martes, 14 de junio de 2022

¿SE DEBE Y/O SE PUEDE LIQUIDAR GANANCIALES EN LAS PARTIJAS GALLEGAS?

1.-¿SE DEBE Y/O SE PUEDE LIQUIDAR GANANCIALES EN LAS PARTIJAS GALLEGAS?

2.-CAMPEONATO DEL MUNDO 6 METROS EN SANXENXO

3.-DOCAMPO VERSUS COLÓN



 1.-SE DEBE Y/O SE PUEDE LIQUIDAR GANANCIALES EN LAS PARTIJAS GALLEGAS

La consulta la hace un atribulado heredero particional galaico a quien la registradora deniega la inscripción por sí sólo de su cupo con el argumento de que "no se ha liquidado la sociedad conyugal". Debo decir que no es de extrañar dicha calificación: después de haber empollado de cabo a rabo el Código Civil se produce una especie de lavado de cerebro uno de cuyos efectos es el "control total de las comunicaciones con el mundo externo". Lo he padecido a nivel delirium tremens.


El caso se trata del típico testamento conyugal coincidente (no necesariamente mancomunado: no lo era). Ambas herencias están deferidas y la disposición era tal que así:

EL PADRE

"CUPO NÚMERO UNO, PARA EL HIJO JUAN:

1.-La casa nº 23 de la c/Sombras, en Castroforte.

2.-Labradio Vidueiros.

3.-Herbal "Nabal de Valiño.


CUPO NÚMERO DOS, PARA LA HIJA ROSALÍA:

1.-Solar en Vilanova del Baralla;

2.-Prado, labradio y monte Os Forcados".


LA MADRE

"CUPO NÚMERO UNO, PARA EL HIJO JUAN:

1.-La casa nº 23 de la c/Sombras, en Castroforte.


 CUPO NÚMERO DOS, PARA LA HIJA ROSALÍA:

1.-Labradio con casa rústica Porteliña do Medio

2.-300 participaciones sociales de Forrajera del Letes S.L."


La casa 23 en c/Sombras es ganancial. Los demás bienes son privativos por herencia de los respectivos adjudicantes. Cuando Juan se presenta en el registro a inscribirla (en el testamento particional cada cual por sí puede posesionarse de los bienes le han sido ya adjudicados por el propio testador) se le califica que no puede hacerse en tanto no se liquide la sociedad de gananciales, explicándole amablemente el oficial que "en teoría" se podría adjudicar al 100% a Rosalía, por lo que no habría de que para Juan.

¿Es así?

Entiendo que claramente no, puesto que no se puede liquidar lo ya liquidado ni revivir a los muertos, salvo el día que suene la trompeta anunciando la Resurrección. La Ley gallega en estos casos, establece preceptivamente:

-Cuando existe disposición conyugal coincidente y ambas herencias estén deferidas, se produce la liquidación automática del concreto bien ganancial de que se trate al 50% indiviso. Es decir, no se puede liquidar al 100% para uno y compensar al otro, salvo resucitando a los difuntos y volviendo entonces a aportarlo a la sociedad conyugal, para liquidarlo entonces a la carta. Tampoco, por ejemplo, se puede adjudicar a uno el 75% y el 25% a otro. Esta es una de las excepciones, y no la única, al régimen de la sociedad de gananciales en el derecho de Galicia;

-En caso de duda, se entiende que la disposición afecta a la parte y derecho respectiva (toda vez que cada uno de los esposos tiene también la posibilidad de disponer por sí sólo de la totalidad de un bien ganancial. Pero ahora, ese no es el tema).

Por lo tanto, en el caso consultado, entiendo que Juan ha recibido sendas adjudicaciones particionales de un 50% indiviso de un bien concreto en comunidad romana, una por parte del padre, otra de la madre. No precisa para nada la presencia de Rosalía ni para posesionarse, no para registrar a su nombre la totalidad de la finca.


¿La solución? Para evitar el peñazo de un recurso, se requirió el consentimiento de Rosalía que consintió otorgar un paripé de liquidación, con el mismo resultado que el prescrito obligatoriamente por la ley. No es que se llevasen mal pero, tal como los padres habían previsto, los hermanos no cruzaron palabra. Una calificación más atinada hubiera evitado un mal trago.

Por ponerlo de una forma gráfica, en el Derecho Común (Código Civil) se puede disponer de la mitad de los bienes gananciales en abstracto, pero de ningún derecho en concreto sobre un bien cierto y determinado, si no media previa liquidación de la sociedad conyugal; por el contrario, en el Derecho de Galicia se puede disponer de mitades indivisas de bienes gananciales concretos, sin que sea lícito liquidar la sociedad conyugal en cuanto a los mismos. En el primer caso la liquidación se prescribe; en el segundo se proscribe. 

Paso los artículos de la L.G: especial atención al 207.2.2º.


Artículo 205.

1. La disposición testamentaria de un bien ganancial podrá realizarse como de cosa ganancial o como del derecho que al testador le corresponda en el mismo.

2. En caso de duda se entenderá que la disposición testamentaria de un bien ganancial fue realizada como del derecho que al testador le corresponda en el mismo.


Artículo 206.

Cuando se disponga de un bien por entero como cosa ganancial habrá de hacerse constar expresamente este carácter y la disposición producirá todos sus efectos si el bien fuera adjudicado a la herencia del testador en la liquidación de gananciales. Si ello no fuera así, se entenderá legado el valor que tuviera el bien en el momento del fallecimiento del testador.


Artículo 207.

1. Cuando se adjudica o lega el derecho que corresponde al testador en un bien ganancial la disposición se entenderá referida sólo a la mitad de su valor.

2. No obstante, la disposición se entenderá referida a la mitad indivisa del bien:

1.º Cuando el cónyuge sobreviviente o sus herederos lo acepten.

2.º Si ambos cónyuges hubieran realizado la disposición de forma coincidente y ambas herencias estuvieran deferidas.








2.-CAMPEONATO DEL MUNDO 6 METROS EN SANXENXO

La clase seis metros son los Van Gogh de los veleros, por ello el domingo pasado el muelle Juan Carlos I de Sanxenxo era una especie de Museo Thyssen con olor a salitre.  Sus diseños no pueden dejar indiferente a ningún aficionado a la Bauhaus o Mies van del Rohe, enamorado de sus perfiles de flecha, sus curvas suaves, el dinamismo de sus estampas, aun fondeados. Naturalmente miden tan exactamente los seis metros como puede mensurarlo una vieja medida inglesa basada en saltos de pulgas o bailes de hormigas: para los aburridos, digamos que la eslora real es de cerca de doce metros. Naturalmente, sus propietarios los miman, los niquelan, los barnizan y la sacan brillo con una gamuza especial: conservados o restaurados, existen hasta 450 modelos antiguos, muchos de los cuales hemos tenido la fortuna de admirar recientemente en Sanxenxo. Quizá para el público en general el más conocido sea el Bribón (actualmente Bribón XVII), un seis metros de once metros construido en O Grove según diseño por los arquitectos navales Kouyoumdijian y Cela cuyas singladuras, estoy seguro, se siguen estos días con pasión desde Abu Dabi.

Nunca he estado seguro de que es lo más importante, si
el mar o el ciclismo. Por si acaso, ahí va la vista desde la
cima tras una ciclo-escalada al Castrove.

Es O Grove, donde se construyó el Bribón XVII






3.-DOCAMPO VERSUS COLÓN

El tema del capítulo 8 del libro III es la participación de Docampo en la segunda fase de la conquista de Cuba (1513), ahora bajo las órdenes de Diego Velázquez y Pánfilo de Narváez. Le pasará de todo, como siempre, pero hemos seleccionado este fragmento porque se extiende sobre una práctica muy frecuente entre conquistadores: no se crea que la masacres eran plato reservado a los indígenas. Las mujeres blancas, españolas y cristianas también tenían de que temer, mucho de que temer...


Campo estaba bien informado de lo que se cocía en Baracoa y no venía tan sólo a parlamentar con Velázquez. La prueba delatora es el vino. ¿Cómo es que no ha vendido hasta la última gota en Darién a precio de oro? Los indicios apuntan a que venía a una boda en la que se iba a producir una importante concentración de realistas. Aparentemente, era un buen camarada confortando así a sus conmilitones del partido del rey, incluso, se diría para sí, sacrificando personalmente el altísimo honor de arrodillarse ante Fernando ofreciéndole el mar del Sur. Si, era una buena pieza disimulando tan mal su propósito al venir aquí. Se trataba de un último intento de recuperar lo que era suyo. Prematuramente envejecido, Campo participará con su compañía en la campaña del 13 sometiéndose órdenes de Narváez. Pero lo hará por algo. Recordando la cita de Guiteras:

 

En nuestra opinión este marino (Docampo) siguió al servicio de Velázquez y tomó parte en la conquista del interior de Cuba al mando de Pánfilo de Narváez.

 

Con Cortés confraternizaría enseguida. Docampo añoraría aquellas relajadas jornadas de pesca en la playa de Monte-río con su compañero de armas en Higüey, de encomienda en Azua. Un total de veintitantos vecinos españoles tienen que haber propiciado unas relaciones muy íntimas. Ahora podría demostrarle otra vez su amistad, aportando nervio militar al nuevo bojeo que se anunciaba. Hernán se había apuntado a la aventura cubana como sobrino y protegido de Velázquez, pero ya se las habían tenido tiesas por la obsesión del gobernador de atar muy corto a los ambiciosos. El desafío le había costado a Cortés el dudoso honor de haber estrenado la cárcel cubana.

 

Y allí se encontraba (Cortés en Azua) cuando da comienzo la ocupación de Cuba, siendo entonces designado tesorero por Miguel de Pasamonte, el agente que se encargaba de controlar a Diego Colón 13.

 

Cortés, un tipo alto, pechudo, de barba y melena rubias, destacaba por su sociabilidad contagiosa y ya no era uno más en Cuba. En su querido latín repetía a sus íntimos que fortuna audaces iuvat, lo que los menos estudiados le traducía como que estaba dispuesto “cenar con música de trompetas o morir ahorcado”. Pero no era el único realista emboscado, dispuesto a pegar una patada a las anticuadas estructuras colombinas: dentro de poco iba a producirse aquí una buena concentración. La ocasión la pondría una boda y, no por casualidad, Docampo había traigo consigo buen acopio de vino.

 

Desde a poco tiempo vinieron a Diego Velázquez nuevas como había llegado al pueblo y puerto de Baracoa Cristóbal de Cuellar, tesorero de aquella isla y que había sido contador de esta, con su hija María de Cuellar que había traído consigo María de Toledo, mujer del almirante don Diego; tenía ya concertado con Diego Velázquez por cartas de dársela por mujer y él recibirla. Este Cristóbal de Cuellar era hombre muy prudente en cuanto a las cosas de este mundo, y había servido al príncipe don Juan de darle la copa cuando había de beber…

Así que sabida de Diego Velázquez la venida del tesorero Cristóbal de Cuellar y su hija que traía para dársela por mujer, se despachó de allí (Bayamo) para ir a celebrar sus bodas y dejó con cincuenta hombres a Juan de Grijalba por capitán, mancebo sin barbas aunque mancebo de bien 17.

 

Con que a los pocos días de atracar Docampo en Cuba, da la casualidad de que desembarca otro de los miembros más sólidos del partido del Rey y que él de Tuy trae el vino para la fiesta. Cristóbal de Cuellar, contador de Indias, el ojo derecho de Pasamonte, acompañado de su hija. Diego Velázquez está constreñido por cartas de esponsales a contraer matrimonio con Ana de Cuellar. Era esta una más de las damas de honor de la sedicente corte virreinal de María de Toledo, una corte cuyas ínfulas de lujo había cortado en seco una pragmática real, excitada por las machaconas denuncias de Campo y los demás continos:

 

no se pudiese traer ropa alguna de brocado, seda, ni chamelote de seda, ni cendalí de seda, ni tafetán, ni botines… 18

 

 En su momento, la novia le había convenido, pero, de una parte a estos días, convertido en casi emperador de Cuba, Velázquez alardeaba en las tertulias de un proyecto de boda mucho más ambicioso: nada menos que con una de las sobrinas del obispo Fonseca, el factótum de Indias. Su entusiasmo ante el desembarco de Anita sería perfectamente descriptible. No habrá reporteros en la boda; pero a través de uno de los invitados de fijo, Hernán Cortés, podemos especular cual sería el tono del festejo, comparándolo con uno organizado por el propio Cortés. La fórmula del éxito nupcial en Indias era el triduo: vino, cochinillo y danza.

 

contaba con puercos y vino en abundancia, traídos por un navío… no había asientos ni mesas puestas para la tercia de soldados y capitanes, y hubo mucho desconcierto… el vino corrió generosamente y hubo una borrachera descomunal, con algunos caminando sobre las mesas… una vez que se alzaron los manteles, salieron a danzar las damas… 19

 

Campo vestiría una de sus dos camisas de Ahetí, a veinte reales cada una, y los zapatos de siete reales y cuatro pesos de oro 20. Mejor ocasión para lucirlos, imposible.

 

Antes de cumplirse una semana de la boda ocurrirá lo inimaginable. O sí.

 

Llegado Diego Velázquez a la villa de Baracoa, un domingo celebró sus bodas con grande regocijo y aparato, y el sábado siguiente se halló viudo porque se le murió la mujer, y fue la tristeza y luto más que la alegría había sido, doblada 21.

 

Nos morimos de curiosidad por saber algo más de este Diego Velázquez, antes de mandar a la policía a investigar. Había llegado a Indias “enfermo y pobre”; pero su participación en las empresas de Higüey y Xaragua y el cargo de adelantado en La Española, le valdrán sus buenas encomiendas y una vida “muy a la larga 22”. Quizá él no considerase exagerada la nómina de caciques con sus respectivas tribus que se le repartieron en La Española, pero si hubiese un guateque de guatiaos y alguien gritase ¡Velázquez!, respondería una pequeña multitud: 3 de Santo Domingo, 1 de Puerto Real, 3 más de La Maguana, otros 3 de la Vera Paz y 2 de remate en Yaquimo. Todos llamados Velázquez o Diego Velázquez. Emparentado con los caciques a través de sus hijas y rodeado de mancebas y criadas tainas, su tren de vida era el de un sultán. Banquetes y orgías acabaron con el buen tipo de su juventud, en realidad se volvió todo lo contrario; y, si damos crédito al retrato de la galería de Estampas, la apariencia de labios y órbitas como bistecs hacía que distara de ser un Adonis.

 De rebote, le había llegado la máxima bicoca. El segundo almirante, Diego Colón, había intentado adjudicar a su tío Bartolomé Colón la empresa de Cuba; la corona soltó unas blasfemias irreproducibles y el peticionario tuvo que bajar el penacho de su yelmo a ras de suelo. Si no podía ser un Colón, al menos mejor un Velázquez que uno de los de la bobadillada. La conquista de la isla consistirá en una serie de cabalgadas, como las llamará Cortés en un rasgo de honradez, para no degradar la categoría batalla. Según Las Casas, no habrá ni una sola baja del lado español; sometidos o convencidos a raíz de las operaciones de Campo, todos los caciques se habían declarado de paces excepto uno, Hatuey, que pronto arderá en la pira. Las crueldades sin sentido militar, que las habrá, las dirigirá Pánfilo de Narváez, aquel “alto cuerpo, algo rubio, que tiraba a ser rojo”, un hombre que, con una sola palabra, ¡vamos!, establecía de inmediato su jerarquía. Cuellarano también (la cosa iba de clanes), morirá en 1524, dicen que de furia al no haber podido controlar a Cortés que le levantará de delante de las narices el inmenso imperio Mexica. Pánfilo también será casado con otra dama del inagotable séquito de la virreina, María de Toledo. María de Valenzuela, que tal se llamaba, se quedará con los vestidos de la prematuramente muerta Ana de Cuellar y sobrevivirá a cierta enfermedad fulminante que atacaba a las que se casaban con un conquistador cuyo virus la ciencia aún no ha conseguido descubrir.

 

Hay algo que tengo que contar relativo a cierto encargo náutico con el que Campo se va a topar nada mas llegar a esta corte cubana. Pero me cuesta trabajo dejar pasar sin más el tema de la morbilidad de las conquistadoras. ¿Importaría que hiciésemos aquí una digresión? Creo que sólo así dentro de unas líneas, calmada esta pequeña ansiedad, podremos dedicarnos con más concentración a las aventuras del gallego. Uno no se queda tranquilo pasando página sin más ¿qué pensar de todo esto, que pensar de la muerte de Ana de Cuellar? La verdad es que no deberíamos acusar sin pruebas. Aunque un gallego desconfiado no puede pasar por alto los indicios que resultan de de cierta secuencia reiterada de muerte súbita de españolas, cristianas, venidas de la península, cuando se volvían especialmente irritantes. Se ha escrito mucho del tema, a veces sin razón, pero podemos especular, ¿quién nos lo prohíbe?, con las causas de tan inopinada mortandad.

 

Está la tesis erótica.

 

La joven, educada en la más rigurosa disciplina cristiana por sus preceptores cuellaranos, había ido como dama de compañía de la virreina doña María de Toledo de la familia de los de Alba y oficiaba en la pequeña corte de don Diego Colón… entre las posibles causas de la muerte de María no es descartable suponer que pereciera ante el ímpetu amatorio de don Diego que, hecho al fornicio salvaje con las hembras nativas, resultó excesivo para su frágil y virginal esposa cuellarana 23.

 

Semejante argumento, sin duda sería bueno para una época que atribuyó el deceso del príncipe heredero, Juan, a un exceso de actividad genésica, cuando fue arrojado en brazos de una poderosa alemana, Margaret von Augsburg. Creo que al presente es descartable de oficio pues es un hecho universalmente comprobado que los jóvenes aguantan lo que se les eche, aunque los veteranos deban recurrir al viagra. Tampoco debió ser eso lo que mató al príncipe Juan: las tesis más modernas achacan el óbito al régimen que le prescribieron los médicos isabelinos a base de carne de tortuga podrida.

 

Las Casas, sin reparar en la enormidad, echa la culpa al Jefe, a Dios:

 

Parecía que Dios quiso para sí aquella señora, porque dicen que era muy virtuosa, y quiso prevenirle con la intempestiva muerte, porque quizás con el tiempo y la prosperidad no se trastornara 24.

 

 No, en serio, hagamos un breve repaso por la práctica del feminicidio en Tierras de Conquista, sobre todo porque aquí mismo, a la vista de los comensales, puede que se esté tramando otro que, dentro de unos años, hará saltar los esquemas de los aficionados a los mitos. Centrando el tema, es evidente que hablamos de españolas y cristianas; las indígenas estaban demasiado abajo en la escala social para que nadie se preocupase si interrumpían la práctica de la respiración. ¿Cuál era el móvil? ¿Por qué habían de matarlas? Bueno, a menudo el conquistador se había engrandecido, sojuzgado un imperio y veía que su cónyuge plebeya de los años duros se le había devaluado. ¿A quién importaba una mísera dote de unos miles de maravedís? Si conseguía librarse de la costilla, podía aspirar a la mano de una ricahembra, una virginal doncella perteneciente a los grandes linajes. En otras ocasiones, simplemente, la dama era un estorbo. ¿Dónde ibas a colocarla entre tanta espada, mosquete, ballesta y alabarda?

Inés de Atienza, hija del conquistador Blas de Atienza casó con el encomendero Pedro de Arcos de quien enviudó a mediados del siglo XVI por orden del virrey Antonio de Mendoza, que la reclamó para su sequito, perturbado por una belleza que se nos atestigua como espectacular. Ese imán de atracción irresistible también deslumbrará al capitán Pedro de Ursúa, que la llevará consigo en busca de Eldorado, bajando el Amazonas. Lope de Aguirre, el loco Aguirre, urdirá un complot que liquidará a Ursúa; a partir de aquí, la presencia de Inés provocará una progresión de asesinatos y revueltas; los capitanes chapoteaban en un charco de sangre, ansiosos por poseer la sublime belleza.

 

revueltas cortadas por Lope de Aguirre con su habitual crueldad: Inés fue muerta, acusada de intentar provocar la ruina del viaje y de prostituta 25.

 

¿Hablamos ya de la mujer de Cortés? ¿Debemos tocar el tema de la mujer del famoso Cortés? La mujer de Cortés, la pobre futura mujer de Cortés, estaba en el banquete nupcial de Ana de Cuellar, como criada suya que era. Y Cortés, que allí era alguien, también. Sentado a la vera de Docampo, su querido amigo de Azua y de mil cabalgadas, el tipo del vino. Excitantes confidencias de la borrachera. Seguro que intercambiarían alguna maledicencia alcohólica sobre Catalina Suárez Marcaida, “se pasa el día sentada en el estrado, no da un paso que se cansa”.

No debe juzgarse injustificado que traigamos aquí a colocación lo de la mujer de Cortés; la posibilidad de que se chismorrease de una mujer muy bella en un banquete en el que tuvo asiento Docampo es muy alta y ¿de quién va esta biografía? ¿Eh?

Catalina Suárez Marcaida llegó a Cuba al servicio de Ana de Cuellar; era una bonita granadina (Gómara dixit y le adjudicamos el lote: ojos carbonosos y gracejo andalú) que, junto a tres hermanas, había embarcado su hermano Juan a Indias para colocarlas entre conquistadores. Cortés, a quien no se escapaba ni una del grupo de las bonitas, no tardó en hacerla su amante. Cuando se cansó, quiso dejarla deportivamente, pero ella acudió a Velázquez, prendado de otra de las hermanas, exigiendo el cumplimiento de la palabra de matrimonio. Moralista en casa ajena, Velázquez no lo liberó de la prisión hasta que salió como legítimo esposo: Cortés recibió un duro golpe en su orgullo al verse casado con una antigua sirvienta, que tal lo había sido en casa del secretario Aguilar. Ya se dijo antes que Cortés tenía un acendrado punto de honrilla. Es probable que Velázquez utilizase la boda para bajar los humos a un hombre en exceso ambicioso; Cortés en infantil venganza se negará a cohabitar durante años. Con esta.

Teletransportémonos ahora al Banquete de la Victoria sobre los Mexicas, agosto de 1521, en Coyoacán, un pueblo por cuyas calles vagan apenas unos cuantos zombis demacrados, lo que queda de los orgullosos guerreros-águila y guerreros-jaguar aztecas. Cortés ha conquistado un imperio que cuadruplica la metrópoli y celebra el triunfo como un emperador romano: había mamado la cultura clásica en los bancos de la Universidad de Salamanca, por donde era bachiller. O casi. La borrachera celebrada sobre las ruinas de Tenochtitlán será homérica. A los pocos días la flor de su harén, la sagaz Malinche que había creado el puente entre las lenguas náhuatl y castellana, bendijo a Hernán con un varoncito.

En este contexto, se produce el contrapunto de acrimonia: se presenta la legítima, procedente de las islas. Cortés hace de tripas corazón, la recibe educadamente. A los pocos días, tras un nuevo sarao, vino y baile, Catalina Suárez Marcaida perece, no bien entrada al dormitorio conyugal. Al banquete, uno más de la cadena ininterrumpida de festejos, habían asistido numerosos invitados; hubo profusión de viandas, corrió el vino, sonó la música; los maestros de danza habían dirigido el baile. Catalina había bailado hasta cansarse y los que la vieron dijeron que estaba alegre como una niña. Concluida la fiesta, se había retirado a sus habitaciones.

El juicio se celebrará seis años más tarde, a demanda de la madre de la Marcaida, y ruego que se me permita salpicar aquí un popurrí de los testimonios que se prestarán en estrados. Sería aburrido encajar en el texto toda la tediosa parla procesal.

 

*Ana Rodríguez, su camarera: “Ambos cónyuges hacían vida maridable”; “Durante la cena se mostró alegre y no parecía estar enferma”; “Ella, como camarera, ayudó a doña Catalina a desvestirse y la dejó en su cama sana y salva”; “Se retiró a su aposento a dormir y al poco rato llegó una india a avisarle que Cortés la llamaba… encendió una vela”; “Ella fue la primera en entrar y encontró que Catalina estaba echada sobre un brazo de su esposo, quien la llamaba pensando que estaba amortecida”; “Cortés: creo que es muerta mi mujer”; “Los miembros de la guardia no habían escuchado discusión ni ruidos extraños”; “Una india le había entregado unas cuentas de oro de un collar de Catalina, recogidas junto a la cama”; “La cama estaba orinada”; “La muerta tenía en el cuello unas marcas”; “Cortes: la había asido por el cuello para hacerla recordar cuando se amorteció”.

Defensor de Cortés: Catalina sufría episodios de amortecimiento o catalepsia y el remedio más a mano que encontró Cortés fue apretarle el cuello.

*Violante Rodríguez, dama: Insiste en los cardenales en el cuello. Cortés insiste en haberla asido por ahí en un intento de hacerla recobrar el sentido.

*María de la Vera, otra: Insiste en lo de “quebradas o derramadas las cuentas de un collar” y en lo de la “cama orinada”.

*María Hernández (amiga): Había danzado… se recogió a las diez, murió a las once… Oyó doblar campanas… por Catalina. “Al momento sospechó que éste —Cortés— la habría matado, pues ella y Catalina se conocían desde Cuba por lo que conversaban mucho, y es así como la difunta le habría hecho saber la mala vida que le daba, quien muchas veces durante la noche la echaba de la cama. Este le habría dicho que algún día la encontrarían muerta”. Que Hernán Cortés habría muerto a Catalina “por casar con otra mujer de más estado”.

*Allegado a la casa: “Los ojos abiertos y salidos fuera, como persona que estaba ahogada; y tenía los labios gruesos y negros y asimismo, dos espumarajos en la boca, uno a cada lado, y una gota de sangre en la toca, encima de la frente, y un rasguño entre las cejas 26”.

 

Las pruebas no se estimarán concluyentes. Cortés obtuvo declaraciones francamente exculpatorias, como la de la camarera Juana López, que no vio las famosas marcas y recordó que la gargantilla se había roto ya por la tarde. Pesó en el ánimo de los jueces, la gran pena que invadió a Cortés, cuyos sollozos tuvieron que ser consolados por fray Olmedo. Eso no se finge. O sí.

Aquí, cinco siglos después, tampoco podemos atrevernos a emitir veredicto. ¿O sí? ¿Existe una duda razonable?

Poco después Hernán Cortés, ahora llamado marqués del Valle, contraerá matrimonio con doña Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga, hija de del conde de Aguilar, sobrina del duque de Béjar, excelentísima persona muy apropiada para su nuevo palacio almenado en Cuernavaca.

Velázquez, por su parte, suspiraba de amores por una sobrina del arzobispo Fonseca, factótum de Indias.

Esas son mujeres, estúpidos.

Por contraste, el tercer almirante, Luis Colón, el hijo de Diego, era muy aficionado a las esposas legítimas: se casó con tres, lo que pasa es que seguidas, sin descasarse de las anteriores. Condenado por bígamo, cumplió pena de diez años de reclusión en el presidio de Orán. Por una curiosa argucia procesal de la que no me acuerdo bien, consiguió evitar la acusación de trígamo, algo así como que el 2º matrimonio era nulo porque ya estaba casado. Sólo cuentan dos. Los huesos del primer almirante tuvieron que haberse removido en su tumba viajera. Sic transit gloria mundi.

Volviendo al tema de las esposas legítimas. Del relato de las cuitas matrimoniales de la fraternidad masculina de Azua (Velázquez-Cortés-Campo), no deberían faltar el de las del gallego, pero creo que un problema hematológico se las pudo haber ahorrado. La elegida debería haber sido una Sotomayor o una Moscoso; aunque no fuesen muy legítimas, por lo menos sería algo aceptable. Fortuna no le faltaba; y en cuanto a linaje, el pretenderse un Campo y no ser contradicho por el conde de Altamira, entre gallegos, basta. Tenemos fuertes indicios de la familiaridad de las buenas mozas de la familia Sotomayor con Campo: ahí están los poderes. ¿Qué pasó? Bueno, estoy seguro que el romance y procreación con una miembro de la comunidad marrana no ayudó mucho. La sospecha de ser cristiano nuevo, aunque fuera por parte de madre, disminuía bastante el sex appeal. Puede que en su viaje final a Sevilla tuviese intención de tratar eso; entre faldas, anduvo. Al final, ninguna lo será ante Dios, pero Sebastián se portará bastante decentemente con todas las mujeres con las que tuvo cargo a las que dotará generosamente. Esos cargos solían estar revestidos de pañales orinados, por la parte de abajo, y exhalar mocos y babas, por la de arriba.

 

Y mando a Ana García, vecina de esta ciudad en la colación de Santa María, en la Cestería, hija de Diego Sánchez, veinticinco castellanos de oro por cargo que le soy, los cuales mando que le sean pagadas de las dichas deudas de las Indias 27.

 

Ana de Cuellar no dejará mucho recuerdo ni muchos remordimientos: su padre, cinco años después, aceptará un empleo de contador en Asunción de Cuba, de manos de Velázquez. Sus lujosos vestidos serán subastados y adquiridos por María de Valenzuela, la esposa de Pánfilo de Narváez quien “después de él (Velázquez) tenía en la isla el primer lugar 28”. La Valenzuela era otra de las damas de la inagotable corte de María de Alba, la reverenciada esposa de Diego Colón, esta sí de insuperable linaje. Su marido, Pánfilo, por estas fechas completaba la conquista de Cuba y hará asistir a Docampo a unos hechos horrorosos, un capítulo en su vida que se repite como una maldición bíblica, Gomera, Tenerife, Higüey, pero de los que en ningún caso será instigador. No hay que descartar que Velázquez tratase de poner ante los ojos del gallego un caso práctico de como se deben hace las cosas, ante el encargo que se disponía a solicitarle. Hay cosas que un conquistador jamás le dirá a otro, basta asomarse al río de sangre para saber a que atenerse.

Narváez “hombre de persona autorizada, alto de cuerpo, algo rubio que tiraba a rojo, honrado, de buena conversación y costumbres, pero no muy prudente y algo descuidado 29”, tenía en su hoja de servicios hechos notables, como haber repelido un ataque de siete mil siboneyes, cuyas filas rompió cabalgando sobre ellos con su yegua. Él sólo contra siete mil. El Guinness. Récord bélico absoluto de todos los tiempos. El sólo, al que habían sorprendido durmiendo. Lo que más se destaca de esta hazaña es que, encima, iba descalzo de un pie, de las prisas por subir a su montura en duermevela. Ahora, a principios de 1513, se le encomendará la campaña de sometimiento de los núcleos autárquicos centro-orientales de Cuba al mando de cien castellanos, entre los que se contarán el imberbe Grijalba, fray Bartolomé de Las Casas cuya conciencia estaba en plena transición, de encomendero a ángel de los indios, e incluso el propio Campo. “Ocampo se reunió a éste para recorrer la provincia de Santiago de Cuba”, dice Guiteras. Una buena parte de la hueste provenía de las dos carabelas del gallego, que actuaba en servicio del rey; pero ya no tenía el primer lugar, ni siquiera el segundo.

La tropa penetrará pacíficamente en el Camagüey, en parte por la impotencia de los indios frente a un desfase militar de milenios; en parte gracias a una medida que, pudiendo parecer descarnada, en aquel contexto era humanitaria: los pueblos se dividían a la mitad, concentrando a sus vecinos en una y asentando a los españoles en la otra. Los indios salían a los caminos para pasmarse ante las yeguas, como si fueran neoyorkinos viendo desfilar a Gualaar o romanos corriendo a la vía Apia para ser testigos de un desfile de centauros.

Lo que sucedió al llegar al pueblo de Caonao lo contará fray Bartolomé de Las Casas en plan testigo, tan directo, que afirma haber sido salpicado por la sangre y los sesos; a cada lector pueden impresionarle unas frases u otras; el resto de la historia, al que le interese completa, está reproducido en muchos sitios.

 

(…) Llegaron por la mañana al pueblo de Caonao, parándose a almorzar en un arroyo seco el cual estaba lleno de piedras amoladeras y se les antojó a todos afilar en ellas sus espadas; y allí trajeron algunos indios de los pueblos algunas calabazas con agua, pan cazabi y mucho pescado. Estaban en la plazuela unos dos mil indios, sentados en cuclillas mirando a las yeguas pasmados. Contiguo había un bohío o casa grande, donde estaban otros quinientos indios que no osaban salir.

Súbitamente sacó un español su espada y luego todos, ciento, sus espadas y comienzan a desbarrigar y acuchillar y matar a aquellas ovejas y corderos, hombres y mujeres, niños y viejos, que estaban sentados descuidados, mirando a las yeguas y los españoles, pasmados; y dentro de dos credos no quedó hombre vivo de los que allí estaban. Entran en la casa grande y comienzan lo mismo, a matar a cuchilladas y estocadas cuantos allí hallaron, que iba el arroyo de la sangre como si hubieran muerto muchas vacas; algunos de los indios se subieron por las vigas y el enmaderamiento y así escaparon.

Entrando fray Bartolomé en la casa grande, viendo muertos a los que allí estaban y los que, por las varas arriba y enmaderamiento habían escapado, les dijo: “No más, no tengáis miedo, no habrá más”. Con esta seguridad descendió un indio, mancebo de 25 o 30 años, llorando. Fray Bartolomé, sin reposo tuvo que salir. Tan pronto como el mancebo descendió un español que estaba por allí sacó un alfanje o media espada y le dio una cuchillada por los ijares que le echó las tripas para afuera, como el que no hace nada. El indio, triste, coge sus tripas con las manos y sale huyendo; a la salida se topa con fray Bartolomé, que lo reconoció y le dijo que “si quería ser bautizado iría al cielo a vivir con Dios” 30.

 

Los nativos no siempre encontraban satisfactoria la salvación por vía celestial. Durante la primera campaña de Cuba, 1512, el cacique Hatuey mantuvo este diálogo con el padre Olmedo, que le conminaba al bautizo al pie de la hoguera:

 

“¿Los españoles también van al cielo al morir?”; “Si”; “Entonces no quiero ir allí, sino al Infierno, para no estar donde estén y para no ver tan cruel gente” 31.

 

El siboney de Caonao optó por la solución contraria. Si hemos de creer a Las Casas, la muerte rápida no era tan mal negocio.

 

(…) A uno que dijeron que era hermano del rey, alto de cuerpo y con aspecto de señor, de una cuchillada que le dieron en el hombro derecho le derrocaron todo el costado hasta la cintura, de manera que, estando sentado en el suelo, tenía en tierra todo el lado y la asadura y las tripas; y cuanto hay en lo hueco se le veía como si estuviera en una escarpia colgado. Habiendo sido herido el sábado, estuvo hasta otro sábado sentado en tierra, con su lado caído, sin comer salvo beber a cada rato por la sequedad que le causó la sangre; y en ese estado, vivo, lo dejaron los españoles que partieron al siguiente sábado 32.

 

El dominico hizo su propia encuesta sobre las causas de la tragedia. Algunos sospecharon que la forma en que los indios se regodeaban en la visión de las yeguas era una muda contraseña para iniciar la rebelión. Otros, más imaginativos, confesaron que había excitado su suspicacia “unas guirnaldas de unos pescados llamados agujas que traían puestas en las cabezas, que eran para darles con las cabezas y abrazarse luego a los españoles y, con unas cuerdas que traían ceñidas, atarlos”. Concluye Las Casas que “es verdad que ni arco ni flecha ni palo ni cosa que supiese a armas se vio. La causa no fue otra sino su costumbre (de los españoles) de no se hallar sin derramar sangre humana”. Y responsabilizará en primera persona a don Pánfilo de Narváez:

 

Y es también verdad que si, a mayores de los 2.000 indios que parece que había allí, hubiera 40.000 más, sólo Narváez con su yegua a todos los matara, como sucedió con los indios de Bayamo, cuanto más estando con él tres o cuatro de a caballo, con sus lanzas y adargas en las manos 33.

           

Puede parecer una exageración, pero lo cierto es que la diferencia cultural y tecnológica de cinco o seis milenios, posibilitaba tamañas victorias, a menudo de un centenar sobre docenas de miles. “Luego que los indios hacen cara con un gran griterío, son de los españoles lastimados con las espadas y, pero aun, con los arcabuces y alcanzados por los caballos… (sus flechas) no mataron ni hirieron jamás a alguno 34”. Ejemplos son los de Cortés en Cholula, Alvarado en el Templo Mayor o el supuesto más característico, Pizarro en Cajamarca, en que bastaron unos cañonazos para que enloqueciera la multitud desnuda y se aplastara a sí misma, unos sobre otros, contra los muros del recinto. Resultado: Un herido leve en un dedo frente a 10.000 muertos. Nos preguntaremos si las degollinas tenían algún sentido militar, dejando aparte la consideración humana, sólo importante para los que pertenezcan a la especie homo sapiens.

La respuesta es afirmativa. Las masacres tenían un objetivo político-militar muy concreto: la sumisión instantánea de un pueblo, una nación o un imperio a un conquistador que se la jugaba a todo o nada; a su retaguardia, otros conspiraban para robarle la presa.  Cortés, que se alzará con el imperio mexicano, sentirá siempre a su espalda al aliento envenenado de Velázquez desde Cuba, pronto a segarle la hierba bajo los pies; Diego Velázquez se siente en riesgo por la eterna pugna entre colombinos y realistas, mientras a su vez avizoraba el premio gordo: México-Tenochtitlan. Tras la masacre de Caonao, quedó partido instantáneamente el espinazo de la tibia resistencia cubana:

 

Sabida esta matanza por toda la provincia no quedó mamante ni piante que, dejados sus pueblos, no se fuese huyendo a la mar y a meterse en las isletas que por aquella costa hay infinitas… y tanto miedo cayó en ellos y con tan justa razón que no solo quisieran esconderse en las isletas, que si pudieran lo harían debajo de las aguas para huir de gente que con razón juzgaban crudelísima y más que inhumana 35.

 

¿Los muertos? Fray Bartolomé da 800 pero sus cifras son exageradas pues, reiteramos, es un abogado acusador que defiende una tesis en estrados, sin importarle mucho la verdad. Pongamos la mitad de la mitad. Esa parte, el terror, fue la etapa de la conquista que el vengativo Diego Colón sustrajo al mando de Docampo. Puede que si el gallego hubiera tenido la vara de mando, hubiese incurrido en una de aquellas degollinas, puede que no. O puede que un meteorito hubiese acabado, de golpe, en ese momento, con la raza humana, como les sucedió a los dinosaurios. Pero esas son cosas que no han sucedido. Las Casas culpó de la matanza a Narváez, a quien envió al diablo, aunque me temo que jamás le negó la comunión.


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