Foto Mercedes Rajoy |
Pregunta.-Se plantea un ejemplo práctico de los nuevos "valores de referencia", en relación a la herencia expectante de una sobrina. Con los llamados "valores reales" de la Xunta, hasta el 2021 (o sea catastral por 2,2 en A Coruña), salía un valor para los 2 pisos de 300.000 euros, mutatis, mutandis. Consultado en actual "valor de referencia", a partir de 2022 y por el que es obligatorio hacer la liquidación pues se trata de la base imponible, nos sale un valor para ambos de 600.000 (verás que redondeo a ojo de buen cubero). Pregunta ¿cuánto había que pagar antes, si el tío hubiera muerto del 2021 para atrás; y cuanto habrá que pagar ahora, puesto que el buen hombre ha sobrevivido a la pandemia?
Respuesta: Repito que no soy un especialista fiscal, pero las cuentas son muy fáciles. Por 300.000 salen 40.011,04 (hasta 239.398,13). Resto al 25,08% = 15.455,77. (40.011,04+15.455,77 = 55.466,81) x 1,5882 = 88.092,39. Esto es lo que había que liquidar en 2.021.
Año 2.022. Hasta 398.777, 54 = 80.655,08// 201.22,46 x 29,75% = 59.863,68// Suma: 140.518,76.
140.518,76 x 1,5882 = 223.171, 89. Eso es lo que tendrás que liquidar a partir del 2.022.
Repasa estos números porque no me considero un matemático eminente. ¿Porque no nos limitamos a cuestiones de Derecho Civil como siempre?
El capítulo 5 del Libro II de Docampo versus Colón narra una derrota estremecedora de las huestes cristianas a manos de los guanches: uno de estos sucesos traumáticos de indígenas aplastando a tropas conquistadoras, como la batalla de Teotoburgo (en que el caudillo querusco Herminio exterminó varias legiones romanas), o la más cinematográfica de Little Bighorn, cuando los cheyennes dieron buena cuenta del 7º de Caballería. Docampo estuvo en esa (la matanza de Acentejo) y no fue de los que lo hizo peor. E ahí un fragmento.
Pero ningún oficial puede avanzar en terreno de un enemigo cuyas fuerzas decupliquen las suyas, sin cubrir la retirada. Lugo lo hizo. El rey Bencomo les venía siguiendo los pasos y, en cuanto se acercaron al barranco de Acentejo, les cortó el avance. Al tiempo, ordenó a su hermano Chimenchia que con trescientos guanches atacara de flanco desde los altos, para cortar en dos la columna invasora. La disposición del campo de batalla en un reducido anfiteatro, impedía la maniobra de la caballería y la infantería. No fue un combate leal, fue una carnicería:
Cuando advierten que los guanches a su retaguardia vienen
bajando desde la atalaya para cortarles el paso entre los barrancos de Acentejo,
se dan cuenta de que van a ser copados y se prepara una defensa muy dificultosa
por el terreno… Lo escabroso del terreno impide la maniobra de los caballos, superándole
la ligereza de los indígenas, cuya llegada en sucesivas riadas acabó con la
resistencia de las fuerzas de Lugo, que dispersas, fueron fácilmente diezmadas.
Los sodados de Lugo quedan cogidos entre dos frentes y son desbaratados. Salvó un
corto número de combatientes que escaparon con él ayudados por sus caballos, las
demás fuerzas que lograron escapar tienen que bajar hacia la costa de La Matanza,
única salida entre Chimenchia, que bajando de la atalaya ataca de espalda y flanco,
y Bencomo, que venía de frente desde Taoro. En una cueva de Acentejo se refugiaron
unos 30 españoles, devueltos luego por Bencomo. Quedan los 54 hombres del grupo
de Lugo, más los dos equipos de Añazo y La Laguna 17.
Lugo perdió, provisionalmente, su caballo, sustituido por
otro de un tal Benítez El Tuerto; y, definitivamente, la dentadura, de
una pedrada que le estalló la boca. Perdía tanta sangre que su estado mayor debió
sujetarle en sus desmayos. Los soldados, poco pudieron hacer, abrumados por una
lluvia de dardos y pedruscos que les llegaban desde arriba y atrás, mientras de
frente eran machacados por millares bastones y magados. “Todo ello en medio de
una impresionante algarabía de gritos y silbos 18”.
Lugo pensando que aquello era imposible, que no podía pasarle a él, abandonó la
escena y no paró de espolear su caballo prestado hasta que estuvo al abrigo de los
fosos de Santa Cruz de Añazo. Serían los que faltaron más de 600 hombres, aunque
la mayoría de los cronistas se pronuncia por una masacre superior al millar. “Un
documento contemporáneo de notoria veracidad —el registro del sello— valúa los supervivientes
en sesenta caballeros y trescientos peones 19. Restemos
de 150 y 1500 y saldrá una cuenta realista de víctimas aunque los números se
complican si tenemos en cuenta que los estadillos no solían distinguir bajas castellanas
de los auxiliares canarios.
La mayor parte de los hombres que habían desembarcado con
Lugo en Tenerife quedarían en el campo de batalla y no llegarían a 200 los que
escaparon con vida, la mayoría de ellos, malheridos 20.
Viera y Clavijo
cita entre los destacados en la acción a Alonso de la Peña, miembro, con Docampo
y su primo, de la troika gomera. Probablemente malherido, como dijimos; seguramente
Docampo no quedaría menos descalabrado. En una relación de conquistadores a tiempo
completo de Tenerife, con prueba documental y respaldo por parte de los cronistas,
se refiere:
39.-Sebastián de Campo 21.
¿Dónde estaba Campo en esta melee? En una primera fase
es difícil situarlo en medio de aquel revoltijo de carne de personas, de caballos,
de cabras robadas, apretujados en el fondo de un barranco, incapaces de maniobrar,
presos, sudor contra sudor, sangre contra sangre, excremento contra excremento.
Un caos de gritos, chillidos, muerte y desesperación. Una idea del batiburrillo
puede darla el hecho de que la masa de carne corrupta alumbrará, días después,
varios zombis, muertos resucitados a los que no se había matado suficientemente.
En la fase final de la batalla, creo que podemos colocar a Campo en un lugar
poco honroso: cabalgando con Lugo a matacaballo, intentando ganar la seguridad de
la Torre de Añazo. Sabemos que Pedro Benítez de Lugo, sobrino del adelantado,
iba en el grupo que cubría la fuga, lo que es indicio de que fue la parentela
quien salvó la vida de tan incompetente jefe. Mucho nos tememos que en esta
guardia de corps de parientes haya que encuadrar a Sebastián. En total, unos 54
hombres acompañaron a Lugo en su huida.
La participación en esta primera campaña no llenará de
orgullo a sus partícipes. Un par de anécdotas que damos a continuación, refleja
perfectamente las capacidades militares de los guanches de suerte que, el que hayan
sido capaces de exterminar a un ejército moderno, produce una impresión tan penosa
que se hace incomprensible que a Lugo le hayan vuelto a confiar ejércitos.
Sucederá. Y volverán a quedar sus hombres por el suelo.
Retornando al campo de La Matanza, bañado por esa rápida
transición de luces y sombras de los atardeceres canarios, hay que imaginarse
al ejército guanche contando los cadáveres, inclinándose sobre las figuras ensangrentadas,
despedazadas, destripadas, palpándoles la ropa, volteándolos en busca de espadas,
puñales, oro, botones, pan, remiendos, cuchillos, agujas, etcétera, bajo la
atenta vigilancia de Bencomo, su hijo Bencor y su hermano Chimenchia.
Hallaron ciertos guanches una ballesta armada con su
pasador que quedó en el campo con su dueño. Tantas vueltas le dieron que, sin saber
lo que se hacían, apretó uno la llave y, disparando la ballesta, dio con el pasador
a uno de ellos en los pechos y quedó muerto. Arrojaron la ballesta y huyeron.
De ahí en adelante, viendo una ballesta, rodeaban gran trecho para no pasar
delante de ella 22.
La otra anécdota es muy parecida, nos la trae el
cronista religioso Espinosa y quizás sea la misma, mejorada por la inventiva de
un superviviente que no había perdido del todo el sentido del humor:
Los guanches, que ni entendían el artificio como se
tira el pasador y no veían más que el sonido o estrallo que daba la cuerda, tomaban
el pasador o virote (que recogían lanzado por los españoles) y, haciendo aquel
sonido con la boca, arrojaban el virote con la mano hacia los nuestros, pensando
que en el sonido estaba la fuerza 23.
Probablemente falsas o exageradas, sí que reflejan, como
tomadas de fuentes directas, la opinión de los soldados profesionales sobre las
capacidades militares de los isleños. Esta lluvia de pedradas, sin orden ni
concierto, estaba más próxima al neolítico que a la ciencia militar moderna.
Alonso de Lugo cavilará que la causa del desastre pudo
haber estado en la bisoñez de las tropas, buenas sí para cabalgadas, pero que se
arrugaban en presencia de estos guanches tan sorprendentemente bragados. Por
supuesto, no había analizado su propia incompetencia que le arrastrará años más
tarde a otro destrozo todavía peor, durante en una vulgar cabalgada en
Berberia. Lo curioso es que era un hombre que detestaba la derrota, tanto como
la atraía: la revancha no estaba en discusión. Tan pronto terminó la evacuación
de Añazo en junio de 1494 volaron sus velas a la corte donde los reyes le manifestaron
su comprensión inmediata. Aquel gallego les había dado ya dos islas y no había muchos
de esos. Sin contar que el quinto real a base de esclavos era como una mina de
oro. Expidieron cartas de recomendación para las señoras de las islas de Señorío,
Inés Peraza y Beatriz de Bobadilla para que le diesen todo el apoyo posible,
como cosa de nuestro servicio 24.
Las señoras eran patriotas, pero de pago, y pidieron a
Lugo como aval a sus hijos, práctica común en la época. El derecho romano te
permite esclavizarlos si el crédito resultare fallido. Luego, tras suscribir varios
empréstitos más con los genoveses, acudió al vivero donde se crían las tropas que
ganan batallas: los campos de Granada, sembrados de militares de élite tirados
por los suelos, jugando a los dados, vomitando borracheras, ociosos tras la
rendición del sultán. Servirían. Había meditado la segunda campaña mucho mejor que
la primera. Tendría que asegurar el terreno con prudencia. Respetar un poco más
a los bandos de paces. No vender a sus hijos. Centrarse en campos de batalla en
llanura, donde pueda trabajar la caballería. Multiplicar la potencia de fuego.
Arcabucería. Dedicarle a la campaña el tiempo que haga falta, no precipitarse.
Y sobre todo de verdad, lo importante, lo más importante era liquidar a ese tal
Bencomo de Taoro. Aunque quizá se le pudiere sacar rédito paseándolo en una jaula
por las ferias de Castilla. Eran cosas que había que meditar detenidamente.
De la actuación Campo lo que se puede decir es que no
perdió a todos sus hombres, aunque tal vez la mitad sí. La cuenta sale de que
sabemos por los cronistas que en la segunda entrada estuvieron todos los
supervivientes de la primera. Conocemos el número exacto de tropas que envió
Gomera a la revanche (cincuenta) y una compañía de la época estaba formada
por cien hombres, por lo que parece adecuado estimar un porcentaje de bajas del
50%. No es para sentirse orgulloso, pero cabe añadir que entre los salvados debieron
contarse tanto castellanos como naturales gomero-lanzaroteños. Unos 90 canarios
habían conseguido esconderse a la ejecución general ordenada por Bencomo.
Puedes bajarte Docampo versus Colón completo en:
Etc.
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