viernes, 29 de noviembre de 2024

¿EL DESAPEGO PRIVA DE LA LEGÍTIMA?//EGIPTOLOGÍA

 


 SUMARIO

1.-¿EL DESAPEGO PRIVA DE LA  LEGÍTIMA?

2.-NOVELA POLICIACA DE TEMA EGIPCIO


1.-¿EL DESAPEGO PRIVA DE LA  LEGÍTIMA?

La frialdad afectiva (desapego) es el motivo más frecuentes de desheredación de los hijos . Las quejas son repetitivas:  no asistió a la boda de su hermano, al entierro de su madre, a la última enfermedad de su padre. ¿Cómo se aborda?

Antes de empezar, hay que tener en cuenta que en España rigen diversas normativas, según autonomías. Lo que cuenta la TV sobre la herencia de Paquirri se aplica en unos sitios sí, y en otros no. Muy resumidamente, existe una normativa llamada el Derecho Común vigente en la mayor parte del territorio español (Madrid, Castillas, Andalucía, Extremadura, etc.); y Derechos Especiales, de aplicación en diversas autonomías, en particular del Norte (Galicia, País Vasco, Cataluña, etc.). En cada una de ellas el término “legítima” significa algo distinto. Curiosamente, la posibilidad de privar a los hijos hasta del más mísero céntimo, depende de la importancia y substancia que se dé al concepto de “legítima”.

En el Derecho Común (el que sale en los programas del corazón de la TV) el DESAPEGO tiene un juego dificilísimo como causa de privación de la legítima. Ello se debe a que la legítima en esos territorios es una especie de bomba atómica jurídica: los hijos (o hijos de padres muertos) son aquí herederos forzosos; a la fuerza deben intervenir y firmar la herencia. Su porcentaje “a la fuerza” es astronómico: 2/3. Encima, cuando no existen descendientes, los padres se convierten en esos forzadores de la herencia (hasta ½) que limitan la voluntad del testador a disponer de las sobras. Naturalmente, con este panorama (los hijos son más dueños de las cosas paternas que sus propios dueños), el Tribunal Supremo es terriblemente restrictivo con el desapego como causa de desheredación: se requiere una falta de relación continua imputable al desheredado que haya causado al padre o a los padres un daño psicológico grave y demostrable. O sea que el desapego es inoperante (o casi) como causa de desheredación. No veo al viudo internado en un psiquiátrico porque el hijo no asistió al entierro de la madre, o causas semejantes.

Al revés, en ciertos Derechos Especiales (Navarra, Fuero Vasco, Aragón, Alava-Ayala…) puedes no dejarle nada a alguno/algunos de los hijos sin citar siquiera la causa, porque sí. En estos casos,, mejor que escribir perrerías en el testamento, a menudo se redacta de esta forma: “No dejo nada a mi hijo Pepito por los motivos que él bien conoce”.

 

El Derecho Especial de Cataluña y el Derecho Especial de Galicia comparten una característica: los hijos no son herederos forzosos, son simples acreedores a los que se debe un monto económico, como si fuera la tarjeta de El Corte Inglés o del Banco Pastor. Por ejemplo, puedes nombrar heredero a uno solo de tres:  ese será el que se adjudique tus bienes y pague tus deudas. Los otros dos no intervienen en la herencia: son acreedores ordinarios. Como mucho, si no se les paga, pueden ir al juzgado a ejercitar su acción personal. Al registro de la propiedad, únicamente tiene acceso el derecho del heredero, no el de los acreedores de legítima (que lo son de un cuarto de valor líquido de la herencia a repartir, por ejemplo, si son tres, cada uno ostenta un crédito de 1/12).

 Como veremos, en estas legislaciones intermedias, el desapego se aborda más favorablemente que en el Derecho Común, pero más desfavorablemente que el las jurisdicciones partidarias de la libertad e testar.

En el Derecho Especial de Cataluña, el desapego está reconocido como causa de privación de la legítima. Lo es según el CCCat, art. 451.17.e): “La ausencia manifiesta y continuada de relación familiar entre el causante y el legitimario, si es por una causa exclusivamente imputable al legitimario”. Como se ve, aquí basta la falta de relación (“ni siquiera felicitar por Navidad”); no es preciso un grave daño psicológico. El problema, como suele, será el de la prueba de la causa (el hijo descastado, dirá: “¡Pero si les llamaba a diario!”). Más adelante, incidiremos en el tema.



Vamos con el Derecho Especial de Galicia.

Como sabemos, aquí la legítima es un derecho de baja intensidad si el testador lo quiere así: apenas una deuda económica sin relevancia para la notaría ni el registro, a cuyos libros no tiene acceso. Deuda que no siempre existe (puede estar pagada en vida) o que todavía no sea exigible: como disposición particional particular puede deferirse su exigibilidad conjunta al fallecimiento de ambos esposos, o gravarse en usufructo foral, en cuyos casos apenas implica la posibilidad de exigir un aval. En estos casos, no es preciso explicitar “causa”.

Pero pongamos que existe la deuda legitimaria y que es exigible. ¿Puede alegarse el DESAPEGO como causa de negación del pago? Entiendo que esta postura tiene apoyo en nuestro derecho a través de un doble juego:

*El art. 263 de la ley gallega (LG), señala como causa 1ª de privación de legítima, la siguiente:

“1ª.-Haberle negado alimentos a la persona testadora”.

Si la comparamos con la norma equivalente del Código Civil (Derecho Común), vemos que allí se añade la coda “sin motivo legítimo”. En Galicia da igual que el hijo haya tenido o no motivos para esta “falta de relación”. Pero además, el derecho gallego define la prestación de alimentos (su contenido básico, sin perjuicio de modalizarlo en el contrato de vitalicio). Señala el art. 148.1 LG:

“La prestación alimenticia deberá comprender el sustento, la habitación, el vestido y la asistencia médica, así como las ayudas y cuidados, incluso los afectivos, adecuados a las circunstancias de las partes”.

Por lo tanto el afecto, o diríamos “el afecto mínimo” es un bien jurídicamente exigible el Galicia; un desapego que implique cortar toda relación, frustrar el conocimiento de los nietos, ausentarse del entierro de la madre/padre, de la última enfermedad, etc., sin duda implican una grave privación de los cuidados afectivos exigibles a un hijo o nieto. No es preciso que produzca un “grave daño psicológico”. Dada la proliferación de comunicaciones gráficas y geográficas que caracteriza nuestro tiempo, y por penoso que resulte, no estaría demás que los padres recordasen al hijo/a descastado, una por una, dichas abdicaciones del afecto mínimo exigible: por WP, mensajería, mail, etc., a medida que vayan produciendo, pre-constituyendo un archivo de pruebas.

Entiendo que también existe otra vía (de las del 262 LG) que puede servir de respuesta al desapego. Dice la causa 2ª del art. 263:

“2ª.-Haberla maltratado de obra o injuriado gravemente” (a la persona testadora).

 Si se compara con la equivalente del Código Civil, allí se habla de “injuriado gravemente de palabra”.  En el derecho gallego se admiten las injurias silenciosas, como inasistencias a lugares donde uno debe estar: última enfermedad del padre, entierro de la madre; quizás también matrimonio de hermanos.

 

De todos modos, la cosa estaría mucho mas clara sin el Gobierno y el Parlamento gallego adaptaran las leyes a lo que quiere la sociedad, como si hacen en Cataluña y muchos otros territorios. Aquí el Derecho Civil está considerado como un vicio. A mi entender, están en la inopia. Se trata de uno de los pocos campos que, sin exigir esfuerzo presupuestario, proporciona votos gratis.

 


2.-NOVELA POLICÍACA DE TEMA EGIPCIO

Estoy rehaciendo la novela Curaçao bleu que me ha quedado muy espesa. Admito todas las críticas y opiniones que me queráis transmitir, incluso las más sangrantes (en cuyo caso me reservo el derecho de opinar sobre vuestras cosas)


1.-COMISARIA DE LA CIUDADELA, EL CAIRO

 

A primeros de abril de 1878, el policía de El Cairo Mark Kabis se encaminaba a la comisaría para dar cuenta a su superior Ismet Pachá de sus investigaciones sobre cierto pelotazo que la misión arqueológica francesa se traía entre manos, sin informar al gobierno egipcio. Sus zancadas, su cabeza gacha, le abrían paso entre los tímidos solicitantes del barrio gubernamental, mientras el chamsín enarenaba su único traje europeo. Pero esta era la menor de sus preocupaciones.

El gobierno kedival había dilapidado el patrimonio histórico y, por entonces, no daba la impresión de que las cosas estuviesen a punto de cambiar. Franceses, alemanes, ingleses e italianos habían saqueado las antigüedades hasta el punto de que los americanos, últimos llegados, se quejaron de que ya no quedaba un solo buen obelisco que llevarse a Washington. La misión de sabios franceses a la que con optimismo se confió la represión del tráfico de antigüedades (el Service des Antiquités) acabó pronto con el contrabando al exterior... de Francia, es decir con los alijos de los alemanes. Su director, François Latour, traducido al árabe como El Mamur, quizá por sus casi dos metros, se preocupaba más que nada del embalaje de las 230 o 250 cajas -esculturas, joyas, momias- que cada seis meses volaban al museo del Louvre a bordo de la fragata Albatros. Y quien dice objetos, dice esos descubrimientos científicos que dan honor ante el mundo: era inimaginable que un sabio egipcio descifrase la clave de los jeroglíficos, como el francés Champollión, o el misterio de la escritura demótica, como el alemán Brugsch. Y la causa de que fuera inimaginable es que los egipcios, a pesar de que tenían buenos lingüistas formados en la Escuela Alemana, trabajaban con traducciones en francés o en alemán y no tenían acceso a los textos originales.

Y nadie da mérito a una traducción del francés  —se dijo entre dientes Kabis.

Pero aquel estado de cosas estaba a punto de pasar a la historia. El kedive Ismail acababa de dictar un firmán por el que se conduciría ante el tribunal consular a todo extranjero que traficase con antigüedades. Un cuerpo de la policía egipcia vigilaría a los vigilantes franceses en el más riguroso de los secretos (la soberanía de Egipto era limitada y los tratados internacionales asignaban el mando de su ejército a un marshal inglés y el cuidado de su patrimonio a un savant francés). Mark Kabis dirigiría ese cuerpo llamado el SASA (Servicio de Antigüedades Secreto Autóctono) bajo la sola autoridad del jefe supremo Ismet Pachá y bajo la sola autoridad de otros tres directivos más, conformando una plantilla total de cinco.

 Kabis parpadeaba nerviosamente, como todos los días que era llamado a dar novedades ante el pleno. Tanto le perforaban sus prietas miradas (a lo entomólogo-estudiando-insecto) que a veces se preguntaba qué es lo que verían; si les parecería grande su cabeza; si se darían cuenta de que nunca miraba de frente o de que no llevaba barba como ellos, porque a los cuarenta ya se había resignado a ser barbilampiño de orejas para abajo. O si, por el contrario, apreciarían sus aspectos positivos: pecho y cuello de deportista, talla equilibrada, nariz clásica y ojos verde musgo que, según había escuchado al profesor Lepsius, eran un atavismo procedente de un Faraón ya que “vosotros, los cristianos coptos, entroncáis directamente con las grandes dinastías”.

Ahora iba a necesitar toda su flema. La comunidad científica estaba en efervescencia ante los rumores sobre el hallazgo de un papiro casi inconcebible; algo que, con solo pensarlo, te ponía los vellos de punta y que revolucionaba todo lo que se sabía hasta ahora sobre historia faraónica. Historia culinaria, para ser precisos. De la investigación para dar con él y del horrendo crimen que fue su consecuencia, es de lo que trata este libro. Kabis resopló. El asunto era de una urgencia supina. La carrera entre las naciones, -Francia, Inglaterra, Alemania, Italia-, por ser la primera en descifrar el llamado Papiro de las Vísceras estaba a punto de comenzar, pero esta vez había un nuevo corredor en boxes: Egipto. De salida, nadie en sus cabales hubiera apostado un franco a favorito por este caballo.

 

El ministro de cultura, Ismet Pachá, jefe natural del SASA, solía hacer esperar a sus visitas. No obstante, esta vez a Kabis no le causó sorpresa ser admitido de inmediato. Ismet recibía en el último piso del departamento del Fisco cuyas ventanas se abrían al zoco de los edificios del gobierno, a derecha e izquierda. Cuando se generaban corrientes, por ejemplo, al abrir una puerta, los visillos se estiraban y permitían admirar el paisaje del fondo: un centenar de minaretes, como un puerto repleto de mástiles y, más allá, la sombra de las pirámides difuminada entre vapores nilóticos enrojecidos. Aquella podía considerarse la oficina central del SASA, en plena ciudadela de Saladino. Mientras entraba en el recinto Kabis iba tanteando el reloj de bolsillo: nunca había visto madrugar a un pachá. Claro que el asunto de las vísceras (digámoslo así de momento) había hecho tanto ruido que había llegado no solo a las sanguíneas orejas del kedive, sino también a las pilosas del presidente francés, e incluso a las empolvadas de Victoria de Inglaterra. Pero hoy no estaba atemorizado. Presentía que aquel asunto podría esconder la oportunidad de su vida para un nacionalista… siempre y cuando fuera capaz de levantar un pico de la cortina que tapaba lo que ocurría en los camarines de las potencias coloniales. Hasta ahora, debía confesarse, lo único que había conseguido, es que un destello de alerta asomase a las miradas venosas de aquellos alcohólicos funcionarios consulares cada vez que, con palabras veladas, se había atrevido a plantear aquel extraño rumor capaz de helarles la sangre en sus venas. Si la tuvieran.

Ismet, tras su mesa, no estaba sólo. Kabis suspiró: la convocatoria del pleno quería decir que consideraba el caso de la máxima importancia. Mordisqueó una uña mientras cavilaba la mejor forma de decir que no había averiguado nada que valiese la pena. “Bueno, nada de nada, entendámonos”. Enseguida reconoció a los tres personajes que se sentaban en el diván y que completaban la plantilla del SASA. Eran el doctor Companyo, jefe forense del virreinato; el general Makrizi, de quien se decía que cuando estaba despierto era contrabandista amateur de antigüedades; y otro hombre que lo era a cara descubierta: Salomón Fernández. Tras los saludos un secretario de fajín púrpura indicó al elemento laboral del SASA que se sentase en la silla desportillada. Kabis obedeció lo mejor que pudo y reparó en que el médico y el general estiraban el cuello entre el cortinaje para espiar el interesante espectáculo que tenía lugar allá abajo, en el zoco. Él hizo lo mismo, porque Ismet, la barbilla pegada al pecho, parecía absorto, o rezando.

El zoco era un recinto rectangular de atmósfera polvorienta, batido por el sol, habitáculo de tenderos, encantadores, peluqueros y sicofantes, alrededor del cual se reunían las oficinas del fisco, la empresa nacional azucarera, el servicio de canales y puertos y un vendedor de galgos llamado Andrea. Una delegación egipcia estaba recibiendo con música y bandera tricolor a determinado personaje. Supuso que sería parisino porque asentía a todo y los de París lo entienden todo: “¿Ha visto usted los Boticelli de los Uffici? No, pero he sabido que se divorcian”. Kabis estuvo en un tris de contar el chiste en voz alta, pero, al ver la mandíbula serrada de Makrizi, se lo pensó mejor. El presunto parisino del patio, un hombre de frente globosa, cuidada barba negra y barriguilla senatorial, era un desconocido para Kabis. Y quizás no debiera serlo, porque enseguida lo rodearon cinco individuos tocados con el tarbuch, el rojo sombrero troncocónico de los altos funcionarios. El francés se esponjó a su vez, como un gatazo ronroneante y satisfecho. Visiblemente, se había dado cuenta de la admiración que producía entre la población local, con solo ver la sucesión de rostros morenos que asomaba entre las cortinas del edificio del Fisco.

Los que observaban desde la oficina del SASA estaban más que preocupados. La presencia de un francés importante significaba peligro de robo de obeliscos. “Un día empezaran a llevarse pirámides”. Para colmo, esta vez el robo de obeliscos o pirámides, no era la peor de las posibilidades. Aquel hallazgo, del que se hablaba entre susurros, sería el tema más importante de su vida; de las vidas de muchos: el famoso caso del Papiro de las Vísceras. Kabis aguzó la vista: uno de los anfitriones resultó ser Mustafá Pachá, hermano del kedive; en las pobladas cejas de otro de los del patio creyó reconocer los rasgos del propio primer ministro, Riyad Pacha. Antes de que Kabis tuviera tiempo de decir nada, el doctor Companyo se levantó y le ofreció una taza de café.

Ahora que lo pienso... dijo, me gustaría que examinara una figurilla que traigo envuelta en el Times La desenvolvió.

Es que no soy un técnico... protestó Kabis. Le desconcertaba el doctor, un tipo desgarbado con nariz ciranesca de quien nunca podías estar seguro de si te estaba tendiendo una trampa.

Lo sé agente, pero como hizo un cursillo de egiptología... Quería saber si hice bien en pagar diez francos.

¿Cómo dice?

Bah, tonterías. ¿De dónde la ha...?

Es de antes del firmán, es legal.

¡Oh, no doctor! ¿Cómo iba a atreverme…? —había estado a punto de decirle que el ushabti podía ser indicio de un yacimiento saqueado, pero se limitó a tragar saliva.

Ismet seguía sin decir nada.

Al poco, fue el general Makrizi quien se encaró con Kabis. Llevaba un uniforme diseñado por sí mismo -como el de Napoleón, aunque varias tallas más-, compuesto por una guerrera azul marino con enormes charreteras púrpura y botas de montar blancas. También sobre él, se abatía una sombra de corrupción.

No nos vamos a destrozar entre nosotros ¿verdad? dijo al tiempo que su pesada mano sobre la espalda de Kabis arrancaba a este un tosido—. Eso son pecadillos. De lo que se trata es de lo que le están haciendo a Egipto...

De improviso, la voz de Ismet Pachá surgió tras la pila de papeles. Su voz era gutural hasta la casi procacidad; su aspecto, entre gorila y momia, “o mejor de gorila momificado”, pensó Kabis.

El asunto del papiro sale publicado en los periódicos franceses. Por el humo se conoce dónde está el fuego. Veamos qué es lo que ha averiguado, agente.

Kabis esbozó una sonrisa compungida. Ser un soldado del SASA significa ser el quinto de cinco y el único que actúa sur-le-champ. ¡María Egipcíaca, salva este pobre agente! En ese momento todos pudieron escuchar algo similar a un maullido algo aflautado, probablemente un milano. Sin duda despistado por el ave rapaz, el general se puso a pensar en otra cosa y dijo:

No puedo entender como los galos pueden dominarnos sin soldados. Los británicos ponen las tropas y los quesitos-blancos se llevan los tesoros arqueológicos.

Egipto era en teoría un virreinato turco, en la práctica una colonia-cóctel anglo francesa, nueve partes de la primero, una de lo segundo.

Los británicos se conforman con un puesto para carbonear los buques de la India dijo el Pachá con contenida agresividad. Son tan brutos que ignoran que la verdadera mina de oro de Egipto son los descubrimientos —destellan de avaricia sus ojos amarillos—. Mientras tanto los franceses llenan el Louvre que algún día los hará ricos. ¿Qué se proponen está vez, Mark?

—Es un asunto complejo.

—¿En qué sentido? preguntó Makrizi. ¿Por qué se habla de un Papiro de las Vísceras? Venga, espabile, largue, que no tenemos toda la mañana.

He leído en Le Bistouri, sí, lo he leído ayer interrumpió Companyo con voz suspirada—, que el papiro explica cómo hacer trasplantes de corazón, de hígado, de cabeza, de pulmones… ¿Estamos ante el gran misterio el de la-vida-eterna-que-tomaron-los-cristianos-de-los-egipcios y blablablá? ¡No, no me lo diga! Sé que esa revista ha sido tildada de sensacionalista.

Puede que el material que nos escamotean tenga que ver con la medicina o puede que no dijo un Kabis encantando por tantas interrupciones. Pero creo que debemos centrarnos en los datos que van saliendo. ¿Qué significa tomar el corazón, los pulmones o las piernas de otros hombres? Para mí es prematuro que los relacionemos con el concepto religioso de la transubstanciación.

¿La vida eterna? dijo Companyo con la mirada perdida en las alturas.

La vida ¿qué? —recalcó Kabis intentando que no se trasparentase la satisfacción que sentía porque nadie se preocupase de sus investigaciones.

¿Y con el canibalismo? dijo Makrizi mirando fijamente a su taza, como si la sujetase con los párpados. Hace años se rumoreó algo en el entorno de la misión francesa.

No hay pruebas. No. Creo que no dijo Kabis que también miraba su taza.

Los franceses pueden permitirse eso y más intervino Ismet abanicándose con fuerza. Lo más que les puede caer es una multa. Pero basta de divagar, Mark. Usted entró aquí recomendado por la casa del kedive ¿de verdad sabe para qué sirve el SASA? ¿Me lo puede repetir? Viendo su actitud, me entra la sospecha de que está en este puesto como podía estar en el de aposentador de los harenes reales.

¿Yo? ¿Es a mí?

Se estremeció al sentir sobre si la mirada bovina del pachá. Dijo como quien recita un tema escolar:

Es... es.... es para evitar que Egipto se pierda de nuevo un descubrimiento científico

¿Casos? ¿Ejemplos? —dijo Ismet como tomándole la lección para aleccionar a sus agentes.

—Como la traducción de la piedra de Roseta por Champollión, o de las listas reales por Lepsius siguió Kabis en plan alumno aplicado. No se trata de objetos sino de su publicación. Su desvelamiento al mundo deberá partir de nosotros en el futuro. De los egipcios. Primero llegará el prestigio nacional, después, seremos llamados a ocupar el puesto que nos corresponde en el concierto de las grandes potencias.

—Bravo, bravo —dijo Ismet del que un bostezo desmintió el presunto entusiasmo—. ¡Para eso la casa real nos ha enviado a un verdadero zorro! Un zorro para quien las artimañas francesas no cuentan nada. Bueno Kabis, ¿hasta dónde ha llegado? ¿Tiene ya en su poder esos jeroglíficos viscerales? ¿Qué clase de secreto vital nos revelan? ¿Es posible la consecución de la vida eterna por asimilación digestiva de enemigos? ¡Tenemos derecho a saber!

El policía hinchó el pecho para infundirse valor. De repente abrió mucho los ojos. Acababa de ser golpeado por una idea tan idiota que casi se le saltan las lágrimas de la emoción.

Excelencia, a día de hoy, de hoy, repito, quizás no sea adecuado que avancemos un solo palmo en la investigación. Se trata de escamotear algo a los franceses ¿no? Pues piense que ese monsieur del patio viene de hablar con el hermano del kedive, que le habrán prometido algo. Nunca salen con las manos vacías. Como mínimo, una pequeña esfinge. Cierto, al día siguiente de habérsela regalado el augusto se enfadará y nos volverá a ordenar al SASA que salvaguardemos el patrimonio nacional. Pero hoy 3 de abril, mientras el francés esté en la augusta presencia, le ofrecerán y le ofrecerán... ¡lo más zorruno es no saber nada!

Me parece que nos quiere tomar el pelo dijo Ismet repantigándose en sus almohadones. ¿De verdad cree que le hemos contratado para que se dedique a la política? ¿Un kafir como usted que ni siquiera reza cinco veces al día como manda el Profeta?

No se disguste su excelencia respondió Kabis mientras manoseaba la taza de café, el asunto ha avanzado mucho. Se puede decir que va por buen camino. Solo que me pareció prudente plantear esa cuestión. ¿No se va a disgustar, verdad?

¿Qué si me voy a disgustar? Usted preocúpese de contestar a lo que se le pide. ¿Dónde está el papiro? ¿Se trata medicina, magia o canibalismo? ¿Detiene la vejez? ¿Hijos a los noventa? ¿El gran misterio tiene aplicación práctica hoy en día? ¿Lo ha encontrado el Service des Antiquités? ¿Por qué no lo tradujeron aún? ¿Por qué esos puercos franceses no se nos han puesto en contacto? ¿Acaso no trabajan para nosotros? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

No se disguste excelencia, por lo que más quiera. Tenemos mucha información, un montón de información. Ali Efendi, un becario que hemos enviado a París, nos sopló que Latour ha remitido al Instituto de Francia unos calcos de jeroglíficos. Ali consiguió su traducción a pesar de la torpeza de los signos.

Diga a grosso modo de que tratan.

Es que me los sé íntegros. Son sólo tres versos.

Ismet gesticuló abriendo y cerrando los ojos. ¿Qué hace usted? ¿Por qué no empieza?

Ruborizado como un escolar en su primer día, Kabis recitó:

 

 Se construye hornos con las piernas de sus esposas

 Se come los pulmones de los sabios

 Es feliz de alimentarse de sus corazones y de sus magias.

 

¡Que cara más dura! bramó Ismet. Esos tres versos son precisamente los que pusieron en marcha este caso. ¡Se ha pasado las últimas semanas retozando con alguna Gracia! corría el rumor de que Kabis, solterón empedernido, tenía siempre novias gordas y sudorosas, como las Gracias de Rubens—. ¡Fernández! el pachá giró violentamente el rostro: ¿Cuál es su visión del caso?

Fernández, un sefardí adiposo de voz lejana y ojos de onanita, respondió con voz tomada (debido a la dificultad de hablar mientras uno se hurga los dientes):

En mi opinión el Service des Antiquités ha dado con una primicia bomba y se propone traicionarnos a sus patronos, atribuyendo el mérito a Francia. ¿Qué dónde está ese papiro? Cuando les preguntas a los monsieurs, te hablan de la nariz de Cleopatra. Seamos lógicos ¿quién tiene acceso antes que nadie a los hallazgos arqueológicos? Latour: es el jefe y ejerce la jefatura ¡vaya si la ejerce! Lleva eso como si fuera su propio campo de alcachofas; existe cierta clase de hombres que jamás compartiría un hallazgo; no hay sitio para todos en los libros de Historia. Yo no le pediría a Colón que repartiera a pachas conmigo el Descubrimiento de América. ¿Tan difícil es espiarle? ¿Acaso el franchute trabaja con sus propias manos? El Service des Antiquités emplea cerca de 500 fellahs. ¿Son todos ricos por familia?

No se disguste excelencia Kabis intentó hacerse valer. ¿Puedo hacer una pregunta? ¿Por qué hablamos de papiro y no de un texto escrito sobre otro material?

Le he dicho que no me disgusto, pero ahora le toca estar callado el pachá palmeó la mesa, sin pasión, y añadió: ¡Esta vez no vamos a hacer idioteces! Vamos a averiguar donde se esconde ese papiro y se lo daremos a traducir a un sabio egipcio. ¡El mundo sabrá que existimos!

¿Se habrá inventado... hum, como lo ha llamado ese francés caduco... Ah, sí, lo de: “un hallazgo de extraordinaria importancia”? preguntó el general Makrizi.

Sería imposible dijo Salomón Fernández con voz de pato. Los calcos de esos jeroglíficos han sido declarados top secret y como es natural circulan por todas partes. Los mejores filólogos alemanes han contrastado la época, el estilo… En materia cultural, los germanos envidian a los franceses y hubieran pegado saltos de gozo ante cualquier superchería. Sin duda es auténtico.

—Lo que me reconcome gruñó Ismet es que esto es solo el aperitivo. Los franceses ya están anunciando el corpus completo del descubrimiento del siglo. Y Egipto, al margen. Como siempre, maldita sea, como siempre. ¿Para qué le pagan el sueldo, Kabis? Haga algo, hombre, haga algo.

Yo lo que me pregunto es porque hablamos de papiro Kabis se acercó a la mesa y reposó allí la taza de café sin haberlo probado. De improviso, pegó un brinco, al ver que el pachá se había abofeteado a sí mismo. ¿De desesperación? Pero, al retirar la mano, una flor de sangre reveló que solo se trataba de un mosquito espachurrado.

Kabis, se lo hemos repetido un montón de veces el tono de Fernández desmentía la virulencia de sus frases. Este texto de las vísceras no es otra cosa que una de las múltiples fórmulas del Libro de los Muertos, la guía Baedecker del mundo inferior. ¿Qué ahora se trate de la absorción de las vísceras? ¿Y qué? El Libro de los Muertos siempre se ha dibujado sobre papiros enrollables que se depositaban en las tumbas. Me agota, agente Como corroborando su agotamiento, el sefardí escupió con parsimonia una minucia interdental.

Kabis juntó las manos.

—Vamos, señores, los jeroglíficos se pueden inscribir en piedra, madera… aunque naturalmente, si hay que creer que se trata de un papiro, yo lo creo. Dejemos eso. Lo que me pregunto es: ¿Para qué quieren los muertos las vísceras de los vivos?

Es religión ¿entiende? dijo el doctor Companyo agitando las manos. Metafísica, milagros y todo eso. Cuando le predica su sacerdote copto sobre la Resurrección de Lázaro no se hace tantas preguntas, caramba.

Aun así Kabis apoyó el mentón en los nudillos de su mano derecha, cruzando la otra sobre su pecho—. Quiero decir que tan pronto se extraigan las vísceras a los vivos se convertirán en vísceras muertas. Como los difuntos ya tienen sus propias vísceras muertas.... ¿no les serán más simpáticas las suyas? Quiero decir que si llevo un año vivo-muerto y tengo mis propios pulmones hediondos ¿para qué voy a quitarle los suyos?

¡Perro copto! ¡No cree ni su propia Resurrección de la Carne! esputó Fernández.

De eso quería hablar con usted, querido Salomón, y ya que lo tengo aquí...

¡Cómo Napoleón en Austerliz! bromeó Ismet. Kabis tiene un plan, ¡el tipo es capaz de concebir una estrategia!

Tras alargar el silencio varios segundos en señal de reproche, Mark se sintió interpelando a Salomón con una extraña voz fuerte y firme:

Usted es un sefardí un especialista en incunables españoles dijo el agente Kabis. Me han dado una idea las Crónicas de los primeros exploradores americanos...

¿Ve eso práctico? dijo Makrizi sin dejar de huronear con la uña en la boca.

La antropología moderna se vale del paralelismo aclaró el policía sin inmutarse—. Unas mismas circunstancias históricas pueden dar lugar a prácticas paralelas en pueblos dispares. Me refiero, amigo Salomón, a la extracción quirúrgica del corazón que practicaban los aztecas.

—Yo también había pensado en eso, aunque luego rechacé la idea dijo Salomón Fernández. ¡Los egipcios fueron un dechado de civilización! De todas formas, aún está por determinar el sentido de ese misterioso secreto que esconden los franceses... Si insiste —Kabis movió afirmativamente la cabeza—, me ceñiré a los aztecas. El español Bernal Díaz nos cuenta lo que vio el día que subió los 114 escalones del cu de Tenochitlán. Allí, en lo alto del gran cu tenían unos andamios y en ellos puestos unos quirófanos de piedra. ¡La higiene del lugar recordaba nuestro ultramoderno hospital de El Cairo! Dice Díaz que suelo y paredes de aquel cuarto estaban negras de costras de sangre y que en los mataderos de Castilla no había tanto hedor.

—Alto ¿qué es un cu? —preguntó el doctor Companyo.

—Una pirámide —respondió Salomón—, una pirámide como las de aquí. Los pacientes hacían cola al pie de la pirámide. Cinco enfermeros reclamaban al que estaba el primero de la fila y lo llevaban hasta la cúspide, donde aguardaba el cirujano. Una vez allí lo obligaban a ponerse de pie sobre el quirófano para que lo valorasen los que estaban abajo; después lo tumbaban boca arriba. Un enfermero lo cogía del brazo derecho, otro del izquierdo, uno del pie izquierdo, otro del derecho y el quinto le ataba el cuello con una cuerda y lo sostenía para que no pudiera moverse. Luego, el oficiante practicaba una doble incisión pectoral en forma de pez con un cuchillo de obsidiana, volteaba al paciente y ¡voilá!, el corazón se deslizaba solo, tal como el cuerpo de la almeja de su valva. Si conseguía que palpitase fuera del cuerpo, ¡bingo!, la multitud estallaba en un aplauso cerrado. En cuanto al destino de los despojos, ya se lo imaginarán… Me cuesta trabajo creer que en nuestras pirámides egipcias sucediera otro tanto, pero los últimos acontecimientos introducen ciertamente una sombra de sospecha.

 

En ese momento la conversación se interrumpió a causa de una arenga que provenía del patio. Todos, excepto el pachá, se levantaron y se aplicaron a descorrer el cortinaje, para mejorar la visión. El visitante francés discurseaba en el patio señalando con su brazo la ruta de las pirámides.

Ese histrión... dijo Ismet entre dientes ¡Nos va a arruinar!

¿Sabe quién es? preguntó el doctor.

Un catedrático de lenguas orientales respondió aquél. Profesor del Collège de France, conservador adjunto del Louvre. Viene comisionado por su gobierno para convencer al kedive de que debe visitar la Exposición Universal de París, algo que sin duda disgustará a Inglaterra.

Qué raro, mandan a otro arqueólogo teniendo aquí a Latour como jefe de misión.

Latour está enfermo, mal de la chaveta aseguró el pachá. Además, esta es una misión diplomática; si han enviado a un arqueólogo es para despistar a los ingleses que a mi entender son los que cuentan. Los franceses quieren hacerles creer buscan una nueva estatua de Osiris.

¿Tendrá algo que ver con lo otro? dijo Makrizi.

¿Qué otro? respondió Ismet.

Los calcos... El Papiro de las Vísceras aclaró el primero.

No. He conocido a ese profesor en la recepción de la Escuela de Nobles dijo Ismet. ¿Cómo se llamaba? Filipi, Finqui, Citroni... era un maldito nombre italiano. No creo, sólo estará unos días. No, nada que ver con el Papiro de las Vísceras. Lo que sí es probable es que le hayan encomendado también poner en claro las cuentas del Service. Pero ése no es nuestro problema. En fin, Kabis, cuál es su plan de acción.

¿Seguro que buscamos un papiro? Kabis recorrió con la vista cuatro miradas furiosas clavadas en la suya y cambió de tema.  Cual es mí plan. Me pegaré al terreno...

Y le pisarán, y le pisarán y tendremos un Kabis extra-plano. No hace falta que se convierta en una asquerosa zapatilla, basta que se convierta en un buen policía dijo Ismet.

Quiero decir que esto debe ser cosa de una sola persona. Si hubiera más implicados ya no habría secreto: estamos en Egipto. Me convertiré en la sombra de Latour… y de ese Citroni. No se me ocurre nada más.

¿Acaso no le ha quedado claro que ese Citroni solo está aquí de weekend?

—A ver… llega un emisario a hablar con el kedive; resulta que es un comisionado personal del presidente de la República Francesa; resulta que, ¡oh casualidad!, es profesor del Collège de France, ¡y su excelencia aun cree que no tiene nada que ver con los famosos calcos del Papiro de las Vísceras! Vamos, señor director.

No bien hubo terminado su perorata, Kabis agitó la mano en el aire como pidiendo más tiempo. Había algo de lo que quería acordarse, sin conseguirlo.

Lo que no acabo de entender, querido Kabis le interrumpió Makrizi es porque Latour no traduce de una maldita vez todos esos textos. Gana Francia, partido terminado.

Eso nos indica a las claras que hay algo que se lo impide dijo Ismet. Y, (prosigo mi razonamiento), como desde Champollión no se sabe de ningún egiptólogo que tenga impedimentos para descifrar un jeroglífico, hay que concluir que se trata de algo personal. Y hay otro hecho significativo... ¿pero por qué no se toman el café?

Quema dijo Kabis.

Vale. Me dirijo a usted Kabis dijo Ismet. Responda ¿qué quiere decir el que Latour mantenga escondido ese maldito papiro?

¿Seguro que es un papiro?

Me tiene harto, lo voy a hacer empalar Ismet gesticuló con el abanico y añadió: Responderé yo a mi pregunta. Si Latour no suelta el molde del Texto de las Vísceras, es porque quiere reservarse todo el mérito. Lo tiene oculto bajo una baldosa. Sus propios compatriotas son sus enemigos. Está claro que sea cual sea su impedimento, tiene la esperanza de superarlo.

Dicho esto, el pachá puso a girar como un trompo el pisapapeles de vidrio verde para darse tiempo a pensar.

Latour está senil añadió al cabo. Muy enfermo. Si muere, se llevará su secreto a la tumba. Kabis, le doy dos meses o... y le miró con esa mirada fría, animal, que bastó para que al policía se le licuaran los huesos.

Se hizo un incómodo silencio. Kabis cerró los ojos, sujetando la cabeza con ambas manos, como queriendo exprimir sus capacidades deductivas. Había visto la foto de uno de esos calcos, cree que en un infolio titulado L´Égypte de Latour… ¿Cómo podía ser posible calcar encima de un papiro? Se podría si estuviésemos hablado de papel de seda, pero en este caso, a la vista estaba, era papel de barba del más grueso… Debe haber una conclusión policíaca de todo esto, la tengo en la punta de la lengua…

El prolongado silencio fue roto por la chillona voz de Makrizi en la que había un leve matiz de cólera:

Mirad, abajo. Se abrazan y se besan. Se intercambian los relojes.

Eso quiere decir que el kedive visitará la Exposición Universal de París casi eructó Fernández.

Ahora es más necesario que nunca rodear a Egipto de prestigio para que tenga voz en el concierto de las naciones dijo Ismet.

Kabis se dijo que sin duda el pachá les estaba largando un retazo de algún discurso mal escuchado en la Escuela de Nobles. Uf, que palabreja: “concierto de las naciones”. Se propuso responder con idéntica altura:

¿Concierto? Creo que la partitura aún no ha salido de Egipto dijo. Registramos a todos los viajeros, bueno, a todos los plebeyos, y... si alguna nación tuviera en su poder el Papiro de las Vísceras ya nos lo hubiese restregado por las narices.

Acabo de darme cuenta de cuál es el impedimento de Latour dijo Companyo.

¿Y va a ser tan cruel de no decírnoslo, doctor? dijo Ismet recolocándose la pistola, como si le oprimiese el paquete.

Es un hombre inseguro con la filología, aunque no estoy seguro de la causa aclaró el interpelado. Es un gran excavador, sin duda, y tiene buen ojo para saber que bajo cierto embudo en la arena existe una galería llena de maravillas. Distingue si determinado texto es un retazo del Libro de los Muertos o la narración de la Batalla de Qadesh, hasta ahí llega. Pero me barrunto que largos años en el desierto lo han embrutecido y ha olvidado lo más importante de la ciencia jeroglífica.

¿De verdad? Se echó atrás en el sillón Ismet.

Companyo se sentó de nuevo.

¿Qué decir de un hombre que no ha dado ni un libro a la Ciencia? dijo—. Le he visto enrojecer como un crío cuando se le echa en cara que a su muerte no dejará ni un miserable folleto.

 

Se escucharon unas voces en la escalera. Mustafá Pachá convocó a su colega Ismet para celebrar en una sala del piso principal, el acuerdo a que habían llegado con Francia. El obligarle a brindar con él era una especie de humillación, porque Mustafá conocía el talante nacionalista de Ismet, un hijo putativo del kedive como probablemente lo era la mayor parte de la población egipcia. ¿Qué otra cosa podrían celebrar los brindis, que un nuevo robo de obeliscos? Los demás miembros del SASA, escoltaron a su jefe. Su bello gesto fue recompensado con sendas monedas de 50 francos; abajo había mesas, bebidas y dátiles reventones pringa-dedos. Durante la recepción Fernández se las arregló para hacer un aparte con Kabis.

Yo tampoco tomé café dijo. ¿Estaba envenenado?

¡Que va! respondió aquel. Lo que pasa es que cuando la taza está tan sucia me limito a mirar el café.

En ese momento un edecán acercó a Kabis y compañía el acuerdo franco-egipcio y les advirtió que todos los presentes estarían obligados a firmar como testigos. La misión egipcia en la Expo exhibiría ataúdes dorados, esfinges de alabastro, faraones de pórfido; momias de halcones, cánidos, simios y negroides… que quedarían convenientemente olvidados en París a su regreso. La pirámide pequeña, la de Keops no, la de Micerino, se trasladaría al Bois de Boulogne tan pronto se pudiese construir un vapor con la capacidad requerida. El Tratado estaba escrito sobre un papiro macerado a la antigua y ornado con jeroglíficos de fantasía. Kabis, preocupado por lo que estaba a punto de hacer, intentó disimular su espasmódico parpadeo. Fingiendo un atragantamiento repentino, consiguió ser el último en firmar, tal como era su objetivo. Durante los segundos en que la borrachera general le permitió tener bajo su control el Tratado, superpuso al papiro una hoja de su libreta y rayó encima con su lápiz de notas. El resultado fue la nada: en el calco no se dibujaba el más mínimo perfil de jeroglífico. ¿Cómo podía ser posible?

Los franceses pueden estar tranquilos se burló Ismet. Ya está aquí Kabis y sus experimentos científicos. ¿No pretenderá robar el Tratado? Ande Mark, es hora que lo devuelva al edecán, apresúrese, firme.

Mientras continuaban los brindis con curaçao bleu (por el president Haureau, por el kedive, por el sultán, por el Louvre, por... ) el agente se acercó a un alfeizar y maniobró con cautela. Ahora intentó calcar su moneda de oro de 50 francos. El papel. El lápiz. Al poco se dibujaba en su hoja el perfil de Napoleón III en trazos negros. En este caso, sí. Pero excepto en el perfilado, el calco estaba muy lejos de parecerse a los calcos de los Textos Caníbales, muy lejos de eso. Napoleón Le Petit se delineaba en negro sobre blanco; los jeroglíficos de marras (la fotografía no miente), estaban trazados en blanco sobre negro.

Faltaba el último experimento. Busco algo con afán, miro en ventanas, portadas, columnas, frontispicios y cornisas. En este país, todo es material reutilizado de tumbas y mastabas. Encontró lo que buscaba en la parte superior del zócalo: un festón de cuarcita gris en bajo-relieve a base jeroglíficos. El papel. El lápiz. El calco. Ahora se perfilaban en blanco sobre negro varios jeroglíficos, transparentándose con claridad el del pajarito y el de la taza. Kabis se quedó demasiado consternado para comprender lo que había descubierto y repitió la acción. Mismo resultado. La sangre se le agolpaba en los oídos.

—Necesito una copa ¡ahora! dijo Kabis dirigiéndose al snack.

De momento no le diría al jefe que, por fin, teníamos aquí un progreso.

 

El visitante francés se dirigió a la puerta de salida. Apretaba bajo un brazo el pliego en rollo del tratado: el kedive visitaría la Exposición Universal y Francia pagaría la mitad de la deuda arrastrada por la misión francesa. Misión cumplida, me vuelvo a casa, parecía decir. Trastabillaba a ojos vistas y, para reequilibrarse, se había agarrado del ganchete a Riyad Pachá. Éste, un individuo de cejas cespitosas y poderoso abdomen, había aceptado el envite e incluso dejaba reposar su cabeza en el hombro del francés, como un enamorado. “¡Y yo que le había confundido con el mismísimo presidente de la República Francesa!”, estaba diciéndole a su huésped, que sin duda había abusado del bleu. Mal disimulaba el primer ministro egipcio su intención de apoyarse en Francia para compensar la asfixiante influencia inglesa. Kabis dirigió entonces toda su atención al emérito profesor del Collège de France. El personaje no había podido prescindir de vestirse a lo explorador romántico, en vez del frac de rigor. La chaqueta era de mezclilla, el pantalón recio, con las costuras a la vista y el calzado, unas botas camperas. La barba, trabajada con pinzas. Pero lo que no tenía pase de ninguna manera era el salacot de cazar leones y un bastón-estoque con el que, si se terciaba, te podía sacar los intestinos.

Buen porte sin llegar a ser alto, mirada entre soñadora y adormilada, barba escultórica y gesto teatral, debe limitar el pan y las patatas… se dijo Kabis para la ficha policial. Intentaré estrecharle la mano.

 

 Cuando el visitante francés vio ante sí a un hombre cabezón que lo miraba de arriba abajo, como si sondeara sus intenciones, lo primero que pensó fue en el embajador alemán. Solo ellos son tan lerdos. Pero el rostro atezado de Mark Kabis le convenció de que estaba ante otro de esos burocráticos funcionarios locales que admira a un verdadero savant francés. Él. La meticulosidad de la inspección solo podía significar que trabajaba para los británicos, como tantas razas serviles dispersas por el ancho mundo, llámense kanakas, cipayos o gurkas. Espionaje tenemos. De acuerdo boy: aquí tienes un ejemplar de la mejor raza de las Galias. A la vista de la puerta de Bab el Mutavelle, el pachá se soltó con cuidado del ganchete del francés. Estaba hablando de algo relativo a “un hígado sanglant” y Kabis pensó que se refería a un filete de hígado para la cena.

Riyad se quedó callado un momento, pero la insolente presencia de ese humilde siervo llamado… Mark, sí, ese, que se negaba a apartarse y le había hecho interrumpir cierta interesante conversación gastronómica. Tras un resoplido de hastío, tuvo que hacer las presentaciones:

—Monsieur, creo que por un descuido imperdonable he olvidado presentarle a nuestro mejor elemento de la Policía de Antigüedades. Kubis… Kepis… Kabis. Mark Kabis.

 El francés se acicaló el lazo de la corbata y se sometió a la adoración del indígena. No le ofrecería la mano, podría sonar algo excesivo. Sin contar que, había tenido la incómoda sensación de que aquel polizonte le sonaba de algo… malo. 

 

 

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