miércoles, 21 de diciembre de 2022

¿LOS BIEN DESHEREDADOS HACEN NÚMERO PARA LAS LEGÍTIMAS?


 





No he de callar, por más que con el dedo,

ya tocando la boca o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo


¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?



Quevedo


SUMARIO

1.-LA ENMIENDA

2.-¿LOS BIEN DESHEREDADOS HACEN NÚMERO PARA LAS LEGÍTIMAS?

3.-DOCAMPO VERSUS COLÓN


1.-LA ENMIENDA

Hace unos días se ha intentado escamotear a la soberanía nacional de los españoles el análisis y discusión parlamentaria de una ley básica para nuestra democracia, por afectar al poder judicial y constitucional. Es decir, ocultarla a tú representante, al tuyo, al tuyo.... La añagaza, pueril (intentar introducirla de tapadillo como "enmienda" a otra ley en trámite, que no tenía nada que ver), acabo siendo desmontada por el Constitucional.

Pasado un primer momento de frustración, como evidencia ese cacareo de explicaciones absurdas, creo que por los responsables políticos se deberían algunas disculpas y algunas dimisiones. No pueden dejarnos con esa inquietante sensación de que todo es posible.




2.-¿LOS BIEN DESHEREDADOS HACEN NÚMERO PARA LAS LEGÍTIMAS?

 

Testamento propuesto: “Instituyo heredero a mi esposo Recaredo. Desheredo a mis hijos Ataulfo, Sigerico, Walia y Teodoredo, por tales y cuales causas. Reconozco a mi restante hijo, Turismundo (familiarmente “Turis”) la legítima prevista en la Ley de Galicia”.

Pregunta: ¿de cuánto es la legítima de Turis? ¿De un 25%, al estar desheredados todos los demás acreedores? ¿O de un 5%, al dividirse el crédito legitimario entre el número de hijos? En resumen, estamos ante el famoso tema de si los desheredados “hacen número” o no para el cómputo de las legítimas.

 

Cataluña no sólo ha codificado su derecho, como Galicia, sino que también lo ha desarrollado (como no hace Galicia, para que podamos pleitear a gusto). El Codi deja claro que para determinar la legítima individual hace número “el desheredado justamente” (aunque no deje descendientes que lo representen), lo que parece un buen modelo para los sistemas de legítima crediticia, puesto que es un hecho universalmente observado que los créditos no se inflan como los globos. En el ejemplo, Turis sería acreedor de un modesto 5%.

 

¿Qué pasa en Galicia? Iurisprudente (nuestro Vademecum “en zapatillas”) resuelve rápido lo que no suele ser habitual en él: como el 239 de la Ley de Galicia no cita a los desheredados entre los que “hacen número” para el cálculo de las legítimas, concluye que no lo hacen. Lo que no aclara es lo que sucede exactamente con su  presunto crédito; es decir a quien se le debe.

 

Como sabemos, en Galicia la legítima es un crédito/deuda “a todos los efectos” legales (249.1 LG). A diferencia del derecho común, 806CC, en cuyo caso se trata de una “porción de bienes”, así, in totum, reservada a unos individuos llamados “herederos forzosos”, en Galicia la deuda legitimaria ya viene dividida de fábrica (“se dividirá entre los hijos o sus linajes”, 243 LG).

 

Esa deuda (en el ejemplo 1/20 del líquido) desarrolla un importante papel en vida del causante que, con frecuencia, la deja pagada mediante el contrato de Apartación. Naturalmente, como en todo negocio, se valora y calcula al céntimo el importe de lo transaccionado. Menuda sorpresa si se enteran, a posteriori, de que en realidad se trata de un crédito/deuda “hinchable”. El acreedor, estaría encantando, el deudor, no tanto.

 

No hay que olvidar que el instituto de los “herederos forzosos” es exótico en Galicia. Desde luego, es inaplicable el arts. 982 (acrecimiento en la legítima cuando 2 o más sean llamados a una misma herencia sin designación de partes y uno de los llamados sea incapaz de recibirla) ya que nos preguntamos ¿de qué herencia estamos hablando? ¿Si el difunto le debía a El Corte Inglés, debemos considerar heredera a tan afamada cadena? Menos aun el 985 (si la parte repudiada fuera la legítima, sucederán en ella “los coherederos” por su derecho propio…). ¿Qué coherederos? Volvemos a preguntarnos ¿los acreedores ordinarios son coherederos? Peor lo ponen con el llamado “derecho propio” que repugna principios esenciales del Derecho de Galicia, como por ejemplo en el 182. A un hijo se le pueden satisfacer los derechos económicos “por cualquier título”, incluso un mero pago del bolsillo.

 

En fin, reiterando mis dudas y mi envidia a los catalanes, mi impresión personal es que es difícil que una deuda concreta que no se engloba en ninguna “porción de bienes” pueda adquirir caracteres de hinchabilidad. Dicha deuda resulta de la división del caudal líquido por el número de hijos, art 243LG, sin parangón en el CC (es una cuestión de ADN: “hijos”, da igual que sean buenos, repudiantes, apartados, desheredados, etc.)

 

Desde luego, la postura práctica respecto de una legítima crediticia, es la del Codi. El heredero-deudor gallego hará muy bien en no abrir de momento la cartera, pagando ese 25%. Por un lado, en las familias incomunicadas, es probable que vayan apareciendo hijos como setas en otoño: ellos representarían a los padres como acreedores y no estarían desheredados. Por otro, se abre el baile de los juzgados, declarando injustas las desheredaciones, o unas sí y otras no, como el picor de los pimientos de Padrón.

 

 La actitud prudente en la escritura de aceptación y adjudicación de herencia es asumir, eso sí, la deuda legitimaria, y obligarse al pago dentro del plazo legal, sea el estricto o el prorrogado mediante el interés legal. De pagar-pagar antes de tiempo, como mucho (en el ejemplo) ese 5%. Cualquier otra posición acarreará un riesgo catastrófico de verse obligado al pago de un 50% del líquido hereditario.




III.-DOCAMPO VERSUS COLÓN

El capítulo 3 del libro III (conquista de América) versa sobre la guerra para al control de la isla hoy llamada de Santo Domingo, antes La Española. Una guerra muy, muy sucia.


-3-

Anacaona

 

Cuando el Conquistador de Tenerife se aposentó en la hacienda Compostela, al Sur de La Española, no es que se hubiese producido una fulgurante conversión, la caída del caballo de Pablo; en absoluto puede considerarse que mudó su fibra vital a la de un laborioso agricultor, pendiente de las lluvias y las cosechas. La verdad es que no enraizará sus pies en la tierra mucho más de lo que había hecho en sus fincas del valle del Gran Rey, en Gomera o en sus haciendas del valle de Afur o el barranco de Añazo en Tenerife, auténticas cruces al mérito militar. Tampoco debemos pensar que hizo metamorfosis a un ordenado mercader, obsesionado con hacer frente a sus letras a fin de mes. Su sino será la mar y el combate, de la cuna a la huesa, y su descanso del guerrero en esta nueva isla a la que los indios llamaban Haití y los peninsulares, La Española, la encomienda Campo 1, durará bien poco.

Seguramente que, en cuanto le dio audiencia Ovando, darían un repaso a los tres o cuatro años transcurridos desde que había desembarcado aquí. Como era de esperar, entre las sublevaciones de españoles y de indios, apenas había tenido un momento de sosiego. El pasajero del tercer viaje enrolado como Gallego 2 (apócope del apellido Campo Gallego), tenía que saber desde que subió a bordo que las dos naves enviadas de avanzadilla por Colón, la Niña y la Santa Cruz 3, no iban atestadas de ballesteros y espadachines para plantar lechugas ni para criar gallinas, sino para batirse.

 

el Almirante envió estos refuerzos a toda prisa a su hermano, ya convertido en Adelantado, ante todo y sobre todo para hacer la guerra a los indios comarcanos y surtirse de esclavos para el trabajo en las minas y su venta en Europa, y quizá también para atajar la actitud díscola y el talente bullicioso de algunos levantiscos 4.

 

Debemos dejar establecido desde este punto que, a la postre, esta será una etapa bélica más, como podrá verse muy pronto. Las negociaciones con la gentil, sociable e independentista cacica Anacaona acabarán con su ahorcamiento en la plaza de Armas. Y sin embargo, pese a que lo que lo que había desembarcado en La Española era una fuerza de élite, sabemos que Campo encontrará tiempo y oportunidad para poner en marcha una hacienda agrícola. Más de cien hombres, sobre todo indios de servicio, niños y viejos, más algunos lucayos. Una hacienda a la que puso el nombre de Compostela en un ejercicio de humorismo muy gallego que seguramente sólo él podría comprender. Hemos recordado antes que la familia Campo tenía su solar en la zona homónima de Santiago de Galicia; allí, en la llamada plaza del Campo tenía su sede el señorío de horca y cuchillo de los condes de Altamira, cabeza del apellido. Pero no sólo era Campo el linaje de Sebastián, no sólo Campo. El gentilicio familiar de Sebastián, la plaza y casas del Campo, hoy llamada de Cervantes, también tenía Estela (estrella, en latín vulgar).

 

a partir de 1842 se empezó a conocer popularmente el lugar como plaza de Cervantes, denominación que no se haría oficial hasta 1886. Eso sí, la fuente era antigua, ya que está documentada desde principios del siglo XV, habiéndose denominado su emplazamiento con anterioridad al nombre actual Campo de la Estrella (Campo Estela, en los siglos X y XI) y Campo o plaza del Pan 5.

 

No me cabe duda de que Sebastián al denominar a su finca Compostela quiso rendir un homenaje a su apellido. Sobre la encomienda de Campo el adelantado Diego Velázquez fundará en 1504 la ciudad de Compostela de Azua, a la que el Rey, por cédula de 7 de diciembre 1508, concederá por escudo:

 

A la villa de Compostela: un escudo azul y en él una estrella blanca, y en lo bajo, unas ondas azules y blancas.

 

Concesión de aristocracia vecinal cuyos motivos no deben verse en la futilidad, sino en la alta política: atribuyendo escudos de nobleza a las ciudades indianas, su alteza rebajaba las pretensiones señoriales de la familia Colon.

 

Niego que esta vez me haya ido por las ramas. Si traigo a colación vocablos como Campo, Gallego o Compostela es para revelar las pautas que he seguido para detectar al tudense en el fárrago de testimonios, escritos y crónicas a que dará lugar la Conquista. Debemos pensar que a menudo el cronista de Indias, al interrogar un testigo, a la pregunta de ¿quién hizo esto?, sólo obtenía como respuesta: Un portugués. Un gallego. Uno de Pontevedra. Creo que esta última localización es importante en cuanto represente el escalón descendente intermedio entre “gallego” y “de Tuy”. Tuy, Bayona, Camiña y La Guardia eran pequeñas villas a través de las cuales la familia Campo había secundado las correrías de Camiña, pero perfectamente desconocidas al otro lado del océano. La cabecera de la comarca de Tuy, a la sazón y aún hoy, es Pontevedra, la segunda ciudad de Galicia por entonces. Desde sus murallas Piero, el padre, se hartó a disparar sus saetas; aquí debió hacer sus primeras armas Sebastián, el hijo. La narración de las odiseas heroicas del Madruga en aquel asedio (la esquiva del corte con hoz a las patas de su caballo) tuvo que haber sido la tabarra habitual del gallego los días que hubiese empinado el codo en la dominicana taberna de la Cordobesa. Propongo, pues, que encendamos un pequeño foco en esa línea. Y ahora, venga, joder, algo de acción.

Ovando, cuidado con él, era un hombre de esos de ¡Venga! ¡Espabila!, por lo que a los pocos meses de su desembarco se propuso el sometimiento de los cacicazgos levantiscos de Higüey y Xaragua, a poniente y levante de La Española. Recordemos que esos conatos de rebelión habían sido uno de los motivos por los que los baquianos (veteranos) habían recibido con albricias en puerto a los que llegaban con la armada de Ovando. Cualquier mal gesto por parte de los indígenas abría la posibilidad de esclavizarlos como cautivos de buena guerra, un mecanismo ominoso del que ya vamos teniendo experiencia por Canarias. El gobernador reclutó a la carrera a los trescientos mejores hombres, entre los que según todos los indicios estaría el conquistador de Tenerife: no es el menor de ellos el de que se sabe que movilizó a todos los de a caballo en la isla (70), arma en la que hemos visto que Campo había adquirido experiencia en la campaña de Tenerife. A través del testamento sabemos que, en su establo dominicano, pastaba un caballo morcillo ensillado del que lamentamos haya omitido el nombre: con gusto lo escribiríamos aquí, como Babieca o Bucentauro. Las Casas atribuye al de Tuy el oficio de caballero: el que tiene y puede mantener un caballo.

 Como podrá verse muy pronto, Sebastián había hecho muy bien en haber renovado su armamento.

Las hostilidades comenzaran en la isla Saona, al sureste del territorio de Higüey, extremo oriente de La Española 6. El incidente que lo desencadenará será el clásico destripamiento. La islita se había especializado en surtir de pan de raíz de cazabe a las carabelas; un español que estaba estirando las piernas por el palmeral, descansando de la larga travesía en una nao carguera, se descuidó de su perro alano y el chucho, entrenado para eso, desparramó las tripas del cacique. Había una instrucción a las lanzas jinetas de apuntar a la barriga por el efecto desmoralizador que produce entre nativos el arrastre de la masa intestinal y los canes la habían asimilado fielmente. Los ocho siguientes españoles que se presentaron en Saona, en procura de pan cazabe, fueron liquidados a palos. ¡Buena guerra habemus!, que gritan los vecinos en la dominicana plaza de Armas. Más pronto que tarde el gobernador despachará una armada al mando de Juan de Esquivel y otros capitanes, como los ya experimentados Ponce de León, Diego Velázquez y Sebastián de Campo, u otros futuros famosos que harán aquí sus primeras armas, como un tipo chiquito y dicharachero llamado Diego de Nicuesa o Francisco Pizarro, resuelto y analfabeto. Más adelante se incorporará a la campaña el no menos arrojado, pero estudiado y con latines, Hernán Cortés. Mal momento para ser indio.

 

Hernán Cortés llega a la isla en los años en que Ovando le estaba haciendo la guerra a los indios de Higüey y de Jaragua, participando activamente en estas campañas militares… Ovando, reconociendo su labor… le encarga la escribanía del recién fundado ayuntamiento de la villa de Azua 7.

 

 Cortes pasará a Cuba en 1511 y de allí a la aventura de su vida, la conquista de México. Sin duda íntimo por cercanía local de Campo (en Azua sólo conviven 25 españoles, según Arranz), habríamos visto al tudense en Tenochtitlán si los costurones de los combates le hubieran permitido una vida más larga. En cuanto a Diego de Nicuesa, muy pronto observaremos como se enreda en negocios con Docampo.

La rebelión del Higüey. Demasiada trompetería para tan poco enemigo. En total embarcarán unos trescientos hombres fuerza sobradamente calculada para enfrentar varios millares de tainos. La escuadra, desembarcando de pueblo en pueblo, fue sometiendo el territorio con toda la pachorra del mundo. A juicio de Las Casas la resistencia de aquellos pueblos líticos (entre el paleolítico y el neolítico), solo se puede calificar de patética:

 

Sus guerras (de los indios) eran como juegos de niños, teniendo las barrigas por escudos para recibir las saetas de las ballestas y las pelotas (balas) de las escopetas, como peleaban desnudos en cueros… flechas sin hierro… piedras donde las había… de los caballos no digo, en una hora alanceó uno sólo, 2.000 de ellos 8.

 

Tal vez Las Casas exagere o achaque a todos la maldad de unos pocos; en el fondo es hombre que defiende una tesis y este tipo de individuos suele ser parcial:

 

Probaban muchos las espadas; quien tenía mejor espada o mejor brazo, y cortaba al hombre por el medio, o le quitaba la cabeza de los hombros de un piquete, y sobre ello hacían apuestas 9.

 

El bueno de fray Bartolomé tiene unos anteojos con lentes de aumento y se los pone para ver este tipo de cosas. No es que tengan muchas dioptrías, solo algunas, pero aumentar, aumentan.

Tras el último desembarco, los españoles cruzaron en sus bergantines a la isla de la Saona y pasaron a 600 o 700 a cuchillo, colocando teatralmente sus cuerpos en estrella alrededor de la plaza (bohío) del pueblo. Escenificaron así la venganza cumplida por aquellos ocho cristianos de los que ya nadie se acordaba. El combate no debió de ser de los que enorgullecen a las generaciones futuras, no obstante, debemos situar en el epicentro del mismo al capitán Docampo, vasallo, a la postre, del señor de Pontevedra: el conde de Camiña: No hay noticia en la isla de ningún otro caballero a quien pueda aplicarse el gentilicio Pontevedra (Sí existió un peón llamado Antonio de Pontevedra):

 

dos de a caballo… llamados Valdenebro y Pontevedra vieron un indio en bueno y grande campo… dijo uno “déjamele ir a matar”; pásalo de parte a parte (con la lanza); el indio toma con las manos la lanza y métesela más y vase por ella hasta tomar las riendas en la mano; saca la espada el de a caballo y métesela por el cuerpo; el indio quítale de las manos la espada teniéndola en el cuerpo… saca el puñal y méteselo en el cuerpo; el indio quítaselo de las manos; ya quedó el de a caballo desarmado. Velo el otro de donde estaba, bate las piernas al caballo, encontrándolo con la lanza y, tomada por el indio, hace lo mismo del espada y del puñal; helos aquí ambos desarmados y el indio con seis armas en el cuerpo; hasta que se apeó el uno y sácale el puñal con una coce que le dio y luego cayó muerto el indio en el suelo 10.

 

Es imposible, reiteramos, la creencia a ojos cerrados en las fantasías de Las Casas aunque el párrafo sirva de muestra de la valentía, a pesar de todo, de aquellos guerreros prehistóricos. Las armas nuevas que Docampo había encargado a crédito en España, espadas, ballestas, quizás una escopeta, hacían la diferencia; pero aquellas victorias arrasadoras se ganaban no sin sudor. Quizás entre aquellos tres mil hombres que mantenía Ovando en la isla existiera una docena de los tales sádicos que describe fray Bartolomé (“Probaban en muchos las espadas… quien tenía mejor espada o mejor brazo y cortaba el hombre por medio o le quitaba la cabeza se los hombros de un piquete y sobre ello hacían apuestas”); pero la mayoría sólo tenía un deseo fanático de ganancia de fama y riqueza; eso sí, sin dar importancia a los medios.

Al cabo de dos o tres envites los indígenas mandaron a decir que ya tenían suficiente. El mensaje que llegó al capitán Esquivel era de rendición incondicional: se obligaron al servicio de los españoles, sin importar en que. Se les impuso que deberían convertir su territorio en gran conuco de pan cazabe para abastecimiento de los españoles de Santo Domingo, dejando “aquella isleta (Saona) destruida y desierta, siendo el alholí del pan, por ser muy fértil 11”. Este será el primer gran triunfo de Ovando, puesto que el hambre cataclísmica era la típica crítica que se hacía a la familia Colón, siempre acechante en la corte en su intento de recuperación de la vara de mando en las Indias Españolas.

La paz tiene sus rituales en aquellos lares y Esquivel hizo pacto de guatiao con el cacique Cotubanamá, que pasó a llamarse Juan Esquivel. Lo que no impedirá que el tal Juan Esquivel-bis sea ahorcado allí mismo, el duplicado, que no el original. Se dejó una fortaleza de madera a cargo de nueve hombres para asegurar el cumplimiento de los compromisos adquiridos y se devolvió a capitanes y soldados a sus lugares de origen; en pocos días Campo estaría en Compostela. Pero en estos tiempos, principios de 1503, cuando aún había indios en pie de guerra, apenas daba tiempo a limpiar la sangre de las espadas. Un conquistador de raza, como Campo, difícilmente podía dedicar mucho tiempo al sueño de Cincinato: el cambio de las armas por el arado.

En el suroeste de la isla la cacica Anacaona, muerto su hermano Bohechio, gobernaba en Xaragua ateniéndose escrupulosamente a los tratados que obligaban a su gente a soportar la depredación de niñas y cazabe a que le sometían los roldanistas residuales. La tensión explotaba en periódicos altercados; uno de ellos, más grave que de ordinario, proporcionará a Ovando el casus belli en cuya esperanza todos vivían. La corona se enfadaba si se mallaba en los indios sin un motivo legítimo, se enfadaba, pero poco. Esta vez el casus estaba bien documentado. Al parecer se habían producido tratos o conversaciones encaminados a una sublevación; un eficaz servicio de información de indios colaboracionistas filtrará o inventará la noticia.

 La tropa se conformará como siempre de algo menos de trescientos hombres, compañía standard que se revela suficiente en Indias para eliminar cualquier amenaza por fuerte que sea. En Cajamarca-Perú y México-Tenochtitlan, Pizarro y Cortes laminarán ejércitos de hasta 50.000 hombres con fuerzas incluso inferiores. Claro que sólo en El señor de los anillos volverá a ver la humanidad el enfrentamiento de un moderno ejército europeo contra huestes de la Edad de Piedra.

En junio de 1503 la hueste se presentará en Compostela, camino de Xaragua:

 

Ovando fue huésped de un comendador gallego que allí vivía 12.

 

Es de suponer que el motivo de la estancia no fue la hostelería, sino la recluta Campo y su gente. Y no se trata de una suposición gratuita; antes que nada está el hecho de que sería absurdo dejar de vacaciones a uno de los más afamados conquistadores españoles que moraba en la isla, fidelísimo a Ovando. A mayor abundamiento, con la expedición venía Rodrigo Mexia de Trillo, el miembro de la “asociación a dos” canaria con el que Campo lo compartía todo: casa, tierras, guanches, armas. Desde luego, si Sebastián hubiese preferido vestirse con faldas de mujer en vez de asir fuertemente la espada que Mexía le arrojaba entre las piernas, el de Tuy hubiese quedado deshonrado para los restos. No. ¿Cómo iban a renunciar los expedicionarios a la hueste de indios domésticos que siempre acompañaba a estos conquistadores? De Compostela debieron haber partido al amanecer los dos Campos, el gallego y su guatiao, seguidos de un buen montón de tainos de guerra entrenados, una especie de spahis marca de la casa.

Debió haber partido rumbo al poniente. Tenía obligaciones militares con Ovando, societarias con Mexía. Pero todo el Sur de la isla estaba en revolución, Azua, también. Tete a tete con el comendador de Lares se valoraría la conveniencia de mantener asegurada la retaguardia, el camino de Santo Domingo; y esa retaguardia era la encomienda Compostela. Como en breve se comprobará, esta será una previsión juiciosa. Mientras sí, mientras no, Sebastián se quedaría en casa; tenemos un testimonio indudable de ello, pero lo dejaremos para el próximo capítulo. El socio, Mexía de Trillo, deberá conformarse por esta vez con una tropilla de tainos entrenados; es probable que al mando del guatiao Campo. Como los cronistas aseveran que los guatiaos solo hacían lo que sus amos, creo que es de buena lid literaria que sigamos presentes en la acción, enfocando nuestra mirada a través de los ojos del esforzado taino Campo-bis. ¡Alto, NO! Así no sería la biografía de Campo Gallego. Bah, pero el de Tuy no es el narrador, que soy yo. Y si Las Casas dice que los guatiaos eran un duplicado de la vida de su sosia… es como si siguiéramos las aventuras que el gallego pudo haber tenido, una especie de segunda posibilidad de vida. Vale, así, sí.

 

La acción de Xaragua difícilmente podrá considerarse batalla; hoy la llamaríamos acción de limpieza. O algo peor, como My Lai. Para narrar la razzia, crudelísima, seguiremos a Oviedo 13; si lo hiciésemos con Las Casas, los hechos podrían parecer de una maldad delirante y perderíamos credibilidad.

A oídos de Ovando habían llegado rumores de que los de Xaragua tramaban una traición. Sin apenas preparativos, reclutó doscientos peones y setenta de a caballo (recordemos que Campo era caballero con montura en Indias 14. ¿Le supliría en la cabalgada su guatiao?); a ellos se sumaron los indios de guerra de quien los tenía. El gobernador señaló decididamente al Oeste donde, a cabo de unos días, tras la conocida escala en Compostela, alcanzó los dominios de Anacaona. A esta reina indígena se la suele describir como hermosa, a menudo por motivos literarios. Las Casas, prefiere el término de palaciana, o sea puta. A saber cómo sería, aunque lo cierto es que pretendientes españoles no le faltaban, deseosos de dar el braguetazo dado el gran contingente de indios que regentaba. Anacaona, intimidada por la wehrmacht blindada que le había caído encima de sopetón, convocará a todos los señores en la aldea para celebrar una serie de festejos en homenaje al guaniquina (jefe) de los cristianos. Ovando será alojado con todo honor en un caney grande y muy labrado, de madera y paja.

 

Un domingo (mandó Ovando que) los cristianos jugasen a las cañas y que los caballeros viniesen apercibidos, no solo para el juego, sino para las veras y pelear con indios 15.

 

Mientras, Ovando, el comendador mayor, disfrutaba de la serena tranquilidad de un banquete en su honor a base de caza, pescado y cazabe; mientras, su imperturbabilidad de santurrón barbirrubio apenas se veía afectada por los cantos indígenas llamados areytos y las sensuales danzas que se le exhibían; mientras, se le daba a elegir entre una selección de niños y niñas de cama. Mientras. La secuencia de los hechos se desencadenará después de la comida de hermandad con los caciques que había tenido lugar en la Casa Grande.

 

Tan pronto como la gente de a caballo llegó a la plaza, llamaron al comendador para que viese el juego de cañas; le encontraron jugando al herrón con unos hidalgos para disimular. Luego vino allí Anacaona, su hija Aguaimota y otras mujeres principales. Dijo (Ovando) que venía a ver el juego de cañas y mandó llamar a los caciques. “Primero les quería hablar y darles ciertos capítulos de lo que habían de hacer”. Mandó tocar una trompeta y se juntaron todos los cristianos e hizo meter a todos los caciques en la posada; y allí fueron entregados a los capitanes Diego Velázquez y Rodrigo Mexía de Trillo, los cuales ya sabían la voluntad del Comendador mayor e hicieron atar a todos. “Y súpose la verdad de la traición y fueron condenados a muerte”. Y los quemaron a todos dentro de un bohío o casa, salvo Anacaona, a la que al cabo de tres meses mandaron ahorcar por Justicia. Después de lo cual se hizo guerra a los indios que eran gente muy salvaje. Vivían en cavernas hechas en los montes, no sembraban ni labraban y se mantenían solo con frutas, hierbas y raíces. Fue la gente más salvaje que se ha visto en las Indias 16.

 

Las Casas aporta el detalle de que la contraseña para el inicio de la matanza fue un tocamiento que hizo Ovando de su cruz de oro al cuello, distintiva del cargo de comendador de Alcántara. Mejor eso que escuchar su voz, que al parecer sonaba temblorosa de puro solemne y autoritaria. Y, aunque hemos preferido omitir los desbarrigamientos al estilo lascasiano por no echar más leña al fuego, es imposible resistirse cuando el dominico, en vez de exagerar, ironiza:

 

A la señora Anacaona, por hacerle honra, la ahorcaron 17.

 

Tal fue la terminación oficial de la campaña de Xaragua, aunque las operaciones de limpieza se demorarán varios meses. A la reina Isabel, que había cogido cierta simpatía de colega a Anacaona por su recio carácter, tan parecido al suyo —a pesar de habitar en otra dimensión espacio-temporal—, disgustó la ejecución de la cacica. Pero solo fue una indisposición pasajera, una cena atragantada; pronto Ovando, su hombre, empezó a poner orden en la isla y en el lastre de los barcos se incluían muchos pesos de oro. El real berrinche se pasó en un real suspiro.

 

 

 

 

 

 

1 Luis ARRANZ MÁRQUEZ. Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Ediciones Fundación García Arévalo. Madrid, 1991.

2 Juan GIL. El rol del tercer viaje colombino. Historiografía y bibliografía americanistas, volumen 29. 1985.

3 GIL, ibidem.

4 GIL, ibidem.

5 Juan Carlos CANALDA. La presencia de Cervantes en Santiago de Compostela. Web, 2020.

6 Jackie ARVELO. Historia de Santo Domingo. 3000 A.C. - 1536. Web. Santo Domingo, 1991.

7 Henry MELO. Azua de Compostela. Origen y Fundación. Editorial Búho. Santo Domingo, julio 2016.

“Hernán Cortés llega a la isla en los años en que Ovando le estaba haciendo la guerra a los indios de Higüey y de Jaragua, participando activamente en estas campañas militares, demostrando así condiciones para tales fines a temprana edad (contaba con unos 19 años, pues había nacido en Medellín en el año 1485). Ovando, reconociendo su labor en estas batallas lo premia con repartos de aborígenes y de tierras y le encarga la escribanía del recién fundado ayuntamiento de la villa de Azua. También se le asignó una granjería, situación esta que aprovechó bastante bien, pues andaba todo el tiempo negociado con semillas y aclimatando esas que llegaban de España al nuevo territorio”.

8 Bartolomé DE LAS CASAS. Historia de las Indias. Libro II. Imprenta de Miguel Ginesta (proyecto Gutemberg). Madrid, 1875.

9 Ibidem.

10 Ibidem.

11 Ibidem.

12 Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS. Historia general y natural de las Indias. Biblioteca virtual Cervantes. Alicante, 2011.

13 FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, ibidem.

14 Carmen MENA GARCÍA. Aquí yace Sebastián de Ocampo a quien Dios perdona. Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, jul-dic. 2.012.

15 FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS. Ibidem.

16 Ibidem.

17 DE LAS CASAS. Ibidem.


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