Meteora: Los conventos anidaron en riscos por miedo al Turco |
SUMARIO
1.-PROHIBIDO TESTAR EN FAVOR DE LA PERSONA DE APOYO
2.-PUENTE DE LA CONSTITUCIÓN EN GRECIA CONTINENTAL
3.-IL BRAGHETTONE
4.-OMBLIGOS DEL MUNDO
1.-PROHIBIDO TESTAR EN FAVOR DE LA PERSONA DE APOYO
La materia está regulada por el art. 251 (que prohíbe a la persona de apoyo
recibir liberalidades del apoyado) y 753.1º (que establece la ineficacia del testamento
en favor del “apoyador”). También debe atenderse a la nomenclatura, puesto que los arts. 268 y ss. CC utilizan la palabra
“curatela” como genérica y la palabra apoyo para la casuística.
Las dos normas fundamentales son:
1.-PROHIBICIÓN.-El art. 251.1º CC
prohíbe a quien desempeñe alguna medida de apoyo recibir liberalidades de la
persona apoyada o de sus causahabientes “hasta que no se haya aprobado
definitivamente su gestión, salvo que se trate de regalos de costumbre o de
bienes de escaso valor”.
2.-INEFICACIA.-La disposición testamentaria en favor de la “persona de apoyo” de un discapacitado, por parte de este, no surte efecto alguno. Veamos:
Si te gustan las emociones fuertes, sube en la cesta que pende del cable |
Por ejemplo, sería válido el
testamento de un varón, careciendo de ascendientes y descendientes, que teste a
favor de su cónyuge y persona de apoyo. Claro que en tal caso da igual hacerlo
que no hacerlo.
Salvo parecer mejor fundado
Delfos, al pie del oráculo: un lugar fuera del Mundo |
2.-PUENTE DE LA CONSTITUCIÓN EN GRECIA CONTINENTAL
Al fondo, la Acrópolis, en amarillo, lo griego; en blanco lo afanado por el British |
caballos amarillos: griegos, blancos, guiris |
Ven conmigo al templo/ En el
hermoso bosque sagrado de manzanos y sobre los santuarios, arde humeante el
incienso/ El agua fresca murmura a través de las ramas de los árboles/ En todo
el huerto sombrean las rosas y del follaje, que tiembla, se desliza un suave
sueño/ Más le agracian las guirnaldas de flores que empiezan a abrirse…
Añádele el zumbido de la abeja,
el bailoteo enloquecido de las mariposas y el aroma de laureles y hierbabuenas y te verás inmerso en el ambiente de las actuales Olimpia o Delfos. Sin embargo, si subes a
una pequeña altura que te permita dominar todo el campo, comprobarás asombrado que
estás rodeado por bosques de columnas (Dóricas o Jonias) que te recordarán que
estás ante las Mecas turísticas de la antigüedad. Con la ventaja de que podrás
hacerlo en plácida soledad: las masas actuales prefieren concentrarse en esa
especie de Ibizas cutres que salpican el Egeo.
La gynaíkes ateniense para estirar las piernas tiene que llegar a Londres |
Por motivos aéreos el viaje
empieza siempre bajo el altar de Atenea Partenos: sobre eso no hay más que
decir, todo está dicho, pero si deslizas tu mirada hacia abajo, justo enfrente,
te encantará el nuevo y provocador Museo de la Acrópolis. Con grandes ventanales
enfocados al famoso templo octástilo (8 columnas en vez de 6), ofrece a tu
asombrada mirada los frisos del Partenón en su integridad. Sí, sí, incluida la fracción afanada por lord
Elgin para el British Museum. Se distingue muy bien la parte genuina (obtenida
por los griegos en sus excavaciones de la Acrópolis o restituida del extranjero), amarillenta por el paso
del tiempo, de la parte rapiñada por los ingleses, reproducida en yeso de un agresivo
blanco nuclear. Por supuesto es una muda invitación a que Londres se rasque los
bolsillos y devuelva los fragmentos robados. La distribución actual del
conjunto escultórico (Centauros contra Lapitas, Atenea contra Poseidón) es, más
o menos, esta: Perdido por guerras: 20%; recuperado por Grecia mediante
excavaciones o devoluciones de Museos -reciente la de El Vaticano-: 45%; Museo
de El Louvre: 5%; sala lord Elgin del British: 30%.
Un brazo en el museo de la Acrópolis, otro en el British, ¡Señor! |
Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes…
Entrada Tesoro de Atreo o "¡¡¡tumba de Agamenón!!!" |
La foto, indispensable para Facebook
o Instagram, es la de la Puerta de los Leones, aunque tampoco queda mal la del Tesoro
de Atreo: primer intento humano de hacer
una cúpula, aunque les quedó algo fachoso. La guía nos informa que es la tumba
de Agamenón y yo me lo creo, como también me había creído cuando estuve en Verona que
aquella casita con patín era el domicilio de doña Julieta Capuleto. Visto y
cumplido todo, hacemos rumbo a los platos fuertes: Olimpia y Delfos.
El descubrimiento de la "cúpula" |
Raspando la aurora “la de los rosados dedos” (en Diciembre hay que aprovechar las horas de luz solar) te introducen en el bosque de columnas de Olimpia: auténtico Nueva York o París de la antigüedad, enseguida se percibe la grandiosidad del enclave, al que la decadencia de siglos ha adornado con una patina romántica. Quintaesencia de lo clásico, no solo en lo deportivo, sino en lo literario, teatral o político, el paso al cristianismo se realizo a los bestia por orden de Teodosio II, mediante un bombardeo con ballistas y escorpiones. Aun así, lo que queda da para quedarse encantadoramente pasmado. Por supuesto, la foto o el video para las redes consiste en echarse una carrerita por el Estadio donde se disputaron a lo largo de casi mil años los Juegos Olímpicos de la antigüedad: mide un Estadión, medida griega clásica que ignoro, pero que es mucho. Asegúrate de estar en forma. La guía nos ilustró sobre los muchos infartados que volvían a sus países en una “caja” dentro de la bodega del avión; algunos, parece, murieron felices al conseguir su sueño. El museo, impresionante: excavado el enclave por los alemanes, allí se exhiben los frisos del templo de Zeus Olímpico (Centauros contra Lapitas, el tema es recurrente) y, sobre todo, sobre todo, el Hermes de Praxiteles. Para que vamos a andar con tonterías.
Frisos del templo de Zeus Olímpico |
Hermes de Praxíteles |
La del alba (siguiente) sería y
ya me veo en Delfos: rien ne va plus. Olimpia sería el centro de la Antigüedad para
los señoritos, pero el pueblo llano no conocía lugar más emocionante que
Delfos. Indispensable acudir al oráculo de la Sibila para decidirse: ¿me caso con
Adega? ¿O con Carmiña? A los aristócratas les profetizaba cosas de poca
importancia: Matarás a tu padre y te casarás con tu madre. Chuminadas así, que
luego vinieron muy bien a Freud. Situado en el ombligo del Mundo (que Zeus calculó estrellando sendas águilas que había echado a volar desde los dos
extremos del planeta), te vas a llevar la sorpresa de que también hay dos. Sí,
ombligos. El verdadero sólo es uno, muy basto, pero a los romanos les pareció
poca cosa y crearon otro “ombligo”, más decorado, que está en el Museo. El de
verdad está al aire libre. Bueno, ya que empecé por el Museo, a no olvidar el
clásico Antinoo, aquel famoso amante del emperador español Adriano que (¿se?) ahogó
en el Nilo y los frisos del tesoros de los Sifnios (guerra de los Dioses contra
los Gigantes: La Gigantomaquia). Ya que estamos de tesoros, consisten estos unos
templetes que escalan la mágica ladera de Delfos, camino del oráculo: el de los
Atenienses, construido con el botín tomado a los persas, está reconstruido y da
para una buena foto. En lo alto, el templo de Apolo y el recinto del famoso Oráculo:
la Pitonisa se sentaba en un trípode, inhalaba unos gases (a saber que),
mascaba laurel y ¡ala!, decía algo así como: “ewmfkFFEEMM22sss”. Un magnífico
password. Lo que pasa es que no te enterabas y te lo tenían que traducir un par
de tipos que estaban allí, llamados exégetas: “dice que te cases con Carmiña
que acaba de sacar notarías”. Luego de lo ponían en una plaquita de bronce, te
cobraban un par de óbolos y que pase el siguiente. Hay cosas más arriba, un
teatro, pero después de visto el de Epidauro y una docena más, dices “ah, otro teatro”.
Tesoro de los atenienses (Delfos). Dedicaron el 10% del botín obtenido a los persas |
Jo, que despiste. Me había olvidado de recomendar la contemplación en el Museo del famoso Auriga de Delfos: si le miras a la
cara, el te está viendo, de verdad. Ese efecto inquietante, nos sirve para recordar que también aquí había Juegos, los Délficos; este mozo había ganado en el hipódromo y el premio, aparte de la corona de laurel, era una estatua.
El auriga |
La excursión suele completarse en
siguientes amaneceres con el viaje a Meteora, cinco horas ir, cinco volver.
Claro, es la imagen de moda para las redes sociales y la están promocionando:
resulta que a los monjes les dio por hacer sus monasterios en lo alto
de unos picachos de vértigo. Es como si en Galicia construyésemos conventos en las mejilloneras.
Si puedes, evita el trago, es cansino y los muy ortodoxos maldito el caso que te van a hacer.
Se trata de la foto y nada mas que la foto, pero si va un amigo, basta que le digas
que te la pase con el “compartir”. Puedes usar la mía, te autorizo. Luego, chuleas igual.
"Termópilas" de pega |
Estadio Olímpico 2.0: como para echar una carrerita |
A la vuelta, haces una parada en Las Termópilas, donde al parecer, unos diez mil espartanos hicieron fatalmente frente a unos cientos de miles de persas. Seguro que no es aquí el lugar correcto, puesto que Pausanias cuenta que la batalla se entabló en un estrecho desfiladero (así, todos apretaditos, los frentes de ambos ejércitos se equiparaban) y lo que vas a ver es una amplia llanura costera. Pero es un buen sitio para hacer pis a la vuelta de Meteora y en Grecia hay que ser comprensivo con las mentirijillas: estamos en la tierra del Mito y el Logos.
En Grecia y en todas partes; sin nuestras “queridas
mentiras” la vida sería un sucederse de días áridos y vacíos, como un alba de
invierno.
Gigantomaquia en Delfos: Uf, al menos algo sin centauros |
Antinoo de Delfos, el Mister-mundo de la antigüedad |
3.-IL BRAGHETTONE
He vuelto a
corregir el capítulo XI de Il Braghettone, aquel pintor que se ganó triste fama postrera
por haber puesto bragas y calzoncillos a los personajes de El Juicio Universal,
la obra el Buonarroti que decora el muro testero de la Capilla Sixtina. A ver si ya.
Besó sus frías mejillas
Nelo se zafó del espía, que no
hubiera necesitado caminar haciendo eses para fingir competentemente una
borrachera. Se le ocurrió que quizás la Inquisición estuviera ofreciéndole el
que quedase en familia todo aquel enorme despropósito. ¿A que venía sino eso de
“su mejor amigo”? Corrió esperanzado en busca de Miguel Ángel. No es que la
necesidad de destruir El Juicio Universal fuese una buena noticia, eso
está fuera de lugar. Se debería sentir contristado; pero una desgracia bien
presentada, es decir dicha con rapidez, surte el efecto de congraciar al
notificado con el mensajero. Le da tiempo a prepararse y adoptar toda clase de
medidas para ejecutar el temido encargo de la forma más conveniente. Pongamos
por ejemplo al estudiante que le dio a Sócrates la noticia de que tenía que
beber la cicuta. Agradable no es; pero, si hubiera corrido más, tal vez al
propio Sócrates le hubiera dado tiempo de sacrificar personalmente el gallo que
debía a Esculapio. En vez de eso, tuvo que dejar el encargo a un discípulo. Es
mejor hacer las cosas uno mismo que mandarlas. Miguel tiene que destruir El
Juicio Universal, Miguel el Juicio, Miguel el Juicio...
Entró a paso vivo en el taller.
Miguel Ángel estaba dibujando un caballo e indicó con la mano que, lo que
fuera, tendría que esperar. Nelo aprovechó la pausa para buscar en su interior
las palabras con las que le daría la excelente terrible novedad. No vendría mal
empezar con una sonrisa. Conviene anticiparse a sus impulsos autodestructivos;
es un hombre terrible, terrible; nunca se sabe lo que puede pasar.
La noticia se la soltaría poco a
poco. Fue innecesario acreditar sus fuentes: los criados de la Cruz Verde beben
en todas las tabernas y le habían labrado, muy a su pesar, fama de hombre
enterado. En un primer momento le insinuó, ¡tan solo le insinuó, Diantres!, que
de nuevo había rumores maliciosos sobre el Juicio. ¡Vana precaución!; el rostro
se le puso terroso, la mirada vacía y por un instante quedó privado de los
sentidos. No era la primera vez que ante una noticia traumática sufría un
sincope o muerte anticipada; por desgracia, Nelo no aprendió la lección. Dentro
de no mucho, la última vez que Nelo se vaya de la lengua, va a acabar realmente
con su vida mortal. El dibujo cayó al suelo entre vaivenes. El divino se
balanceaba, las manos engarfiadas a las sienes. Chocó con estatuas, derribó
caballetes. “¡El Juicio no, el Juicio no!” murmuraba con voz demoníaca. Intentó
calmarlo “Tomáoslo con calma, maestro… —pensó en las palabras adecuadas— se
habla… se habla de un mero retoque cosmético”. Los temblores del maestro le
indicaron que solo estaba escuchando el guirigay de voces que pululaba tras su
frente enrojecida, en la que se marcaban con fuerza las famosas nueve arrugas.
Nelo podía “ver” su pensamiento. Años de
convivencia le habían hecho un auténtico experto en buonarrotología. Nadie duda de la calidad de sus retratos de Miguel
Ángel, sean pintados, esculpidos o escritos; pues bien, podría haber sido
también su confesor. La idea de la muerte artística le abrumaba. La guadaña, la
guadaña. La destrucción de la obra es la guadaña. La otra, la muerte de los
seres ordinarios, ¿a quien importa? ¡Esa no es para un Miguel Ángel! Al
escuchar aquellos “¡El Juicio no, el Juicio no!”, dichos en el tono de aquel a
quien arrancan la uña de la carne, comprendías que aquel cuadro era lo más
importante de su vida, la culminación y fruto de la misma, el campo donde había
rivalizado con el Todopoderoso, alumbrando su particular y originalísimo diseño
divino de la Creación.
¿Escuchó en ese momento el pintor de
Volterra la famosa frase “¡Me venciste, Galileo”!? ¿O fueron imaginaciones
suyas? En todo caso, ese fue el sentido de sus farfullos: es así como lo
siento.
El viejo se dirigió a la cuadra tanteando la
pared, ciego. Le siguió. Por suerte, sus fuerzas no le alcanzaron para montar a
caballo, el acostumbrado remedio. Cuando volvió en su ser, de nuevo
llenaron su corazón los miedos ancestrales. Huir. Solía ver en la fuga la única
salvación. De Florencia a Roma, de Roma a Florencia, a Monteluco, Ferrara,
Venecia, Santiago, Constantinopla, Córcega… Jamás alcanza su destino, como
mucho avanza unas cuantas millas. Calmarlo costó una hora de exageradas
alabanzas –“El papa os llama divino”, “El emperador os hace la reverencia” “El
Cielo os espera sin pasar por la muerte”, etc.-; casi otra el convencerlo de
que diesen un paseo ¡a pie! (atribuyó la resistencia inicial a que tal vez se
maliciaba las insinuaciones que, en su amor por él, Nelo podría deslizar en sus
oídos). Su primera elección fue el convento de Santa Ana, donde moraba Vitoria,
pero Nelo intentó hacerle cambiar de plan por una elemental consideración de
prudencia. Meterse en la boca del lobo, no. Para disuadirle, le pintó lo
agradable que sería un paseo por los jardines Colona y sus animados conciertos
de ruiseñores, consiguiendo que sus cacarañados ojos se humedecieran de
añoranza. Había ganado un tiempo precioso para proseguir la labor de zapa ya
que lo acostumbrado, tras los desencuentros, eran semanas de silencios en que
les separaba un aura gélida y depresiva. Debería aprovechar la siguiente hora
para llevarlo mansamente por la senda de Dios de una forma tan sutil que, el
mismo, pensaría haber sido el autor de la santa iniciativa. Sin perder un
segundo, Nelo concentró su pensamiento en elegir las palabras más persuasivas y
convincentes. La causa de la Verdadera Fé haría el milagro de convertirle en un
orador tan elocuente como un Sócrates o un Platón.
Caminaron por la vía de la Pilota,
bajo los puentes de jardinería que unen el palacio Colona a la viña, rebosantes
de verdín y babosas. ¡Vitoria Colona!, exclamó Nelo para sus adentros, un
temblorcillo a flor de labios. ¡Has destrozado una vida llamada a la
inmortalidad! Pero, por más que arqueaba el brazo haciendo ganchete, Miguel
Ángel se negaba a sujetarse. La pregunta
implícita había creado una barrera de hielo entre ellos. ¿Colaboraría Daniele,
por su bien, naturalmente, en el adecentamiento de alguna obra del maestro?
—Jamás en la vida —se auto-respondió
en voz inaudible, como si de verdad se hubiese formulado la pregunta. Jamás.
Eso no quiere decir que no sea mejor esquivar los líos y, en la medida de lo
posible, precaverlos.
Al final fue el divino quien, sin
preámbulos como era lo suyo, pidió aclaraciones:
—¿Y que haría el querido Nelo si
tuviera que cargarse el Juicio Universal?
Mientras caminaban los alcanzó
Gelesi, el compañero de pesca del maestro, y el tema de conversación cambió a
las truchas. Los peces del Tíber saben a barro, etcétera. Ello hizo que se
ampliara el plazo que Nelo tenía para reflexionar su respuesta. Tuvo tiempo de
dedicar un rápido pensamiento a los hados que regían su destino. Era una
emanación del Buonarroti; ningún encargo serio habría obtenido sin su santo
patrocinio. Fue ÉL quien le consiguió los frescos de la Trinidad del Monte; ÉL,
el busto de San Agustín; fue ÉL quien le consiguió el consulado en la Academia
de San Lucas; ÉL, recomendaciones y honores. Sin el divino, sería polvo en la
Segunda Vida.
A
la altura de la pista de Pelota francesa había un combate entre dos esgrimistas
y la novedad mantuvo unos minutos más en suspenso la contestación debida. Las
apuestas estaban con el siracusano, un conocido espadachín zurdo, pero perdió
al primer lance. Saltaron unas gotitas de sangre. Salieron bruscamente del
cercado: al divino viejo no le gustan los desafíos. Sí, esto era lo importante.
Nelo cerró los puños y empezó a fraguarse en su cerebro la solución al dilema.
A estas alturas no podía cambiar el rumbo de su vida, so pena de acabar en el
vertedero de la historia. En cuanto a acatar la posible orden de destruir El
Juicio Universal si de la dieran ¿se atrevería a poner sus manos sobre la
divina materia? “¡Jamás! ¡Ni un dedo! ¡Antes muerto, que diantres!”
—Yo
aun no he hecho mis apuestas. Me quedo —dijo Gelesi tanteando su bolsa de
monedas.
Nelo aprovechó para responder a la pregunta
pendiente:
—Me
niego. Rechazo la orden. Lo juro. Desobedezco. Ya lo intentaron. Creedme.
¿Habéis sospechado? ¿Creísteis que yo levantaría la mano? ¡Por Dios…! Esa
Inquisición...
—¿Qué?
Esa Inquisición ¿qué?
—Puf,
no sé como explicarme, es demasiado embarazoso —Resopló—. Un tal Francis…,
“alguien”, piensa que el Juicio mejoraría con un arreglo. Por supuesto, es
indispensable que la iniciativa parta de vos, eso va por descontado. Vos
decidís que es lo que se debe hacer… ¡y hecho queda!
Su
frente se oscureció de nuevo.
—¡Basta,
volterrano! ¡No te lo acepto, ni como insinuación! ¡No cambiaría una sola
pincelada de El Juicio Universal aunque me lo pidiera el mismísimo Dios!
—sus descuidadas blasfemias— ¿Te enteras? ¡Nunca, jamás!
—¡Sangre
del Cordero! ¿Por algún momento habéis pensado que yo…? ¡No os lo consiento!
¡Os he prometido que jamás tocaría el Juicio en contra de vuestra voluntad… y
lo mantengo! ¿Acaso os he fallado alguna vez?
Le dirigió una mirada de soslayo,
quizá irónica; pero como al mismo tiempo la divina frente recuperó su tersura,
interpretó que el enfado había sido pasajero. Pasito a pasito, ya tenían a la
vista las cadenas del palacio Zambecari. El maestro trabajaba demasiado. El
bajón físico de hoy era algo a tener en cuenta. No quiere decir que no aguante
con sus muchos encargos, ya que a pesar de sus achaques se muestra incansable.
No, a lo que hay que enfrentarse ahora es a la obcecación del papa y el
emperador con El Juicio Universal. ¡Cuando tendría que pensar, el pobre! ¡Es que no te queda fuerza
moral para atender a otros temas! Por suerte le tenía a él, su Nelo. Lo mejor
que podía hacer era librarle de algunas tediosas tareas. Bien, le pediría que
le cediese la contrata del Belvedere. Un asunto menor, la clásica serie de Moisés salvado de las aguas. Quinientos
ducados. El nombre de Daniele Riciarelli empieza a sonar ¡revistámoslo de
dignidad! Y la dignidad no es gratis. ¡Que se lo pregunten a Miguel Ángel! Tal
vez el florentino presintió que iba a pedirle algo; el caso es que los surcos
de su frente se marcaron de la forma más natural. Nelo aprovechó para tomar
notas mentales de su futura máscara funeraria. La muerte diluye los rasgos.
...Bien
entendido que nada más lejos de su intención que aprovecharse de sus
remordimientos por los sacrilegios que (algunos entienden que) ha pintado. Por
cierto ¿los santos padres de la cruz verde estarían al tanto de la torpe, pero
indispensable, ayuda de Urbino? Todas estas cosas Nelo las piensa solo por
bonhomía, nada más que en cumplimiento de su deber de buen católico. ¡Tanto
trabajo nos cuesta comprender este sencillo hecho!
Urbino, por ejemplo, es incapaz de
percibir la rectitud en conciencia. Lo interpreta todo por la tremenda porque,
al carecer de conceptos filosóficos, no se le puede explicar una actitud basada
en un mensaje superior de Salvación Cristiana. Unos días después de la
discusión con Miguel Ángel, Nelo tuvo que escuchar como aporreaba la puerta de
su taller. Suerte que es roble y la tranca, hierro colado.
—¡Sal
de nuestra vida! ¡Olvida a Miguel Ángel! ¡No vengas a emporcar la fama de un
genio con tus escrúpulos de monja! ¡No serías artista ni en cien vidas que te
dieran! ¡Negado! ¡Torpe! ¡Sal de Roma, abandona Roma o lo harás con los pies
por delante! ¡Vai farti fottere!
¡Cínico, malvado, cobarde! ¡Ojalá te hubieran matado los florentinos!
Los
criados de la Cruz Verde beben en todas las tabernas, aunque es sabido que, por
proximidad, prefieren la hostería El Basilico. Volterra llevó allí sus orejas
bien a la vista porque, en una ciudad como Roma, lo único sospechoso es el
disimulo. Al Santo Oficio le habían entrado unas prisas locas. Existía el
peligro de que el cardenal Polo y Vitoria muriesen por causas naturales y
entonces ¡que derrota para la causa de Dios! ¡Levanta Señor y juzga tu causa!
Un santo celo multiplicaba los informes que, sometidos a los efluvios del vino
Greco, daban lugar a curiosas interpretaciones.
Delator
nº 1, sobre la misa: el cardenal Polo no hace misas, sino Oficios.
Delator
nº 2, sobre los santos: En su oratorio no hay imágenes.
Delator
nº 3, sobre Teología: Pecado de Eclecticismo: creer a la vez en la salvación en
la fe y por las obras. Vitoria y Polo creen a la vez en el papa y en Lutero,
dilo así si lo prefieres, sí, te hablo a ti, el cabeza de rana. El confidente
estuvo algo malvado, puesto que el escucha apenas tenía otra cosa verde
que el pelo.
Nelo
comprendió que la situación se estaba volviendo desesperada. Las llamas estaban
cada vez más cerca de su adorado maestro y era de esperar en breve un
llamamiento de la Inquisición. Tenía que hacer algo rápido, rápido. Durante
horas, encerrado en su estudio, meditó en silencio cual podría ser la salamandra de Miguel Ángel, la magia
que le inmunizase del fuego.
La
idea se empeñó en venirle varias veces y otras tantas la descartó, como si no
entendiese que relación tenía con su dilema. De pronto, lo entendió. ¡Que
simple, que sublime simpleza! Aquel día húmedo y frío, en lo más crudo del
pleno invierno, se dispuso a batir a Vicenta como una perra.
En poder de esa vividora estaba la prueba de
la inocencia del divino y no vamos a pensar que se la fuera a entregar
voluntariamente. Intentó suprimir de su mente una especie de remordimiento, ya
que había cierto cariño entre ellos, eso es innegable. Si puede llamarse cariño
el que Vicenta fuera la única persona capaz de captar el sentido de sus frases
antes de terminarlas. Y es cierto también, admitámoslo, que se había interesado
por él, por su ser personal y moral, lo que no puede afirmarse de muchos otros
seres humanos. Claro, pero y su mala conducta ¿qué? Bah, algunos no hemos nacido para la vida ordinaria y aquí está en
juego la Segunda Vida. Nada de lo que se proponía hacerle debe considerarse
como una barbaridad o como un abuso. La mayoría de los romanos, aun plebeyos,
obtienen satisfacción inmediata de las mujeres de la calle e incluso algunas,
como la Rosa o la Julia, te permiten darle una paliza o unos mordiscos por unos
cobres más. Tenía derecho a darle de puñetazos, a quebrarle las costillas una por
una… hasta que devolviera eso.
La bula
que obtuvo le concedió permiso para permanecer en el Ortacio una hora, al
objeto de obtener “Inspiración en Visiones Infernales”, je, je. Supuso que
bastaría para su designio secreto, pues en la lucha grecorromana aun conseguía
tumbar por sistema a todos sus adversarios. La tortolita no le aguantaría un
asalto. Entró por la calleja que da espaldas al pabellón donde le dijeron que
vivía. Tras echar un vistazo, se alegró de que estuviese en situación
vulnerable; allí estaba el pasaje sin salida a que Francisco de Olanda había
hecho referencia; al fondo, el muro de toba con apoyos para los pies; arriba,
la galería carcomida. Al encaramarse al balcón, la madera emitió un quejido ¿o
había sido su hueso talo? Unas palomas emprendieron vuelo con escandaloso batir
de alas. Nelo aguardó inmóvil hasta que se acallaron los latidos de su corazón.
¿Por qué le desagradaba esta clandestinidad? Calmaos, palpitaciones, Daniele
tan sólo va a hacer lo que tiene derecho a hacer: ¡Justicia!
Al
principio la imaginó, más que verla, a consecuencia de la diferente luminosidad
al otro lado de la ventana. Se estaba acicalando con un peine. Una vez
acostumbrados los ojos, la recorrió con la vista. Vestía apenas una camisa de
muselina, muy fruncida, ribeteada en el pecho por una tira color cobre. El
escote, cuadrado y recto, era enorme, enorme. Estudió dolorosamente cada
detalle del cuerpo que iba a batir; en realidad, no podía dejar de sentir
cierta pena. Mangas de batista blanca, cinturón de fantasía, pelo tapado hasta
la mitad por pañuelo verdirojo. Una nube negra cruzó sus pensamientos ¿y si
había vendido o regalado a un chulo aquello que estaba buscando? ¡O Dio! ¡La
mato! ¡El único salvoconducto que podría librar al maestro de la cárcel tenebrosa!
¡Ufff! Respiró hondo para tranquilizarse: los chulos no leen. Supongo que este tipo de cosas no interesan
a los de su barrio.
El
pestillo de la ventana estaba abierto. Saltó ¡plonk! Debía tener un aspecto
terrible, porque ella fijó en él unos ojos desorbitados y echó atrás la cabeza
por el susto… aunque lo cierto es que aprovechó el gesto para dejar caer
seductoramente el pañuelo. En esto, que se escucha un ¡Dios mío! a espaldas de
Vicenta, y no era Nelo el que lo había pronunciado. Es la criada que entra.
Vicenta le pide que se quede, pero ella dice que tiene miedo y sale corriendo.
Nelo sabe la mirada que se le pone; el mismo tendría miedo. ¡Enséñame todas las
malditas arcas, gavetas, joyeros…! Recorren varias veces la habitación,
abriendo y cerrando cajas…
Volvieron a remirarlas; Nelo advirtió
de soslayo que en un zis-zas ella se había metido por el escote algo que pendía
de una cadenilla. Le dio una bofetada con la mano abierta, hacen menos daño.
Forcejeando, comenzaron a acercarse al arca de la ropa, parecida a un gran
ataud. Cuanto estuvieron al lado, él le cerró el paso. Se resistía a tumbarse;
él, la proyecto a la caja, una mano en el pecho y zancadilla en los talones. Una llave fácil. Ya tendida, se le echó
encima; colocó una rodilla entre sus muslos para que no pudiera cerrarlos.
Mientras le arranca lo ropa, ella casi le desprende la oreja de un mordisco. Al
segundo, un dolor lancinante: es que le había arañado y hecho sangrar el
miembro antes de que pudiera metérselo. Fue todo muy trabajoso y hubo que
encajarle el pañuelo verdirojo en la boca para asfixiarla un poquito y así
vencer su resistencia. Entonces ya se abandonó y pudo trotar dentro de ella
todo lo que quiso. Una vez que se hubo descargado, se separó de ella que casi
se había escurrido al fondo de aquel amasijo de mantos, camisas y calzas rosas
de mujer. Por fin se semi-sentó sobre un cojín, con las piernas extendidas y
los pies cruzados; acalorada; jadeante; enrojecida. Las pecaminosas uñas,
pintadas de rojo. Su mirada, fija en el techo, parecía evaluar lo que había
sucedido.
Aun
tenía un trozo de su piel enganchado en la uña. Llevaba al cuello una extraña
cadena de metal blanco, del que pendía un doble amuleto vidriado. Al reparar en
lo que era, Nelo le levantó la mano y no hizo falta otra: ella le entregó las
gafas de plata del maestro, que se había colgado del cuello por la cadenita.
Estaban calientes.
—Te
pagaré tu tarifa. No acabo de entender porque te has resistido.
—Gratis
te las hubiera dao si me las hubieses
pedido educadamente.
—¿Por qué gratis… conmigo?
—Esa
pregunta será mejor que te la respondas tu mismo. ¿Me escuchas? ¿Me estás
escuchando, Daniele? ¡Atiende!
—Sí.
No. Claro —dijo sin entender muy bien de lo que estaban hablando. De repente
Nelo abrió mucho los ojos y, dándose una palmada en la frente, añadió en el
mismo tono—: Espera… Mejor será que entregues tu misma las gafas al inquisidor…
Quiero decir… Que parezca que yo no tengo nada que ver en esto… —Los cinco
dedos marcados en blanco sobre la amapola del rostro vicentino tornasolaron al
amarillo y luego desaparecieron— ¡Sapristi! Ya caigo que si te presentas tú en
persona al inquisidor… Se me ha olvidado… Ah, eso, que te echarían a patadas.
Me parece que lo mejor será que hables primero con el esbirro de monseñor
Toledo. ¿Sabes quien es? El del pelo verde.
—Lo
mejor será, pero yo no quiero ir.
—Irás
quieras o no —Sin querer, se le contrajo el bíceps.
—Huy,
perdón, creí que me lo pedías por favor.
—Bueno
—terminó él—; solo si tú quieres.
Ella
se estrujó contra su pecho; él sintió el tacto lanoso del rojizo cabello
acariciando su mejilla. Al cabo de un tiempo que a Nelo le pareció un año pero
que no debió llegar al minuto, ella dijo:
—Un hombre bien encauzao … como Tiziano. A un hombre así yo le soy fiel. ¡Vaya si
le soy! —Le tocó la frente—. Ahora el que está pensando con el ceño fruncido
eres tú, Daniele.
—Tal vez no tenga tanta fortuna como
Tiziano, pero espero haberte pagado con creces la tarifa ¿es así?
Su rostro se contrajo, como afectada
por una súbdita y violenta migraña.
—No entiendes na, verdad, Daniele, ¡na!
¡Solo sabes pintar frescos! —hizo el gesto de que se fuera moviendo varias
veces la mano hacia abajo—. ¡Esta vez espero no olvidarme de echar el pestillo!
—No tan pronto, aun tenemos que
hablar de Michelagnolo.
—Michelagnolo tie madre.
—Seguramente el angelito irá al
Cielo.
—Yo no he dicho que no esté en la
Gloria… —dijo, y a Nelo le dio la impresión de que había un brillo de malicia
en sus ojos aperlados.
—Hay quien dice que si hasta la
Magdalena se salvó… En fin, Vicentina, espero que estés bien, estás bien
¿verdad?
—Estaré bien en cuanto salgas.
El volterrano tomó el camino de
vuelta: había cumplido su objetivo. Las gafas, como muy pronto podrá verse,
representarán una prueba de suma importancia en el proceso inquisitorial.
Entregárselas a Olanda para que las lleve a… Pero un sentimiento machacón de
tristeza le decía que tal vez, de nuevo, como siempre, había metido la pata.
Llegó a Roma el tiempo del carnaval.
Invadieron el Corso las habituales carreras de judíos, de prostitutas pintadas
de amarillo, de viejos hartos de fabada. Según es costumbre, los toros se
precipitaron desde lo alto del Testacio a la Marmorata, uncidos a carros
atestados de criminales, causando docenas de muertos, heridos y lisiados,
llevando al paroxismo la delicia de los espectadores. Pasaban tantas cosas a la
vez que la gente corría de un lado a otro, atolondrada, sin saber a donde
acudir. En la plaza del Pueblo un verdugo vestido de Arlequín se esforzaba en
ganar propinas: calzas rayadas, jubón a rombos verdes, rojos y amarillos,
cascabeles en el sombrero. De un salto, montaba sorpresivamente al reo por la
espalda y le empotraba el hacha en medio y medio del cráneo. La plaza estallaba
en una enorme y única carcajada.
Miguel Ángel evitaba coincidir con su
discípulo en los pasillos de Macelo de Cuervos, pero éste sorprendía a
distancia sus lentos andares, el sorbeteo constante de los mocos o el rítmico
golpeteo de la cachaba. Un día cortó su paso en el recibidor, junto al gran
candelabro de bronce:
—Maestro, estáis agotado. Pedidme
cualquier sacrificio, cualquier cosa, mi vida misma. Solo vale si es para vos.
—¿Fuiste tú quien le dijo a Carafa
que los demonios del Juicio son seres predestinados? ¿Qué por eso no tienen
forma humana?
—Jamás. Lo juro.
—Mírame a los ojos cuando te hablo,
Nelo, sólo dime si has pronunciado las palabras “demonios luteranos”.
—Disculpadme mi falta de habilidad
dialéctica. Es posible que sea poco convincente pero la respuesta es no. Jamás.
No creo que se me haya podido escapar.
—¿Escapar? ¿Qué escapar?
Tal vez se mostró poco oportuno, pero
en ese momento recordó otro asunto que tenía entre manos. Había sido propuesto
para Ciudadano de Volterra, el anhelo frustrado de su padre. Pero la elección
estaba muy disputada. Los volterranos consideran un deshonor darte el voto
gratis y las tres casas que el menesteroso Daniele se había comprado en el
centro de Roma (dos en el Trevi, y el taller del rione Monti) habían dejado
exhaustos sus recursos. ¿Qué mejor que abrir el corazón a tu amigo?
—La verdad —dijo Nelo—, estoy algo
torpe. Creo que son los apuros económicos. He sabido que habéis aprobado ya la
reforma para San Juan Decapitado. Vos erais cofrade...
—Soy.
—¿No podría encargarme yo de la
pintura de la pala del altar?
—¡Qué me mires a los ojos he dicho!
¡No mereces nada! ¡Nada! Te cedí el encargo de la sala Regia del Vaticano,
pecador de mí y ¡mira! ¡Tengo al papa encima! Sólo veo pintados dos reyes,
encima de la puerta. ¡Dos de cincuenta! ¡Eres lento como los siglos! ¡Quiera
Dios que no seas falso como el tiempo!
Miguel Ángel ni siquiera elevó una
tumba o un panteón a Vitoria Colona, ni una pequeña estatua para colocar encima
de la lápida, ni un retrato que la recordara, ni una flor en el ataúd. Nada.
Por descontado, tampoco asistió al funeral público. Y aún así, la Inquisición
mantuvo la sospecha de que las ideas vitorianas se habían infiltrado en El
Juicio Universal. Cuando fue a verla por última vez a Torre Argentina
(donde trasladaron el cadáver desde su prisión en Santa Ana de los Cordeleros),
quiso llevar consigo a Urbino y Volterra en concepto de… pongamos que de
testigos. En ningún momento permaneció en aquella casa a solas con los deudos.
Y aún así, era sospechoso. Besó sus frías mejillas. Luego se volvió y comunicó
a los presentes que esto es lo máximo a lo que había llegado con Vitoria. Y que
así había sido feliz. Bien, lo que es
seguro es que, al menos, no volverás a hacer lo que sea que hiciste. Y
Miguel Ángel era sospechoso, a pesar de que hurtó la mano cuando se la ofreció
Cesarini, el dueño de la casa, cuyo lenguaje nicodémico le había hecho recelar.
Vitoria fue enterrada en el propio convento. Años más tarde el bueno del papa,
demasiado, dará a elegir entre desenterrarla y volver a sepultarla en tierra
des-consagrada, o quemar sus huesos, el suplicio reservado a los herejes. Las
monjitas de Santa Ana de los Cordeleros, en su celo apostólico, optarán por la
segunda posibilidad.
La muerte de Vitoria fue seguida de
una temporada de tensa calma; después, las cosas empezaron a precipitarse con
la muerte de la única persona que había alabado el Juicio. Pablo III, el papa
corpiño, había convivido con Miguel Ángel, en el palacio Médicis. Tal vez por
ser un amigo de la infancia, cayó de rodillas cuando se descubrió el fresco. Ni
siquiera se dio por enterado cuando se hicieron patentes las ofensas a la
decencia y a la religión. Nelo no se entristeció por la muerte de Pablo III,
total, seguro que iría al Cielo. Había pasado el apuro; era un pontífice muy
exigente y a él solo le había dado tiempo a pintar dos reyes encima de la
puerta de la sala Regia. Agotamiento de inspiración, por Dios, es que ya no
podía más. Ahora, con la disculpa de la retirada de los andamios para el
cónclave, ganaría un tiempo precioso. Eligieron al cardenal Del Monte, Julio
III. Era un hombre seco, algo cargado de hombros, al que solo estimulaban dos
cosas: Por el día, los Jesuitas; los mozalbetes tiznados de la calle, por la
noche. Cuando mas sucios, mejor. El arte, sobre todo el arte elevado, le dejaba
un tanto perplejo. El nuevo papa pidió a Miguel Ángel un informe escrito sobre
sus proyectos artísticos, a pesar de que ya se lo había dado de palabra. De
momento le retiró sus honorarios como supremo arquitecto, escultor y pintor. El
maestro temió que su Santidad fuera tan ignorante que se hiciese preguntas
sobre sus dotes artísticas, a pesar de que estaba en la cumbre de su genio.
Aunque sería terrible que, en realidad, lo que estuviera de fondo, fuesen las
sospechas de herejía.
Los
que se cruzaron con él aquellos días encontraron al maestro al borde de sufrir
otro de sus síncopes. El rostro se había sumido aún más, hasta el punto que se
había convertido en pura arruga. Y lo peor era que nadie podría añadir ni una
sola coma a lo que era su exigencia artística. Por ejemplo, era capaz de
pasarse meses en las canteras de Carrara seleccionando el mármol que
necesitaba. Bastaba para descartar un bloque una simple vena de sílex. Esto se
aplicaba incluso a esculturas casi terminadas. ¡Cuantas estatuas habían visto
convertir en el pedregullo que utilizaban para asentar el barro de la entrada!
Parecía muy sospechoso que el papa Del Monte pudiese dudar de su
profesionalidad y nadie se atrevía a responder a la pregunta de ¿y entonces
qué? Él tampoco.
Aún emocionan algunos pasajes de los Recordi del Buonarroti, algunos de los cuales
están redactados en forma de conversaciones con Vitoria Colona. En los Diálogos literarios da igual que tu
interlocutor esté muerto. Puedes cotorrear con Aníbal o con San Pablo con toda
tranquilidad. El Recuerdo que sigue a
continuación es muy esclarecedor de aquel ambiente, por más que en él se
muestre algo desagradable con Nelo y éste, como albacea de sus escritos, se
haya visto en el compromiso de perder algunos folios. Ah, quien dialoga con él
es, digamos, el espectro de Vitoria:
“Hace pocos días la emprendí a martillazos con una Piedad con la que
llevo ocho años. Su diseño era mil veces mejor que la de la capilla de la
Fiebre; recuerdo que en la nueva, el Cristo se dobla dos veces sobre sí como un
cadáver fresco, torturado, muerto del todo. No como aquel vivo-muerto que
esculpí en mi juventud para el cardenal Lagraulas. A mi edad, crees en la
muerte aunque seas divino, ¡vaya si crees! También me gustaba la forma en que
se unían Cristo y la Virgen, como en un esponsalicio místico de la muerte y la
vida. Y, sin embargo, en ciertos aspectos, esa Piedad era indigna de mí. La
hice añicos con tres martillazos bien asestados, en la rodilla izquierda, la
marmórea clavícula y el brazo derecho (hasta que me sujetaron), yo sólo, sin
necesidad de que... (...)
“... mira Vitoria, cuando me preguntaron ¿por qué? a unos les conté que
el mármol tenía nudos de sílex y que saltaban chispas. A otros que estaba
deprimido por la muerte de Urbino, por el encarcelamiento de Morone o porque el
papa me ha cortado los fondos. A los de más allá, que Nicodemo era un
autorretrato para mi tumba y que da mala suerte hacer la sepultura en vida.
También di otras muchas explicaciones que no recuerdo ahora. ¿Sabes la
verdadera razón, queridísima Vitoria, sabes la causa de que la emprendiera a
martillazos con la Piedad?
“La Virgen y María Magdalena eran
auténticas enanas. Como bufones grotescos. Creo que la Magdalena no mediría más
allá que el brazo del Cristo. Estoy viejo, acabado, ya no sirvo para esculpir
más que ridiculeces. ¡Ya ni atino con las proporciones! Clovio me advirtió que
aquellas figuras femeninas parecían sostener el cadáver de un gigante. Imagina
Vitoria, imagina lo que dijo Volterra. Para él las figuras tenían unas
proporciones perfectas. ¡El muy adulador! Al ver mi rostro de desolación me
pidió los pedazos. Yo le arrojé un cascote a la cara, procedente de la Pierna
de Cristo (que le rompió una mejilla), y regalé todo ese escombro al nuevo
criado. No ignoro que cualquier cosa que salga de mi mano alcanza un precio
astronómico, aunque sea basura. El criado, ayudado por un escultor de casa,
pegó un codo por aquí, una Santa Enana por allá y hasta fabricó una pierna de
quita y pon, que encaja en un espigo. Su hija no quedará sin dote. Bandini le
pagó por ese desastre 200 escudos de oro”.
¿Le había regalado o no le había
regalado la Pantorrilla de Cristo? Desde ese instante Nelo empezó a considerar
dicho fragmento de su propiedad, un hecho que, como muy pronto habrá ocasión de
explicar, adquirirá una importancia desmesurada a la luz de los dramáticos e
inesperados acontecimientos que seguirán a la muerte de Miguel Ángel.
La autodestrucción de la obra sirvió
para ganar tiempo. Sencillamente, ya no tendría que explicar a nadie porque
había esculpido un Nicodemo tan grande. ¡Mayor que la Virgen! ¡A ver si acababa
de una vez esa historia de la presunta herejía! A Miguel Ángel le preocupaba la
Salvación del hombre, naturalmente. Pero el que se empeñase en destacar la
importancia de personajes relacionados con la Fe no quería decir que se olvidase de la importancia de las Obras. ¿Acaso no encomendaba a ellas su
Segunda Vida a pesar de haber escrito al pie del Cristo que dibujó para Vitoria: “No se piensa cuanta Sangre ha
costado”?
Pero si lo que había pretendido era apagar la crueldad de la Inquisición, está claro que consiguió el efecto contrario. Como estamos a punto de leer, nada le va a evitar el espectáculo de la cuerda y el embudo. Los papas, los emperadores, los reyes y los santos no son unos simples. Había auténtica obsesión con El Juicio Universal, la obra que había desahuciado a Dios de su más Sagrada Capilla, de su domicilio en la Tierra.
Olimpia: bosques de columnas y naturaleza encantadora |
4.-OMBLIGOS DEL MUNDO
Umbilicus Mundi genuino |
"Falso ombligo", creado por los envidiosos romanos |
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