a parar…

—¿Seguro que ha visto algo así? Disimule, nos están vigilando —dijo Below al tiempo que lanzaba una significativa mirada hacia una madurita de mirada estrábica, que, para circular más a gusto, había retirado la placa esmaltada donde decía SOLO CABALLEROS (desarbolando con ello el único espacio del desierto libre de la malevolencia de las hijas de Eva).

—¿Lo dice por esa flacucha de rosa? —dijo Gipini mientras se enderezaba en el asiento—. ¿Quién es?

—Es la maldad personificada; se está fijando en nuestros labios para deducir lo que estamos hablando, que esparcirá por todo El Cairo.

—¿No me va a decir su nombre?

—Madame Reichard —dijo Below—, la mejor modista de la ciudad. Las malas lenguas la conocen por madame Fernández a causa de su excesiva amistad con el anticuario. La que viene detrás, la que parece una estatua de sal, es la hija de lord Duftering, el residente británico.

¡El figurín de las gasas rosas es madame Reichard! Gipini no pudo evitar llevarse la mano a la frente. Aquel nombre le recordaba algo, lo tenía en la punta de la lengua.

—No he venido a su mesa para oír cotilleos, herr Karl —disimuló el francés.

—En concreto ¿qué quiere usted?

—En concreto la versión íntegra de los Textos de la Pirámide y su localización exacta. Tenemos que ayudar a salvar vidas. Ismet Pachá ha advertido que, el que corte esos paneles y los envíe a Malta, no saldrá de Egipto en posición vertical.

Below dio un respingo.

—¿Y si le ofrezco un affaire mejor?

Gipini se puso alerta. No fue más que un cambio en la inflexión de voz del alemán. La palabra affaire se presta a interpretaciones diversas. Decidió extremar la prudencia. Un hombre de su posición debe cuidar las apariencias

—¿Qué me ofrece, qué?

—Padece una preocupante carencia de imaginación. Repase mentalmente el árbol de sus deseos…

—Los Textos de la Pirámide.

—Siempre tengo lo mejor y ustedes... —dijo el barón—. No entiendo esa manía francesa de buscarse problemas.

—Ande y no sea cargante, sé a lo que se refiere. Da la casualidad de que el Louvre ya tiene listas de Faraones de época, dinastía a dinastía —cortó en seco Gipini—. Champollion consiguió una en la isla de Filae. Latour otra, la tabla de Sakara. El glorioso museo de las orillas del Sena no quiere para nada esas asquerosas tabletas serradas del templo de Karnak que almacena usted en La Valleta. Vamos, los Textos de la Pirámide ¿qué problema hay? Para que vea que soy flexible: reconozco que existe un segundo campo de colaboración, de no menor importancia. Si esos Textos nos muestran a los antiguos egipcios en todo su esplendor, deberemos relacionarlos con los modernos, para establecer las debidas comparaciones: medidas craneales, correlación de miembros superiores e inferiores, precocidad de la menstruación… La moderna antropología prescribe el estudio de los primitivos actuales como medio de llegar al conocimiento de los pretéritos.

—Para ser exactos ¿hablamos de egipcios o egipcias, monsieur Gipini?

—¡Egipcias! ¿Por qué no pupilas? ¿De verdad cree que me he venido nada menos que de París para buscarlas ¡precisamente aquí!?

—Oiga profesor, podemos dejar esto en claro. Gastón… ¿puedo llamarle Gastón? —Un guiño del alemán desarboló del todo al profesor—. Me gustaría saber cuan primitivas son las criaturas de las que estamos hablando. ¿Hatsepsut, Cleopatra o algo más reciente?

—Sin que esto salga de aquí, no tendría inconveniente en confesarle que necesito una entrevista con su joven amiguita. Naturalmente, ¡quede claro!, mi único interés está en el estudio científico de cierto detalle físico peculiar.

El alemán compuso rápidamente un rostro severo, echándose atrás en el asiento. Una competente representación de la comedia del mojigato… encarece el precio.

El francés cambió de táctica:

—Es que me recuerda a mi pobre mujer.

“¡Que mentira más gorda!” Había enviudado de Emma hace tres, tras dos años de matrimonio. Era una mujer literata y bella, la musa del poeta Verlaine. Pero, ciertamente, una belleza como de porcelana, nada que ver con esa mirada chispeante y acaramelada que le estaba incendiando los higadillos, a puro fuego.

—Mis condolencias, pero me veo obligado a señalar que la persona por quien se interesa no se deja auscultar gratis. Gasta sumas colosales en la modista; un numero seguido de muchos ceros que soy incapaz de sufragar. No todos los científicos y arqueólogos que pululan por aquí están a la altura, su cartera, se entiende,

—Esta misma noche tengo que quedar tranquilo sobre el tema, varón.

—Esta noche no. Si le damos el plantón a Vulcano ahora mismo, seríamos la comidilla de toda la colonia. Podemos ver de arreglarlo mañana, a las doce. Donde el paseo ¿está alojado en el Hotel del Oriente, verdad? Comprendo, no se disculpe, usted es un gentlemen, pero no ha conseguido cama en el Shepeard. Siga río abajo, hasta el catalejo de bronce. Meta el penique. Mire al Nilo.

 

—¿Dónde van, donde van? —preguntó Gipini alarmado al ver que todos abandonaban a la carrera el fumoir, como si estuviesen atacando ahora mismo las hordas del Mahdi.

—¿Y era usted el que se quedaba para hacer turismo? —se apiadó Petit—. ¿No ve usted que el sol está cayendo como una bola roja sobre las pirámides? ¡Vulcano se prepara para hacer su orto!

Subieron a la plataforma que suele coronar este tipo de tumbas (mastabas); en cuanto a los residentes de menos relevancia como los choferes y las damas de compañía, se les había acomodado en un corralillo muy digno. Para los más entusiastas se habían previsto unas gradas, pero allí no servían copas. El globo solar estaba a punto de empalarse urgentemente en la pirámide de Keops sin esperar a que todo el mundo tuviera su asiento y su pipa de hachís. ¡Qué modales! Uf, al menos Petit le había reservado un sillón de mimbre en la zona más estable.

—Aquí, aquí, Director. El lazo de seda es inglés ¿no es cierto?

—Coventry, of course. ¿Cómo sabe que es seda inglesa?

—Cuando la costurera venía a casa a poner alfileres en el cuerpo de mi madre, para mí era una fiesta. Me fascinaba el puzle de patrones de que salía una prenda, el nacimiento de una indumentaria. Siempre me fascinó el encanto que tiene la Alta Costura, un concepto que estimo superior a la simple belleza. Lo sé, eso es todo.

 

En la terraza reinaba la mayor animación: pululaba por allí la créme de la créme con sombreros y cascos de paja, trajes de franela blanca y calzado amarillo. En la base desértica de la mole (que no desmerece a las pirámides, pero sin punta) aguardaban grupos de borriqueros, encantadores de serpientes, saltimbanquis, etc. Más allá el sol hacía su show lo mejor que podía. Vulcano, por su parte, aún no había conseguido superar el trauma de su inexistencia; pero no cabía descartar el milagro.

—Gracias Petit, pero no hay razón para que se moleste tanto por un probo visitante.

—¿Cómo no me voy a desvelar por el futuro de Francia? ¡Mi última esperanza! ¡Estoy que exploto! Somos arqueólogos, tenemos el mayor Descubrimiento de todos los tiempos en el bolsillo y he aquí que está al mando un muerto-viviente ¡que recibe en bata de casa! Tome el mando, ande, coja las riendas.  Descubra, dé titulares a la prensa. Usted sabe que es la forma de que las palmas de académico adornen su bocamanga por la vía rápida.

—Hable más bajo o nos escuchará hasta Vulcano. En resumidas cuentas ¿qué sabe y no me dice claro?

—Se me ha clasificado en la categoría de los irrelevantes, pero aspiro a merecer su consideración como un arqueólogo capacitado para entender el jugo de un hallazgo. Entre nosotros no debe haber secretos.

 

Las palabras fueron saliendo de sus labios en cascada, pero había un tema repetido como la obertura de una Ópera: Las pirámides hablan. A medida que las escuchaba, Gipini fue racionalizando el discurso del oscuro bachiller, que por otra parte coincidía con sus premoniciones. No es que, en el interior de cierta pirámide, Latour hubiese encontrado un papiro, una madera escrita, ni un sarcófago, ni jeroglíficos grabados en la piel de cualquier animal. No. Petit había puesto esa entonación como de te-voy-a-contar-un-cuento y dijo que algunas pirámides –o al menos una- hablaban. No se trataba de una metáfora, sino de la realidad.  Hasta hoy jamás se había encontrado un solo mensaje grabado en las cámaras de las pirámides. Ni un mal jeroglífico. El texto, (si mal no había entendido Petit durante el coma diabético de su jefe) estaban inscrito en una brillante cuarcita azul pálido sobre las paredes internas de la propia pirámide. Nada de papiros: la propia pirámide contaba a los humanos cuál era su utilidad, mediante sencillas instrucciones grabadas en su misma materia. Había, también, una parte mala.

—¿No me va a preguntar usted donde está esa pirámide?

—¿Dónde está esa pirámide? —inquirió en el acto Gipini.

—Ese es el problema —había sido la respuesta de Petit.

Explicó que Latour se pasaba las horas muertas en una casita para refresco de viajeros, cerca de las pirámides de Gizá: la Rest House. Por fuerza tenía que ser por allí; pero cada grano de arena de desierto había sido tamizado por los servicios secretos de media docena de potencias. Allí no había nada, pero tenía que haber algo grande, muy grande, enorme. Cada pieza de mobiliario de la casita se desarmó y armó tres veces. Y nada. La pirámide tenía que estar escondida allí por el sencillo motivo de que el Director, que había exportado a hurtadillas fragmentos de los textos caníbales, no había ido a ningún otro sitio, excepto para dormir o convalecer en su domicilio, junto al Museo (casa de la Veranda).

 Pero, el que siguiera los métodos trillados, por fuerza fracasaría allí donde ejércitos de agentes consulares ya lo habían intentado; y si un emisario del presidente francés hubiera perdido su barco, solo para hacer lo mismo que esa chusma, sin duda nos hallaríamos ante un rematado idiota. Sin embargo ¿porque tendría ÉL que seguir las rutinas de los seres vulgares? Un elegido de los dioses no tiene paciencia para tales jueguecitos; los que son como él rompen el nudo gordiano con un seco tajo de espada. De todos modos, Gastón no iba a abandonar el Misr sin permitirse su pizca de jueguecito. Él no se cree del todo que los Textos de la Pirámide sean el único negocio que le ha retenido en El Cairo. Algo habrán tenido que ver unos ojos color canela ¿o no?

 

—Deduzco que ya estaba de vuelta, en términos generales, del affaire de la pirámide parlante. Ahora me gustaría saber exactamente qué piensa hacer  —interrumpió Petit sus reflexiones.

—Convenceré al Mamur con amor, paciencia y caridad de que nos necesitamos. El tiempo que haga falta: cuatro días, una semana. Luego marcharé a París con nuevos calcos sacados por mi mano, traduciré los jeroglíficos con unas garantías que solo puedo yo dar. Juro que el nombre de Latour resaltará a la cubierta del libro. Dentro de cinco, diez siglos, ahí estará.

—Deduzco que el suyo también. Más pequeño, igual, o incluso más grande.

—¿Qué mejor para su gloria que la certeza de la mía? La historia es una continuidad. No hay Cesar sin Alejandro. Mi obra, que será la consumación de la ciencia Egiptológica, no podrá menos que cantar al precursor.

—No consentirá, ji, ji, ji —rio a lo conejo el bachiller—. No le soltará ni un solo jeroglífico.

—¿No se da cuenta que eso que dice es absurdo? El me necesita, yo le necesito, somos franceses, patriotas. Apenas necesito un poco de tiempo para explicárselo. ¿Cómo va a renunciar a su única y última oportunidad?

—Ji, ji, ji.

 

Piehl, el gigante sueco, que había conectado la oreja por si caía algo interesante, se rascó la requemada frente, y remachó:

—No tiene ni idea, ni idea, de con qué clase de elemento ¡perdón, de eminencia! se ha topado, Gipini. Cuando Latour descubrió el Mausoleo de las Vacas Sagradas, todo el mundo quiso participar en un descubrimiento científico que en buena lógica era de la humanidad. Tischendorf le pedía una memoria del descubrimiento, Lepsius la colección de los cartouches encontrados, Gumbach (“un tal Señor Gumbach”, como el propio Latour dijo), la copia de todos los textos y un plano del panteón. Yo mismo le tengo escuchado algo así:

“—Ten por seguro que tan pronto abra la boca será como si diera una patada en un hormiguero. Se van a precipitar sobre mi letra, espulgar cada línea, hacer mil comentarios sobre las reseñas que yo había dado.

“¿Es ese hombre para compartir un descubrimiento? Rotundamente no —concluyó Piehl, que añadió—: Ha encontrado ese Texto Caníbal en una de esas pirámides que se hunden de punta en el desierto y que nadie podrá encontrar jamás porque el desierto es infinito. Es difícil creer en las pirámides hacia abajo, muy poca gente las ha visto. Se llevará el secreto a la tumba, se lo llevará, vaya que sí.

Gipini apuró de un trago otra copa de coñac nilótico.

—Yo soy Francia. Conmigo no se negará.   

—Desengáñese profesor —le dijo Petit al tiempo que le palmeaba la espalda—. Latour es como esos dogos escoceses que mueren, pero no abren el bocado. Dumichen, profesor de Estrasburgo, calcó a hurtadillas la Tabla de Abydos con una preciosa lista de 76 faraones anteriores a Seti I y los publicó en la Revista Egiptológica Prusiana. Entonces Latour encargó a Desjardins en Le Moniteur un artículo tan racista y anti alemán que a poco nos cuesta una nueva guerra. El propio conservador del Louvre, Chabas, tuvo que reprender a Latour por reiterada “no comunicación de material científico”. ¿Va a torcer su mano? ¿Con que autoridad, con que tribunales podrá amenazarle? Llegó al extremo de instalar en el propio Bulaq un taller de litografía para evitar las filtraciones.

—Ustedes no conocen con quien... —¿Qué iba a decir?— Quiero decir que yo... distinto... otro barro... Collège de France... Me comeré tus piernas e iré saboreando tus muslos —Pero ¡que atrocidades son estas!—. Camarero, será usted ejecutado al amanecer.

—¿En su París tienen unas puestas de sol así? —preguntó una medusa de brillantes tentáculos como gasas rosáceas, extraída por algún perverso del mar, y a quien, curiosamente, los demás llamaban madame Reichard.

¡Nom de Dieu, no tan curiosamente!

Gipini se sintió traspasado por una centella. Había recordado algo. El nombre de Reichard era el que firmaba el lazo de su amada. Se despejó lo suficiente para preguntar.

—Quería preguntarle... que-quería preguntarle... la madame de ojos de canela...

—Me debe miles —contestó irritada—. Me los debe y punto.

—¿A qué se refiere?

—¿Le parece bien que esa demimondaine —Si fuera un caballero la desafiaría por tratarla así— vista como la reina Victoria y las facturas siempre queden pendientes de una nueva remesa de París? Acabaré dando un puñetazo encima de la mesa y contándolo todo. No, usted, no, no le he pedido que dé puñetazos a la mesa ¡Borracho! ¡No está en condiciones de dirigirse a una señora!

 

Cuando se apagaron los fulgores del ocaso una brillante sesión de fuegos de artificio iluminó los aires. Sonaron tres petardazos: era el final. En ese momento se dio cuenta de su estúpido error, de su vana presunción. En el aire de la noche se elevó una esfera anaranjada, acompañada del ruido de sillas de la gente que se ponía de pie para ver mejor, al tiempo que gritaba maravillada: ¡Vulcano! ¡Vulcano! A medida que se elevaba en el cielo, Vulcano, Vulcano, el neoplaneta fue desvelando los misteriosos signos que adornaban su corteza. La línea ecuatorial aparecía rodeada por un cartel, que decía: AMIGO DEL SHEPEARD. El hemisferio Norte tenía pintado un Ramsés borrachín bailando la polka con Hapsesut, a la que el polisón magnificaba el trasero. Cuando volvió los ojos hacía Filakos, vio que este sonreía encantando con la chanza. ¿No era mil veces mejor un globo aerostático disfrazado de planeta chungo que los estúpidos bailes de máscaras con que antes remataban los cruceros del Nilo?

De repente desapareció. No, Vulcano aún no había desaparecido; quien hizo mutis por el foro fue... ¡la Tierra! La cabeza de Gipini se abatió contra la mesa; sonó como un tambor. Invadieron su mente, de nuevo, un sinfín de puntitos negros. Lo último que escuchó fue: “Está como una cuba”.