Zarpando del puerto Juan-Carlos I de Sanxenxo |
SUMARIO
1.-CONDICIÓN DE CUIDADOS U OBLIGACIÓN DE CUIDADOS
2.-IL BRAGHETTONE CAPÍTULO II (CORREGIDO)
Felipe, Letizia y Leonor prefirieron Combarro |
1.-CONDICIÓN DE CUIDADOS U
OBLIGACIÓN DE CUIDADOS
Existe una enorme diferencia
entre instituir heredero a alguien “con la CONDICIÓN de que me cuide” o
instituir heredero a ese alguien “con la OBLIGACIÓN de que me cuide”. En el
primer caso, la condición hay que cumplirla bajo pena de perder la herencia; en
el segundo, no. Vamos con la condición, en el bien entendido de que aquí
hablamos del Derecho de Galicia (aunque el albaceazgo pueda producir efectos
similares en el Derecho Común).
*La CONDICIÓN
impuesta a la herencia o al legado hay que cumplirla, so pena de que dicho
caudal se pierda, bien porque acrezca a los coherederos o se refunda en la masa
o pase a los sustitutos.
¿Como se COMPRUEBA el cumplimiento
de la condición?
La determinación del
cumplimiento o incumplimiento de la condición corresponde a un cargo nombrado
por el testador llamado el TESTAMENTERO. Puede ser cualquier persona, incluso
un heredero, incluso el mismo beneficiado y deberá dar el SÍ o el NO en
escritura pública, implicando en el primer caso la adjudicación de la herencia
o el legado. Dado el carácter expansivo del concepto de cuidados en la
normativa gallega (sustento, habitación, vestido, asistencia médica ¡incluso cuidados
afectivos!), su poder es omnímodo pues basta que determine, a su juicio, si el beneficiario ha tratado con cariño o no al causante. Viene a ser una especie de poder
testamentario muy similar Alkar Poderoso vasco.
De no haber nombramiento de testamentero (caso frecuente, pues hay paisanos que no se fían ni de su sombra), la práctica registral gallega exige la determinación del cumplimiento por medio del Acta de Notoriedad del art. 82 del Reglamento Hipotecario (en base a una analogía que hace la correspondiente Dirección General).
*LAS OBLIGACIONES
NO SON CONDICIONES cuyo incumplimiento pueda anular la herencia o el legado;
son DERECHOS DE CRÉDITO. El incumplimiento de una obligación, demostrado
judicialmente, puede dar lugar a una indemnización de daños y perjuicios, pero no a
perder la herencia o legado. El derecho a reclamar las obligaciones personales
CADUCA a los 5 años desde la extinción o agotamiento del acto o contrato que
las genera (fallecimiento). A efectos de la herencia o legado es indiferente el
mayor o menor cumplimiento de la obligación personal de cuidados impuesta.
Sería o no AURORA BOREAL DO PAIS, pero fue mágico |
II.-CAPÍTULO II DE IL BRAGHETTONE (CORREGIDO)
Pongamos al
hombre frente a su infinita pequeñez
Mientras
Roma estaba siendo saqueada, Florencia, la ciudad de los Médicis, se sublevó
contra La Famiglia, aprovechando que su cabeza, el papa Clemente (de Médicis),
estaba prisionero en el Santángelo. Sometida al puño de hierro del pontífice,
la ciudad de la flor tuvo la astucia de comprender que semejante amo sólo
podría ser derrocado por su único Superior: se proclamó a su Alteza Jesucristo,
rey de Florencia. Fue una borrachera de libertad y Miguel Ángel, uno de los
Diez de la Guerra florentinos, de los más ebrios. Llegó a inventar ¿el qué?;
ah, sí, un sistema para detener cañonazos a base de colchones colgados de las
murallas. Pero la situación dio un giro cuando el papa, viendo que no podía
abismar a Carlos V al Infierno, la catapultó al Cielo, aureolándolo con la
corona de Emperador en Bolonia, al estilo de los antiguos césares. A cambio, le pidió que encabezase una
Cruzada.
—¿Para
liberar Jerusalén, Santidad? ¿O antes
Egipto, Grecia, Anatolia...?
—Florencia,
Alteza imperial.
—¡Pero
si eso está en dirección contraria!
A
Carlos V le convino. Asedió Florencia. Cuando cayó la plaza, el papa entronizó
en ella al hijo que había tenido con su esclava bereber, el duque Alejandro.
Nadie que se enfrentaba a los Médicis tenía una muerte fácil y el divino Miguel
Ángel era divino, tal vez, pero no bravo. Corsini, al frente de la guardia,
recorrió la ciudad para echarle la cuerda al cuello: anegaba su alma el odio
que sentía por Buonarroti, que había diseccionado a su padre como espécimen
anatómico. Las autopsias eran la pasión secreta del genio, y la recolección de
cadáveres no siempre era ortodoxa. La ejecución del divino llegó a ser cosa tan
cierta, que el pintor Andrés “el de los Ahorcados” cuyo oficio era retratar a
estos con la lengua fuera para general escarmiento, se anticipó a su suplicio y
lo pintó colgado de una pierna. Qué más da antes que después: era sabido que el
duque lo odiaba, clamaba venganza, y eso siempre acababa igual. Miguel Ángel
estaba atrapado y sólo una solución imaginativa podía salvarlo. La que encontró
era práctica, pero en extremo macabra: se enterró en vida en San Lorenzo, el
sepulcro florentino de los Médicis. La cosa duró hasta que el abad custodio del
Panteón lo delató a Clemente. ¿Hombre muerto? No, vivo. La rueda de la fortuna
se encaprichó con el personaje y dio un nuevo giro. Al papa, Buonarroti le
servía mejor vivo que muerto. Tenía una idea en mente. Los que como Sebastiano
del Piombo lo vieron pasear obsesivamente por los corredores del Santángelo en
los días del cerco, pudieron escucharle frases como esta:
—Una
obra de arte que lo cure todo.
El
funcionario sabe perfectamente lo que su Santidad está maquinando, sin
necesidad de más explicaciones. “Se hace preciso borrar de la conciencia de los
hombres la humillación del Saco. Necesito un maestro que cree la máxima obra
que el arte pueda dar de si, por los siglos de los siglos amén. Algo que ponga
a los hombres frente a su infinita pequeñez”.
Pero
cuando el pontífice ha empezado con su monotema, todos saben que no lo va a
soltar.
—Nos
crearemos la obra de arte total —prosigue—. Algo que suprima de raíz cualquier
disidencia.
Con
voz gemebunda, en la que consigue impostar tonos de santa ira, añade una
importante precisión: la Obra Taumatúrgica tiene que quedar expuesta por los
siglos de los siglos amén, sobre el más santo muro de la Cristiandad:
—Sea
en el muro testero de la Sixtina; sea allí, en el Santo de los Santos.
Miguel
Ángel y Clemente. Estaban atrapados el uno por el otro. Muertos Leonardo y
Rafael, no quedaba ningún otro artista realmente grande. El papa necesitaba al
divino traidor para recuperar su crédito. Pero Miguel Ángel necesitaba al papa
para seguir respirando. Cada uno tenía lo que el otro más deseaba.
Clemente
solía terminar así su monólogo:
—…
Una obra que cuando la contemplen mis enemigos se sientan humillados hasta los
tuétanos.
¿Dónde
estábamos con el relato? Ah, sí, la conversación de Piombo y Nelo en la Sala
del Erario del Santángelo. La conversación de Piombo y Nelo sube de tono cuando
el primero suelta la primicia: De nuevo se encarga arte en Roma: Acaba de
encargarse la Obra de Arte Total. Proveniente de los armarios, llega a Nelo el
crujido de los estantes, combados y pandeados por el peso del oro.
—¿Podríais
resumir, mesire Piombo? —Nelo utilizó el apodo, Piombo (plomo), en vez del
verdadero nombre, Luciani. El tal se estaba poniendo tan pesado como el plúmbeo
mineral de sus sellos. ¿Es que no podía entender su ansiedad? ¿Acaso no podía
ser más concreto? ¿A él le tocaba algo en este guiso? Este Nelo, con quien
tanto se identifica el narrador, desvió la mirada fingiendo desdén. En su campo
visual se topó con una mesita desplegable, adosada al cofre del erario, y
encima, plato, cuchillo y todo lo necesario para una cuchipanda. ¡A pesar de la
hambruna que afectaba al Santángelo!
—Si
no me equivoco, querrás saber el tema de semejante obra maestra, ¿verdad?
—contestó Piombo—. Mmm... ah, entonces uno de esos salamis de Toscana… si
quedan —añadió en dirección al criado que le había acabado de informar que ayer
se había consumido el último pichón en salmuera.
—Supongo
que encargaría al Buonarroti uno de esos frescos de La Justicia a tamaño
catedral —aventuró fingiendo desinterés—. Conozco las fantasías de los Médicis.
—No,
no, no y no —dijo el Signatario en tono juguetón. Canturreó—: Le encargó un
fresco de La Resurrección para el muro testero de la Capilla Sixtina.
¿Simbólico, no? Roma resucita y patatín y patatán.
El
sirviente tiró de la manga al que vestía un raído luco di volterra y le ofreció
unas rodajas de embutido. Nelo salivó copiosamente, consciente ahora del hambre
que tenía, y dijo para alargar el tema y comer tranquilo: —Soy todo oídos.
—Una
Resurrección. ¡Gran jugada del papa! ¡Magnífica venganza florentina! —dijo
Piombo al tiempo que se desabrochaba el jubón de damascos—. En vez de matar a
Miguel Ángel, algo tan vulgar, ¡lo convierte en su esclavo político! Le obliga
a pintar la mejor obra de arte de todos los siglos, a mayor gloria de la
familia Médicis. ¿Qué? ¿Han superado los ahorcamientos boca abajo? ¡Esto no es
nada! ¿Te das cuenta del papelón de Miguel Ángel? ¡Venía de sublevarse contra
los Médicis en el acto más heroico de su vida! ¡El liberador endiosando al
asesino de la libertad! ¡El reo que besa el hacha del verdugo!
¿A
qué me suena esto? A La Justicia.
—Ahora
querrás saber —prosiguió el funcionario cuya barba estaba teñida de alheña, sí,
sin duda—, como respondió el divino. Tampoco estuvo mal, no señor. Un digno
esgrimista. Pues va Miguel Ángel y... ¡Un momento! ¿Nos serás uno de esos que
le va a la Inquisición con el cuento?
—¿Es
de ese género lo que voy a escuchar?
—Peor,
para decirlo claro —dijo Piombo que, acto seguido, inclinó la cabeza como
diciendo “entre nosotros, eh”. El penduleo de su collar de oro hizo saltar un
destello de codicia en la mirada gris del volterrano. No pasó desapercibido.
—Consideraría
un honor que me tuvierais por persona de vuestra confianza.
Piombo
escrutó al famélico volterrano con los ojos achinados, como diciendo: Vaya,
vaya, quizás haga bien en facilitar recursos a este hombre… ¡imagínate que
consiga entrar en el círculo de Macelo de Cuervos!
—¿Y
qué es lo que hizo Miguel Ángel? Si se hubiera negado a pintar la Resurrección,
el papa no lo hubiera matado. ¿Cómo iba a dar muerte al creador del Dios
Creador de la cúpula de la Sixtina? No, que absurdo. Pero no fue precisa ni
siquiera esa negativa para que Miguel Ángel se saliera con la suya.
Nelo,
que hasta entonces había escuchado atentamente, comenzó a sentirme molesto por
la verborrea:
—No
os he pedido que me contéis porqué el divino maestro se negó a pintar esa
Resurrección, solo os he preguntado cual es el encargo artístico en concreto y
si me toca alguna parte.
—Es
que no se negó. Hizo algo mucho más terrible.
Se
escuchó un desagradable chasquido, como un hueso que se rompe. Algún estante de
madera que habría cedido, abrumado por el peso de los lingotes que estaba
obligado a sostener. Ser ungido emperador por el papa no es gratis.
—De
verdad, Piombo, necesito un trabajo con urgencia ¿es necesario que me contéis
todas esas cosas?
—Olvida
esa impaciencia, ¿quieres? …No se negó, amigo, no se negó. Qué va. Se desmadró.
Presentó a Clemente VII unos dibujos preparatorios en los que Cristo resucita
desnudo, como un Apolo. ¡Santo Cielo! Desnudo... DESNUDO. ¿Lo viste alguna vez?
Dios mío, Dios mío, ¡cómo no le puso ni tan siquiera un perizoma de vergüenza
morado! Hay más. Jesucristo sale por los aires estilo Faetón, en vez de
sentarse sobre el sepulcro para hacer un pequeño descanso como hizo siempre.
Soldados, mujeres evangélicas, santos varones... ¡Todos desnudos! ¡TODOS! ¡Como
Adanes y Evas! ¡Que escándalo, que divino escandalazo!
—Pero...
¿por qué hizo eso? —preguntó Nelo.
—Esa
no es la pregunta. Estamos hablando de la capilla Sixtina. Por todos los
demonios, Nelo, ¿de verdad crees que donde se vela el cadáver de los papas,
donde se transmuta el mismo Dios en su vicario sobre la Tierra, de verdad crees
que allí puede haber un Cristo desnudo, desnudo... DESNUDO?
—No
entiendo ¿cómo...?
—¿Se
atrevió? No se sabe. Se dice que el alma de Miguel Ángel sigue con los
rebeldes, que sufre una crisis religiosa e incluso ¡que hay una mujer! Nadie te
saca de dudas.
—¿Una
mujer? Oíd, Piombo, el que me veáis tan delgado no os da derecho a tomarme el
pelo —Esbozó una sonrisilla cínica. Nelo sabía muy bien a cuál de los dos
géneros era aficionado el divino. No miraba con mucho agrado a las hijas de
Eva.
—No
soy yo quien lo ha dicho —El funcionario cruzó el índice sobre los labios, como
si detrás de esta palabra, “mujer”, hubiera alguien muy importante y peligroso.
—¿Por
qué el papa no lo mató allí mismo? Sigue en la lista de traidores ¿verdad?—
preguntó Nelo centrando el tema.
—Lo
del escandalazo lo dijo el camarlengo, no Clemente. El papa se quedó callado. A
la luz de su actuación da la impresión de que tiene dudas. Lo más probable es
que una de las opciones que maneje sea el ahorcamiento de Miguel Ángel por una
pierna. El duque Alejandro, suspira por ello. La alternativa sería un cambio de
tema. Algo relacionado con la justicia. Un juicio… El Juicio de Jesús en el
Pretorio. Aquí es donde podrías entrar tú: se supone que será una composición
espectacular: Pilatos, el Centurión, Longinos, las legiones al completo,
Herodes... A los romanos, está permitido desnudarlos, a los del Nuevo
Testamento, no. ¿Entiendes? Ayudantes, necesitará ayudantes, para las columnas,
para las nubes, para los árboles, para...
—No
soy un ayudante, no lo soy —dijo Nelo a quien la conocida ofensa había llegado
a las telas del alma—. Mi obra habla por mí, sobran palabras. Desde hace años
no pinto más que seres humanos.
—Y
no aceptarías un trabajo de ¿marmitón?; es eso lo que quieres decir ¿verdad? ¡Y
yo que creía que venías a echarte a mis pies dispuesto a todo! —Volvió a
recorrerlo con su mirada— Te diré lo que vamos a hacer de momento.
Descontaremos una de esas letras que Perino te ha remitido desde Génova y
podrás terminar ese par de evangelistas en San Marcelo. ¿Qué te parece?
—Ese
dinero es mío, ayer apenas he probado un mendrugo —exageró—. Descontaremos la
mitad de las cambiarias… no, todas. Si es así, Dios te lo pague.
—De
momento pagará su vicario en la Tierra, el papa. Pero no le cojas mucho cariño
al encargo. En cuanto su santidad te llame, lo tendrás que dejar ¿estamos?
Como
despedida, el funcionario se llevó ambas manos a los hombros y se extrajo el
collar de oro, que, acto seguido, deslizó por la cabeza de Daniele. Era el de
eslabones delgaditos, no el que imita roldanas navales, todo hay que decirlo.
De
nuevo se ve a Nelo subido al andamio de San Marcelo, entre bandadas de palomas
que penetran por los huecos de los cañonazos. Se le ve frente a un San Lucas,
mutilado de cintura para abajo por los herejes. Abajo, entre montañas de
escombros y excrementos de palomina, Urbino prepara el arricio (el fondo del
fresco a base de cal y puzolana). Arriba, en la cúpula de la capilla de la
Crucifixión, se ve a Nelo dar de martillazos a lo que queda de las pantorrillas
de San Lucas. La promesa de Piombo le había insuflado un anhelo pugnaz.
¡Trabajar para… o sea, con, Miguel Ángel! Daría una pierna.
Se
le puede ver durante semanas, picando el lienzo antiguo, encalando por encima.
Se le ve apresurado, pintando sobre la última capa, el intonaco (una mezcla de
cal mojada y mármol). Si se deja secar, se arruina el fresco. Previamente, ha
punzoneado los cartones, soplando polvo de hollín a través de unos agujeros que
siguen el trazo del dibujo. Ahora vemos ya renovados a San Marcos y San Lucas y
al novillo y dos angelitos añadidos de su cosecha. Un resultado ¿de semanas, de
meses? Que más da si la impaciencia ha sido indiferente contra el destino:
Miguel Ángel no regresará a Roma. Jamás. Teme al cadalso.
Aquella
tarde se quedó un buen rato recogido frente a los frescos. Una intuición
desasosegante pugnaba por introducirse en su mente. ¿Estaré condenado a que sea
así siempre? ¿Un siervo de Abadón, el Ángel de la Destrucción? ¡Dios mío, nunca
crearé de la nada, como un genio corriente! —Aquel había sido en un primer
momento el curso de sus pensamientos. Al cabo, el mismo se asustó de haber ido
demasiado lejos, y redirigió hábilmente sus imaginaciones—: Sí, pero ¿y los que
no han hecho ninguna cosa en la vida? ¿Qué? ¿Acaso no es mejor tener un genio
vicario, aunque solo sea eso?
Durante
aquellas interminables conversaciones a gritos de suelo a andamio, Urbino le
habló de un invento que, o bien había realizado Perino, o bien Piombo, o quizá
los dos al alimón, en la Logia de los Héroes de Génova. Nunca se conocen del
todo los recovecos mentales de una mente simple, pero al parecer se trataba o
de óleo sobre fresco, fresco sobre óleo, sólo óleo o cualquier otra combinación
aceitosa. Se trataba de una famosa técnica ya experimentada en la antigüedad
por Papeles, aunque lo más probable es que el de Urbino se estuviese refiriendo
a Apeles, el pintor más famoso de la antigüedad.
—¿Dónde
estaba esto? —preguntó un tipo de rostro alargado y triste como un repollo
hervido. Acababa de entrar en San Marcelo procedente del Corso y tenía un trozo
de escombro en la mano. Tras él entró otro, más tripudo, caracoleando como una
jaca andaluza. Por toda respuesta, Urbino elevó su mirada hacia el andamio. El
escombro que tenía en la mano el recién llegado Perino del Vaga era una de las
antiguas piernas de San Lucas, pretendidas piernas, porque nadie recuerda un
Evangelio en que San Lucas salga con botas. Por eso se las habían arrancado a
martillazos.
—Debajo
del tórax —respondió Nelo desde las alturas, que consiguió acabar su respuesta
a pesar de que un vaho de humedad le nubló la vista—: Estaban completamente
arruinadas por los luteranos; la otra aún estaba peor.
—Pues
yo no le veo ni un solo defecto a esas piernas —dijo Perino, aún irritado. El
encargo era aprovechar lo más posible para hacer economías.
La
repetición de la palabra pierna arrancó a Nelo un suspiro de dolor, tal que si
le trajera algún recuerdo desagradable.
El
segundo visitante alzó las manos pidiendo paz y dijo en su marcado acento
veneciano (del que Piombo no se había aún librado):
—¿Por
qué no aprovechamos las habilidades decapantes de este buen hijo de la Iglesia?
¿No es eso a lo que veníamos, Perino?
—Creo
que Nelo debería ser más respetuoso con los antiguos maestros antes de ponerlo
a trabajar en la Sixtina.
Urbino
empezó a temblar; los ojos se le empañaron. Sin duda, acababa de caer en la
trascendencia vital de la alusión a la Capilla Sixtina. Como estaría el hombre,
que no pudo reprimir un infantil gritito de excitación, a pesar de la presencia
de aquel par de personajes.
—¡¡¡LA
SIXTINA!!! ¡Ves como tenía mis influencias! ¡Y ni siquiera hizo falta
utilizarlas!
—¡O
Dio! —dijo Nelo (la boca a medias tapada por cuatro dedos)—: ¡Yo tengo que
hacer frente a mis responsabilidades!
—¿El
trabajo en San Marcelo? —dijo Piombo— Mmm..., bueno podrá esperar otros cien o
doscientos años. Tus plazos de entrega acostumbrados ¿no? Lo que yo te vengo a
sugerir es...
Lo
que le vino a decir era que estaban pensando en darle una sorpresa a Miguel
Ángel. Anticipó algo sobre la clase de sorpresa. Piombo estaba pensando en su
famosa técnica del “óleo a la genovesa”. Por supuesto, nadie tocaría la pared
sagrada de la Sixtina sin estar el maestro delante: de lo contrario montaría en
cólera y el papa, tan interesado en el proyecto, haría pedazos al insolente. Se
trataba tan sólo de tenerlo todo dispuesto para cuando llegara a Roma. De
empezar el acondicionamiento del muro para ser pintado al óleo.
Nelo
quedó paralizado por la conmoción. Lo que las palabras de los recién llegados,
Perino y Piombo, quería decir, es que por fin Miguel Ángel había aceptado
pintar el muro del altar de la Sixtina. ¡Volvía a Roma! Al parecer, había
abandonado los trucos. Que argumento lo pudo haber convencido es algo que
escapa a la comprensión humana. Hasta ahora, ni los intentos de asesinato del
duque Alejandro lo habían logrado. Y eso que, para él, el que lo quisieran
matar, era el argumento más convincente. Tenía pavor a la vieja de la guadaña.
—Sapristi
¿qué le dio Clemente a Miguel Ángel? —preguntó Urbino a los recién llegados con
un tono tan alto que sería insolente si él no fuera, no sé... un simple
¡botarate!
—Le
dio todo —zanjó Perino en tono que excluía las aclaraciones.
pero es más bonito Sanxenxo... |