jueves, 3 de febrero de 2022

LOURIZÁN // VENTA DE CUOTA INDIVISA

Tempus fugit

SUMARIO

1) EL PAZO DE LOURIZÁN

2) VENTA DE CUOTA INDIVISA

3) SORTEO DE LIBRO

4) CAPÍTULO DE DOCAMPO VERSUS COLÓN



1) EL PAZO DE LOURIZÁN

El pazo de Lourizán (Pontevedra) es algo más que la siguiente etapa en la Ruta da Camelia; ¡cuidado!, para alguno puede ser la última. Cuando el visitante lo tenga de frente, ahí arriba, pensará: ¡Versalles! Pero en cuanto pise sus balaustradas y terrazas, se dará cuenta de que está ante el castillo de Drácula. Hoy una ruina, antaño fue el centro político de Galicia: el ser invitado a sus fastuosos salones constituía el oscuro objeto del deseo de todo aspirante a ministerio, con o sin cartera. Un antepasado al que llegué a conocer contaba —con regustillo de superioridad— como los alcaldes gallegos, invitados a un banquete en el comedor panorámico, se bebieron el agua del lavamanos tras el marisco. Si levantara la cabeza se quedaría patidifuso ante la pericia gastronómica que han adquirido los munícipes de nuestros días.

La rebajada mesa monolítica del casi enano Montero Ríos

  Va, en serio. Antiguo pazo, a finales del XIX Eugenio Montero Ríos lo transformó en el anonadante palacio de gusto parisino que aun dejan ver sus decrépitos muros. No voy a revelar aquí quien fue el gallego Montero; el que se interesa sabe que lo fue todo, presidente del Gobierno, del Senado, titular de Gracia y Justicia, etc.; y al que nada le interesa, para que le vamos a molestar. Este pequeño hombre fue el encargado de poner fin al imperio español mediante la entrega a los EEUU de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y los archipiélagos de Oceanía. Dicen que don Eugenio pergeñó el tratado de París aquí mismo,


entre cedros y camelios; me lo creo pues los términos de la rendición ya se fueron tratando sobre la marcha desde el primer día de las hostilidades: piénsese que en 1898 nuestro país tuvo la original idea de declararle la guerra a los yankis cuando Estados Unidos ya eran superpotencia y España, super menudencia. Las batallas navales  daban unos resultados de dos mil y pico bajas por nuestra parte frente a un par de heridos leves (por accidente) del lado americano. Algo así pasaría hoy, lo que no debería extrañarnos: aquella prensa, políticos y sociedad mentecatos se parecen bastante a los actuales. Montero está enterrado en un ataúd de cinc sito en la cripta de este verdadero palacio de Drácula.

Los jardines ocupan unas cincuenta y tantas hectáreas y la visita es a la vez preciosa y alucinante. Concebidos bajo los cánones del Romanticismo, sus ruinosos decorados no dejarán a nadie indiferente; en particular, los que salgan con fractura de tibia y peroné recordarán la aventura de por vida, seguro. Sí, asienta el pie a cada paso: todo se desmorona. Cuevas, fuentes, lagos, pasadizos subterráneos iluminados por lóbregos lucernarios, grutas de espejos, estatuas a la griega… y claro camelias, camelias, camelias. Magnolios, palmeras exóticas, cedros. Un invernadero tipo novela gótica inglesa cuyos hierros corroídos quizás te caigan encima, y entonces, quizá aquello se convierta en algo de Agatha Christie. Y las impresionantes sequoias californianas, como las de San Francisco, trayéndonos a la memoria la misteriosa relación de las Rías Baixas con Cuba: de muy cerca de aquí, de Tui, partió Docampo a conquistarla (Docampo versus Colón); a casi nada de aquí, a Baiona, llegó Martín Alonso Pinzón anunciando el descubrimiento de la Perla del Caribe; aquí al lado, en Cambados y La Saleta, construyó sus pazos el capitán Cardecid, aquel que cumplimentó la enloquecedora orden de blanquear la población cubana mediante el aporte de unos miles de esclavos gallegos (El diputado Urbano Feijóo: ¡un gallego trabaja como dos negros por el mismo coste!); aquí mismo Montero Ríos cortó el cordón umbilical con nos unió con aquella isla llamada Juana en loor de una reina que se nos volvió La Loca.

Visita indispensable y triste.    

 

2) VENTA DE CUOTA INDIVISA

Los antecedentes del supuesto consultado, en esencia, consisten en lo siguiente: Se trata de la venta de dos fincas que constituyen una única física y catastral. Una de ellas (1) pertenece a un grupo de parientes (grupo A); la otra (2), por mitades indivisas, a dicho grupo (A) y a otro grupo familiar (grupo B). Dentro de cada grupo los componentes van de acuerdo. Al parecer, A y B han suscrito conjuntamente un contrato privado de compraventa de la total finca catastral. A la hora de firmar la escritura el grupo B se niega a firmar la escritura de la venta de su 50% de la finca nº 2. Las preguntas son: ¿Puede el grupo A vender la finca nº 1 y su 50% de la 2 sin contar con el grupo A? ¿Se puede obligar al grupo B a elevar a pública la venta privada que en su día otorgaron?

Respuestas:

--Sin duda cualquier comunero puede vender a un extraño su cuota indivisa sin el consentimiento de los demás condueños.Lo que pasa es que en tal caso los condueños tienen derechos a subrogarse en el lugar del comprador en las mismas condiciones, pagando el mismo precio. El plazo para ejercitar el derecho es el de 9 días desde la inscripción registral de la venta de cuota o desde que se notifique fehacientemente al comprador.

--Se puede exigir la elevación a documento público de lo suscrito en privado: el juez preguntará por la autenticidad de la firma y, si se niega la respuesta o existen dudas, llamará al calígrafo. Una vez acordada la "elevación", si el negacionista es contumaz, el juez puede suplir su consentimiento. Si la negativa es gratuita, con frecuencia el demandado se allana ante la amenaza de las temidas costas.


3) SORTEO DE LIBRO

A partir de ahora procederé a sortear periódicamente un ejemplar en papel del libro Sebastián Docampo versus Colón a portes pagados entre los consultantes tanto de 241881.blogspot.com (Derecho de Galicia) como los de notariarajoy.com; la idea es difundir una serie de hechos, o poco conocidos, o tergiversados (El Descubrimiento, el papel de los continos en la vigilancia del clan genovés, la jornada del Pacífico o curiosidades como la Compostela tropical, la escala de Colón en A Coruña -donde obtuvo noticias del Nuevo Continente-, o la conversión religiosa de tainos y siboneyes ¿sabes porque los cuernos de la Luna de la Virgen del Cobre apuntan hacia abajo?, etc.). Aun siendo una obra de ensayo, sus partes II y III se leen como una novela de aventuras; la I profundiza en las Fuentes, pero contiene desopilantes y algo crueles estampas de aquella Galicia Canibal. 

La condición para participar será que la consulta se acompañe de la dirección completa, código postal incluído. El resultado se publicitará aquí, bien por las iniciales, bien por un alias que se facilite.

Puedes bajarte el libro en formato electrónico en cualquier plataforma, por ejemplo:

FNAC

Casa del libro

Amazon

Caligrama

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Indigo

El Corte Inglés


4) CAPÍTULO DE DOCAMPO VERSUS COLÓN

El tema del capítulo 8 del libro II es el viaje a Indias de Docampo, de las que ya no volvería si no es para morir. El fragmento elegido recoge una digresión dedicada a la Niña, barco histórico donde los haya, a la altura si no la supera del San Juan Nepomuceno en Trafalgar:


Bueno, pues no. A Campo se le requiere para recibir las confesiones de Colón sobre sus conductas torticeras entre agosto de 1498, en que llega, y agosto de 1500, en que arriba Bobadilla. O sea. Su manía de ahorcar y cortar manos y sin proceso ni expediente: ejecuciones sin papeles marca de la casa. Su avaricia que mata de hambre a la colonia. Su crónica incapacidad para el gobierno, más bien especialidad en el desgobierno. Su preferencia por vender indios en vez de bautizarlos. Su intento de recluta de gentes, indios o cristianos, para oponerse a Bobadilla (don Francisco), sólo abortado porque unos y otros le rehuyeron con los pelos como escarpias. Y la permanente sospecha de su deseo de entregar la colonia a Portugal. El enjuiciamiento cabal de los desmanes de aquella época colombina, la más deprimente, parece exigir una presencia en Indias de un par de años, entre el desembarco del almirante en Santo Domingo y el reembarco del navegante, cargado de cadenas por el mismo puerto, arrestado por el comendador Bobadilla. Por ende, sabemos que con el comendador no vinieron gallegos:

 

No hubo gallegos en la expedición de Francisco de Bobadilla enviado por los Reyes a instancias del cardenal Cisneros como pesquisidor 7.

 

 Añade este autor que Sebastián de Campo era “nacido en Noya, donde se había radicado una rama de su familia, originaria de Santiago”. El natalicio en Noya es erróneo, aunque estuvo muy extendido el dato antes de haber sido publicado el testamento por Carmen Mena.

Acude ahora a nosotros el pensamiento que el de Tuy no haría muchos remilgos cuando el notario, al enrolarlo, anotó: Pero Gallego. Si hubiese empezado a enrollarse con que, bueno, él era de Tuy, pero que en el fondo la ciudad se llamaba Buenaventura, pero que Tuy recordaba el nombre romano Tude que le gustaba al obispo, pero que ahora era condado de Camiña, pero ya no, que su padre era un Hernández, pero que a él le molaba más el apellido Campo al que tenía cierto derecho… En estos casos te daban la patada y te echaban al agua.

En fin, todos estos argumentos son una patente evidencia de que Campo zarpó de Gomera en el tercer viaje, aunque no ignoro que me enfrento a todos los que siguen al padre Las Casas, es decir a todos los españoles, que lo embarcan en el segundo, y eso quizás sea pecado. Para lavar mi conciencia alegaré que pueden compaginarse ambas posturas recurriendo a la capacidad volátil de los gallegos que, agrupados en la Estadea o Santa Compaña, son capaces de encaramarse a los ámbitos celestes, desplazándose con increíble rapidez de un punto a otro del orbe terráqueo. Vale, así, sí.

¿En cuál de las dos carabelas se embarcó Campo? A eso responderé a la gallega con otra pregunta ¿porque hay que elegir, si una era copia de la otra? En la rada de San Sebastián estaba fondeada la histórica Niña con la que Colón corrió a envanecerse de la noticia del Descubrimiento a tierras portuguesas (primero, Azores, luego, Lisboa). Y, a su costado, otra carabela, llamada primero la India y luego la Santa Cruz, fabricada con los restos de seis embarcaciones destrozadas por un huracán, al que había sobrevivido únicamente la Niña, y como fiel copia de esta. Así pues en el puerto de Gomera se abarloaban la Niña, también llamada Santa Clara, y la Niña, también llamada Santa Cruz.

¿En qué medida planeaba en la mente de Campo el diktat tragicómico que se había decretado a bordo de esta misma embarcación durante el segundo viaje? Sí, tu, el juramento exigido por Colón de que Cuba era la Tierra Firme. ¿Intuía de algún modo que a él le iba tocar resolver el trágico equívoco? Acude a mi pensamiento la idea de que llegados a este punto son necesarios al menos unos apuntes sobre la biografía de este buque, histórico donde los haya.

La Niña era un barco fácil, de unos cincuenta o sesenta toneles y cuatro mástiles: trinquete, mayor, mesana y contramesana. El triangular velamen a la latina, bueno para navegar contra viento en el Mediterráneo, fue sustituido en los prolegómenos del primer viaje por el redondo (o sea, cuadrado), más útil para navegar de empopada por el Atlántico, empujado por los alisios. Proa baja, pequeño alcázar a popa encima de las provisiones, y poco más, que es mucho para la gente de mar, puesto que navegaba bien. Hizo el primer viaje en 34 días, que no está nada mal, al mando de Vicente Yáñez Pinzón; y, tras haber destrozado a La Gallega contra la barrera de coral, Colón se puso a su mando. En el segundo viaje, batirá su récord: 26 días. Luego, en 24 de abril de 1494, desde la isla Española, Colón zarpará con ella y dos carabelas más, para reconocer Cuba y demostrar que forma parte del continente asiático. El Almirante pertenecía a esa especie de científicos que primero sacan conclusiones y luego investigan, al revés que los vulgares y corrientes. Confundiendo la milla itálica (1480 metros) con la árabe (2000 metros),

 

borraba de un plumazo, o mejor de un golpe de cálculo la zona ocupada por el Pacífico y América. Todo empezaba a encajar y las 750 leguas que separaban los bordes del Océano desde las Canarias hasta las nuevas tierras, coincidían según sus particulares cálculos con lo que él previamente sabía… un hombre que conocía muy poco de los postulados de la ciencia de aquel momento y que se movía más dentro de la vaguedad que otra cosa. Por tanto, estaba a un paso de ser tomado por un farsante 8.

 

Llegados a un punto del cabotaje de Cuba, cuando Colón calculó que llevaban 335 leguas, el comandante mandó a parar, puesto que ¡no existen —aseveró— islas tan largas! Cuba era Asia y a callar. En tal momento y a bordo de la Niña, se produjo el tan manido Juramento Colombino.

 

En la carabela Niña que ha por nombre Santa Clara, ante mí, Fernán Pérez de Luna, escribano público de número… que dijesen si tenían alguna duda de que esta tierra fuese la Tierra Firme… y les puse pena de 10.000 mrs. y cortada la lengua, y si fuera grumete o persona de tal suerte, que le darían cien azotes y le cortarían la lengua.

(Establecer una equivalencia científica en kilómetros de la legua requeriría estudiar caso por caso sus variedades, entre los 4 y los 6, picos aparte. Pero nada nos impide establecer una correlación “en zapatillas” multiplicando por 5, siempre que no seamos agrimensores. La de 3 millas por legua también puede hacer que te apedreen los alumnos de Náutica).

 

El asunto tenía sus bemoles, puesto que en Pinar del Río, donde hubo que jurar, ni siquiera llevaban recorridas 335 leguas (1000 millas náuticas); más bien sólo unas 200 (600 millas). La escena tiene, que duda cabe, una vis cómica, pero puesto que la draconiana norma causó al menos una muerte por inanición, la del cura gallego citado como el abad de Lucerna o Lucena (en gallego, abad significa párroco, y la parroquia se llama Lucenza, Ourense), será mejor tragarse las chanzas. A semejante monstruo ideológico, que no se podía soslayar dada la calidad de visorrey de Colon, será al que tocará enfrentarse a Campo mediante el bojeo integral de Cuba. ¿Tendría pesadillas mientras dormía incómodamente de pasaje a La Española, la cabeza sobre un cordal, los pies encogidos contra un barril?

Bah, pero sigamos con las navegaciones de la Niña, a la que habría que darle la Gran Cruz del Mérito Naval. Mucho tuvieron que aguantar sus cuadernas ¿qué pudo pensar el pobre barco mientras Colón sostenía con toda seriedad que la mitad de la esfera terrestre tenía forma de teta? ¿Qué en el pezón estaba el Paraíso? Aunque, ahora que lo pienso, es posible que los amantes y los bebés piensen eso de verdad. Va, no divaguemos. Luego ¿a dónde navegó luego esta valiente carabela? Ah, sí hubo que viajar a Roma con el obispo Fonseca a bordo, para ganar indulgencias. Para entonces ya era propiedad al 50% entre Colón y la corona y no se le escatimaba una sola oportunidad de flete. Aun no se habían inventado los museos navales. A la vuelta la capturaron los corsarios de Tolón, pero como tuvieron la mala idea de poner de guardia a unos del Puerto de Santa María, estos se pusieron de acuerdo con los tripulantes, que eran de Palos, y arrojaron a los franceses al agua 9. Y ya estamos donde había empezado este flash back. Bien remozada, la Niña se arma como avanzadilla del tercer viaje en compañía de su copia, la Santa Cruz. Alguien habría susurrado al prudente Campo que el calafateado había costado 35.000 maravedís: sube tranquilo, pardiez.

 De sus condiciones marineras nunca habrá queja: en 35 días desembarcará su tropa de ballesteros en Santo Domingo, donde Bartolomé Colón había trasladado la capital de La Española. Será la primera tierra americana que pise Campo, que pensaría que se dirigían a Isabela. Pero, en ese mes largo de navegación, tiempo habría tenido de escuchar la conseja: en la abandonada capital del Norte, los conquistadores se empezaban a convertir en fantasmas que, cuando se sacaban el sombrero para saludar, se extraían también la cabeza. La última cita que tenemos de la Niña-Santa Clara nos la muestra navegando hacia la costa de las Perlas en 1501; allí, tras embarrancar probablemente contra un arrecife, ascendió al Paraíso de los barcos famosos. Se lo tenía merecido.

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