martes, 22 de octubre de 2024

CONDICIÓN DE CUIDADOS U OBLIGACIÓN DE CUIDADOS

Zarpando del puerto Juan-Carlos I de Sanxenxo

SUMARIO

1.-CONDICIÓN DE CUIDADOS U OBLIGACIÓN DE CUIDADOS

2.-IL BRAGHETTONE CAPÍTULO II (CORREGIDO)


Felipe, Letizia y Leonor prefirieron Combarro

1.-CONDICIÓN DE CUIDADOS U OBLIGACIÓN DE CUIDADOS

Existe una enorme diferencia entre instituir heredero a alguien “con la CONDICIÓN de que me cuide” o instituir heredero a ese alguien “con la OBLIGACIÓN de que me cuide”. En el primer caso, la condición hay que cumplirla bajo pena de perder la herencia; en el segundo, no. Vamos con la condición, en el bien entendido de que aquí hablamos del Derecho de Galicia (aunque el albaceazgo pueda producir efectos similares en el Derecho Común).

*La CONDICIÓN impuesta a la herencia o al legado hay que cumplirla, so pena de que dicho caudal se pierda, bien porque acrezca a los coherederos o se refunda en la masa o pase a los sustitutos.

¿Como se COMPRUEBA el cumplimiento de la condición?

La determinación del cumplimiento o incumplimiento de la condición corresponde a un cargo nombrado por el testador llamado el TESTAMENTERO. Puede ser cualquier persona, incluso un heredero, incluso el mismo beneficiado y deberá dar el SÍ o el NO en escritura pública, implicando en el primer caso la adjudicación de la herencia o el legado. Dado el carácter expansivo del concepto de cuidados en la normativa gallega (sustento, habitación, vestido, asistencia médica ¡incluso cuidados afectivos!), su poder es omnímodo pues basta que determine, a su juicio, si el beneficiario ha tratado con cariño o no al causante. Viene a ser una especie de poder testamentario muy similar Alkar Poderoso vasco.

 De no haber nombramiento de testamentero (caso frecuente, pues hay paisanos que no se fían ni de su sombra), la práctica registral gallega exige la determinación del cumplimiento por medio del Acta de Notoriedad del art. 82 del Reglamento Hipotecario (en base a una analogía que hace la correspondiente Dirección General).

 

*LAS OBLIGACIONES NO SON CONDICIONES cuyo incumplimiento pueda anular la herencia o el legado; son DERECHOS DE CRÉDITO. El incumplimiento de una obligación, demostrado judicialmente, puede dar lugar a una indemnización de daños y perjuicios, pero no a perder la herencia o legado. El derecho a reclamar las obligaciones personales CADUCA a los 5 años desde la extinción o agotamiento del acto o contrato que las genera (fallecimiento). A efectos de la herencia o legado es indiferente el mayor o menor cumplimiento de la obligación personal de cuidados impuesta.


Sería o no AURORA BOREAL DO PAIS, pero fue mágico


II.-CAPÍTULO II DE IL BRAGHETTONE (CORREGIDO)

-II-

Pongamos al hombre frente a su infinita pequeñez

Mientras Roma estaba siendo saqueada, Florencia, la ciudad de los Médicis, se sublevó contra La Famiglia, aprovechando que su cabeza, el papa Clemente (de Médicis), estaba prisionero en el Santángelo. Sometida al puño de hierro del pontífice, la ciudad de la flor tuvo la astucia de comprender que semejante amo sólo podría ser derrocado por su único Superior: se proclamó a su Alteza Jesucristo, rey de Florencia. Fue una borrachera de libertad y Miguel Ángel, uno de los Diez de la Guerra florentinos, de los más ebrios. Llegó a inventar ¿el qué?; ah, sí, un sistema para detener cañonazos a base de colchones colgados de las murallas. Pero la situación dio un giro cuando el papa, viendo que no podía abismar a Carlos V al Infierno, la catapultó al Cielo, aureolándolo con la corona de Emperador en Bolonia, al estilo de los antiguos césares.  A cambio, le pidió que encabezase una Cruzada.

—¿Para liberar Jerusalén, Santidad?  ¿O antes Egipto, Grecia, Anatolia...?

—Florencia, Alteza imperial.

—¡Pero si eso está en dirección contraria!

A Carlos V le convino. Asedió Florencia. Cuando cayó la plaza, el papa entronizó en ella al hijo que había tenido con su esclava bereber, el duque Alejandro. Nadie que se enfrentaba a los Médicis tenía una muerte fácil y el divino Miguel Ángel era divino, tal vez, pero no bravo. Corsini, al frente de la guardia, recorrió la ciudad para echarle la cuerda al cuello: anegaba su alma el odio que sentía por Buonarroti, que había diseccionado a su padre como espécimen anatómico. Las autopsias eran la pasión secreta del genio, y la recolección de cadáveres no siempre era ortodoxa. La ejecución del divino llegó a ser cosa tan cierta, que el pintor Andrés “el de los Ahorcados” cuyo oficio era retratar a estos con la lengua fuera para general escarmiento, se anticipó a su suplicio y lo pintó colgado de una pierna. Qué más da antes que después: era sabido que el duque lo odiaba, clamaba venganza, y eso siempre acababa igual. Miguel Ángel estaba atrapado y sólo una solución imaginativa podía salvarlo. La que encontró era práctica, pero en extremo macabra: se enterró en vida en San Lorenzo, el sepulcro florentino de los Médicis. La cosa duró hasta que el abad custodio del Panteón lo delató a Clemente. ¿Hombre muerto? No, vivo. La rueda de la fortuna se encaprichó con el personaje y dio un nuevo giro. Al papa, Buonarroti le servía mejor vivo que muerto. Tenía una idea en mente. Los que como Sebastiano del Piombo lo vieron pasear obsesivamente por los corredores del Santángelo en los días del cerco, pudieron escucharle frases como esta:

—Una obra de arte que lo cure todo.

El funcionario sabe perfectamente lo que su Santidad está maquinando, sin necesidad de más explicaciones. “Se hace preciso borrar de la conciencia de los hombres la humillación del Saco. Necesito un maestro que cree la máxima obra que el arte pueda dar de si, por los siglos de los siglos amén. Algo que ponga a los hombres frente a su infinita pequeñez”.

Pero cuando el pontífice ha empezado con su monotema, todos saben que no lo va a soltar.

—Nos crearemos la obra de arte total —prosigue—. Algo que suprima de raíz cualquier disidencia.

Con voz gemebunda, en la que consigue impostar tonos de santa ira, añade una importante precisión: la Obra Taumatúrgica tiene que quedar expuesta por los siglos de los siglos amén, sobre el más santo muro de la Cristiandad:

—Sea en el muro testero de la Sixtina; sea allí, en el Santo de los Santos.

Miguel Ángel y Clemente. Estaban atrapados el uno por el otro. Muertos Leonardo y Rafael, no quedaba ningún otro artista realmente grande. El papa necesitaba al divino traidor para recuperar su crédito. Pero Miguel Ángel necesitaba al papa para seguir respirando. Cada uno tenía lo que el otro más deseaba.

Clemente solía terminar así su monólogo:

—… Una obra que cuando la contemplen mis enemigos se sientan humillados hasta los tuétanos.

 

¿Dónde estábamos con el relato? Ah, sí, la conversación de Piombo y Nelo en la Sala del Erario del Santángelo. La conversación de Piombo y Nelo sube de tono cuando el primero suelta la primicia: De nuevo se encarga arte en Roma: Acaba de encargarse la Obra de Arte Total. Proveniente de los armarios, llega a Nelo el crujido de los estantes, combados y pandeados por el peso del oro.

—¿Podríais resumir, mesire Piombo? —Nelo utilizó el apodo, Piombo (plomo), en vez del verdadero nombre, Luciani. El tal se estaba poniendo tan pesado como el plúmbeo mineral de sus sellos. ¿Es que no podía entender su ansiedad? ¿Acaso no podía ser más concreto? ¿A él le tocaba algo en este guiso? Este Nelo, con quien tanto se identifica el narrador, desvió la mirada fingiendo desdén. En su campo visual se topó con una mesita desplegable, adosada al cofre del erario, y encima, plato, cuchillo y todo lo necesario para una cuchipanda. ¡A pesar de la hambruna que afectaba al Santángelo!

—Si no me equivoco, querrás saber el tema de semejante obra maestra, ¿verdad? —contestó Piombo—. Mmm... ah, entonces uno de esos salamis de Toscana… si quedan —añadió en dirección al criado que le había acabado de informar que ayer se había consumido el último pichón en salmuera.

—Supongo que encargaría al Buonarroti uno de esos frescos de La Justicia a tamaño catedral —aventuró fingiendo desinterés—. Conozco las fantasías de los Médicis.

—No, no, no y no —dijo el Signatario en tono juguetón. Canturreó—: Le encargó un fresco de La Resurrección para el muro testero de la Capilla Sixtina. ¿Simbólico, no? Roma resucita y patatín y patatán.

El sirviente tiró de la manga al que vestía un raído luco di volterra y le ofreció unas rodajas de embutido. Nelo salivó copiosamente, consciente ahora del hambre que tenía, y dijo para alargar el tema y comer tranquilo: —Soy todo oídos.

—Una Resurrección. ¡Gran jugada del papa! ¡Magnífica venganza florentina! —dijo Piombo al tiempo que se desabrochaba el jubón de damascos—. En vez de matar a Miguel Ángel, algo tan vulgar, ¡lo convierte en su esclavo político! Le obliga a pintar la mejor obra de arte de todos los siglos, a mayor gloria de la familia Médicis. ¿Qué? ¿Han superado los ahorcamientos boca abajo? ¡Esto no es nada! ¿Te das cuenta del papelón de Miguel Ángel? ¡Venía de sublevarse contra los Médicis en el acto más heroico de su vida! ¡El liberador endiosando al asesino de la libertad! ¡El reo que besa el hacha del verdugo!

¿A qué me suena esto? A La Justicia.

—Ahora querrás saber —prosiguió el funcionario cuya barba estaba teñida de alheña, sí, sin duda—, como respondió el divino. Tampoco estuvo mal, no señor. Un digno esgrimista. Pues va Miguel Ángel y... ¡Un momento! ¿Nos serás uno de esos que le va a la Inquisición con el cuento?

—¿Es de ese género lo que voy a escuchar?

—Peor, para decirlo claro —dijo Piombo que, acto seguido, inclinó la cabeza como diciendo “entre nosotros, eh”. El penduleo de su collar de oro hizo saltar un destello de codicia en la mirada gris del volterrano. No pasó desapercibido.

—Consideraría un honor que me tuvierais por persona de vuestra confianza.

Piombo escrutó al famélico volterrano con los ojos achinados, como diciendo: Vaya, vaya, quizás haga bien en facilitar recursos a este hombre… ¡imagínate que consiga entrar en el círculo de Macelo de Cuervos!

—¿Y qué es lo que hizo Miguel Ángel? Si se hubiera negado a pintar la Resurrección, el papa no lo hubiera matado. ¿Cómo iba a dar muerte al creador del Dios Creador de la cúpula de la Sixtina? No, que absurdo. Pero no fue precisa ni siquiera esa negativa para que Miguel Ángel se saliera con la suya.

Nelo, que hasta entonces había escuchado atentamente, comenzó a sentirme molesto por la verborrea:

—No os he pedido que me contéis porqué el divino maestro se negó a pintar esa Resurrección, solo os he preguntado cual es el encargo artístico en concreto y si me toca alguna parte.

—Es que no se negó. Hizo algo mucho más terrible.

Se escuchó un desagradable chasquido, como un hueso que se rompe. Algún estante de madera que habría cedido, abrumado por el peso de los lingotes que estaba obligado a sostener. Ser ungido emperador por el papa no es gratis.

—De verdad, Piombo, necesito un trabajo con urgencia ¿es necesario que me contéis todas esas cosas?

—Olvida esa impaciencia, ¿quieres? …No se negó, amigo, no se negó. Qué va. Se desmadró. Presentó a Clemente VII unos dibujos preparatorios en los que Cristo resucita desnudo, como un Apolo. ¡Santo Cielo! Desnudo... DESNUDO. ¿Lo viste alguna vez? Dios mío, Dios mío, ¡cómo no le puso ni tan siquiera un perizoma de vergüenza morado! Hay más. Jesucristo sale por los aires estilo Faetón, en vez de sentarse sobre el sepulcro para hacer un pequeño descanso como hizo siempre. Soldados, mujeres evangélicas, santos varones... ¡Todos desnudos! ¡TODOS! ¡Como Adanes y Evas! ¡Que escándalo, que divino escandalazo!

—Pero... ¿por qué hizo eso? —preguntó Nelo.

—Esa no es la pregunta. Estamos hablando de la capilla Sixtina. Por todos los demonios, Nelo, ¿de verdad crees que donde se vela el cadáver de los papas, donde se transmuta el mismo Dios en su vicario sobre la Tierra, de verdad crees que allí puede haber un Cristo desnudo, desnudo... DESNUDO?

—No entiendo ¿cómo...?

—¿Se atrevió? No se sabe. Se dice que el alma de Miguel Ángel sigue con los rebeldes, que sufre una crisis religiosa e incluso ¡que hay una mujer! Nadie te saca de dudas.

—¿Una mujer? Oíd, Piombo, el que me veáis tan delgado no os da derecho a tomarme el pelo —Esbozó una sonrisilla cínica. Nelo sabía muy bien a cuál de los dos géneros era aficionado el divino. No miraba con mucho agrado a las hijas de Eva.

—No soy yo quien lo ha dicho —El funcionario cruzó el índice sobre los labios, como si detrás de esta palabra, “mujer”, hubiera alguien muy importante y peligroso.

—¿Por qué el papa no lo mató allí mismo? Sigue en la lista de traidores ¿verdad?— preguntó Nelo centrando el tema.

—Lo del escandalazo lo dijo el camarlengo, no Clemente. El papa se quedó callado. A la luz de su actuación da la impresión de que tiene dudas. Lo más probable es que una de las opciones que maneje sea el ahorcamiento de Miguel Ángel por una pierna. El duque Alejandro, suspira por ello. La alternativa sería un cambio de tema. Algo relacionado con la justicia. Un juicio… El Juicio de Jesús en el Pretorio. Aquí es donde podrías entrar tú: se supone que será una composición espectacular: Pilatos, el Centurión, Longinos, las legiones al completo, Herodes... A los romanos, está permitido desnudarlos, a los del Nuevo Testamento, no. ¿Entiendes? Ayudantes, necesitará ayudantes, para las columnas, para las nubes, para los árboles, para...

—No soy un ayudante, no lo soy —dijo Nelo a quien la conocida ofensa había llegado a las telas del alma—. Mi obra habla por mí, sobran palabras. Desde hace años no pinto más que seres humanos.

—Y no aceptarías un trabajo de ¿marmitón?; es eso lo que quieres decir ¿verdad? ¡Y yo que creía que venías a echarte a mis pies dispuesto a todo! —Volvió a recorrerlo con su mirada— Te diré lo que vamos a hacer de momento. Descontaremos una de esas letras que Perino te ha remitido desde Génova y podrás terminar ese par de evangelistas en San Marcelo. ¿Qué te parece?

—Ese dinero es mío, ayer apenas he probado un mendrugo —exageró—. Descontaremos la mitad de las cambiarias… no, todas. Si es así, Dios te lo pague.

—De momento pagará su vicario en la Tierra, el papa. Pero no le cojas mucho cariño al encargo. En cuanto su santidad te llame, lo tendrás que dejar ¿estamos?

Como despedida, el funcionario se llevó ambas manos a los hombros y se extrajo el collar de oro, que, acto seguido, deslizó por la cabeza de Daniele. Era el de eslabones delgaditos, no el que imita roldanas navales, todo hay que decirlo.

 

De nuevo se ve a Nelo subido al andamio de San Marcelo, entre bandadas de palomas que penetran por los huecos de los cañonazos. Se le ve frente a un San Lucas, mutilado de cintura para abajo por los herejes. Abajo, entre montañas de escombros y excrementos de palomina, Urbino prepara el arricio (el fondo del fresco a base de cal y puzolana). Arriba, en la cúpula de la capilla de la Crucifixión, se ve a Nelo dar de martillazos a lo que queda de las pantorrillas de San Lucas. La promesa de Piombo le había insuflado un anhelo pugnaz. ¡Trabajar para… o sea, con, Miguel Ángel! Daría una pierna.

Se le puede ver durante semanas, picando el lienzo antiguo, encalando por encima. Se le ve apresurado, pintando sobre la última capa, el intonaco (una mezcla de cal mojada y mármol). Si se deja secar, se arruina el fresco. Previamente, ha punzoneado los cartones, soplando polvo de hollín a través de unos agujeros que siguen el trazo del dibujo. Ahora vemos ya renovados a San Marcos y San Lucas y al novillo y dos angelitos añadidos de su cosecha. Un resultado ¿de semanas, de meses? Que más da si la impaciencia ha sido indiferente contra el destino: Miguel Ángel no regresará a Roma. Jamás. Teme al cadalso.

Aquella tarde se quedó un buen rato recogido frente a los frescos. Una intuición desasosegante pugnaba por introducirse en su mente. ¿Estaré condenado a que sea así siempre? ¿Un siervo de Abadón, el Ángel de la Destrucción? ¡Dios mío, nunca crearé de la nada, como un genio corriente! —Aquel había sido en un primer momento el curso de sus pensamientos. Al cabo, el mismo se asustó de haber ido demasiado lejos, y redirigió hábilmente sus imaginaciones—: Sí, pero ¿y los que no han hecho ninguna cosa en la vida? ¿Qué? ¿Acaso no es mejor tener un genio vicario, aunque solo sea eso?

Durante aquellas interminables conversaciones a gritos de suelo a andamio, Urbino le habló de un invento que, o bien había realizado Perino, o bien Piombo, o quizá los dos al alimón, en la Logia de los Héroes de Génova. Nunca se conocen del todo los recovecos mentales de una mente simple, pero al parecer se trataba o de óleo sobre fresco, fresco sobre óleo, sólo óleo o cualquier otra combinación aceitosa. Se trataba de una famosa técnica ya experimentada en la antigüedad por Papeles, aunque lo más probable es que el de Urbino se estuviese refiriendo a Apeles, el pintor más famoso de la antigüedad.

 

—¿Dónde estaba esto? —preguntó un tipo de rostro alargado y triste como un repollo hervido. Acababa de entrar en San Marcelo procedente del Corso y tenía un trozo de escombro en la mano. Tras él entró otro, más tripudo, caracoleando como una jaca andaluza. Por toda respuesta, Urbino elevó su mirada hacia el andamio. El escombro que tenía en la mano el recién llegado Perino del Vaga era una de las antiguas piernas de San Lucas, pretendidas piernas, porque nadie recuerda un Evangelio en que San Lucas salga con botas. Por eso se las habían arrancado a martillazos.

—Debajo del tórax —respondió Nelo desde las alturas, que consiguió acabar su respuesta a pesar de que un vaho de humedad le nubló la vista—: Estaban completamente arruinadas por los luteranos; la otra aún estaba peor.

—Pues yo no le veo ni un solo defecto a esas piernas —dijo Perino, aún irritado. El encargo era aprovechar lo más posible para hacer economías.

La repetición de la palabra pierna arrancó a Nelo un suspiro de dolor, tal que si le trajera algún recuerdo desagradable.

El segundo visitante alzó las manos pidiendo paz y dijo en su marcado acento veneciano (del que Piombo no se había aún librado):

—¿Por qué no aprovechamos las habilidades decapantes de este buen hijo de la Iglesia? ¿No es eso a lo que veníamos, Perino?

—Creo que Nelo debería ser más respetuoso con los antiguos maestros antes de ponerlo a trabajar en la Sixtina.

Urbino empezó a temblar; los ojos se le empañaron. Sin duda, acababa de caer en la trascendencia vital de la alusión a la Capilla Sixtina. Como estaría el hombre, que no pudo reprimir un infantil gritito de excitación, a pesar de la presencia de aquel par de personajes.

—¡¡¡LA SIXTINA!!! ¡Ves como tenía mis influencias! ¡Y ni siquiera hizo falta utilizarlas!

—¡O Dio! —dijo Nelo (la boca a medias tapada por cuatro dedos)—: ¡Yo tengo que hacer frente a mis responsabilidades!     

—¿El trabajo en San Marcelo? —dijo Piombo— Mmm..., bueno podrá esperar otros cien o doscientos años. Tus plazos de entrega acostumbrados ¿no? Lo que yo te vengo a sugerir es...

Lo que le vino a decir era que estaban pensando en darle una sorpresa a Miguel Ángel. Anticipó algo sobre la clase de sorpresa. Piombo estaba pensando en su famosa técnica del “óleo a la genovesa”. Por supuesto, nadie tocaría la pared sagrada de la Sixtina sin estar el maestro delante: de lo contrario montaría en cólera y el papa, tan interesado en el proyecto, haría pedazos al insolente. Se trataba tan sólo de tenerlo todo dispuesto para cuando llegara a Roma. De empezar el acondicionamiento del muro para ser pintado al óleo.

Nelo quedó paralizado por la conmoción. Lo que las palabras de los recién llegados, Perino y Piombo, quería decir, es que por fin Miguel Ángel había aceptado pintar el muro del altar de la Sixtina. ¡Volvía a Roma! Al parecer, había abandonado los trucos. Que argumento lo pudo haber convencido es algo que escapa a la comprensión humana. Hasta ahora, ni los intentos de asesinato del duque Alejandro lo habían logrado. Y eso que, para él, el que lo quisieran matar, era el argumento más convincente. Tenía pavor a la vieja de la guadaña.

—Sapristi ¿qué le dio Clemente a Miguel Ángel? —preguntó Urbino a los recién llegados con un tono tan alto que sería insolente si él no fuera, no sé... un simple ¡botarate!

—Le dio todo —zanjó Perino en tono que excluía las aclaraciones.


pero es más bonito Sanxenxo...


No hay comentarios:

Publicar un comentario