LOS 10 PUEBLOS MÁS BONITOS DE GALICIA: 2) PAZOS-SHALOM DE BOBORAS
Puede que te baste el ver
unas cuantas casas de piedra para imaginarte un “Barrio judío”. El Rivadavia o
el de Allariz (prov. de Ourense) serán muy recomendables. Así pues, estás allí,
el guía te muestra unos edificios con tienda en la planta baja y tú vas, te
aprietas las sienes, y seguro que ves a los mercaderes hebreos acariciando sus
telas de raso y hasta puede que divises al cambista o al alcabalero haciendo
una torre de monedas. Tal vez en ese momento te entre una sombra de duda y te
digas que ese barrio es exactamente igual a la zona de copas de Sanxenxo, de
Pontevedra o de A Coruña pero ¿qué más da? La fantasía es libre y un palo seco
sirve para evocar las carabelas de Colón. A lo mejor participas en una “Festa
da Historia” y un señor vestido de chilaba te vende un queso parmesano, no,
quiero decir jerosolimitano.
Pero el ciclista no tiene
esa suerte de imaginación. Como Santo Tomás, necesita ver, oler y palpar. Lo
que quiere decir que para evocar con arrepentimiento la “solución final” que
aplicamos a nuestros vecinos, los judíos gallegos, necesita ver cosas. Cosas
como la estrella de David inscrita sobre la piedra de un arco. Cosas como el
sello de Salomón grabado en el dintel de la puerta de una casa. Cosas como la
recóndita plaza donde asoma una casa gótica en cuya fachada aparece grabada en
bajorrelieve la Menorah ,
el candelabro de siete brazos. Así sí que puede percibir frente a sí enfrente a
aquel orgulloso médico llamado Moisés Pérez al que, cuando le ordenaron dejar
su casa y recluirse en el gheto, respondió: “Ni soy ourensano ni lo quiero
ser”. Desde 1386, cuando la razia del duque de Lancaster, empezó la persecución
y la reclusión en Calls o barrios, iniciándose una espiral que acabaría, un
siglo después con el alucinante trilema: o incineración o conversión forzosa o
expulsión. En el ínterin, pequeñas falsas treguas que engendraron enclaves
recónditos en los que aun era posible subsistir.
El complejo Pazós-Shalóm
es una de estas inesperadas sorpresas. El ciclista encontrará allí muchas
inscripciones hebreas que proclaman sin ambages la presencia del pueblo de
Israel. Pero el lugar satisfará también a otro tipo de curiosos. Que no busquen
más los seguidores de Dan Brown: si lo que quieren son Prioratos de Sión,
cruces invertidas o enigmas Templarios, no encontrarán pueblo más evocador. Perdéis
el tiempo en esas cutres abadías francesas, creedme.
El ciclista cree haber hecho una buena
elección con la ropa ligera con que desde Sanxenxo aborda carretera
Pontevedra-Ourense (hasta el cartel BOBORÁS.- PAZOS.-SALÓN). Pero cuando se le
congelan los dedos comprende que eso no se aplica a primera hora de la mañana. Perciben
un sinfín de praderas de narcisos, jacintos y cartuchos; un paisaje que
apreciaría más si las lágrimas no le dificultasen la visión. La ruta hacia
Pazos es descendente, lo que incrementa la sensación gélida (si bien, en
verano, permite disfrutar de unos hermosos bosques caducifolios en caída libre
hacia el río Arenteiro). Ya cerca de Pazos, comprende que tiene que parar en un
café para recuperar el pulso. La media docena de desayunadores reparte sus
preferencias entre el licor-café y el orujo. De tapa, cigarrillo. Mientras
degusta su café con leche y su magdalena (como si fuese el vaquero que pide
zarzaparrilla) comprueba que un rayo de sol comienza a dorar las tres piedras
de armas del pazo de los Feijóo, aquí, enfrente. Es el primero de la larga
serie que conforma el pueblo de Pazos, un pueblo echo a base de idem. Ya recalentado
termina el descenso y alcanza la verde parada de autobús que indica la
bifurcación: a la derecha, Salón; a la izquierda Pazos.
Pazos y Salón conforman un conjunto
monumental caracterizado por residencias palaciegas e inscripciones judías.
Apenas los separa un kilómetro. Pero su consideración administrativa es distinta
(Hombre rico, hombre pobre): Pazos es
Monumento Nacional; Salón... digamos que Decremento
Nacional por no aplicar otra rima en “cremento” (aplicable más bien a las
autoridades). En Pazos, destaca la riqueza palaciega; en Salón, al herencia
cultural judía.
Abraham y el cordero |
La temperatura ha subido cuando cruza el
puente de entrada a Pazos, pero el aire aun es limpio y cristalino, ideal para
las fotos. Antes de pasar más adelante, será conveniente advertir del especial
carácter del cicloturista que, con
frecuencia, se ceñirá a un solo objetivo y dejará cosas por ver. El
placer consiste en el propio viaje que muchas veces lleva el cuádruple de
tiempo que la visita. Es como la afición a la vela en el mar. Esto viene a
cuento de que en Pazos el turista automovilístico no dejará de ver nada: los
siete pazos, los puentes, el Pozo de los Humos (la cascada), la cárcel de los
templarios… El ciclista irá a lo suyo, a lo que tiene en mente. Se siente feliz
del solemne silencio, impregnado de melancolía, que reina en el pueblo y que le
permitirá evocar el drama de los hebreos, cuyas inscripciones va a perseguir sin
hacer mucho caso de las labras heráldicas ni de los palacios de esta Santillana
del Mar gallega.
El ciclista termina de penetrar en el pueblo
y llega a una calle que hace “T” con la ruta de entrada, llamada La Calle. El
sol naciente tiñe de naranja las ancestrales piedras de los edificios mientras
decide ¿a la izquierda? ¿A la derecha? Entonces oye un miau por la izquierda y
se va para allí. Antiguas mansiones de sillares de granito, pero por este lado
no se pueden considerar palacios. Balcones de hierro, escaleras de patín. El
suelo de piedra ha sido restaurado, pero no montes la bici o te perderás muchas
cosas. Dos gatazos dorados toman los primeros rayos sobre las vigas de una casa
que ya ha perdido su tejado, como muchas. Clavan sus ojos verdes en el ciclista
que fotografía desde abajo esta visión celestial. Reanuda su camino algo somnoliento
el también cuando de pronto una voz de las alturas le grita:
─¡Eh! ¡Ahí hay algo que ver!
Mira al cielo y dos matronas, cada una en su
ventana de un primer piso, le señalan con el dedo una plazoleta lateral que se
había dejado atrás. ¿Cuál de las dos?
─Ah, gracias.
Sin dejar de mirar un cártel de bronce que
pone “O Cárcere” saca la máquina de fotos y comprueba que hay una ventana con
rejas. ¿Una cárcel? Bueno, digamos que sí. En ese momento la voz de antes, que
ahora se hace maternal, vuelve a resonar en las alturas:
─La piedra, neno (niño), la piedra.
Al mirar hacia la amplia losa que hace de
dintel a la cárcel ve la cruz de la orden de Malta con sus cuatro “uves”, una
en cada brazo. El ciclista ve también dos círculos o esferas que se pone a
estudiar -con ayuda del Internet de su maravilloso móvil-. ¿Serán las dos
esferas alquímicas de “la forma en potencia” y “la materia en potencia”.
Bah, demasiado profundo para alguien que
ha desayunado sólo una magdalena.
De momento, desanduvo el tramo que había
hecho de la “T” y empezó con el otro. La cosa se puso interesante enseguida porque
a poco de empezar se topa con el arco o portada de un palacio en cuya piedra superior reconoce con toda
claridad la estrella de David, el exágono que simboliza a Israel, circunscrito
en un círculo. En el visor de su máquina de retratar ver otros dos símbolos que
le dejan pensativo. Uno de ellos parece una columna, otro una “Y” cuyo brazo izquierdo presenta una sub-rama.
Cuando ya se dispone a seguir viaje un nuevo símbolo le salta a la vista. En la
piedra inferior derecha del arco está representado un hombre boca abajo. Se
fija mejor y ve sobre la figura la cruz, una cruz invertida. ¿Signo demoníaco?
¿Alusión a los sacrificios rituales que se imputaban a los judíos? Al ciclista
le vienen a la memoria las prédicas de Semana Santa en los albores del s XV: era
costumbre acusar a los judíos de azotar la cruz el día del Viernes Santo.
Mas adelante está la iglesia con dos
portadas, una románica y otra muy extraña ¿manuelina?, coronada por dos lunas en creciente.
Dentro parece que hay una virgen de la leche, (una mamisi a la egipcia), pero el cicilista no puede verla porque está cerrada. ¡Malditos turistas! Más adelante aparecen varios pazos; el primero es el de la Encomienda al lado de la iglesia que albergó al
verdadero patronato de Sión y aun tiene labrados sus símbolos. Chitsss... mejor
que no se entere Dan Brown... Luego pazos y pazos y torres y murallas y
almenas, grandes chimeneas heráldicas, escudos de toda laya, y casas porticadas
y extraños relieves como el de Abraham sacrificando al cordero. Escudos con
eses, con bordes enrollados como pergaminos pétreos, barrados... Puertas
artesonadas que empiezan a pudrirse, esto no será eterno, creo que pronto lo
barrerá la poderosa naturaleza verde de Galicia. A la salida del pueblo un
porche-jeep intenta entrar por una calle que no da el ancho, estampando al
ciclista contra la pared, como una mosca. La piedra hace retroceder al maligno,
que no la carne y la sangre ciclista. El vehículo da marcha atrás unos metros y
hace bajar su ventanilla para interpelar a un paisano que el ciclista reconoce
como de los simpatizantes del licor-café:
─¿Y usted sabe dónde está el Pozo de los
Humos?
─Sí hombre, tiene que bajar al puente y luego
subir un kilómetro por la ribera. Pero el coche le va a quedar más delgado.
─Bah, menudo imbécil el que me habló de este
pueblo.
Y se marcha. El puente, sólo para valientes, tiene grabado el santo
sepulcro: el ciclista lo escribe por si le lee un amante de las cascadas.
Él no es. Desanda la ruta hasta el apeadero
verde y toma el ramal de Salón, el pueblo judío “desprotegido” por las
autoridades.
El pentaclo |
Ventaba gótica |
¿Que dice ahí? |
¡Más segura sin ventanas! |
La menorá |
Salón o Shalom es un auténtico festival de pentaclos o sea la
pentagonal estrella de Salomón y menorás, el candelabro de 7 brazos. Te aconsejo pases un buen rato buscándolas en
los dinteles de las casas: así, te darán las dos y… ¡a papar! ¡A papar!
La Aldea
Rural, en Pazos es un conjunto pacego admirablemente restaurado por una
pareja, gallego él, checa ella. Dan las mejores carnes a la brasa de todo
Ourense pero ¡cuidado! ¡De vuelta a Sanxenxo hay que escalar el Alto da Crus!
Va, también tienen camas y al día siguiente, con la fresca, ¡seguro que llegas!
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