El hombro ya me permite navegar, pero lo más que llego es al territorio de los arroases. Las ballenas deben esperar |
SUMARIO
1.-PODER TESTATORIO PARA ELEGIR HEREDERO ENTRE SOBRINOS
Se trata de un matrimonio gallego sin hijos, pero si tres sobrinos. Su preocupación es que desean ser atendidos por uno de ellos cuando los achaques aparezcan, al que están dispuestos a premiar con la integridad de su herencia (2 pisos y un fondo de inversión). Como la prueba de ello solo se tendrá al final de la vida del último de los dos, se inclinaría por nombrarse “comisarios” recíprocamente, pudiendo el superviviente repartir a su conveniencia el caudal hereditario, es decir adjudicándolo al sobrino cumplidor. El caso es que alguien les ha dicho que esa posibilidad de reparto por el “comisario” solo existe si los herederos son hijos o descendientes. ¿Es así?
P.D.-En cualquier caso desean que el viudo/a conserve la posibilidad de disponer de los bienes mientras viva.
RESPUESTA.-Creo que vuestros temores son ciertos. En efecto, la cláusula de “comisario” establecida, sea en capitulaciones, sea en testamento, sólo faculta al cónyuge sobreviviente para designar heredero etc. “entre los hijos o descendientes comunes” (art. 197).
Pero veo que tenéis la sana costumbre de no leerme demasiado, caso contrario habríais leído que existe en nuestro derecho una figura similar que no discrimina a cónyuges de tíos ni exige ningún tipo de parentesco:
nombrando “testamentero” al cónyuge viudo se consigue que éste ostente el poder de designar heredero de ambas herencias (del premuerto y del superviviente) a quien tenga a bien, de una forma similar al “poder testatorio” o el “alkar poderoso” de otras legislaciones. El testamentero nombrará heredero a quien haya cuidado al testador, pero esa elección es omnímoda, sin necesidad de presentar ninguna prueba; y puede basarse en criterios tan inmateriales como el mayor o menor “afecto” al causante (arts. 203.2, 148.1 –el afecto-, etc).
En el caso que consultáis la institución debe ser “fideicomisaria de residuo”, al objeto de que el viudo/a pueda vender. Y parece que lo candidatos a elegibles como herederos deben restringirse a los tres sobrinos. Ah, y no olvidéis señalar plazo al testamentero, que en este supuesto, entiendo, debe ser el de “toda su vida”.
Navegando, navegando se llega a parajes mágicos (O Hio) |
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-5-
Bencomo de Taoro
Los conciertos de Alonso de Lugo con aventureros para
ir a la conquista de Tenerife se venían firmando desde agosto de 1492 y a veces
se generaban tumultos por parte de aquellos que temían quedar fuera. No vemos a
Sebastián pegando empujones en la cola de la bandera de recluta: La señora había
coincidido hace nada en la corte con Lugo, al que los Reyes habían comisionado en
2 de febrero para la empresa de la humilde isla de La Palma: una especie de ensayo
general con todo en vista al gran objetivo: Tenerife. También coincidiría Beatriz
cerca de los reyes con Colón, pero entre una empresa de beneficio asegurado, esclavos,
tierras y ganados, y una singladura rumbo al Paraíso terrenal, la señora tendría
muy claro donde iba a enviar a sus capitanes. Tenemos constancia de la presencia
en el cuerpo expedicionario de al menos dos de los miembros de la troika militar
gomera, Antonio de la Peña y Sebastián de Ocampo. En cuanto a Alonso de Ocampo,
parece que ya por entonces empezó a aflorar en él el animal político que llevaba
dentro, y se quedó en casa.
Lugo plantó en Sevilla cuatro banderas de recluta y atrajo
a sus parientes, amigos, y banqueros a buen interés, que se frotaban las manos
ante lo seguro del negocio. Publicó simultáneamente el bando en las islas; si algo
distingue estos enrolamientos es la gran cantidad de los que, por no saber
firmar, lo hacen con una cruz. Algo muy significativo, porque los veteranos de
Granada e Italia, al menos habían aprendido a escribir su nombre: esta será una
tropa de aprendices de conquistador. Habrá que afrontar las consecuencias. Los
contratos de alistamiento se fueron acumulando en los protocolos de los notarios:
1492, agosto 20. Concierto de varios vecinos con Alonso
Fernández de Lugo para ir a la conquista de La Palma y de Tenerife.
Otorgan: Pedro de Cales e Johan de Medina e Andrés Sánchez
e Pedro de La Gomera e Juan de Sevilla, e Marcos e Pedro de Moguer, etc., canarios
de La Gomera… que hacen pleito y postura con el capitán Alonso de Lugo, vecino
de esta ciudad en la colación de San Román, que está presente, en tal manera
que ellos se han obligado y se obligan de ir a servir por peones lanceros, con sus
dardos y espadas, en la conquista que el Rey y la Reina nuestros señores han mandado
hacer a los canarios de las islas de La Palma y Tenerife…1
Observamos que Lugo está presente en el otorgamiento;
de los demás, no se dice. Uno de ellos, Pedro de Gomera, huele a Docampo aunque
suele preferir para enrolamientos el Pedro Gallego. ¿Es un alarde de orgullo
gomero? En los estadillos de la llamada “segunda entrada” aparece como el capitán
Sebastián de Ocampo y veremos como esta tropa estará constituida por los supervivientes
de la primera, más las compañías de Estopiñán y Maldonado. Viera también resalta
entre los capitanes destacados al comilitón gomero Alonso de la Peña que para
este caso —él o el escribano— también ha preferido olvidar el nombre de Antonio
con el que había entrado en combate contra Hautacuperche. Alguien debería
abofetearlos por hacer tantas travesuras con el nombre.
La jornada de La Palma arrancó en septiembre del noventa
y dos como una seda, con los menceyes sometiéndose por las buenas ya a pie de
playa. Como si con Lugo eso bastase para no ser vendido. A las pocas semanas, se
acabará el aburrimiento. Tanausú, el régulo más notorio de la isla, se aferró a
un improbable patriotismo palmero y se enrocó con su gente en uno de aquellos
gélidos riscos del volcán de Taburiente. De noche se produjo una tragedia terrible:
viejos, mujeres y niños murieron de frío; a Lugo ya no le salían las cuentas pues
contaba con los dos últimos grupos para hacer frente a los préstamos (como
comprobaremos por la campaña de Tenerife, los banqueros aceptaban cobrar en
piezas humanas). Lugo concertó una entrevista en Aridane para arreglar las
cosas y Tanausú, a pesar de sus dudas, aceptó el salvoconducto. Si conociera a Lugo
no habría tenido dudas, sino seguridades. A las primeras de cambió lo apresó,
lo aherrojó y lo metió en un barco para exhibirlo enjaulado en la península e incrementar
su crédito con los acreedores genoveses del préstamo sindicado: los Angelate,
Viña, Blanco y Palomar. La jugada le salió mal porque Tanausú era de esos que
desean ser recordados como héroes y se dejó morir de hambre a bordo. En fin, sojuzgada
la isla en pocos meses y vestidos sus principales con ropas cristianas, habrá un
postrer intento de rebelión, para el que se bastará un tal Talavera con solo
treinta hombres: eso hace pensar que la Bobadilla no habría enviado todavía sus
capitanes a esta campaña, poco más que una trifulca de puerto; bastante tenía en
Gomera. Lo de Tenerife será distinto. Los cristianos van a estar muy lejos de
la victoria; tan lejos de eso, como que van a sufrir una anonadante derrota.
Una de esas hazañosas victorias de aborígenes contra tropas profesionales, como
Teotoburgo, La Noche Triste o la aniquilación del Séptimo de Caballería de las
que la humanidad guardará memoria durante milenios.
Las fechas a menudo hacen indigerible un relato pero en
este caso es necesario establecerlas, porque se superpone otro acontecimiento relevante:
Colón, que pasea su triunfo en 17 naves frente al palacio gomero de la Bobadilla.
El segundo viaje colombino cae en 12 de octubre de 1493 como un bocadillo entre
las dos fechas que se dan para el desembarco en Tenerife: La de Abreu 2, 3 de mayo de 1493; y la de Rumeu 3,
mayo de 1494. La prueba que da este último es más convincente. Cuando, ya en 1502,
Lugo recompensa con una data de tierras al contino Maldonado, manda escribir
esto al notario:
Por cuanto vos…fuisteis conquistador de Tenerife, desde
el día que se comenzó, que fue el año noventa y cuatro, hasta el día que se acabó,
que fue el año de noventa y seis 4.
Maldonado empezará a cobrar su sueldo de conquistador en
15 de abril de 1.494. O sea que Docampo pudo muy bien haberle dicho adiós con la
mano a Colón o incluso agitar el sombrero en la lontananza, pero no embarcarse
con él en el segundo viaje, como pretende Las Casas, porque se le concederá una
data exactamente igual a la de Maldonado y por el mismo motivo: combatir a lo
largo de toda la campaña de Tenerife:
Do a vos Sebastián de Ocampo, conquistador que fuestes
en la conquista de Tenerife e a Rodrigo Mexía de Trillo, criados de sus altezas,
20 fanegas de tierra… 5
Hay algo que debemos anticipar aquí: la contienda de Tenerife
tendrá una doble cara. La primera campaña (1494) acabará en el más espectacular
desastre colonial que conocerán las huestes conquistadoras hispánicas en toda
la historia, muy por encima de La noche triste o la aniquilación de Fuerte
Navidad. Los expedicionarios serán exterminados, sobreviviendo apenas
ciento dieciocho del millar y medio de hombres que había desembarcado. El hecho
será conocido como La Matanza de Acentejo y el nombre de una población
canaria aun lo recuerda. En la segunda campaña (1495-96) se contratarán tropas
profesionales al mando de Estopiñán, y el que va a desaparecer de la faz de la
Tierra será el pueblo guanche. Pasará a la historia como La Victoria de
Acentejo. Los supervivientes de La Matanza, grupo al que pertenece Docampo,
serán el alma de la segunda campaña:
Lugo no logra enrolar en Canaria para la segunda entrada
más que a los restos de la primera con excepción de Bartolomé Benítez. Las listas
de Viana, quitadas las fuerzas del duque de Medina Sidonia (760 hombres que se
incorporaron después) y la compañía facilitada por el gobernador Maldonado (100
tropas), alcanzan sólo a 118 hombres, 58 jinetes, 54 peones y 6 jefes 6.
Como otros históricos de la conquista y la derrota,
especie de lacedemonios de las Termópilas, Campo será premiado no solo con generosas
datas de territorio, sino con la denominación de Conquistador de Tenerife,
nombre que Lugo no aplicará a los refuerzos de 1495. Por ejemplo, Mexía no
aparece en las datas como conquistador; sin embargo, el poeta Viana lo cita en
sus listas de la 2ª campaña 7. Naturalmente esa fuente
poética no es infalible y, en cuanto a la biografía que nos interesa, multiplica
los Ocampos en campaña cuando, como en el capítulo siguiente se verá en pleno combate,
el único que consta en los estadillos es Sebastián. Dice aludiendo a la terminación
de la campaña:
Fue poblada la isla en breve tiempo
De ilustres y famosos personajes
(…)
Ascanios, Borges, Céspedes, Ocampos… 8
Desde luego Alonso Docampo no participó en ninguna de
las dos campañas de Tenerife, primero, porque no aparece en los enrolamientos;
y segundo y más importante, porque lo habría hecho gratis. Nada reparte Lugo al
querido primo y eso de no cobrar ni un maravedí, sí que es imposible en semejante
personaje.
Alonso de Lugo en su juicio de residencia nos dirá de
sí que “afletó muchos navíos que serían treinta y dos o treinta y tres”, los cuales,
según su usurera costumbre, como primera medida amainaron velas y se quedaron al
pairo, sumergidos en la calima costera de origen térmico que suele rodear la isla
de Tenerife al anochecer. No es que tuviera miedo de los infieles; sencillamente
antes de conquistar almas para el Cielo, había que hacer caja con un par de centenares
esos paganos. Los intereses del préstamo sindicado podían superar el 4%, mensual
por supuesto. Naturalmente Alonso de Lugo era un genio de la contabilidad y un
burro de la milicia. Su acto puso en pie de guerra la isla. Toda esa astucia
tendría que haber ido a la ciencia militar: hasta un paje sabe la importancia del
efecto sorpresa.
De noche los bergantines fueron embarrancados entre
susurros, tan en lo oscuro, que la nao Garrida se deshizo en tablones contra un
peñasco. Rastreando las cuevas habituales se consiguieron ciento cuarenta piezas,
rápidamente embarcadas hacia los mercados del Sur; pero el secreto estaba
arruinado ante tantos ayes lastimeros rasgando el silencio de la noche. Para colmo,
140 tampoco bastaban a pagar los créditos de los genoveses. Terminada la parte
extraoficial, la flota rodeó la isla y desembarcó en el llano de Añazo, ya sólo
con los estrictos santos fines de lucha contra el infiel. Serían más de mil soldados
y ciento veinte de a caballo 9, una expedición fastuosa
para un combate trivial contra indígenas: a Cortés o Pizarro les bastarán un par
de cientos para derrotar ejércitos de 40 o 50.000 mexicas o incas. Dirá dentro
de unos años Shakespeare que Cesar y el peligro eran dos leones paridos el mismo
día, pero que Cesar era el más terrible: lo que pasa es que Lugo no era ningún
león, imposible, ni siquiera era un gato.
El lugar de desembarco, Puerto Caballos, era una de
esas playitas archiconocidas como punto habitual de fondeo de las cabalgadas.
Sucedió un 3 de mayo de 1494, fiesta de la Santa Cruz. Es una fecha bonita, que
da un toque de prestigio a toda una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, y origen a
una hermosa fiesta de mayo en que cada barrio engalana con flores su propia
Cruz; una idea con clase en la que no hay ni un átomo de verdad. Si así fuera,
el cuerpo expedicionario habría estado combatiendo al día siguiente, aun con las
vomitonas del mareo en la garganta. Entre nosotros, hablando en serio y teniendo
en cuenta las referencias históricas, el desembarco tuvo lugar entre diciembre de
1493 y enero de 1494.
Si (la conquista) acabó en mayo de 1496 (el 15 Lugo
viajará a la corte en Almazán de Soria) y la Reformación (del reparto de
tierras conquistadas) dice que tardó “dos años y medio”, tenemos como fecha inicial
el cambio de año, 1493/1494 10.
Pero si queréis que creamos lo de la fiesta de la
Santa Cruz, os prometo que creeremos.
Según la práctica
militar renacentista, los primeros días se dedicarán a la poliorcética, es decir
la excavación de trincheras y el asentamiento de castilletes de madera prefabricados
con mampostería y cascajo, una especialidad de Lugo para asegurar la retaguardia
11. Parecía buscar pelea, pero siempre aseguraba
un punto de evacuación que tenía la rara peculiaridad de ser apenas suficiente
para asegurar el reembarco a los que más rápido huían: los de a caballo. Él y
su guardia de corps. Esta vez entre los de a pie, también habría gente muy rápida.
e desembarcó en esta isla de Tenerife e desembarcó en
el puerto de Santa Cruz e asentó su real e hizo una torre para que mejor se pudiesen
defender…12
Por un momento el tiempo se detuvo mientras Alonso de
Lugo recibía, sentado en su cóncava silla castellana, el homenaje de los indígenas
que iban llegando, sin armas, con la cabeza baja, aun impregnados de olor a
leche de cabra: eran los guanches de los bandos de paces, ya previamente
eximidos de la razia esclavista y que iban a formar los cuerpos auxiliares.
Era como un ritual: estaban tocados desde hace meses por el gobernador Maldonado.
Aquí vino Acaymo, rey de Guimar, y asentó Paz con él,
y más con el rey de Anaga y con el de Adeje, y con el de Abona, de los cuales
se informó Alonso de Lugo, capitán, de las fuerzas que el rey de Taoro, que se
decía Bencomo, tenía. Informado fuese la vuelta donde estaba el rey de Taoro, que
andaba de guerra con los demás reyes de la isla…13
Una constante en las guerras ultramarinas, sea en Canarias,
la isla Española, México o Perú, será el previo chequeo de las fuerzas colaboracionistas.
En este caso serán tan extremadamente fiables que:
fazian lo quel dicho Alonso de Lugo les mandava, e que
acogían en los dichos vandos a nuestras gentes, e les amparaban e defendían, e que
les davan de sus mantenimientos 14.
Afortunadamente para Lugo y Docampo, la construcción
ultrarrápida de fortalezas y el besamanos de fieles era una característica de la
eterna guerra gallega de escaramuzas, por lo que hay que pensar que, hasta aquí,
se sentirían muy cómodos. Por supuesto que ya sabían quién era el enemigo: Bencomo,
rey de Taoro. Y que él y su bando deberían desaparecer de la faz de la tierra.
A las pocas jornadas, subiendo unas leguas por el margen del barranco, tendría
lugar otro acto indispensable para aquellas mentes impregnadas de reminiscencias
romanas, que les recordaría, consciente o inconscientemente la legendaria entrevista
de Escipión y Aníbal antes de la batalla de Zama: el requerimiento al enemigo. Bencomo,
rey de Taoro, que desde una posición defensiva se había acercado ante el tumulto
de sus colegas menceyes, es excitado por Lugo a que deponga su belicosa actitud.
La respuesta, que contiene implícita la pregunta (¿te bautizarás, te vestirás y
someterás al rey de España?), está patentemente manipulada por los historiadores
para resaltar el orgullo del guanche; ahora bien, el hecho en sí debe tener una
base cierta porque más de media docena de cronistas la recogen:
en cuanto a la paz y amistad que pedía, que él la aceptaba,
porque ningún hombre la había de desechar de sí, y que era bien para todos y
que él la admitía de buena voluntad, con tal que se fuesen de su tierra, que él
les daría todo cuanto hubiesen menester, y que no sabía que cosa eran cristianos.
Y a lo que decía de sujetarse al rey de España, que no lo conocía ni sabía quién
era ni pensaba sujetarse a otro hombre como él, que libre había nacido y así lo
pensaba vivir 15.
Oído lo cual, sin más pamplinas, Lugo puso sus fuerzas
en orden de batalla. Entre los capitanes se cruzaron apuestas sobre si este
moreno tan blanco duraría más o menos que Tanausú. Prescindiendo de tropas de
flanqueo, ¡no que fueran moros!, Lugo remontará la ladera del Teide en dirección
a La Orotava desfilando empenachado con todos sus bisoños efectivos, la mayoría
de los cuales lo haría por última vez. Había dejado apenas en reserva unas docenas
de viejos en las trincheras de retaguardia de Añazo y La Laguna 16. A las llamadas a la prudencia respondería algo así como:
¡Zopencos! ¡Estos son salvajes! ¡Para que diantres queréis avanzadillas y
flanqueos! ¿Es que creéis estar en las guerras de Italia? ¡Si no sabéis ni
limpiaros los mocos!
Pero ningún oficial puede avanzar en terreno de un enemigo
cuyas fuerzas decupliquen las suyas, sin cubrir la retirada. Lugo lo hizo. El rey
Bencomo les venía siguiendo los pasos y, en cuanto se acercaron al barranco de
Acentejo, les cortó el avance. Al tiempo, ordenó a su hermano Chimenchia que con
trescientos guanches atacara de flanco desde los altos, para cortar en dos la columna
invasora. La disposición del campo de batalla en un reducido anfiteatro, impedía
la maniobra de la caballería y la infantería. No fue un combate leal, fue una
carnicería:
Cuando advierten que los guanches a su retaguardia vienen
bajando desde la atalaya para cortarles el paso entre los barrancos de Acentejo,
se dan cuenta de que van a ser copados y se prepara una defensa muy dificultosa
por el terreno… Lo escabroso del terreno impide la maniobra de los caballos, superándole
la ligereza de los indígenas, cuya llegada en sucesivas riadas acabó con la
resistencia de las fuerzas de Lugo, que dispersas, fueron fácilmente diezmadas.
Los sodados de Lugo quedan cogidos entre dos frentes y son desbaratados. Salvó un
corto número de combatientes que escaparon con él ayudados por sus caballos, las
demás fuerzas que lograron escapar tienen que bajar hacia la costa de La Matanza,
única salida entre Chimenchia, que bajando de la atalaya ataca de espalda y flanco,
y Bencomo, que venía de frente desde Taoro. En una cueva de Acentejo se refugiaron
unos 30 españoles, devueltos luego por Bencomo. Quedan los 54 hombres del grupo
de Lugo, más los dos equipos de Añazo y La Laguna 17.
Lugo perdió, provisionalmente, su caballo, sustituido por
otro de un tal Benítez El Tuerto; y, definitivamente, la dentadura, de
una pedrada que le estalló la boca. Perdía tanta sangre que su estado mayor debió
sujetarle en sus desmayos. Los soldados, poco pudieron hacer, abrumados por una
lluvia de dardos y pedruscos que les llegaban desde arriba y atrás, mientras de
frente eran machacados por millares bastones y magados. “Todo ello en medio de
una impresionante algarabía de gritos y silbos 18”.
Lugo pensando que aquello era imposible, que no podía pasarle a él, abandonó la
escena y no paró de espolear su caballo prestado hasta que estuvo al abrigo de los
fosos de Santa Cruz de Añazo. Serían los que faltaron más de 600 hombres, aunque
la mayoría de los cronistas se pronuncia por una masacre superior al millar. “Un
documento contemporáneo de notoria veracidad —el registro del sello— valúa los supervivientes
en sesenta caballeros y trescientos peones 19. Restemos
de 150 y 1500 y saldrá una cuenta realista de víctimas aunque los números se
complican si tenemos en cuenta que los estadillos no solían distinguir bajas castellanas
de los auxiliares canarios.
La mayor parte de los hombres que habían desembarcado con
Lugo en Tenerife quedarían en el campo de batalla y no llegarían a 200 los que
escaparon con vida, la mayoría de ellos, malheridos 20.
Viera y Clavijo
cita entre los destacados en la acción a Alonso de la Peña, miembro, con Docampo
y su primo, de la troika gomera. Probablemente malherido, como dijimos; seguramente
Docampo no quedaría menos descalabrado. En una relación de conquistadores a tiempo
completo de Tenerife, con prueba documental y respaldo por parte de los cronistas,
se refiere:
39.-Sebastián de Campo 21.
¿Dónde estaba Campo en esta melee? En una primera fase
es difícil situarlo en medio de aquel revoltijo de carne de personas, de caballos,
de cabras robadas, apretujados en el fondo de un barranco, incapaces de maniobrar,
presos, sudor contra sudor, sangre contra sangre, excremento contra excremento.
Un caos de gritos, chillidos, muerte y desesperación. Una idea del batiburrillo
puede darla el hecho de que la masa de carne corrupta alumbrará, días después,
varios zombis, muertos resucitados a los que no se había matado suficientemente.
En la fase final de la batalla, creo que podemos colocar a Campo en un lugar
poco honroso: cabalgando con Lugo a matacaballo, intentando ganar la seguridad de
la Torre de Añazo. Sabemos que Pedro Benítez de Lugo, sobrino del adelantado,
iba en el grupo que cubría la fuga, lo que es indicio de que fue la parentela
quien salvó la vida de tan incompetente jefe. Mucho nos tememos que en esta
guardia de corps de parientes haya que encuadrar a Sebastián. En total, unos 54
hombres acompañaron a Lugo en su huida.
La participación en esta primera campaña no llenará de
orgullo a sus partícipes. Un par de anécdotas que damos a continuación, refleja
perfectamente las capacidades militares de los guanches de suerte que, el que hayan
sido capaces de exterminar a un ejército moderno, produce una impresión tan penosa
que se hace incomprensible que a Lugo le hayan vuelto a confiar ejércitos.
Sucederá. Y volverán a quedar sus hombres por el suelo.
Retornando al campo de La Matanza, bañado por esa rápida
transición de luces y sombras de los atardeceres canarios, hay que imaginarse
al ejército guanche contando los cadáveres, inclinándose sobre las figuras ensangrentadas,
despedazadas, destripadas, palpándoles la ropa, volteándolos en busca de espadas,
puñales, oro, botones, pan, remiendos, cuchillos, agujas, etcétera, bajo la
atenta vigilancia de Bencomo, su hijo Bencor y su hermano Chimenchia.
Hallaron ciertos guanches una ballesta armada con su
pasador que quedó en el campo con su dueño. Tantas vueltas le dieron que, sin saber
lo que se hacían, apretó uno la llave y, disparando la ballesta, dio con el pasador
a uno de ellos en los pechos y quedó muerto. Arrojaron la ballesta y huyeron.
De ahí en adelante, viendo una ballesta, rodeaban gran trecho para no pasar
delante de ella 22.
La otra anécdota es muy parecida, nos la trae el
cronista religioso Espinosa y quizás sea la misma, mejorada por la inventiva de
un superviviente que no había perdido del todo el sentido del humor:
Los guanches, que ni entendían el artificio como se
tira el pasador y no veían más que el sonido o estrallo que daba la cuerda, tomaban
el pasador o virote (que recogían lanzado por los españoles) y, haciendo aquel
sonido con la boca, arrojaban el virote con la mano hacia los nuestros, pensando
que en el sonido estaba la fuerza 23.
Probablemente falsas o exageradas, sí que reflejan, como
tomadas de fuentes directas, la opinión de los soldados profesionales sobre las
capacidades militares de los isleños. Esta lluvia de pedradas, sin orden ni
concierto, estaba más próxima al neolítico que a la ciencia militar moderna.
Alonso de Lugo cavilará que la causa del desastre pudo
haber estado en la bisoñez de las tropas, buenas sí para cabalgadas, pero que se
arrugaban en presencia de estos guanches tan sorprendentemente bragados. Por
supuesto, no había analizado su propia incompetencia que le arrastrará años más
tarde a otro destrozo todavía peor, durante en una vulgar cabalgada en
Berberia. Lo curioso es que era un hombre que detestaba la derrota, tanto como
la atraía: la revancha no estaba en discusión. Tan pronto terminó la evacuación
de Añazo en junio de 1494 volaron sus velas a la corte donde los reyes le manifestaron
su comprensión inmediata. Aquel gallego les había dado ya dos islas y no había muchos
de esos. Sin contar que el quinto real a base de esclavos era como una mina de
oro. Expidieron cartas de recomendación para las señoras de las islas de Señorío,
Inés Peraza y Beatriz de Bobadilla para que le diesen todo el apoyo posible,
como cosa de nuestro servicio 24.
Las señoras eran patriotas, pero de pago, y pidieron a
Lugo como aval a sus hijos, práctica común en la época. El derecho romano te
permite esclavizarlos si el crédito resultare fallido. Luego, tras suscribir varios
empréstitos más con los genoveses, acudió al vivero donde se crían las tropas que
ganan batallas: los campos de Granada, sembrados de militares de élite tirados
por los suelos, jugando a los dados, vomitando borracheras, ociosos tras la
rendición del sultán. Servirían. Había meditado la segunda campaña mucho mejor que
la primera. Tendría que asegurar el terreno con prudencia. Respetar un poco más
a los bandos de paces. No vender a sus hijos. Centrarse en campos de batalla en
llanura, donde pueda trabajar la caballería. Multiplicar la potencia de fuego.
Arcabucería. Dedicarle a la campaña el tiempo que haga falta, no precipitarse.
Y sobre todo de verdad, lo importante, lo más importante era liquidar a ese tal
Bencomo de Taoro. Aunque quizá se le pudiere sacar rédito paseándolo en una jaula
por las ferias de Castilla. Eran cosas que había que meditar detenidamente.
De la actuación Campo lo que se puede decir es que no
perdió a todos sus hombres, aunque tal vez la mitad sí. La cuenta sale de que
sabemos por los cronistas que en la segunda entrada estuvieron todos los
supervivientes de la primera. Conocemos el número exacto de tropas que envió
Gomera a la revanche (cincuenta) y una compañía de la época estaba formada
por cien hombres, por lo que parece adecuado estimar un porcentaje de bajas del
50%. No es para sentirse orgulloso, pero cabe añadir que entre los salvados debieron
contarse tanto castellanos como naturales gomero-lanzaroteños. Unos 90 canarios
habían conseguido esconderse a la ejecución general ordenada por Bencomo.
Como 90 canarios en una baja dentro de mar, y otros en
una junquera. (Fueron) recogidos después por los barcos fondeados en Añazo 25.
Como los grancanarios traídos por el mencey colaboracionista,
Fernando Guanarteme, eran sólo unos 25 o 30, hay que pensar que algunos de los
restantes pertenecían a la compañía gomera-lanzaroteña. No quedarán abandonados
ni serán vendidos. Lugo regresará a su base de Agaete en Gran Canaria en varios
bajeles, pero, al zarpar de Añazo, la nave de Campo marcará su propio rumbo en
dirección a Gomera. Sabemos la fecha exacta de esta singladura, 14 de mayo de
1494, por un detalle: que ya se había producido el último y crepuscular ataque de
los de Anaga, a la propia Torre. Suponemos que el prudente Alonso recibiría en
el muelle de San Sebastián a su primo con una bronca, por haberse embarcado con
semejante incompetente. Luego, la propia nave seguirá viaje a Valencia por
encargo de Lugo, para vender a 65 capturados de Guimar, que habían empezado la
campaña como bando de paces, pero que, vista la derrota de los cristianos, se
lo habían pensado mejor.
En principio, el adelantado no había tenido claro como
empezar a hacer frente a los empréstitos de los banqueros. Su crédito se había
resquebrajado. Luego, ya sí. Los nativos de Guimar, de piel tirando a blanca,
valían su peso en oro. Si había pensado subastarlos en los estrados de la
catedral de Sevilla, pronto descartó la idea: los bondadosos frailes sevillanos
ya habían liberado más de un cargamento, tras bautizarlo. Mejor, el Levante. El
honorable Alfonso Sanchís recaba en Valencia autorización para negociar la venta
de:
sexanta cinch testes blanques de Tenerif, terra de Canaria,
entre homens e dones, grans e chichs… foren presos en la dita illa de Tenerif,
e foren portats a la dita illa de La Gomera, e de allí sens exir en terra, son
estats portars… per mar a la present ciutat de Valencia 26.
1 Alejandro
CIORANESCU. Documentos del Archivo Notarial de Sevilla referentes a Canarias.
Biblioteca Universitaria, Las Palmas, 2007.
2 Juan ABREU
Y GALINDO. Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria. Imprenta
Isleña. Tenerife, 1818.
3 Antonio RUMEU DE ARMAS. La conquista de Tenerife.
1494-1496. Aula de Cultura de Tenerife. Madrid, 1975.
4 Leopoldo DE
LA ROSA. Comienzo y fin de la campaña de Lugo en Tenerife. 1494-1496. Revista
de Historia. La Laguna, 1946.
5 Elías
SERRA RAFOLS. Las datas de Tenerife. Instituto de Estudios Canarios. La
Laguna-Tenerife, 1978.
6 J. ÁLVAREZ
DELGADO. La conquista de Tenerife. Un reajuste de datos hasta 1496.
ULPGC, digitalización, 2007.
7 Antonio DE
VIANA. Antigüedades de las islas afortunadas de la Gran Canaria. La conquista
de Tenerife y aparecimiento de la imagen de La Candelaria. Sevilla, Bartolomé
Gómez, 1604.
8 Ibidem.
9 José DE
VIERA Y CLAVIJO. Noticias de la historia general de las islas de Canaria.
Imprenta de Blas Román, Madrid, MDCCLXXVI.
10 ÁLVAREZ DELGADO,
ibidem.
11 Antonio
RUMEU DE ARMAS. España en el África Atlántica. Cabildo insular se la
Gran Canaria. Las Palmas, 2018.
12 Mariano
GAMBÍN GARCIA. El juicio de residencia de Lope de Sosa a Alonso de Lugo en
1508. Una visión de conjunto. Revista de Historia Canaria. Abril, 2002.
13 ABREU Y GALINDO,
ibidem.
14 Eduardo
AZNAR VALLEJO. Documentos canarios en el registro del sello (1467-1517).
Instituto de Estudios Canarios. La Laguna (Tenerife), 1981.
15 ABREU Y
GALINDO, ibidem.
16 J. ÁLVAREZ
DELGADO. La conquista de Tenerife (un reajuste de datos hasta 1496). ULPGC.
Biblioteca Universitaria, 2007.
17 Ibidem.
18 VIERA Y
CLAVIJO, ibidem.
19 Antonio
RUMEU DE ARMAS. La conquista de Tenerife. 1494-1496. Aula de Cultura de
Tenerife. Madrid, 1975.
20 Elías SERRA
RAFOLS. Alonso de Lugo, primer colonizador español. Ediciones Idea.
Santa Cruz de Tenerife, 2005.
21 RUMEU DE
ARMAS, ibidem.
22 ÁLVAREZ DELGADO,
ibidem.
23 Fray Alonso DE ESPINOSA. Historia de Nuestra Señora de
la Candelaria. Goya ediciones. Santa Cruz de Tenerife, 1952.
24 SERRA RAFOLS,
ibidem.
25 ÁLVAREZ
DELGADO, ibidem.
26 AZNAR VALLEJO, ibidem.
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