martes, 27 de agosto de 2024

VIVIENDAS DE USO TURÍSTICO

 

ÓPERA EN POIO A UN PASO DE SANXENXO: Maravillosa tarde con la actuación de Montserrat Caballé (hija, ¡cómo recuerda a "máma"!), Luciano Pavarotti (nieta), etc-: Nesum Dorma, Napolitanas y tutti quanti. Cada nueva vez que voy, me sorprendo de lo hermoso que es este templo: con o sin luces led, no hay nada igual.



Son viviendas de uso turístico aquellas que se ceden dos o más veces al año por períodos inferiores a treinta días a cambio de contraprestación económica. Dicho de otro modo, 29 días o menos. Por ejemplo, ceder la vivienda por sendos períodos de 15 días a distintas personas. O primero por dos semanas y luego por tres. Están consideradas como “actividades económicas” y se caracterizan por estar incardinadas en comunidades de vecinos ajenos al negocio  (a diferencia de los “apartamentos turísticos”, que radican en edificios destinados a ello en su totalidad; o lo “pisos turísticos”, que son establecimientos aislados), lo que conlleva una serie de limitaciones por las molestias ocasionadas. En Galicia (cuya comunidad tiene la competencia exclusiva en la materia), las regula la ley 7/2011 y el Decreto 12/2017.

 Los requisitos que permiten la dedicación de una vivienda en comunidad por pisos a “Vivienda de uso turístico”, son:

1.-Autorización de la Comunidad de Vecinos y que no esté prohibido.

*Autorización previa del uso por la comunidad.-A este respecto son importantes la sentencia del Tribunal Supremo de 29/11/2023; otra similar posterior y una nota de prensa de dicho Tribunal al respecto. Se consideran vetados este tipo de negocios en comunidades cuyos Estatutos prohíban las “actividades económicas”. Con lo que nos encontramos con cierta casuística, por ejemplo, si los Estatutos señalan que tales y cuales pisos de destinan únicamente “a vivienda” ¿ello excluye las "actividades económicas"? O si solo  se autorizan varias actividades alternativas: “Se podrá dedicar  vivienda o despacho profesional” ¿caben o no otras distintas?

La cuestión parece que va a quedar aclarada toda vez que el Gobierno ha declarado que dificultará el uso turístico invirtiendo el proceso: en lugar de una votación para prohibir dicho uso por mayoría de 3/5, se requerirá una autorización previa por mayoría simple de la Junta de Vecinos para poner en marcha un piso de uso turístico.

*Que no esté prohibido el “uso turístico” en cuyo caso, no se podrá autorizar el mismo por la Junta. Téngase en cuenta que las Comunidades de Vecinos por acuerdo adoptado por al menos 3/5 de votos y 3/5 de las cuotas, puede prohibir estatutariamente este tipo de uso.

 

2.-Trámite administrativo: a) Presentación de una “declaración responsable” de inicio de la actividad en modelo normalizado ante la Agencia de Turismo de Galicia e Inscripción en el Registro de Empresas y Actividades Turísticas de Galicia, cuyo nº deberá figurar en cualquier publicidad u oferta; b) Libro Registro y partes de entrada de viajeros; c) Rótulo informativo de la disponibilidad de hojas de reclamación y copia de la “declaración responsable” en lugar visible; d) Licencia de 1ª ocupación que imolique el destino a vivienda (no caben los bajos, áticos o sobreáticos que urbanísticamente sean locales comerciales); acondicionamiento y amueblamiento adecuado a tal finalidad d) Seguro de responsabilidad civil; e) Solo cabe la cesión total en uso de la vivienda, no por habitaciones o partes. f) Si el usuario incumple las normas de convivencia u ordenanzas municipales, el propietario deberá requerirle para que abandone la vivienda.


PRÓLOGO Y CAPÍTULO I DE IL BRAGHETTONE CORREGIDOS.


Prólogo

Pocos personajes históricos han sido tan denigrados como Daniele Riciarelli, al que cualquier guía de la Capilla Sixtina llamará con desparpajo El Braguetón por haber adecentado El Juicio Universal de Miguel Ángel conforme al púdico mandato del Concilio de Trento. Desde 2003, tras la exposición llevada a cabo en la Casa Buonarroti (Daniele da Volterra amico di Michelangelo), es también conocido no solo por su poderoso estilo artístico, precursor del manierismo, sino también por haber sido el alter ego de Miguel Ángel. En esta trama de intensidad creciente, se entrecruzan los destinos de dos hombres tímidos y dos mujeres extrovertidas (Miguel Ángel, Daniele, Vitoria Colona, Vicenta), en el centro mismo de los movimientos tectónicos que han dado lugar a la modernidad: catolicismo, luteranismo, libertad, puritanismo, inquisición… Daniele (Nelo), el narrador-testigo, llega a Roma en 1527 desde su Volterra natal, obsesionado por el ideal renacentista de la inmortalidad, para lo que tiene muy claro que deberá arrimarse al divino Miguel Ángel. Su peripecia y sus suplicios, dignos de Tántalo, constituyen la base de esta trama. En paralelo, la obra dejará caer una larga ojeada sobre la segunda parte de la vida del Buonarroti, deteniéndose en los grandes enigmas, aun sin respuesta ¿se dejó seducir por el luteranismo?; sin desdeñar cuestiones –diríamos hoy- de la crónica rosa ¿a quién prefirió en todos los sentidos, a Vitoria Colona o a Tomaso de Cavalieri? En fin, si el lector es algo inquisitivo, tal vez pueda descubrir aquí, a través de sus actos, el trasfondo vulgar de aquellos personajes: la obsesión por la fama, el pánico a la Segunda Muerte, y la tosquedad casi cómica de algunas de sus reacciones, como las que provocará la llegada de Vicenta a aquel taller de hombres solos. La novela, rigurosamente histórica, apenas se permite una relajación en la creación de diálogos verosímiles, sobre los que ya advierte el escritor que mentirá con la mayor de las verdades.

En este panorama, un hecho terrible pondrá a prueba aquella amistad. En febrero de 1564 el Concilio de Trento decreta la reforma de los aspectos alarmantes del Juicio Universal, la obra a que, más que ninguna otra, Miguel Ángel ha encomendado su Segunda Vida, la de la fama. Mientras buscan a un artista que se atreva a encargarse de ello, las delaciones y los atentados se sucederán entre los alumnos de Miguel Ángel; de fondo humean las hogueras de la Inquisición. Daniele se verá abocado a una lucha interior entre Dios y dios. El dramático desenlace, en el que tendrá su papel un gran caballo, acabará, casi a la vez, con la vida de ambos amigos.

 

Bibliografía: La mayoría de las fuentes sobre la vida del Buonarroti, sus discípulos (llamados criados y alumnos) y rivales, es muy conocida y está contada en otros sitios; es muy recomendable la cuidadosa obra biográfica de Charles de Tolnay. Solo siento necesidad de detenerme en una obra de referencia. Si eres aficionado, supongo habrás leído el caso en revistas especializadas: no es casualidad que este biopic surja aquí y ahora. Esta narración debe su existencia al asombroso descubrimiento (2015) en el Archivio Apostólico Vaticano de la Giustificazione de Daniele Richiarelli. A fuer de sincero, me he limitado a empobrecer con mi estilo y técnica, la cuidadosa publicación realizada por el High Museum of Renaissance Painting (The Giustificazione of Il Braghettone, Houston-Florida, 2019). De mis añadidos, sólo puedo decir que, o son ciertos, o son verídicos, creedme.


I.-Sacco di Roma

Daniele Riciarelli consiguió entrar por la puerta del Pópolo en el último segundo. Interminables caravanas de carretas abandonaban la ciudad racarrunracarrán entre la caldosa niebla de mayo, mientras el lloro de los niños ponía un contrapunto angustioso. Roma, hacia la que se abalanzaba la horda de españoles y lansquenetes, estaba a punto de convertirse en el Infierno en la Tierra. Hasta hoy, nunca se hubiera creído en posesión de semejantes agallas: entrar cuando los demás salían. Bien entendido que tenía un contrato con el maestro Perino del Vaga para hacer unos frescos en la iglesia de San Marcelo y que muchos pintores jóvenes hubiesen dado una pierna por no perderse tan estupenda oportunidad. Pero en cuanto a él, Daniele Riciarelli, alias Nelo, la cosa era distinta: tenía un designio secreto. Desde pequeño había presentido que estaba destinado a La Fama, y, para apresurar el cumplimiento de su destino, había decidido arrimarse a Miguel Ángel Buonarroti en este preciso instante. ¿Qué mejor recomendación que presentarse a compartir los sufrimientos del genio cuando todos huyen? Pero antes de entrar en el divino taller debería hacer méritos y ahí es donde encajaba el pintar un par de evangelistas para… para… ¡O Dio! ¡El tal Perino!

Perino había acabado de cerrar con llave la puerta de la iglesia de San Marcelo. En cuanto se le acercó, ojos brillantes y algo sanguinolentos, Nelo se dijo que estaba sometido a una gran tensión. La boca, con las comisuras dobladas hacia abajo, era la viva imagen del espanto. Lo más escamante era la presencia de una recua de mulas junto a la escalinata cuyas miradas sonrientes parecían seguir sus movimientos. Una niña, su hija sería, montada a asentadillas, se comía las lágrimas. ¡Vaya! ¡Estamos de mudanza!

Tras la reverencia, esperó a que Perino terminara de inspeccionarle, como si buscase en su aspecto algo que justificase la lunática decisión de entrar en una Roma que iba a ser arrasada por las tropas de Carlos V en pago de sus atrasos. Al cabo de unos segundos el maestro resopló y cerró los ojos, tal que si ya hubiera visto bastante; por supuesto que Nelo no serviría de modelo para un Apolo o un Antinóo. Recordó cuando un camarada de la Academia se había servido para hacer su retrato de uno de Carpi vuelto del revés. No es que su cara fuera exactamente igual que un cogote; sencillamente tenía la nariz algo alineada con la frente y, la falta de relieve, podía haber dado lugar al equívoco. ¡Por favor! ¿Es que nadie es capaz de apreciar las diferencias? Su forma atractiva de sonreír, con toda la boca; su cabellera rizosa, color oro viejo; una musculatura tonificada en el gimnasio de Bartolomeo de Ursi (donde había aprendido el arte de la lucha grecorromana, en el que llegó a destacar). En cuanto a la barba, a la mayoría no le dice nada porque son tan lerdos que en su vida han visto un busto del emperador Adriano ¡el trabajo que le cuesta rizársela con pinzas calientes hasta conseguir un efecto adrianesco!

Escuchó una palmada de impaciencia y comprendió que se había quedado pasmado Hizo una genuflexión y besó las manos de Perino.

—¿Sabéis para que vengo, verdad? Os he respondido por la posta.

—¡Pero ahora ya no cuenta ninguna palabra! ¡Ha llegado el fin del mundo! ¿Es que estás chalado, joven?

—Me escribisteis que no había problema para alojarme en San Marcelo —dijo a Perino—. Sé que traigo mucho equipaje, pero...

Torció la nariz. Bueno, bueno... ¡está oliendo sus propios meados de pánico!

—Por mí como si te traes la cama. Pronto no existirá cama, ni iglesia, ni siquiera Roma. Los bárbaros están a dos leguas. Adiós. Me voy a Génova.

—Pero si yo acabo de llegar de Volterra solo para trabajar con vos. Os admiro, os admiro sobre todas las cosas —¡Que mal estaba disfrazando su verdadero designio!

—Oye chico, estos que estamos esperando son los luteranos, los lu-te-ra-nos, ¿te enteras? Han prometido aniquilar Roma, la nueva Babilonia. A ti te parecerá que el papa es un Santo, pero para los herejes es el Anticristo, ¿entiendes? Cualquier cosa que hayamos hablado ya no tiene sentido.

—¿Tan grave es la situación? —Perino le miró como si de repente hubiera aparecido frente a él una medusa o un rinoceronte. Por supuesto habría reparado en su luco negro, hasta los pies, y sus botas militares de piel de perro, o sea la fabulosa herencia que le había dejado su padre. Un pordiosero —. Ya veo, ya. Lo razonable es que me vaya con vos a Génova.

—¡Qué cosas tienes, Volterra! —le llamó por el nombre de su pueblo al estilo romano, en vez de Daniele o Nelo como todo el mundo— ¡Qué cosas! Sin salvoconducto ya nadie puede abandonar la urbe —Y menos un zarrapastroso como tú—. Toma —Depositó en sus antebrazos la herrumbrosa llave de San Marcelo, parecida a un arma—. Espero que defiendas la iglesia hasta la última gota de tu sangre. Yo no me molestaría en pintar santos… ¿qué tal un Lutero? Ja, ja, ja…

—Bueno, quizás sea mejor así. Lo superaré.

Perino le echó una de esas miradas con el ceño arrugado, menudo chiflado ¿Por qué no te refugias en el manicomio del Puente Emilio? Ignoraba que, dentro de unos días, los dos mil locos allí asilados estarían flotando en el río con sus sayones blancos, como un gigantesco rebaño de ovejas anfibias. Pues no estaba tan loco. A pesar de que dentro de unos días iban a suceder cosas terroríficas, a él va a irle estupendamente. ¡Dentro de nada estará trabajando con sus propias manos nada menos que en El esclavo moribundo de Miguel Ángel!

 

En su inexperiencia juvenil no supo apreciar en la visión de aquella turbamulta, la indefensión en que se iban a encontrar frente a la entrada en la ciudad de las turbas sanguinarias. Al Perino no le saldrían las cosas como se había pensado: se vio envuelto, antes de tiempo, en una ciudad convertida en algo de lo que los reverendos dirán con conocimiento de causa, que “el infierno es menos horrible”. Lo normal será acabar muerto, como aquel cardenal a quien arrancaban una uña cada día, hasta que pereció de puro dolor. El pobre Perino vagó de una calle a otra mientras lo colgaban de partes deshonestas del cuerpo para incrementar el rescate; y dicen sus alumnos que, si sobrevivió, fue sólo por su empeño salvaje en salvar a la niña. La pequeña chillaba ¡los barbudos, los barbudos! (así sonaba la palabra Bárbaros en sus oídos). Ejecuciones verdaderas o simuladas cadenas al cuello, cremaciones, desfloramiento masivo de hijos… desde los tiempos de Alarico, y superándolo, la urbe no recordará nada tan espantoso.

 

Mientras esperaba el Apocalipsis, la ciudad estaba gozosamente sin ley. Podías entrar en cientos de palacios, dormir en camas con dosel hasta el techo, vestir sedas, patear a tus anchas obras maestras -mejor dicho, de Boticelli-, defecar en alfombras turcas, tumbar cortesanas vestidas como obispos: casullas, capas pluviales, mucetas, tiaras… Gozar. Un puerco revolcándose en el barro. ¡Serás estúpido! Anda y que te zurzan. ¿Qué sentido tiene que te enfangues con las putas cuando tu único objetivo es la inmortalidad? Venga, Nelo, vamos, lucha como un loco, hasta la muerte, ahora que estás tan cerca del objetivo. Paseó sin verlo por el Foro de las Vacas, mientras, entre dientes, siseaba las cuestiones que ahora tenían importancia. ¿Será adecuado este preciso instante del día para presentarse en casa del Buonarroti? No debería hacerlo, a estas horas los romanos están en la cama. Aun no estamos más que a hora prima y hace niebla y frío y la mula aún no ha tomado su cebada y… ¡bah!, entre que sí y que no, ya estaba encaminando sus pasos al rione Monti. Aprovechemos la ocasión; seguro que necesita compañía. En tiempos de tribulación es cuando de verdad se agradecen los apoyos. Estar cerca del genius mundi es lo único que importa. Luego, todo llega. Basta una larga paciencia y un deseo vivo.

 

Los informes de Perino le fueron muy útiles: justo en el límite entre los barrios y el campo, lamiendo la ladera de la colina Capitolina. La entrada principal de la casa de Miguel Ángel da a la calle Macelo de Cuervos, pero existe otra que da a la huerta cuya cancilla abre sin más que un quejido herrumbroso. El joven Volterra entró pisando helechos y otras malas hierbas al tiempo que iba contando las fosas que alguien había excavado por allí. Siete. Una nueva técnica de fundición, seguro. Su inexperiencia de la vida fue incapaz de concebir un uso más siniestro para semejantes oquedades. Una mirada alrededor. Casi no se podía creer que estuviera en la casa de Miguel Ángel y es casi seguro que al maestro le encantaría recibir el homenaje de un admirador. El lugar, en si mismo, tiene algo de encantado: un trozo de campo en pleno centro de la urbe: manzanos, melocotoneros, higuera, la parra de moscatel que en mayo aún estaba dando sus primeros brotes al igual que las matas de guisantes y judías, gallinas picoteando en libertad; un gallo que canta las horas canónicas y una gata color fuego que ejerce como reina del lugar. Cuesta trabajo admitir que exista un estanque circular, plagado de ranas y renacuajos e incluso una serpiente de agua –piensa que no es venenosa- a un paso del Corso, del palacio Colona y de tutti quanti. Cubiertos por la hierba, trozos de mármoles descartados: piernas, ¡oilmè! (¡ay!), brazos, rodillas y un enano, con un glande por cabeza, uno o dos, según el lado de que se mire. Es una propiedad muy extensa y sin duda se podían cavar muchas fosas en ella, pero… ¿para qué? Aquellos mármoles del jardín fueron para Nelo una especie de anticipo de la ominosa respuesta. Una corriente de aire procedente de la columna Trajana le produjo arcadas. El soplo fétido le sorprendió cuando estaba llegando al espacio embaldosado en terracota que rodea la casa. A ojos vistas, se trata de un edificio poderoso, de varios pisos: delante la vivienda; detrás los dos talleres, uno tan grande como para armar una galera. No le dio importancia a pesar de la anormal cantidad de moscas, larvas, avispas y ratas que divisó alrededor. Cuando uno está palpando la inmortalidad, no es momento de andarse con remilgos, Sangre de Cristo. No puedes perder ni un segundo.

 

Un tipo macilento con rala barba canosa apareció por allí y empezó a dar órdenes. El administrador de Miguel Ángel olía a salfumán; dijo su nombre, pero hace años que está olvidado. Desde luego el acento era fuoroscito (fuoroscito: florentino viviendo en Roma). Estaba desinfectándolo todo para cuando entrase la horda. Los luteranos siempre traen consigo peste y enfermedades, mozalbete. En cuanto a lo otro, ni siquiera respondió. Alzó los hombros. Sencillamente le debió parecer estúpido que alguien juzgase posible encontrar a Miguel Ángel en una plaza sitiada. “¡Pero como puedes ser tan imbécil, hijo! Cierto que pintó en Roma la cúpula de la Capilla Sixtina, verdad que empezó en Roma la tumba del papa Julio. Pero cuando el miedo aprieta, su escudo es Florencia”. Al veinteañero aún le faltaban por aprender unas cuantas cosas para penetrar en el estilo buonarrotesco.

 

¿De verdad harás lo que sea por ayudar, volterrano? El fuoroscito mostró una pala y habló de enterrar mármoles. Al menos tuvo la amabilidad de explicarle el origen de este pedido de esculturas que era preciso sepultar. Mientras cubicaba a ojo la fosa que le obligaría a cavar, contó a Nelo la escacharrante historia:

—Es extraño que seas un artista y jamás hayas escuchado hablar del Drama de Miguel Ángel…

Pudiera muy bien haber sido cierto que nunca hubiera oído nunca hablar del famoso Drama, dado el aislamiento de Volterra.

—Lo juro.

... y es indudable la conveniencia para un aspirante a entrar en su taller, de una larga conversación con el administrador sobre un tema tan rico en matices como El Drama.

—Bueno, mozalbete, el que trabaja tiene derecho a saber el objeto de sus afanes. Este lote de esculturas que vamos a sepultar se encargó en circunstancias muy divertidas... aunque para Miguel Ángel la cosa no tuvo ninguna gracia. Sucedió en tiempos de Julio II de la Rovere. Ese papa quería ser enterrado en una tumba descomunal. Algo así como las pirámides de Egipto o la tumba de Augusto. Pero eso no es nada. Si te fijas, las pirámides o la tumba de Augusto no son otra cosa que amontonamientos de piedras u hormigón, mientras la tumba que quería Julio II sería una montaña de esculturas de Miguel Ángel. ¿Te haces idea, mozalbete? Concibió la descabellada idea de enterrarse bajo un cerro de esculturas tal, que llenase todo el aire de la basílica del Vaticano. La más que milenaria catedral de San Pedro, deslizando sus ruinas por una ladera, se reveló insuficiente para el disparate y ¿entonces qué? Pues nada, se tira, se construye en su sitio un nuevo templo descomunal, el mayor del mundo, y en aquel delirio arquitectónico, se aloja cómodamente la tumba del papa Julio, ah, ah, ah. Demencial ¿verdad? Me imagino lo que estarás pensado. ¿Qué hizo Miguel Ángel? ¿Qué pudo incitarle a aceptar semejante pedido?

Justo en ese momento se escuchó un prolongado sonido gutural.

—¡El cuerno! ¡El cuerno! —gritaron los obreros. Acababan de escuchar una trompa germánica, lo que más adelante muchos considerarán el primer acto del Saco. Segundos después, el administrador, encubriendo su espanto con un tono desganado, ordenó:

—Vamos a esperar acontecimientos, amigos míos.

Un albañil muy gordo se limpió las manos a la camisa y dijo:

—¡Pies, para que os quiero! ¡Los lansquenetes están a la puerta! ¡Darán uso a las fosas con nuestros cuerpos!

—Pero Salvatore ¡qué dices! —se burló un escuchimizado—. ¡Tú no cabes en una fosa de estas! ¡A ti te llevan a la de Trajano!

De esa forma, Nelo se enteró de que existe una gigantesca fosa alrededor de la columna trajanea, paraíso de moscas, ratas y demás bichos impresentables. Su origen son las periódicas excavaciones que hacen los papas para alcanzar el suelo de época imperial y dejar visible la base de la columna. Los romanos tienen la costumbre de volcar aquí las bacinillas con el producto nocturno de sus deposiciones. Años más tarde tendrá ocasión de ver como brillan de placer los ojos de Miguel Ángel, cuando se le saca el tema de la fosa, encantado del módico alquiler que se paga a cambio de vivir en tan aromática vecindad.

La trompa resopló de nuevo: un tono agudo seguido de otro más grave.

El administrador frunció el ceño: buscaba alguna excusa para evitar que el pánico desmandara a la cuadrilla. Los hombres escasean en Roma. Hombres, no curas.

—¡La casa invita a vino! ¡Trebiano degli oliveri! ¡Greco di tufo! —guiñó un ojo y susurró—: Por la tarde, si vuelve la calma, seguiremos con la historia del Drama, amigo Daniele. En cuanto en la iglesia de Loreto toquen a tercia.

Mientras un criado sembraba la mesa de pequeñas jarras panzudas de vino, el administrador hizo una pedorreta. ¡Aprovechemos que Miguel Ángel ha huido! El florentino controlaba la economía de la casa con puño de hierro. Por robar un chusco te podían caer un par de escobazos, e incluso al paterfamilias, Lodovico Buonarroti, le tiene caído un coscorrón por haber saqueado la bolsa del artista. Hoy podían lanzarse al derroche: los fuorosciti de calidad habían puesto pies en polvorosa. Se ve que los florentinos, como expertos en matanzas, consideran que ya no les queda nada que aprender en la materia. Cuando habían arrasado Volterra, su patria, habían violado a las mujeres, desjarretado a los jóvenes, y marcado a los niños con tizones para perpetua memoria. Sí, me acuerdo. Una corriente de aire procedente de las habitaciones superiores trajo olor a salfumán y a romero. Ahora no llegaba ningún estrépito del exterior, más bien un silencio opresivo. Nelo se llevó una jarra de vino a los labios y abrió bien los oídos.

Supo que Miguel Ángel se había acogido a su querida Florencia y que simpatizaba con los revolucionarios. La ciudad de la flor de lis solo esperaba a que Roma cayera para rebelarse contra el papa Clemente de Médicis, que la gobernaba por medio de sus bastardos. En resumen, la cosa no tenía ninguna gracia. Uno que había venido a dar su vida por el arte y he aquí que ese uno se había metido en el sitio equivocado. Una Roma toscanizada, donde aún pululan muchos florentinos que no habían podido escapar. ¡Eh! ¡Lansquenetes!, se dirigió mentalmente a los futuros saqueadores a los que estaba viendo en sus imaginaciones, ¡A mí no me matéis! ¡Qué soy volterrano! ¡Qué yo estoy de acuerdo! Bien entendido que si el papa no hubiese dado la absolución colectiva a toda la urbe -ante la catástrofe que se avecinaba-, no les hubiera deseado ningún mal a esos puercos fuorosciti. Pero, la ley de Cristo, que se cumple en el amor, nos obliga a procurar la salvación de las almas más que la de los cuerpos. Esas ratas putrefactas irán al Cielo.

—¡Volterrano! ¿Has escuchado el toque de corneta a retirada? —dijo el albañil gordo—. El condestable de Borbón inicia negociaciones. Hemos salvado el pellejo.

—¿Qué hemos salvado qué? —respondió Nelo con los ojos irónicamente abiertos— Que bien. Entonces ¿ya tiene con que pagar a sus tropas? Y dime ¿qué hacen esos majaderos? ¡Mira que hacer cola ante el notario para sellar el testamento! —Eso estaban haciendo los burgueses. Por su parte, los de las calzas remendadas se apelotonaban ante los confesores. Unos y otros presentían que muy pronto habría atasco ante las puertas del Paraiso. Mejor con los papeles en regla.

Una breve tregua para ponerse a bien con Dios o con los herederos, de eso se trataba y nada más. Por la tarde volvieron a cavar en el jardín. Daniele se encargó de la inhumación del Esclavo Moribundo, tarea difícil donde las haya porque ese mármol tiene un codo imposible que se empeña en sobresalir de la fosa. Apenas había acabado de nivelar la tierra cuando en Loreto las campanas dieron la tercia. El administrador cumplió su promesa y, en vez de pagarle un sueldo, hizo algo más barato: se sentó en la solana (las losas estaban algo desbaratadas debido al largo abandono del Buonarroti) y terminó de contarle el enigma que afectaba a su ídolo. ¿Por qué Miguel Ángel se ató al Drama? ¡Toda su vida abocado a construir un cerro de esculturas! ¿Qué pudo incitarle a aceptar semejante pedido?

—… Diecinueve mil ducados de oro, que en Florencia llaman florines. Al principio la gente pensó que de verdad se creía divino y que ninguna obra era lo bastante grande para esta especie de Júpiter —¡Que simas de odio guardaba el inmenso amor del intendente!—. Pero el papa Julio había tomado nota de los indicios y supo de que pie cojeaba. Enloquecía por el dinero; tres casas en la vía Gibelina, la más chic de Florencia; oro amonedado en casa como para comprar otras tantas; fincas en Setignano cuyo recorrido no te lleva menos de una hora. ¿Acaso era por su tren de vida; acaso deaba banquetes como Lúculo? No. El papa vio como Miguel Ángel negaba una dote de diez o quince florines a su sobrina para que pudiese entrar en las Benedictinas de Florencia; como se vestía día y noche con un luco miserable, verduzco de pintura; como rechazaba las invitaciones para no tener que recibir mientras el se mantenía a pan y agua, bueno, algún pedazo de queso, bueno, un vasito de vino. Y luego está lo de las camisas. Tiene aterrorizado a su tío Leonardo al que ordena se las compre en la Ciudad de la flor de lis, de la mejor calidad, sí, pero a precio casi gratuito. Padece la sacra auri fames. Es incapaz de ver un ducado volando sin echarle la mano. Diecinueve mil ofreció Julio II. Se firmaron contratos sellados que constriñen a Miguel Ángel a crear a una sola obra en toda su vida: la tumba del Drama. Esos Esclavos (que él llama Cautivos), ese gigantesco cubo de mármol que ves ahí -que encubre la forma de un Moisés-, todo, todo, es el resultado del encadenamiento a la tumba-drama. Martillo-cincel, mazo-escoplo, martillo-cincel… De día, con un sombrero de paja, de noche, bajo un gorro de cartón coronado por una vela de sebo de cabra. Como mucho capricho, se permite un trozo se queso marzolini ¡los domingos! Sí mozalbete, ese es el divino maestro que tanto admiras ¿qué habías pensado? Un día sí, otro también, se presentan abogados con papeletas de demanda. Cada vez que intenta iniciar otra obra es acusado de estafa. El procurador de los De la Rovere se ha permitido el lujo de abochornarle en una sastrería delante de toda la clientela. ¡Hacerle eso a un uomo d´onore! Se desespera, ruge, chilla, quisiera morir, pero talla y talla una y otra estatua del drama. Cubre ese Esclavo con sarmientos, hijo. Los lansquenetes vienen de la nieve. No relacionan la parra con el vino. ¿Cansado?

—Ante semejante belleza no… —Nelo no había entendido a la primera. Hasta que reparó en la lombriz rosa que ondulaba sobre el codo del Esclavo y cayó en que era eso lo que debía tapar con vides.

—El Esclavo es Miguel Ángel —dijo el intendente—. Parece como si la escultura hubiera atrapado su alma.

—¡Vaya! Pues no es tan feo como... quiero decir que hay diferencias.

—Que ocurrencia, mozo. He dicho su alma, no su cuerpo.

 

Solo al cabo de muchos años de amistad y veneración a Miguel Ángel, Nelo llegaría a intuir porqué le gustaba rodearse de adefesios. Para no destacar. Bien mirado, el maestro podría pasar por uno de esos bufones espinosos, llenos de protuberancias, que ganan los concursos de feos en Chieti tocados con un turbante descomunal. Es verdad que no destacaba entre sus fachosos discípulos, pero el divino sufría por ello y, cada vez que se encontraba en presencia del milagro de la belleza humana, se aturullaba y farfullaba como un niño. ¿Cómo era el Buonarroti? Un rostro óseo, pómulos salientes como las asas de una olla, arrugas como surcos, nariz aplastada por el puñetazo de un camarada de aprendizaje (cuando B. se hizo famoso, el tal se jactaba de haberle dado “tal puñetazo que pude sentir como hueso y cartílago crujían como una hostia”); una especie de casco natural de hueso empenachado por la maraña parda del cabello. Los ojos color de orines, con destellos variados. La barba se la había robado a un chivo asmático y el aroma.... Bueno, bueno, bueno, bueno… el Buonarroti llevaba a rajatabla el consejo de su padre: ¡No te laves! ¡Fricciona la cabeza, hijo, pero sobre todo no te laves nunca! ¡Nunca te laves o morirás! Se rodeaba de quesos marzolinis que hacía traer de Florencia por la posta: así nunca sabías de donde procedía esta serosidad putrefacta. Escondido en Macelo de Cuervos para que nadie lo viera, sabía que su visión no era un espectáculo agradable. De él tan solo verías la belleza creada por sus manos.

Pero si algo tenía claro Miguel Ángel es que no quería privar a este mundo de su monstruosa presencia. Tres días que duró su agonía y aún se quejaba del castigo que espera a todo hombre nacido de madre humana. ¡Como un chiquillo pillado en falta! Daniele, no por favor, Daniele, te lo ruego, no me abandones. Y esto era todo, el miedo a la muerte y a la fealdad, todo, el único motivo por el que Miguel Ángel se rodeó de una muralla de obras inmortales y eres un estúpido, Nelo Riciarelli, te has excedido, tú le amabas, él es para ti la imagen terrena de la divinidad… ¡Estúpido! ¿Es acaso culpa del Buonarroti si has borrado su memoria? ¿Por qué tienes que insultarlo? Has actuado con libertad y con cinismo, con taimada destreza. ¿De que se acordaran los hombres, cuando te nombren, Nelo Riciarelli? Ah, no, no responderé. ¡Imposible! ¡Imposible olvidar ese maldito nombre! ¡Braghettone, Braghettone, Braghettone...!

 

Aquella noche pidió refugio en San Marcelo otro aspirante al divino taller de nombre Francisco Amadori, aunque, según la costumbre romana, era conocido por el de la ciudad de donde decía proceder: Urbino (si no deseas ser envenenado, nunca le digas que en realidad nació en Castel Durante). En circunstancias normales Nelo le habría dado con la puerta en las narices, pues le había visto vendiendo reproducciones ilegales en plaza Navona (la lepra del verdadero artista). Pero estaban en las puertas del Infierno y la soledad refuerza al pánico. Con el paso de los años se hará a su aspecto, y ya no le parecerá tan rara la combinación una cabeza descomunal, un pelo en cota de malla y una nariz grande como una galera. Es más, después de dormir en la misma cama, Nelo se daría cuenta de que el recién llegado podía tener más de un poderoso argumento y que su colaboración podría llegar a ser muy fructífera.

 

Pum, Pamm, Prum, Pumpum, Kabúm… Al día siguiente, poco antes del amanecer, las cornisas empezaron a vibrar de forma parecida a esos temblores que produce un pequeño terremoto. Desde el techo de la iglesia nevaban copos de cal; granizaban fragmentos multicolores de mosaicos romanos; se proyectaban tenues virutas de oro de frescos bizantinos. Era el cañoneo. Era el Saco. Todos iban a morir. Ya no tenía sentido que Nelo hiciese unas pinturas aquí para hacer méritos frente al maestro. Al vestirse, metió la cabeza por la manga. Echó un último vistazo a la alta y oscura nave. Cuatro palomas histéricas, volaban en círculos. Una de ella se rompió el cuello y cayó haciendo un lastimoso zigzag. Abandonó San Marcelo con el corazón en la boca: le gustaría que los buenos animales, como las palomas, los perros o los caballos no sufrieran jamás. Una cosa son las personas, vale, pero los animales no tienen miguna culpa. Urbino le siguió a trompicones. Tenía el rostro blanco-sucio, como un sudario usado.

Decidieron acercarse a las murallas para echar un vistazo. No sabrían decir que sentimiento predominaba en sus corazones, si el pánico o la curiosidad. Urbino decía que los lansquenetes eran bestias caníbales, pero en los recuerdos infantiles de Nelo aparecían más bien como unos niños grandullones, a los que lo único que se podía criticar era lo sudorosos que quedaban después de rajar un par de docenas de florentinos. Tenía la esperanza de que al menos supieran distinguir a los volterranos de los fuorosciti. Todo el mundo sabe que los florentinos dicen “che”, en vez de “ge”. Si así era, podían contar con su amabilidad, por ejemplo, señalándole los cruces de calles donde hubiera buenas perspectivas de encontrar florentinos, ricos como Cresos. Estos soldadotes que estaba viendo al pie de las murallas no parecían malos del todo. Daban grandes carcajadas. Tal vez porque como Carlos V estaba arruinado (por muy emperador que se llamase), la soldada solía consistir en carne de los saqueados. Niños y mujeres de preferencia, pero hay gustos para todo, glub.  Un sitiador sí que estaba enfadado de veras. En cueros, apenas llevaba cubiertas sus vergüenzas por un trapo anudado a la cadera. Trepó a un San Pablo de piedra que allí estaba, alzó los ojos a la sede apostólica y largó cosas horrendas. Daban ganas de meterse los dedos en los oídos simplemente con sentir su lúgubre tono. Al principio, no entendieron del todo lo que decía. Luego ya sí:

—… Tú, bastardo de Sodoma, Clemente, él del número siete. Tú, la bestia de las siete cabezas y de los siete nombres blasfemos: Julio, Médicis, Clemente, Vicario, Pedro, Pontífice, Papa. ¡Por tus pecados Roma será destruida! ¡Ay de los que adoran al Siete: beberán el vino de la ira de Dios! ¡Serán atormentados con el fuego y el azufre!

No paraba de amenazar con el fin de los tiempos, es que no paraba:

—Sodomita, bastardo, por tus pecados Roma será destruida, confiésate y conviértete; si no me quieres creer de hoy en quince días lo verás.

Por su agitación creciente, por la forma que blandía el cayado, los espectadores comprendieron que estaban escuchando una profecía:

—Sodoma, tu tiempo es acabado ¡pronto serás destruida!

 

Nelo empezó a dudar si sería conveniente esperar a pie firme en San Marcelo, o mejor buscar otro sitio hasta que estas buenas gentes de ahí abajo fuesen capaces de establecer las oportunas diferencias.

—¡Che por ge! ¡Che por ge! —susurraba para sus adentros.

 Francisco de Urbino, que hasta hace un momento parecía privado de sangre como una lagartija en invierno, le agarró del antebrazo.

—¿Rezas...? ¡Déjalo para la iglesia, santurrón! Los primeros momentos siempre son un baño de sangre. ¡Vae victis! ¡Corre! ¡Vamos! ¡Al Vaticano! ¡Es el único refugio seguro!

Cuando se asomaron a las obras de la nueva basílica vieron a Cellini, el orfebre de nariz de pimiento y mirada astuta, sentado a una mesa, con una pila de monedas a un lado y un pergamino y una pluma al otro.  El y el escultor Montelupo estaban reclutando artilleros entre artistas y criados de cardenales, dizque para proteger al papa, aunque las risas humilladas de sus futuros camaradas indicaban el alivio de sentirse protegidos ellos mismos. Urbino dijo “dos nuevos” y les pusieron el pergamino para firmar. “Desde las almenas —dijo Nelo volviéndose a su camarada—, podremos disfrutar del espectáculo de la gran matanza de fuorosciti sin grandes riesgos en realidad…” De pronto, se cortó en seco, preocupado por la metedura de pata ¿acaso Cellini no era florentino?

—… pero me tuve que exiliar a Siena —respondió el orfebre a su pensamiento.

—No me aparto de la verdad si digo que esto va a ser como presenciar la toma de Troya por Anda-mamón —añadió Urbino no menos ceremonioso.

—Agamenón —corrigió el volterrano, al que su sabiduría con los clásicos le valió el ascenso en el acto a capitán. Entendió que los demás eran peores, lo que sí que daba mucho miedo. Es más; si hubiera sabido el acto heroico que Cellini estaba a punto de cometer, habría sentido verdadero pánico, a pesar de que en principio fue simplemente nauseabundo.

No llevarían ni un par de horas en los adarves, cuando arreció el bombardeo. El asunto es que Nelo estaba detrás de una almena canturreando el Dime amor (el madrigal favorito de su madre), escuchando silbar los arcabuzazos, las granadas, las cadenas voladoras… El sentimiento de estar protegiendo al papa le embriagaba de cálida serenidad, él, un católico tan fervoroso. Una esquirla en la cabeza y vas al Cielo fijo. Cellini estaba a su derecha, en una tronera, intentando averiguar el funcionamiento de una culebrina. Casi no podías creerlo, pero él solo se había inventado de la nada la disposición de las piezas de artillería y consiguió apuntarlas al enemigo, todas menos una. Su vista no era muy aguda y el campo de batalla estaba a oscuras, efecto de una densa niebla. El orfebre acercó una antorcha al orificio del ingenio, para ver mejor. ¿Por qué no se estaría quieto? De repente, se disparó. Alcanzó al jefe de los imperiales en la ingle. El tal condestable de Borbón estaba subido a unas escaleras. A la vista de todo el mundo, empezó a vomitar sus propios excrementos. Igualito que en La Divina Comedia, palabra. Los luteranos y los españoles canturrearon encantados: ¡No tenemos jefe! ¡No tenemos jefe! ¡Nin-gún jefe! Querían decir que a partir de ahora cada uno sería su propio patrón. Cada soldado podía dar rienda suelta a sus instintos como bien le placiera. Tenían a su disposición la ciudad más rica, famosa y sagrada del mundo, donde moraban seductoras beldades. Se enardecieron como lobos. Había más escalas que almenas. Empezó a flaquear el ánimo de los defensores de a pie, y en cuanto a los generales... Bueno, ahí estaba Cellini con esos ojos de carnero degollado, preguntándose que había pasado. ¡Que has puesto a vomitar caca al general enemigo, bobo, más que bobo!

La literatura militar (con la significativa excepción de Jenofonte), no considera La Retirada como una operación brillante. Pero debe hacerse a conciencia y hay que reconocer que Cellini recogió los tres o cuatro millares de pintorzuelos y monaguillos en el castillo Santángelo (la mole), en menos de los que tarda en rezarse un padrenuestro. La mole, hoy llamada castillo, es la tumba del emperador Adriano y no hace falta contar como hacían tumbas los romanos. ¡Que derroche! Hormigón, piedra, mármoles de colores... Nada que envidiar a las pirámides, pero con terraza para admirar el paisaje. Ya más tranquilos, atrajo su curiosidad el pandemonio del exterior. Los ojos de buey de la mole hacían de orejas de Dionisio, amplificando el estrépito en sus oídos. Cellini les invitó a que se asomaran a las saeteras.

—Siempre me han gustado las novedades —dijo—. ¡Contemplemos el increíble espectáculo!

Frente a los espectadores se desarrolló un guiñol admirable de sangre, explosiones, fuego, aullidos, órdenes, súplicas, caos y destrucción. Los lansquenetes gritaban: ¡Matanza o paga! ¡Matanza o paga! ¡Dinero! ¡Dinero! Como los pagadores, y en general, todos los que llevaban yelmo con plumas, habían salido corriendo en cuanto vieron mancharse de excrementos la alba sobrevesta del duque de Borbón... bueno, bueno, la verdad es que la cosa ahí abajo tenía mala pinta. Pero cuando más felices se encontraban, henchidos de esa satisfacción íntima que proporciona la perfección de una maniobra (sí, incluso la de repliegue), se dieron cuenta de que habían cometido un olvido imperdonable.

¡Se habían olvidado del personaje más importante, Sapristi! La forma en que se dieron cuenta fue algo chocante. Cellini dijo que quería que sus hombres se acostumbrasen a disparar. Nelo atacó el arcabuz con pólvora y bala. Buscó un blanco y enseguida vio uno que corría hacia la fortaleza. Sí, uno muy blanco. Apretó el gatillo. Lo curioso es que los lansquenetes también tiraban a la misma diana. Era el papa, que corría como un loco por el pasadizo que comunica el Vaticano con Santángelo. Un olvido imperdonable. El pobre tiene cáncer de estómago y ¡bueno!, la blanca roqueta pontifica estaba sirviendo de magnífica diana a los tiradores de ambos bandos. Su médico privado le salvó la vida cubriéndolo con su capelo púrpura y recubriéndolo con su capa añil. Tras su santidad, entraron en la mole los cuarenta y dos suizos que quedaban. Cellini reanimó a un cariacontecido Nelo: al menos no le apuntaste a la espalda: había cosido allí 24.000 ducados en diamantes y esmeraldas. Después de esto, uno no se atreve a volver a disparar un sólo tiro y se limita a mirar: los lansquenetes y los españoles se desparramaban por la ciudad como plaga de langostas a través del puente Sixto. Aquel día quedaría grabado en sus corazones para siempre y tardaron muchos más en dejar de temblar. El Sacco durará días, semanas, meses, y sólo admite comparación con el saqueo de Jerusalén, con los legionarios de Tito resbalando entre la sangre que pringa la ciudad alta, mientras sobre sus hombros oscila la Menorah y el Arca de la Alianza. Pues bien, la némesis de Roma no tuvo nada que envidiar a la de Sión en la escala mundial de los horrores.

 

El desfile de la Victoria podría parangonarse a los triunfos de Tito, Pompeyo y Emilio Paulo, en nuestro caso sin elefantes. Los harapientos españoles, los semidesnudos alemanes (tal que así habían entrado), marcharon ahora sobre la ensangrentada vía papal, ataviados con paños de seda y brocados. Adornaban pecho y espalda con collares de oro, diamantes y esmeraldas: unos vestidos de papa, otros de cardenal. Cordones rojos al cinto para estrangular a los purpurados supervivientes. Quién con un brazo estirado, quién con dos, arrastraban sus nuevas concubinas, generosamente ceñidas de perlas y rubíes. Concubinas: horas antes, podían haber sido monjas que se habían subastado frente a sus monasterios, a uno o dos ducados, más o menos precio. O vírgenes honestas, madres, esposas, hermanas e hijas, ahora desfloradas repetidamente por la soldadesca, en sus casas, en los templos, en los altares, en la calle. Música horrísona de pífanos y atabales ponía ritmo y marcha a las más delirantes blasfemias: ¡Viva Luterus pontificex! Los cardenales, atraillados con albardas equinas, apenas vestidos de una ropilla corta, sin cinta, eran vendidos dos y tres veces sucesivas; hasta que, exprimido hasta el último ducado de sus avalistas, una mano piadose les ponía fin metiéndoles una espada en el estómago. O los acogotaba con su propio cíngulo. Extraídas de sus fundas áureas, las calaveras de los Apóstoles sirvieron de pelota a improvisados partidos de calcio y sobre el sacratísimo paño donde Magdalena obtuvo testimonio cierto del Rostro del Señor, los lansquenetes jugaron a los dados. Arriba en la mole, la cosa distaba de estar clara: si apuntabas a un luterano, allá abajo, siempre te salía un cardenal (un Orsini), que te reprendía: ¡Mira lo que haces, plebeyo! ¡Ése es un vasallo de los Colona y están negociando! ¿Quieres arruinar las posibilidades de paz? Cellini, cada vez que oía algo así, se subía por las paredes: pensaba que una guerra en la que no se puedan matar enemigos carece de dignidad.

 

Los seres, no hombres, refugiados en la mole, se dispusieron a presenciar su achicharramiento en vida. Alguien levantaría unos sillares, sostendría el hueco con unas vigas, les prendería fuego y patapúm. Pero estaban equivocados. A la segunda semana, sucedió algo extraordinario. Los saqueadores dejaron de hostigar la mole bien fuera por convicción de su inexpugnabilidad, o, más bien, por pactos entre el emperador y el papa. La excitación del primer momento fue sustituida progresivamente por una soporífera molicie. Los alojamientos de la tropa estaban en la cámara funeraria de Adriano, que es un gran hueco cilíndrico interior, sobrevolado por un puente levadizo. Es, más o menos, como estar en un calabozo grande. En aquella húmeda oscuridad perdías la cuenta de los días, pero había pan, vino, escabeches, cebollas, carnes secas y saladas en abundancia y, aunque los suizos de la guardia hacían ejercicios por la rampa para mantenerse en forma, no les importaba si te quedabas durmiendo. El problema es que, se pusiera donde se pusiera Nelo, siempre acababa descubriendo a Urbino en la yacija de al lado. Exhalaba un cierto olor corporal a requesón, bueno, en realidad mucho. ¿De dónde sacaba ese derecho a escoltarlo a todas horas? La conclusión lógica es que daba por supuesto que, el haber prestado servicios menores a la familia Buonarroti en el pasado, le convertía en el introductor imprescindible de Daniele a la divina presencia. ¡Como si ÉL tuviera que depender de los criados! Por supuesto que a un tipo que llama Anda-mamón al conquistador de Troya, el nombre de Daniele Riciarelli no le dice nada. Nada. ¡Que va a saber que él, Riciarelli, es también fresquista como Buonarroti! Un arte, el fresco, que solo con manifiesta ignorancia se puede calificar como mera técnica pictórica. No, Anda-mamón no perdería el tiempo en visitar su fresco de La Justicia, en Volterra. Pero tiene la convicción de que, siglos después de su muerte, esa dama rubia de espada enhiesta, seguirá encarnando la idea universal de la Justicia. ¡Acabáramos! ¡Para Urbino colaborar con el maestro solo significa enlucir con sus babas el suelo que pisa!

 

La vida en la mole acabó no siendo tan mala, sobre todo si eras Papa. Una noche se les ordenó que lanzasen una cuerda desde las almenas. El pie de la fortaleza estaba desierto porque los saqueadores se habían repartido por la ciudad para disfrutar de sus adquisiciones. Aquel día había habido por fin una buena noticia: el crucifijo de Santo Espíritu salvó la virginidad de las novicias convirtiéndolas en viejas de sesenta y setenta, alguna incluso con pata de palo.  Nelo dedujo que no le volvería a crecer. Un peso muerto colgado de la cuerda allá abajo, en lo oscuro, interrumpió sus pensamientos. ¡Qué tiempos! ¡Lanzas una cuerda y se te ahorca alguien! Jalaron. Un objeto redondeado surgió del vacío. ¿Qué será? Urbino mordisqueó algo de una cesta y, tras breve reflexión, dijo sin dejar de relamerse.

—Colmenillas, Nelo, colmenillas.

Al principio pareció sorprendente este arreglo subterráneo entre los sitiados y los saqueadores, hasta que se dieron cuenta que estos se dividían en dos grupos. El primer grupo, los católicos, (españoles e italianos de Aníbal Colona), tan solo querían meter un buen susto al papa. Algo así como cuando te disfrazas de Gorgona con todas esas serpientes en la cabeza. Bien, el susto había sido morrocotudo. Al segundo día, había más de dos mil cadáveres flotando en el Tíber, a los que se veía muy satisfechos de la original forma –nadando- en que se habían presentado ante la puerta de San Pedro. Bromistas que eran los católicos. Pero, buenos hijos ellos, veneraban la figura paternal del papa y no podían permitir, es que no podían, que sufriera por falta de setas de primavera adobadas con leche y miel. Pero, según se divisaba bastante bien desde la perspectiva circular que daban las almenas del Santángelo, era muy distinta la forma de actuar del segundo grupo de invasores, los lansquenetes. Daba gusto ver como se comportaban esos luteranos con una ciudad que había estado sometida a la puerca dinastía florentina. No respetaban ninguna casa: cardenales, obispos, clérigos, viejas, niños de pañal, mujeres, pajes, servidores. Incluso crucificaban a los pobres, o los sometían a refinados tormentos; el hijo en presencia del padre; el niño de pañal delante de la madre, atormentados por separados marido y mujer, la monja sodomizada con el crucifijo.  ¡Viva Volterra, que narices! ¡Las estáis pagando todas juntas!

Cogieron la cesta y comprobaron con alegría que las setas estaban muy frescas, con sus celdillas ¡tan jugosas! Parecían pequeños panales recién cosechados, aún rezumando miel. Dieron cuenta del encargo al poderoso funcionario del sello, Piombo, hombre rollizo, ataviado de rasos y damascos, que a su vez era pintor y retratista. Les felicitó por el éxito del encargo y que, como podían ver, “después de todo el exterior no era tan peligroso como se dice”, lo que les dejó muy preocupados. Uno de vosotros tendrá que devolver la cesta.

 

Tal vez un chaparro cabezón de piernas como palillos, enfundadas en medias negras a la española, procedente de Urbino, no sea la persona ideal para contarle tus intimidades. Pero la exasperante molicie de horas y días y semanas, uno al lado de otro, otro al lado de uno, sin hacer nada, nada más que beber vino, acabó propiciando las confidencias por el simple hecho de que era la persona que Nelo tenía más cerca. Urbino escuchaba con mucha atención, lo que no suele ser un buen síntoma por parte de personajes con un lado oscuro.

A Nelo el fragor de la guerra siempre le hacía pensar en su padre, Antonio Riciarelli. Aquel día ¿que tendría?, cinco o seis años, seguía a la carrera a su progenitor por el mercado de Volterra, llamado los Priori. Las puesteras convocaban a la clientela a gritos mientras, de fondo, se escuchaban cacareos de gallinas, maniatadas de patas con trapos, amontonadas en cestos de paja. El padre, cuyo rostro de lechuza era un insuperable ejemplo del aplanamiento frontal de los Riciarelli, camina mientras encomia a su vástago las ventajas de convertirse en podestá o condotiero famoso de forma que algún día participaría en un saqueo y ganaría tanto oro como “para empedrar el camino de Volterra a Roma”. Pero basta que se cruzase uno de esos tratantes de caballos alemanes y le susurrase que un banquero había ganado millones con una mina de alumbre, para que el padre añadiese algo sobre que es de locos dejarse matar cuando un buen banquero puede comprar todos los ejércitos del mundo.

—… Caudillo, banquero o asesino, al menos el padre me daba una cierta posibilidad de elección. Nunca le oí decir nada de artista. Mmm…, dame otra de esas colmenillas que robaste, Urbino. Gracias. ¿Dónde íbamos? Ah, ya, el arte. Yo siempre supe que era especial. En mis alucinaciones despiertas, era una frase que alguien me repetía constantemente, serás algo grande en la vida. Te sientes abrumado por la convicción de que, por fuerza, tiene que existir un genio o un ángel que te impulsa por caminos insospechados. En sueños, me dejaba perplejo la capacidad de mis brazos de impulsarme al cielo como si fueran alas. Artista, artista…

Daniele tenía la sensación de que había una anécdota importante de su vida relacionada con el día en que su padre le dio a elegir entre caudillo, banquero o asesino. De pronto, unas escobas de palma apoyadas en la pared le hicieron recordar todo el episodio: siempre había querido ser artista. Una vez el padre le vio pintando el cerdito (porcellino) que está a la entrada de la fortaleza de Volterra. Ya en casa, alabó el dibujo y no criticó en absoluto su vena artística. Simplemente se lo llevó de la oreja y lo encerró en el cuarto de escobas. Casi enseguida sintió sobre sus hombros las patas de Cervero, un mastín que el padre había pedido prestado al vecino para uno de sus habituales experimentos. Él los llamaba sesiones de fortificación. Sostenía que, sometiéndole a este tipo de pruebas, se convertiría en un tipo corajudo. Militar o banquero, no uno de esos artistas mariquitas. Como casi siempre, le liberó del tormento su tío Leonardo el impasible: piensa, hijo, que los sufrimientos de la adolescencia no duran mucho. Y que razón tenía.

—Ah, entonces fue ese perro, Cervero, el que te comió la nariz.

—¡Idiota! Los perros son los únicos animales filósofos, pues distinguen el rostro del verdadero amigo por el simple criterio del saber y no saber. Con la tuya tendría para un mes de buena alimentación.

—Bah, dejémonos de puyas. Por lo que se ve el can no te convenció.

—Así es, Urbino. Siempre quise ser artista. Puedes creerme, créeme.

—¿Es eso lo que piensas alegar ante Miguel Ángel, Nelo? ¿Que tienes mucha vocación, pero jamás has hecho nada? Porque no has pintado nada en tu vida además de esa Justicia con aspecto de puta de candela ¿verdad?

—Hum… ¡Nos salió respondón el lacayo! Has de saber que fui pupilo de Sodoma en Volterra. Pintamos un carro romano al fresco en el palacio Mafei.

—Oye, Nelo, no te hinches tanto, que revientas. Si eras su pupilo, de Sodoma, significa que era el quien pintaba. Tú le presentarías el trasero. Sé porque le llamaban Sodoma y a fe mía que es un canal harto estrecho.

Nelo escupió una brizna de carne a la pared para hacerle ver que pasaba del insulto. Un sexto sentido le decía que Urbino, más hábil con las escobas que con los pinceles, tendría más fácil servir como criado al divino Miguel Ángel; y que, de alguna forma, le transmitiría que él, el Volterra, ya tenía experiencia de buen fresquista. No estamos hablando de la carga de un nuevo aprendiz.

El divino. Puede que uno sienta en sus labios el saber acre de la blasfemia al pronunciar la palabra divino en relación a un mortal, pero sosiegue su conciencia: es admisible. Clemente VII decretó que su persona es sagrada, como San Francisco o San Benito; y no es idolatría ponérsele de rodillas con veneración, como a cualquier otro miembro del Santoral. Cuando este libro aborde la expiración del cuerpo mortal del Santo, asistiremos a una demostración pública de la certeza del hecho. Así se hizo constar en Acta y nadie lo desmintió rotundamente.

¿Qué decíamos? El pupilaje con Sodoma. Duró poco.

—No tuve paciencia de acabar los estudios con Sodoma. Los Priori de Volterra se disputaban… requerían mis trabajos, te lo aseguro. La familia Del Nero me encargó pintar sus armas, un grifo rampante bermellón, en el palacio del capitán de justicia. Y también pinte el escudo… Bueno, a veces pintas cosas que odias, solo por, por… Ya sabes, hay que comer ¿no? —al ver que los ojos de Urbino estaban iluminados por una sonrisa irónica, añadió—: El escudo de los Médicis, me parece. Seis roeles. En un vidrio del palacio de los Priori, creo, sí…

—Nunca cuentas nada de tu madre ¿te das cuenta? Pero esa canción que silbas a veces, Dime amor, significa que la añoras ¿no dijiste que fue ella la que…?

—Quien no me ha hablado aun de lo que pasa ahí afuera eres tú, Urbino. Ayer hiciste una salida para devolver la cesta. Anda, no te escurras, me muero de curiosidad.

—No le veo la gracia al cambio de tema, ¿sabías que en el banquete de Ognissanti el probator detectó una amanita faloides agazapada entre champiñones? Algún día se le escapará una y ¡zas! ¡Cónclave!

—Insisto en que me hables de lo que pasa ahí afuera. ¿Qué pretendes? ¿Cabrearme?

—Roma está cubierta de carroñas, pero si quieres… Lo bueno es que nadie te molesta; creen que eres un soldado italiano de Aníbal Colona y que estás en el ajo del saqueo…

Nelo pronto perdió pronto el interés, adormecido por el vino y la verborrea. Desde luego, Urbino contó algo sobre los palacios apostólicos, convertidos en cuadras; del estropicio en los Boticellis de los muros donde habían pintado muchos “Viva Luterus Pontíficex”. En determinado momento hizo un ruido grimoso con el cuchillo contra la piedra y el volterrano recuperó el hilo. Urbino estaba diciendo:

—… por lo demás, amigo Nelo, había empezado a llover barro y los saqueadores intentaban poner a cubierto los puestos en que exhibían los resultados de sus rapiñas. ¡Los últimos latrocinios son de pura miseria! En el palacio Máximo de las Columnas han extraído los hierros, clavos y hasta las cerraduras En el aire se ventea un ominoso tufo a chamusquina. Los famosos frescos están chamuscados, renegridos, quebrantados, completamente arruinados.

…La destrucción es brutal —terminó Urbino mientras fingía afilar el cuchillo contra el suelo—. Frescos, tumbas, iglesias, palacios... Para mí, que voy a ser criado de Miguel Ángel, un desastre. A ti... te felicito, Nelo, te verdad que te felicito.

     —¿Puedes explicarme porque me felicitas? Yo no he sido el causante de toda esa destrucción. El hecho de que sea volterrano...

     —¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Crees que alguna de tus obras maestras puede competir con las que ves en Roma?

     —No de momento... Pero no hay que desesperar... Hay sitio para unos y tal vez para otros.  Quizá pueda darse el caso de que...  ¿Sabes lo que quiero decir?

—Eres el ojito derecho de Abadón. Perdona si ya lo sabías, pero así se llama el Ángel de la Destrucción.

—¿Qué soy un qué?

—No sé cómo explicarme, Nelo, no sin hacerte daño. Piensa que tienes un hermoso salón decorado por Miguel Ángel, Rafael y Da Vinci. ¿Harías borrar un lienzo de pared y llamarías a Nelo de Volterra para que lo repintara?

Una terrible frialdad se expandió por sus miembros.

—¿Y qué tiene que ver el Ángel de la Destrucción con todo esto?

—Tiene, Volterra, tiene, pero soy incapaz de explicártelo.

Ni él iba a pedírselo, no podía comentar eso con Urbino. Él nunca lo entendería. Nelo atrajo a su imaginación la elegante fachada del palacio Máximo, un círculo de columnas procedente del antiguo teatro, llamado Odeón. Un teatro romano era el colmo de la expresión artística en su tiempo. Nunca se pensó como algo efímero, sino eterno. La peligrosa deriva de sus pensamientos hizo que se mordiera la lengua. Llegaron los cristianos y no tuvieron piedad con el teatro Máximo. Un cardenal, Riario, hizo aquí su palacio. ¡Debe saberse! ¡Destruyó el antiguo teatro! ¡No sintió nada! Sí ¿por qué apiadarse de lo que el tiempo destruye? Que sentimiento más inútil. Un monumento debe aceptar todo. Y si luego vienen los lansquenetes, y tienen la ocurrencia de arrasarlo ¡pobre de quien se resista! El arte es perecedero. Nada puede resistirse al carro de Cronos; el tiempo y la muerte son sus ruedas. Nelo debe ir subido a ese carro. Ahora comprende aquel pasaje del Apocalipsis. ¡El Ángel de la Destrucción! Lleva un incensario de oro y allí donde lo tira, arrasa. Sírvele y te elevará por encima de los hombres, te rescatará del olvido de la muerte. Es justo, justo, justo...

Estaba temblando, febril. El haber extraído todas sus consecuencias del tema que infestaba su mente como una ponzoña, parecía haberle afectado a la salud. ¿O tal vez estaba pillando la fiebre de los pantanos?

—Pero sigamos a lo nuestro —dijo Urbino probando el filo con un dedo.

—Quisiera enterarme de la suerte de otros monumentos.

—¿La destrucción de los monumentos te impide pensar en tu madre? ¡Nunca cuentas nada de ella y te pasas el día dando la tabarra con el Dime Amor! ¡A fe mía que sois fanáticos los volterranos!

Nelo frunció el ceño y se apretó la frente con la mirada clavada en el suelo.

—No, Urbino, no es ningún impedimento. Pero es que no hay nada que contar. No se guardan recuerdos de lo que ha sucedido mientras eras un mocoso.

 

Aquel día ¿había cumplido los diez? ella había derramado sin querer unos gramos de sal. El padre (a diferencia del hijo), jamás consiguió que lo inscribieran en el Libro de los Ciudadanos de Volterra. Sólo estaba registrado en el Libro de la Sal de boca dónde, dos veces al año, los miserables y los bocazas están obligados a comprar la sal a precios de estafa. La madre había sido una pelirroja de mirada gris-perla, tan deslumbrante, que aquel piccolo volterrano que al parecer era yo, se sentía incapaz siquiera de mirarla de frente; pero aquel día la piel de la cara estaba sumida a consecuencia de los sufrimientos. A veces aun componía madrigales que empezaban siempre por Dime amor y Nelo le juraba lo mucho que le encantaban y que sus poesías eran mejores que las de Petrarca. Entonces ella le cogía pellizcado de las mejillas y decía con zumba:

—Pero que gusto más malo tienes, Nelo.

Aquel día el padre no toleró el insulto y, con los ojos brillantes de vino, palpó la sal. De pronto, echó mano a una pierna de mármol (resto de un pequeño Apolo deteriorado) y se lo arrojó a la madre. Acertó en pleno rostro. La pobre expiró sin soltar un ¡ay! Luego, Antonio Riciarelli lanzó unas miradas circulares, temeroso de que los florentinos sospecharan de un tumulto. La familia vivía a la sombra del Macho florentino, fortaleza que clava su pasadizo en otra más pequeña, llamada la Hembra volterrana. Casi al momento, vieron aparecer por la puerta una pareja de soldados barbilampiños. Venían desarmados, pero con unas pequeñas hachas colgadas a la espalda, como los lictores romanos. El padre dijo que su mujer no le cuidaba bien, pero que lo siento, lo siento, lo siento... Cuando se lo llevaron, pidió a su hijo que nunca contase a nadie lo que había pasado. Es la única forma de que los Principales te respeten, nunca tengas que ver con un ajusticiado, hijo mío, nunca…

    

Entrado el verano ya ni siquiera quedaban los clavos de las cerraduras y nada podía ir peor en Roma. Si podía. Cayó la peste. A todas horas pasaban carretas llenas de cadáveres. Pero nunca estabas seguro si eran cadáveres: esta enfermedad produce la putrefacción en vida y tendías a retirar la vista de aquellos cuerpos llenos de pústulas negras y azuladas. En una hostería cerca del Bordeleto a un hidalgo navarro se le escapó que habían sido los propios españoles quienes habían pagado a ciertos untori judíos para que untasen un ungüento pestífero en muros, puertas y calles. Ese ungüento, fabricado a base de pestis manufacta, es el que, en resumidas cuentas, produce la peste.

 Un domingo neblinoso y cálido, por la mañana temprano, el ruido de las carretas pareció excesivo, incluso en medio de aquella desolación. Eran los lansquenetes que abandonaban Roma en pequeños grupos, tapándose las narices con pañuelos. A los pocos días, se abatió la última plaga: la pierluigización, que en este momento se hace difícil explicar en qué consiste. Ya lo irá diciendo el relato. Dio nombre a esta práctica Pierluigi Farnesio, cuyo padre llegaría a ser el papa Pablo III. El retrato que le hizo Tiziano es bastante ilustrativo de su bestial inhumanidad: ojos de besugo, barba de chivo, labios babeantes; cuando uno está frente a la pintura es capaz de percibir la roña y el hedor que acompañaron su paso por la vida. Pierluigi, que como aliado de los españoles había disfrutado del saqueo desde su palacio romano, asoló la campiña ya más a su gusto, al verse libre de competidores. Los niños, angelitos a los que su pequeño tamaño había permitido esconder en una alacena, pozo o armario, perecieron entre boqueadas hediondas. Los protestantes gritaron su denuncia:

—¡Los católicos han encontrado un nuevo método de martirizar a los santos!

El saqueo había sido tan completo que Piombo decidió a emigrar a Génova, incapaz de encontrar una sola onza de plomo para el sellado de las bulas. Perino, también en Génova, y Cellini, éste en Mantua, también habían conseguido al fin poner tierra por medio. La presencia de Nelo en Roma se había vuelto algo absurdo después de la doble negativa –de Perino y Miguel Ángel- a retornar a una urbe arrasada, vejada, muerta para siempre. ¿Quién iba a hacer encargos artísticos? Ni hablar de buscar la fama en este cenagal. Para sobrevivir, Nelo tuvo que recurrir a deambular por el Corso, a la caza de algún luterano o español retrasado a los que se ofrecía a hacerles un retrato por cuatro cobres.

 

Sería ya el otoño y, por paradójico que pueda parecer, llego a oídos de Nelo que Piombo, el supremo funcionario del sello, estaba de vuelta y tenía interés en hablar con él. Lo citó en la Sala del Erario del Santángelo: un círculo de armarios pandeados por el peso del oro, rodeando un gran tambor blindado. Su risa humillada indicaba a las claras que hubiese aceptado cualquier encargo alimenticio: el último salami apenas lo recordaba y hace un par de días que solo le quedaban cebollas. Lo que escuchó le dejó tan asombrado que tuvo que pedir al poderoso signatario que se lo repitiera.

—¿Qué lo repita? No solo lo repito, Daniele, ¡lo amplio!: no es exacto decir que en Roma se encarga de nuevo arte. ¡Lo que acaba de encargarse es más que arte! ¡Es la Obra Total!

¿Quién diablos podía estar tan loco? ¡Si aún no se habían apagado los rescoldos de las hogueras donde ardían Boticellis, Rafaeles y Peruginos!

Ni con una imaginación mucho más calenturienta que la suya hubiera podido imaginar la respuesta.


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viernes, 9 de agosto de 2024

LA DIVISIÓN DE LA HERENCIA EN DESACUERDO

En Peniche-Portugal, restaurante Mirandum, echan los percebes hirvientes sobre una cama 
de hielo. La consistencia es deliciosa, pero se quiebra por sistema la concha, por lo que hay
que tirar a base de dientes. Enormes y baratísimos.

PARTIJAS EN DESACUERDO

Según la jurisprudencia, en estos casos los gallegos tenemos la suerte de poder optar entre dos expedientes de derecho voluntario (sin necesidad de recurrir al Juzgado):

UNO.-El Común (1057CC): La Partición (si no la hizo el testador ni existe partidor por él nombrado) la realiza un perito ajeno a la herencia seleccionado vía internet por el Notario o Letrado judicial, sin necesidad de intervención de ningún heredero. Una vez completada, deberá ser aprobada por el Notario que así lo hará si se ha respetado la Justicia distributiva. Basta que la soliciten herederos o legatarios que representen al menos el 50% del haber hereditario (sobre 2 herederos, basta 1; sobre 4, 2;  etc.).

OTRO.-El Gallego (294 a 308 Ley Galicia): La Partición la realiza un perito ajeno seleccionado por sorteo notarial entre al menos cinco propuestos por las partes. Deben solicitarla al Notario al menos dos partícipes (véase la diferencia, aquí suma, por ejemplo, el viudo de cuota) que representen más del 50% del haber hereditario.  Existe una variedad especial (304 LG) cuando aprueban la partija al menos las ¾ partes del haber hereditario, que excluye la necesidad de sorteo de lotes y permite las compensaciones dinerarias, etc.

 

Para los que vayan a por nota, cuelgo a continuación la respuesta a una añeja consulta en un caso en que las fuerzas estaban igualadas, creo que estaban instituídos cuatro herederos a partes iguales de los que sólo dos deseaban partir.

 

 

Respuesta:

Sí, claro. Dirígete al notario de la demarcación del último domicilio de tu padre (o de la colindante) y requiérele para que extraiga de una lista oficial, vía internet, el nombre de un contador-partidor dativo CDP). Este hará las partijas que, si proseguís en la misma actitud, deberán ser aprobadas por el propio notario, si se ajustan a la legalidad. Una vez aprobadas, serán ejecutivas y registrables, aun sin la firma de los pasotas.  Regulación: Art. 270.2º de la Ley de Galicia en relación con el 1057 CC.

 

Profundizando, pero poco…

La ley de Galicia prevé en su art. 270 cuatro procedimientos de Partición. Por: 1ª) El testador; 2ª) El contador-partidor, en cualquiera de los casos admitidos por la ley; 3ª) Los herederos; 4ª) Resolución judicial.

 

La que te propongo es la Partija-2ª: Por el contador partidor en cualquiera de los casos admitidos por la ley. La ley de Galicia prevé dos modalidades: a) Nombramiento por el testador a un no-partícipe; 2) Nombramiento por el testador al viudo usufructuario de totalidad. A su vez, el término “cualquiera” casos admisibles legalmente, remite al derecho supletorio (1057 CC), que prevé la modalidad nº 3) Nombramiento por el Letrado de la Administración de Justicia o el Notario de un Contador-Partidor dativo (CPD en adelante) y, si persiste la no-unanimidad, aprobación de la Partija (del contador) por parte de dichos funcionarios.

 

Es importante atender a la redacción del 270.2º. Dice “El contador-partidor en cualquiera de los casos admitidos por la ley”; y no dice “El contador-partidor nombrado por el testador”. Ello significa que está refiriéndose también al procedimiento que te propongo: la partija por el CPD, que es una modalidad típica del derecho de Galicia, autónoma y distinta de cualquiera de las otras tres que propone el art. 270.

¿Porque es importante insistir en esto?

Lo es.

La Dirección General de los Registros y el Notariado ha introducido un factor de confusión en una Resolución de 8 de octubre de 2.015, donde se le escapa que (la partija por el dativo y la partija por los herederos) “se trata del mismo procedimiento”.

Estamos ante una declaración superflua dicha “de pasada”: no tiene que ver con el caso que resuelve, de plazos: por tanto, no sienta jurisprudencia. Pero puede llamar a equívocos ¿verdad?

(Recordemos que la Partija de Herederos se otorga o por…: a) Por unanimidad de los herederos; b) Por acuerdo por mayoría, formada al menos por dos partícipes, de que se elija por sorteo, entre al menos cinco peritos, uno que formará los lotes a sortear; c) Por acuerdo por mayoría del 75%, sin necesidad de sorteo ni homogeneidad de los lotes).

 

¿De verdad puede entenderse que es el mismo procedimiento el de la partija realizada por el contador-partidor que la realizada por los herederos?

 

La casuística de los diversos derechos territoriales pudo haber provocado la ambigüedad. Sí, es cierto que en Cataluña el CPD ha sido sustituido por el árbitro testamentario. No cabe su intervención. En Baleares, la D.F. 2ª de su Compilación aclara que las remisiones al Código Civil lo son a las normas vigentes a la entrada en vigor del Texto Refundido: requería nombramiento judicial del CPD. O sea que tampoco sería aceptable la tramitación ante Letrado judicial o Notario. Pero en Galicia el 270.2º, se remite a la ley vigente. Por tanto, ningún problema en utilizar dicho procedimiento jurisdiccional.

 

 No, no es lo mismo la partija por el dativo que la partija por los herederos.

 

Desde la aprobación de la ley Galicia 2/2006 han convivido pacíficamente el procedimiento del 270-2ºLG/1057CC (en especial, CPD) y el de los arts. 294 y ss LG (Partición por los herederos). El que tenga una demanda o un recurso pendiente, puede recorrer por internet una buena selección de Sentencias de las cuatro Audiencias gallegas que demuestran una tradición jurídica firme. Parece claro que una cosa es un expediente de Jurisdicción (antes tramitado por el Juez, ahora por el Letrado judicial o del Notario), en el que se elige aleatoriamente contador-partidor y luego el propio funcionario aprueba o rechaza su partija; que un acto colectivo, la partija por los herederos, sea por unanimidad, por mayoría simple, o por mayoría del 75%; pero siempre eligiendo los peritos los propios herederos, que son los que aprueban la Partija. El despacho al que recurres, a menudo colectivo, te suele seleccionar los cinco entre los que se efectúa el sorteo: vosotros, herederos, elegís al despacho. Como mínimo, siempre deber haber acuerdo por mayoría, como en el proindiviso. ¿Qué tiene que ver con recurrir a un funcionario público para que otorgue la partija en supuestos de equilibrio de fuerzas?

 

Las diferencias más importantes entre el procedimiento particional del 270-2ºLG/1057Cc (Contador-partidor-dativo)  y el del  270-3ºLG/294 y ss. LG (partija por los herederos) a mi juicio son:

 

--El del 270-2º/CPD es un procedimiento jurisdiccional otorgado por y ante funcionario público para arreglar herencias en desacuerdo, que se tramitaba ante Juez, y, ahora, por y ante Letrado Judicial o Notario, mediante un perito neutral, extraído de una lista oficial y suele acabar, de persistir el desacuerdo, con la aprobación o rechazo por parte del propio Letrado Judicial o Notario. Su presupuesto es la inexistencia de acuerdo, siquiera mayoritario, bastando la existencia de intereses equiparables, incluidos los afectantes a un solo heredero. Se trata de derecho procesal.

El funcionario actuante lo hace bajo su responsabilidad, sin recurrir a sorteos.

--El del 270-3º es un acuerdo entre los herederos para ejecutar la Partición que puede y debe otorgarse o por unanimidad; o mayoría del 75%; o, al menos, por mayoría simple; igual que  tantos otros actos colectivos: acuerdos en los proindivisos, juntas de las sociedades o asociaciones o las comunidades de vecinos. Requiere colectividad (al menos dos personas) y mayoría. Se trata de derecho sustantivo.

Si la mayoría es escasa, los herederos solventan sus diferencias por sorteo.

 

--El 270.2º/CPD  como acto de jurisdicción que es, está sometido a fuero: el Notario del distrito del último domicilio del causante o donde esté la mayor parte de su patrimonio; también es admisible el de un distrito colindante.

--El 270-3º, como acuerdo particional libre y soberano que es, puede otorgarse ante el Notario que a uno le venga bien. Los de Sanxenxo pueden ir a Ibiza, si tienen ese extraño gusto.

 

--En el 270-2º/CPD la intervención del no-promovente es testimonial (salvo aprobación posterior), pues la partija se otorga por el contador-neutral y el Letrado Judicial o Notario.

--En el 270-3º, la minoría puede, si quiere, participar en igualdad de condiciones que la mayoría (parten los herederos), pudiendo también proponer peritos. Aunque no suele.

 Los acuerdos delicados, como adjudicar cupos en dinero, se toman por mayoría cualificada del 75%: está prohibida la intervención de ningún funcionario (Notario, Juez, Letrado Judicial) por tratarse de acuerdos entre particulares.

 

--El 270-2º/CPD,  repetimos, se refiere a un procedimiento, un acto jurisdiccional, por lo que no caben negociaciones.

--El 270-3º se refiere a un acuerdo rescindible por las mismas causas que las obligaciones, cabiendo todo tipo de negociaciones en respuesta a las proposiciones del perito: eximirse de evicción, del saneamiento, sobre entrega de títulos, etc.  

 

En conclusión, salvo mejor criterio:

-El procedimiento de Partija por contador-partidor dativo es uno más de los que regula el art. 270 de la ley de Galicia que, por tramitarse exclusivamente ante Letrado judicial o Notario, no tiene mayor relación con la partija realizada por los herederos, sea en sus diversas mayorías o por unanimidad, excepto en que se trata de otro de los procedimientos regulados por el art. 270.

Según nuestra tradición jurídica y nuestra ley formal, cualquiera de las dos variedades (270.2º y 270.3º) es lícita y aplicable en Galicia; tanto como las otras dos (270.1º y 270.4º).

 

-Lo que la Resolución de la DGRN vino a decir con un lenguaje un tanto imperfecto es que, sin duda cabe en Galicia la partija por Contador-partidor en cualquiera de los casos legales, incluido el del dativo (270.2º), pero respetando la regulación sustantiva gallega, por lo que los plazos se computarán en días hábiles, no en días naturales.

 

-Un criterio para mí importante: estamos ante casos que excluyen el litigio conflicto que, de haberlo, se resuelve ante un Juez: la experiencia nos dice que suele tratarse de casos de pasividad o desgana por alguna parte, muchas veces debida desvinculación en el extranjero. Entiendo que el objetivo debe ser de ayudar a la gente; no colocarle hábiles zancadillas.

 

Ahora, entre nosotros, sin que salga de aquí:

No existen interacciones entre ambos procedimientos. Si tienes mayoría simple, mayoría cualificada o unanimidad, ni se te ocurre acudir a un expediente de Jurisdicción. Pudiendo seleccionar al despacho de abogados de tu confianza ¿vas a acudir a insacular un partidor? La mayoría son excelentes profesionales, pero, a veces, aparecen apuntados en la lista astronautas de planetas lejanos o parientes de Luis Candelas (opino que en tales casos se puede renunciar al contador).



Cuando se trata de casos de equilibrio de fuerzas, o sea, un heredero de dos a partes iguales, dos de cuatro, etc., recurres al dativo porque no tienes más remedio.

Con lo que ya sólo nos queda por examinar un procedimiento un tanto radical de partición: “con la escopeta”, afortunadamente cada vez más en desuso.

¿Habrá la bici descubierto un nuevo tramo de la vía XIX "per loca marítima"?


CODA.-Desde la Resolución DGRN de 29/01/2018 (BOE 13-2), toda esta "profundización" ha quedado un poco superflua, pues se admite sin ambages que los gallegos pueden elegir a su conveniencia entre uno de los dos procedimientos que existen para solucionar su desacuerdo en las particiones, a saber:
1.-EL COMÚN: Basta que lo solicite un sólo heredero o legatario, siempre que represente al menos la mitad del valor de la herencia. El perito/partidor lo insacula el notario por internet entre una lista de elegibles, previamente inscritos. Para su eficacia basta la sola firma del perito, pero, si no aprueban la partija todos los herederos, es precisa la aprobación por parte del notario. Por eso se llama "jurisdiccional".
2.-EL GALLEGO: Deben solicitarlo al notario al menos dos partícipes que representen un porcentaje superior a la mitad del haber hereditario. El perito se sortea entre al menos cinco propuestos por las partes. En principio, se hace por sorteo de lotes, lo que no es necesario si aprueban el proyecto partícipes que representen al menos 3/4 partes del haber hereditario. No precisa aprobación por el notario, por eso se llama "contractual".