SUMARIO
1.-LA DESHEREDACIÓN DE GALICIA
2.-LA CONQUISTA DE CANARIAS EN DOCAMPO VERSUS COLÓN
1.-LA DESHEREDACIÓN DE GALICIA
El
titular de la noticia de la Voz de Galicia en 06/07/2002 es “El
(Tribunal) Supremo rechaza que se pueda negar la legítima alegando solo la
falta de relación”. El texto, sumamente interesante para sus lectores de
Mansilla de las Mulas o Guarromán, no aclara que las “causas de
desheredación previstas en el Código Civil”, sobre las que bien informa, no son
aplicables en Galicia que tiene leyes propias, probablemente por la escasa
difusión de ese periódico en nuestra comunidad autónoma. Por si alguno hubiere,
nos permitiremos aquí comentar las diferencias; para empezar, que en Galicia la
materia no se rige por el Código Civil, sino por la Ley de Galicia. O que la
legítima gallega es una deuda y el legitimario un acreedor, que no interviene
en la partición. O que la legítima del Derecho Común (Código Civil, vigente en
casi toda España pero no en las autonomías del Norte, que tienen leyes
especiales) es de 2/3, mientras la gallega es un crédito/deuda de 1/4 a
repartir entre los descendientes-acreedores. O que el órgano jurisdiccional supremo
en materia de Derecho de Galicia es el Tribunal Superior de Justicia de
Galicia.
Vamos
aquí a comparar las causas de desheredación de los descendientes equiparables
entre uno y otro cuerpo legal (Código Civil –CC- y Ley de Galicia –LG-),
descartando otras muy específicas como, por ejemplo, las de indignidad (atentar
contra la vida del causante y cosas por el estilo).
Justas
causas para desheredar según el 853 CC y 263 LG:
SOBRE
ALIMENTOS
Según
el CC
“1ª.-Haber
negado, sin motivo legítimo, los alimentos, al padre o ascendiente que le
deshereda”.
Según
la LG
“1ª.-Haberle
negado alimentos a la persona testadora”.
Lo
que nos lleva a las respectivas definiciones de “alimentos”.
Según
el CC
Artículo
142.
Se
entiende por alimentos todo lo que es indispensable para el sustento,
habitación, vestido y asistencia médica. Los alimentos comprenden también la
educación e instrucción del alimentista mientras sea menor de edad y aun
después cuando no haya terminado su formación por causa que no le sea
imputable.
Según
la LG
Artículo
148.1
La
prestación alimenticia deberá comprender el sustento, la alimentación, el
vestido y la asistencia médica, así como las ayudas y cuidados, incluso los
afectivos, adecuados a las circunstancias de las partes.
COMENTARIO:
Las
diferencias saltan a la vista:
1.-El
CC disculpa la privación de alimentos si está justificada, la LG,
no. Por poner un ejemplo previsto en ambos cuerpos, la asistencia médica (que
no se refiere a que el hijo sea doctor y cuele a su padre para una operación,
sino en llevarle al médico, visitarle en el hospital, decidir el tratamiento en
ausencia de consciencia, etc.), para el CC estaría justificado si el padre a su
vez pasó del hijo cuando esté sufrió un infarto; en cambio,
para la LG el hijo deberá ayudar a su padre en caso de grave enfermedad, sin
que pueda tomarse la revancha.
2.-La
LG,a diferencia del CC, da relevancia a las causas afectivas (más bien desafectivas),
aquellas precisamente a que se refiere la Sentencia del Supremo como “falta de
relación”. Asusta la frialdad que denotan algunas consultas jurídicas,
informándonos de hijos que no ven a sus padres en 20 años, o ni siquiera les
felicitan la Navidad; muchos padres y abuelos llevan eso como un clavo en el
corazón. Una situación que no será difícil de probar; animo a nuestros abogados
a que aleguen (acumulativamente con la tan manida del daño psicológico),
también esta causa -1ª, alimentos- que es, con mucho, la más invocada
para privar de legítima a los descendientes gallegos. “Es como si no
tuviera hijo/as, nietos…”
(By
de way, la propia sentencia noticiosa del Supremo aclara que se refiere a un
caso concreto y que, en muchos otros, ese órgano ha reconocido la falta de
relación como “causa”, pero por la vía del “maltrato psicológico”, no de
privación de alimento afectivo, como la LG propone)
SOBRE
MALTRATO
Según
el CC
“2ª.-Haberle
maltratado de obra o injuriado gravemente de palabra”.
Según
la LG
“2ª.-Haberle
maltratado de obra o injuriado gravemente”.
COMENTARIO
Asimismo
la diferencia es palmaria, parece que nos abofetea. El CC solo prevé las
injurias verbales, la LG incluye las “de facto”. Un práctico del derecho habrá
escuchado mil veces que las más grave e imperdonable es “no asistir al
entierro”, por ejemplo un padre que priva de legítima al hijo por no asistir al
entierro de la madre. Algo susceptible de prueba y que un juez con sensibilidad
para el alma gallega no puede dejar de apreciar.
Suele
ser acumulable con el daño psicológico y la privación de alimento afectivo.
SOBRE
INCUMPLIMIENTO DE DEBERES CONYUGALES
Según
el CC
“1ª
(855).-Haber incumplido grave o reiteradamente los deberes conyugales (será
justa causa para desheredar al cónyuge)”.
Según
la LG
“3ª.-El
incumplimiento grave o reiterado de los deberes conyugales (causa para
desheredar a cualquier legitimario”.
COMENTARIO
Tampoco
aquí hay que jugar a “buscar a Wally”: la diferencia está clara. El padre
gallego puede privar de legítima al hijo por maltratar a su mujer que, cuantas
veces, es la que cuida amorosamente de los suegros. Por el contrario, el
causante castellano solo puede alegar esa causa para desheredar al cónyuge.
COMENTARIO
FINAL
Naturalmente
los derechos peninsulares que se adaptan a la realidad social (muchas
personas alcanzan edades provectas y necesitan cuidado de familiares),
como el Vasco o el Aragonés, han suprimido el derecho individual a la legítima
para todos los hijos (o descendientes de hijos fallecidos): el causante le deja
lo que quiere al hijo que quiere y al que no, nada de nada. Por desgracia el
Derecho Gallego no se actualiza desde que el actual presidente, sr. Rueda, ha
desempeñado la Consellería de Justicia.
Tenga cuidado, sr. Rueda, no sea que los gallegos le deshereden a usted.
2.-LA CONQUISTA DE CANARIAS EN DOCAMPO VERSUS COLÓN
La conquista de Canarias fue brutal sin paliativos, equivalente al aplastamiento de las tribus celtíberas por las legiones romanas. Sebastián Docampo, Conquistador de Tenerife bajo las banderas de Alonso de Lugo, fue uno de aquellos tipos duros, demasiado. Los dos capítulos íntegros que siguen, el 1 y 2 del libro II, se leen en un suspiro con el corazón encogido...
Canarias
La etapa en Canarias, con
sus luces y sombras, vale, vale, sus SOMBRAS, fue la etapa en que se fraguó el proyecto
vital de Sebastián de Campo. Fue el momento en que entró en batalla, ya a las
primeras de cambio, como si no hubiera hecho otra cosa en la vida, aunque no
hay que descartar que la procedencia de aquella peculiar Galicia le hubiese
servido de entrenamiento. Que supuso su presencia en el mundo de los negocios
sería decir poco; aquello fue un debut a lo grande, aunque con un punto ominoso
y amargo que, y eso hay que decirlo, le servirá de lección, pues no repetirá
ignominia semejante en La Española, Cuba o El Darién. Cuando la primera etapa
de inseguridad, transcurrida en la isla Gomera, fue quedando atrás, en su lugar
se abrió un cielo de plenitud, con la capitanía en la conquista de Tenerife y
las adjudicaciones por data de grandes extensiones de terreno azucarero
y guanches que las trabajasen: Ya era millonario y el país, de clima tibio y
amable, como unas rías Baixas mejoradas. Otro menos ambicioso se habría
conformado. Y no es que las recompensas fuesen futileza: los primos Docampo
armarán en el puerto de San Sebastián casi todas las expediciones colombinas
del Descubrimiento; todas menos la desastrosa cuarta y última… a cuyo
salvamento ayudará Sebastián desde la otra orilla del mar Océano. Pero
Sebastián querrá forzar sus límites, llegar a su máximo vital, y en eso se
distinguirá de los dos Alonsos: el de Lugo o su primo, el de Campo, que
considerarán los gobiernos de Tenerife o Gomera suficiente corona a sus
respectivas trayectorias. El tudense pasará a Indias y desmentirá, mediante el
bojeo y población de la isla de Cuba, la superchería de Colón que juraba —y
hacía jurar bajo pena de deslenguamiento traumático— que aquello era la China.
Tras la exploración, Cuba pasará a estar considerada Egipto, y como egipcia se
la describirá en el primer libro moderno sobre el país de los faraones. Ya en
la cumbre de su carrera, veremos a Docampo como un puntal básico en el
descubrimiento del océano Pacífico.
Es poco probable que él
mismo nunca se lo haya propuesto, pero, a los espectadores, nos suscita una
intensa curiosidad ese papel de anti-Colón que le tocará interpretar, develador
y al mismo tiempo salvador de aquel genovés, lunático sí, pero que tenía lo
único que tienen que tener los grandes hombres: una idea fija y la decisión
neurótica de servirla a todo trance. Ese matiz (el mismo) es muy importante, puesto
que probablemente Campo no tenía nada contra Colón, pero sus reales patrones
sí, y el gallego no es más que uno de esos arietes (Varela, Aguado, Bobadilla…)
que usaba la monarquía para controlar al genovés. No debemos cerrar los ojos al
hecho fundamental de que Campo sea un mero contino o funcionario público que
obedece órdenes, nada que ver con aventureros tipo Cortés o Pizarro.
Retazos de la personalidad
de Campo circulan por cierta literatura chauvinista como hilos sueltos del
sudario de cierto fantasmal Colón gallego, entreverados en una urdimbre en la que también
participan fibras esenciales de las personalidades del conde de Camiña, alias Madruga, y de Cristóbal de
Sotomayor, su hijo indiano. En nuestros tiempos, seguir esa vía requiere mucho
voluntarismo, demasiado, teniendo a la vista la orden del rey a Álvaro de
Sotomayor de que pague las deudas de su difunto padre. A don Fernando no le
acababa de convencer la metamorfosis del de Camiña a Cristóbal Colón. ¿Nos
permitimos una travesura? Propongo un aggiornamento de la leyenda urbana. ¿Qué tal si empezamos a
hablar del anti-Colón gallego?
¿Acaso no haría Campo un
buen papel? Era un tipo de modales exquisitos y garantizo que sabría
comportarse en esas imperdibles exposiciones As tres décadas de ouro do Colón galego, que se celebran por
primavera en el pontevedrés palacete de las Mendoza, cerca de la colegiata
Santa María, frente por frente al Cristo de los marineros. En la soledad de la
noche, cuando hubiese salido el último turista, Sebastián intentaría serenar la
perturbación del genovés, os aseguro, maese Colón, que el Mundo no tiene tetas…
aunque os admito la propuesta de que en el pezón esté el Paraíso.
-1-
Hernán
Peraza
No vamos a echar la culpa del genocidio de Gomera a la
brutalidad de la aristocracia gallega; es más, dudo mucho que hubiera podido
evitarse aunque determinada rama de la familia Campo no hubiese desembarcado
allí. Combatían como combatían, eso es cierto, y su eficacia con la ballesta
puede calificarse de quirúrgica. Si solo hubiese sido cuestión de choques
armados el resultado habría estado cantado: aquella población estaba en el
neolítico, no siendo las puntas de hierro de sus hastias, regalo de
amables contrabandistas portugueses. Pero si no hubiera intervenido una
compleja cadena de factores, seguramente sus menceys habrían optado por el
realismo y habrían terminado por someterse a los castellanos, trabajando para
ellos de peor o mejor grado. Pero la supervivencia de aquella raza ingenua
hubiese requerido su abstención en las querellas de los conquistadores, o al
menos, el haberse acogido a la protección del bando en el que los hados del
destino los habían situado: el de las islas de Señorío. Ignorantes de lo
que se cocía a muchas leguas de allí, su primitivo alzamiento acabará llamando
la atención de la reina Católica, que ordenará el envío de tropas profesionales
desde las islas de Realengo. Entiendo que todas esas circunstancias son
vitales para explicar los motivos de la presencia de la familia Campo en el
trópico de Cáncer, por lo que me propongo embarcarme en una relación, siquiera
sucinta de ellas. Caso contrario, acabaríamos encartando a unos en las culpas
de otros. Quede claro que aquí no existen inocentes: las disculpas anticipadas
se piden por el fárrago mareante de datos históricos, no para justificar el
comportamiento de nadie ¿O.K.?
1.-Sebastián debió embarcarse en Málaga. El mar de
Canarias era un piélago de otro signo, apacible y tibio como el río de Sevilla,
tan distinto al mar de Galicia. Sería a principios de 1488, a raíz de la
primera de las rebeliones de gomeros que narra Abreu y Galindo, porque durante
la segunda, noviembre de ese año, ese mismo historiador ya nos hará ver a los
Docampo en acción, disparando a través de las saeteras de la
casa-torre-fortaleza de San Sebastián de la Gomera. Lo que de verdad extraña es
que tardase tanto ese cambio de los aires. Extraña, porque tenían que estar
sobre aviso, por un pariente lejano de que en las islas había trata sobre los cautivos
en buena guerra, comercio condenable según la Iglesia, pero comercio al fin
y al cabo.
Sin duda para los hidalgos o los que decían serlo, la
guerra más atractiva siempre sería la de Granada: miles de propiedades a
reparto, hornos, huertas, acequias, complementadas con moros horneros, zahories
u hortelanos que las trabajasen. Pero un buen observador podría advertir una
corriente de anhelos y deseos más profunda, imposible de detectar para el que
sólo escuchase el grito unánime de los alardes: “¡Dios quiere Granada!” Los
grandes linajes, los capitanes de los guardias reales, los maestres, caballeros
y comendadores de las Ordenes militares, los mayorazgos, no pensaban otra cosa
que ceñirse la servilleta y comenzar el banquete en el salón de Embajadores del
palacio de los Nazaríes. Pero el pensamiento de “los otros” empezó a seguir un
rumbo ¡tan distinto! que, en vez de una ciudad con Alhambra, acabarían
conquistando un continente entero y mitad de otro: medio Mundo y dos océanos.
Eran segundones, ilegítimos de sus linajes y conversos; dada la menor calidad
de sus personas se habían dado de bruces, ya a raíz del reparto de Málaga, con
la prosaica realidad de que apenas les llegarían las migajas. Un vomitivo
puñado de maravedíes, como lo que se da a los leprosos. No obstante, los más
letrados de este grupo, habían sido capaces de captar entre las farragosas
cláusulas del tratado de paz de Alcaçovas, un incierto mensaje de esperanza:
Portugal había renunciado en favor de Castilla a las islas de Lanzarote, Palma,
Fuerteventura, Gomera, Hierro, Graciosa, Gran Canaria, Tenerife y las islas
comarcanas, que se decían infinitas. Aquí había buena guerra también para
ellos si se arrojaban rápido a las naos: los mayorazgos son como los gatos: no
se arriesgan con el agua salada, teniendo pitanza asegurada en tierra firme.
A Portugal le habían tocado en el reparto la India, la
China, Indochina, Cipango, la Especiería y todas esas cosas que, como el
Paraíso, nadie niega que existan, vale, pero ¿alguien las ha visto alguna vez?
Y los reyes ¿qué? Los reyes, sonreían. Piensas que don Fernando te va a
fulminar, empeñado como está en acabar con el moro, pero la guerra daba sus
últimos cañonazos, de hecho, tenía ya amarrado un pacto secreto de rendición
incondicional con el propio emir Boabdil. Y luego estaba la santa reina. Isabel
soñaba con ganar multitudes para las huestes de Cristo. Ella, en su éxtasis
sagrado, ya avizoraba más allá de los muros de Granada la Roja, por encima de
la torre de la Vela, ¡plus ultra!¡Plus ultra! ¿De verdad alguien se había
creído seriamente que tuviese intención de hacer obsequio del Universo a
Portugal? Puede que tres cuartos de su sangre fuese portuguesa, pero lo que se
dice reina, reina lo era ¿de dónde?, ah sí, de Castilla.
2.-Hace una década los Reyes ya habían visto con
delicia a los que habían ofrecido sus espadas para la conquista de las grandes
Canarias: Gran Canaria, Tenerife y La Palma: las islas de realengo. Enterada
con estupor la Reina de que los canarios continuaban siendo infieles, a pesar
de que el obispo de Rubicón los había precipitadamente declarado cristianos,
obtuvo indulgencias eclesiásticas para la magna obra de reducirlos a nuestra
Santa Fe. En 1478 envió por gobernador de Gran Canaria a un hombre bragado, formado
en esa policía expeditiva que fue la Santa Hermandad: Pedro de Algaba. Debería
poner paz entre los anteriores conquistadores electos: el hidalgo leonés Juan
Rejón y el deán Bermúdez. Ante la escasez de suministros en Canaria, Algaba
envió a Rejón a Lanzarote, pero Diego de Herrera, señor de las islas de
Señorío, lo reembarcó a mano armada y ¡a él que le importaba que se murieran de
hambre en Canaria! ¿Qué se creían esos reyes? ¿Qué iba a ayudarles a que
sustrajeran a su imperio las islas de señorío? El leonés en franca retirada
juro venganza, no considerando bastante el par de cañonazos que disparó por
estribor de su carabela, matando apenas un escudero. Herrera era el esposo de
Inés Peraza, padres de Pedro (el desheredado) y Hernán (el querido), a quien
donarán en mayorazgo otra de las islas de señorío, Gomera. Precisamente, el
incidente de los cañonazos se tuvo con Hernán Peraza, a quien su padre había
encomendado la expulsión del intruso. Aquí surgirá el punto de honor
entre tan pundonorosos caballeros; el puntillo que acabará con la vida de Juan
Rejón:
y se pudiera decir que estas dos piezas de artillería
fueron las que le quitaron la vida después en La Gomera 1.
Rejón había
afirmado que él era “el todo en esta conquista”, pero la oposición de Peraza,
Bermúdez y Algaba impedirá su reconocimiento oficial como conquistador de Gran
Canaria, a pesar de haber sometido a sangre y fuego tres de cada cuatro tribus
del territorio. El gobernador Algaba lo apresó y lo embarcó rumbo a la corte
para su castigo por haber bombardeado cristianos. Varias veces será devuelto
Rejón a la península con grillos en los pies. Pero los brutales métodos rejonianos
eran vistos son simpatía en la corte, dada la impía terquedad de los naturales,
y era reexpedido automáticamente de vuelta en cada ocasión, ya libre de
hierros. En su última estancia forzada en la península Rejón atinará con la
tecla correcta: acusará a Algaba ante los Reyes de tratos con Portugal. Bingo.
El 2 de mayo de 1480 Rejón desembarcó en Las Isletas de noche y, al día
siguiente, fiesta de Santa Cruz, penetró en la iglesia al grito de ¡Viva el
Rey! Los documentos con el sello real que traía le permitieron hacerse con el
Real de Las Palmas en un santiamén: tras un simulacro de proceso, Algaba será
degollado a cuchillo en La Vegueta. El cadalso se había levantado en la coqueta
plaza de Santa Ana.
Se habían
cumplimentado todas las formalidades de la muerte hidalga, incluso
funerales con niños llorones, mucha cera y colgaduras de raso. Naturalmente
ello redundará en la buena fama como caballero de Juan Rejón, pero todos esos
miramientos podían haberse dedicado a evitar conflictos entre nuestros súbditos,
pensarían tal vez sus altezas.
3.-En 1480 la Reina instó a su Consejo a que de una
vez le recomendasen a un hombre de peso para las islas, alguien a quien todos
hablasen en voz baja. Y si era omiciano, mejor que mejor. Se fijaron en
Pedro de Vera, jerezano, alcaide de Cádiz e isabelino de pro, dotado de las
condiciones de crueldad, eficacia y disciplina que convenían al cargo de
conquistador de la Gran Canaria 2; había dado muerte a un alcaide pero el
tal no dejaba de ser un sedicioso de esos de La Beltraneja, lo que hacía
innecesario el omecillo. Se le dotó de poderes omnímodos, nombramientos
firmados en blanco excepto para cargos reservados a bachilleres, y jurisdicción
en tierras y puertos. Desembarca en el puerto de las Isletas. Tras unos días de
amistad y vino en la taberna para que se confiase, apresó a Rejón, le instruyó
proceso y lo remitió empapelado a la península por la primera carabela. Libre
de aquel elemento levantisco, Vera hará honor a sus dotes militares bien
probadas en la Vega de Granada: al cabo de un par de años, conquistados Telde,
Galdar y otros muchos pueblos, los guanches de Gran Canaria estaban resignados,
que no felices, con la presencia castellana.
Lo que pasará a continuación provocará miradas
furtivas entre los conquistadores, porque, contra toda costumbre, no se proclamará
la paz a pesar de haber cesado en la práctica el silbido de los dardos canarios
y el chiflido de las ballestas castellanas. La guerra fría durará hasta 1488 y
se simultaneará con la de Granada. La explicación al misterio llegará en su
momento y no dejará de ser una buena explicación.
4.-Pedro de Vera demostrará tener adicionalmente las
condiciones de flexibilidad que le habían merecido la real confianza: ante la
presencia en las islas de Alonso de Lugo, concuño del malogrado Algaba, aceptó
el sistema de dos reales: uno en Las Palmas, bajo su mando, y otro en Agaete,
capitaneado por el propio Lugo. Bisnieto de Rodrigo López de Lugo, llamado El
ataúd (“Señor, no seas ataúd de tus vasallos”), casado con Leonor
López Docampo y nieto de Lope Yáñez de Lugo y Docampo, el gallego blasonaba en
su escudo de cinco cabezas degolladas de lobo, una sería poco. Su divisa era
“Quien lanza sabe mover, ella le da de comer 3”. Lanza sabía mover, pero no demasiado si
atendemos a sus colosales derrotas; aunque lo cierto es que sí dará de comer
hasta el hartazgo a toda su parentela: A Sebastián Docampo la comida le acabará
saliendo por las orejas. Lugo fue el típico segundón que captó a primer vistazo
la ocasión de oro que se abría para ellos en aquellas latitudes subtropicales.
El historiador Serra Rafols estereotipa su carácter como producto de un
andalucismo (había nacido en Sanlúcar) matizado por la tenacidad, astucia y
cálculo gallegos. De su aspecto nada podemos decir pues la cámara del iPhone
siempre lo sorprende con el yelmo emplumado y la armadura puestos; lo único que
deduce un forense de su esqueleto, hoy depositado en una caja de pinsapo en la
catedral de Las Palmas, es que no era ni alto ni bajo. Narices, ojos y todo
eso, parece que va en el paquete de homo sapiens sapiens. En su real de
Agaete construirá la típica torre fortificada:
hizo una fortaleza donde cada día peleaban, e muchas
veces fue herido y sufrió muchos trabajos, hambres e muertes de criados y
parientes e otras personas, e muchas afrentas e peligros, hasta llegarle a
poner fuego a la torre e pegárselo e desamparar la torre por temor del fuego e
salir a pelear al campo 4.
Los méritos de Lugo le valdrían la posesión de las
tierras y aguas de Agaete, donde llevará una próspera vida de hacendado
colonial, dedicado al cultivo de la caña y a las tensiones de una perpetua guerra
fría de casi una década, hasta la paz de 1488, por más que hacía tiempo que
habían cesado las operaciones complejas que pudiesen requerir artillería o
caballería. Guerra fría y prosperidad eran todo uno. El botín con que devolvía
los préstamos a los banqueros genoveses o florentinos eran forzosamente
esclavos y ganados, pues excluidas las tierras y las aguas, no había otra cosa
que rapiñar en Canarias:
El calificativo de negrero que se ha dado a Lugo es
más bien suave, pues los comerciantes de esclavos no tenían que ser siempre
desleales en sus negocios. Episodios como la venta de los jóvenes rehenes de
ambos sexos entregados por los jefes palmeros, de los guanches de Adeje,
capturados con pretexto de bautizarlos, del hijo de Bentor, vendido dos veces
tras haber cobrado su rescate, y tantos otros, basta con aludirlos 5.
Lugo, que podía poner banderas de recluta en Sevilla
en plena Guerra de Granada, como sólo se consentía a los grandes, solicitaba y
recibía a menudo refuerzos de la península. Llegó a desesperar a los guanches:
la raza de los hombres que hacen mal es inagotable, y
el calado de los navíos que los vomitan en las playas, inmenso 6.
Sin duda el tráfico de carabelas entre Las Isletas y
el puerto militar de Málaga provocaría que los desheredados de la fortuna del
real de Granada se hicieran las preguntas y se diesen las respuestas
pertinentes: Lugo necesitaba en Canarias hombres bragados y no escatimaba el
pago en tierras y cautivos. Los Docampo enrolados en la guardia real por un
mísero puñado de maravedís, cual Ulises renacentistas, no podían ignorar el
canto de las sirenas.
Quien les iba a decir que su futura peripecia canaria
se iba a relacionar con una larga cadena de asesinatos.
5.-Nos interrogamos por el paradero de Juan Rejón que,
tras eliminar al gobernador real Algaba, había navegado en cadenas a la corte
donde, esta vez, la cosa iba a tener mala componenda. Na, que va, fue
absuelto. Los Reyes sonrieron; le levantaron del suelo por los codos; le
hicieron real merced del nombramiento de general conquistador de las dos islas
realengas que faltaban, La Palma y Tenerife; y le avalaron ante la banca
italiana. Se hacen raros los capitanes que sojuzguen indígenas por millares.
Zarpó de Cádiz en mayo de 1481 con cuatro bajeles de transporte de 300 hombres,
20 caballos y pertrechos. Le acompañaba su esposa, Elvira de Sotomayor (sí,
leíste bien), y sus dos hijos pequeños. Intentó el fondeo en el puerto de Las
Isletas para un refresco de la navegación, pero Pedro de Vera, recordando la
ejecución de Algaba, le mandó decir en educados pero enérgicos términos, que no
respondía de su vida si intentaba el desembarco. Al mar. Una fuerte marejada le
forzará a hacer escala en la playa de Hermigua de la isla de Gomera, lo que nos
permite poner el foco de una vez en el futuro hogar de Sebastián de Campo:
Gomera, la isla de la eterna primavera, asentada sobre la mayor caldera
volcánica del planeta. Es la primera quincena de junio de 1481 y están a punto
de concatenarse los sucesivos dramas. Amigo/a, prepárate, ponte un impermeable
que la sangre va a salpicarnos hasta el occipucio.
Hernán Peraza, el napoleoncillo que gobernaba la isla
por delegación de su madre Inés, pensó que no tenía porque aguantar semejante
provocación. Justo aquí, en esta playa, SU PLAYA. Rejón le había jurado
venganza y le había disparado un par de cañonazos en Lanzarote; si soporta este
ultraje, su figura se verá capitidisminuida y ya bastantes insolencias
estaba aguantando de los bandoleros de Hermigua. Los indígenas hermiguos eran
tendentes a la insumisión y a la rebeldía y sin duda tendrían sus pensamientos
puestos en él, Hernán Peraza: un hombre que a primer vistazo parecía chiquito y
leve (cuando lleguemos al capítulo de “los amores” veremos que será capaz de
meterse dentro de las enaguas de una de aquellas guanchas de metro cuarenta o
metro y medio cuyas momias exhibe el Museo Canario de Las Palmas). Compensaba
el aparente defecto con un carácter vengativo, pendenciero y cruel; claro que
menos que otros conquistadores: era el único que se atrevía a pedir que no se
ahorcase a tantos de aquellos ilotas tras los escarmientos. La teoría de los carballos
aplicada al trópico de Cáncer. De todos modos, el cariño sincero y recíproco
que se profesaba con su madre no puede considerarse una virtud, ya que se dice
que incluso las hienas experimentan sentimientos parecidos.
Los naturales observaban entre las palmeras canariensis
el desembarco de la flotilla:
vieron como saltaba a tierra un hombre, luego una
mujer e inmediatamente dos niños auxiliados por ágiles y fornidos marineros.
Tras estos desembarcaron también ocho hombres de los 300 que acompañaban a
Rejón desde la península, quedando los restantes a bordo de las embarcaciones.
A todas luces, trátase de una embajada de paz 7.
Los gomeros de paces de aquella parte, que
conocían a Rejón por haberle visto en Lanzarote cuando fue a pedir socorro,
fueron con el aviso a su señor don Hernán Peraza. Éste envió soldados armados a
donde el leonés y, para humillarle, mandó que se lo trajeran preso.
Según otra versión, dijo:
andad y traedme preso al caballero que está en
Armigua, y luego, llamándoles: o muerto o vivo 8.
Para tratarse de un asunto de venganza, Peraza se
comportó con redomada cautela. La ausencia de una orden concreta de dar muerte
al visitante, era un gesto taimado, dirigido a una ulterior declaración de
inocencia de lo que pudiera ocurrir. Pero es difícil pensar que ignorase que un
hidalgo como Rejón prefiere mil veces la muerte antes que ser humillado:
echaron mano a las armas todos, Rejón con sus ocho
soldados, que algunos fueron heridos; y un gomero atravesó el cuerpo de Juan
Rejón con un dardillo a mano que al día siguiente murió 9.
Peraza, de los primeros en enterarse del fatal
desenlace por un gomero corredor, cabalgó a Hermigua. En la playa mezcló sus
lágrimas con las de la viuda y los hijos, y “quien me iba a decir que lo iban a
matar”, entre ayes y suspiros doloridos. Publicó aquel conocido manifiesto de
“juro mil veces que sólo había mandado hacerle venir a mi presencia”. Y venga
que dale con el “¡qué gran soldado se ha perdido! ¡Si encuentro al asesino, lo
hago cuartos!” Obsequió a su rival un entierro impresionante: colgaduras de
raso negro y una arroba de cera en hachones. Si no cantaron los niños de la
cámara real es porque no estaban. Ofreció como presente al difunto la tumba que
tenía reservada para sí mismo en la capilla mayor de la Gomera parroquia de la
Asunción. Asistió con grave exquisitez a la viuda, hijos y ocho personas
selectas del séquito: comida y alojamiento. Pelillos a la mar. Pero doña
Elvira, la viuda, le miró con odio echando hacia atrás la cabeza y no quiso
aceptar hospedaje en la casa-torre de los Peraza. Sí aceptó la de una familia
de Castilla allí avecindada, que se compadeció sinceramente de su soledad y la
de los huérfanos. Tan pronto fue libre, envió recado a la corte por la primera
carabela para pedir Justicia. A los tres meses apareció en San Sebastián una
nave a bordo de la cual venía un caballero pesquisidor vestido de luto, enviado
por los reyes; en el mismo barco embarcó Peraza rumbo a España, en calidad de
detenido. La cabeza apenas se le sostenía sobre los hombros.
6.-El delito
esta vez parecía grave; pero hay que pensar en la fuerza persuasiva de un coro
plañidero encabezado por Álvaro de Luna, capitán de los continos reales y primo
de Peraza, secundado por la orden de moda, la franciscana, paniaguados de los
padres del reo (Diego de Herrera e Inés Peraza, señores de cuatro islas).
Medina Sidonia y el resto de los grandes, también parientes del reo,
insistieron en que, en el fondo, Peraza, no había dado la exacta y concreta
orden de matar a Rejón; un error de cálculo lo tiene cualquiera; la viuda vio
enjugado su llanto con una pensión de 20.000 maravedís por juro de heredad y
dos casas en Sevilla para su residencia. La Reina, que tenía el ánimo bajo por
otra pesadumbre de tipo privado, se quedó algo parada ante los que le propusieron
el perdón, ¿cómo se va a permitir que maten a los enviados reales, uno tras
otro? Sin embargo, cuando estaba a punto de darse la vuelta para retirarse, tal
vez apareció en sus ojos un brillo especial. A veces dos males se convierten en
un bien. La Reina tenía una dama, Beatriz de Bobadilla, una morena de una
belleza fina y sensual, a quien la fama atribuía el manejo de ciertos
artefactos eróticos como unos alza-nalgas conocidos por toneletes: su
católica alteza tenía la sospecha de que el rey estaba privadamente interesado
en la mecánica de semejantes dispositivos. Entonces cayó en la cuenta de que,
en el fondo, no se trataba más que del típico caso del omicida y eso
siempre se había curado en Castilla con el omecillo: A Hernán Peraza y a
sus cómplices gomeros se les concedió la vida con la condición de que fuesen a
servir a la conquista de Gran Canaria, hasta ser ganada y concluida, so pena de
muerte y ser tenidos por traidores. La condición no escrita fue que se casase
con la Bobadilla y que la feliz pareja partiese ipso facto para Canarias
(equivalente a un viaje de no-retorno a Marte). ¿Qué cómo era la tal Beatriz?
Si nos dejamos guiar por la relevancia de los corazones que le cayeron
rendidos, fue el oscuro objeto del deseo de la época:
mujer más bien alta que baja, esbelta, de hermosura
nada común, morena, de ojos negros y atrayente por la simpatía de su trato y
modales 10.
La componenda se estimó doblemente satisfactoria: la
conmutación de la pena de muerte a los asesinos bragados a cambio de participar
en una Conquista (omecillo), siempre fue norma de la Casa. La Reina, al fin,
podía respirar hondo: la conquista se trasladaba más de 500 leguas al
Sur. Y no se hable más.
7.-¿Apostamos a lo que pasó? Sería una apuesta fácil:
las órdenes de doña Isabel o se cumplen, o se cumplen. O se cumplen. Después de
unos días para las celebraciones de boda, asado, danza y borrachera, subieron a
un par de carabelas a los novios, Hernán y Beatriz, y a la vajilla de plata
regalo de los reyes, no está claro por que orden. Primero, fondearon en
Lanzarote, donde la bella conoció a sus suegros, don Diego de Herrera y doña
Inés Peraza, aunque, por lo que más adelante se verá, ellos no acabaron de
conocerla del todo a ella. Días más tarde, atracaron junto a lo que sería el
hogar nupcial: la cada de la Aguada y, para las emergencias, la
casa-torre-fortaleza de San Sebastián de La Gomera. Acompañaba a los desposados
fray Miguel de la Serna, obispo de Canarias, y muchos caballeros que pasaron a
la conquista. Peraza, no bien tocó su pie la arena, se deshizo con impaciencia
del séquito y se escaqueó a toda prisa hacia su paraje preferido, un lugar
hechicero llamado Benchijigua, donde sería recibido por su barragana guanche,
Iballa, mujer de supuesta belleza. Que será su némesis. Cumplimentado su deseo,
el hidalgo, que aún no las tenía todas consigo, se apresuró a dar cumplimiento
a las condiciones del omecillo. Hizo una leva de 80 gomeros, más 70
lanzaroteños que le había dado su padre; y, con un complemento que puso de 12
caballos, navegó al puerto de Agaete de Gran Canaria donde se abrazó a Lugo
ignorando que, años más tarde, éste con quien se va a abrazar, y muy fuerte,
será con su viuda, la seductora castellana de ojos negros como el carbón.
Peraza aun ignora que está sentenciado y que su nido de amor bis va a ser su
patíbulo. El atraque en Canaria acaeció el 1 de febrero de 1482; apenas había
mar rizada.
El hecho de armas más conocido de esta campaña
grancanaria fue la captura del guanarteme Tensor Semidán, el régulo de la isla,
hecho en el que antes se daba por segura la participación de Peraza y ahora se
duda por una cuestión de fechas. Vera y Lugo habían acordado el envío del
guanche a los Reyes Católicos, sabedores del fino gusto por la propaganda que
tenían sus altezas. Era un hombre majestuoso, robusto, de barba muy negra,
vestido de pieles, cuerdas y bolsas de esparto, que constituía un modelo de libro de El buen salvaje. Se
le paseará por pueblos y ferias castellanas, despreciando los catarros. En
shows ante los monarcas y la corte, se revelará como un consumado filósofo de
la naturaleza, haciendo la delicia de las damas y los embajadores. El rey
Fernando, que enseguida vio el filón, lo vistió de grana y seda y le nombró
criado de los reyes. Eso sí, tras su bautizo en Toledo por el cardenal Mendoza,
donde se le cambió el nombre a Fernando Guanarteme. Se enviarán más guanches a
Castilla, en todos los casos con gran éxito de público; la idea será copiada
más adelante por Colón con la novedad de hacer acompañar por papagayos sus troupes
de salvajes. A Docampo le tocará la exhibición de un nativo de Darién tocado
con piel de jaguar; pero para estas cosas era algo soso: la ocurrencia había
sido de Balboa.
Dice Agustín
del Castillo que Gran Canaria se rindió del todo a la corona de Castilla el 29
de abril por la mañana de 1484. Pero no se proclamó la Paz completa, canastos.
8.-Tranquila la situación en Gran Canaria y
cumplimentadas las condiciones del omecillo, Hernán y Beatriz dejaran su tropa
en Agaete, navegando ellos a Gomera donde muy pronto las cosas van a ponerse
realmente feas. De momento, la pesadumbre será para la tropa guanche que se
queda en Agaete. A los conquistadores residentes, Vera y Lugo, la ganancia les
venía de la captura de ganados y esclavos, pero la posesión de estos últimos
solo era legítima si eran infieles y venían de buena guerra. Como los gomeros
se dejaban bautizar con una facilidad pasmosa, el conflicto con el obispo
estaba servido. Los castellanos urdieron un complot: se les ocurrió invitar a
la conquista de Tenerife a los gomeros que se habían dejado olvidados los
Peraza. Sospechando lo que les venía encima, escaparon al monte por lo que de
momento solo se pudo retener a mujeres y niños. Vera redobló la oferta,
prometiendo fortuna a los que le siguiesen, con lo que consiguió que buena
parte de los gomeros embarcase por su propio pie. A las mujeres bastó decirles
que las llevaban donde estaban sus maridos para que subieran encantadas las
pasarelas de las naos. Esta vez sí que cayó el precio en los estrados de
Sevilla ya que la oferta multiplicó con creces la demanda, por lo que hubo que
liberar el sobrante que no encontró remate, el cual pasó a configurar un sector
característico del lumpen del Arrabal. Llegadas estas noticias a Gomera
causaron una impresión pésima entre los naturales que estaban cristianizados y
sumisos. No dejó de tomarse nota de que la felonía de Vera había sido
propiciada por la pareja Peraza-Bobadilla.
Los años siguientes al definitivo asentamiento de la
pareja en Gomera, el ambiente fue haciéndose progresivamente irrespirable.
Durante el proceso que seguirá a la limpieza étnica de la población, las causas
de desapego contra la pareja gobernante abarcarán una amplia lista. Pasa que
doña Beatriz dice verse obligada a pagar sus diezmos con “tres mozos y dos
mozas de Gomera”, ya que es de la opinión de Lugo: que no habiendo oro, un
señorío en Canarias solo puede rentar cuatro cosas: tierras, ganado, esclavos y
orchilla (un liquen utilizado para obtener el color púrpura). Pasa que
se producen agudas polémicas con la Iglesia, ya que los bautizados son horros
(libres) por naturaleza, con lo que hay que justificar notarialmente una y otra
vez su patente mendacidad: que andan desnudos, que se refocilan en la
promiscuidad, que son polígamos ¡hasta ocho mujeres! o que comen cabra en la
cuaresma ¿es eso ser cristiano?, que los varones mean en cuclillas. Pasa que
los gomeros se niegan a pagar los justos tributos que les exigen sus señores
por mucho que las Reales Cédulas expedidas por la corte ordenen “a los
capitanes y gentes y otras personas que ejecuten en los gomeros todas las penas
y premias 11”. Y pasa que a plena luz del día los
gomeros están pertrechando sus azagayas de palos aguzados al fuego, con puntas
de hierro portuguesas de dos palmos, ¿hace falta más prueba de que están
preparando una rebelión?
9.-Hernán
Peraza, bien servida su libido de dos de las mejores mujeres del planeta, se
comportaba como si nada le afectase, obstinándose en ignorar una realidad
ominosa. La isla estaba dividida en cuatro bandos o tribus, de los que tres
colaboraban más o menos pacíficamente con los castellanos: Ipalán y Hermigua,
con los que Peraza tenía un pacto, y Orone, eran los “bandos de paces”. El
cuarto bando, Agana, estaba muy tocado por los portugueses, antiguos
colonizadores de la isla. Esta vez hasta los bandos de paces se alzaron. Cada
vez que esto sucedía, era preciso recogerse tras los muros de la fortaleza, cuyos
sillares de obsidiana apenas podían arañar los palos y piedras de aquellos
aborígenes. Pero no se podía pastorear, ni explotar la orchilla, ni abastecer
de tapadillo las naos portuguesas que era donde estaba el negocio, ni nada de
nada; se hacía muy incómodo.
Hupalupa, jefe
del bando de paz de Orone y tal vez el líder más respetado de la isla, creyó su
deber acercarse a la base de la torre y aconsejar a voz en grito a Hernán “que
se guardase y tratase bien a sus vasallos”. El bando de Orone, para los castellanos
Valle del gran Rey, no era menos irredentista que los otros pero jugaba al
colaboracionismo basado en la imposibilidad física del enfrentamiento de
arcabuces y ballestas contra palos y piedras.
Peraza, de quien nadie dijo que fuera un buen político, le ofendió
acusándole de connivencia con la conspiración, a lo que el otro escupió y se
dio media vuelta, con lo que ya no quedaron más aliados a los castellanos en la
isla. Pasaron a depender de la ayuda externa.
En algún
momento del año 1487 empezaron a volar dardos y rocas y alguien, mientras se
vestía el yelmo y la coraza a toda prisa dio el grito ¡que alguien nos socorra!
Los Peraza y sus fieles quedaron totalmente enclaustrados en la tosca e
incómoda torre -fortaleza de San Sebastián, junto a la playa. La fresca y
confortable casa de la Aguada, a unas varas de allí, fue saqueada. Los tributos
en alimentos dejaron de fluir. La audición del silbo gomero en la noche, helaba
la sangre, porque anunciaba una lluvia de antorchas. Más de una vez hubo que
salir a apagar el fuego. Las enfermedades, las bajas y el hambre empezaron a
hacer insostenible la posición.
Se enviaron cartas a Lanzarote, a Inés Peraza, a
Canaria, a Pedro de Vera; a la península; que los herejes gomeros se habían
alzado y los querían matar y que enviasen socorro de gente y navíos. El más
cercano era Pedro de Vera que aparejó sus naves espontáneamente, sin esperar a
las órdenes de socorro. Estas le llegarían después firmadas por “el Rey y la
Reina” y en ellas se le instaba a reponer a Fernán Peraza (y, tras los
terribles sucesos, a su viuda Beatriz de Bobadilla), en la posesión de sus
islas de La Gomera y El Hierro. Se le dio al asunto prioridad absoluta, no es
que mucho amasen a Beatriz o no sólo, era que isla había sido antes colonia portuguesa
y los lusos aun tenían partidarios allí. Todo aquel cuya utilidad en Granada no
estuviera muy clara, y esto incluía a los indisciplinados gallegos, fue
estimulado a despegar hacia Marte. Será ahora, principios de 1488 según
comprobaremos poco después, cuando los Docampo, “criados de la Reina Isabel”,
acaten la orden y se embarquen sin retorno, no siendo para morir.
10.-Los Campo, al verse reclamados, cumplirían la
orden de la mejor forma posible. No podemos saber como navegaron hasta Gomera,
ya que los cronistas nos los mostrarán directamente en la acción. Me pregunto,
si algún día se consiguiese averiguar algo más, si no estaríamos a punto de oír
algo así como la historia de ciertos omicianos
a los que convocó la reina Isabel a la lucha contra los infieles canarios. Al
ser los delincuentes gallegos, el delito común era haber participado en las
revueltas: los gallegos eran homicidas por idiosincrasia y a ninguno se le
exigía un crimen en concreto, como parecen requerir ciertos historiadores a Docampo.
La criminalidad se llevaba escrita en la frente, Colón dixit. Reunidos ocho
gallegos, delincuentes de alcurnia, fletaron carabela. Puestos a la vista de
Lanzarote, la primera isla, les sorprendió la tormenta. Escaparon tirando por
la borda armas y despensa, viéndose obligados a regresar a puerto para reponer
existencias. Otra vez frente a Lanzarote, nueva tormenta les arrastró a
Sanlúcar. A la tercera intentona la reina les otorgó el omecillo
(perdón) en atención a la buena voluntad 12. Sabida la profesional competencia que
Sebastián exhibirá en sus navegaciones por el Caribe, es de pensar que la
travesía fue menos rocambolesca, en particular el atraque. El puerto de Gomera,
por su facilidad, tendrá grandes panegiristas entre los descubridores, el más
conocido, Colón, tan adicto de esta rada, que uno de los principales negocios
de los Docampo como factores de la Bobadilla, será el abastecimiento aquí de
las expediciones colombinas.
La rada de San Sebastián está formada por una ensenada
natural a modo de gran arco, resguardada además por dos salientes rocosos, el
roque de la Gila o de la Hila, situado al NE, y la punta de los Canarios, al SE
13.
El genovés, avaro como un Harpagón (“Del oro se hace
tesoro”), encomiará la baratura de los suministros gomeros.
12.-Habíamos dejado a Lugo en Agaete de Canaria donde
su gobernador, Vera, se había abstenido de proclamar la paz para no renunciar a
la captura de esclavos de buena guerra. No es que no sucedieran incidentes; en
Amodar, guanchas que se precipitan desde los riscos como las japonesas de
Okinawa tras la segunda Guerra Mundial; defenestración (desriscamiento) de
frailes en el centro y sur de la isla, por discrepancias de los naturales
acerca de su coherencia entre la teoría religiosa la práctica. Pero aquellas no
eran acciones militares, sino desesperadas. El 20 de enero de 1487 Gran Canaria
se incorporará a la corona de Castilla y llegará un momento en que será
imposible ocultar un triste hecho: en 27 de julio de 1488 se había declarado
irremediablemente la Paz. Los indígenas grancanarios solicitaron por unanimidad
el cristianamiento a cuyo fin embarcó, rumbo a las islas fray Antón Cruzado de
la orden de San Francisco, con potestad de bautizar, y en consecuencia liberar,
a quien le diera la gana, sin que oficiales reales y señores pudiesen
impedírselo. La ruina, la ruina. Vera sintió un impulso irresistible de acudir
en ayuda de su amigo Peraza en Gomera; Lugo sintió un impulso arrebatador de
lanzarse a conquistar las islas aun irredentas: La Palma y Tenerife.
Gran Canaria, ¿qué es eso?, a quien le interesa Gran
Canaria ya.
12.-Mientras, al poniente, en Gomera, Fernán Peraza y
Beatriz de Bobadilla estaban a morir en la torre de San Sebastián. Los balesteiros
gallegos recién llegados representarían un alivio, pero es de imaginar que las
miradas estarían clavadas en el horizonte, a la espera de unas velas. Por fin
se presentó Alonso de Vera con dos carabelas y, a su simple vista, los canarios
corrieron a sus montes y cuevas, levantando el cerco. Pedro de Vera se mostró
clemente y apenas ahorcó una docena, cortando otros tantos pares de manos.
Fernán Peraza rogó por algunos de sus súbditos a los cuales el gobernador
perdonó, al menos una mano. Se volvió a Gran Canaria victorioso con doscientos
prisioneros, hombres mujeres y niños, y frotándose las manos ante el doble
objetivo realizado: Había cumplido el mandato real y encima no había perdido
dinero en la expedición ya que se había hecho con cautivos de buena guerra,
cuyo precio se multiplicaba, dado el carácter legal de la adquisición.
y poniendo la isla en sosiego se volvió a Canaria,
trayendo consigo más de 200 gomeros, año de 1488, quedando Hernán Peraza con su
mujer doña Beatriz de Bobadilla en La Gomera muy contento y quieto 15.
Quien lea eso, bien pudiera pensar que los gomeros se
sosegaban con los cortes de manos. No, en serio, lo que estaban es pálidos de
horror, pero quietos. Hernán Peraza se encontró ante la encrucijada de su vida,
la paz o la guerra, el exterminio o la negociación, sabiendo que lo primero no
le convenía, pues implicaba el que se quedaría sin súbditos y que se vería
obligado a la captura de otros nuevos, arrojándose a una razia en Berberia.
Había que tomar muchas precauciones con los bereberes y sus alfanjes. Él era
más de ordeno y mando que de guerra. Frente a la opinión general de los
cronistas (“Hernán Peraza se avenía mal con sus vasallos, tratándolos con rigor
y aspereza”), Viera y Clavijo 16 destaca puntos positivos en su
personalidad, como que era dado a compadecerse de los derrotados o, el que se
le atribuyesen virtudes valoradas para un hombre de su posición y época: “Era
Hernán Peraza valiente, animoso y atrevido”. Si fuera un pelele, la reina no se
lo hubiera dado por esposo a su dama favorita, aquella mis Mundo. Las
circunstancias se volvieron favorables para la negociación, tras el refuerzo de
los gallegos de Isabel y la convicción que se había instilado en sus neolíticos
adversarios de que cualquier revuelta, sería indefectiblemente reprimida con
fuerzas tan abrumadoras que escapaban, no solo a su capacidad de defensa, sino
incluso a su racional comprensión.
En el momento decisivo, Peraza cometió un error
tremendo. De libro. Creyó haber entendido el pacto que había alcanzado con los
gomeros y no se había enterado de nada. De nada.
Los gomeros
tenían una costumbre que a primer vistazo parece fantástica: la colactación,
que significa tomar la leche juntos, vale decir la conversión de dos personas
en hermanos de leche. Entre sus ancestros berberiscos del continente africano
suele darse la colactación plena: se llama a las mujeres de la tribu que estén
en fase de lactancia y ambos ex rivales maman de los mismos pechos, quedando
así hermanados. En Gomera se practicaba la colactación indirecta: bebían de un
mismo jarro de leche, el gánigo. Pero el desenlace era el mismo: el
hermanamiento de los colactantes, lo que para los canarios no era para nada un
símbolo, sino una realidad material. La isla estaba dividida en cuatro bandos,
está dicho, estructurados en dos parejas: en cada pareja, los varones de un
bando se casaban con las mujeres del otro, y viceversa, colactando aquellos. O
sea que los miembros de cada clan eran hermanos y yacer entre sí, implicaba la
violación del más grave y generalizado tabú de toda la Humanidad: el incesto 17.
La isla entera no se habría levantado contra Peraza
por las sevicias habituales, como algún secuestro y venta de mozos de vez en
cuando. Las armas del renacimiento, arcabuces, ballestas y culebrinas, se
habían mostrado reiteradamente más eficaces que las de los canarios, rocas y
palos aguzados al fuego; en sus asambleas siempre aparecía un sabio o un viejo
que hablaba de la inutilidad de las rebeliones. Y el sabio o el viejo eran
respetado en aras de su sabiduría ancestral. Tenía que producirse algo más
grave que la opresión: la ruptura de un atávico tabú en cuyo caso, la vida no
vale nada, pues tus obras las realizan directamente los dioses que te llevan
como en volandas:
Hernán había
colactado con Hupalupa, del bando de Orone, convirtiéndose en hermano material
de todos sus miembros. El hidalgo no comprendió, o no quiso comprender, que la
ruptura del tabú desencadenaría las fuerzas demoníacas que ni siquiera con su
política despótica había logrado concitar hasta las heces. Para él, la
colactación no había sido más que una manifestación primitiva del pacto feudal
de vasallaje. Así pues, se negó a renunciar a sus citas con la niña Iballa que
habitaba, con una parienta mayor o anciana, en una cueva del cortijo de
Guahedum. El que se interese por la historia habrá leído muchas descripciones
novelescas de la belleza inmarcesible de Iballa, convertida sin su
consentimiento en personaje de novela; aquí sólo podemos especular con sus
congéneres que han llegado momificadas a nosotros: metro cincuenta, potente
nariz, tez morena, ojos oscuros, desdentadas por la alimentación, levedad,
muerte en plena juventud. El proyecto Humiaga 977 del Museo Canario ha
llenado de carne una de esas calaveras mediante reconstrucción facial. Tal vez
sería una pequeña preadolescente de tez parda y unos doce o trece años. La más
fea no debía ser; el amo habría elegido otra. La presencia de una vieja a su
cuidado puede ser indicio de lo que, ¡si perteneciera a nuestra cultura!,
llamaríamos una Celestina.
Las viejas leyendas del tabú tenían que danzar en la
mente de Peraza por más que se obstinase en ignorarlas o en interpretarlas.
Tenía que tener presentes las pedradas sueltas que caían cada vez que hacía
acto de presencia en Guahedum, la cueva-burdel próxima a la torre feudal, donde
la moza ofrecía sus encantos. Bah, por supuesto que ÉL no se arredraba ante
unos salvajes.
13.-Los líderes de los tres bandos más influyentes
accedieron a nado a la peña donde se deliberaban las cosas de gravedad: la Baja
del Secreto, un pequeño roquedo emergido junto al Valle del gran Rey. Bastó
que uno de ellos preguntase “y qué nos ha de sobrevenir a nosotros?” para que
fuese liquidado al instante por los dardos de los otros dos. ¡Ay de los flojos
cuando la decisión es la guerra! La noticia de la muerte del colaboracionista
se corrió a la isla, llegó a la torre por un criado. Los arrogantes castellanos
no tomaron nota de aquel nuevo sentido de determinación. En la Baja del
Secreto, Hupalupa propuso limitarse al apresamiento de Peraza, de quien tenían
información por los criados de la Torre de que aquella tarde tenía intención de
hacer una visita a Iballa en su cueva. Impidamos el sacrilegio sin sangre. Pero
en estos casos, siempre se imponen las soluciones radicales. Por medio del
silbo gomero se reclutan guerreros en los cantones de Ipalán y Hermigua. Uno de
los más bravos, Hautacuperche, que pastoreaba en la zona de Guahedum, seguro
que pensó aquello de “que ya se me hace tarde”: era pariente de Iballa y
guardián tribal del tabú.
14.-A él se encomendó la ejecución del plan: era tan
buen guerrero que era capaz de atrapar en vuelo los dardos de las ballestas.
Sin duda el viento había esparcido el rumor de que habían llegado unos
experimentados balesteiros gallegos, Sebastián y Alonso Docampo, pero el
gomero estaba cansado de que pretendieran asustarle. En los montes, el grito
“¡ya se quebró el gánigo de Guahedum!”; en la playa de Gomera, Hernán que
insiste en acudir a su cita ¡por encima de todo! Deja dicho en la Torre que va
a “sembrar el cortijo”. Él no tiene, no puede tener miedo de unos salvajes.
Queremos pensar que fue consejo de Sebastián de Campo el que acudiese provisto
de armadura a un flirt; a nadie se le hubiese ocurrido… salvo un gallego de
aquellos tiempos. No, en serio, exigieron a Hernán que fuera acorazado a la
cita, acompañado de un escudero y un paje, también a caballo. Esta fuerza
estaba considerada bastante para derrotar hasta un ciento se salvajes. Más
horda no se esperaban.
Los conjurados estaban avisados y juntos y fueron
donde estaba Hernán Peraza, avisando a cuantos encontraban que le iban a
prender. El viejo Hupalupa, como era viejo, se quedó atrás… en el camino
encontraron a Pedro Hautacuperche, pariente de Iballa y pastor… muy resentido
de Peraza, hace tiempo que buscaba la ocasión de venganza 18.
Los sublevados
van a tener noticia del momento exacto en que Peraza entra en la cueva-burdel
de Iballa: la costumbre era que, cuando él entraba, la vieja sirvienta, salía.
Luego, el español permanecía en el fresco interior todo el tiempo que la
función hubiera menester, una función para la que los caballeros españoles
suelen quitarse la coraza, algunos, incluso la camisa. Muy al final empezaría a
preguntarse como haría su salida, si armado de coraza o en camisa.
Colgado de un saliente rocoso, justo encima de la
puerta, espera agazapado Hautacuperche. Mantenía sujeto en vertical sobre el
dintel un dardo, munido con una punta portuguesa de dos palmos de hierro 19.
1 Juan ABREU Y GALINDO. Historia de la conquista de las
siete islas de Gran Canaria. Imprenta Isleña. Tenerife, 1818.
2 Isabel
ÁLVAREZ DE TOLEDO. La cabalgada de Pedro de Vera. Fc medinasidonia.com,
2020.
3 Luis LÓPEZ
PUMPIDO. Genealogía del capitán Alonso Fernández de Lugo y de las Casas,
conquistador de Santa Cruz de Tenerife y adelantado mayor de las Islas Canarias.
Galiciadigital, 12/04/2006.
4 Elías SERRA RAFOLS. Alonso Fernández de Lugo, primer
colonizador español. Amazón Kindle, 2020.
5 Ibidem.
6 Ibidem.
7 José TRUJILLO CABRERA. Episodios gomeros del siglo XV.
José Trujillo Cabrera. Ediciones Idea. Tenerife, 2010.
8 Tomás MARÍN Y CUBAS. Historia de las siete islas de
Canarias, libro 2º. 1694.
9 Ibidem.
10 TRUJILLO
CABRERA, ibidem.
11 Ibidem.
12 ÁLVAREZ
DE TOLEDO, ibidem.
13 Antonio
TEJERA GASPAR. Colón en las islas Canarias. La Gomera y Gran Canaria.
Lecanarienediciones. La Orotava, Tenerife, 2020.
14 SERRA
RAFOLS, ibidem.
15 ABREU Y
GALINDO, ibidem.
16 José DE VIERA Y CLAVIJO. Noticias de la historia general
de las islas de Canaria. Imprenta de Blas Román, Madrid, MDCCLXXVI.
17 Francisco
PÉREZ SAAVEDRA. La Gomera y el episodio de Iballa. Anjuario de estudios
atlánticos. Casadecolon.com, 2020.
18 TRUJILLO
CABRERA, ibidem.
19 Ibidem.
Puedes bajarte Docampo versus Colón en formato electrónico en cualquier plataforma, por ejemplo:
Si lo prefieres en formato papel, estamos sorteando ejemplares gratis y a portes pagados entre los consultantes de notariarajoy o derecho de galicia (241881.blogspot.com) que indiquen su nombre y dirección postal.
Sigue el capítulo 2,II
-2-
Hautacuperche
I.-Asentados allí, sus curtidos pies descalzos apenas
sentían el perfil cortante de los cristales de olivino verde, único freno a su
despeñamiento desde lo alto del grandioso pórtico de la caverna. Pasaría algo
de los veinte años, más allá no vivían los gomeros, pero en las últimas horas
Hautacuperche había visto llegada la hora de asumir el mando, el momento en que
cualquier duda se hace ilegítima aun a sabiendas de que ello implica el
sacrificio de la vida. Los gomeros tienen una forma extraña de comunicarse, por
silbidos, de cerro a cerro, de valle a valle, y, cuando, no mucho tiempo atrás,
el ambicioso pastor había escuchado su agudo sonido, comprendió en el acto que
sus espías estaban haciéndole saber que Peraza había caído en la trampa. Tras
abandonar su rebaño en Aseysele y se había lanzado a una carrera de las suyas,
dejando atrás al viejo Hupalupa. Ahora, a horcajadas sobre la cueva de Iballa,
era capaz de escuchar los jadeos del castellano, que se aminoraban, se
alargaban, cesaban. Hernán le parecería tan perdido como si ya estuviera
atravesado por el hierro, como un sollo en la bajamar.
El castellano era poco mayor pero, desde que su madre
le había concedido el mayorazgo de Gomera, expresaba en cada gesto la temeraria
seguridad del que se siente amo. Se deslizó la camisa sobre el cuerpo y se
dispuso a ordenar a su escudero que acudiese a hacerse cargo de la armadura.
Hupalupa le había prevenido contra Hautacuperche pero ¿acaso un hidalgo de
Castilla va a preocuparse de esos homúnculos semidesnudos, apenas cubiertas sus
partes por un taparrabos de hierbas? Sin hablar de esas narices como berenjenas
chafadas y esos cráneos como jarros… no, que va, no, nunca. Sus manos tanteaban
la empuñadura de la espada, robusto el salvaje sí que lo era… pero sería
indigna de un hidalgo tanta precaución por un simple guanche.
El guanche, que era Hautacuperche, se dirigió en un
silbo interrogativo a la vieja y esta, que había salido y veía de frente la
boca de la cueva, comenzó a gritar delatoramente: ¡Ese que sale, es!
¡Prendedle! ¡A él! ¡Que no huya!
Ese, que ya estaba empujando la puerta de cañas y
barro de la cueva era Hernán Peraza, que se reñiría mentalmente a sí mismo por
haberse limitado a acudir con un paje y un escudero, y encima dejarles hacer la
guardia junto a un riachuelo algo alejado. La vieja había hablado en plural y
eso era señal de que había más de un enemigo. Había un semitono raro en los
silbos de los gomeros y la sangre se le helaría en las venas al darse cuenta de
lo que se trataba. Un crujido a su espalda. Era Iballa que se venía hacía él.
Traía unos tejidos en la mano. “Son mis parientes que te vienen a matar, ¡huye,
vístete mi ropa, haz como que vas a la fuente a por agua!” Peraza se vistió unas enaguas mal puestas y
se ciñó una sayeta de paño negro a la cabeza. Iballa se despidió:
Ajeliles juxaques aentamares (Huye que estos van a
por ti) 1.
¡Es él! ¡Él! ¡No os dejéis engañar!, repitió la
Celestina el aviso. “Él” era Hernán que contaría el número de atacantes a
través de la ranura de la puerta y sentiría una cálida vergüenza en el rostro.
Uno como él, un Peraza hijo de los señores de tres islas, un mayorazgo de
Castilla, no podía morir en enaguas de mujer, de verdad que es imposible, un
hidalgo castellano no. Deshizo sus pasos, se desnudó de la ropa de Iballa y se
cubrió con la ropilla propia, no parecía un mal sudario. Al cabo, se vistió
calmosamente las corazas, se embrazó la espada y la adarga. La prudencia
hubiera aconsejado abrocharse todas las correas de la coraza, pero no tenía el
escudero a mano. Cabía en sus cálculos que podía alcanzarle la muerte, podría
ser, pero tenía la seguridad de que caería con él media docena; media docena y
Hautacuperche.
Hautacuperche tenía en su puño, apuntada en vertical
hacia abajo, un hastia gomera provista de un hierro de dos palmos,
que con todas sus fuerzas, metió de filo por entre las
corazas y el pescuezo de su enemigo 2.
Cayó empalado. De arriba-abajo. Como un sollo. El hierro
se incrusto en la carne, desgarró los órganos que encontró a su paso y el
espíritu de Peraza se disolvió en un negro final sin confesión.
Al paje lo ultimaron una multitud de aquellos dardos
gomeros (hastias) que, de habitual, no causaban más que un ligero cosquilleo a
los blindados conquistadores. Hautacuperche había acertado con el talón de
Aquiles de un caballero: el hueco entre el cuello y la coraza. Requería atacar
desde un árbol o un punto elevado. Como veremos dentro de un instante, no será
esta la única de las formidables habilidades de este belicoso pastor.
El escudero, que se venía acercando desde la fuente,
calculó que la prudencia aconsejaba el abandono del campo sin pamplinas y se
arrojó sobre su montura a matacaballo. Pero las piernas de sus tres
perseguidores a la carrera eran tan duras y raudas que, con las puntas de
madera endurecida al fuego de sus hastias hicieron saltar sangre de los flancos
del caballo.
Tres gomeros persiguieron al criado pie a pie casi con
él, que iba a caballo, hasta la misma Torre penetrando en ella y cerrando la
puerta, en la que quedaron clavados tres dardos sin hierro lanzados por los
gentiles 3.
Los sublevados, sin vacilar un instante, formalizaron
el cerco de la torre-fortaleza.
La torre de los Peraza es una construcción de forma
cuadrada, fuerte y alta, construida con sillares de piedra roja. Se haya
distribuida en tres plantas: bodega, sala de armas y sala de los señores.
Construcción de estilo gótico con puerta de arco con dovelas en la planta baja
y arco apuntado en la puerta del segundo piso, está provista de saeteras
abocinadas y cuatro matacanes, testimonios de su función militar 4.
Una lluvia de
piedras y rocas levantaba rojas esquirlas de los sillares; las antorchas
formaban un río de fuego venido del cielo que solo de interrumpía por los
intentos de trepa de los bandoleros, uno tras otro. Quizás para otros
defensores aquello fuera algo impresionante pero estos, los nuevos, a veces,
dejaban callar las ballestas sin esperar siquiera a la última andanada de pedradas,
poniéndose simplemente en posición de descanso al amparo de las almenas. Sin
hacer preguntas, la carabela de socorro fondeada en la rada levó anclas y, por
el modo en que soplaba un viento de través, bien podría llegar a Canaria en un
solo día.
Doña Beatriz de
Bobadilla enjugó a toda prisa sus lágrimas y se encerró en la fortaleza con sus
hijos, Guillén Peraza e Inés de Herrera, todavía muy niños.
Acompañáronla fielmente Sebastián de Ocampo Coronado,
Alonso de Ocampo y Antonio de la Peña y otros domésticos y vecinos de su
confianza 5.
¿Qué quiere decir que Sebastián aparezca en primer
lugar? Pues que era ya considerado, a pesar de su juventud, como un militar de
primera: por eso pronto Lugo le propondrá como capitán de su propia compañía
para la conquista de Tenerife. No es que el primo Alonso fuera un fraile,
sencillamente sus méritos eran más bien administrativos: quizá fuera bachiller.
A no tardar muchos años será nombrado regidor de una Gomera en la que los
guanches levantiscos estarán en paz, la paz de los cementerios.
Doña Beatriz suplicó a un colaboracionista que se le
trajese el cuerpo de su marido para darle sepultura y, sin esperar respuesta,
se encerró en la torre con sus hijos y tres compañías de guanches lanzaroteños,
capitaneadas por los dos primos Docampo y Antonio de la Peña. Se empezaron a
preocupar seriamente cuando atisbaron por las almenas; algo había cambiado. La
multitud de gomeros insumisos pertenecía a tres de los cuatro bandos de la
isla, ya sólo quedaban uno de paces; los aullidos de la turba traducidos por
los intérpretes implicaban juramentos de matar o prender a la señora de
Bobadilla 6.
(Los gomeros) Eran de estatura mediana, bien formados,
de buenas carnes y de color aceitunado 7.
Durante varios días siguieron lloviendo piedras y
fuego, mientras que los sublevados, al mando de Hautacuperche, cargaban con troncos
contra la puerta. Pero las andanadas de pasadores de las ballestas rara vez
derrochaban el hierro sin conseguir su recompensa de carne o sangre a cambio.
¡Ay Pontevedra, Pontevedra! ¡Aquellos atacantes sí que eran caballeros como
Dios manda! Los descalzos gomeros, necesitados de refresco, lanzaban asaltos
iracundos, pero discontinuos, sobre la Torre; mientras, en los interludios
producidos por el puro agotamiento, el bando de paz de Orone avituallaba
a los sitiados de gofio y agua (el pozo de la Aguada está fuera del recinto de
la Torre). Debió de ser en uno de estos períodos de descanso para lamerse las
heridas, que Hupalupa de Orone hizo que unos propios trasladasen, dentro de
unos pellejos de cabra, el cuerpo de Hernán Peraza, para que le dieran cristiana
sepultura. El viejo líder colaboracionista, fuera de sí, las manos en las
sienes, no dejaba de lamentarse. Tendría presente, tenía que tenerlo, el
exterminio que se avecinaba a pasos agigantados. Era el castigo ineludible en
estos casos, la ley de Hierro de Canarias y solía afectar a toda la población.
Sólo encontró una salida:
Yo me muero presto, ahí quedáis vosotros que presto
pagaréis la muerte del señor Peraza. ¡Ay de vuestros hijos y familias! ¡Ay
miserables de vosotros 8!
El pánico o su mano le llevaron al cumplimiento de su
designio de muerte anunciada por uno de aquellos acantilados. La palabra es
desriscamiento y no será la última vez que la oigamos. Gracias a ello,
conseguirá ser el último gomero que no sea muerto por mano de castellanos.
II.-Durante los siete días que transcurrieron entre la
muerte de Peraza y la arribada de la flota de socorro en cuyas velas bailaba La
de la Guadaña, se sucedieron los asaltos. Toda la isla excepto unos cuantos
de Orone participó en el cerco. Los cronistas que recogieron testimonios de
testigos de visu destacan la siniestra eficacia de la ballestería, hecho que
sin duda fue decisivo para la prolongación de la resistencia durante el tiempo
necesario hasta la llegada de los primeros auxilios.
Su construcción (la Torre) obedecía a las ideas estratégicas
de la época medieval, para defenderse con la flecha o el pasador de la ballesta
9.
El nuevo líder
de los asaltantes, Pedro Hautacuperche, exhibía una habilidad que su tropa de
bautizados bien podría atribuir a milagro: era capaz de trepar en vertical
sobre los lisos muros de la Torre como si fuera el más llano de los caminos; si
todos hubieran sido como él, hubieran entrado. Se movía sobre muros lisos, si
el menor resalte, como una araña o un lagarto. Pero defensores y atacantes
quedaron pasmados ante otra habilidad aún más portentosa: se las arreglaba para
atrapar en pleno vuelo los pasadores de las saetas que le arrojaban; y, si eran
varias, unas las atrapaba y a otras hurtaba el cuerpo; de suerte que se había
vuelto invulnerable. Sus seguidores creían cada vez más en él y ejecutaban sus
órdenes sin vacilación, aunque implicasen una muerte cierta. Se había creado un
verdadero problema, dada la reserva inagotable con que contaban los atacantes:
toda la isla, hombres, mujeres y niños. Matar, agota y los brazos de los
defensores empezaban a flaquear. A los Campo no hacía falta que nadie les
dijera que a ellos tocaba solucionar un problema, si este era de índole
militar.
Hasta que Alonso de Ocampo, que quería acabar con
aquel traydor, dispuso que Antonio de la Peña se apostase en lo más alto de la
esplanada y le amenazase desde allí con el tiro de una ballesta. Mientras
Hautacuperche fixaba la atención en aquella falsa puntería, Ocampo le
disparó otro ballestazo por una tronera baxa, que hiriéndole con el pasador en
el costado siniestro, le dexó sin vida 10.
Este Ocampo, que salvará de momento el apuro, es
probablemente Sebastián, puesto que tres son los jefes militares de los
sitiados, según la documentación, y a los otros dos se les cita con el nombre
de pila en el episodio. Si se trata de ballestas, Sebastián sin duda era el
indicado. El historiador Abreu habla de “un dardo o pasador” pero entiendo
preferible la versión de Viera dada la larga tradición balesteira de la
familia Docampo. Aquí, en el subtrópico, y luego, ya en latitudes americanas,
la supremacía del arma será abrumadora: sin corazas, armaduras o cotas de malla
que los retengan, los pasadores de hierro traspasaban piel, músculos y órganos
como si fuera manteca.
Podemos añadir una pequeña reflexión sobre la esencia
de la añagaza contra Hautacuperche. No es que estuviese dotado de cualidades
cuasi divinas que lo volviesen invulnerable: el gomero confiaba en su aguda
capacidad visual que le exigía concentrarse en el ballestero para captar el
momento exacto del disparo y así, no perder ni una décima de segundo en la
reacción defensiva: o esquiva o la inefable captura del pasador en pleno vuelo.
La exhibición de Antonio de la Peña en la atalaya le convertía en un peligro móvil
que exigía clavar ambos ojos en él sin que nada ni nadie pudiera interferir con
esa tarea de control. Pensemos en un hombre-araña, aferrado al muro de la Torre
con manos y pies. Sebastián, por una de esas saeteras en forma de llave, pudo
apuntar con todo detenimiento, como lo hizo, justo al costado izquierdo, el del
corazón. Luego el chiflido de la saeta partiendo del agujero redondo; la
percepción aterrada del gomero en el último milisegundo; muerto.
La acción será decisiva. Siempre lo serán las de este
tipo contra los pueblos neolíticos: Llámese el líder Caonao, Anacaona,
Moctezuma o Atahualpa: muerta la cabeza, muerto el cuerpo. A salvo aun no
estaban, claro; seguían siendo unas docenas de españoles y sus criados,
rodeados por miles de sublevados. Pero, sin órdenes, dejaron de ofenderlos. Los
guanches, que habían visto partir la nao de socorro, echaría cuentas y
calcularían que pronto tendrían encima la flotilla del gobernador. Sabían lo
que eso significaba: un pánico frío los atenazó.
Hombres, mujeres y niños se enrocaron en el macizo de Garajonay con la infantil
idea de que, si no veían al monstruo, este dejaría de existir.
III.-Tan
pronto recibió la noticia, Pedro de Vera, el monstruo, que ya tenía asimilada
la rutina de ser excitado por la reina a la defensa de su querida Bobadilla,
armó a cuatrocientos hombres, los más corajudos y, dejando el real de Las
Palmas al mando de Xaraquemada, se hizo a la mar con rumbo a Poniente. Era ya
la cuarta o la quinta vez y él también tenía asuntos que atender en Canaria ¿es
que no podía entenderlo esa zorra? ¿De verdad creía la bella que podía navegar
una y otra vez a Gomera a cubrirle las espaldas? ¿Acaso es su nodrizo? ¿Eso
creía? Pues esta vez el problema se iba a acabar para siempre. ¡Para siempre!
El 27 de noviembre
de 1488, apenas pisada la arena, la primera orden que dio Vera pareció
razonable: se celebrarían unas exequias en la iglesia de San Sebastián por el
alma de su excelencia don Hernán Peraza. El bando, pregonado por toda la isla,
contenía una advertencia ominosa: los ausentes serían considerados cómplices
del asesinato. Como es lógico, acudieron todos los inocentes. Los culpables,
continuaron enrocados en el Garajonay. Los que no tenían nada que temer
asistieron al oficio religioso con fervor cristiano: toda la isla había recibido
hace tiempo las aguas bautismales (bien que de forma fraudulenta, en opinión de
su señora).
Pero tras pronunciar el fraile el iter misa
est a los feligreses se mirarían horrorizados, al ver como, en vez de
dejarlos volver a casa, iban siendo maniatados y presos. Todos, tanto de bandos
de paz como de guerra. El ceño fruncido de Vera indicada que esta era su forma
de estar seguro de que no se alzarían nunca más. Luego, trepó con sus tropas al
Garajonay, donde se habían atrincherado aquellos a quien remordía la
conciencia: de nuevo “por medio de palabras blandas y promesas de amnistía,
olvido y perdón general (Viera)” capturó a los gomeros que le faltaban, sin
sufrir una sola baja, y los juntó a aquellos otros, más confianzudos, que ya
tenía reducidos y almacenados. El proceso, celebrado ante escribano a petición
de Beatriz, se tuvo en un llano sobre la Torre llamado “Llano de la Horca”. La
sentencia fue muerte por ahorcamiento para aquellos menos culpables o más
inocentes, es decir, para los de bandos de paces. Se exceptuó a los niños
menores de quince años sin que pueda decirse que su futuro fuese
tranquilizador. Para el resto de la población isleña, o sea los que habían
participado en los asaltos, el veredicto fue de muerte agravada en cualquiera
de tres modalidades: empalamiento, arrastre o inmersión atado de pies y manos.
La pena de inmersión (poena culleus) procede de la tradición jurídica
romana y consiste en arrojar al parricida al agua dentro de un saco, acompañado
de un perro, un gallo, una serpiente y un mono. Las leyes de Partida atenuaron
el primitivo rigor y permitieron que en Castilla se prescindiese de parte del
acompañamiento animal, ante la dificultad de encontrar monos en la meseta. En
Gomera la única que tendrá un gesto de piedad será la Virgen de la Candelaria
(milagro número 56); pero antes que lleguemos ahí, debemos poner rápido término
a la narración del holocausto. Dejemos en la paz eterna a los afortunados que
penden de sus sogas en el Llano de la Horca; los demás sufrirán muertes espeluznantes:
sin perdonar
la vida a ninguno de quince años arriba; ejecutándose diversos géneros de
castigos: fueron muchos ahorcados, muchos empalados como los moros de África,
arrastrados y otros guanteados y puestos en los caminos y otros sitios; fueron llevados
al mar con piedras en los pies, manos y pescuezos, echados vivos, y luego se
iban al fondo muchas cantidades; a otros a cortar las manos y ambos pies,
dejándolos vivos… Mandó que Alonso de Cota embarcase en sus carabelas muchos
niños para vender como esclavos y mujeres a Lanzarote; y luego que llegó mandó
a doña Inés Peraza fuesen echados todos al mar; y otros niñas y niños se los
repartió como esclavos a sus soldados. Y quedando La Gomera más despoblada que
pacífica, volvió Pedro de Vera a la Gran Canaria 11.
Según
Castillo, dejó ajusticiados más de 500, la práctica totalidad de la población
adulta, sin que la infantil tuviese tampoco un futuro claro.
¿Por qué en
vez de limitarse a liquidarlos en la horca, Vera procedió a semejante
recreación en vivo del Infierno de Dante? Lo más sencillo es pensar en su
carácter colérico y brutal, pero este castigo superaba en mucho los estándares
de la época y, sabiendo que también era un hombre práctico, debe haber algún
motivo. Lo hay.
Si Pedro de
Vera tuvo un proceder tan duro no fue solo por vindicar la muerte del malogrado
Hernán Peraza, cuanto porque creía que los Gomeros habían también conspirado
contra su propia vida. Por la confesión que recibió de los reos antes de ser
llevados al suplicio, averiguó que los doscientos naturales que estaban
desterrados en la Gran Canaria desde el antecedente alboroto, habían avisado a
sus paisanos: Que de ningún modo se dexaxen maltratar de Peraza; que mirasen
por la honra de sus hijas y sus mujeres; y que procurasen matarle, pues ellos
estaban dispuestos a executar lo mismo en Canarias con el gobernador. Por
tanto, así que regresó éste a aquella capital, dio orden para que fuesen
arrestados todos en una noche, hizo ahorcar a los varones de más edad, y envió
a vender a Europa todas las mujeres, y niños 12.
Se queda uno
sin aliento tras leer esas cosas. Quizás nos sirva para recuperar el resuello
la lectura de los candorosos consuelos que las Fuerzas Celestiales aplicarán
al drama. Ha llegado a nuestros días alguno de aquellos expedientes miríficos.
Uno: dos
gomeros habían sido condenados a ser arrojados al mar con las consabidas
piedras al cuello. Eran inocentes, y bautizados como casi todos, e invocaron a
la Virgen de la Candelaria. La Madre de Dios convirtió los pedruscos en
flotadores, a bordo de los cuales arribaron mansamente a la orilla. Ya dijimos
que está considerado el milagro nº 56 de la Virgen de la Candelaria en el
inventario de fray Bartolomé Casanova. No creo que tenga mayor importancia el
que cierto agregado de una importante Universidad, el doctor Álvarez-Hungría
jr., intente quitar mérito a la Virgen ponderando la flotabilidad de la piedra
pómez.
Dos: Pedro
Agachiche (repárese en el nombre de bautismo: la cristianación va a ser
determinante en el futuro) debía tener un cuello de toro: derriba la horca y,
de paso, al verdugo. Vera opta entonces por inmersión marina con pesa al
cuello. Sale del mar con pesa y todo y, aun mojado, se presenta en casa del
gobernador y, calmoso, le dice: “Santa Catalina, a quien invoqué, no quiso que
muriera”. Santacatalinas a mí, que se dice Vera, y ordena la repetición del
castigo al día siguiente, esta vez aplomado con el lastre de una carabela.
Nuevamente el bañista que se presenta en su casa, y “mira Señor que ya has
quitado la vida a muchos inocentes”. Por desgracia, el final de esta historia
no se sabe puesto que Santa Catalina carece de unos contables tan minuciosos
como los de la Candelaria.
Espero no
haberme perdido en milagrerías, ¿Dónde iba? Ah, vale, en la represión de la
sublevación gomera por extinción del objeto. Aún nos falta el pago de los
servicios prestados (¡Ay Sebastián, Sebastián! ¡Ahora te toca a ti!)
la retribución
de doña Beatriz de Bobadilla a don Pedro de Vera por el socorro prestado, que
le hizo efectiva antes de salir de la isla, y fue de mil castellanos de oro
y más de cuatrocientos quintales de orchilla que valían otros mil castellanos…
Pedro de Vera, cargado de ducados, orchilla, esclavos, sangre e infamia, volvió
a Gran Canaria 13.
La retribución
que dará su señora a Docampo, el verdadero salvador del apuro, la vemos
reflejada en su testamento. Dice Sebastián:
Y mando a
Gonzalo de Ocampo, mi hijo natural, e hijo de María de Ocampo, vecina de la
isla de la Gomera… una heredad de cañaverales y tierra de regadío que yo tengo
en la dicha isla de la Gomera en el valle del Gran Rey, la cual dicha heredad
yo hube de Alonso Prieto… Y mando a Alonso de Ocampo, mi primo, gobernador de
la isla de la Gomera, otra heredad que yo tengo en la dicha isla que se llama
El Prioral, y que es en el mismo valle del Gran Rey, enfrente de la otra
heredad que yo mando al dicho Gonzalo de Ocampo, mi hijo; la cual dicha heredad
yo hube en repartimiento de mi vecindad… 14
Valle del Gran
Rey era el territorio del bando indígena de Orone, al cual, por lo que se ve,
aprovechó poco su actitud posibilista como bando de paces. Como habrá
comprendido el lector avisado, el pago a Sebastián no se agotará ahí.
Hablaremos de ello en el próximo capítulo. Aquí sólo dejaré caer una idea que
repetiré en adelante: Lo cruel de juzgar a personajes de la antigüedad es que
estos no siempre conseguían adoptar una conducta como la que nosotros
juzgaríamos correcta, conforme a los estándares del siglo XXI, inmersos en un
mundo que era como era. De una crueldad espeluznante.
Ellos no
eligieron haber nacido en aquella época.
1 Tomás
MARÍN Y CUBAS. Historia de las siete islas de Canarias, libro 2º. 1694.
2 Juan ABREU
Y GALINDO. Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria.
Imprenta Isleña. Tenerife, 1818.
3 MARÍN Y
CUBAS. Ibidem.
4 Antonio
TEJERA GASPAR. Colón en las islas Canarias. La Gomera y Gran Canaria.
Lecanarienediciones. La Orotava, Tenerife, 2020.
“La torre de los Peraza es una construcción de forma
cuadrada, fuerte y alta, que seguramente estuvo almenada en sus inicios, y
construida con sillares de piedra roja procedentes de las canteras del entorno
de la villa de San Sebastián. Se haya distribuida en tres plantas, bodega, sala
de armas y sala de los señores, que fueron construidas con pisos de madera,
sostenidas con vigas y columnas de gran envergadura, hechas del mismo material.
La construcción es de estilo gótico como se percibe en la planificación
cuadrangular, en la puerta de con con dovelas de la planta baja y en el arco
apuntado en la puerta del segundo piso, con sus saeteras abocinadas y los
cuatro matacanes situados en cada uno de los lados, testimonios de su función
militar”.
5 José DE
VIERA Y CLAVIJO. Notic ias de la historia general de las islas de Canaria.
Imprenta de Blas Román, Madrid, MDCCLXXVI.
6 ABREU Y
GALINDO. Ibidem.
7 TEJERA
GASPAR, ibidem.
“Es casi seguro que Colón conocería en esta isla a los
gomeros, sus primitivos habitantes, a quienes más tarde compararía con los
taínos de La Española, el aspecto y color de los canarios; ni negros
ni blancos. Cuneo: Son de color aceitunado, a manera de los de Canarias.
Hernando Colón: Eran de estatura mediana, bien formados y de buenas carnes y
de color aceitunado como los canarios”.
8 MARÍN Y
CUBAS. Ibidem.
9 TEJERA
GASPAR, ibidem (cita a Darias).
10 VIERA Y
CLAVIJO. Ibidem.
11 MARÍN Y
CUBAS. Ibidem.
12 VIERA Y CLAVIJO. Ibidem.
13 Dominik
Josef WÖLFEL. Don Juan de Frías. El gran conquistador de Gran Canaria.
Museo Canario. Las Palmas, 1953.
14 Carmen MENA GARCÍA. Aquí Yace Sebastián de Ocampo a quien Dios perdona. Anuario de Estudios Americanos. Julio-diciembre, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario