jueves, 14 de diciembre de 2023

PROHIBIDO TESTAR EN FAVOR DE LA PERSONA DE APOYO

 

Meteora: Los conventos anidaron en riscos por miedo al Turco

SUMARIO

1.-PROHIBIDO TESTAR EN FAVOR DE LA PERSONA DE APOYO

2.-PUENTE DE LA CONSTITUCIÓN EN GRECIA CONTINENTAL

3.-IL BRAGHETTONE

4.-OMBLIGOS DEL MUNDO


1.-PROHIBIDO TESTAR EN FAVOR DE LA PERSONA DE APOYO

La materia está regulada por  el art. 251 (que prohíbe a la persona de apoyo recibir liberalidades del apoyado) y 753.1º (que establece la ineficacia del testamento en favor del “apoyador”). También debe atenderse a la nomenclatura, puesto que  los arts. 268 y ss. CC utilizan la palabra “curatela” como genérica y la palabra apoyo para la casuística.

Las dos normas fundamentales son:

1.-PROHIBICIÓN.-El art. 251.1º CC prohíbe a quien desempeñe alguna medida de apoyo recibir liberalidades de la persona apoyada o de sus causahabientes “hasta que no se haya aprobado definitivamente su gestión, salvo que se trate de regalos de costumbre o de bienes de escaso valor”.

2.-INEFICACIA.-La disposición testamentaria en favor de la “persona de apoyo” de un discapacitado, por parte de este, no surte efecto alguno. Veamos:

Si te gustan las emociones fuertes, sube en la cesta que pende del cable
*Si ejerce “funciones representativas”, no cabe ninguna duda de su nulidad, pues lo señala literalmente el art. 753.1º.  La ley incluye el mero “apoyo” entre dichas funciones, pues sólo excluye y da validez a la disposición testamentaria a favor del tutor (para menores), curador (curatela o apoyo) o cuidador “que sea pariente con derecho a suceder abintestato”

Por ejemplo, sería válido el testamento de un varón, careciendo de ascendientes y descendientes, que teste a favor de su cónyuge y persona de apoyo. Claro que en tal caso da igual hacerlo que no hacerlo.

Salvo parecer mejor fundado

 

Delfos, al pie del oráculo: un lugar fuera del Mundo


2.-PUENTE DE LA CONSTITUCIÓN EN GRECIA CONTINENTAL

Al fondo, la Acrópolis, en amarillo, lo griego; en blanco lo afanado por el British


caballos amarillos: griegos, blancos, guiris
Sin duda, en Grecia nos topamos con el clásico Infierno turístico: las islas tipo Mikonos, Santorini o Corfú han degenerado en los clásicos lugares para multitudes en busca de “La Felicidad” por parte de quienes ignoran el sentido de la palabra. Les hablaron de los filósofos griegos, pero no han osado leerlos. Pero, aparte de esos Hades voluntariamente asumidos, Grecia esconde tesoros en su continente que aun pueden traerte a la imaginación con fuerza los versos de Safo, la primera poetisa:

Ven conmigo al templo/ En el hermoso bosque sagrado de manzanos y sobre los santuarios, arde humeante el incienso/ El agua fresca murmura a través de las ramas de los árboles/ En todo el huerto sombrean las rosas y del follaje, que tiembla, se desliza un suave sueño/ Más le agracian las guirnaldas de flores que empiezan a abrirse…

Añádele el zumbido de la abeja, el bailoteo enloquecido de las mariposas  y el aroma de laureles y hierbabuenas y te verás inmerso en el ambiente de las actuales Olimpia o Delfos. Sin embargo, si subes a una pequeña altura que te permita dominar todo el campo, comprobarás asombrado que estás rodeado por bosques de columnas (Dóricas o Jonias) que te recordarán que estás ante las Mecas turísticas de la antigüedad. Con la ventaja de que podrás hacerlo en plácida soledad: las masas actuales prefieren concentrarse en esa especie de Ibizas cutres que salpican el Egeo.

La gynaíkes ateniense para estirar las piernas tiene que llegar a Londres


Por motivos aéreos el viaje empieza siempre bajo el altar de Atenea Partenos: sobre eso no hay más que decir, todo está dicho, pero si deslizas tu mirada hacia abajo, justo enfrente, te encantará el nuevo y provocador Museo de la Acrópolis. Con grandes ventanales enfocados al famoso templo octástilo (8 columnas en vez de 6), ofrece a tu asombrada mirada los frisos del Partenón en su integridad.  Sí, sí, incluida la fracción afanada por lord Elgin para el British Museum. Se distingue muy bien la parte genuina (obtenida por los griegos en sus excavaciones de la Acrópolis o restituida del extranjero), amarillenta por el paso del tiempo, de la parte rapiñada por los ingleses, reproducida en yeso de un agresivo blanco nuclear. Por supuesto es una muda invitación a que Londres se rasque los bolsillos y devuelva los fragmentos robados. La distribución actual del conjunto escultórico (Centauros contra Lapitas, Atenea contra Poseidón) es, más o menos, esta: Perdido por guerras: 20%; recuperado por Grecia mediante excavaciones o devoluciones de Museos -reciente la de El Vaticano-: 45%; Museo de El Louvre: 5%; sala lord Elgin del British: 30%.


Un brazo en el museo de la Acrópolis, otro en el British, ¡Señor!





A la mañana siguiente sales para Micenas en la casi-isla del Peloponeso. A poco de haber atravesado el canal de Corinto, de 6 km (comenzado por Nerón, que no sólo tocaba la lira), te encuentras en la fortaleza y tumbas de aquellos guerreros de fábula, como Agamenón, el general de tres estrellas que comandó el ataque a Troya. ¡Qué tiempos que, a pesar de todo, añoro! ¡Traduciendo La Ilíada y La Odisea bajo la amenaza de un tortazo!

 

Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes…

 

Entrada Tesoro de Atreo o "¡¡¡tumba de Agamenón!!!"

La foto, indispensable para Facebook o Instagram, es la de la Puerta de los Leones, aunque tampoco queda mal la del Tesoro de Atreo:  primer intento humano de hacer una cúpula, aunque les quedó algo fachoso. La guía nos informa que es la tumba de Agamenón y yo me lo creo, como también me había creído cuando estuve en Verona que aquella casita con patín era el domicilio de doña Julieta Capuleto. Visto y cumplido todo, hacemos rumbo a los platos fuertes: Olimpia y Delfos.

El descubrimiento de la "cúpula"




Raspando la aurora “la de los rosados dedos” (en Diciembre hay que aprovechar las horas de luz solar) te introducen en el bosque de columnas de Olimpia: auténtico Nueva York o París de la antigüedad, enseguida se percibe la grandiosidad del enclave, al que la decadencia de siglos ha adornado con una patina romántica. Quintaesencia de lo clásico, no solo en lo deportivo, sino en lo literario, teatral o político, el paso al cristianismo se realizo a los bestia por orden de Teodosio II, mediante un bombardeo con ballistas y escorpiones. Aun así, lo que queda da para quedarse encantadoramente pasmado. Por supuesto, la foto o el video para las redes consiste en echarse una carrerita por el Estadio donde se disputaron a lo largo de casi mil años los Juegos Olímpicos de la antigüedad: mide un Estadión, medida griega clásica que ignoro, pero que es mucho. Asegúrate de estar en forma. La guía nos ilustró sobre los muchos infartados que volvían a sus países en una “caja” dentro de la bodega del avión; algunos, parece, murieron felices al conseguir su sueño. El museo, impresionante: excavado el enclave por los alemanes, allí se exhiben los frisos del templo de Zeus Olímpico (Centauros contra Lapitas, el tema es recurrente) y, sobre todo, sobre todo, el Hermes de Praxiteles. Para que vamos a andar con tonterías.


Frisos del templo de Zeus Olímpico

Hermes de Praxíteles








La del alba (siguiente) sería y ya me veo en Delfos: rien ne va plus. Olimpia sería el centro de la Antigüedad para los señoritos, pero el pueblo llano no conocía lugar más emocionante que Delfos. Indispensable acudir al oráculo de la Sibila para decidirse: ¿me caso con Adega? ¿O con Carmiña? A los aristócratas les profetizaba cosas de poca importancia: Matarás a tu padre y te casarás con tu madre. Chuminadas así, que luego vinieron muy bien a Freud. Situado en el ombligo del Mundo (que Zeus calculó estrellando sendas águilas que había echado a volar desde los dos extremos del planeta), te vas a llevar la sorpresa de que también hay dos. Sí, ombligos. El verdadero sólo es uno, muy basto, pero a los romanos les pareció poca cosa y crearon otro “ombligo”, más decorado, que está en el Museo. El de verdad está al aire libre. Bueno, ya que empecé por el Museo, a no olvidar el clásico Antinoo, aquel famoso amante del emperador español Adriano que (¿se?) ahogó en el Nilo y los frisos del tesoros de los Sifnios (guerra de los Dioses contra los Gigantes: La Gigantomaquia). Ya que estamos de tesoros, consisten estos unos templetes que escalan la mágica ladera de Delfos, camino del oráculo: el de los Atenienses, construido con el botín tomado a los persas, está reconstruido y da para una buena foto. En lo alto, el templo de Apolo y el recinto del famoso Oráculo: la Pitonisa se sentaba en un trípode, inhalaba unos gases (a saber que), mascaba laurel y ¡ala!, decía algo así como: “ewmfkFFEEMM22sss”. Un magnífico password. Lo que pasa es que no te enterabas y te lo tenían que traducir un par de tipos que estaban allí, llamados exégetas: “dice que te cases con Carmiña que acaba de sacar notarías”. Luego de lo ponían en una plaquita de bronce, te cobraban un par de óbolos y que pase el siguiente. Hay cosas más arriba, un teatro, pero después de visto el de Epidauro y una docena más, dices “ah, otro teatro”.

Tesoro de los atenienses (Delfos). Dedicaron el 10% del botín obtenido a los persas


Jo, que despiste. Me había olvidado de recomendar la contemplación en el Museo del famoso Auriga de Delfos: si le miras a la cara, el te está viendo, de verdad. Ese efecto inquietante, nos sirve para recordar que también aquí había Juegos, los Délficos; este mozo había ganado en el hipódromo y el premio, aparte de la corona de laurel, era una estatua.

El auriga

La excursión suele completarse en siguientes amaneceres con el viaje a Meteora, cinco horas ir, cinco volver. Claro, es la imagen de moda para las redes sociales y la están promocionando: resulta que a los monjes les dio por hacer sus monasterios en lo alto de unos picachos de vértigo. Es como si en Galicia construyésemos conventos en las mejilloneras. Si puedes, evita el trago, es cansino y los muy ortodoxos maldito el caso que te van a hacer. Se trata de la foto y nada mas que la foto, pero si va un amigo, basta que le digas que te la pase con el “compartir”. Puedes usar la mía, te autorizo. Luego, chuleas igual.



"Termópilas" de pega

Estadio Olímpico 2.0: como para echar una carrerita
 









A la vuelta, haces una parada en Las Termópilas, donde al parecer, unos diez mil espartanos hicieron fatalmente frente a unos cientos de miles de persas. Seguro que no es aquí el lugar correcto, puesto que Pausanias cuenta que la batalla se entabló en un estrecho desfiladero (así, todos apretaditos, los frentes de ambos ejércitos se equiparaban) y lo que vas a ver es una amplia llanura costera. Pero es un buen sitio para hacer pis a la vuelta de Meteora y en Grecia hay que ser comprensivo con las mentirijillas: estamos en la tierra del Mito y el Logos. 

En Grecia y en todas partes; sin nuestras “queridas mentiras” la vida sería un sucederse de días áridos y vacíos, como un alba de invierno.


Gigantomaquia en Delfos: Uf, al menos algo sin centauros

Antinoo de Delfos, el Mister-mundo de la antigüedad

3.-IL BRAGHETTONE

He vuelto a corregir el capítulo XI de Il Braghettone, aquel pintor que se ganó triste fama postrera por haber puesto bragas y calzoncillos a los personajes de El Juicio Universal, la obra el Buonarroti que decora el muro testero de la Capilla Sixtina. A ver si ya.


-X-

Besó sus frías mejillas

Nelo se zafó del espía, que no hubiera necesitado caminar haciendo eses para fingir competentemente una borrachera. Se le ocurrió que quizás la Inquisición estuviera ofreciéndole el que quedase en familia todo aquel enorme despropósito. ¿A que venía sino eso de “su mejor amigo”? Corrió esperanzado en busca de Miguel Ángel. No es que la necesidad de destruir El Juicio Universal fuese una buena noticia, eso está fuera de lugar. Se debería sentir contristado; pero una desgracia bien presentada, es decir dicha con rapidez, surte el efecto de congraciar al notificado con el mensajero. Le da tiempo a prepararse y adoptar toda clase de medidas para ejecutar el temido encargo de la forma más conveniente. Pongamos por ejemplo al estudiante que le dio a Sócrates la noticia de que tenía que beber la cicuta. Agradable no es; pero, si hubiera corrido más, tal vez al propio Sócrates le hubiera dado tiempo de sacrificar personalmente el gallo que debía a Esculapio. En vez de eso, tuvo que dejar el encargo a un discípulo. Es mejor hacer las cosas uno mismo que mandarlas. Miguel tiene que destruir El Juicio Universal, Miguel el Juicio, Miguel el Juicio...

Entró a paso vivo en el taller. Miguel Ángel estaba dibujando un caballo e indicó con la mano que, lo que fuera, tendría que esperar. Nelo aprovechó la pausa para buscar en su interior las palabras con las que le daría la excelente terrible novedad. No vendría mal empezar con una sonrisa. Conviene anticiparse a sus impulsos autodestructivos; es un hombre terrible, terrible; nunca se sabe lo que puede pasar.

La noticia se la soltaría poco a poco. Fue innecesario acreditar sus fuentes: los criados de la Cruz Verde beben en todas las tabernas y le habían labrado, muy a su pesar, fama de hombre enterado. En un primer momento le insinuó, ¡tan solo le insinuó, Diantres!, que de nuevo había rumores maliciosos sobre el Juicio. ¡Vana precaución!; el rostro se le puso terroso, la mirada vacía y por un instante quedó privado de los sentidos. No era la primera vez que ante una noticia traumática sufría un sincope o muerte anticipada; por desgracia, Nelo no aprendió la lección. Dentro de no mucho, la última vez que Nelo se vaya de la lengua, va a acabar realmente con su vida mortal. El dibujo cayó al suelo entre vaivenes. El divino se balanceaba, las manos engarfiadas a las sienes. Chocó con estatuas, derribó caballetes. “¡El Juicio no, el Juicio no!” murmuraba con voz demoníaca. Intentó calmarlo “Tomáoslo con calma, maestro… —pensó en las palabras adecuadas— se habla… se habla de un mero retoque cosmético”. Los temblores del maestro le indicaron que solo estaba escuchando el guirigay de voces que pululaba tras su frente enrojecida, en la que se marcaban con fuerza las famosas nueve arrugas.

 Nelo podía “ver” su pensamiento. Años de convivencia le habían hecho un auténtico experto en buonarrotología. Nadie duda de la calidad de sus retratos de Miguel Ángel, sean pintados, esculpidos o escritos; pues bien, podría haber sido también su confesor. La idea de la muerte artística le abrumaba. La guadaña, la guadaña. La destrucción de la obra es la guadaña. La otra, la muerte de los seres ordinarios, ¿a quien importa? ¡Esa no es para un Miguel Ángel! Al escuchar aquellos “¡El Juicio no, el Juicio no!”, dichos en el tono de aquel a quien arrancan la uña de la carne, comprendías que aquel cuadro era lo más importante de su vida, la culminación y fruto de la misma, el campo donde había rivalizado con el Todopoderoso, alumbrando su particular y originalísimo diseño divino de la Creación.

¿Escuchó en ese momento el pintor de Volterra la famosa frase “¡Me venciste, Galileo”!? ¿O fueron imaginaciones suyas? En todo caso, ese fue el sentido de sus farfullos: es así como lo siento.

 El viejo se dirigió a la cuadra tanteando la pared, ciego. Le siguió. Por suerte, sus fuerzas no le alcanzaron para montar a caballo, el acostumbrado remedio. Cuando volvió en su ser, de nuevo llenaron su corazón los miedos ancestrales. Huir. Solía ver en la fuga la única salvación. De Florencia a Roma, de Roma a Florencia, a Monteluco, Ferrara, Venecia, Santiago, Constantinopla, Córcega… Jamás alcanza su destino, como mucho avanza unas cuantas millas. Calmarlo costó una hora de exageradas alabanzas –“El papa os llama divino”, “El emperador os hace la reverencia” “El Cielo os espera sin pasar por la muerte”, etc.-; casi otra el convencerlo de que diesen un paseo ¡a pie! (atribuyó la resistencia inicial a que tal vez se maliciaba las insinuaciones que, en su amor por él, Nelo podría deslizar en sus oídos). Su primera elección fue el convento de Santa Ana, donde moraba Vitoria, pero Nelo intentó hacerle cambiar de plan por una elemental consideración de prudencia. Meterse en la boca del lobo, no. Para disuadirle, le pintó lo agradable que sería un paseo por los jardines Colona y sus animados conciertos de ruiseñores, consiguiendo que sus cacarañados ojos se humedecieran de añoranza. Había ganado un tiempo precioso para proseguir la labor de zapa ya que lo acostumbrado, tras los desencuentros, eran semanas de silencios en que les separaba un aura gélida y depresiva. Debería aprovechar la siguiente hora para llevarlo mansamente por la senda de Dios de una forma tan sutil que, el mismo, pensaría haber sido el autor de la santa iniciativa. Sin perder un segundo, Nelo concentró su pensamiento en elegir las palabras más persuasivas y convincentes. La causa de la Verdadera Fé haría el milagro de convertirle en un orador tan elocuente como un Sócrates o un Platón.

 

Caminaron por la vía de la Pilota, bajo los puentes de jardinería que unen el palacio Colona a la viña, rebosantes de verdín y babosas. ¡Vitoria Colona!, exclamó Nelo para sus adentros, un temblorcillo a flor de labios. ¡Has destrozado una vida llamada a la inmortalidad! Pero, por más que arqueaba el brazo haciendo ganchete, Miguel Ángel se negaba a sujetarse.  La pregunta implícita había creado una barrera de hielo entre ellos. ¿Colaboraría Daniele, por su bien, naturalmente, en el adecentamiento de alguna obra del maestro?

—Jamás en la vida —se auto-respondió en voz inaudible, como si de verdad se hubiese formulado la pregunta. Jamás. Eso no quiere decir que no sea mejor esquivar los líos y, en la medida de lo posible, precaverlos.

Al final fue el divino quien, sin preámbulos como era lo suyo, pidió aclaraciones:

—¿Y que haría el querido Nelo si tuviera que cargarse el Juicio Universal?

Mientras caminaban los alcanzó Gelesi, el compañero de pesca del maestro, y el tema de conversación cambió a las truchas. Los peces del Tíber saben a barro, etcétera. Ello hizo que se ampliara el plazo que Nelo tenía para reflexionar su respuesta. Tuvo tiempo de dedicar un rápido pensamiento a los hados que regían su destino. Era una emanación del Buonarroti; ningún encargo serio habría obtenido sin su santo patrocinio. Fue ÉL quien le consiguió los frescos de la Trinidad del Monte; ÉL, el busto de San Agustín; fue ÉL quien le consiguió el consulado en la Academia de San Lucas; ÉL, recomendaciones y honores. Sin el divino, sería polvo en la Segunda Vida.

  A la altura de la pista de Pelota francesa había un combate entre dos esgrimistas y la novedad mantuvo unos minutos más en suspenso la contestación debida. Las apuestas estaban con el siracusano, un conocido espadachín zurdo, pero perdió al primer lance. Saltaron unas gotitas de sangre. Salieron bruscamente del cercado: al divino viejo no le gustan los desafíos. Sí, esto era lo importante. Nelo cerró los puños y empezó a fraguarse en su cerebro la solución al dilema. A estas alturas no podía cambiar el rumbo de su vida, so pena de acabar en el vertedero de la historia. En cuanto a acatar la posible orden de destruir El Juicio Universal si de la dieran ¿se atrevería a poner sus manos sobre la divina materia? “¡Jamás! ¡Ni un dedo! ¡Antes muerto, que diantres!”

  —Yo aun no he hecho mis apuestas. Me quedo —dijo Gelesi tanteando su bolsa de monedas.

 Nelo aprovechó para responder a la pregunta pendiente:

  —Me niego. Rechazo la orden. Lo juro. Desobedezco. Ya lo intentaron. Creedme. ¿Habéis sospechado? ¿Creísteis que yo levantaría la mano? ¡Por Dios…! Esa Inquisición...

  —¿Qué? Esa Inquisición ¿qué?

  —Puf, no sé como explicarme, es demasiado embarazoso —Resopló—. Un tal Francis…, “alguien”, piensa que el Juicio mejoraría con un arreglo. Por supuesto, es indispensable que la iniciativa parta de vos, eso va por descontado. Vos decidís que es lo que se debe hacer… ¡y hecho queda!

  Su frente se oscureció de nuevo.

  —¡Basta, volterrano! ¡No te lo acepto, ni como insinuación! ¡No cambiaría una sola pincelada de El Juicio Universal aunque me lo pidiera el mismísimo Dios! —sus descuidadas blasfemias— ¿Te enteras? ¡Nunca, jamás!

  —¡Sangre del Cordero! ¿Por algún momento habéis pensado que yo…? ¡No os lo consiento! ¡Os he prometido que jamás tocaría el Juicio en contra de vuestra voluntad… y lo mantengo! ¿Acaso os he fallado alguna vez?

Le dirigió una mirada de soslayo, quizá irónica; pero como al mismo tiempo la divina frente recuperó su tersura, interpretó que el enfado había sido pasajero. Pasito a pasito, ya tenían a la vista las cadenas del palacio Zambecari. El maestro trabajaba demasiado. El bajón físico de hoy era algo a tener en cuenta. No quiere decir que no aguante con sus muchos encargos, ya que a pesar de sus achaques se muestra incansable. No, a lo que hay que enfrentarse ahora es a la obcecación del papa y el emperador con El Juicio Universal. ¡Cuando tendría que pensar, el pobre! ¡Es que no te queda fuerza moral para atender a otros temas! Por suerte le tenía a él, su Nelo. Lo mejor que podía hacer era librarle de algunas tediosas tareas. Bien, le pediría que le cediese la contrata del Belvedere. Un asunto menor, la clásica serie de Moisés salvado de las aguas. Quinientos ducados. El nombre de Daniele Riciarelli empieza a sonar ¡revistámoslo de dignidad! Y la dignidad no es gratis. ¡Que se lo pregunten a Miguel Ángel! Tal vez el florentino presintió que iba a pedirle algo; el caso es que los surcos de su frente se marcaron de la forma más natural. Nelo aprovechó para tomar notas mentales de su futura máscara funeraria. La muerte diluye los rasgos.

  ...Bien entendido que nada más lejos de su intención que aprovecharse de sus remordimientos por los sacrilegios que (algunos entienden que) ha pintado. Por cierto ¿los santos padres de la cruz verde estarían al tanto de la torpe, pero indispensable, ayuda de Urbino? Todas estas cosas Nelo las piensa solo por bonhomía, nada más que en cumplimiento de su deber de buen católico. ¡Tanto trabajo nos cuesta comprender este sencillo hecho!

Urbino, por ejemplo, es incapaz de percibir la rectitud en conciencia. Lo interpreta todo por la tremenda porque, al carecer de conceptos filosóficos, no se le puede explicar una actitud basada en un mensaje superior de Salvación Cristiana. Unos días después de la discusión con Miguel Ángel, Nelo tuvo que escuchar como aporreaba la puerta de su taller. Suerte que es roble y la tranca, hierro colado.

  —¡Sal de nuestra vida! ¡Olvida a Miguel Ángel! ¡No vengas a emporcar la fama de un genio con tus escrúpulos de monja! ¡No serías artista ni en cien vidas que te dieran! ¡Negado! ¡Torpe! ¡Sal de Roma, abandona Roma o lo harás con los pies por delante! ¡Vai farti fottere! ¡Cínico, malvado, cobarde! ¡Ojalá te hubieran matado los florentinos!

 

  Los criados de la Cruz Verde beben en todas las tabernas, aunque es sabido que, por proximidad, prefieren la hostería El Basilico. Volterra llevó allí sus orejas bien a la vista porque, en una ciudad como Roma, lo único sospechoso es el disimulo. Al Santo Oficio le habían entrado unas prisas locas. Existía el peligro de que el cardenal Polo y Vitoria muriesen por causas naturales y entonces ¡que derrota para la causa de Dios! ¡Levanta Señor y juzga tu causa! Un santo celo multiplicaba los informes que, sometidos a los efluvios del vino Greco, daban lugar a curiosas interpretaciones.

  Delator nº 1, sobre la misa: el cardenal Polo no hace misas, sino Oficios.

  Delator nº 2, sobre los santos: En su oratorio no hay imágenes.

  Delator nº 3, sobre Teología: Pecado de Eclecticismo: creer a la vez en la salvación en la fe y por las obras. Vitoria y Polo creen a la vez en el papa y en Lutero, dilo así si lo prefieres, sí, te hablo a ti, el cabeza de rana. El confidente estuvo algo malvado, puesto que el escucha apenas tenía otra cosa verde que el pelo.

 

  Nelo comprendió que la situación se estaba volviendo desesperada. Las llamas estaban cada vez más cerca de su adorado maestro y era de esperar en breve un llamamiento de la Inquisición. Tenía que hacer algo rápido, rápido. Durante horas, encerrado en su estudio, meditó en silencio cual podría ser la salamandra de Miguel Ángel, la magia que le inmunizase del fuego.

  La idea se empeñó en venirle varias veces y otras tantas la descartó, como si no entendiese que relación tenía con su dilema. De pronto, lo entendió. ¡Que simple, que sublime simpleza! Aquel día húmedo y frío, en lo más crudo del pleno invierno, se dispuso a batir a Vicenta como una perra.

 En poder de esa vividora estaba la prueba de la inocencia del divino y no vamos a pensar que se la fuera a entregar voluntariamente. Intentó suprimir de su mente una especie de remordimiento, ya que había cierto cariño entre ellos, eso es innegable. Si puede llamarse cariño el que Vicenta fuera la única persona capaz de captar el sentido de sus frases antes de terminarlas. Y es cierto también, admitámoslo, que se había interesado por él, por su ser personal y moral, lo que no puede afirmarse de muchos otros seres humanos. Claro, pero y su mala conducta ¿qué? Bah, algunos no hemos nacido para la vida ordinaria y aquí está en juego la Segunda Vida. Nada de lo que se proponía hacerle debe considerarse como una barbaridad o como un abuso. La mayoría de los romanos, aun plebeyos, obtienen satisfacción inmediata de las mujeres de la calle e incluso algunas, como la Rosa o la Julia, te permiten darle una paliza o unos mordiscos por unos cobres más. Tenía derecho a darle de puñetazos, a quebrarle las costillas una por una… hasta que devolviera eso.

 

  La bula que obtuvo le concedió permiso para permanecer en el Ortacio una hora, al objeto de obtener “Inspiración en Visiones Infernales”, je, je. Supuso que bastaría para su designio secreto, pues en la lucha grecorromana aun conseguía tumbar por sistema a todos sus adversarios. La tortolita no le aguantaría un asalto. Entró por la calleja que da espaldas al pabellón donde le dijeron que vivía. Tras echar un vistazo, se alegró de que estuviese en situación vulnerable; allí estaba el pasaje sin salida a que Francisco de Olanda había hecho referencia; al fondo, el muro de toba con apoyos para los pies; arriba, la galería carcomida. Al encaramarse al balcón, la madera emitió un quejido ¿o había sido su hueso talo? Unas palomas emprendieron vuelo con escandaloso batir de alas. Nelo aguardó inmóvil hasta que se acallaron los latidos de su corazón. ¿Por qué le desagradaba esta clandestinidad? Calmaos, palpitaciones, Daniele tan sólo va a hacer lo que tiene derecho a hacer: ¡Justicia!

  Al principio la imaginó, más que verla, a consecuencia de la diferente luminosidad al otro lado de la ventana. Se estaba acicalando con un peine. Una vez acostumbrados los ojos, la recorrió con la vista. Vestía apenas una camisa de muselina, muy fruncida, ribeteada en el pecho por una tira color cobre. El escote, cuadrado y recto, era enorme, enorme. Estudió dolorosamente cada detalle del cuerpo que iba a batir; en realidad, no podía dejar de sentir cierta pena. Mangas de batista blanca, cinturón de fantasía, pelo tapado hasta la mitad por pañuelo verdirojo. Una nube negra cruzó sus pensamientos ¿y si había vendido o regalado a un chulo aquello que estaba buscando? ¡O Dio! ¡La mato! ¡El único salvoconducto que podría librar al maestro de la cárcel tenebrosa! ¡Ufff! Respiró hondo para tranquilizarse: los chulos no leen. Supongo que este tipo de cosas no interesan a los de su barrio.

  El pestillo de la ventana estaba abierto. Saltó ¡plonk! Debía tener un aspecto terrible, porque ella fijó en él unos ojos desorbitados y echó atrás la cabeza por el susto… aunque lo cierto es que aprovechó el gesto para dejar caer seductoramente el pañuelo. En esto, que se escucha un ¡Dios mío! a espaldas de Vicenta, y no era Nelo el que lo había pronunciado. Es la criada que entra. Vicenta le pide que se quede, pero ella dice que tiene miedo y sale corriendo. Nelo sabe la mirada que se le pone; el mismo tendría miedo. ¡Enséñame todas las malditas arcas, gavetas, joyeros…! Recorren varias veces la habitación, abriendo y cerrando cajas…

Volvieron a remirarlas; Nelo advirtió de soslayo que en un zis-zas ella se había metido por el escote algo que pendía de una cadenilla. Le dio una bofetada con la mano abierta, hacen menos daño. Forcejeando, comenzaron a acercarse al arca de la ropa, parecida a un gran ataud. Cuanto estuvieron al lado, él le cerró el paso. Se resistía a tumbarse; él, la proyecto a la caja, una mano en el pecho y zancadilla en los talones. Una llave fácil. Ya tendida, se le echó encima; colocó una rodilla entre sus muslos para que no pudiera cerrarlos. Mientras le arranca lo ropa, ella casi le desprende la oreja de un mordisco. Al segundo, un dolor lancinante: es que le había arañado y hecho sangrar el miembro antes de que pudiera metérselo. Fue todo muy trabajoso y hubo que encajarle el pañuelo verdirojo en la boca para asfixiarla un poquito y así vencer su resistencia. Entonces ya se abandonó y pudo trotar dentro de ella todo lo que quiso. Una vez que se hubo descargado, se separó de ella que casi se había escurrido al fondo de aquel amasijo de mantos, camisas y calzas rosas de mujer. Por fin se semi-sentó sobre un cojín, con las piernas extendidas y los pies cruzados; acalorada; jadeante; enrojecida. Las pecaminosas uñas, pintadas de rojo. Su mirada, fija en el techo, parecía evaluar lo que había sucedido.

  Aun tenía un trozo de su piel enganchado en la uña. Llevaba al cuello una extraña cadena de metal blanco, del que pendía un doble amuleto vidriado. Al reparar en lo que era, Nelo le levantó la mano y no hizo falta otra: ella le entregó las gafas de plata del maestro, que se había colgado del cuello por la cadenita. Estaban calientes.

  —Te pagaré tu tarifa. No acabo de entender porque te has resistido.

  —Gratis te las hubiera dao si me las hubieses pedido educadamente.

    —¿Por qué gratis… conmigo?

  —Esa pregunta será mejor que te la respondas tu mismo. ¿Me escuchas? ¿Me estás escuchando, Daniele? ¡Atiende!

  —Sí. No. Claro —dijo sin entender muy bien de lo que estaban hablando. De repente Nelo abrió mucho los ojos y, dándose una palmada en la frente, añadió en el mismo tono—: Espera… Mejor será que entregues tu misma las gafas al inquisidor… Quiero decir… Que parezca que yo no tengo nada que ver en esto… —Los cinco dedos marcados en blanco sobre la amapola del rostro vicentino tornasolaron al amarillo y luego desaparecieron— ¡Sapristi! Ya caigo que si te presentas tú en persona al inquisidor… Se me ha olvidado… Ah, eso, que te echarían a patadas. Me parece que lo mejor será que hables primero con el esbirro de monseñor Toledo. ¿Sabes quien es? El del pelo verde.

  —Lo mejor será, pero yo no quiero ir.

  —Irás quieras o no —Sin querer, se le contrajo el bíceps.

  —Huy, perdón, creí que me lo pedías por favor.

  —Bueno —terminó él—; solo si tú quieres.

  Ella se estrujó contra su pecho; él sintió el tacto lanoso del rojizo cabello acariciando su mejilla. Al cabo de un tiempo que a Nelo le pareció un año pero que no debió llegar al minuto, ella dijo:

—Un hombre bien encauzao … como Tiziano. A un hombre así yo le soy fiel. ¡Vaya si le soy! —Le tocó la frente—. Ahora el que está pensando con el ceño fruncido eres tú, Daniele.

—Tal vez no tenga tanta fortuna como Tiziano, pero espero haberte pagado con creces la tarifa ¿es así?

Su rostro se contrajo, como afectada por una súbdita y violenta migraña.

—No entiendes na, verdad, Daniele, ¡na! ¡Solo sabes pintar frescos! —hizo el gesto de que se fuera moviendo varias veces la mano hacia abajo—. ¡Esta vez espero no olvidarme de echar el pestillo!

—No tan pronto, aun tenemos que hablar de Michelagnolo.

—Michelagnolo tie madre.

—Seguramente el angelito irá al Cielo.

—Yo no he dicho que no esté en la Gloria… —dijo, y a Nelo le dio la impresión de que había un brillo de malicia en sus ojos aperlados.

—Hay quien dice que si hasta la Magdalena se salvó… En fin, Vicentina, espero que estés bien, estás bien ¿verdad?

—Estaré bien en cuanto salgas.

El volterrano tomó el camino de vuelta: había cumplido su objetivo. Las gafas, como muy pronto podrá verse, representarán una prueba de suma importancia en el proceso inquisitorial. Entregárselas a Olanda para que las lleve a… Pero un sentimiento machacón de tristeza le decía que tal vez, de nuevo, como siempre, había metido la pata.

 

Llegó a Roma el tiempo del carnaval. Invadieron el Corso las habituales carreras de judíos, de prostitutas pintadas de amarillo, de viejos hartos de fabada. Según es costumbre, los toros se precipitaron desde lo alto del Testacio a la Marmorata, uncidos a carros atestados de criminales, causando docenas de muertos, heridos y lisiados, llevando al paroxismo la delicia de los espectadores. Pasaban tantas cosas a la vez que la gente corría de un lado a otro, atolondrada, sin saber a donde acudir. En la plaza del Pueblo un verdugo vestido de Arlequín se esforzaba en ganar propinas: calzas rayadas, jubón a rombos verdes, rojos y amarillos, cascabeles en el sombrero. De un salto, montaba sorpresivamente al reo por la espalda y le empotraba el hacha en medio y medio del cráneo. La plaza estallaba en una enorme y única carcajada.

Miguel Ángel evitaba coincidir con su discípulo en los pasillos de Macelo de Cuervos, pero éste sorprendía a distancia sus lentos andares, el sorbeteo constante de los mocos o el rítmico golpeteo de la cachaba. Un día cortó su paso en el recibidor, junto al gran candelabro de bronce:

—Maestro, estáis agotado. Pedidme cualquier sacrificio, cualquier cosa, mi vida misma. Solo vale si es para vos.

—¿Fuiste tú quien le dijo a Carafa que los demonios del Juicio son seres predestinados? ¿Qué por eso no tienen forma humana?

—Jamás. Lo juro.

—Mírame a los ojos cuando te hablo, Nelo, sólo dime si has pronunciado las palabras “demonios luteranos”.

—Disculpadme mi falta de habilidad dialéctica. Es posible que sea poco convincente pero la respuesta es no. Jamás. No creo que se me haya podido escapar.

—¿Escapar? ¿Qué escapar?

 

Tal vez se mostró poco oportuno, pero en ese momento recordó otro asunto que tenía entre manos. Había sido propuesto para Ciudadano de Volterra, el anhelo frustrado de su padre. Pero la elección estaba muy disputada. Los volterranos consideran un deshonor darte el voto gratis y las tres casas que el menesteroso Daniele se había comprado en el centro de Roma (dos en el Trevi, y el taller del rione Monti) habían dejado exhaustos sus recursos. ¿Qué mejor que abrir el corazón a tu amigo?

—La verdad —dijo Nelo—, estoy algo torpe. Creo que son los apuros económicos. He sabido que habéis aprobado ya la reforma para San Juan Decapitado. Vos erais cofrade...

—Soy.

—¿No podría encargarme yo de la pintura de la pala del altar?

—¡Qué me mires a los ojos he dicho! ¡No mereces nada! ¡Nada! Te cedí el encargo de la sala Regia del Vaticano, pecador de mí y ¡mira! ¡Tengo al papa encima! Sólo veo pintados dos reyes, encima de la puerta. ¡Dos de cincuenta! ¡Eres lento como los siglos! ¡Quiera Dios que no seas falso como el tiempo!

 

Miguel Ángel ni siquiera elevó una tumba o un panteón a Vitoria Colona, ni una pequeña estatua para colocar encima de la lápida, ni un retrato que la recordara, ni una flor en el ataúd. Nada. Por descontado, tampoco asistió al funeral público. Y aún así, la Inquisición mantuvo la sospecha de que las ideas vitorianas se habían infiltrado en El Juicio Universal. Cuando fue a verla por última vez a Torre Argentina (donde trasladaron el cadáver desde su prisión en Santa Ana de los Cordeleros), quiso llevar consigo a Urbino y Volterra en concepto de… pongamos que de testigos. En ningún momento permaneció en aquella casa a solas con los deudos. Y aún así, era sospechoso. Besó sus frías mejillas. Luego se volvió y comunicó a los presentes que esto es lo máximo a lo que había llegado con Vitoria. Y que así había sido feliz. Bien, lo que es seguro es que, al menos, no volverás a hacer lo que sea que hiciste. Y Miguel Ángel era sospechoso, a pesar de que hurtó la mano cuando se la ofreció Cesarini, el dueño de la casa, cuyo lenguaje nicodémico le había hecho recelar. Vitoria fue enterrada en el propio convento. Años más tarde el bueno del papa, demasiado, dará a elegir entre desenterrarla y volver a sepultarla en tierra des-consagrada, o quemar sus huesos, el suplicio reservado a los herejes. Las monjitas de Santa Ana de los Cordeleros, en su celo apostólico, optarán por la segunda posibilidad.

La muerte de Vitoria fue seguida de una temporada de tensa calma; después, las cosas empezaron a precipitarse con la muerte de la única persona que había alabado el Juicio. Pablo III, el papa corpiño, había convivido con Miguel Ángel, en el palacio Médicis. Tal vez por ser un amigo de la infancia, cayó de rodillas cuando se descubrió el fresco. Ni siquiera se dio por enterado cuando se hicieron patentes las ofensas a la decencia y a la religión. Nelo no se entristeció por la muerte de Pablo III, total, seguro que iría al Cielo. Había pasado el apuro; era un pontífice muy exigente y a él solo le había dado tiempo a pintar dos reyes encima de la puerta de la sala Regia. Agotamiento de inspiración, por Dios, es que ya no podía más. Ahora, con la disculpa de la retirada de los andamios para el cónclave, ganaría un tiempo precioso. Eligieron al cardenal Del Monte, Julio III. Era un hombre seco, algo cargado de hombros, al que solo estimulaban dos cosas: Por el día, los Jesuitas; los mozalbetes tiznados de la calle, por la noche. Cuando mas sucios, mejor. El arte, sobre todo el arte elevado, le dejaba un tanto perplejo. El nuevo papa pidió a Miguel Ángel un informe escrito sobre sus proyectos artísticos, a pesar de que ya se lo había dado de palabra. De momento le retiró sus honorarios como supremo arquitecto, escultor y pintor. El maestro temió que su Santidad fuera tan ignorante que se hiciese preguntas sobre sus dotes artísticas, a pesar de que estaba en la cumbre de su genio. Aunque sería terrible que, en realidad, lo que estuviera de fondo, fuesen las sospechas de herejía.

  Los que se cruzaron con él aquellos días encontraron al maestro al borde de sufrir otro de sus síncopes. El rostro se había sumido aún más, hasta el punto que se había convertido en pura arruga. Y lo peor era que nadie podría añadir ni una sola coma a lo que era su exigencia artística. Por ejemplo, era capaz de pasarse meses en las canteras de Carrara seleccionando el mármol que necesitaba. Bastaba para descartar un bloque una simple vena de sílex. Esto se aplicaba incluso a esculturas casi terminadas. ¡Cuantas estatuas habían visto convertir en el pedregullo que utilizaban para asentar el barro de la entrada! Parecía muy sospechoso que el papa Del Monte pudiese dudar de su profesionalidad y nadie se atrevía a responder a la pregunta de ¿y entonces qué? Él tampoco.

 

Aún emocionan algunos pasajes de los Recordi del Buonarroti, algunos de los cuales están redactados en forma de conversaciones con Vitoria Colona. En los Diálogos literarios da igual que tu interlocutor esté muerto. Puedes cotorrear con Aníbal o con San Pablo con toda tranquilidad. El Recuerdo que sigue a continuación es muy esclarecedor de aquel ambiente, por más que en él se muestre algo desagradable con Nelo y éste, como albacea de sus escritos, se haya visto en el compromiso de perder algunos folios. Ah, quien dialoga con él es, digamos, el espectro de Vitoria:

 

“Hace pocos días la emprendí a martillazos con una Piedad con la que llevo ocho años. Su diseño era mil veces mejor que la de la capilla de la Fiebre; recuerdo que en la nueva, el Cristo se dobla dos veces sobre sí como un cadáver fresco, torturado, muerto del todo. No como aquel vivo-muerto que esculpí en mi juventud para el cardenal Lagraulas. A mi edad, crees en la muerte aunque seas divino, ¡vaya si crees! También me gustaba la forma en que se unían Cristo y la Virgen, como en un esponsalicio místico de la muerte y la vida. Y, sin embargo, en ciertos aspectos, esa Piedad era indigna de mí. La hice añicos con tres martillazos bien asestados, en la rodilla izquierda, la marmórea clavícula y el brazo derecho (hasta que me sujetaron), yo sólo, sin necesidad de que... (...)

“... mira Vitoria, cuando me preguntaron ¿por qué? a unos les conté que el mármol tenía nudos de sílex y que saltaban chispas. A otros que estaba deprimido por la muerte de Urbino, por el encarcelamiento de Morone o porque el papa me ha cortado los fondos. A los de más allá, que Nicodemo era un autorretrato para mi tumba y que da mala suerte hacer la sepultura en vida. También di otras muchas explicaciones que no recuerdo ahora. ¿Sabes la verdadera razón, queridísima Vitoria, sabes la causa de que la emprendiera a martillazos con la Piedad?

  “La Virgen y María Magdalena eran auténticas enanas. Como bufones grotescos. Creo que la Magdalena no mediría más allá que el brazo del Cristo. Estoy viejo, acabado, ya no sirvo para esculpir más que ridiculeces. ¡Ya ni atino con las proporciones! Clovio me advirtió que aquellas figuras femeninas parecían sostener el cadáver de un gigante. Imagina Vitoria, imagina lo que dijo Volterra. Para él las figuras tenían unas proporciones perfectas. ¡El muy adulador! Al ver mi rostro de desolación me pidió los pedazos. Yo le arrojé un cascote a la cara, procedente de la Pierna de Cristo (que le rompió una mejilla), y regalé todo ese escombro al nuevo criado. No ignoro que cualquier cosa que salga de mi mano alcanza un precio astronómico, aunque sea basura. El criado, ayudado por un escultor de casa, pegó un codo por aquí, una Santa Enana por allá y hasta fabricó una pierna de quita y pon, que encaja en un espigo. Su hija no quedará sin dote. Bandini le pagó por ese desastre 200 escudos de oro”.

 

¿Le había regalado o no le había regalado la Pantorrilla de Cristo? Desde ese instante Nelo empezó a considerar dicho fragmento de su propiedad, un hecho que, como muy pronto habrá ocasión de explicar, adquirirá una importancia desmesurada a la luz de los dramáticos e inesperados acontecimientos que seguirán a la muerte de Miguel Ángel.

 

La autodestrucción de la obra sirvió para ganar tiempo. Sencillamente, ya no tendría que explicar a nadie porque había esculpido un Nicodemo tan grande. ¡Mayor que la Virgen! ¡A ver si acababa de una vez esa historia de la presunta herejía! A Miguel Ángel le preocupaba la Salvación del hombre, naturalmente. Pero el que se empeñase en destacar la importancia de personajes relacionados con la Fe no quería decir que se olvidase de la importancia de las Obras. ¿Acaso no encomendaba a ellas su Segunda Vida a pesar de haber escrito al pie del Cristo que dibujó para Vitoria: “No se piensa cuanta Sangre ha costado”?

Pero si lo que había pretendido era apagar la crueldad de la Inquisición, está claro que consiguió el efecto contrario. Como estamos a punto de leer, nada le va a evitar el espectáculo de la cuerda y el embudo. Los papas, los emperadores, los reyes y los santos no son unos simples. Había auténtica obsesión con El Juicio Universal, la obra que había desahuciado a Dios de su más Sagrada Capilla, de su domicilio en la Tierra.

 

Olimpia: bosques de columnas y naturaleza encantadora


4.-OMBLIGOS DEL MUNDO

En Delfos (Peloponeso-Grecia) se conserva el ombligo del mundo, que Zeus determinó estrellando un par de águilas en pleno vuelo, procedentes de ambos extremos de la Tierra. El verdadero es una piedra casi cónica, gris, que permanece al exterior. A los romanos les pareció soso, y fabricaron otro más delicado, que se custodia en el Museo de Delfos.
La Grecia clásica era un Mundo mucho más natural del que nos imaginamos: A Aristóteles le fastidiaban la siesta los rugidos de los leones en los alrededores de Atenas; y Esquilo -el famoso autor de La Orestiada-, murió de un tortugazo, es decir, al desprenderse sobre su cráneo el quelonio, del pico del águila que le sobrevolaba. Por eso los zoológicos no se inventan hasta el tiempo de los romanos, al haber exterminado el león europeo (sin melena, max. 3 metros) para espectáculos de Circo y haber absorbido la tortuga mediterránea en forma de sopa y otros exóticos manjares.

Umbilicus Mundi genuino




"Falso ombligo", creado por los envidiosos romanos

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