Envidia dan los leonardescos; Da Vinci si que lo tenía claro con Salai. En cambio, de Miguel, cuantos más testimonios tenemos de su vida, más profundo es el pozo en el que se nos esconde la realidad de su alma. Empezando por la adolescencia -¿por dónde si no?-, poetizó el meneo del dije sobre el pecho de una princesita del palacio Médicis, tan a pura hormona,que es difícil pensar que estuviese fingiendo. Uno-cero. Pero vinieron los años y con ellos los chantajes -si, eso- que le hacían unos chaperos llamados Cechino o Febo. Empate a unos. Interim aparecieron síntomas de sífilis ( y no es muy segura la teoría que sostenían ciertos cardenales de que la enfermedad se atrapaba en las pilas de agua bendita). En el Caribe había once mil vírgenes y en Roma el mismo número de putas. Dos-uno. Ya en la madurez irrumpió un aristócrata rubio en su vida, Tomás, y Miguel se creyó obligado a pedir perdón a "mister belleza perfecta" por no haberle conocido antes. Hay quien dice que esta era una relación platónica, dado que el rubio era un hombre de familia, de gran familia. Aún así, dos a dos.
Vamos a los penaltis. Si Jacques ya cree siempre que uno es lo que quiere ser ¡que menos que pensarlo de Miguel Ángel que se pasó la vida reflexionando sobre el sentido de su existencia! Pues bien, el florentino nos dejó más de cinco mil poemas que exudan un amor apasionado, desesperado, por Vitoria Colona, teóloga, poetisa, grande de Italia. Morena a lo Julio Romero de Torres. Y no pienses en un amor blanco; los week end compartidos en Orvieto han dejado un escandalizado rastro en la correspondencia de la época.
A todos nos gustaría un resultado tajante, por goleada; pero, a pesar de haber tenido que recurrir a los penaltis, Jacques tiene la íntima convicción de haber resuelto el partido.
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