jueves, 10 de julio de 2025

APARICIÓN POST-MORTEM DE HIJOS

 

El Umia cerca de su desembocadora: es mágico

SUMARIO

1.-APARICIÓN POST-MORTEM DE HIJOS

2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPÍTULO 5).


1.-APARICIÓN POST-MORTEM DE HIJOS

Hay dos preguntas ya rancias (02/2021) en el consultorio E. Rajoy; supongo que han sido respondidas en su día pero, por prurito de conciencia ahora que se aproxima el final, las voy a dejar aquí re-contestadas. La práctica del día a día hizo que casi todo el fárrago de preguntas respuestas circulase a traves de la web "notaría Rajoy", ya cerrada, o el correo oficial de la misma y este consultorio de la señorita Pepis se marchitó de puro aburrimiento. 

 Hay que añadir que los preguntantes me habían puesto las cosas fáciles.


UNA es si se puede hacer un PACTO SUCESORIO CON RESERVA DE USUFRUCTO. -RESPUESTA: Claro, es muy normal y frecuentísimo; con ello se deja ejecutada la sucesión porque cada hijo o heredero ya es nudo propietario de su lote, evitándoles las tensiones de la partición, mientras que el adjudicante conserva el derecho de uso (vivir en un piso, conducir un coche, etc.) y disfrute (coger peras o manzanas, cobrar alquileres o beneficios). Además, se desartga de patrimonio. O sea SÍ, lo hace todo el mundo.


OTRA es ¿qué ocurre en una herencia cuando aparece un hijo extramatrimonial después de la muerte del causante?

RESPUESTA: En principio, NADA. La ley de la sucesión testamentaria es la voluntad del testador según resulta de sus palabras expresadas en el propio testamento. Por ejemplo, si el testador (que, por lo que he visto no suele estar in albis, sino que sospecha alguna otra paternidad) dice: "Instituyo herederos a mis hijos Juan, Pedro y Manolo, con exclusión de cualquier otro que se me pueda atribuir", quiere decir que al fallecer le heredarán exclusivamente Juan, Pedro y Manolo, repartiéndose sus bienes y sus deudas. Si con posterioridad, a base del ADN que extraen de un huesecillo, le imputan un cuarto hijo al que llamaremos José, este no pasa a ser heredero ni es firmante de la herencia. El único efecto es que José se convierte en acreedor de la herencia y de los herederos por un 6,25% del valor líquido del caudal (es decir su parte proporcional del cuarto). Los otros, como ya son herederos, se pagarían a si mismos o sea que no harían nada. Como sabemos, en Galicia, los hijos no son herederos por el hecho de serlo si el testador no los nombra, sino simples acreedores, como si se le debiera a Gadis. Y así como Gadis no interviene en la escritura de herencia, tampoco los hijos por el hecho de serlo. Esta es la situación habitual en los casos de "aparición de hijos": suele haber previas nubes de tormenta en el horizonte.

Supongo que el lector ya se ha percatado que de fondo está aquí la famosa distinción entre PRETERICIÓN (grosso modo: omitir hijo/s) INTENCIONAL y no INTENCIONAL. La intencional simplemente produce el efecto antes dicho: incrementar el número de acredores de legítima; todo ello en base al principio de que cada uno hace con lo suyo lo que quiere, sea en vida, sea en muerte. Pero no le afecta para nada a la INSTITUCIÓN DE HEREDERO, que sigue igual que está.

OTRO TEMA muy distinto es el de la preterición "NO INTENCIONAL". En el caso de la sucesión intestada, supongo que no hay cuestión: al emitir la Declaración de herederos el notario, en vez de a tres, nombrará a cuatro y ya. La gracia está en la sucesión testada.

El caso sería el de un señor picaflor (las señoras estan pilladas por el hecho del parto y el certificado médico) al que le "apareciera de verdad" un hijo inopinado a los cinco años de su fallecimiento.  Pues bien, en este caso la regla parte del mismo principio: LA LEY ES LA VOLUNTAD DEL TESTADOR. Pero, como en este caso no dejó nada por escrito, tenemos que inventárnosla porque los muertos no hablan. Y el "invento" que hacemos es que si el causante hubiera sabido que tenía otro hijo, lo habría querido como a los demás. Por ello, anula la institución de herederos (Juan, Pedro y Manolo) y añade uno más, José. Con lo que quedarían declarados herederos abintestato los cuatro a partes iguales: Juan, Pedro, Manolo y José. Naturalmente, sesudos abogados podrían demostrar que José quedó excluído con toda la voluntariedad y propósito, en cuyo caso, volveríamos a la situación anterior: acreedor de un 6,25% (pagadero en dinero del bolsillo de los herederos, de la herencia, en bienes o lo que sea), pero sin la condición de heredero ni acceso a la partición.

El correo en lo futuro será enriquerajoyfeijoo@gmail.com

Arrivederci


Ons por popa, mañana hará buen día


2.-THE SWIMMING MUMMY

5.-EL VACÁFOGO

 

La Rest House de Gizá se encuentra en un arenal vacío, pero es práctica para los heroicos turistas que siguen ruta hasta la pirámide escalonada. Consiste en una mole de adobes prolongada a la mejicana por una logia de troncos, muy del gusto local. Tan pronto Gipini descabalgó, el beduino que le acompañaba se identificó como halkim (médico) y se aplicó a fortalecer los músculos de sus piernas por medio del masaje. ¿Quién se lo había pedido? Ah, cayó en la causa: como el Mudir da de bastonazos a los que mendigan, es de suponer que recurren a ardides tan originales. Ya a solas, el parisino echó un vistazo al lugar. A esta hora tan temprana los únicos habitantes parecían los milanos que describían curvas en el cielo. Atrás, hacia el río, quedaba la inmediata avenida de Acacias que había atravesado en borrico y que, desde aquí, no parecía más que una línea negra, negra o marrón, no podría precisarlo. Dio unos pasos y alcanzó la sombra del cobertizo. En él se amontonaban docenas de estatuas: vacas-Hathor, halcones-Horus, chacales-Anubis, difuntos-Osiris, gatas-Bastet, hipopótamos-Hapi… Sus materiales podían ser granito, mármol, diorita, pórfido, obsidiana e incluso maderas milenarias. Sobre alguna se acumulaba hasta un dedo de roña. El profesor echó atrás la cabeza, abriendo ostensiblemente los brazos, delatando que se había dado cuenta del abandono en que Francia tenía estas maravillas. Cierto que Latour no vivía en este lugar, sino en una residencia adjunta al Museo, la casa de la Veranda. Aquí, en el desierto de Gizá, lo único que el director hacía... bueno, en realidad nadie sabía a ciencia cierta porque se pasaba las horas muertas en un depósito de antigüedades que además se usaba como toilette para turistas valerosos y cuadra de sus jumentos. Columnas de vapor azulado surgiendo entre los cascotes y residuos de momias saqueadas acentúan el carácter tétrico del lugar. ¿Por qué el Mamur había escogido este concreto punto del espacio terrestre para pasar sus últimos días? La definición que más convenía a todo lo que había alrededor era: la inexistencia.

Reis Hamzaöui, el ayudante de ojos blanqueados por el sol, abrió la puerta, antes incluso de que Gipini hubiese llamado. Al entrar pudo medir la desmesura de aquel almacén de antigüedades, camuflado como casa de descanso (Rest House). La cantidad y variedad de materiales arqueológicos, excedía con mucho la capacidad del museo de Bulaq. Siguió al Reis a través del pasillo que rodea el habitáculo; mientras caminaba, no podía dejar de hacerse la pregunta: ¿por qué aquí? ¡Hasta los tabiques del pasadizo eran tablas de féretros, unos chapeados en oro; otros tallados con rostros que esbozaban sonrisas de Gioconda! ¿Por qué aquí? En el puerto comercial de Bulaq pueden encontrarse docenas de galpones parecidos, a un paso de los hoteles donde se alojan esos millonarios americanos a la búsqueda de un souvenir. Naturalmente la escusa sería la falta de espacio en el Museo, pero… ¿por qué aquí?

“La respuesta elemental -se dijo Gipini- es que Latour encontró en este justo punto su pirámide parlante. Lo malo que tienen las respuestas elementales es que esquivan lo más importante: los detalles. Nada a la vista. ¿Cómo se puede esconder una pirámide en el fregadero?”

Si algún lugar del Mundo ha sido excavado, analizado y tamizado, arena por arena, grano a grano, es este. Nada. Es cierto que a uno doscientos metros, quizás menos, se aprecian los escombros de la pirámide de Unás, faraón de la V dinastía que, al no dejar descendencia, dio paso a la VI. Una cascajera de la que no queda piedra sobre piedra. Pero bastó el interés de Latour por el lugar, para que expediciones oficiales, bandoleros, funcionarios del fisco, arqueólogos y una compañía de mamelucos, perforasen aquella ruina en todas direcciones, como esas cajas que un mago atraviesa a sablazos y luego la bailarina sale intacta, ¡ale hop! La sedicente pirámide fue cortada en porciones como un queso, dinamitada, removida, ahumada, horadada, triturada, rota, perforada, minada y remojada para ver si las burbujas delatan alguna cavidad subterránea. Y nada. A día de hoy, 12 de abril de 1878, se podía afirmar que el suelo era roca maciza. “Este viejo caduco -se dijo Gipini- se burla de toda la comunidad científica internacional”.

—El muy loco aún no sabe cómo se las gasta Gastón-Camille-Charles —murmuró.

Una humedad putrefacta hizo torcer la nariz al parisino; algo ilógico, ya que la crecida del Nilo no suele manifestarse hasta principios del verano. Puesto que no se trataba de los típicos fangos anuales, la conclusión era evidente: “Aquí huele a letrina”. Entonces recordó a un tipo con sombrero tirolés, que había visto aproximarse a toda velocidad sujetándose el vientre. Costumbre turística nº 1: no hervir el agua. Costumbre nº 2: ha convertido la avenida de las Acacias en un retrete. No, aquello que se veía en lontananza no era una línea negra. Omitiría un hecho tan asqueroso si no estuviese destinado a tener una importancia futura. Al llegar a la puerta del despacho, recuperó fácilmente su postura marcial, como si de entrada quisiera demostrar al anciano que tenía vigor suficiente para llevar a buen puerto el asunto de los Textos de la Pirámide.

 

Latour le esperaba de pie, en un recinto que ocupa el área central del edificio. ¡Aquel hombre vivía aislado dentro del asilamiento! Derrengado y temblón, ya no mediría aquellos famosos dos metros, ni mucho menos.

—Veo que ha mejorado de la crisis diabética, señor Latour. Me alegro, de verdad que me alegro.

—No me he recuperado y los pulmones ya han sido alcanzados —tenía los puños cerrados a lo largo de los muslos, pero las piernas, abiertas en forma de cuello de botella, sugerían que se sostenía con dificultad. Añadió—: Además ayer tuve un desvanecimiento y me sentí como un perro, sin asistencia médica.

—Me ocuparé que no vuelva a suceder. ¿Ha pensado en la oferta?

—¿Se refiere a aquellos 15.000 francos que me consiguió usted... digo que consiguió usted que el ministerio condicionara a que yo abriera determinada pirámide?

—Sí pero ahora hablamos de una publicación conjunta Bulaq-Louvre.

—El Louvre sería usted...

Soy el conservador adjunto, ¿quién si no? ¿Rougé, que está jubilado? ¿Un alemán? ¿Alguien todavía peor si ello es posible? ¿Qué es lo que quieres, viejo avaro? ¿Qué trabaje debajo de la mesa para ti?

—Ya lo sabe.

—De eso me gustaría hablarle —Latour se sentó con dificultad.

—Antes que nada, vaciaremos este almacén —dijo Gipini que se sentó donde pudo, apartando una manta y un frasco medicamentoso marrón—. Y luego barreremos.

—¿Qué es lo que quiere decir con eso de barrer?

—Tan pronto empiece el baile se presentarán aquí todos los periódicos del mundo, todas las universidades, los cancilleres de las potencias. Hágase cargo que, desde los tiempos de Moisés, no se ha vuelto a desvelar un nuevo Secreto Ancestral. O sea que, muy pronto, empezaremos a recibir visitas de tutti quanti, sin excluir al Romano Pontífice. En Bulaq no hay sala con capacidad suficiente y ¿acaso los vamos a recibir en esta especie de bazar oriental? ¿No querrá que vayan diciendo por ahí que el Service se dedica al tráfico de antigüedades, verdad?

El Mamur se tomó unos segundos antes de responder.

—Son cosas con las que me topé sin proponérmelo... y como aparecen, desaparecen, sin tiempo siquiera para clasificarlas.

 

Lo único que les unía era el amor por esos viejos jeroglíficos, aunque la intención del Mamur fuese exclusivamente el apropiárselos, como el que colecciona sellos. La traducción le daba igual. O no. Pero, si seguía la conversación por ese camino, acabarían escupiéndose a la cara. Para aparentar empatía el profesor apretó la muñeca de Latour, pero la retiró al comprobar que el puño de la camisa estaba deshilachado. Si lo avergonzaba, la cosa iría a peor. Por desgracia, el otro advirtió la maniobra y, suprimiendo toda calidez, expuso descarnadamente sus peticiones:

—Cuando vuelva de París (porque usted es de los que vuelven), me ha de traer un traje de diario y otro de ceremonia, Hamzaöui le dará el viejo de muestra. Camisas, lencería, etcétera. Y en cuanto a los 15.000 ¿me los podría anticipar?

—Firmaré una letra para Pagnon, el agente Rotchild. Descontaré mil por mis gastos.

—Creerá usted que me rindo por dinero.

Gipini se echó atrás fingiéndose horrorizado.

—¡Yo jamás creo nada! —protestó.

—Pensaba hacer la traducción personalmente si hubiese recuperado la salud —fabuló Latour—, pero ahora ya ve: la voz no me ha vuelto, la tos no ha cesado, la debilidad de las piernas es la misma, los desmayos son diarios y por encima de todo mi espíritu esta siempre obsesionado por las mismas ideas negras.

¿Si hubieses recuperado la salud, dices? Te pasaste ochenta años de salud y no diste al impresor un solo jeroglífico. Pero sí, culpemos a La Salud. ¡Esa señora es una disculpa muy aceptable!

—Lo más inmediato es que me diga donde está la entrada a la pirámide. Si le ocurriera algo, Dios no lo quiera...

—Tranquilo, relájese, ella no se moverá de aquí. ¿Qué si me ocurrirá algo? ¿Le he contado que mi criado Hasán encontró ayer un áspid en mi cama?

—No he venido hasta aquí para hablar de reptiles, perdone. Necesitamos unos calcos científicos de todo el material. Creo que ahora podrán llevarse a cabo por algún egiptólogo de campanillas. Usted está enfermo y supongo que el acceso es difícil incluso para personas jóvenes.

—La serpiente Uadyet es la diosa protectora del faraón, no pretendo distraerle. Para no dañarla ¡tuvimos que pagar cinco peniques al encantador de serpientes de Bulaq!

—¿Quiere que nos dediquemos a la herpetología o qué? Ahora en serio, le prometo que todos los calcos pasarán por sus manos dos veces; una, antes de interpretarlos, otra, antes de que pasen al editor.

—Veo que estamos de acuerdo en todo. Sólo queda pactar las garantías para el caso de mi desaparición física. Es una cuestión que me preocupa, la muerte, desde lo del áspid la veo como una posibilidad real.

¿De verdad crees posible que cuando ya no estés al mando, quede todavía alguien dispuesto a contar necedades?

—¿No se da cuenta que lo que el ministerio busca es enaltecer su nombre? —contestó Gipini—. Su prestigio es la mejor garantía. ¡Qué ejemplo para la juventud!

—A día de hoy, no me puedo fiar de nadie. Mi única compañía, la única capaz de calmar mi ánimo enfermo, ha sido asesinada. Por su parte, la policía se ríe.

—¡No! ¿Han matado a su esposa? ¡Imposible, está en un error! ¡Se sabría! —Llevaba un aro de oro de casado, pero nadie le quería hablar de ello. Todos se ponían pálidos con solo mencionar el tema.

—En absoluto me refiero a esa a la que, según mi estado de ánimo, podría motejar de vulpeja, zorra, zorrón o araña. Nadie podrá comprender jamás la conexión inmediata que, con solo una mirada, podía alcanzar con aquel que, sólo con manifiesta injusticia, podría calificarse de animal. Animal es el que disparó a Sinsinge-I, mi compañero de fatigas.

Se hacía difícil seguirle el hilo de la conversación cuando empezaba a hablar de bichos: había convertido el jardín del Museo en un zoológico. La gacela Finette, el perro Bargut, la gallina de Sudán, el camello que le había tocado en una tómbola, el mono Sinsinge-I (kaput), su heredero Sinsinge-II…. Cuando mejor parecía razonar, más llenos de aire estaban sus desvaríos.

—Ahora le pegan tiros a todo lo que se mueve, ya no hay respeto. Pero aún no hemos hablado a fondo de los Textos de la Pirámide, ¿qué sugiere, amigo mío?

—He pensado que podríamos presentar la obra sobre el hallazgo ahora mismo, como si ya estuviera traducida. Usted y yo, por un lado; el Times, el Débats, el Telegraph, por otro. Les larga dos o tres docenas de versos, unas fotografías, los chicos de la prensa se conformarán. Luego se termina el trabajo con calma: mientras la cosa está en planchas siempre hay demoras.

—¡Así! ¡Sin que yo pueda echar un ojo siquiera a la cámara secreta! ¡Imposible! —replicó Gipini—. Usted no está al tanto de los usos científicos modernos. Ahora se comprueba todo.

—Le comprendo. En ese caso, si hay que acometer ese fenomenal trabajo de traducción... creo que deberemos esperar a que recobre la salud.

—Perdone que se lo diga tan así, pero estoy al cabo de la calle de todo lo relativo a esa pirámide. Hasta he mandado analizar la mineralogía de la cámara: cuarcita azul, no mármol como se pensó en un principio. En ella está tallado un extenso manual de canibalismo en jeroglíficos regulares y armoniosos. Puedo citarle de memoria cualquier pasaje, póngame a prueba. Sirvan estos versos como ejemplo: Se construye hornos con las piernas de sus esposas/ Se come los pulmones de los sabios/ Es feliz de alimentarse de sus corazones y de sus magias. ¡Debe creer en la sinceridad de mis propósitos! Si quisiera quedarme con el mérito, haría yo mismo la obra. Tengo un nombre que es conocido en todo el mundo. Pero no es eso. Somos franceses ¿no es cierto? Esto no se puede hacer sin la colaboración de esta Gloria Nacional que tengo enfrente, usted, ¡un hombre que reposará en el Panteón! Sencillamente ¡no se puede!

El anciano aguardó un instante antes de responder. Luego cruzó los brazos -se hará a mi modo o no se hará- y dijo con voz grave, en la que se impostaron algunos gallos:

—Haremos una edición en tres tomos. El primero, Geografía física de Egipto en la época caníbal, saldrá ya. El segundo, Teoría de las pirámides, estará en verano, para la Exposición Universal. En otoño habrá concluido usted los Textos Caníbales, el tercer tomo. Para entonces, le prometo que los habrá visto. La obra será anunciada como algo unitario. Me gustaría que la imprimiera Beato; sus fotografías son las mejores.

—¿Beato? —respondió Gipini—. ¿El de Alejandría? No, inimaginable otro sitio que no sea París para publicar algo así. Propongo Hachete.

—¿Cuenta con abonados?

—Oh, que anticuado está usted. Si hoy publico un libro... publicamos un libro que diga que el secreto de las pirámides era facilitar víctimas para ser canibalizadas ¡me lo quitan de las manos! De todos modos, descuide, hay más de cinco mil suscriptores ansiosos.

—¿Qué fuentes piensa utilizar para la parte histórica? –—preguntó Latour.

—Mis fuentes están en la Biblia. Génesis 41.20. He asumido el abrumador trabajo de releerme íntegra la Sagrada Escritura, versículo a versículo, hasta dar con el quid. Partiendo de la identificación simbólica de humanos y bóvidos, típica del antiguo Egipto (Los bueyes Apis y las vacas Hathor no son otra cosa que caballeros y damas a los que han pintado unos cuernos), la respuesta es de cajón: las Plagas de Egipto, en concreto la de las Vacas Flacas y las Vacas Gordas. Los ciudadanos escuálidos (vacas flacas) se merendaron a los ciudadanos hermosos (vacas gordas).

“Creo que la mejor manera de entrar en materia, será una amplia Introducción para que en el ánimo del lector se visualice el período del hambre cataclísmica. En los tiempos prehistóricos Egipto era un mar de verdor donde pacían incontables rebaños de herbívoros: toros, ñus, cerdos, corderos, gacelas... Sin ningún esfuerzo se conseguían cantidades ilimitadas de alimentos. Luego, de pronto, el desierto comenzó a extenderse, la cabaña pecuaria se concentró alrededor de la cuenca fluvial. Un cambio en el eje de la Tierra dio lugar a un estiaje tan brutal como hace milenios que no sucedía, la cabaña se redujo a cero, la gente empezó a morir de hambre, morían como moscas. En ese momento un gran sabio señaló la solución a la hambruna: en cuanto se acostumbraron, encontraron que las nuevas viandas mejoraban con mucho el sabor a bravío de los antiguos cortes…

—Vale, vale, vale —cortó el Mamur con aires de maestro de escuela que exige más del alumno zoquete—. El papel de las pirámides…

Gipini se rascó pensativamente la nariz. Al fin, dijo:

—Soy pionero en los estudios de Historia Comparada y como tal, puedo asegurarle que sería la primera vez que unas mismas circunstancias, no produjesen idénticos resultados. Y, puesto que ha quedado demostrado que las pirámides aztecas eran una inmensa tablajería, casquería, tocinería, entonces… pues bien…

—¿Y esto que tengo delante es un catedrático del Collége? Todo ese esfuerzo abrumador que dice usted que dedicó a traducir la Biblia Vulgata ¿no le ha permitido descubrir que en ella se habla del papel de las pirámides? ¿Así que comparaciones? ¿Así que paralelismos? No, no diga nada, solo escuche, ¿me acerca las gafas de leer?:

 

       “Del río subían siete vacas muy gordas, hermosas a la vista

       Y otras siete enjutas de carne, y se pararon cerca de las hermosas

       Y las vacas de fea vista y enjutas de carne devoraban a las siete vacas hermosas y gordas.

       Y entraban en sus entrañas más su sabor era malo”.

 

Estoy al corriente de la intención general del texto, pero me temo que me va a precisar los detalles.

—Oh, sieur Gastón, el gran lingüista, ¡que fantástico descubrimiento! En Egiptología la cabaña bovina es humanoide, ¡pues claro! Me alegro que capte el sentido general de los humanos-vacas egipcios, de verdad que me alegro. Quizás esté ya preparado para comprender los que, en definitivas cuentas, es una pirámide. Les lunettes, s´il vous plait..

 

       Y levantarse han siete años de hambre y toda la hartura será olvidada en Egipto y el hambre consumirá la tierra.

       Y el hambre estaba por todo el país. Entonces abrió José todo granero donde había y vendía a los egipcios; porque había crecido el hambre en la tierra de Egipto”.

 

—¿En los graneros había otra cosa que grano? —dijo Gipini separando mucho las palabras, como al acecho, preparado para cualquier cosa.

—La Biblia dice “todo granero donde había” y no nos dice lo que había. Los alimentos habían desaparecido y solo quedaban embutidos de carne humana. Sería preferible que el menos sobreviviera una parte de la humanidad ¿no le parece? —respondió Latour al tiempo que traspasaba al profesor con una mirada cargada de significados.

—Lo dice usted por decir, director, con este calor los biftecs de carne humana no duran ni un par de días.

—¡Mon Dieu! ¡Y este el nivel a día de hoy de los profesores del Collège de France! Los egipcios inventaron la preservación de la carne. Desecada, esterilizada, embalada en su sarcófago, curada lentamente en una pirámide subterránea, la carne de momia está tan crujiente a día de hoy como hace cuatro mil años. En su tiempo fue un gran avance, solo superado hoy en día por el jamón de Parma.

Gipini escrutó el rostro del Mamur que, cuando había estado en su sano juicio, tenía fama de ser un consumado bromista. Debería haberle sonreído al soltar lo del jamón para dejar clara la burla, pero la risa no formaba parte de los atributos de su cara.

—Se está pasando, Mamur, se está pasando… —Nada. Será mejor seguirle la corriente—: Vamos a ver, un minuto…. ¿Entonces solo se podía adquirir la pieza completa? ¿Con dientes, uñas, pelos, cabeza… y todo? ¿Para una simple merienda campestre? Admita que es antieconómico.

—Por supuesto que había pequeños recipientes, llamados canopes, conteniendo conservas de hígado, intestinos o vísceras. El ama de casa tenía aquí un recurso frente a una visita inesperada.

—Deberían amordazarle —dijo Gipini con una chispa zumbona en la mirada.

—Fuera bromas, profesor, lo terrible es la pizca de verdad que hay en todo esto.

—Lo sé, y por eso tenemos la obligación moral frente al Mundo de penetrar en ese antro de dolor y escribir una obra en comandita que estremezca las conciencias. ¿Cuántos días necesita? Pongamos fecha, hay que avisar al Débats, al Times, a toda la jauría.

—Ya había pensado en eso y, de no haber intervenido esta crisis, ya hubiéramos bajado juntos por esos escalones hasta la cámara del horror. Pero dado el alboroto que se va a organizar, podría resultar vital que me encontrase en plenitud de facultades. Ha sucedido otras veces, siempre me recupero al cabo de dos o tres meses.

—¿Es que ha perdido el poco juicio que le quedaba? Naturalmente, podría recurrir a los pillos de sus colaboradores, pero me ha parecido convenientes hacer la entrada de su mano, antes de que empiece a sonar la trompetería de la Expo. Entonces, con el hallazgo a nuestras… a sus espaldas, aquello será como un Triunfo a la Romana y usted el Imperator.

—Si el faraón caníbal lleva cuatro mil y pico años tapado, sabrá disculpar unas semanas más para ser descubierto por un hombre sano.

—¡Con que esas tenemos! Vamos, no sea infantil. El canciller Wadddington bloqueará esos 15.000 si no puede brillar en el Campo de Marte con un Descubrimiento de Fama Mundial. En este momento le juega una pasada su mente y lo sabe. Queda acordado. Pero aún no hemos hablado de otra cosa.

—¿De qué cosa?

—Me la han sugerido los graneros. Verá, me intereso por los tipos humanos y resulta que he visto cerca de aquí una joven con pechos en semi-bellota y ojos... no sé, ¿color miel de abeja egipcia, tal vez? La llamaremos Ochimilele. Creo que tiene algo que ver con un barón germano ¿puede darme alguna información?

Al oír eso Latour palideció. Su buen humor se esfumó. Las escaras del rostro se hicieron visibles. Dejó caer de golpe la frente sobre su mano... y se cerró en banda. Algo que había dicho o hecho que le molestó hasta tal punto, que le hizo cambiar de opinión.

—Soy incapaz de caminar tres pasos seguidos; habrá que aplazar nuestro proyecto.

Gipini enrojeció de rabia.

—Me obligará a poner el caso en manos de la policía. Harán un registro, eso está claro.

—Ja, ja, ja... La famosa historia del hígado del 73.

—Todos los cónsules están informado que se ha dado un renacimiento de práctica antropófagas.

—¿Me quiere decir qué interés tiene en escandalizarse por hechos de lo más normal?

—Algo he oído sobre canibalismo mágico. Algún perturbado sostiene que la absorción del cerebro de un filólogo implica la de su Don de Lenguas.

—Lo dice por decir ¿verdad? O es que se ha vuelto loco como nosotros, ya, tan pronto. A los de antes, la sesera no se nos derretía hasta el cabo de unas cuantas décadas a pleno sol.

—¡François-Auguste! —suplicó Gipini con las manos juntas bajo la nariz—. ¡François, entiéndalo, yo no tengo la culpa de sus dificultades con la maldita diabetes! En cuanto a lo de llevarse su secreto a la tumba ¿no se da cuenta del tremendo disparate? ¡Somos hombres de ciencia! ¿Tira por la ventana el mejor logro de su vida?

—¡Ya! ¡Qué pena, qué desgraciado accidente! ¡Se trata de que lo elijan para el Instituto a los treinta años cumplidos, no es así! ¡El récord absoluto! Tendrá que esperar un poco, monsieur Napoleón de pacotilla. ¿Qué dirán si se sabe que anduvo presionando a una gloria de Francia? ¿A un comendador de la Legión de Honor? Le recuerdo que ayer mismo tuve un vómito de sangre. ¿Cree digna de un profesor del Collège de France su actitud? Solo le he pedido un poco de tiempo para poner en orden mi cabeza. Estamos en el mismo barco. En el arribaremos JUNTOS a puerto. O nos hundiremos JUNTOS.

—En el ministerio sabrán lo que está pasando aquí. Quien está al mando, es decir nadie.

—Ícaro quiso volar tan alto que sus alas de cera fueron derretidas por el sol. Usted Gipini, ni siquiera tiene apellido francés.

Estuvo a punto de responder algo así como “he sido francés bajo las banderas, la forma más patriótica de…”, pero el repugnante anciano le tendió la mano blanda, dando fin a la conversación.

—Estoy muerto. Seguiremos otro día, profesor.

—No lo dudo.

 

Gipini estrechó aquella fofa manaza, enraizada de varices. Mientras deambulaba por el tétrico pasillo de salida, consultó su reloj: las once. Tenía tiempo. A las cinco Von Below le había invitado a una auténtica cena a la egipcia, aunque no tenía ni idea de lo que eso quería decir. La forma de convidarle había sido extraña: él acababa de reiterar su deseo de ser presentado a aquel adorable…, no, curioso dechado de la mujer egipcia. De improviso, como si tuviera alguna relación, Below, lo invitó a cenar, informándole que el restaurante estaba en el mismo Museo. Ignoraba su existencia, nadie lo conoce. Todo conspiraba para que su retorno a París se produjese con los bolsillos vacíos: ni la entrada en la Pirámide Caníbal ni… ¡maldita sea, se me ha olvidado…!, ah, sí, sin siquiera haber arreglado cuentas con aquellos ojos de canela que enfebrecían sus noches.

 

 A la salida de la Rest House se encontró a reis Hamzaöui que se sostenía sobre uno solo de sus pies, como una cigüeña. Era un hombre de mirada melancólica que, a pesar del calor, usaba cinco capas de vestidos, según se podía apreciar a nivel de cuello. Decidió interrogarlo, ya que se le daba bien el árabe coloquial y a ÉL siempre le había ido de maravilla con los chamaquitos, fellahs, spahis y lugareños en general.

—Se trata de tu patrón, aquí están pasando cosas y no sé si puedo estar tranquilo. ¿Sabías que ayer vomitó sangre?

—Claro, sahib.

—Cuando eso suceda, alquila un caballo a Mazuk y vuela a buscar al doctor ¿me has entendido?

—Si el sahib hubiera visto nuestro antro particular, no me pediría eso. Allí no hay posta de caballos, ni de mulas, ni de burros, ni de nada. Sólo ratas.

—Ah, y ¿dónde está?

—Sahib, soy un pobre fellah y sólo sé que voy detrás del jefe. ¿Por qué me lo pregunta?

—¿Prefieres que te lo pregunte yo o el Mudir?

 El Mudir te cuelga por las rodillas de un travesaño y te apalea las plantas de los pies, más o menos. Te quedas cojo, más o menos.

—Es aquí, cerca, donde las dunas.

—La situación exacta.

—Perdone, pero ¿por qué tanta prisa?

—Él no sobrevivirá a otro ataque.

—Entonces le nombrarán a usted.

 —Y para mí es pronto para tomar el mando: no tengo experiencia. Hay tantas preguntas...  ¿Que reises nombrar, para que empleos, cuanto debo pagar a cada uno?

—Obedezco al que está, sahib, compréndalo. A mí me da igual, si es un faraón, es un faraón, si es un turco, es un turco, si es un francés, toda alabanza sea debida a Ala.

—Ya. Al menos cuando vuelva a suceder te ordeno que tomes las medidas indispensables. Te mando que aflojes la camisa al Mamur y abras las ventanas. Te hago personalmente responsable.

—Es imposible abrir las ventanas.

—Explícate.

—Es que en el sitio que estamos no se pueden abrir ventanas porque no hay aire.

—En otras palabras, que se trata de una pirámide subterránea.

—Sí, pero yo no lo sé porque solo llevo sobre mis hombros al Mamur, que no puede caminar. Él es quien marca la ruta.

—Ya y le tienes un miedo que te licuas. Pero va siendo tiempo que empieces a temerme a mí, es la única forma de trabajar con vosotros. ¿Quién más tiene acceso a la cámara azul?

—Los otros reises. Somos seis, aparte de la señora.

—¿La señora?

Tras haber dicho aquella palabra Hamzaöui quedó mudo, como si hubiera tragado un escarabajo unicornio. El tema de madame Latour empezaba a adoptar un feo cariz. Gipini al principio se sintió irritado y estuvo a punto de sacarle los ojos a sombrillazos. Pero tras imaginar al matrimonio Latour conducido en lo oscuridad por un guía de ojos blanqueados por el sol, su ánimo se sintió movido a la piedad. Tranquilizó al fiel empleado y lo recompensó con un chelín, no sin dejarle entrever que, si alguna vez le mentía, lo entregaría al Mudir y su bastón. Se enorgulleció en su fuero interno de su generosidad: ¿no era admirable la facultad que tenía de cambiar de humor?

 

Aprovechó el resto del día para escalar pirámides. El tiempo se le pasó literalmente volando y, cuando volvió a sacar su reloj del chaleco, eran casi las cinco. El alemán estaría esperándole en Bulaq, a estas alturas ya estaría resoplando. Gipini tenía otra idea de la diversión: hubiera preferido ser introducido en los turbadores harenes donde tal vez moraba Ochimiele. ¿El Barón lo había tomado por tonto? Allí, en los muelles, lo único que existe es el Museo y la casa de la Veranda donde reside Latour y su personal (como todo el mundo sabe). ¿Habría alguien más allí? No, que absurdo. En fin, se resignó, ¿qué podía perder por verse regalado con una copiosa cena excepto sus reservas de bicarbonato? Below no podía ser tan simple. Al menos, aplacaría su curiosidad.

 

Karl von Below había hecho encalar una descomunal bañera de granito que, dos milenios atrás, había sido el sepulcro de una vaca Hathor momificada. Recompensa a su acuciante presencia el día de la voladura del Mausoleo, la aventura le había costado los pulmones por ingesta de gas azul, aunque aún le quedaba una parte del bofe del tamaño de una manzana (o dos, Roca dixit). En el folleto del Museo se la denomina Vacáfogo (sarcófago de vaca), pero los maliciosos prefieren denominarla La Vaca, por sus connotaciones con los cuernos conyugales. Situada en el jardín de Bulaq, la mole rectangular sobresale tras el aviario de teja belga constituyendo uno de los principales reclamos turísticos, aunque exige ticket adicional para los huérfanos prusianos. Cuando explicó al portero del Museo a que venía, éste no se sorprendió. Gipini explicó que de niño había sufrido asma, pero el funcionario dijo que no se preocupase, ya que es probable que semejante mole sobrepasase el tamaño de la habitación de cualquier hotel.

 Desde el exterior, una escalera de madera con barandilla se encarama hasta el borde. Mientras se dirigía allí, Gipini se iba preguntando como era posible que un particular dispusiese a su antojo de objetos museísticos. La respuesta obvia es que en Egipto todo es posible. Una vez terminada la ascensión, la escalera tiene otro tramo descendente, hasta el suelo del sarcófago. La coronación se hace por un agujero que deja abierta una leve rotura en la tapa, ominoso recuerdo de la dinamita. Antes de iniciar la bajada, Gipini echó un último vistazo al jardín: el artefacto descansaba a unos pasos de la puerta del Museo rotulada como IMPERIO NUEVO. Se esforzó en disipar su aprensión mientras iniciaba el descenso. ¿Cuál podía ser la causa de la invitación, sino que el barón le iba a presentar a su coima? Incluso podría ser que Ochimiele estuviese ya allí abajo. El corazón le dio un vuelco. ¿Y si se trataba de la típica broma egipcia? Tanto silencio no le daba buena espina. Bah, los germanos no tienen sentido del humor. El tramo final estaba iluminado por bujías y él siempre se sintió momentáneamente cegado por los súbditos cambios de luz. Pisó la estera del suelo; el silencio seguía envolviéndolo todo. Por un instante le invadió un violento deseo de huir. Consiguió controlarse, debía hacerlo mientras hubiese una mínima posibilidad de que Ochimiele estuviese allí esperándole. Hinchó el tórax.

—¿Hay alguien aquí? —y un eco impostado de risas repitió sus palabras.

Abrió la boca para repetir su demanda. En ese justo momento escuchó un taconazo marcial. Reconoció al barón y estrechó su mano que le pareció fría. Parpadeó para acostumbrar la vista al lugar: El sarcófago había sido amueblado con una mesa, un par de candelabros de plata, varias cajas de madera y dos sillas de respaldo ovalado. Comprobó con disgusto que no había más sillas, lo que significaba que no se contaba con ella. De momento. ¿Sería la moza el postre? Una pareja de criados bigotudos con anchas fajas púrpura esperaba junto a las cestas. Comenzaron a servir el vino tan pronto se hubieron sentado.

—Chateau-Lafitte del bueno, se lo aseguro —dijo Below sujetando el monóculo con dos dedos—. Usted es un profesor del Collège y merece ser tratado de acuerdo a su rango.

—Yo no he venido para...

—No, hoy no le voy a proponer excavaciones, herr Gipini. Usted ha manifestado su interés por cierta persona y lo voy a satisfacer. Mi reputación en este tipo de negocios está fuera de toda duda.

—Tenía que estar ya aquí. No sabe el trabajo que tengo. Si supiera que no la iba a encontrar...

—¿Es forma de comportarse por parte de un caballero al que han invitado a cenar? Le he dicho que voy a darle gusto. Pero antes le explicaré las circunstancias que concurren en esa mujer. Me temo que se trata de alguien singular y que cuando sepa todo podría poner objeciones.

—Se equivoca.

—Sin duda, créame. Se sentirá descolocado, pero es usted muy libre de hacer lo que desee. En el peor de los casos, al menos habrá disfrutado de una frugal cena egipcia.

—¿A mí que me importan las habladurías, que cosa me podría importar? Le aseguro que mi interés es exclusivamente científico —La orgullosa sonrisa de Gipini, prieta la barbilla, pretendía desmentir esas groseras insinuaciones tan típicas en un alemán. Añadió—: Se trata sencillamente de hacerle una antropometría completa: craneometría, osteometría, etcétera.

—Moveos, moveos —ordenó el barón a los camareros.

Solo había diecinueve platos. “Es todo lo que se pudo conseguir; el mercado está por las nubes”, se disculpó. Sirvieron cordero, pollo y pavo en tres preparaciones diferentes. La conversación fue un monólogo: el barón se lanzó a una diatriba contra Ochimiele, de quien no quiso decir su nombre, no me pida eso. Cuando llegaron al pez gato en salmuera, Bellow estaba dando detalles de cómo había aparecido aquella mujer en Egipto. Su padre, el coronel Amstrong, hijo nada menos que de lord Amstrong, la había dejado en pupilaje a la legación francesa en El Cairo mientras él se dedicaba a rastrear las fuentes del Nilo provisto de una jauría de Beagles. Tenía trece años, hará seis o siete de esto...

—La madre… escoja usted mismo para el cargo a la que mejor le convenga: cualquiera. Su padre, al principio, la intentó educar a la europea y la envió un par de años a un colegio de París. Ursulines, creo. Luego, cambió de criterio y como sabía el idioma decidió emplearla de doncella aquí, en la legación francesa. A buen recaudo, nadie como ustedes los católicos para salvaguardar la honra.

“Se adaptó sorprendentemente bien y a fines de esa misma primavera, poco antes de la crecida del Nilo, su suerte cambió. El caso es que un arqueólogo un tanto insolvente -vale, Latour- estaba a punto de realizar un gran hallazgo, pero tuvo necesidad de dinamita para aflorarlo por la vía rápida. Sus métodos. Los hermanos Nóbel remitieron los cartuchos sin problema, pero el caso es que las instrucciones venían ¡¡¡en sueco!!! ¿Adivina usted quien las tradujo?

—¡Ochimiele! —respondió en un impulso, sin reflexión.

—Exacto, ¡me dejan de piedra sus dotes adivinatorias! La púber demostró unas dotes increíbles, idioma que escuchaba, idioma que al poco, era capaz de hablar. No nos referimos solo a los modernos, más el árabe y el turco; incluso se atreve con los clásicos greco latinos y el egipcio en sus tres caligrafías: jeroglífico, hierático y demótico. Arameo, de corrido. Un éxito arrollador que le valió un matrimonio de postín; el máximo a que podría aspirar en El Cairo. Pero, ciertas promesas de Amelia Edwards, de Louise de Estournelles y otras damas de la sociedad local instilaron en su mente una dulce fantasía. Una mujer del siglo XIX puede aspirar al Collège, al Institut, alguien como ella solo puede florecer en Paris. Aunque, tratándose de una mujer, estoy seguro que no todo es Ciencia: los famosos salones de París también harán sonar campanillas en sus oídos. En resumidas cuentas, el que le asegure el famoso viaje de Alejandría a Marsella y P-L-M (París, Lyon, Marsella), la tendrá en el bolsillo.

Gipini derramó el arroz sobre la mesa.

—¡Acabe con eso de una maldita vez! Es evidente que la pobre lo ha pasado mal, pero me está diciendo que es ella quien les salva los descubrimientos.

El otro puso una sonrisa de conejo, e insistió:

—Oiga, Gipini, tómeselo con calma, que es por su bien. Es importante que sepa lo que la atrajo de mí: “Me llevará a París. Seré su amante”. Y así han pasado cinco años en que la tengo entretenida con la promesa del viaje que no tengo intención de cumplir. Se acuesta con cualquiera que le prometa el pasaje, basta dejarle un mensaje en el hueco de un mirrero de Arabia que hay en el parque de Bulaq. Receta mágica: prometer el viaje a París. Cuando se desengaña, pega unos espantosos alaridos que pueden dejar en evidencia a cualquiera. Ahora dígame ¿es una mujer adecuada para un hombre de su rango? No sería usted el primer profesor que se ha visto obligado a dimitir al trascender que su experimento antropológico era demasiado en vivo.

—No me gusta sus insinuaciones, mi interés es de lo más elevado. ¿A que viene ese interés en acaparar a la moza?

—La relación es muy fructífera por ambas partes.

—¡Con que era eso! ¡Debí habérmelo figurado!

—Haga el favor de controlarse. Soy un hombre de mundo y puedo entender muchas cosas, pero lo que no puedo entender de ninguna forma es la pérdida de los doce mil francos que le tengo obsequiado en regalos. Hasta la fecha, las contrapartidas no cubren la inversión, aunque, ahora que le tengo aquí, quizá pueda regularse el asunto a satisfacción de todas las partes.

—Normalmente yo hubiera rechazado una invitación procedente de usted, eso ya lo tiene ganado.

—Aquí se juega con las cartas a la vista. Lo primero que he hecho ha sido avisarle de la clase de mujer que es. ¿Acaso otro le avisaría?

—Se ha equivocado conmigo —dijo Gipini—. Como hijo del pecado, me son indiferentes los pecados de la carne.

—El que avisa no es traidor —dijo el alemán con la mano sobre la boca—. Mañana, en la casa de la Veranda, concertaré una entrevista. Con testigos. De ella será la decisión. Ah, espero que no sea tan estúpido como Tiziano, el famoso pintor. Decía que todas están corrompidas por el dinero. ¿Qué querría, placer de balde?

¡La casa de la Veranda! Situada al lado del Museo, era la mismísima casa de François Latour. Gipini, asombrado, dijo en cuando consiguió salir de su afasia:

—¿Me lo puede repetir, herr Below?

—La casa de la Veranda, ¿qué esperaba?

 

Ya es mañana. La casa de la Veranda. Abstraído en sus reflexiones, comer menos pasta, hacer flexiones a diario, puso su mano sobre el pomo de la puerta. Esta se abrió. Era la residencia oficial de François Latour, por lo que al principio se quedó de piedra. ¡Mon Dieu, a estos egipcios cualquier casa les sirve de serrallo! Una oleada de rubor tiñó sus orejas.

Era ella. Ochimiele. A su lado madame Reichard reía. Sus ojos eran ópalos refulgentes y ¡que mayor prueba de amor que el que se hubiera atrevido a esconderse en la casa de la Veranda! ¡Un arriesgado juego amoroso! ¡Para darle una sorpresa! ¡Si se entera Latour la mata! Pasó al interior, crujió la caoba del piso. Le temblaban las piernas. Lo más enternecedor es que Ochimiele haya querido agradarme, recibiéndome en un entorno egiptológico. En el último momento ella se quitó el guante. Era una mano fina, en forma de ese, tan delicada como la de una princesa real. Dijo:

—Madame Reichard me ha devuelto el lazo de su parte —se giró a su acompañante—. Ha sido un acto muy caballeroso.

Aquellos ojos de miel y aquella sonrisa prometían. Aquella terneza de haber allanado la casa de Latour sólo por él, es… es… ¡como para licuarte el corazón!

—Para mí ha sido una especie de plano del tesoro —dijo Gipini.

—Ahora permítame que le haga una pregunta muy importante.

—¿Y que es esa cosa tan importante?

—¿Es cierto que me ayudará a viajar a París, cueste lo que cueste? No estoy hablando de dinero, no solo.

Gipini miró nerviosamente a uno y otro lado, pensando en la mejor forma de construir la frase. Un normalien no tiene dificultades con la gramática. Finalmente, dijo:

—Tengo toda la comprensión del mundo para sus deseos, mademosielle (fuese quien fuese con quien estuviese casada, él no iba a darlo por sentado).

—Fantástico, en tal caso, no puedo aceptar el lazo —dijo ella para sorpresa del profesor—. Guárdelo usted, y así, siempre que meta la llave en su cerradura, podrá encontrar el tesoro cuantas veces quiera. Confío en su larga mano, me va la vida en ello.

Gipini estaba exultante, lo que pasa es que, esa sensación agradable, se mezcló con otra indefinida, inquietante. Se trataba de algo que había dejado pasar en su momento, pero que ahora adquiría una relevancia enigmática. Rebuscó en su cerebro, pero no conseguía dar con ello. Ojos de miel... mmm... el árbol de la mirra (¡la cerradura!)... no, por ahí no. “¡Ya caigo! Preguntaré a la modista, ella tiene la solución”.

—Madame Reichard, me permite una pregunta indiscreta.

—A mis años considero un regalo que un caballero me pierda el respeto.

—¿Quién le encargo los adornos del lazo?

—¿A qué se refiere, profesor?

—A los jeroglíficos que están bordados ¿Quién le hizo el dibujo? ¿Tal vez se trata de una originalidad de su invención?

Madame Reichard hizo una reverencia en dirección a Ochimiele que Gipini entendió. Cierta idea que había dejado pasar en su momento adquirió toda su consistencia intrigante. ¿Cómo era posible que Ochimiele hubiera encargado el jeroglífico de la taza con el mismo error que Latour, es decir con dos asas? ¿Acaso no era tan excelsa lingüista como se decía?

—Tengo una prisa tremenda, una expedición de turistas argentinas —se escaqueó madame Reichard—. Llevan aquí un mes y no sé qué más enseñarles. Pásese a tomar el té en mi taller cuando quiera, está frente a la Puerta de Hierro. Le aseguro que despejaré sus perplejidades si por boca de otra no se han difuminado ya.

No bien sonó el golpe de la puerta, Ochimiele se extrajo un carrete del guante (no más grande que su grácil meñique) y se lo pasó. Ese gesto, al percatarse de lo que podía significar, provocó en Gipini un ramalazo de oscura e inmerecida felicidad. “Y ahora le ruego que se vaya, es la hora de la cena del Director”. Gentilmente, Gastón se puso al acecho, como si fuera a echar mano a su revólver para defenderla del viejo Mamur. Mientras se alejaba por el jardín zoológico, sintió que alguien le agarraba por detrás de la americana. ¿Era otro mono? ¿Sinsinge-II? No, era la Reichard que le había aguardado.

—Entonces ¿usted no tiene ni idea? ¿Se puede ser tan… tan… pedazo de simple? Alma cándida, júreme que no está de broma. Oh, cierre esa boca de pasmarote, me basta para comprobar lo sincero de su estulticia. Le voy a decir la verdad. Debe ser el único por aquí que no está enterado —su voz metálica adquirió un tinte misterioso—: Todo El Cairo sabe que es la esposa. ¿Entiende? ¡¡¡La esposa!!!

—¡Déjeme en paz! ¡Lo sé perfectamente! —Gipini se zafó de un estirón. ¿Y qué si está casada con algún natural del país? Sugerir que le vaya a tener menos respeto es el típico pensamiento que solo se le puede ocurrir a una mademoiselle solterona de los tiempos del miriñaque. Vamos a ver, hay cosas que están fuera de cuestión. Por supuesto, a nadie se le ocurre hacerle un análisis antropológico a lady Duftering o a madame Reichard, primero porque te arriesgas a perder su carrera, pero el motivo principal es que la raza inglesa y la raza francesa están ya sólidamente analizadas. Pero no tiene mucho sentido que esta cacatúa me saque el asunto.

—Salga del cercado por la puerta lateral, alma de cántaro. Que conste que he intentado explicárselo, pero veo que está usted poseído. ¡Declino toda responsabilidad!


viernes, 27 de junio de 2025

¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA?

 

SUMARIO

1.-¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA? LA SENTENCIA DEL CONSTITUCIONAL

2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPÍTULO 4)

España capital Sanxenxo

1.-¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA?

 COMENTARIO A LA RECIENTE SENTENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.

Por lo visto, la Constitución Española de 1978 ha quedado abolida y sustituida por “lo que en cada momento disponga el Tribunal Constitucional”, según este mismo órgano, juez y parte, interpreta. En lo futuro, pasa a asemejarse a una constitución de tipo movil, como la Británica o la Israelí, puesto que en cualquier momento el TC puede declarar como constitucional, aquello que el texto legal declare inconstitucional. Supongo que todos entendemos que, esta nueva facultad, se tramsmitirá a últeriores gobiernos con influencia sobre el TC, así formen parte de ellos Vox, el PSOE, Podemos, Alvise, el PP, o quienquiera que sea.

Para muestra un botón: La Constitución anterior (la de 1978) expresaba una prohibición clara y terminante dirigida a su Majestad (artículo 62: el Rey no podrá autorizar indultos generales). No fue un artículo casual, ni introducido de forma impremeditada, puesto que en el proceso constitucional se debatió el tema de la amnistía y se acordó prohibirla para evitar la impunidad: es lo que en términos jurídicos se conoce como interpretación auténtica. Naturalmente, dada la radical anticonstitucionalidad de la reciente decisión del TC (sobre el tema de la amnistía "a la catalana"), se intentó disfrazar el texto de la resolución, más o menos así: "el Rey puede autorizar indultos generales si se le añade alguna motivación loable y se les llama al conjunto de otra forma". La ecuación sería: indulto general + finalidad loable (la reconciliación) + cambio de nombre (amnistía en vez de indulto general). El quid está en el añadido. Por ejemplo será aceptable la promulgación de una ley que imponga de la pena de muerte en tiempo de paz (ahora llamada “Decreto de Cesación total de la vida”), siempre que sea para una finalidad loable a juicio de quien la impone, por ejemplo, impedir la difusión de enfermedades o la pacificación de los ánimos. Las matanzas de la plaza de toros de Badajoz o de Paracuellos tendrían perfecto encaje constitucional. Y así sucesivamente, artículo por artículo. Hay que resaltar que este post no pretende inmiscuirse en la querella política diaria, pues sobre la proposición básica están tan de acuerdo Felipe como Rajoy, Aznar como Sánchez (ipse dixit) y creo que cualquier alumno de 1º de Derecho: Esta proposición es: "La Constitución de 1978 ha sido derogada por vía de facto". 


Llegados a este punto, podemos formularnos la pregunta ¿ejercerá en lo futuro el Rey la amnistía entendida como amnesia (olvido) del texto constitucional? No se diga esto como crítica, sino como un mero acto de empatía ante la perplejidad que tuvo que haberle producido a su majestad la promulgación "por imperativo legal" de lo que, a todas luces, no era otra cosa que un indulto general. Porque esa perplejidad no será más que una nadería, cuando se le presente otra ley que diga: "La Presidencia del Estado será ejercida por un monarca parlamentario elegido cada cuatro años por sufragio universal, directo y secreto, que tendrá la consideración de sucesor preferente a todos los efectos de Juan Carlos I de Borbón". La finalidad loable, está cantada: acabar con los privilegios de clase. 


Es claro que, en cuanto se pueda, habrá que abrir un período Constituyente y redactar otro Texto que sea respetable y respetado. Deberemos valorar entonces muy detalladamente ciertas cuestiones que la práctica de casi medio siglo ha evidenciado, como la posibilidad del Estado Federal, la garantía de la absoluta igualdad de partida de todos los estados federados y, especialmente, el papel del Tribunal Constitucional cuyos miembros deben estar tan apartados del tráfico político diario como el agua del aceite. Hay buenos modelos en el Derecho Comparado y el de Alemania no es de los peores.


Tengo la tentación, y caigo en ella, de traer aquí mi cita preferida para estudiantes de Derecho, algo que seré siempre. La tomo de Gregorio Marañón y trata de la condena a muerte por traición del prefecto del Pretorio, Sejano, así como de toda su familia (una especie de Presidente del Gobierno del siglo I).

El emperador (Tiberio) resolvió actuar contra los últimos hijos de Sejano.  Se los llevó a la cárcel. El hijo preveía su fin. La hija estaba tan lejos de sospecharlo que peguntaba a todos que cual era su culpa y que a donde la llevaban y añadía que no lo haría más, como a los niños a los que se quiere castigar. Los autores de estos tiempos refieren que como las vírgenes no podían sufrir la muerte de los criminales, el verdugo violó a la niña inmediatamente antes de ahorcarla. Después de estrangulados, los cadáveres de los dos hermanos fueron arrojados a las Gemonías.

Montesquieu, comentando este pasaje del historiador Tácito, escribió las palabras que la Revolución hizo inmortales: "Tiberio, para conservar las leyes, destruyó las costumbres" Muchos años antes, el gran comentarista español de Tácito, Alamos de Barrientos, anotó al margen de esta misma página:

"Tanto pueden la razón y el alma de las leyes que no se cumple con ellas cuando solo satisface su letra".


2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPITULO 4)



2.-THE SWIMMING MUMMY


4.-LAS PIRÁMIDES Y EL CANIBALISMO

Al día siguiente se despertó cuándo fue consciente de que el calor comenzaba a mojarle la barba. Lo primero contra lo que dio su vista fueron unos arabescos de yeso que recorrían las cornisas. ¿Se hallaría en el palacio de un eunuco de corte de gustos chabacanos? A favor de esa opinión rezaba el que estuviese tumbado sobre el codo izquierdo en una vieja alfombra persa atestada de cojines con borlas doradas. Succionó con avidez la boquilla del sibuk, pero solo consiguió enconar los latidos de su frente. Por un segundo, sintió pánico: “Esto es un serrallo y yo la odalisca”. De pronto, se acordó que el policía estúpido solo había podido conseguir para él un alojamiento de quinta, el hotel del Oriente, ¡malditos burócratas de manguito!

Lo cierto es que las conversaciones con Vulcano de testigo habían sido la mar de interesantes. Se propuso al menos anotarlas; la resaca te vuelve olvidadizo. En el velador de nácar se podía trabajar. Extrajo del bolsillo el diario rotulado Viajes de Gipini y, con medio lápiz que siempre tenía a mano, escribió: “A lo largo de los últimos cinco años Latour descubre la entrada de una pirámide invertida, hasta ahora ignorada, cerca de la Rest House. Una vez en su interior comprueba que está cubierta de jeroglíficos incisos en una brillante cuarcita azul pálido. Se da cuenta de la trascendencia del hallazgo: jamás se han encontrado textos jeroglíficos en pirámides ni, por supuesto, en griego, lineal A o B, ni en ningún otro idioma. Calla, según su costumbre. Intenta descifrar los textos, pero ante su incompetencia, pide ayuda sus amistades de París. El asunto trasciende y se vuelve de lo más inusitado: los textos son una especie de Instrucciones para uso de las pirámides. Ya nadie podrá ignorar la relación entre estas moles con el canibalismo a gran escala. Latour, que presiente su término vital, busca con desesperación una salida al asunto, que le viene grande, pero al que nunca renunciará: evidentemente, es su última oportunidad de saltar a la Fama póstuma”.

 

Devolvió el cuaderno al bolsillo y se dejó caer entre cojines, con auto fingido desmayo. Aún había mucho trabajo por hacer. A pesar de esta sequedad en el gaznate. Los conquistadores y los misioneros actuamos, no tenemos tiempo para quejas. Nom de Dieu. Bebió directamente de la jofaina, luego, mojó un trapo. Estaba a punto de pasárselo por los ojos cuando un par de toquecitos en la puerta, le hicieron temblar. Casi de inmediato, se escuchó una voz:

—Inspector Kabis.

Ah, el imbécil. Abrió la puerta. Eh aquí el tipo cabezón que nunca te mira a los ojos. “Había sabido” que se proponía visitar a Below y “se había propuesto” acompañarle. Por seguridad ¿entiende? Está claro: ayer había a la escucha orejas incluso más grandes que las del propio Vulcano, Señor, Señor. Gipini, sin responder a la pregunta implícita, se sirvió de la cafetera de plata, bueno, alpaca. Llevaba grabadas dos palmeras y la inscripción Hotel del Oriente. En ese momento, Kabis ensayó un tono confidencial para disculparse. A la vista estaba que quería evitar un incidente diplomático:

—Hablaré con la aposentadora de los harenes que tiene contactos en el Shepeard.

—¿Quiere callarse de una maldita vez? Me duele a cabeza —tras tocarse las sienes como comprobándolo, prosiguió—: Ha hecho el ridículo, una personalidad como yo solo puede hospedarse en el Shepeard. No sé por quién me toma, ¡yo no soy un Below que ande por ahí cargando sacos de antigüedades!

—¡Ojalá fuera sólo como Below! —El policía, tocado en su amor propio, se vino arriba—: No me preocuparía. Los peores son los que vienen a descubrir nuestros descubrimientos. Los convierten en suyos, se los llevan, absorben los que serían nuestros hechos gloriosos. ¡Maldita sea, apañe media docena de momias como todos y lárguese con buen viento!!

—Está equivocando el planteamiento, Kabis. Vamos, responda a esta pregunta ¿qué hago yo en Egipto?

Se entromete en nuestros asuntos.

Kabis hubiera querido decir una frase así de contundente, aunque le salió algo más zalamero:

—Presta ayuda a quien no se la ha pedido.

—¡Falso! He venido como invitado oficial del kedive. ¿También aloja al Augusto en un hotel de quinta? Me parece que en mi próxima audiencia lo pondré sobre aviso.

Kabis levantó las palmas para aplacar al profesor. Se dio cuenta de que debía ganárselo; era su mejor fuente, si no la única, para llegar al Secreto. Los franceses cuentan con el mejor equipo de egiptólogos del Mundo. Los egipcios, nada.

—No hay porque enfadarse, monsieur, vamos en la misma dirección; ¿qué tal si hacemos parte del camino juntos?

Gipini meneó rítmicamente la cabeza con sorna. El agente, considerando que el no recibir un no categórico ya era algo en estas circunstancias, rompió a hablar:

—Le informaré de nuestros progresos:

“Todo el mundo habla de un papiro. Los grandes textos políticos y religiosos, como el Libro de los Muertos, siempre han aparecido sobre papiros. Sin embargo, el hecho de que el servicio de inteligencia egipcio hubiese detectado un calco “en línea blanca” nos movió a la reflexión. Nuestro Laboratorio de Alta Tecnología Secreto Autóctono (LATSA) se puso enseguida con ello. Tras una compleja experimentación científica nuestros estudiosos obtuvieron resultados: si se calca sobre un papiro el resultado es un borrón. Si se pasa el carboncillo sobre jeroglíficos en bulto saliente, se distingue el dibujo en trazo negro. Por último, si se calca sobre un bajorrelieve en piedra, también se aprecia el texto, pero en este caso, en línea blanca. ¡Nuestros mejores científicos han descubierto que se trata de un bajorrelieve! El papiro queda descartado como base de los textos caníbales. ¿Se da cuenta, Gipini? ¡Un descubrimiento de extraordinaria importancia! 

(El hecho de que sus experimentos de calco se hubieran llevado a cabo durante un cóctel en el palacio de Gobierno autorizaba a Kabis a hablar de un Laboratorio oficial. Le gustaban el trabajo de altura y no el de policía de la porra, como cuando le habían enviado a investigar el asesinato del monito Sinsinge-I).

Kabis mordisqueó los pulpejos y añadió en plan avezado negociador:

—Antes de seguir me gustaría saber qué es lo que ha averiguado usted…

—Que están muy atrasados —dijo Gipini retirándose de la ventana—. No es un muro cualquiera: se trata de una pirámide parlante.

Kabis, que ya se había percatado del peculiar narcisismo de su interlocutor, apenas se esforzó en tirarle de la lengua. Sin que nadie le preguntase, motu proprio, explicó a Kabis lo que había averiguado sobre ciertos jeroglíficos tallados en cuarcita azul claro, en la propia cámara interior de una pirámide.

—¿Ya ha averiguado todo eso? ¡Fabuloso! —dijo Kabis, satisfecho porque al menos había roto el hielo con unas cuantas obviedades.

—Y algunas cosillas más.

—¡Magnífico! Dada su perspicacia, supongo que a estas alturas ya sabrá usted en que punto del desierto se encuentra la entrada a nuestra pirámide. Ahora, un trabajo conjunto de los expertos franco-egipcios y… tengo ante mis ojos a un caballero al que no sentará nada mal el fajín tricolor de Presidente de la República —Kabis calibró con satisfacción el efecto que estaban produciendo sus adulaciones: el paciente se hinchaba y se hinchaba como un sapo.

—Aún no hemos hablado de… ¿tiene usted un hermano gemelo?

Kabis abrió desmesuradamente los ojos, como si no entendiera la pregunta. Al reparar en ello, Gipini prefirió volver al tema principal.

—Se lo diré sin problema: la entrada está por la Rest House.

—¿Qué? —preguntó Kabis.

—Que la entrada a la pirámide parlante tiene que estar en la casa de descanso de los turistas. Es el único sitio que frecuenta de día Latour.

—Pero si allí no hay nada.

—No hay nada pequeño, hay algo muy gordo. Una pirámide.

—¿Me quiere decir que el Mamur esconde una pirámide en el bolsillo?

—¿De qué se extraña si su país está lleno de absurdos? ¿Es que no ha oído hablar de las pirámides con el piramidión hacia abajo?  ¿Qué? ¿No sabe lo que es eso? No puedo explicarles todo a los locales continuamente, de la A a la Z, espero que esta vez se lo aprenda a la primera: el piramidión es la punta de una pirámide. No se crea, yo no he nacido sabio, la sabiduría se adquiere rompiéndose los codos bajo un quinqué con un libro delante. Naturalmente ustedes, los funcionarios locales se conforman con el estudio del fenómeno a nivel de superficie.

Kabis tomaba enloquecidas notas en su libreta Heracles (¡Explicarme a mí lo que es un piramidión!”)

—¿Soy indiscreto si le pregunto por su vida, señor Gipini? —aventuró—. ¿Ha estudiado la cultura de los pueblos antropófagos?

—¡Pero si mi vida es ahora! Soy muy joven.

—¡Oh no! ¿Cómo podría atreverme a...? Me refiero a ¿qué hizo tras ser expulsado de la Escuela Normal Superior?

—Una cosa es ser expulsado y otro negarse a bajar la cabeza para reingresar. Un erudito mejicano, el doctor Vicente Fidel López, tenía necesidad de un asistente para ayudarle a redactar su gran obra: él pensaba que el azteca es una lengua aria. En efecto en sánscrito una palabra que recuerda a México significa Oeste y eso le parecía revelador. De ahí a la intuición de unas migraciones indostánicas al continente americano en dahabiyés egipcias, solo hay un paso. Lo dio, y tan pronto lo dio, fue consciente de la necesidad de un erudito de talla mundial para documentarlo. En resumen, un contrato de un año en ciudad de Méjico por el que recibí la suma de 10.000 francos.

—¿Aprendió azteca?

—¡Por favor…! Creo que descifré la totalidad de los jeroglíficos existentes en lengua náhuatl, siempre inscritos sobre pirámides. Lo que pasa es que por motivos políticos o morales se acordó dejar la obra en secreto. Orgullo mexica, ¡serán estúpidos!

—Le pagarían más por callar que por hablar... —Kabis tragó saliva.

—Un buen pellizco sí.

—Me gustaría saber que dicen las pirámides aztecas —preguntó Kabis.

—¿Pero de qué demonios trata usted con su Fernández? —exclamó Gipini irritado.

—¿Qué Fernández?

—¿No le conoce? Tiene docenas de incunables españoles de la época de la conquista. En ellos se cuenta al detalle la utilidad antropófaga de las pirámides.

—¡Ah, nuestro querido Salomón del SASA! —Se tapó la boca, arrepentido de habérsele escapado el secreto de la existencia de su departamento. Tal vez no se había dado cuenta. Se repuso, añadió—: Pero escucharlo de labios de un profesor del Collège... ¡Eso es distinto! —Dirigió al profesor una húmeda mirada de falsa admiración.

—Los jeroglíficos no son otra cosa que instrucciones para el uso de tales edificios —Gesticuló agitando las manos, como cuando se dirigía desde la tarima a sus alumnos del Collège—. Podríamos definir la pirámide como un matadero de humanos, equivalente a los de ganado de nuestros días. En unos andamios situados en la parte superior se procede a la extracción quirúrgica del corazón y otros órganos de carácter mágico. El resto del cuerpo baja rodando el costado de la pirámide, que se construye a propósito muy escarpado para cumplir esa función. Según los textos las caras de las pirámides deben estar tan incrustadas de sangre que parezcan negras y el hedor se esparza a kilómetros. Desgraciadamente para el arqueólogo, el paso de los siglos las ha clareado. Lluvias, viento, etc.

—¿Por qué sacrificaban las víctimas en un lugar tan alto?

Gipini se hinchó:

—Eran sociedades democráticas (ustedes no saben lo que es eso). Todo el mundo tenía derecho a mirar el género para no ser estafado en el reparto. Los clientes hacían mucho hincapié en que la carne al morir estuviese palpitante. La ansiedad y los jadeos preagónicos se consideraban básicos para conseguir unos bistecs mantecosos, de ahí otra utilidad de las pirámides: el ascenso aterrador de la víctima a la cumbre mientras era jalado del cabello por los ayudantes.

“La matanza pública tenía por objeto que quien quisiera, pudiese comprobar la corrección de todo el proceso: extracción en vivo del corazón con un cuchillo de obsidiana, la sangre que sale a borbotones... Aún recuerdo cierto texto que tuve el honor de traducir: “La sangre brotó hacia lo alto mientras se derramaba, mientras hervía....” Hecho esto el corazón se colocaba en un plato de piedra verde.

—Por fortuna han desaparecido esas prácticas…

—Sí. Los españoles juzgaron escandalosa aquella dieta y quemaron por herejes a los sacerdotes aztecas, sin provecho para nadie. Fray Bernardino nos narra los llantos que emanaban de la multitud de espectadores ante aquellas piras vivientes atizadas por el Conquistador que, en su soberbia, no entiende lo que oye y ve. El público gritaba “tiki, tiki-me-take”, que es lo que se dice a los niños cuando desperdician la comida, la escupen, la regurgitan, etc. Simplemente, se desesperaban venteando el delicioso olorcillo del asado, que acababa convertido en carbonilla. Estúpidos españoles. En los siguientes veinte años murió de hambre las tres cuartas partes de la población. La interdicción de la antropofagia fue una de las órdenes más crueles de la historia de la Humanidad.

Kabis se mordisqueaba los pulpejos mientras pensaba a toda velocidad. Por fin consiguió dar forma al pensamiento confortador que estaba buscando su mente.

—Pero en Egipto no se han dado las mismas circunstancias. Tal vez los tres versos que han llegado a París están sacados de contexto. La mayoría de nuestros historiadores piensa que las pirámides egipcias, aparte de tumbas, fueron simples observatorios astronómicos.

—¿Ga-astronómicos? —se chanceó Gipini entornando los ojos.

—Estoy ansioso por conocer el texto completo. Es tan apasionante que casi da igual que lo saque un francés o un egipcio —mintió groseramente Kabis—. Solo le pido que sea generoso con nuestros chicos de la Escuela Alemana. No… no se sulfure por lo de alemana. Podríamos llamarla Escuela Nor-europea. Y dígame ¿Cuáles son sus planes inmediatos?

—Me presentaré en la Rest House y le diré a Latour que lo sé todo. Fingiré que me dejo sonsacar y le hablaré -como quien se le escapa un secreto- de las paredes de cuarcita azul. Le convenceré con amor, paciencia y caridad. Su nombre no dejará de asomar en la publicación que se haga.

—Un plan perfecto —dijo Kabis—. Un plan perfecto si Latour no fuera Latour. Pero es Sansón: si no hacemos… hace algo, ¡se morirá agarrado a las columnas del templo!

La mirada de Gipini se volvió hacia la Biblia que estaba sobre la mesilla. Era el típica Biblia de hotel, un adorno que los latinos deberíamos desterrar, ya que se trata de la típica influencia británica. Pero, por un irreprimible hábito de erudito, no pudo impedir que sus dedos repasasen las Sagradas páginas con cierto desdén.

—¿Morir cómo Sansón? ¿Latour? Bah, éste es un descubrimiento mundial —dijo mientras ojeaba el Génesis—. Ni siquiera el Mamur puede pretender que quede inédito o traducido chapuceramente.

—Lo que más me extraña —dijo pensativamente Kabis— es que Latour sea capaz de mantener escondido algo tan, tan, tan gordo como una pirámide.

—¿Me lo pregunta como un profesor a un alumno? Usted bien sabe que algunas pirámides fueron sumergidas por la arena a lo largo de los siglos y otras nacieron ya subterráneas, apuntadas hacia abajo. A veces, en profundidad, te encuentras con una pareja unida por la base, un piramidión apuntado al Cielo, otro al Infierno. Las pirámides en Egipto son imprevisibles como las arenas desierto: todos los años aparecen nuevas con las formas y colores más absurdos… —En este punto Gipini tuvo un sobresalto, tan brusco, que rasgó sin querer una página.

—Profesor ¿qué es lo que mira? ¿Pasa algo?

Inclinado sobre las Sagradas Escrituras, ni se molestó en negar.  Durante diez años, había abrigado una sospecha. Ahora, con la cabeza a punto de estallar por la resaca, tenía ante sí la prueba. ¡Un gesto casual, y mira tú por donde! ¡Por lo menos ahora, cuando mirase una pirámide, sabría de que estamos hablando! Génesis, 41. Las siete vacas flacas y feas se devoran a las siete vacas gordas. Como el bueno del Kabis sería sin duda incapaz de captar el carácter meramente simbólico del número siete, se sintió obligado a aclarárselo:

—Siete o siete millones, da igual.

Esta idea le quedó grabada en su mente y, si la macerase en su interior con otro concepto (en Egiptología, las reses son simples personas enmascaradas: un busto de vaca sobre un tronco humano), seguramente acabaría llegando a alguna conclusión brillante y definitiva.

—¿Le ha cogido el frio, profesor? Está temblando.

—Disculpe, no pasa nada. Es que me indigna ese maldito egoísmo de llevarse a la tumba su secreto. ¡François es la undécima plaga de Egipto! Confíe en mí, Kabis. A mí no se atreverá a tomarme el pelo con uno de sus artimañas. Yo soy Francia.

Kabis miro de soslayo a su interlocutor y respondió:

—Se excusará en su enfermedad, profesor, ya lo verá. Le dirá que sus noches son turbadas por fantasmas y que no puede concentrarse en nada. Que vuelva dentro de un mes, un año, un siglo. ¡Exíjale un sí o un no inequívocos, o Francia cortará los fondos!

—¿Me tiene por un niño? No necesito sus consejos, hace tiempo que lo hago. El año pasado Latour, decepcionado por el modesto presupuesto del Service, obtuvo del Ministerio francés de Instrucción un suplemento de 15.000 francos con destino a una presunta campaña de otoño. Por un artificio administrativo conseguí ser el encargado de transmitirle la suma y añadí al acuerdo de subvención una condición expresa: le pedí que abriera una de las pirámides occidentales de Gizá “que el destinatario bien conoce” pues ya entonces estaba persuadido de que todas las pirámides no son mudas. Ahora dirá que me las doy de profeta, pero la carta de la subvención está en el archivo del Museo. Tengo atado de manos al elemento oficial, y, aunque no dejo de tener noticias de esos buscadores oficiosos que andan enredando, ¡qué más da!, si sus medios son incomparables con el Service des Antiquités.

Excavadores oficiosos…

—¿Oficiosos?                                             

—Si hombre, esos que tienen prohibidas las prospecciones pero que las hacen bajo cuerda. Von Below aún no ha dado con la pirámide parlanchina, pero me aseguró que era perfectamente capaz. ¿Está por aquí cerca su almacén, agente?

—No podemos molestar a los agentes extranjeros, se nos echaría encima el cónsul de Prusia.

—¿Representa usted una comedia, Kabis? Bueno, dejemos eso. Me parece que un policía de su especialidad no puede ignorar donde está el depósito en los que se centraliza el tráfico de antigüedades, a veces incluso legal.

—No estoy seguro —dijo Kabis—. Es decir, que tal vez sí. Pero puede ser que no…

El policía se había puesto colorado y no, no era el clima.

—Está usted raro… —dijo Gipini rascándose la coronilla. Se quedó en silencio. De repente, una chispa zumbona en su mirada delató que se había dado cuenta de lo que le pasaba—. Aaaah… comprendo, vaya si comprendo. El barón subvenciona las estancias en Baden-Baden del kedive. Un par de joyas para las odaliscas del harén. Bolsas de oro para los ministros. Sedas para los eunucos. Tranquilo, no me sorprendo en absoluto ¿sabe? ¡Una pizca de corrupción es el salero de los países atrasados! Con que esas tenemos. Comprendo, amigo Kabis, tiene prohibida su entrada en los almacenes alemanes —le quitó importancia—: ¡Bah!, serénese, agente. ¡Al menos a usted no lo han corrompido! —Todavía—. Le voy a proponer algo. Acompáñeme a dar un paseo por la ribera. Bastará con que no me detenga cuando eche mano a una puerta. ¡O le tire una patada! ¡O un cañonazo! ¿Qué me dice, amigo?

No conozco un solo funcionario autóctono que se resista a la palabra “amigo”.

Kabis se puso el sombrero.

 

Coincidiendo con el segundo canto del muecín, salieron al barrizal ribereño, pomposamente llamado La Corniche en las guías turísticas. La gente empezaba a desparramarse por bazares y cafeterías. Al llegar a una fuente cubierta, Gipini soltó por fin la pregunta que venía quemándole todo el rato:

—Escuche, Kabis. ¿Porque cree usted que Petit me contó todo lo que sabe?

—Usted es el futuro, Gastón, basta mirarle a la cara.

Un suelo empedrado, teñido de cal, señala el inicio de la zona de los hoteles decentes. Los tamariscos plumosos sombrean el agradable paseo.

—Pero el bachiller se preocupa por cosas que no tienen nada que ver con la arqueología. Me di cuenta que estaba fascinado por mis conocimientos sobre el mundo de la moda… femenina. Presintiendo alguna inconveniencia le hice gestos de no estar entendiendo. “Nada, nada —añadió Petit—, solo le pido que haga el favor de velar por TODO nuestro ajuar artístico. Las momias y las pirámides ya tienen buenos valedores”. Convendrá conmigo, agente, en que está un poco barrenado.

—A mí me basta con que sea un soplón.

—¿Los soplones en Egipto no odian?

Kabis movió la cabeza y frunció el ceño, como si no quisiera decir lo que iba a decir, pero la maldita locuacidad de Petit le hubiese puesto en un brete.

—Es un asunto muy delicado. Está disgustado con Latour, eso se ve, pero no puedo añadir una palabra más, no sin pruebas —apretó los labios para denotar que se cerraba en banda.

Unos pasos más allá, hirió sus ojos el destello del sol sobre un bruñido objeto de bronce situado sobre un trípode. Era el típico catalejo, para que los turistas admiren las vistas del Nilo.

—Profesor ¿qué es lo que mira? ¿Pasa algo? —Esta vez Gipini inclinado sobre el catalejo, ni se molestó en negar.

 Lo que estaba viendo era la mar de interesante. Recorrió con el visor el muro de piedra que rodea el parque del Nile Hotel. En concreto le llamó la atención un almacén, adosado al malecón por la parte de río, que interrumpía el vallado. En sí, no tendría nada de particular, podría estar destinado a la cría de gallinas, pavos o aparcamiento de calesas para el acarreo de turistas. Lo que tenía de extraordinario es que Von Below estaba dirigiendo la descarga de una dahabiyé de vela, cuya mercancía iba a parar a aquel depósito. En concreto en este momento un criado transportaba un sarcófago Osiris trabajado en ricci.

—¿Por qué Below para en dos hoteles? —preguntó al policía—. ¿Por qué para en el Shepeard y el Nile? La gente decente solo tiene un hotel.

—¿Lo dice por ese almacén? No puedo permitirme revelarle que Below es un traficante de antigüedades; en el departamento tiene docenas de causas abiertas. Por lo tanto, no le diré que este hotel facilita depósitos vaciables desde el Nilo. Me niego a revelarle, así pues, que, cuando se presenta por el boulevard un agente con orden de registro, el recepcionista lo entretiene un rato o lo emborracha, mientras sus esbirros vacían por el lado de río las antigüedades… y ponen a remojo a las pupilas.

—¿Qué baña a sus amiguitas? Un gesto loable.

—Si solo fuera un baño… hay muchos detalles reservados que debo callar. Lamento por tanto no poder decirle que las piezas son embarcadas sobre cubierta, mientras las arrapiezas quedan en bodega. El Nile cobra una pequeña comisión, le aseguro que este hotel es muy popular por este servicio del que me propongo no hablarle jamás.

Gipini carraspeó para indicar que a él poco le importaba ese tráfico de momias y mademoiselles, de clase popular, espero. Como, a pesar de todo, no se le despegaba, tuvo que ponerse serio:

—¿Quiere algo más de mí, inspector? Considerando la forma en que se ha presentado sin invitación, creo que he sido muy paciente —su presencia, sin duda advertida, había despejado de matones el campo. Ya no le era necesario.

Kabis se frotó las manos. Un policía hurgando en la guarida del gran corruptor pronto haría compañía a los peces-gato. Abrió un par de veces la boca, pero, viendo que la cosa iba en serio, se ajustó el tarbuch y, tendiendo la mano a su interlocutor, “adiós, nos vemos, maa salama”.

 

Gipini se acercó al almacén trasladable desde el hotel, esquivando sarcófagos que el Nile utiliza como maceteros, pequeñas esfinges portátiles, altares inscritos y demás curiosidades beige que quedarán muy bien entre el verde de tu Cottage. El barón le dedicó una sonrisa displicente pero no le ofreció la mano. Gipini le puso al corriente sin preámbulos del objeto de su visita.

—Ya sabe a lo que vengo. Pensé en dejarlo pasar, pero desde entonces he pasado noches sin dormir. Se ha atrevido a perder el decoro con una dama en mi presencia y eso afecta a mi reputación. Exijo una satisfacción en el campo del honor a menos qué…

—¿A menos qué?

—¿Asesina a menudo monos encima de jóvenes y las deja todas pringadas de sangre? ¡Ahora mismo me dará usted su nombre y dirección! Presentaré una disculpa en su nombre.

—Se equivoca, amigo, siento un profundo respeto y admiración por la mujer egipcia —dijo. Gipini no parpadeó, molesto por la camaradería—. El mono fue el causante del desaguisado, no me quedó más remedio.

El profesor se dijo que el barón era un pervertido. Su cerebro estaba ocupado, no por una mujer cualquiera, sino por una determinada.

—Espero que le parezca bien ahora para presentármela. Yo estoy dispuesto.

—¿Qué quiere decir? ¿Qué nos aparezcamos ahora mismo en un lugar más famoso de El Cairo? ¿Con el marido delante? ¡A ustedes los latinos les hierve la sesera cuando les aprieta ahí abajo! En fin, si tan salido está, déjeme coger el sombrero y la caña y vamos a ver las titis de la maison Karcher. Circasianas, bocato di cardinale. Si no fuese tan obsesivo, francés, le habría invitado a tomar una botella de mi chateau Margaux.

—Solo me interesa una mujer en concreto, y, ¡no se vaya a pensar otra cosa!, exclusivamente en el terreno científico. Siento curiosidad profesional por una característica física de sus ojos, estoy a punto de iniciar una colección de globos oculares. Aprovecharé la ocasión para practicar estudios sobre la curva maxilar, el ángulo facial, la existencia o no de torus superciliaris, etc., etc.

—Aprenda de mí, Gastón. Yo trago todo, si son uvas, pues uvas, si son peras, peras, si es pescado... Y cuando no hay mocitas, me voy a la cama encantado con uno de esos que aquí llaman kochecks. Visten con la misma elegancia que una cocotte parisina, con su cinturita de vértigo y su polisón; pueden ser músicos, bailarines, actores… o funcionarios de manguito.

—Pero también existen las mujeres.

Gastón vio oscurecerse el rostro del alemán.

—¿Qué insinúa?

El francés no se dejó enredar. Sacó algo del bolsillo.

—Barón, ya estoy harto de que se me escurra. La próxima vez lo intentaré sin su colaboración, sean cuales sean las consecuencias para sus negocios. Usted sabe quién soy yo y, sobre todo, quien voy a ser. Mi visita era de pura cortesía. Mire el lazo: está firmado madame Reichard. ¿Quiere que vaya y le pregunte con destino a que cliente hizo un vestido en seda ocre con lazos marrones, guarnición de tafetán azul y lazos de seda con jeroglíficos?

Por la forma en que hablaba el barón, Gipini ya había caído en que su adorada ninfa no era su pupila ni su alumna ni nada parecido, sino su protegida. No sería un problema el que estuviese casada, es fama que numerosos funcionarios locales viven con la esperanza de que algún arqueólogo millonario se acueste con su mujer. Por fortuna, los gustos bíblicos del barón se inclinaban más bien hacia Adán que hacia Eva, lo que abría una Ventana de Oportunidad. Una belleza subvencionada por uno, no debe tener gran inconveniente en ser subvencionada por otro.

—Ya miraremos la fórmula de concertar una cita, paciencia. Pero, si se la doy ahora, se marcharía, y aún no hemos hablado de algo. ¿Cuál es el verdadero motivo por el que ha aplazado su regreso?

Gipini evitó responder mientras pasaba el dedo por el lomo de una gata Bastet en cristal de roca. Una talla por cierto que recordaba mucho a otra que había perdido el Museo.

—En resumen —supuso Below en voz alta—, se presentará ante Latour y le pondrá las cartas boca arriba. Usted traduce, él obtiene el consuelo de que la obra se firma Latour-Gipini, en colaboración.

El giro de la conversación le llevó a pensar que había una extraña relación entre la dama de sus desvelos y la Obra de Latour; estuvo a punto de preguntarle cual, pero se contuvo. Con estos alemanes nunca se sabe. Soltó una boutade:

—Las noticias en El Cairo corren más rápido que los camellos de carreras.

—Su plan no resultará. Escuche esto: ¿por qué no dejar que las aguas discurran por su cauce? El final de Latour está próximo, cualquier día ¡plaf! el corazón o la cabeza. Una vez que tome el control del Museo, las fidelidades cambiaran; al menos un par de reises deben estar en la pomada. Le darán el trabajo hecho. Sin ayuda de los resises un anciano no podría hacer el esfuerzo de arrastrarse hasta la oscura cámara donde se esconden los textos. Todos sus problemas se resolverán de un plumazo.

—De un pluma qué…

—Sí, todos, aunque no sé cómo explicárselo de una forma muy conveniente —y agregó para distraerlo con el tema monetario, que para Gipini también tenía mucha importancia—: Usted es una persona destinada a llevar un gran tren de vida. Estoy seguro que llegará a presidente de la República Francesa. Solo hace falta verle. Su carrera significa mucho, me hago cargo. Pero se encuentra ante una encrucijada: nadie llega muy alto si no posee una bolsa muy llena. Entonces va y se siente tentado por Méjico, donde parece que ha encontrado un generoso mecenas. ¡Me decepciona, amigo mío! En Méjico puede que brille la plata de los dólares, pero jamás le llegará ni a la suela del zapato a Egipto en cuanto al brillo verdadero, el brillo de la Gloria. El asunto del dinero tiene remedio sin necesidad de poner un Océano entre usted y la Fama. Soy un hombre de mundo. Quédese aquí, no hay necesidad de cambiar. Hágase grande en el sitio correcto, como tantos, como Cesar, Marco Antonio, Saladino, Bonaparte, Champollion… Ya le he dicho que, cuando se produzca el cambio de guardia en el Museo, las fidelidades cambiarán. Todas. Y yo estaré detrás, apoyando. Usted será el Héroe que por vez primera habrá escuchado la voz de las pirámides. Yo, la alcantarilla que nadie quiere ver, ¿a qué no sabe que el Museo me ha encargado la supersecreta Salle de Ventes? Lo acepto, aceptémoslo. Estamos abocados a hacer negocios juntos. ¿Qué me dice? ¿Qué puedo hacer yo por usted?

Estaba ofreciéndole dinero. ¿A que si no ese discurso sobre las necesidades monetarias de los grandes hombres? ¿A que si no ese compadreo sobre la sucesión en el Museo Egipcio y en las altas complicidades que permitían vaciarlo a favor de los museos europeos? ¿Cuántos ceros le pongo en el cheque?, venía a decir.

—Un científico a finales del siglo XIX rechaza ciertos métodos...

—Siempre hay un aspecto rechazable en las cosas. Tengo un primo llamado Kasprzyk...

—¿Polaco? —inquirió Gipini.

—Emigrado a Méjico —prosiguió Below sin hacer caso a la alusión personal—. Me ha enviado un ejemplar de cierta publicación privada: la Revista de Tenochtitlán. Se extrañaría lo muy en vivo que practica cierto grupo de estudiantes de antropología

—¿Me está extorsionando?

—¡Dios me libre! Solo digo que estamos abocados a hacer negocios.

—El único negocio que quiero hacer con usted es que me diga si tengo que dirigirme a la Reichard para averiguar la dirección de cierta persona.

—Lo que desea quizás no es muy honorable, pero no soy yo la persona más adecuada para criticarle —la ira le provocó tosidos espasmódicos, haciéndole expeler rosadas plumas de tejido pulmonar—. Pongamos las cartas boca arriba desde ahora. No se equivoque conmigo; sí, soy esa clase de cerdo prusiano. Se ha encaprichado con la joya de mi cuadra. Desde ahora le advierto que mejor sería que se apartase de ella, pero no lo hará. Si las consecuencias son malas, ¡sea hombre!, hágase responsable.

—¿Cómo quiere que le repita que mi interés es sólo científico? La dirección.

—¿La dirección? —dijo Below con lentitud, como si estuviera dando forma a un pensamiento—. Eso de la dirección lo juzgo de la máxima importancia. No me pide que se la presente, me pide la dirección. Pues bien, irá usted a esa dirección, aunque se trata de un sitio muy particular. Oiga Gipini, hay otra condición. Se lo tengo prometido al museo de Berlín: picaremos un panel o dos de los Textos Caníbales… —Y al ver su sobresalto, añadió—: ¡Oh!, un pequeño lienzo de pared, nadie sabrá si se ha desprendido ahora o en tiempos de los iconoclastas. Entre nosotros ¿de acuerdo? Estamos hablando de una mujer muy, muy, muy especial —amagó con el dedo índice estirado lo que le pareció un disparo de pistola. Prosiguió—: Prefiero los pagos en especie; de todas formas, quizás no habría tenido usted liquidez suficiente para pagarme la suma que le iba a pedir. Se vería obligado a pasar el resto de su vida en Méjico.

—Jamás he faltado a mi palabra.

Después de una tosecilla de aviso y, como si se le hubiera olvidado algún fleco del negocio, el alemán añadió:

—Perfecto, y entre caballeros no hace falta decir que cuando sea el nuevo director, mi firmán queda prorrogado a perpetuidad.

Gipini en efecto no lo dijo, y se despidió con un gesto de cabeza. A lo que el otro respondió con una tos que le voló una amígdala; a ese ritmo, este cuerpecillo vicioso se vaciará en unas semanas. Una breve perpetuidad. ¡Chapeau!