martes, 5 de octubre de 2021

ADQUISICIÓN DE LA SERVIDUMBRE DE PASO POR USUCAPIÓN


Cataratas de A Barosa: un clásico del Otoño
 

En Galicia el derecho de paso se gana por su uso continuado durante 20 años, si se hace de forma pública, pacífica e ininterrumpida y siempre que esos veinte años sean posteriores a 6 de septiembre de 1.995.

         La historia es la siguiente. Hasta 1995 las servidumbres de paso gallegas se regían por el código civil y no podían adquirirse por prescripción de 20 años porque, al no ser continuas (no se está pasando constantemente), lo vedaba el artículo 537. Pero entonces vino la ley gallega de 4/1995 y dijo que en Galicia sí, que en Galicia sí que se adquiría la servidumbre por paso durante veinte años. Dice esta:

 

DE LA SERVIDUMBRE DE PASO

Artículo 25.

La servidumbre de paso se adquiere por ley, por dedicación del dueño del predio sirviente o por negocio jurídico bilateral, cualquiera que sea la forma en que aquél se expresase. Igualmente, puede adquirirse por su posesión pública, pacífica e ininterrumpida durante el plazo de veinte años, que comenzará a contarse desde el momento en que hubiese empezado a ejercitarse.

 

Como las leyes no tienen efecto retroactivo (hacia atrás) quiere decir que esos veinte años debían que ser posteriores a la fecha de efectos de la ley (06/09/1995), lo que en nuestro tiempo (2021) ya será lo normal.

 

Con posterioridad, la ley Galicia 2/2006 reguló la acción negatoria de la servidumbre. Los propietarios disponen del plazo de 30 años para ejercitar la acción negatoria, a contar desde el momento en que empezó a ejercitarse el paso, salvo que éste fuera clandestino (art. 82.1 ley 2/2006). Al dueño corresponde la prueba de que el paso se concedió por mera tolerancia (siempre dentro de los 30 años, después ya está consolidado el paso por usucapión).

 



El capítulo segundo del ensayo Docampo versus Colón entra ya en la parentela de Sebastián do Campo. Existe prueba documental de que estaba entroncado con el conde de Altamira, familia que usaba el Moscoso para los legítimos y el Campo para los que no; linaje a su vez hermanado con el del conde de Camiña, el famoso Pedro Madruga. De lo poco recomendable que era semejante parentela podemos destacar que estaba bien considerado tirarle una palletadas (saetazos) a la propia madre, siempre que se hiciese con deportividad. El enemigo a batir será el inefable obispo Fonseca, otro pájaro de cuidado.





He seleccionado este fragmento:

Hola Julio Cesar, tú que sabes de esto ¿te importaría continuar el relato por mí? Dices que: “Gallia est omnis divisa in partes tres”. Omnis Galicia, también: pongamos Norte, Centro y Sur. El acotamiento del tema de esta obra exige descartar la banda del Norte: debemos poner fin aquí a las hazañas de Pedro Pardo de Cela con ese breve viaje que hizo su cabeza, chorreante de sangre, del tocón a las tablas del cadalso, mientras pronunciaba las famosas palabras: “Credo, credo, credo”. Nunca tal prodigio se volverá a repetir. Intentos de balbucir tras la decapitación, sí (Ana Bolena), tres palabras completas, jamás. A la postre, los otros dos tiranos, Altamira y Camiña, acabarán también a manos de los Reyes Sangrientos de una forma parecida, sin siquiera haber conseguido para la historia un hecho tan hazañoso como ese espectral credo, credo, credo que se ha convertido en uno de los mitos gallegos.

 Adiós Pardo de Cela, pero creo que debemos dejar sentado que con quien se relaciona la Galicia de Campo es, tanto con la mesnada sureña de Camiña, en una de cuyas ciudades devastadas, Tuy, lo nacieron, como con la facción del centro y capital, Santiago, cuyo apellido fuerte eligió por algún motivo que no explicita al testar. Ambos grupos, Sur y Centro, conformaban una unión inextricable de armas y mentes. Necesitaban, tenían un enemigo, un enemigo de categoría. No cabe duda de que también somos los enemigos que elegimos en la vida (aunque esto se le haya olvidado decirlo a Shakespeare); ellos nos caracterizan “a contrario sensu”.

El antagonista de la banda bicéfala, el memorable tonsurado cuyo nombre ostenta el palacio inmediato a la catedral de Santiago, merece unas líneas.

Alonso de Fonseca II, el arzobispo y señor de Santiago era como uno de esos papas que vestían mejor la loriga que la sotana. Ojos negros atentos y sonrientes enmarcados en una cara seria, este será el rival de más cuidado al que se enfrentará la casa Moscoso: un linaje oscuro que afianzará su patrimonio a partir del S XIV por su intensa vinculación con los Campo o do Campo. El premio era Santiago de Compostela, a donde peregrinaba el mundo y no con los bolsillos vacíos. El linaje Moscoso-Campo entendió enseguida que tendría abatir la cabeza de Fonseca. Pero el arzobispo tenía una baza muy firme:

 

El señorío eclesiástico de la tierra de Santiago y como base la propia ciudad compostelana que, tejiendo alianzas con unos y otros nobles conseguía establecerse siempre contra aquellos que le acechaban 6.

 

El intento de afirmar su autoridad por parte de Fonseca, precipitó las cosas: había osado nombrar un alcalde mayor en Santiago. Los Moscoso acusaron el golpe: ejercían desde generaciones el cargo de Pertiguero de Santiago que conllevaba el mando de las fuerzas de la Iglesia y una pesada mano sobre la urbe. Dicho y hecho, Bernal Yáñez Moscoso, a la sazón cabeza del linaje, entró en Noia, el puerto de Compostela, con cincuenta escuderos y quinientos peones y apresó al arzobispo que se encontraba en la villa con quinientos de a caballo. El colmillo del lobo. Bernal lo sacó de la villa, lo metió en una jaula y lo llevó al castillo de Vimianzo, pidiendo por su rescate quinientas doblas de oro. En aquella fecha, finales de 1464, ya existía unidad de armas con el Sur y no es descabellado cavilar si Pedro, padre de Sebastián, formaría parte de la hueste con su ballesta: como exteriorización de su hombría, el cronista sugiere que Moscoso no se sirvió de caballos en su asalto.

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