viernes, 18 de noviembre de 2022

FISCALIDAD DEL CRÉDITO LEGITIMARIO.-COLÓN GALLEGO


 


La universidad de Granada pretende algo aun más difícil que la auto-felación de San Martiño de Sobrán


SUMARIO
1.-COLÓN GALLEGO
2.-FISCALIDAD DEL CRÉDITO LEGITIMARIO
3.-LA RÚBRICA DE LAS COPIAS NOTARIALES
4.-DOCAMPO VERSUS COLÓN


1.-COLÓN GALLEGO

Es un  axioma que el gallego que no acepte a ojos cerrados la tesis del “Colón Gallego”, ni sabe lo que tiene, ni es merecedor de ella. A las personas e instituciones que la defienden debemos lo más mollar de la investigación sobre el Renacimiento en nuestra Tierra. Y, ¿qué decir de su papel en la divulgación de estudios históricos altomedievales? Congresos, exposiciones, extracción de ADN a parientes putativos… la verdad es que basta introducir en cualquier buscador la palabra “Colón”, para que el 4º o 5º resultado añada indefectiblemente el calificativo de “gallego”.

 

La tesis está muy bien formulada; y, dado que existen otras, apoyadas en argumentos similares, a menudo un buen gallego deberá luchar en su interior con una idea perversa. ¿No serán ciertas todas? He acudido con placer a la exposición de El Colón Gallego que se celebró en el pontevedrés palacio de las Mendoza, pero, si cierto amigo indiscreto me hiciese la pregunta de si disfruté también en muestras similares dedicadas a el Colón catalán, valenciano, portugués, manchego, navarro o balear (este en sus variedades de mallorquín, menorquín o ibicenco), tendría que responder afirmativamente. Incluso entre las teorías pro-gallegas existen dos variedades: la formulada por Celso García de la Riega (Colón fue Colón desde la cuna, en Pontevedra, a la sepultura) y la que hoy acoge la Universidad de Granada (Colón fue Pedro Álvarez de Sotomayor, alias Pedro Madruga, hasta 1486, haciendo metamorfosis en Alba de Tormes a Cristóbal Colón tras su ejecución a garrote). Sin duda es cierta la primera, la de don Celso, la creo --vaya mérito que tiene si no existía  internet--; incluso, en cuanto acabe la botella de guisqui, seré perfectamente capaz de creer en la segunda, la de la transubstanciación. Precisamente estos días la universidad granadina se está aplicando, en extraer ADN en su tumba de San Martiño de Sobrán, a un primo del Madruga con la finalidad de compararlo con el de Colón: tal vez, si el resultado es positivo, asistamos por vez primera en la Historia a la comprobación científica de un Milagro,  como quería Ernest Renan.

 

Hablando au serieux, creo que en la materia podemos aceptar dos planos de la realidad, sin menospreciar ninguno: puedo poner como ejemplo el fenómeno Xacobeo, que creó a Galicia, sin necesidad de que nadie escudriñase el ADN palestino de aquel que yacía en el arca marmórica. Nadie tiene que sentirse ofendido, menos en estos tiempos de realidades paralelas. El Colón almirante del Rey de España era un hombre tan fantasioso que rayaba en lo visionario: un hombre capaz de dar por sentado que el mundo tiene forma de teta y que en el pezón está el Paraíso… cuyo descubrimiento se atribuye. No creo que pusiese objeción alguna a su origen gallego; no ni aunque tuviera a un palmo de sus narices los cuarenta documentos directos y varios cientos de indirectos (redactados por sesudos notarios ligures), que documentan en Génova y sus  pueblos vecinos de Saona y Villa Quinto el origen de Cristóbal Colón, el de sus hermanos Bartolomé, Diego, Juan y Bianchinetta (a los 2 primeros los dan por residentes en España, junto a Cristóbal al que llaman Almirante del Rey de España), el de sus padres Domingo y Susana, el de sus abuelo paterno y materno Juan y Jacobo respectivamente, el de sus tíos Antonio y Battistina, etcétera. Repasando la Raccolta Colombiana (comentario de Altolaguirre en cervantesvirtual) se siente envidia de lo bien que conservan sus protocolos estos genoveses. Cada compareciente aparece acompañado del nombre del padre, indicando si está vivo o muerto y añadiendo, ¡ay!, la profesión (menudea la de “tejedor de paños”). Las genealogías salen del tirón.

 

En la realidad notariada, Cristóbal Colón era de nación castellano (por carta de naturaleza, como Ansu Fati); y por origen, ligur o genovés, nada de italiano, cuya nación tardaría siglos en existir y cuyo idioma ignoraba. Pero, como personaje, cualquier gallego de pro retaría a duelo a quien se atreviera a negar que sus ojos se abrieron a la luz, a la maravillosa luz ambarina de la ría de Pontevedra.

 

Desde luego, si valen para algo los documentos notariales, Colón, don Cristóbal, en el que solía ser el documento más importante y deseado de un “grande de España” (la constitución del “mayorazgo”) encabeza: “siendo yo nacido en Génova”. Por no ser menos, su hijo Hernando se dice en su testamento “hijo de Cristóbal Colón, genovés”. Creo inútil insistir en todo esto pues son hechos muy conocidos. Lo que es maravilloso es que estas teorías chauvinistas hayan conseguido superar la aséptica barrera de internet y nos sirvan de palanca, hoy en día, para remover las frías lápidas de granito de los Sotomayor en busca de ADN.

 

Que nos quiten Cien años de soledad y su Macondo; la transición de Pedro Madruga a Colón supera con mucho a García Márquez y solo se equipara con la tesis de Castroforte de Baralla, la ciudad voladora de Torrente Ballester. Lo malo es que el rey Fernando, un asqueroso positivista, ordenó al mayorazgo de Madruga, Álvaro de Sotomayor, pagar las deudas de su difunto padre, que como tal, como difunto, se cita en media docena de documentos. Colón aún vivía; si le dicen que tiene que pagar las deudas del tal Pedro le hubiera dado antes el infarto. Era tan tacaño que tenía este refrán por lema: “Del oro se hace tesoro, con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el Mundo, e incluso lleva las almas al Paraíso”. Pero es algo desleal criticar, desde la época del internet, a aquellos maestros que se aplicaron a abrir una ventana de visibilidad entre la tinta de calamar de que se revistió Colón para esconder su profesión originaria de "pañero". Con un simple clic hoy podemos comprobar como Álvaro, el hijo de Pedro Madruga, ordena en documento público enterrar a su padre en San Domingos de Tuy... Colón aun vivía.

 

Vale. Hasta aquí hemos abundado en las tesis ajenas pero, mientras escribía, cual sutil viborilla, una idea malsana se ha venido enroscando en mi imaginación. Si todo el mundo formula una teoría, ¿porqué no puedo yo hacerlo? ¿Sí? Gracias.

 

Afirmo solemnemente que Colón era gallego porque todos los gallegos somos genoveses.

 

Haciendo la mona en San Martiño de Sobrán

Rufo Festo Avieno en el siglo IV d.c (en base a antecedentes que se remontan al VII a.c.) en su obra Ora Marítima, señala como habitantes del noroeste peninsular (Galicia y Portugal), a los Oestrimnios, cultura que se relaciona con los dólmenes y los petroglifos. Estos Oestrimnios, según se deduce de un pasaje de Hesíodo, eran ligures (la región que capitaliza Génova). Existen multitud de pruebas del asentamiento ligur en Galicia, como por ejemplo, los topónimos (así, del genovés Visuria sale Visuña, la maravillosa Visuña del Courel). La saga irlandesa  Leabhar Ghabhala da pábulo a la presencia de Ligures en el nor-atlántico (a través de la ruta del Estaño). Monumentos de indudable raíz ligur  son la torre de Hércules, la de La Lanzada y la de  San Sadurniño, cuspidiñas a la torre Aurora o a la torre dei Quattro Canti. Y no sigo por no abusar. Por cierto, la teoría ligur tiene cierto predicamento en circuitos científicos usuales  (no en relación a Colón, claro, eso es aportación mía). Ofrezco desinteresadamente aquí a la universidad de Granada una primicia mundial: ya que están intentando dilucidar la polémica entre el ADN gallego y el genovés ¡qué gran bombazo no sería el descubrimiento de que son el mismo!

 

Después de todo, en el fondo de su alma el muy hijo de genovés, era gallego.





2.-FISCALIDAD DEL CRÉDITO LEGITIMARIO

PREGUNTA.-En resumidas cuentas, se trata del testamento recíproco entre esposo en pleno dominio, en el que aplazan el pago de legítimas al fallecimiento del último aprovechando las facultades del 275/276 (testamento conjunto y unitario) y 282, como disposición particional particular. ¿Es deducible el crédito?

RESPUESTA.-El crédito legitimario es una deuda más, como si fuera al BBVA, y es deducible como pasivo. Creo que si está reconocido en testamento, cumple las condiciones del art. 32.1 del Reglamento. El que la obligación de pago esté suspendida parece algo comparable a un préstamo hipotecario que se encuentre en moratoria; pero advierto que no soy especialista en la materia y que pueden ser muy otras las opiniones de ATRIGA. Te aconsejo que pidas opinión a tu asesor fiscal. 


Desde la bici parecía la Cesarea... pero era la Muscaria


3.-LA RÚBRICA DE LAS COPIAS NOTARIALES

TO SIGN OR NOT TO SIGN THE COPIES, THAT IS THE CUESTIÓN

(RUBRICAR O NO RUBRICAR LAS COPIAS NOTARIALES)

 

Si existiera algún notario español que fuese Príncipe de Dinamarca, que quizás lo haya, esta sería la cuestión filosófica que desvelaría sus sueños, manando cual vapor mefítico por un ojo de la calavera. Los negacionistas (no hay que rayar cada hoja que salga del notario) son minoría, por más que puedan encontrar sólidos argumentos en la ley y reglamento del notariado. Pero esta es una profesión precavida… , por sí acaso…; quizá por ello predominan los “rubricadores”, sea por mano propia o vicaria. Es de resaltar que la rúbrica strictu sensu de las copias (según el diccionario: la reproducción total o parcial de la firma), no se practica apenas, siendo sustituida en la "costumbre notarial" española por una raya, es decir, un visado. Por ejemplo "rubricar un Tratado de Paz" o "visar las cuentas". Se trata, diríamos, de una interpretación de la interpretación de la interpretación.


Recientemente un notario con el que me siento muy identificado ha tenido una agarrada (metafórica) por esta cuestión con una registradora, y sin embargo amiga. Cuando tenía ya preparado el recurso, va la tal y acepta sus razonamientos, con lo que la sesuda argumentación se quedó en pan para los patos. Como eso suele suceder a menudo (según compruebo en la red), nunca se llega a obtener la ansiada “Resolución”, dictamen salomónico que zanja las polémicas entre estos cuerpos. Por sí alguno le encuentra utilidad, mi amigo me ha pedido que publique aquí sus tesis; es lo que hago sin asumir la más mínima responsabilidad, non vaia ser o demo… Advierto que me he permitido mejorar (o sea empeorar) el pesado lenguaje forense.

 

¿SE DEBEN RUBRICAR O NO LAS COPIAS?

 

Utilizaremos los principios clásicos de interpretación jurídica. Las normas superiores (leyes formales) predominan sobre las inferiores (reglamentos, decretos); y entre está últimas las antinomias se resuelven haciendo prevalecer las reglas generales sobre las particulares –sólo aplicables a casos concretos-, concediendo algunos importancia para resolver las inconsistencias a la situación anterior o posterior del precepto dentro del cuerpo legal.

 Yendo al grano:

--La norma superior (19 y 27 Ley del Notariado) habla de que los notarios autorizan los instrumentos públicos con su firma, rúbrica y signo. La palabra rúbrica va en singular, o sea, se refiere a los signos gráficos que acompañan a la firma, excluidas las letras.

--La norma inferior/regla general (Reglamento Notarial) dice más o menos lo mismo: Distinguiendo las copias electrónicas de las “en papel”, señala que estas deberán estar signadas y firmadas (la firma incluye la rúbrica o es sinónimo de ella), por el notario, art. 221.  Más adelante (224) en relación al traslado a papel de las electrónicas, tras la identificación del instrumento (nombre notario, etc.) el reglamento, en uno de sus clásicos obiter dicta, formula un compendio de formalidades que implican “la autenticidad y garantía notarial”: firma, sello y rúbrica (así, en singular: una sola, acompañando a la firma). Es importante el requisito del uso del papel numerado notarial que, en la práctica, ha sustituido sustituye con ventaja al rayado de folios. Mismos requisitos, por cierto, que se piden para las otras escrituras, las matrices (195.3º RN: signo, firma, rúbrica y sello).

--La regla particular sobre la materia (241 RN), detonante de una infinita y algo vana polémica corporativa, se encabeza así: “En el pie o suscripción de la copia se hará constar…”, enumerando similares circunstancias a las anteriormente recogidas en las normas generales (signo, firma, rúbrica y sello), pero añadiendo otra: “… del notario… que rubricará todas las hojas…”

Sin duda estamos ante una antinomia porque las dos cosas no pueden ser verdad a la vez: o A), bastan sello, signo y firma con su rúbrica -19 y 27 LN, 221 y 224 RN-; o, B) además el notario debe rubricar “¿en? todas las hojas” sobre las que se extienda una copia (241 RN).

La antinomia se puede superar con fórmulas a mi juicio poco satisfactorias. Por ejemplo, entender que las copias autorizadas que nacen como electrónicas están exentas de hiper-rubricación cuando se pasan a papel, por existir norma específica; en cambio, aquellas que ab origine sean físicas, deben rubricarse (o rayarse) de principio a fin. O que prevalece la regla general en absoluto (19 y 27 LN, 221 y 224 RN), debiendo descartarse la contradictoria (241RN). Esforzándose un poco, pienso que cabe una posibilidad integradora, como es interpretar la norma (ya de por sí reglamentaria en interpretativa) en el sentido literal de sus palabras y no llevar el 241.1º más allá de aquello a que se refiere: “en el pie o suscripción de la copia”. Si la suscripción se extendiera a lo largo varias hojas, un fedatario sumamente ortodoxo debería rubricar todas ellas, sobre todo teniendo en cuenta que allí se compendian todos los folios/hojas, cuya numeración es correlativa: el hecho en sí equivale a suscribirlas todas “por relación”. Hay que advertir que en este punto se produce un “efecto espejismo”: la norma no dice que el notario “rubricará en todas las hojas”; sino que el notario “rubricará todas las hojas”, que es distinto. La forma más segura de rubricar “todas las hojas” es hacerlo, como el propio encabezado indica, “en el pie o suscripción de la copia”, donde se relacionan todas, por orden correlativo. Si se tratase de hacerlo “en todas las hojas”, seguro, seguro que en alguno de esos documentos-libro, más de una hoja escaparía virgen Inmaculada. ¿Podría algún ultra-ortodoxo sostener que ello afecta a la “autenticidad y garantía notarial”?

 La interpretación que se mantiene se compadece mejor con el hecho de que, en la suscripción o suscripciones de las copias, el que “habla” es el propio notario, a diferencia del resto del documento. Si lo que se pretendiese con el primer párrafo del art. 241 fuese abordar una dualidad de cuestiones (1.-Lo que se establece para “el pie o suscripción de la copia”; 2.-Lo que se prescribe para “toda la extensión de la copia”), ambas cuestiones, bien deberían estar separadas por un punto, o bien usarse adverbios de comparación tipo tanto-como (tanto en la suscripción de la copia, como en el resto del instrumento…). Por ejemplo, en el 241 in fine: Tanto en el pie de copia… como en los testimonios… (se) impondrá el sello de seguridad.

Desde luego, el redactor del 241RN difícilmente podría optar al “Premio Cervantes”. Siguiendo con su lectura, determina que “se rubricarán y sellarán” (en plural), “el folio o pliego” (en singular) que se agregue a la copia para notas. ¿Se tratará de atestar de sellos y rúbricas determinado folio, sea de forma mecánica o artística?

 

Va, en serio. La propia filosofía del Reglamento parece suscribir la idea de la sustitución de la acumulación de señales sobre el foliaje del documento por la utilización de papel notarial correlativo (262 RN, cuando el testimonio esté totalmente extendido en papel exclusivo, basta reseñar la numeración en la diligencia). No obstante, sí parece conveniente rubricar el primer folio porque implica el inicio de una serie numerada correlativa –e informatizada-, que es lo que en realidad está bajo “la autenticidad y garantía notarial”.

A manera de conclusiones indubitadas:

--NO CABE DUDA de que una de las versiones reglamentarias respecto a la simbología que deben incluir las copias autorizadas, prescribe la rúbrica por el notario de cada una de las hojas en que van las mismas (241 a favor; en contra: 221, 224 –y la Ley-).

--NO CABE DUDA de que la rúbrica o el visado de cada una de las hojas de las copias, según la misma fuente (el Reglamento notarial), para nada afecta a la autenticidad y la garantía notarial de dichas copias (224).

 Desde una ortodoxia hipertrofiada parece bastante más grave el sellado electrónico de folios de copias, que el no-rubricado de las mismas, puesto que el 224 concreta la “autenticidad y garantía notariales” a que aquellas se expidan bajo la “firma, sello y rúbrica” del notario.

 

Aunque sea una cuestión menor, quizás fuese bueno que la DGSJYFP diese alguna directriz sobre la cuestión, una vez suprimida para los fedatarios judiciales la obligación del sellado y rubricado. Dicho lo cual y, descubriendo un tanto mis cartas, creo que el rayado de millares de folios es una actividad impropia de la profesión notarial, que mejor podría dedicarse a menesteres que impliquen una utilidad social reconocible.


 



4.-DOCAMPO VERSUS COLÓN

Entramos en el capítulo 2 de la aventura americana de Docampo. Tras haber participado en el proceso contra Colón, se lleva la alegría de ver aparecer un amigo como nuevo gobernador: Nicolás de Ovando. Lo que pasaría sería que los Colones, inasequibles al desaliento, no esperarían muchos meses para dejar aparecer sus getas por el estuario del Ozama, el puerto de Santo Domingo.


                   -2-                                     

Nicolás de Ovando

 

13 de febrero de 1502. Golfo de Cádiz, Sur de Andalucía. Sanlúcar de Barrameda 1: aquello era una casa de locos donde había que abrirse paso a codazos entre una multitud de charlatanes vociferantes, dementes aventureros y ociosos de toda laya. Al principio, había sido el comercio de vinos y lanas; luego, las nunca encontradas minas de oro de Guinea; a día de hoy, la aventura americana había situado a Sanlúcar como un magnífico antepuerto de Sevilla, evitando los lodos del Guadalquivir. Era casi imposible esquivar los agarrones de monjes mendicantes y rameras de candela que te proponían, según los casos, el alivio del alma o del cuerpo a cambio de un puñado de maravedís. De vez en cuanto un pregonero proclama, a tambor batiente, la apertura del rol de tal o cual carabela. Los hombres se amontonan para firmar junto a la mesa del escribano. ¿Quién está al mando? ¿Cuánta es la paga? ¡Jurad que ningún Colón vendrá con nosotros! El que tal requería, empalideciendo, echaría una cómica mirada a su alrededor, conocida la propensión de la familia Colón, amos por capitulaciones de las Indias, al ahorcamiento, la glosectomía o la amputación de medio pie por la más leve crítica. Al tal aventurero le jurarían por la Virgen de la Antigua que estaba garantizada la ausencia de Colones a bordo, hasta los primos terceros. Esa magna expedición de millar y medio de españoles pretendía, cual ave Fénix, el renacimiento de la colonia, o sea, la abolición del infierno en la tierra creado por los genoveses mediante el advenimiento del inefable orden isabelino.

Encabezaba la expedición Nicolás de Ovando, comendador 2.0 de Lares, orden de Alcántara y viejo amigo del de Tuy de los tiempos granadinos, cuando ambos habían sido criados de la reina Isabel. Los hados del destino se ponían del lado de Campo, que aguardaba impaciente la arribada de la expedición desde la otra orilla del mar Océano, donde se había mostrado implacable en el proceso contra la familia Colón. Bobadilla, pariente de la querida Beatriz, había puesto orden en La Española, sí, remitiendo de vuelta a la famiglia, cargada de cadenas para desasosiego de Fernando e Isabel; y si no los azotó y agarrotó, no había sido por falta de ganas. El partido del Rey (uno de cuyos miembros más conspicuos era Campo) dedujo que el encadenamiento había sido lo único que había apenado a los reyes, pero no así el haber retirado del gobierno de Indias al partido de los Colón. Un Bobadilla más embobadillado, como Pedrarias Dávila, alias Furor Domini (esposo de Isabel de Bobadilla) habría rebanado el cuello a Colón como aquel hará a Balboa. Y problema resuelto.  

La expedición ovandina había tenido un comienzo azaroso por exceso de presuntos hidalgos, aquello que todos querían ser —llevaba aparejada la exención fiscal—, pero que casi ninguno era. Camino de Canarias, pasado el cabo de San Vicente, existe un brazo de mar bravo conocido como el golfo de las Yeguas, porque es aquí donde se las arroja al mar en las galernas, para aligerar la carga. Las pobres siguen a nado a las lentas carabelas hasta que, agotadas, se empinan y ya solo dejan ver las orejas. Un temporal del Sur echará a pique la nao Trinidad en Yeguas, alguien dijo que porque todos aquellos hidalgos se habían declarado incapaces de trabajar con las manos. Ninguno condescendió en cazar velas, jalar bombas y contener los embates de la timonera. Lo suyo era la espada, no podían ayudar, es que no podían, y ¡claro!, se ahogaron como yeguas. Los reyes, presumiendo una hecatombe general, se vistieron de duelo al arribar a las playas de Cádiz diversos restos navales, incluidas las cuadernas de dos carabelas del azúcar que pasaban por allí y no tenían nada que ver. Pero sus oraciones fueron en gran parte en vano; el resto de la flota se reagrupó trabajosamente entre las costas africanas y las distintas islas Canarias. Para conjurar futuros riesgos de desastre total se acordó dividir la flota en dos escuadras: una al mando de Torres y otra del propio Ovando, que sería la primera en arribar a Santo Domingo, la nueva capital de La Española, mientras la antigua sede, Isabela, hogar de espectros descabezados, empezaba a ser engullida por la maleza.

Para mayor felicidad de Sebastián, a bordo de la flota ovandina venía uno de sus padriños, Gabriel Varela, que traía en su baúl una recomendación para establecer una encomienda militar de la orden de Santiago, nada menos que en Azua. Buena información tendría de la bondad de esas tierras 2. Ovando le bajará los humos y, según se deduce de la existencia de un guatiao llamado Varela, este pasará a ser un vulgar comendador o encomenero de indios como tantos. Gabriel verá con una llamita de envidia en los ojos como Ovando, no bastándole el cargo de comendador 2.0 de Lares, será ascendido a comendador mayor de la orden de Alcántara.

A mediados de abril la escuadra divisó el estuario del Ozama, el puerto de Santo Domingo, y hay que pensar que los amigos, Varela y Docampo, tan unidos por la familia y los negocios, se debieron dar un buen abrazo. Era un tópico entre colonos la afirmación colombina de que el aire aquí era tan tibio como el de Sevilla en abril, quizá aun no se conocía bien la diferencia básica: los huracanes. Algún abrazo repartiría también Sebastián con dos miembros de la familia Arce que desembarcaban, Fernando y Juan, con los que hay que suponer algún tipo de alianza, habida cuenta del himeneo que exigirá a su hija María. Entre los que están en el muelle y los que desembarcan, se dan ansiosas y apresuradas novedades. ¿Colones? ¡Olvidaos! ¡Pronto desaparecerán en algún castillo! ¡Que el demonio se los lleve!

Por lo demás, desdentadas sonrisas de esperanza asomarían en aquellos rostros quemados, calaverizados por el hambre. Se había encontrado una pepita de oro del tamaño de una hogaza de Alcalá sobre la que sus descubridores habían asado un cochinillo. Rediós, sobre la siguiente podrá asarse una vaca. ¡Y ahora pedidme las albricias, Gabriel!, diría Campo pegando un brinco de entusiasmo: ¡Los indios de Xaragua se han rebelado! ¡REBELADO! Un franciscano que esto escuchase, frunciría el ceño. ¡Bah!, a los frailes podría parecerles una mala noticia que los indios se sublevasen; pero a los colonos les era cada vez más difícil encontrar rebeldes que pudieran ser esclavizados como botín de buena guerra. Los frailucos se ponían imposibles con esos distingos, y eran escuchados en la corte. Parece ser que no sólo los de Xaragua, sino también los del Higüey, con sus actitudes levantiscas, provocaban el curioso efecto de que se estirase el bigote con una sonrisilla a aquellos demacrados conquistadores.

Este buen ambiente favorecerá los propósitos de Ovando de imponerse como hombre providencial frente al caos de los Colón, virreyes hereditarios in absentia de esta parte del mundo en recompensa por el Descubrimiento. El comendador de Lares era un hombre de esos que se manifiestan no con palabras, sino con actos, lo que se correspondía con una presencia imponente que le daba cierta autoridad natural, refrendada por una apretada barba pelirroja. Por puro instinto político tenía que saber que estaba obligado a aprovechar su oportunidad, su tiempo, para que aquel cargo provisional, gobernador de Indias, se convirtiese en algo definitivo. Diego Colón Moniz, el hijo mayorazgo del Almirante (del mismo nombre que su frailuno tío, pero distinto, distintooo… ), estaba intensificando las maquinaciones en la corte: se sentía heredero universal del conglomerado China-Japón-India descubierto por su padre. Los gobiernos espurios de Bobadilla y Ovando le habían disgustado hasta la náusea. El segundo Colón veía claramente el negocio en el embarque de lotes de 500 indios y su venta en los mercados de Cádiz o Huelva —llevaba un porcentaje de un octavo en todo lo de ultramar—, mientras que Ovando entendía preferible su reparto a comendadores que deberían enseñarles las verdades de la Religión y tratarlos con caridad cristiana. Sin olvidar medio peso al año, que les permitiría la compra de cuentas de vidrio verdes o azules.

Diego sentía las nuevas tierras como algo tan suyo como su bacín o su nariz. Todo gobernante ajeno al clan genovés debería ser desalojado como intruso, mejor con grilletes en los tobillos. Tantas ofensas estaban a punto de tener su fin. Más maquiavélico que el padre y los tíos, tramaba una poderosa alianza matrimonial. Se enamoró locamente de la casa, digo de la moza de los Medina Sidonia, pero el rey vetó el romance: con los ejércitos del duque y los territorios de los Colón, acabaría sintiendo tentaciones a la púrpura. Ahora dirigía sus requiebros a la casa de Alba y se decía, chitón, que los blasones de esta no hacían ascos a una dote que incluyese una buena parte del globo terráqueo. Con esta gente el rey tenía más compromiso y probablemente tendría que condescender. Ovando estaba constreñido a la acción, rápido, rápido.

Pronto tendrá ocasión de sacar lustre a su nombre y blasonar su enseña de Lares en las entrañas mismas del universo colombino.

Año y pico atrás, los reyes se habían quedado cariacontecidos cuando Colón les fue devuelto encadenado, no por el hecho en sí, sus cualidades de gobernante eran peores que la peste; sólo por los hierros. Como premio de consolación (al fin y al cabo, parece que les había regalado la India, incluso más de una) le avalaron un cuarto viaje a cualquier sitio donde su hundiera y desapareciera en el fondo del mar para siempre; no a La Española, no. Ahí no. NO. NO.

No contaban con la desvergüenza del personaje. A los pocos meses de gobierno ovandino se van a perfilar en el mar turquesa del estuario del Ozama cuatro velas con sus rojas cruces de Malta y el estandarte verde de los Reyes en sus trinquetes. No ondean banderas, ni hacen albricias con las lombardas, ni siquiera disparan arcabuces. Nada de nada. Es como si viniesen a hurtadillas. Se trataba del genuino Cristóbal Colón en carne mortal. No había podido resistir la tentación de acercarse a su querida isla, a pesar de la expresa prohibición de los reyes que, conociendo sus proverbiales facultades parta el desbarajuste, lo habían despachado “solo para Tierra Firme”, ¡nada de islas! Si descubría algo nuevo, ya mandarían alguien capaz de gobernarlo.

Una chalupa bogará a tierra ante las perplejas miradas de los dominicanos que temerán que Ovando se arrugue ante la aureola virreinal del almirante. El hombre de Colón a bordo, Diego Méndez, un notario baquiano curtido en mil batallas y cicatrices, pero que lee a Erasmo, ni siquiera es autorizado a desembarcar y recibe las contestaciones a flote por un propio del gobernador, que no se dignará en recibirle. Petición de reponer una carabela averiada: denegada. Petición de refugio ante el tremendo huracán que se avecina, que, que, ¿qué es eso? Advertencia de parte de Colón de que no zarpe hacia España la armada de treinta y dos navíos que se divisa todo a la redonda. Respuesta: que ja-ja-ja.

A Ovando de la risa se le debió encender la barba hasta las raíces con aquello del huracán, que sonaba a can, canino o caca de perro, por decirlo a lo sencillo. Esa palabra inexistente en castellano lo más que suscitaba era un encogimiento de hombros.

 El gobernador será brutal: la flota zarpará al alba, con la marea, venga, espabilad. Sí o sí. Ovando preferiría mil veces que se hundiese la flota de España antes de que se pusiera en duda quien empuñaba el bastón de mando. Un hombre de autoridad no puede descansar ni un momento de su condición. Él no era como esos Colón, no negociaba con rebeldes o enredadores. De esos iba un buen ramillete como pasajeros en la escuadra que zarpaba hacía España: Guarionex, el cacique que había promovido una rebelión general, aplastada en la batalla de la Vega Real. Bobadilla, el cruel gobernador que había engrillado a los Colón. Roldán, el hidalgo rebelde ante quien se había achantado la troupe colombina. Por ir, hasta iba en los pañoles la famosa pepita de oro gigante. La del cochinillo. Tan grande como un barreno, que es a modo de hogaza de Alcalá. 3.600 pesos en oro que valía. 35 libras de peso ¡lo nunca visto en pepitas! Comandaba la expedición Torres, hombre de la corte que ya había capitaneado la singladura de ida de esta misma flota, con Ovando a bordo.

Anticipemos que Colón no era un analfabeto en cuestiones de mar pero, por ahora, debemos volver a cambiar de escenario. Dejemos a su suerte aquella España en marcha que era la flota de Torres, que iza las velas, nave tras nave, en el estuario del Ozama, y volvamos a la flotilla de Colón, el desahuciado, constreñido a abandonar Santo Domingo con un Vade retro Satanás. El caso es que, como muy pronto vamos a tener ocasión de ver, los cuatro pecios destartalados que había conseguido don Cristóbal van a tener una relación más directa con la peripecia vital de Campo, que la lustrosa flota de Torres que singla adormecida hacía la tragedia.

La encomienda Campo en Azua limitaba por el sureste con una colina en forma de medio riñón asomada al llamado Puerto Escondido, un brazo de mar desenfilado de la dirección dominante de los huracanes. Allí Colón buscó refugio de la que se avecinaba; clavó estachas, hizo firmes cabos y maromas y dejó a buen recaudo sus cuatro barcuchos en cuyos cascos empezaban a trazar galerías cierto gusano llamado broma. Campo tuvo que presenciar o ser informado de la operación, pero probablemente no se puso en contacto. Por un lado, temería ser acusado de traición; por otro, consideraría muy probable que el clan genovés —a bordo venían don Cristóbal en carne mortal, su hijo Hernando y su hermano Bartolomé— conservase sentimientos de animadversión contra él, a cuenta de su participación en el juicio de Bobadilla. Por la forma calmosa en que se desarrollará meses más tarde el futuro salvamento de la flota colombina (una vez el gusano excavador remate su trabajo), podemos colegir que el encuentro, si lo hubo, fue desagradable.

Volvamos ahora de nuevo el foco a Santo Domingo, unos cien kilómetros al Este. Tan pronto la última vela de España se ocultó tras el horizonte, la situación evolucionó con rapidez. Los españoles iban a aprender el mal trago en que consiste un huracán. Cuentan que los relámpagos eran tan virulentos que se veía luz a ojos cerrados. Cada ventana rezaba un tembloroso Salve Regina, intentando sobrellevar la angustia de la espera. Al primer embate, el viento doblegó a ras de suelo las palmeras de la costa. El agua jarreó durante horas, hasta que disolvió el adobe de las casas dominicanas y los vecinos supervivientes se vieron húmedos y desnudos. ¡El Juicio Final!, proclamaron a voz en grito unos frailes, haciéndose oír apenas entre el aullido de los ciclones. Lo fue, y su veredicto no disgustará del todo al comendador mayor, tal como ordenará ser llamado Ovando tras su ascenso al mando supremo de la Orden de Alcántara. Guardará luto, sí, por las treinta embarcaciones que se fueron al fondo; solo dos llegarán a España. Y quizás medio luto por la pepita de oro (encima de la que sus halladores habían comido un lechón) y que pasó a ser el más bello plato de la vajilla de Neptuno. Pero es dudoso que derramase ni media lágrima a cuenta del ahogamiento del 100% de los personajes de la conquista (Roldán, Bobadilla, Guarinonex, Torres… ), algo que le permitiría empezar de cero. Tras recibir noticias de Compostela por un mensajero (suponemos que el guatiao Campo), es posible que dijese a sus colaboradores que nada podía ser menos cierto que sugerir que le apenaba la supervivencia de los Colón.

¿Con quién seguimos pegando la hebra, con Ovando o con Colón? Va, con Colón, hasta que acabemos con él. Nada, que tan pronto zarpó fue recorriendo la costa mesoamericana, encontrando cosas cada vez más sorprendentes: los reinos del Gran Khan (China), las bocas del Ganges (India), el Paraíso Terrenal (a saber), actuales Honduras, Nicaragua, Panamá. Etcétera.

 

Un hombre que confiesa —con acta notarial incluida— que Cuba es Tierra Firme, la tierra continental del Gran Can (provincias de Mangui y Ciamba), el continente de la India del Ganges, que descubre en su recorrido por la costa meridional cubana infinitísimas islas (más de tres mil, dice), nada más y nada menos que el inmenso archipiélago que Marco Polo y Toscanelli situaban en el mar de la China, un hombre tan imaginativo que no duda en proclamar que el Cibao es el Cipango (Japón) asiático, que encuentra y localiza el reino de Saba, las minas de Ofir y Tarsis, que asigna a la isla Española unas dimensiones descomunales… para el descubridor de América no cuenta tanto lo que ve como lo que él quiere ver 3.

 

 Tiene esas cosas, le disculparía su fiel Diego Méndez. Es difícil sustraerse al pensamiento de que los éxitos de Colón fueron de chiripa: alcanzó América porque se equivocó en la medida del mundo. Para él, Asia estaba donde está Santo Domingo, y si no se ahogó en el océano infinito fue porque le paró un pedazo continente que no debería haber estado allí. Las carabelas iban aparejadas para dos meses; si hubiese seguido viaje a China por el Pacífico, se hubiese ahogado, llevándose al fondo a media villa de Palos. Afirmaba sin pestañear que sólo media tierra es esférica, que la otra mitad tiene forma de teta de mujer y que, en las inmediaciones del pezón, está el Paraíso Terrenal: sin duda no se fiaba de Eratóstenes que, iba para dos mil años, habían probado la redondez del planeta.

 

En 1498 sintió el Almirante que estaba cerca, muy cerca de ese vértice o pezón, en el golfo de Paria… A uno de estos parajes los denominó los Jardines. ¿Se refería a los Jardines del Edén 4?

 

 En cuanto al famoso presagio del huracán de Santo Domingo se basó, en palabra del padre Las Casas, en la abundancia de delfines y lobos marinos en superficie, “porque ellos de ordinario están en las profundidades, pero perciben cierta conmoción que hacen allá abajo los vientos y suben”. ¡Dios! ¡Si ya los zoólogos romanos sabían de las necesidades respiratorias de los mamíferos marinos! Un clavel en el culo, eso es lo que tenía el hombre. A la postre, los agujereados barcos de los Colón —Cristóbal, Bartolomé, Hernando— se trocarán en pecios inservibles para la navegación y la famiglia pasará a convertirse en una especie de Robinsón Crusoe colectivo de la isla de Jamaica, donde vararán las naves. Dejémoslos ahí, ya más adelante se abundará en la operación de salvamento dirigida —u obstaculizada— por Sebastián desde la encomienda Compostela.

Retornamos a Santo Domingo. Ovando patroneará las obras para reasentar la ciudad de adobe, disuelta en cieno por el Diluvio, en la ribera opuesta del Ozama, un lugar más seco y salubre. De la horca del naciente a la horca del poniente. Cuando terminaron de asignarse a cordel los nuevos solares, los hombres probablemente murmurarían mientras echaban miradas de soslayo a los mejores emplazamientos: casualmente todos pertenecían a Ovando, su prostituta, sus familiares y sus paniaguados del partido del Rey, como Campo. Tenemos la firme sospecha de que fue beneficiado en el reparto: más adelante veremos cómo, reclamado para otorgar un aval intempestivo, acude presto, lo que supone algún tipo de residencia. Hay que suponer que a Sebastián no le tocó precisamente una cuadrícula en los arrabales. Pero el que espere una sublevación como las colombinas, va a estar equivocado. Ovando era un competente gestor y la evolución favorable de las condiciones de vida en La Española adormecerá los pleitos. Mientras, Colón navegaba por el éter; sus quillas cortaban aguas jamás cortadas por nao alguna; “Señores míos, os quiero llevar al lugar de donde salió uno de los tres Reyes Magos”, maravillaba a sus pasajeros. Era de esperar que pronto desapareciese en los Cielos, como el profeta Elías. En los campos de Veragua se cogían dos cosechas de trigo al año. Los cerdos se reproducían por millares, como los conejos en Galicia. Los hombres engordaban; bebían hasta caer de culo en las tabernas del Pie de Hierro o La Cordobesa; se solazaban con adolescentes tainas o arawaks. Las campanas de la catedral ordenaban la vida con un ritmo cálido, sosegado y placentero; y, si antes había peleas por un pasaje para el retorno, ahora todo el mundo se cuidaba muy mucho de no ser castigado con el regreso. Campo rozaba su finca Compostela, experimentaba con viñedos, cuidaba vacas, sabía que no era para eso para lo que había sido solicitado por los reyes.

En estas le traerían noticias. Su socio Rodrigo Mesía de Trillo, no cabía de contento en el pellejo. Higüey y Xaragua, los cacicatos a oriente y poniente, se habían rebelado. REBELADO. ¿Entiendes?

El conquistador de Tenerife, que recién había renovado su panoplia de espadas de acero toledano, no podía engañarse sobre lo que se esperaba de él: que las mojase en sangre, como había hecho en las Afortunadas.

 

Rodrigo de Alcázar (pasajero con Ovando,1502). Platero de profesión y miembro de una acaudalada familia se conversos sevillanos. Por real provisión de 27 de septiembre de 1502 fue nombrado fundidor y marcador real de las Indias. Volvió a España y regresó pronto pues, en 1508, recibió un poder para cobrar de Sebastián de Ocampo el dinero de dos espadas que había comprado 5.

 

 

 

 

 

 

1 Enrique RAJOY FEIJÓO. Sebastián de Ocampo. Un comendador gallego descubre la isla de Cuba. Visión Libros. Madrid, 2011.

2 Esteban MIRA CABALLOS. Pasajeros embarcados en la armada de Nicolás de Ovando rumbo a la isla Española. Blogia 17/12/2006.

3 Luis ARRANZ MÁRQUEZ. Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Ediciones Fundación García Arévalo. Madrid, 1991.

4 Luis ARRANZ MÁRQUEZ. Cristóbal Colón. Misterio y grandeza. Marcial Pons Historia. Madrid, 2006 (Kindle).

5 MIRA CABALLOS, ibidem.


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