El Registro de la Propiedad más hermoso de España: Puebla de Sanabria |
SUMARIO
1.-¿EL LEGADO DE DINERO DE UNA CUENTA BANCARIA INCLUYE LOS FONDOS DE INVERSIÓN?
2.-EL GOBIERNO DE ESPAÑA NO ES SECTARIO
2.-IL BRAGHETTONE
Pozo iniciático en la quinta masónica Da Regaleira (Sintra/Portugal) |
1.-¿EL LEGADO DEL DINERO EN UNA CUENTA BANCARIA INCLUYE LOS FONDOS?
Aquí, como en casi todo, hay que responder en gallego: “según”. Pero antes que nada recordaré una vez más que estas líneas reflejan la opinión personal del autor y que un juez puede fallar todo lo contrario. Al grano.
Las disposiciones testamentarias, todas, deben interpretarse en el sentido literal de sus palabras a no ser que aparezca claramente que fue otra la voluntad del testador; en caso de duda, prevalece la intención del testador (675 CC). Por ello, en unos casos, la expresión “lego el dinero en tal cuenta a Fulano”, significará eso, exclusivamente el dinero efectivo; y, en otros, se incluirán los valores mobiliarios que “no siendo dinero efectivo, equivalen en la práctica a este por ser fácilmente realizables”. Todo depende de lo que quiso decir el testador.
En la jurisprudencia de las Audiencias, parecen percibirse dos tendencias: 1ª) LEGADO DE DINERO DEPOSITADO EN DETERMINADA CUENTA; 2ª) LEGADO DE DINERO EXISTENTE EN DETERMINADA CUENTA.
1ª) LEGADO DE DINERO DEPOSITADO EN DETERMINADA CUENTA BANCARIA
Expresiva de esta tendencia (depósito) es la Sentencia de la Audiencia Provincial de Ourense de fecha 31/10/2017, sentencia 387/2017. Según la misma, existe una diferenciación clave: a) Si se tratase solamente de un “legado de dinero”, el legado debe ser pagado en esa especie, aunque no lo haya en la herencia (886.2º CC). b) Pero si ese dinero se individualiza con una característica (ejemplos: el que se encuentra en una caja fuerte o el depositado en determinada cuenta), en estos casos se trata de “legado de cosa específica”; y este legado queda ineficaz si el testador “trasforma la cosa legada, de forma que no conserve ni la forma ni la denominación que tenía” (869.1º CC). Parece clara, concluye la sentencia, la voluntad del testador de limitar el objeto del legado al “dinero efectivo”, de suerte que si se trasformase (por conversión a “fondos”), el legado devendría ineficaz.
Comentario: La palabra "depósito" expresa un matiz técnico-financiero que reduce el campo a sus estrictos términos.
Zafra, ciudad histórica extremeña a no perderse: Esta es la "vara de Zafra", patrón de medida textil |
2ª) LEGADO DE DINERO EXISTENTE EN DETERMINADA CUENTA BANCARIA
Representativa de esta orientación (dinero existente) puede ser la Sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid de 1 de marzo de 2013, sentencia 97/2013. Señala esta doctrina que “no se puede hacer diferencia entre el dinero efectivo y los valores mobiliarios que, no siendo dinero efectivo, equivalen en la práctica a este, por ser fácilmente realizables, pues ninguna salvedad efectuó (el testador)”. Es decir que, si el testador hubiese querido exceptuar los fondos, debió hacer la salva: “Lego a fulano el dinero existente en la cuenta del Banco de Sanxenxo, con la salvedad del colocado en fondos de inversión”. De no haber salva, se entienden incluidos.
Añade esta interesante sentencia que “en el lenguaje coloquial de una persona no experta en temas financieros se denomina dinero a la totalidad de lo que tiene en entidades bancarias, ya sea efectivo, u otra clase de depósito o inversión”, “Esta fácil liquidez de los valores mobiliarios y fondos es a lo que se refería la juzgadora de instancia cuando hablaba de la inclusión en el legado de todo aquel patrimonio de fácil fungibilidad. Que jurídicamente el dinero no sea lo mismo que los fondos de inversión es irrelevante, pues lo decisivo es determinar cuál fue la voluntad de la testadora, no la corrección jurídica de la forma en que la transmitió”.
Comentario: La palabra "existencia" implica un matiz de universalidad que amplia el campo de la interpretación a los productos convertibles en dinero.
A no perder en Zafra: La casa del aljimez (S XV) |
Como se ve, es un tema discutible y discutido. Magnífica base para un pleito de esos de 5 años, si los interesados son inteligentes, tal vez lo puedan solucionar en cinco minutos sentándose a una mesa. O si la cosa ha llegado a punto de ebullición, que dejen hablar a sus abogados.
Últimas fotos: marrajo y garza de mejillonera, porque la cabra Jacques tira al monte (a la Ría) |
2.-EL GOBIERNO DE ESPAÑA NO ES SECTARIO
El ejecutivo en funciones, en vez de reservarse el mérito de la solidaridad con el Tercer Mundo para concellos gobernados por el PSOE. ¡Va y se lo regala al PP! ¡Encima solidaridad super-concentrada! De los 400 emigrantes senegaleses asignados a nuestra tierra, los grandes ayuntamientos, Vigo y Coruña (con sus comarcas, más de un millón de personas) se han conformado graciosamente con 50 para ambos, 25 cada uno. Ambos, gobiernos del PSOE, han demostrado su nulo egoísmo, renunciando a la propaganda que podrían realizar con tan progresista acogida.
Graciosamente, el gobierno ha concedido 350 migrantes a Sanxenxo (gobierno del PP, villa con las connotaciones sabidas de 17.000 habitantes).
Esta renuncia por parte del PSOE al mérito de la solidaridad es enternecedora y desmiente todo cuanto se farfulla de “sectarismo” por ahí, con manifiesta mala fe.
Post Data.-Los emigrantes acogidos han mostrado un espíritu de adaptación fantástico, convirtiéndose en sanxinesinos de primera. Por lo tanto, si se hizo con buena fe, gracias; si con mala, chincha rabincha.
3.-IL BRAGHETTONE
Me salto aquí un montón de capítulos y paso directamente al climax, capitulo XVI, que acabo de corregir; seguro que alguno de mis feroces críticos/as me dará alguna idea que lo mejore. El Concilio de Trento ha ordenado rehacer el fresco del muro del altar de la Capilla Sixtina (El Juicio Universal). Sus aspectos eróticos (menos); y sus posibles interpretaciones luteranas o calvinistas (más), han puesto los pelos como escarpias a los Santos Padres. Pero es la obra cumbre de Miguel Ángel, un hombre divinizado en vida, y todos los artistas se niegan apanicados a abordar la tarea. Incluso Tintoreto con quien se habían llevado a cabo las conversaciones más avanzadas. De repente, un hombre salta del fondo de la escena y acepta el trabajo: la triste fama que se ganará eternamente como Il Braghettone, el "ponedor de bragas" diríamos, aun perdura. Si has ido a Roma lo habrás podido comprobar.
Acabemos con
esto de una maldita vez
Era una
camarilla disipada con la que se hacía difícil congeniar; cuando uno ha creado
un gran caballo de bronce parece que se merece algo de respeto ¿no es cierto?
¿Acaso es pedir mucho? Si fuera un prepotente, podría entenderse esa actitud;
pero Nelo siempre se ha conducido como un humilde ser humano de costumbres
regulares y honestas. En su nuevo taller del Quirinal todo sigue un riguroso
orden. Hablemos del patio. Las orejas de caballo malogradas, sobre el dontel
del establo, cual “M” broncínea honorando al divino Michelángelus. Colas
equinas fracturadas, formando una pirámide para que se suban las gallinas. Tres
hornachos, alineados como las pirámides de Egipto. El corcel de bronce, casi
pulido del todo, cubierto por una funda marrón cuando no se trabaja en él. La
funda… es por el cardenillo ¿quien dijo que se note nada? Herramientas, cada
una en su cajón, tan relucientes como armaduras de suizo en día de parada. Ya
no digamos el pabellón cuyas paredes, están completamente ocupadas por
cajoncitos, en los que, según los casos, hay vendas, minerales, cebollas
mordisqueadas, colores, estatuillas antiguas, etc., todo clasificado con los
letreros correspondientes, bueno, no todo,
En cambio, en
el viejo almacén miguelangelesco de Macelo de Cuervos, las cosas se guardan al
revoltijo y es imposible saber lo que hay y lo que no. Trozos de mármol
quebrados por la mitad, o con venas moradas, o con nudos de sílex que los
vuelven invulnerables al cincel. Esculturas de Tomás parecidas a muñecos
infantiles. Piezas pequeñas de mármol, semienterradas en el jardín: dedos,
ombligos, pechos, pies, piernas, brazos, orejas, uñas, ojos, narices, un Seno
de Jesucristo, una Pantorrilla de Jesucristo, un búho descabezado, un busto que
tiene un glande por cabeza, o quizás, sendos glandes en vez de orejas. Entre
esta casquería pétrea, retazos de una vida dedicada a la escultura, lo más
mísero porque no lo ha querido nadie (nadie culto, entendámonos), es la Piedad acuchillada. Última obra, empeño
imposible de un anciano decrépito, Miguel Ángel había trabajado en ella hasta
poco antes de su muerte. Más que una Piedad parece una raspa de sardina o una
de esos muñecos que los pastores tallan en un palo donde cada tajo deja una
muesca indeleble. El esquelético Cristo, sustentado por la erecta Virgen, está
cosido a navajazos. Sus pies se elevan casi ingrávidos sobre el suelo, como si
su Madre fuese el Hércules femenino. Bravo. Así no había posibilidad de que
nadie se interesase por semejante Piedad. O sí. Es difícil entender como
cualquier cosa, sí cosa, salida de su divina mano, se cotiza en oro.
Bien, pues esa patética escultura posee algo en lo que
no han reparado los notarios. Tiene pegado un brazo muy bien torneado, sin duda
procedente de la época verdaderamente artística de Miguel Ángel. Había
reutilizado el bloque de mármol. Nelo descubrió el brazo y reclamó el bulto.
Incluso se comprometió a extraerlo. ¿Acaso es dudoso su derecho? Podría
enumerar un montón de Piedades que se llevaron los camaradas; sucedió más o
menos lo mismo que con los dibujos eróticos. Antonio se llevó los restos de la
martillada Piedad anterior; con excepción, eso sí, de la Pantorrilla de Cristo,
que dio a Calcagni. ¿Que se la dio a Calcagni? No es cierto. Se la dio a Volterra,
pero entre el ojo y la mejilla, y como se quedó sin sentido, la recogió
Calcagni. Sin sentido o medio muerto. Cada vez que el volterrano sostiene que
la considera suya, Calcagni le hace la higa. A Vitoria, para que le dejara
besarla o tocarle la punta de un dedo, le regaló la Piedad para Vitoria. A
Santa María de las Flores, otra Piedad. En una palabra, que para ÉL era un
pasatiempo regalar Piedades. Al primero que se encontraba por la calle le
soltaba una Piedad. Hombres, mujeres y niños tenían Piedades de Miguel Ángel
por el mero hecho de vivir en Roma y pronto les sucedió lo mismo a los de otras
ciudades, cuando los romanos empezaron a deshacerse de ellas para dejar sitio a
sus burros y cabras. Italia entera quedo atestada de pilas y escombreras de Piedades
y el resultado de eso son los Montes de Piedad. Lo que no debe parecer extraño
puesto que, según confiesa, el primer recuerdo de su vida es un ahorcamiento
cabeza abajo “a la florentina”. Como es natural le pilló un pánico terrible a
la muerte, de la que conseguirá escapar durante casi noventa años. Solo se
sentía tranquilo mientras hacía una Piedad, que no es otra cosa que un Cristo
arrancado del patíbulo, presto a resucitar. Cualquier pobre diablo tenía una
Piedad de Miguel Ángel, y ¡Nelo quería la Piedad más fea y repugnante de todas!
La que es la expresión de su vejez, la que parece exhalar el aliento hediondo
de los últimos días.
¿Acaso esta,
que es con mucho la peor, que ni siquiera vale por sí misma sino por un brazo
olvidado, acaso esta no le correspondía? Estaba seguro de que nadie podría
negarle una obra que se confundía entre los escombros del taller, algo que los
notarios de Roma y Florencia habían rechazado tras reclamar hasta los esbozos
de más ínfimo valor, como apuntes para columnas, diablillos humorísticos,
esqueletos pintarrajeados en la pared, etc.
Sobre primeros de marzo, una mañana neblinosa, les dio
cita en Macelo de Cuervos. Los allí reunidos -Calcagni, Clovio y Venusti-,
debieron suponer que pasaba algo grave según dedujo, ¡oilmè!, del efecto de su
cara en las de ellos. Sin decir palabra, arrojó en la mesa la carta del notario
Luis de la Torre. En ella asignaba la Piedad
acuchillada a Antonio, que al principio la había rechazado (¿Eso? ¡De poste
para las viñas!). Lo que pasaba era que la deificación del genio había avanzado
con tal rapidez que se había revalorizado cualquier cosa salida de su mano....
o de su pie. Por una babucha usada, como las que le mandaba de regalo el
sultán, pedían ya medio ducado en las gradas de Ripeta.
—Será cosa del
notario —dijeron—. Ya habrá más oportunidades. No te lo tomes así. Nos pones el
corazón en un puño cada vez que lo haces.
Los recorrió
con la mirada. ¿Acaso tengo el sucio rostro de Judas?
—Estoy
encantado —dijo lentamente, para contener la emoción— de que no se me haya
regalado esa penosa escultura. La había pedido, cierto, por no avergonzaros: sé
que obtuvisteis trozos y fragmentos. Ahora estoy feliz de no cargar con ese
adefesio y libre para embolsarme la obra que se me encomienda por mí exclusivo
mérito.
—Nos gustaría
saber exactamente que es lo que vas a hacer.
—Sé que aún lo
adoráis, habéis recibido de él muchos dones. Os considero mis compañeros, pero
no está bien que os enteréis de ciertas cosas por la calle. Nadie en Roma habla
claro, pero yo lo voy a hacer. El problema es que todo son medias palabras. Lo
ha dicho con palabras enteras el Concilio de Trento, pero ninguno se ha querido
dar por enterado. El concilio manda que el Juicio Universal se reforme
de raíz. ¿Os parece que hubieran montado tanto revuelo para unas simples
braguitas oleosas por encima? ¡Todo un decreto de la Cristiandad! Tengo
preparada una cuadrilla de albañiles. No me miréis con esa cara: ¡Sí, mi
relación con Miguel Ángel ha sido siempre distinta a la vuestra! ¿Comprendéis?
¡Nada que ver! Mi padre Antonio Riciarelli contrató con el Maestro que me iba a
adoptar y que podría usar su nombre. Por eso firmo Nelo, porque entonces se
hacía llamar Michelagnelo —No es imposible ¿verdad?— A vosotros os
dio, a mí me quitó. ¿Quién os autoriza a llamarme discípulo predilecto?
¿Discípulo? ¡Pensad bien lo que decís! ¿Uno que pinta la sala Regia del
Vaticano es un discípulo? Yo pinté allí, en el palacio Apostólico, igual que el
Maestro, igual que Rafael Sanzio. Un caballo de bronce, el primer caballo desde
el de Constantino en el Capitolio —Y cómo se les abrieron los ojos, ya no tanto
burlones, sino con una chispa de pánico—. ¡Ja, ja, ja!, os mofabais, viéndome
acabado. ¿Cómo que ja, ja, ja? ¡Lo hice, lo hice! Mi heredero no tendrá que
avergonzarse: se me ha encargado la reforma de la Capilla Sixtina por derecho
propio, no como discípulo del divino. ¡Ahora todo el mundo sabrá quien soy!
Le había temblado la voz, exhausto de soportar la
tensión de los rostros que tenía enfrente. Una especie de cieno de envidia y
maldad manaba de sus rostros y amenazaba con ahogarle. Estos, si se deja
abrazar, son capaces de llegarle al corazón... con los puñales que esconden en
sus mangas a la florentina. Extraña moda para Roma. Se deshizo a empellones de
los brazos y abrazos y abandonó Macelo de Cuervos. Su visión se había hecho
heladora o..., lo que es más probable, había caído sobre Roma una de esas
brumas del Tíber que enfrían los últimos días invernales. Mejor. Quería
concentrarse en sus pensamientos. Creerían que se había vuelto loco. Imaginaba
lo que estarían diciendo: “¡Cómo se atreve a creer que el Concilio lo buscó por
sus méritos!”. Aun retumbaban partes de la conversación en su cabeza como por
ejemplo... quiero decir.... esto es... algo así como... ¡Yo no soy el siervo de Miguel Ángel! Puede que me conforme con poner braguetas a
los personajes del Juicio, puede que tape sus naturas al óleo pero ¡soy un
genio por derecho propio! Puede que no pique el cuadro, que no tienda nuevo
fresco por encima; puede que sí, puede que no; aun no tengo las ideas claras,
pero ¡no estoy loco!
Aquello era el puente Sixto; casi sin darse cuenta
había encaminado sus pasos a la Sixtina. De pronto, sintió la acuciante
sensación de que alguien le seguía. Eran un ruido de pasos ansiosos, un jadeo
que cesaba en cuanto se detenía. ¿Podía ser la segunda agonía de Miguel Ángel?
¿También existe el segundo estertor cuando se cesa en la Segunda Vida? Se
agachó tras la caseta del banquero Borgerini, como si estuviera haciendo de
vientre. Consiguió contener la agitada respiración. A estas horas Roma aún está
en silencio. El perseguidor, tras sobrepasar la curva de columnas del palacio
Máximo, quedó descubierto a su mirada. Entonces ¿iba a ser con el puñal de
mango de marfil? ¿Iba a ser su asesino un anciano efebo, con pelo teñido y
barriga colgante, un conservador de monumentos antiguos? Al menos, elige a tu asesino. ¡No contento con robarle la bolsa,
pretendía robarle la vida! Por la forma dubitativa en que Tomás se desvió del
camino se dio cuenta de que había visto como se escondía, aunque ignoraba el
sitio exacto. Cuando por fin le localizó, retrocedió un paso e, inclinándose
hacia atrás, engarfió los brazos, como si quisiese valorar la peligrosidad de
aquella demencia (conocida como “el aire” de Volterra). Nelo también estaba
paralizado por la sorpresa, pero un rugido que venía del fondo de las tripas le
decía: Noooo, nooo... Tomás se acercó con pasos firmes pero cortos y una mueca
quebrada. No esperó a que abandonase tan indigna postura. ¡O Dio!, había dado
por supuesto que Nelo se consideraba una rata, aunque ahora que lo piensa, el enemigo, mejor si está inmovilizado.
Sus botas de
cordobán, regalo de Miguel Ángel, se habían tenido que hundir en el barro para
acercarse al pintamonas. ¡Gran importancia daba a su papel de esbirro, que
condescendía a mancharse las botas! ¡Que cosa más espiritual y elevada el ser
un sicario! Ni siquiera le miró a la cara. Ahora sacaría el puñal de marfil
y... ¡Atácame, atácame, venga, venga, con ese puñal! ¡Por favor, cara de
mierda, te lo suplico! ¡Dame un motivo! ¡Deja que inmovilice tu cabeza contra
el suelo, que pueda golpearte hasta que tu cuerpo sea en una papilla
sanguinolenta! ¡Por favor! ¡Saca ese puñal! ¡Saca ese puñaaal!
En vez de eso sacó un discurso. Seguro que lo traía
ensayado. Su rápida fuga de Macelo de Cuervos había frustrado este último y
desesperado intento de salvar el Juicio
Universal por vía dialéctica. “Ellos” comprendían sus sentimientos y se
sentían profundamente apenados. Ellos y
él. Pero, la amistad que le profesaban les autorizaba a decir que sus
aprensiones eran ridículas. ¿Desde cuando su fama como artistas había
progresado tanto que pudieran despreciarle sin causar la rechifla general? Un
poco de seriedad, Nelo, digo mesire Daniele. Eres nuestro maestro vivo y nos
gustaría pensar que podemos contar con tus enseñanzas en el futuro. ¿Qué
podríamos tener más que tú? ¿En que descollaríamos sobre ti? Admitamos que,
alguna vez, la excelsitud de tu lenguaje artístico ha superado nuestras cortas
entendederas. Estamos seguros que si alguna crítica salió de nuestros labios,
fue por torpeza y zafiedad de nuestro cacumen. Hiciste una Deposición, en la Trinidad, que será la admiración de los siglos y
luego un camell… euh, un caballo de bronce que, si Constantino resucitara,
volvería a su tumba, de pura rabia al ver su monumento superado. ¡Venga divino
Nelo, vuelve al abrazo de tus amigos, nunca te abandonaremos!
Llegado a este punto, Tomás se empezó a desabrochar
esa garnacha verde-musgo que tan bien va a los rubios de tinte. Uno se
preguntaba la causa de que hubiera gastado su preciosa saliva para soltar tan adorable discurso. ¿Por qué, si andaba
hurgando en la garnacha para sacar el puñal?
No era un puñal.
—Nelo, toma esta Pantorrilla.
Le había traído la Pantorrilla de Jesucristo.
Instintivamente, se llevó la mano a la cicatriz de la mejilla. Es de suponer
que se desmayó en este momento porque todo se fundió a negro y ya no vio más
que un bosque de piernas de mármol, como la que había matado a su madre, que
sus manazas agitaban, que balanceaban, que quebraban, que abatían…
¿Qué clase de broma es esta? Sintió una cólera
terrible, como el toro cuando sale a la plaza. Un torrente de ira le invadió.
Quiso gritar, pero el sonido se ahogó en la garganta. Tomás debió ver algo muy
raro. Tiró la Pantorrilla de mármol a sus pies y salió corriendo. Pronto, solo
quedó de él un reguero de huellas en el barro que se iban llenando de agua poco
a poco. El odio rugía en su interior, roía sus carnes como una hiena. Si no
hubiese huido, lo habría desfigurado a patadas.
No quiero senos, brazos, piernas, rodillas... ¡todo vuestro, todo, todo!
¿Por quien le habían tomado? ¿Había pedido algo? El trato no es con vosotros,
enanos. Volterra mira de frente a la Historia. Tanto como había sentido
compasión al escuchar los falsos halagos, tanto le vaciaba ahora una furia
hirviente, desgarrada, vengativa. Todo el rencor, todo el sufrimiento, todas
las humillaciones de su vida se concentraron en un vórtice que giraba y giraba,
en remolinos de dolor, de miedo, de rabia, de exasperación. Se encaminó a la
Sixtina con paso automático; tan mecánico, como esas marionetas de la plaza del
Pueblo. Algunos admiradores le pararon en el Burgo, para felicitarle por el encargo
del concilio. Ciego, no los vio. Sus
saludos le desgarraron la ropa, arrancando botones de la camisa.
El cierzo comenzó a soplar, deshizo la bruma. El día
se volvió claro y gélido.
El crimen se perpetró poco después, en cuanto llegó a
la Sixtina. Bien, ahora esperaremos un momento. Dejemos que se enfríe la
cabeza, para poder asimilar con más coherencia el relato de lo sucedido (...)
Vale. Acabemos
con esto de una maldita vez.
Sucedió un viernes, es fácil acordarse porque era día
de ayuno. La última ofensa había dejado caer su peso y se acumuló a las demás,
de suerte que fue incapaz de resistir su carga como uno de esos edificios
situados al borde de los Balze que acumulan el peso de columnas, frisos,
pórticos, claustros... hasta que un aterrador crujido delata que el barranco se
lo ha tragado. Hoy puede afirmarse sin discusión que aquel final fue
inexorable. El ideal que le había animado fue bueno, la aspiración a completar
la belleza que emanaba de la obra de Miguel Ángel, pero no había comprendido la
maldad de los hombres que había alrededor. Esa incomprensión le hizo bracear en
el en el abismo, ignorante muchas veces de la realidad de lo que pasaba. Y esa
ignorancia, mezclada a la cólera, fue lo que le llevó al crimen. Hasta que
pasaron unos días desde el asesinato de la Segunda Vida de Miguel Ángel no fue
capaz de apreciar la terrible magnitud del acto.
Pero volvamos a
situarnos el día de los hechos. Ese día Tomás le había asaltado junto a la
columnata pandeada del Máximo, arrojándole una Pantorrilla de mármol. Un
residuo de la Piedad de las Vírgenes enanas, machacada por Miguel Ángel. Como
si pensase que el motivo de sus dudas fuera el que Nelo quisiese cobrar una
asquerosa propina, vendiendo un desperdicio del maestro y no que sintiera temor
reverencial ante LA OBRA. ¿Quién les autorizaba a humillarle, convirtiéndole en
tan... tan... en tan humano como ellos? Está en condiciones de garantizar que
el dinero no le interesa nada. ¡Jamás en la vida ha cobrado una sola moneda por
una obra de arte! Se encaminó a la Sixtina, a través del Burgo, con la idea de
que no lo haría, no, no debía hacerlo, no, nunca, nunca. Se había congregado
repentinamente una multitud para recibir cierta reliquia del verdadero manto de
la Virgen, regalo de la Serenísima. Sus pasos eran automáticos, ciegos. De
pronto, una maza se le alzó enfrente, una maza manejada por un gigante turco
con un ancla tatuada en el antebrazo. En su excitación, creyó que era un aviso
de Dios: Nelo, Nelo... ¡Golpea a mis
enemigos! ¡Destrúyelos! ¡Limpia, limpia mi casa! ¡Dios lo quiere, Deus vult!
Entonces el esclavo descargó el mazazo e hizo añicos una estatua de San
Agustín, en vez del bloque de piedra que estaba picando para pedregullo. Una
exclamación suya (¡oilmè!) le había despistado. Formaba parte de una cuadrilla
de las obras del nuevo San Pedro y su capataz se llevó las manos a la cabeza.
Casi no se podía creer el desaguisado.
—¡Estáis ciego!
¡Me va a matar, el comisario me va a matar cuando vea esto! Ah pero no va a
quedar así, no, de ninguna manera, no. El turco es estúpido pero el martillazo
a San Agustín es de vuestra cuenta. No saldréis de aquí si no pagáis, no.
—¿Sabes con
quien estás hablando? –respondió al capataz—. Soy el legado conciliar para la
reforma de la Sixtina. Envía allí la factura, cara de culo.
—Es cierto
—dijo el turco mirando al público—. Este que veis ahí es una apestosa rata del
taller de Miguel Ángel.
—Me gustaría
saber porque este esclavo me llama rata —dijo Nelo sorprendido.
—No es por ti
que es por tu ex-patrón —dijo el doctor Donati, que andaba curioseando por
allí—. Pierluigi regaló a Miguel Ángel el cadáver de su padre para que le
hiciese la autopsia. ¡Explícale tú a estos infieles lo que es el progreso de la
Medicina! Mejor será que te marches. Odia todo lo que le recuerde al maestro.
—Esto no
quedará así, no.
Se puso de nuevo en marcha, sorteando masas de
peregrinos. No podía dejar de pensar en la maza, una gran maza de hierro
azulado en manos del turco... no, en manos de su padre Riciarelli que decía: destruye Florencia. Es tu destino. Destruye,
destruye al florentino de los florentinos. Toma mi maza, mi poderosa maza.
Después de
golpearse contra millones y millones de espaldas y codos, volvió a toparse
junto al mismo turco que seguía machacando pedruscos. Estaba caminando en
círculos. Por suerte, Donati le reconoció y le escoltó al Vaticano. Cuando pisó
la sala Regia ya estaba convencido de lo que iba a hacer. La rabia y la fatiga
acumuladas le habían provocado un estremecimiento febril.
Al pie del Juicio. Zanobio ya había montado el
andamio. ¡Maldito diligente! Llevó las manos a las sienes, las friccionó con
virulencia. Cuando siente el catarro de cabeza lo mejor es que se meta en cama.
Ojalá lo hubiese hecho. Pero allí estaban esos horribles obreros, dispuestos
para el trabajo. Estaba bajo una intensa pasión y no solo era eso: el lugar es
maligno. Se asienta sobre el légamo sangriento de millares de cristianos
sacrificados en el circo Vaticano. Una serpiente habita en el subterráneo. De
cada bocado se come varios cientos... millares de niños.
Una serpiente
es lo que tiene San Blas entre las piernas, y se dispone a sepultarla en el
trasero de Catalina. Por más que trataba de fijar la vista en otros personajes,
no lo conseguía. ¡Blasfemia! Era imposible mirar a otra parte. Aquella terrible
indecencia hizo supurar su corazón.
Al grano.
Zanobio de Marioto estaba allí y es un tipo muy
ignorante. Bebido, como siempre. Su respiración le abofeteó en plena cara con
ese olor agrio del vinazo barato. No tenía una maza tan grande como la que se
necesitaba.
Nelo echó la cabeza atrás y sus ojos se llenaron de
Juicio Universal. A sus oídos llegaron
quejas de amor que, rebasado el techo de la Sixtina, se convirtieron en el
ulular del cierzo. Las carnes blancas de los amantes bajo la luz tenue del
ventanal, atrajeron sus miradas como una especie de fascinación. Esos traseros
que se movían coquetos, respingones; lúbricas serpientes que se retorcían,
giraban sin parar. Se entrelazaban, se unían, suspiraban. Eran viscosas salamandras,
anguilas ardientes que se rebozaban en sus propios fluidos, se besaban en las
partes, gemían. Giraban al unísono o al contrario, jadeaban, agotados tras un
prolongado éxtasis de placer. Unos pervertidos. No podía dejar de mirarlos
salvo que se tapara la cara con las manos. Y luego por una rendija entre los
dedos... ¿Qué es lo que ve? San Blas clava la vista en el trasero de Catalina,
con ojos salidos de sus cuencas. Pronuncia su nombre: Nelo, Nelo... Le llama,
quiere abducirle…
La realidad se
superpuso con las alucinaciones causadas por el catarro de cabeza. O la
belladona (el ayuno potencia sus efectos). Ven, Nelo, ven... San Blas tenía los
brazos estirados sobre la espalda de su sodomizada y azotaba sus posaderas con
un cepillo de cardar. Con su mueca rijosa, dice: ¿No ves que Catalina es
Vicenta? Dime, amor, si mis ojos ven lo
que creen, o si va dentro de mí y a donde miro, ven lo que siento. Dime, amor.
Catalina se desvistió de la ropa con una deliciosa cadencia de movimientos.
Nelo, muriendo en mi sueño alucinado, sintió crecer un fervor único,
desconocido. Catalina se las arregló para danzar seductoramente, abrazada a un
semicírculo de madera al que mecía como una cuna. El baile mantuvo en él un
fervor máximo de erotismo suspendido, durante tanto tiempo como no creía
posible. Luego, se arrodilló en posición de decúbito prono, ofreciendo a su
espada unas posaderas níveas, tintadas de delicioso azafrán. Con esos muslos
tan carnosos, reventones, parecía una amazona. ¡Oh Catalicenta, yo sí que estoy
a punto de reventar! La poseyó con ardor y sin prisa. Los demás grupos de
amantes los rodeaban; docenas de suspiros, esfuerzos y jadeos potenciaron el
placer hasta el infinito. El Juicio
Universal en esta zona, se entrega con fruición salvaje al amor. ¡Ay,
pecador! ¡No debió haber mirado! De repente, un vivísimo resplandor rasgó el
centro del cuadro. Del óvalo de luz surgió micer Riciarelli, tronante de
carcajadas. Levantó el brazo derecho en gesto de majestad. ¡Húndete a las
tinieblas, desgraciado!, era lo que quería decir ese brazo. ¡Fortificación! ¿Comprendes, hijo?
Fortificación, fortificación. El entusiasmo se había disipado. Catalicenta,
desnuda a sus pies, a cuatro patas como una hedionda cabra, miró de lado como
diciendo ¿qué pasa? ¿Qué pasa? ¡Indecente! ¡Bien que lo sabías! ¡Guarra! ¡Puta
de candela! ¡Sacco di merda! ¡Vuelve a ser Santa Catalina, desgraciada!
¡Ahora mismo vas a ver lo que haré! ¡Te voy a vestir
hasta los pies con un grueso abrigo de pelo verde! ¡Vas a ser más casta que
Susana! ¡Casquivana! ¡Hetaira! Retiró con violencia la mirada de su trasero.
¡Vade retro, Satanás! Volvió la vista a la derecha, hasta que se llenó de luz,
de óvalo de luz, de ovaluz. Aire, aire. Salió de nuevo a la explanada del
Vaticano y absorbió una ansiosa bocanada.
Cuando volvió a entrar, arrastraba un peso a su
espalda que le tiraba de los brazos hacia atrás. Por un momento se preguntó si
no sería excesivo para él. Pero un estado de elevación espiritual le sobrellevó
y le hizo sentirse capaz de las mayores heroicidades. Un pequeño masaje en los
antebrazos, primero con una mano, luego con la otra. El peso de la maza los
había dislocado. Después, volvió a dirigir la vista a las alturas y suspiró.
Cuando hubo calculado la curvatura de los golpes, se dijo que lo conseguiría y
si no, siempre estaría ahí el turco. Acababa de comprarlo como esclavo en un
arreglo conjunto con la maza y los cascotes del San Agustín. “Ya se me está
haciendo tarde”, dijo encantado el turco.
Al primer mazazo, cayeron al suelo los dos pechos de
Santa Catalina. Al segundo, el culo de la santa y la entrepierna de San Blas,
que estaba acoplada allí. ¿Alguien cree que estas porquerías son cosas propias
de una iglesia? ¡De la mayor iglesia! ¡El santo de los santos! ¡Donde se eligen
los papas! ¡Donde se les vela! ¡Donde el Espíritu Santo, habla! ¡Dale, turco,
dale! ¡Ahora te toca a ti! ¡Dale más fuerte! La cabeza de San Blas salió
disparada contra un Boticelli. Dale. Dale. Dale.
—¿Martillaste los frescos, Nelo? ¿Cómo podrán saber
las generaciones futuras como era el Juicio Universal?
La posteridad
será tan marrana como la actualidad. Se sabrán de memoria las escenas procaces.
Y si quieren ver a un santo dando por el trasero a una santa, nadie podrá
impedir que lo hagan. Ahí están las miniaturas de Clovio, las copias de
Venusti. Se harán planchas donde, por unas monedas, podrá comprobar hasta donde
puede llegar la desvergüenza de un florentino. ¡Pero ahora ya no podrá ofender
la castidad de la Sixtina! Dale. Dale. Dale turco, dale, dale, dale…
Esa noche
empezó a pensar que pronto sería digno de dormir en la cama de Miguel Ángel.
Había obrado como hubiera querido actuar él, de no haber sido abducido por la
Lutera. Tuvo la sensación casi tangible de haber sido el continuador de la
personalidad de Buonarroti que supera la finitud de la muerte. ¿No había el
mismo destrozado a martillazos sus Piedades? ¡Quien nos autoriza a pensar que
no hubiere hecho lo mismo con el Juicio Universal si hubiera vivido lo
bastante! Entonces yo soy él y él es yo:
por fin se me revela el verdadero sentido de la inmortalidad artística. Alabado
sea Dios. Anotó sus sensaciones del día, como si el hecho de llevar las
cosas por escrito le permitiera controlar mejor la vorágine de los
acontecimientos. En la duermevela de la madrugada del martes, no solo no le
había abandonado el estado de exaltación, sino que se había convertido en una
serie de apuntes de lo más sorprendente. El acto de vindicación que había
cometido le decía “maestro”, y ¡que equivocados estaban los que le habían creído
“discípulo”!; “jefe”, a pesar de las humillaciones que había soportado de los
camaradas; “divino” a pesar de que Miguel Ángel le negó más de tres veces;
“supremo”, a pesar de que tuvo que abandonar Macelo de Cuervos como un
apestado…
Las semanas que
siguieron fue presa de un extraño apremio. Si pudiese adecentar el resto de las
figuras del Juicio antes de que el catarro de cabeza se le llevase, moriría en
paz. No bastó destruir los personajes obscenos. Hubo que hacerlos renacer a una
vida limpia y sana. Era terrible enmendarle la plana al divino, pero lo más
difícil, el trabajo de maza, ya estaba hecho. La horrible blasfemia de San Blas
y Santa Catalina, había desaparecido. Ahora sentía una tremenda certeza en su
interior. El Señor deja caer su semilla, a veces tarda, pero al fin, cuando
encuentra la tierra buena, germina y medra. Se plantó frente a la concavidad
abierta por la maza y supo enseguida lo que hacer. El muro de la capilla
Sixtina se convirtió en un marco espléndido para que Nelo Riciarelli dejase
grabado su mensaje a la posteridad. Entendámonos, él no es él, sino un mero
portador de la llama del enorme poder de la religión de Roma, de la victoria de
la honestidad sobre el vicio, de Dios sobre Satanás. Rellenó el hueco con
enlucido, para tener una superficie limpia y pura. Regueros de lechada
corrieron sobre los personajes que, a nivel inferior, se agarran por los
genitales. Era como si les estuviera diciendo: vosotros sois los siguientes. En
tres semanas y media ya estaba preparado para puntear nuevos cartones de su
invención. Cuando tendió el nuevo fresco, los artistas y los mirones comentaron
que jamás se había visto tal premura. Pio V Ghiselieri que esperaba impaciente
este arreglo, le dio las gracias en persona. El nuevo papa (el que había sido
Gran Inquisidor) es un santo de un celo extraordinario cuya barba recuerda a la
de San Pedro.
Cualquiera puede ver ahora como el Espíritu Santo ha
arreglado la escena sacrílega. A San Blas, que antes se abalanzaba sobre el
trasero de Santa Catalina, lo puso de pie. La cosa le sentó bien: la piel se
tonificó y el rostro parece más sano. Ah, y le ha crecido una barba puntiaguda,
como recién salido de la barbería de Coco Lezone. También lo puso a mirar para
otra parte; no podía seguir ni un segundo más con los ojos clavados en las
posaderas de Catalina. En cuanto a la santa, lo primero fue vestirla. Recibió
una gruesa falda de terciopelo verde y una blusa de seda veneciana, porque una
cosa es la decencia, y otra, no vestir con elegancia en lugar tan señalado. ¿A
que quedaron tan púdicos como una pareja de libreros en misa de doce? A otros
personajes que simplemente pensaron que estaban en una casa de lenocinio y no
en la capilla sagrada del Señor, les endosó según los casos bragas, braguetas o
faldas. Solo recurrió a la castración química para los más viciosos. Y ese es
el cuadro que hoy se puede ver, que sin duda es el que hubiera querido pintar
Miguel Ángel. Puede afirmar que no se siente en absoluto halagado por los que
afirman que, en realidad, podría decirse que el Juicio Universal es de Volterra, como la Deposición Orsini o los frescos de San Marcelo. Un hombre como Daniele, solo es un instrumento, una
prolongación de la mano de Dios y de dios.
Si no supiera que su Juicio iba a ser el de Miguel
Ángel (bien entendido), no lo hubiese tocado. Eso está fuera de toda duda.
Pero, a los pocos días de la hazaña, de nuevo empezaron a oírse esas voces que
se dicen bienintencionadas. Los Tomases, los Venustis, los Vasaris... Nelo,
dijeron, usó malaquita para las faldas de Catalina ¡y ese pigmento no existe en
el Juicio! Incapaces de atacar de frente, defendiendo virilmente la obscenidad
y la herejía, recurrían a triquiñuelas artísticas, no fuera a inflamarse el
humor ardiente del Santo Padre. Esto es otro Juicio, no el de Miguel Ángel.
Tuvo que escuchar cosas tremendas, producto de la habitual bondad de sus
camaradas. Que cuando Nelo puso de pie a San Blas y giró su rostro a la
derecha, estropeó la composición del Juicio. ¡Nada menos! Según tiene escuchado
a Tomás (¡Nada menos!), la composición del fresco, al ser circular, exigía que
el personaje en este punto mirase hacia abajo. En el cenit de su existencia
humana, mientras alza los brazos al cielo para recibir el premio de la Segunda
Vida, aun tiene que seguir escuchando esas ridículas disquisiciones de
chinches, de hormigas. Basura y más basura.
No consiguió permanecer impasible. Después de haber
analizado el asunto llegó a la conclusión de que el carácter no le había
cambiado tanto. Y si antes sentía una tristeza a secar huesos, ahora sabía que
nada bueno volvería a entrar jamás en este corazón. Esa forma de evitarle por
las calles proclamaba que muchos le consideraban un Caín o un Judas. ¿No sería
terrible que tal vez tuvieran algo de razón?
Quiere morir. ¿Es que no lo pueden entender?
Desaparecer en la noche. A veces, cuando piensa en la Sixtina, siente una
vergüenza dura. Y es inexplicable ¿Acaso no se lo había suplicado el concilio, vale
decir Dios? ¡Por que me castigas por
encima de los demás mortales! ¡Te cebas en mí, Señor, vaya como te cebas!
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