1.-¿SE DEBE Y/O SE PUEDE LIQUIDAR GANANCIALES EN LAS PARTIJAS GALLEGAS?
2.-CAMPEONATO DEL MUNDO 6 METROS EN SANXENXO
3.-DOCAMPO VERSUS COLÓN
1.-SE DEBE Y/O SE PUEDE LIQUIDAR GANANCIALES EN LAS PARTIJAS GALLEGAS
La consulta la hace un atribulado heredero particional galaico a quien la registradora deniega la inscripción por sí sólo de su cupo con el argumento de que "no se ha liquidado la sociedad conyugal". Debo decir que no es de extrañar dicha calificación: después de haber empollado de cabo a rabo el Código Civil se produce una especie de lavado de cerebro uno de cuyos efectos es el "control total de las comunicaciones con el mundo externo". Lo he padecido a nivel delirium tremens.
El caso se trata del típico testamento conyugal coincidente (no necesariamente mancomunado: no lo era). Ambas herencias están deferidas y la disposición era tal que así:
EL PADRE
"CUPO NÚMERO UNO, PARA EL HIJO JUAN:
1.-La casa nº 23 de la c/Sombras, en Castroforte.
2.-Labradio Vidueiros.
3.-Herbal "Nabal de Valiño.
CUPO NÚMERO DOS, PARA LA HIJA ROSALÍA:
1.-Solar en Vilanova del Baralla;
2.-Prado, labradio y monte Os Forcados".
LA MADRE
"CUPO NÚMERO UNO, PARA EL HIJO JUAN:
1.-La casa nº 23 de la c/Sombras, en Castroforte.
CUPO NÚMERO DOS, PARA LA HIJA ROSALÍA:
1.-Labradio con casa rústica Porteliña do Medio
2.-300 participaciones sociales de Forrajera del Letes S.L."
La casa 23 en c/Sombras es ganancial. Los demás bienes son privativos por herencia de los respectivos adjudicantes. Cuando Juan se presenta en el registro a inscribirla (en el testamento particional cada cual por sí puede posesionarse de los bienes le han sido ya adjudicados por el propio testador) se le califica que no puede hacerse en tanto no se liquide la sociedad de gananciales, explicándole amablemente el oficial que "en teoría" se podría adjudicar al 100% a Rosalía, por lo que no habría de que para Juan.
¿Es así?
Entiendo que claramente no, puesto que no se puede liquidar lo ya liquidado ni revivir a los muertos, salvo el día que suene la trompeta anunciando la Resurrección. La Ley gallega en estos casos, establece preceptivamente:
-Cuando existe disposición conyugal coincidente y ambas herencias estén deferidas, se produce la liquidación automática del concreto bien ganancial de que se trate al 50% indiviso. Es decir, no se puede liquidar al 100% para uno y compensar al otro, salvo resucitando a los difuntos y volviendo entonces a aportarlo a la sociedad conyugal, para liquidarlo entonces a la carta. Tampoco, por ejemplo, se puede adjudicar a uno el 75% y el 25% a otro. Esta es una de las excepciones, y no la única, al régimen de la sociedad de gananciales en el derecho de Galicia;
-En caso de duda, se entiende que la disposición afecta a la parte y derecho respectiva (toda vez que cada uno de los esposos tiene también la posibilidad de disponer por sí sólo de la totalidad de un bien ganancial. Pero ahora, ese no es el tema).
Por lo tanto, en el caso consultado, entiendo que Juan ha recibido sendas adjudicaciones particionales de un 50% indiviso de un bien concreto en comunidad romana, una por parte del padre, otra de la madre. No precisa para nada la presencia de Rosalía ni para posesionarse, no para registrar a su nombre la totalidad de la finca.
¿La solución? Para evitar el peñazo de un recurso, se requirió el consentimiento de Rosalía que consintió otorgar un paripé de liquidación, con el mismo resultado que el prescrito obligatoriamente por la ley. No es que se llevasen mal pero, tal como los padres habían previsto, los hermanos no cruzaron palabra. Una calificación más atinada hubiera evitado un mal trago.
Por ponerlo de una forma gráfica, en el Derecho Común (Código Civil) se puede disponer de la mitad de los bienes gananciales en abstracto, pero de ningún derecho en concreto sobre un bien cierto y determinado, si no media previa liquidación de la sociedad conyugal; por el contrario, en el Derecho de Galicia se puede disponer de mitades indivisas de bienes gananciales concretos, sin que sea lícito liquidar la sociedad conyugal en cuanto a los mismos. En el primer caso la liquidación se prescribe; en el segundo se proscribe.
Paso los artículos de la L.G: especial atención al 207.2.2º.
Artículo 205.
1. La disposición testamentaria de un bien ganancial podrá realizarse como de cosa ganancial o como del derecho que al testador le corresponda en el mismo.
2. En caso de duda se entenderá que la disposición testamentaria de un bien ganancial fue realizada como del derecho que al testador le corresponda en el mismo.
Artículo 206.
Cuando se disponga de un bien por entero como cosa ganancial habrá de hacerse constar expresamente este carácter y la disposición producirá todos sus efectos si el bien fuera adjudicado a la herencia del testador en la liquidación de gananciales. Si ello no fuera así, se entenderá legado el valor que tuviera el bien en el momento del fallecimiento del testador.
Artículo 207.
1. Cuando se adjudica o lega el derecho que corresponde al testador en un bien ganancial la disposición se entenderá referida sólo a la mitad de su valor.
2. No obstante, la disposición se entenderá referida a la mitad indivisa del bien:
1.º Cuando el cónyuge sobreviviente o sus herederos lo acepten.
2.º Si ambos cónyuges hubieran realizado la disposición de forma coincidente y ambas herencias estuvieran deferidas.
2.-CAMPEONATO DEL MUNDO 6 METROS EN SANXENXO
3.-DOCAMPO VERSUS COLÓN
El tema del capítulo 8 del libro III es la participación de Docampo en la segunda fase de la conquista de Cuba (1513), ahora bajo las órdenes de Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez. Le pasará de todo, como siempre, pero hemos seleccionado este fragmento porque se extiende sobre una práctica muy frecuente entre conquistadores: no se crea que la masacres eran plato reservado a los indígenas. Las mujeres blancas, españolas y cristianas también tenían de que temer, mucho de que temer...
Campo estaba bien informado de lo que se cocía en Baracoa
y no venía tan sólo a parlamentar con Velázquez. La prueba delatora es el vino.
¿Cómo es que no ha vendido hasta la última gota en Darién a precio de oro? Los
indicios apuntan a que venía a una boda en la que se iba a producir una importante
concentración de realistas. Aparentemente, era un buen camarada confortando así
a sus conmilitones del partido del rey, incluso, se diría para sí, sacrificando
personalmente el altísimo honor de arrodillarse ante Fernando ofreciéndole el
mar del Sur. Si, era una buena pieza disimulando tan mal su propósito al venir
aquí. Se trataba de un último intento de recuperar lo que era suyo. Prematuramente
envejecido, Campo participará con su compañía en la campaña del 13 sometiéndose
órdenes de Narváez. Pero lo hará por algo. Recordando la cita de Guiteras:
En nuestra opinión este marino (Docampo) siguió al servicio
de Velázquez y tomó parte en la conquista del interior de Cuba al mando de Pánfilo
de Narváez.
Con Cortés confraternizaría enseguida. Docampo añoraría
aquellas relajadas jornadas de pesca en la playa de Monte-río con su compañero de
armas en Higüey, de encomienda en Azua. Un total de veintitantos vecinos españoles
tienen que haber propiciado unas relaciones muy íntimas. Ahora podría demostrarle
otra vez su amistad, aportando nervio militar al nuevo bojeo que se anunciaba. Hernán
se había apuntado a la aventura cubana como sobrino y protegido de Velázquez, pero
ya se las habían tenido tiesas por la obsesión del gobernador de atar muy corto
a los ambiciosos. El desafío le había costado a Cortés el dudoso honor de haber
estrenado la cárcel cubana.
Y allí se encontraba (Cortés en Azua) cuando da comienzo
la ocupación de Cuba, siendo entonces designado tesorero por Miguel de Pasamonte,
el agente que se encargaba de controlar a Diego Colón 13.
Cortés, un tipo alto, pechudo, de barba y melena rubias,
destacaba por su sociabilidad contagiosa y ya no era uno más en Cuba. En su querido
latín repetía a sus íntimos que fortuna audaces iuvat, lo que los menos
estudiados le traducía como que estaba dispuesto “cenar con música de trompetas
o morir ahorcado”. Pero no era el único realista emboscado, dispuesto a pegar una
patada a las anticuadas estructuras colombinas: dentro de poco iba a producirse
aquí una buena concentración. La ocasión la pondría una boda y, no por casualidad,
Docampo había traigo consigo buen acopio de vino.
Desde a poco tiempo vinieron a Diego Velázquez nuevas
como había llegado al pueblo y puerto de Baracoa Cristóbal de Cuellar, tesorero
de aquella isla y que había sido contador de esta, con su hija María de Cuellar
que había traído consigo María de Toledo, mujer del almirante don Diego; tenía ya
concertado con Diego Velázquez por cartas de dársela por mujer y él recibirla. Este
Cristóbal de Cuellar era hombre muy prudente en cuanto a las cosas de este mundo,
y había servido al príncipe don Juan de darle la copa cuando había de beber…
Así que sabida de Diego Velázquez la venida del tesorero
Cristóbal de Cuellar y su hija que traía para dársela por mujer, se despachó de
allí (Bayamo) para ir a celebrar sus bodas y dejó con cincuenta hombres a Juan de
Grijalba por capitán, mancebo sin barbas aunque mancebo de bien 17.
Con que a los pocos días de atracar Docampo en Cuba, da
la casualidad de que desembarca otro de los miembros más sólidos del partido
del Rey y que él de Tuy trae el vino para la fiesta. Cristóbal de Cuellar, contador
de Indias, el ojo derecho de Pasamonte, acompañado de su hija. Diego Velázquez
está constreñido por cartas de esponsales a contraer matrimonio con Ana de Cuellar.
Era esta una más de las damas de honor de la sedicente corte virreinal de María
de Toledo, una corte cuyas ínfulas de lujo había cortado en seco una pragmática
real, excitada por las machaconas denuncias de Campo y los demás continos:
no se pudiese traer ropa alguna de brocado, seda, ni
chamelote de seda, ni cendalí de seda, ni tafetán, ni botines… 18
En su momento, la
novia le había convenido, pero, de una parte a estos días, convertido en casi emperador
de Cuba, Velázquez alardeaba en las tertulias de un proyecto de boda mucho más ambicioso:
nada menos que con una de las sobrinas del obispo Fonseca, el factótum de Indias.
Su entusiasmo ante el desembarco de Anita sería perfectamente descriptible. No habrá
reporteros en la boda; pero a través de uno de los invitados de fijo, Hernán Cortés,
podemos especular cual sería el tono del festejo, comparándolo con uno organizado
por el propio Cortés. La fórmula del éxito nupcial en Indias era el triduo: vino,
cochinillo y danza.
contaba con puercos y vino en abundancia, traídos por un
navío… no había asientos ni mesas puestas para la tercia de soldados y capitanes,
y hubo mucho desconcierto… el vino corrió generosamente y hubo una borrachera
descomunal, con algunos caminando sobre las mesas… una vez que se alzaron los
manteles, salieron a danzar las damas… 19
Campo vestiría una de sus dos camisas de Ahetí, a veinte
reales cada una, y los zapatos de siete reales y cuatro pesos de oro 20. Mejor ocasión para lucirlos, imposible.
Antes de cumplirse una semana de la boda ocurrirá lo
inimaginable. O sí.
Llegado Diego Velázquez a la villa de Baracoa, un domingo
celebró sus bodas con grande regocijo y aparato, y el sábado siguiente se halló
viudo porque se le murió la mujer, y fue la tristeza y luto más que la alegría había
sido, doblada 21.
Nos morimos de curiosidad por saber algo más de este Diego
Velázquez, antes de mandar a la policía a investigar. Había llegado a Indias “enfermo
y pobre”; pero su participación en las empresas de Higüey y Xaragua y el cargo
de adelantado en La Española, le valdrán sus buenas encomiendas y una vida “muy
a la larga 22”. Quizá él no considerase exagerada
la nómina de caciques con sus respectivas tribus que se le repartieron en La
Española, pero si hubiese un guateque de guatiaos y alguien gritase ¡Velázquez!,
respondería una pequeña multitud: 3 de Santo Domingo, 1 de Puerto Real, 3 más de
La Maguana, otros 3 de la Vera Paz y 2 de remate en Yaquimo. Todos llamados Velázquez
o Diego Velázquez. Emparentado con los caciques a través de sus hijas y rodeado
de mancebas y criadas tainas, su tren de vida era el de un sultán. Banquetes y
orgías acabaron con el buen tipo de su juventud, en realidad se volvió todo lo contrario;
y, si damos crédito al retrato de la galería de Estampas, la apariencia de labios
y órbitas como bistecs hacía que distara de ser un Adonis.
De rebote, le
había llegado la máxima bicoca. El segundo almirante, Diego Colón, había intentado
adjudicar a su tío Bartolomé Colón la empresa de Cuba; la corona soltó unas
blasfemias irreproducibles y el peticionario tuvo que bajar el penacho de su yelmo
a ras de suelo. Si no podía ser un Colón, al menos mejor un Velázquez que uno
de los de la bobadillada. La conquista de la isla consistirá en una serie
de cabalgadas, como las llamará Cortés en un rasgo de honradez, para no
degradar la categoría batalla. Según Las Casas, no habrá ni una sola
baja del lado español; sometidos o convencidos a raíz de las operaciones de Campo,
todos los caciques se habían declarado de paces excepto uno, Hatuey, que pronto
arderá en la pira. Las crueldades sin sentido militar, que las habrá, las dirigirá
Pánfilo de Narváez, aquel “alto cuerpo, algo rubio, que tiraba a ser rojo”, un hombre
que, con una sola palabra, ¡vamos!, establecía de inmediato su jerarquía. Cuellarano
también (la cosa iba de clanes), morirá en 1524, dicen que de furia al no haber
podido controlar a Cortés que le levantará de delante de las narices el inmenso
imperio Mexica. Pánfilo también será casado con otra dama del inagotable
séquito de la virreina, María de Toledo. María de Valenzuela, que tal se llamaba,
se quedará con los vestidos de la prematuramente muerta Ana de Cuellar y sobrevivirá
a cierta enfermedad fulminante que atacaba a las que se casaban con un conquistador
cuyo virus la ciencia aún no ha conseguido descubrir.
Hay algo que tengo que contar relativo a cierto encargo
náutico con el que Campo se va a topar nada mas llegar a esta corte cubana.
Pero me cuesta trabajo dejar pasar sin más el tema de la morbilidad de las
conquistadoras. ¿Importaría que hiciésemos aquí una digresión? Creo que sólo así
dentro de unas líneas, calmada esta pequeña ansiedad, podremos dedicarnos con
más concentración a las aventuras del gallego. Uno no se queda tranquilo pasando
página sin más ¿qué pensar de todo esto, que pensar de la muerte de Ana de Cuellar?
La verdad es que no deberíamos acusar sin pruebas. Aunque un gallego desconfiado
no puede pasar por alto los indicios que resultan de de cierta secuencia reiterada
de muerte súbita de españolas, cristianas, venidas de la península, cuando se volvían
especialmente irritantes. Se ha escrito mucho del tema, a veces sin razón, pero
podemos especular, ¿quién nos lo prohíbe?, con las causas de tan inopinada
mortandad.
Está la tesis erótica.
La joven, educada en la más rigurosa disciplina cristiana
por sus preceptores cuellaranos, había ido como dama de compañía de la virreina
doña María de Toledo de la familia de los de Alba y oficiaba en la pequeña
corte de don Diego Colón… entre las posibles causas de la muerte de María no es
descartable suponer que pereciera ante el ímpetu amatorio de don Diego que, hecho
al fornicio salvaje con las hembras nativas, resultó excesivo para su frágil y virginal
esposa cuellarana 23.
Semejante argumento, sin duda sería bueno para una época
que atribuyó el deceso del príncipe heredero, Juan, a un exceso de actividad genésica,
cuando fue arrojado en brazos de una poderosa alemana, Margaret von Augsburg. Creo
que al presente es descartable de oficio pues es un hecho universalmente comprobado
que los jóvenes aguantan lo que se les eche, aunque los veteranos deban recurrir
al viagra. Tampoco debió ser eso lo que mató al príncipe Juan: las tesis más modernas
achacan el óbito al régimen que le prescribieron los médicos isabelinos a base
de carne de tortuga podrida.
Las Casas, sin reparar en la enormidad, echa la culpa
al Jefe, a Dios:
Parecía que Dios quiso para sí aquella señora, porque
dicen que era muy virtuosa, y quiso prevenirle con la intempestiva muerte, porque
quizás con el tiempo y la prosperidad no se trastornara 24.
No, en serio, hagamos
un breve repaso por la práctica del feminicidio en Tierras de Conquista,
sobre todo porque aquí mismo, a la vista de los comensales, puede que se esté
tramando otro que, dentro de unos años, hará saltar los esquemas de los aficionados
a los mitos. Centrando el tema, es evidente que hablamos de españolas y cristianas;
las indígenas estaban demasiado abajo en la escala social para que nadie se preocupase
si interrumpían la práctica de la respiración. ¿Cuál era el móvil? ¿Por qué habían
de matarlas? Bueno, a menudo el conquistador se había engrandecido, sojuzgado
un imperio y veía que su cónyuge plebeya de los años duros se le había devaluado.
¿A quién importaba una mísera dote de unos miles de maravedís? Si conseguía librarse
de la costilla, podía aspirar a la mano de una ricahembra, una virginal doncella
perteneciente a los grandes linajes. En otras ocasiones, simplemente, la dama era
un estorbo. ¿Dónde ibas a colocarla entre tanta espada, mosquete, ballesta y alabarda?
Inés de Atienza, hija del conquistador Blas de Atienza
casó con el encomendero Pedro de Arcos de quien enviudó a mediados del siglo XVI
por orden del virrey Antonio de Mendoza, que la reclamó para su sequito,
perturbado por una belleza que se nos atestigua como espectacular. Ese imán de
atracción irresistible también deslumbrará al capitán Pedro de Ursúa, que la llevará
consigo en busca de Eldorado, bajando el Amazonas. Lope de Aguirre, el loco
Aguirre, urdirá un complot que liquidará a Ursúa; a partir de aquí, la presencia
de Inés provocará una progresión de asesinatos y revueltas; los capitanes chapoteaban
en un charco de sangre, ansiosos por poseer la sublime belleza.
revueltas cortadas por Lope de Aguirre con su habitual
crueldad: Inés fue muerta, acusada de intentar provocar la ruina del viaje y de
prostituta 25.
¿Hablamos ya de la mujer de Cortés? ¿Debemos tocar el
tema de la mujer del famoso Cortés? La mujer de Cortés, la pobre futura mujer
de Cortés, estaba en el banquete nupcial de Ana de Cuellar, como criada suya que
era. Y Cortés, que allí era alguien, también. Sentado a la vera de Docampo, su
querido amigo de Azua y de mil cabalgadas, el tipo del vino. Excitantes confidencias
de la borrachera. Seguro que intercambiarían alguna maledicencia alcohólica sobre
Catalina Suárez Marcaida, “se pasa el día sentada en el estrado, no da un paso
que se cansa”.
No debe juzgarse injustificado que traigamos aquí a
colocación lo de la mujer de Cortés; la posibilidad de que se chismorrease
de una mujer muy bella en un banquete en el que tuvo asiento Docampo es muy alta
y ¿de quién va esta biografía? ¿Eh?
Catalina Suárez Marcaida llegó a Cuba al servicio de Ana
de Cuellar; era una bonita granadina (Gómara dixit y le adjudicamos el lote: ojos
carbonosos y gracejo andalú) que, junto a tres hermanas, había embarcado
su hermano Juan a Indias para colocarlas entre conquistadores. Cortés, a quien
no se escapaba ni una del grupo de las bonitas, no tardó en hacerla su amante.
Cuando se cansó, quiso dejarla deportivamente, pero ella acudió a Velázquez, prendado
de otra de las hermanas, exigiendo el cumplimiento de la palabra de matrimonio.
Moralista en casa ajena, Velázquez no lo liberó de la prisión hasta que salió
como legítimo esposo: Cortés recibió un duro golpe en su orgullo al verse casado
con una antigua sirvienta, que tal lo había sido en casa del secretario
Aguilar. Ya se dijo antes que Cortés tenía un acendrado punto de honrilla. Es probable
que Velázquez utilizase la boda para bajar los humos a un hombre en exceso ambicioso;
Cortés en infantil venganza se negará a cohabitar durante años. Con esta.
Teletransportémonos ahora al Banquete de la Victoria
sobre los Mexicas, agosto de 1521, en Coyoacán, un pueblo por cuyas calles vagan
apenas unos cuantos zombis demacrados, lo que queda de los orgullosos guerreros-águila
y guerreros-jaguar aztecas. Cortés ha conquistado un imperio que cuadruplica la
metrópoli y celebra el triunfo como un emperador romano: había mamado la cultura
clásica en los bancos de la Universidad de Salamanca, por donde era bachiller.
O casi. La borrachera celebrada sobre las ruinas de Tenochtitlán será homérica.
A los pocos días la flor de su harén, la sagaz Malinche que había creado el puente
entre las lenguas náhuatl y castellana, bendijo a Hernán con un varoncito.
En este contexto, se produce el contrapunto de acrimonia:
se presenta la legítima, procedente de las islas. Cortés hace de tripas corazón,
la recibe educadamente. A los pocos días, tras un nuevo sarao, vino y baile, Catalina
Suárez Marcaida perece, no bien entrada al dormitorio conyugal. Al banquete,
uno más de la cadena ininterrumpida de festejos, habían asistido numerosos invitados;
hubo profusión de viandas, corrió el vino, sonó la música; los maestros de danza
habían dirigido el baile. Catalina había bailado hasta cansarse y los que la vieron
dijeron que estaba alegre como una niña. Concluida la fiesta, se había retirado
a sus habitaciones.
El juicio se celebrará seis años más tarde, a demanda
de la madre de la Marcaida, y ruego que se me permita salpicar aquí un popurrí
de los testimonios que se prestarán en estrados. Sería aburrido encajar en el texto
toda la tediosa parla procesal.
*Ana Rodríguez, su camarera: “Ambos cónyuges hacían
vida maridable”; “Durante la cena se mostró alegre y no parecía estar enferma”;
“Ella, como camarera, ayudó a doña Catalina a desvestirse y la dejó en su cama sana
y salva”; “Se retiró a su aposento a dormir y al poco rato llegó una india a avisarle
que Cortés la llamaba… encendió una vela”; “Ella fue la primera en entrar y encontró
que Catalina estaba echada sobre un brazo de su esposo, quien la llamaba pensando
que estaba amortecida”; “Cortés: creo que es muerta mi mujer”; “Los miembros de
la guardia no habían escuchado discusión ni ruidos extraños”; “Una india le había
entregado unas cuentas de oro de un collar de Catalina, recogidas junto a la cama”;
“La cama estaba orinada”; “La muerta tenía en el cuello unas marcas”; “Cortes: la
había asido por el cuello para hacerla recordar cuando se amorteció”.
Defensor de Cortés: Catalina sufría episodios de amortecimiento
o catalepsia y el remedio más a mano que encontró Cortés fue apretarle el
cuello.
*Violante Rodríguez, dama: Insiste en los cardenales en
el cuello. Cortés insiste en haberla asido por ahí en un intento de hacerla recobrar
el sentido.
*María de la Vera, otra: Insiste en lo de “quebradas o
derramadas las cuentas de un collar” y en lo de la “cama orinada”.
*María Hernández (amiga): Había danzado… se recogió a
las diez, murió a las once… Oyó doblar campanas… por Catalina. “Al momento sospechó
que éste —Cortés— la habría matado, pues ella y Catalina se conocían desde Cuba
por lo que conversaban mucho, y es así como la difunta le habría hecho saber la
mala vida que le daba, quien muchas veces durante la noche la echaba de la cama.
Este le habría dicho que algún día la encontrarían muerta”. Que Hernán Cortés
habría muerto a Catalina “por casar con otra mujer de más estado”.
*Allegado a la casa: “Los ojos abiertos y salidos
fuera, como persona que estaba ahogada; y tenía los labios gruesos y negros y asimismo,
dos espumarajos en la boca, uno a cada lado, y una gota de sangre en la toca,
encima de la frente, y un rasguño entre las cejas 26”.
Las pruebas no se estimarán concluyentes. Cortés obtuvo
declaraciones francamente exculpatorias, como la de la camarera Juana López, que
no vio las famosas marcas y recordó que la gargantilla se había roto ya por la
tarde. Pesó en el ánimo de los jueces, la gran pena que invadió a Cortés, cuyos
sollozos tuvieron que ser consolados por fray Olmedo. Eso no se finge. O sí.
Aquí, cinco siglos después, tampoco podemos atrevernos
a emitir veredicto. ¿O sí? ¿Existe una duda razonable?
Poco después Hernán Cortés, ahora llamado marqués del
Valle, contraerá matrimonio con doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, hija de
del conde de Aguilar, sobrina del duque de Béjar, excelentísima persona muy
apropiada para su nuevo palacio almenado en Cuernavaca.
Velázquez, por su parte, suspiraba de amores por una
sobrina del arzobispo Fonseca, factótum de Indias.
Esas son mujeres, estúpidos.
Por contraste, el tercer almirante, Luis Colón, el hijo
de Diego, era muy aficionado a las esposas legítimas: se casó con tres, lo que
pasa es que seguidas, sin descasarse de las anteriores. Condenado por bígamo, cumplió
pena de diez años de reclusión en el presidio de Orán. Por una curiosa argucia
procesal de la que no me acuerdo bien, consiguió evitar la acusación de trígamo,
algo así como que el 2º matrimonio era nulo porque ya estaba casado. Sólo cuentan
dos. Los huesos del primer almirante tuvieron que haberse removido en su tumba
viajera. Sic transit gloria mundi.
Volviendo al tema de las esposas legítimas. Del relato
de las cuitas matrimoniales de la fraternidad masculina de Azua (Velázquez-Cortés-Campo),
no deberían faltar el de las del gallego, pero creo que un problema hematológico
se las pudo haber ahorrado. La elegida debería haber sido una Sotomayor o una Moscoso;
aunque no fuesen muy legítimas, por lo menos sería algo aceptable. Fortuna no le
faltaba; y en cuanto a linaje, el pretenderse un Campo y no ser contradicho por
el conde de Altamira, entre gallegos, basta. Tenemos fuertes indicios de la familiaridad
de las buenas mozas de la familia Sotomayor con Campo: ahí están los poderes. ¿Qué
pasó? Bueno, estoy seguro que el romance y procreación con una miembro de la
comunidad marrana no ayudó mucho. La sospecha de ser cristiano nuevo, aunque
fuera por parte de madre, disminuía bastante el sex appeal. Puede que en su
viaje final a Sevilla tuviese intención de tratar eso; entre faldas, anduvo. Al
final, ninguna lo será ante Dios, pero Sebastián se portará bastante decentemente
con todas las mujeres con las que tuvo cargo a las que dotará generosamente.
Esos cargos solían estar revestidos de pañales orinados, por la parte de abajo,
y exhalar mocos y babas, por la de arriba.
Y mando a Ana García, vecina de esta ciudad en la colación
de Santa María, en la Cestería, hija de Diego Sánchez, veinticinco castellanos
de oro por cargo que le soy, los cuales mando que le sean pagadas de las dichas
deudas de las Indias 27.
Ana de Cuellar no dejará mucho recuerdo ni muchos
remordimientos: su padre, cinco años después, aceptará un empleo de contador en
Asunción de Cuba, de manos de Velázquez. Sus lujosos vestidos serán subastados
y adquiridos por María de Valenzuela, la esposa de Pánfilo de Narváez quien “después
de él (Velázquez) tenía en la isla el primer lugar 28”.
La Valenzuela era otra de las damas de la inagotable corte de María de Alba, la
reverenciada esposa de Diego Colón, esta sí de insuperable linaje. Su marido,
Pánfilo, por estas fechas completaba la conquista de Cuba y hará asistir a Docampo
a unos hechos horrorosos, un capítulo en su vida que se repite como una maldición
bíblica, Gomera, Tenerife, Higüey, pero de los que en ningún caso será instigador.
No hay que descartar que Velázquez tratase de poner ante los ojos del gallego un
caso práctico de como se deben hace las cosas, ante el encargo que se disponía
a solicitarle. Hay cosas que un conquistador jamás le dirá a otro, basta asomarse
al río de sangre para saber a que atenerse.
Narváez “hombre de persona autorizada, alto de cuerpo,
algo rubio que tiraba a rojo, honrado, de buena conversación y costumbres, pero
no muy prudente y algo descuidado 29”, tenía en su
hoja de servicios hechos notables, como haber repelido un ataque de siete mil
siboneyes, cuyas filas rompió cabalgando sobre ellos con su yegua. Él sólo contra
siete mil. El Guinness. Récord bélico absoluto de todos los tiempos. El sólo, al
que habían sorprendido durmiendo. Lo que más se destaca de esta hazaña es que, encima,
iba descalzo de un pie, de las prisas por subir a su montura en duermevela. Ahora,
a principios de 1513, se le encomendará la campaña de sometimiento de los núcleos
autárquicos centro-orientales de Cuba al mando de cien castellanos, entre los
que se contarán el imberbe Grijalba, fray Bartolomé de Las Casas cuya conciencia
estaba en plena transición, de encomendero a ángel de los indios, e incluso el propio
Campo. “Ocampo se reunió a éste para recorrer la provincia de Santiago de Cuba”,
dice Guiteras. Una buena parte de la hueste provenía de las dos carabelas del
gallego, que actuaba en servicio del rey; pero ya no tenía el primer lugar, ni
siquiera el segundo.
La tropa penetrará pacíficamente en el Camagüey, en
parte por la impotencia de los indios frente a un desfase militar de milenios;
en parte gracias a una medida que, pudiendo parecer descarnada, en aquel contexto
era humanitaria: los pueblos se dividían a la mitad, concentrando a sus vecinos
en una y asentando a los españoles en la otra. Los indios salían a los caminos
para pasmarse ante las yeguas, como si fueran neoyorkinos viendo desfilar a Gualaar
o romanos corriendo a la vía Apia para ser testigos de un desfile de centauros.
Lo que sucedió al llegar al pueblo de Caonao lo contará
fray Bartolomé de Las Casas en plan testigo, tan directo, que afirma haber sido
salpicado por la sangre y los sesos; a cada lector pueden impresionarle unas frases
u otras; el resto de la historia, al que le interese completa, está reproducido
en muchos sitios.
(…) Llegaron por la mañana al pueblo de Caonao, parándose
a almorzar en un arroyo seco el cual estaba lleno de piedras amoladeras y se les
antojó a todos afilar en ellas sus espadas; y allí trajeron algunos indios de los
pueblos algunas calabazas con agua, pan cazabi y mucho pescado. Estaban en la plazuela
unos dos mil indios, sentados en cuclillas mirando a las yeguas pasmados. Contiguo
había un bohío o casa grande, donde estaban otros quinientos indios que no osaban
salir.
Súbitamente sacó un español su espada y luego todos, ciento,
sus espadas y comienzan a desbarrigar y acuchillar y matar a aquellas ovejas y corderos,
hombres y mujeres, niños y viejos, que estaban sentados descuidados, mirando a
las yeguas y los españoles, pasmados; y dentro de dos credos no quedó hombre vivo
de los que allí estaban. Entran en la casa grande y comienzan lo mismo, a matar
a cuchilladas y estocadas cuantos allí hallaron, que iba el arroyo de la sangre
como si hubieran muerto muchas vacas; algunos de los indios se subieron por las
vigas y el enmaderamiento y así escaparon.
Entrando fray Bartolomé en la casa grande, viendo muertos
a los que allí estaban y los que, por las varas arriba y enmaderamiento habían
escapado, les dijo: “No más, no tengáis miedo, no habrá más”. Con esta seguridad
descendió un indio, mancebo de 25 o 30 años, llorando. Fray Bartolomé, sin reposo
tuvo que salir. Tan pronto como el mancebo descendió un español que estaba por
allí sacó un alfanje o media espada y le dio una cuchillada por los ijares que
le echó las tripas para afuera, como el que no hace nada. El indio, triste, coge
sus tripas con las manos y sale huyendo; a la salida se topa con fray Bartolomé,
que lo reconoció y le dijo que “si quería ser bautizado iría al cielo a vivir con
Dios” 30.
Los nativos no siempre encontraban satisfactoria la salvación
por vía celestial. Durante la primera campaña de Cuba, 1512, el cacique Hatuey mantuvo
este diálogo con el padre Olmedo, que le conminaba al bautizo al pie de la hoguera:
“¿Los españoles también van al cielo al morir?”; “Si”;
“Entonces no quiero ir allí, sino al Infierno, para no estar donde estén y para
no ver tan cruel gente” 31.
El siboney de Caonao optó por la solución contraria. Si
hemos de creer a Las Casas, la muerte rápida no era tan mal negocio.
(…) A uno que dijeron que era hermano del rey, alto de
cuerpo y con aspecto de señor, de una cuchillada que le dieron en el hombro derecho
le derrocaron todo el costado hasta la cintura, de manera que, estando sentado en
el suelo, tenía en tierra todo el lado y la asadura y las tripas; y cuanto hay en
lo hueco se le veía como si estuviera en una escarpia colgado. Habiendo sido herido
el sábado, estuvo hasta otro sábado sentado en tierra, con su lado caído, sin
comer salvo beber a cada rato por la sequedad que le causó la sangre; y en ese
estado, vivo, lo dejaron los españoles que partieron al siguiente sábado 32.
El dominico hizo su propia encuesta sobre las causas
de la tragedia. Algunos sospecharon que la forma en que los indios se regodeaban
en la visión de las yeguas era una muda contraseña para iniciar la rebelión.
Otros, más imaginativos, confesaron que había excitado su suspicacia “unas guirnaldas
de unos pescados llamados agujas que traían puestas en las cabezas, que eran
para darles con las cabezas y abrazarse luego a los españoles y, con unas cuerdas
que traían ceñidas, atarlos”. Concluye Las Casas que “es verdad que ni arco ni
flecha ni palo ni cosa que supiese a armas se vio. La causa no fue otra sino su
costumbre (de los españoles) de no se hallar sin derramar sangre humana”. Y responsabilizará
en primera persona a don Pánfilo de Narváez:
Y es también verdad que si, a mayores de los 2.000 indios
que parece que había allí, hubiera 40.000 más, sólo Narváez con su yegua a todos
los matara, como sucedió con los indios de Bayamo, cuanto más estando con él tres
o cuatro de a caballo, con sus lanzas y adargas en las manos 33.
Puede parecer una exageración, pero lo cierto es que
la diferencia cultural y tecnológica de cinco o seis milenios, posibilitaba tamañas
victorias, a menudo de un centenar sobre docenas de miles. “Luego que los indios
hacen cara con un gran griterío, son de los españoles lastimados con las espadas
y, pero aun, con los arcabuces y alcanzados por los caballos… (sus flechas) no mataron
ni hirieron jamás a alguno 34”. Ejemplos son los de
Cortés en Cholula, Alvarado en el Templo Mayor o el supuesto más característico,
Pizarro en Cajamarca, en que bastaron unos cañonazos para que enloqueciera la
multitud desnuda y se aplastara a sí misma, unos sobre otros, contra los muros del
recinto. Resultado: Un herido leve en un dedo frente a 10.000 muertos. Nos preguntaremos
si las degollinas tenían algún sentido militar, dejando aparte la consideración
humana, sólo importante para los que pertenezcan a la especie homo sapiens.
La respuesta es afirmativa. Las masacres tenían un objetivo
político-militar muy concreto: la sumisión instantánea de un pueblo, una nación
o un imperio a un conquistador que se la jugaba a todo o nada; a su retaguardia,
otros conspiraban para robarle la presa.
Cortés, que se alzará con el imperio mexicano, sentirá siempre a su espalda
al aliento envenenado de Velázquez desde Cuba, pronto a segarle la hierba bajo
los pies; Diego Velázquez se siente en riesgo por la eterna pugna entre colombinos
y realistas, mientras a su vez avizoraba el premio gordo: México-Tenochtitlan. Tras
la masacre de Caonao, quedó partido instantáneamente el espinazo de la tibia
resistencia cubana:
Sabida esta matanza por toda la provincia no quedó mamante
ni piante que, dejados sus pueblos, no se fuese huyendo a la mar y a meterse en
las isletas que por aquella costa hay infinitas… y tanto miedo cayó en ellos y
con tan justa razón que no solo quisieran esconderse en las isletas, que si pudieran
lo harían debajo de las aguas para huir de gente que con razón juzgaban crudelísima
y más que inhumana 35.
¿Los muertos? Fray Bartolomé da 800 pero sus cifras son exageradas pues, reiteramos, es un abogado acusador que defiende una tesis en estrados, sin importarle mucho la verdad. Pongamos la mitad de la mitad. Esa parte, el terror, fue la etapa de la conquista que el vengativo Diego Colón sustrajo al mando de Docampo. Puede que si el gallego hubiera tenido la vara de mando, hubiese incurrido en una de aquellas degollinas, puede que no. O puede que un meteorito hubiese acabado, de golpe, en ese momento, con la raza humana, como les sucedió a los dinosaurios. Pero esas son cosas que no han sucedido. Las Casas culpó de la matanza a Narváez, a quien envió al diablo, aunque me temo que jamás le negó la comunión.
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