viernes, 27 de junio de 2025

¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA?

 

SUMARIO

1.-¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA? LA SENTENCIA DEL CONSTITUCIONAL

2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPÍTULO 4)

España capital Sanxenxo

1.-¿EJERCERÁ EL REY LA AMNISTÍA?

 COMENTARIO A LA RECIENTE SENTENCIA DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL.

Por lo visto, la Constitución Española de 1978 ha quedado abolida y sustituida por “lo que en cada momento disponga el Tribunal Constitucional”, según este mismo órgano, juez y parte, interpreta. En lo futuro, pasa a asemejarse a una constitución de tipo movil, como la Británica o la Israelí, puesto que en cualquier momento el TC puede declarar como constitucional, aquello que el texto legal declare inconstitucional. Supongo que todos entendemos que, esta nueva facultad, se tramsmitirá a últeriores gobiernos con influencia sobre el TC, así formen parte de ellos Vox, el PSOE, Podemos, Alvise, el PP, o quienquiera que sea.

Para muestra un botón: La Constitución anterior (la de 1978) expresaba una prohibición clara y terminante dirigida a su Majestad (artículo 62: el Rey no podrá autorizar indultos generales). No fue un artículo casual, ni introducido de forma impremeditada, puesto que en el proceso constitucional se debatió el tema de la amnistía y se acordó prohibirla para evitar la impunidad: es lo que en términos jurídicos se conoce como interpretación auténtica. Naturalmente, dada la radical anticonstitucionalidad de la reciente decisión del TC (sobre el tema de la amnistía "a la catalana"), se intentó disfrazar el texto de la resolución, más o menos así: "el Rey puede autorizar indultos generales si se le añade alguna motivación loable y se les llama al conjunto de otra forma". La ecuación sería: indulto general + finalidad loable (la reconciliación) + cambio de nombre (amnistía en vez de indulto general). El quid está en el añadido. Por ejemplo será aceptable la promulgación de una ley que imponga de la pena de muerte en tiempo de paz (ahora llamada “Decreto de Cesación total de la vida”), siempre que sea para una finalidad loable a juicio de quien la impone, por ejemplo, impedir la difusión de enfermedades o la pacificación de los ánimos. Las matanzas de la plaza de toros de Badajoz o de Paracuellos tendrían perfecto encaje constitucional. Y así sucesivamente, artículo por artículo. Hay que resaltar que este post no pretende inmiscuirse en la querella política diaria, pues sobre la proposición básica están tan de acuerdo Felipe como Rajoy, Aznar como Sánchez (ipse dixit) y creo que cualquier alumno de 1º de Derecho: Esta proposición es: "La Constitución de 1978 ha sido derogada por vía de facto". 


Llegados a este punto, podemos formularnos la pregunta ¿ejercerá en lo futuro el Rey la amnistía entendida como amnesia (olvido) del texto constitucional? No se diga esto como crítica, sino como un mero acto de empatía ante la perplejidad que tuvo que haberle producido a su majestad la promulgación "por imperativo legal" de lo que, a todas luces, no era otra cosa que un indulto general. Porque esa perplejidad no será más que una nadería, cuando se le presente otra ley que diga: "La Presidencia del Estado será ejercida por un monarca parlamentario elegido cada cuatro años por sufragio universal, directo y secreto, que tendrá la consideración de sucesor preferente a todos los efectos de Juan Carlos I de Borbón". La finalidad loable, está cantada: acabar con los privilegios de clase. 


Es claro que, en cuanto se pueda, habrá que abrir un período Constituyente y redactar otro Texto que sea respetable y respetado. Deberemos valorar entonces muy detalladamente ciertas cuestiones que la práctica de casi medio siglo ha evidenciado, como la posibilidad del Estado Federal, la garantía de la absoluta igualdad de partida de todos los estados federados y, especialmente, el papel del Tribunal Constitucional cuyos miembros deben estar tan apartados del tráfico político diario como el agua del aceite. Hay buenos modelos en el Derecho Comparado y el de Alemania no es de los peores.


Tengo la tentación, y caigo en ella, de traer aquí mi cita preferida para estudiantes de Derecho, algo que seré siempre. La tomo de Gregorio Marañón y trata de la condena a muerte por traición del prefecto del Pretorio, Sejano, así como de toda su familia (una especie de Presidente del Gobierno del siglo I).

El emperador (Tiberio) resolvió actuar contra los últimos hijos de Sejano.  Se los llevó a la cárcel. El hijo preveía su fin. La hija estaba tan lejos de sospecharlo que peguntaba a todos que cual era su culpa y que a donde la llevaban y añadía que no lo haría más, como a los niños a los que se quiere castigar. Los autores de estos tiempos refieren que como las vírgenes no podían sufrir la muerte de los criminales, el verdugo violó a la niña inmediatamente antes de ahorcarla. Después de estrangulados, los cadáveres de los dos hermanos fueron arrojados a las Gemonías.

Montesquieu, comentando este pasaje del historiador Tácito, escribió las palabras que la Revolución hizo inmortales: "Tiberio, para conservar las leyes, destruyó las costumbres" Muchos años antes, el gran comentarista español de Tácito, Alamos de Barrientos, anotó al margen de esta misma página:

"Tanto pueden la razón y el alma de las leyes que no se cumple con ellas cuando solo satisface su letra".


2.-THE SWIMMING MUMMY (CAPITULO 4)



2.-THE SWIMMING MUMMY


4.-LAS PIRÁMIDES Y EL CANIBALISMO

Al día siguiente se despertó cuándo fue consciente de que el calor comenzaba a mojarle la barba. Lo primero contra lo que dio su vista fueron unos arabescos de yeso que recorrían las cornisas. ¿Se hallaría en el palacio de un eunuco de corte de gustos chabacanos? A favor de esa opinión rezaba el que estuviese tumbado sobre el codo izquierdo en una vieja alfombra persa atestada de cojines con borlas doradas. Succionó con avidez la boquilla del sibuk, pero solo consiguió enconar los latidos de su frente. Por un segundo, sintió pánico: “Esto es un serrallo y yo la odalisca”. De pronto, se acordó que el policía estúpido solo había podido conseguir para él un alojamiento de quinta, el hotel del Oriente, ¡malditos burócratas de manguito!

Lo cierto es que las conversaciones con Vulcano de testigo habían sido la mar de interesantes. Se propuso al menos anotarlas; la resaca te vuelve olvidadizo. En el velador de nácar se podía trabajar. Extrajo del bolsillo el diario rotulado Viajes de Gipini y, con medio lápiz que siempre tenía a mano, escribió: “A lo largo de los últimos cinco años Latour descubre la entrada de una pirámide invertida, hasta ahora ignorada, cerca de la Rest House. Una vez en su interior comprueba que está cubierta de jeroglíficos incisos en una brillante cuarcita azul pálido. Se da cuenta de la trascendencia del hallazgo: jamás se han encontrado textos jeroglíficos en pirámides ni, por supuesto, en griego, lineal A o B, ni en ningún otro idioma. Calla, según su costumbre. Intenta descifrar los textos, pero ante su incompetencia, pide ayuda sus amistades de París. El asunto trasciende y se vuelve de lo más inusitado: los textos son una especie de Instrucciones para uso de las pirámides. Ya nadie podrá ignorar la relación entre estas moles con el canibalismo a gran escala. Latour, que presiente su término vital, busca con desesperación una salida al asunto, que le viene grande, pero al que nunca renunciará: evidentemente, es su última oportunidad de saltar a la Fama póstuma”.

 

Devolvió el cuaderno al bolsillo y se dejó caer entre cojines, con auto fingido desmayo. Aún había mucho trabajo por hacer. A pesar de esta sequedad en el gaznate. Los conquistadores y los misioneros actuamos, no tenemos tiempo para quejas. Nom de Dieu. Bebió directamente de la jofaina, luego, mojó un trapo. Estaba a punto de pasárselo por los ojos cuando un par de toquecitos en la puerta, le hicieron temblar. Casi de inmediato, se escuchó una voz:

—Inspector Kabis.

Ah, el imbécil. Abrió la puerta. Eh aquí el tipo cabezón que nunca te mira a los ojos. “Había sabido” que se proponía visitar a Below y “se había propuesto” acompañarle. Por seguridad ¿entiende? Está claro: ayer había a la escucha orejas incluso más grandes que las del propio Vulcano, Señor, Señor. Gipini, sin responder a la pregunta implícita, se sirvió de la cafetera de plata, bueno, alpaca. Llevaba grabadas dos palmeras y la inscripción Hotel del Oriente. En ese momento, Kabis ensayó un tono confidencial para disculparse. A la vista estaba que quería evitar un incidente diplomático:

—Hablaré con la aposentadora de los harenes que tiene contactos en el Shepeard.

—¿Quiere callarse de una maldita vez? Me duele a cabeza —tras tocarse las sienes como comprobándolo, prosiguió—: Ha hecho el ridículo, una personalidad como yo solo puede hospedarse en el Shepeard. No sé por quién me toma, ¡yo no soy un Below que ande por ahí cargando sacos de antigüedades!

—¡Ojalá fuera sólo como Below! —El policía, tocado en su amor propio, se vino arriba—: No me preocuparía. Los peores son los que vienen a descubrir nuestros descubrimientos. Los convierten en suyos, se los llevan, absorben los que serían nuestros hechos gloriosos. ¡Maldita sea, apañe media docena de momias como todos y lárguese con buen viento!!

—Está equivocando el planteamiento, Kabis. Vamos, responda a esta pregunta ¿qué hago yo en Egipto?

Se entromete en nuestros asuntos.

Kabis hubiera querido decir una frase así de contundente, aunque le salió algo más zalamero:

—Presta ayuda a quien no se la ha pedido.

—¡Falso! He venido como invitado oficial del kedive. ¿También aloja al Augusto en un hotel de quinta? Me parece que en mi próxima audiencia lo pondré sobre aviso.

Kabis levantó las palmas para aplacar al profesor. Se dio cuenta de que debía ganárselo; era su mejor fuente, si no la única, para llegar al Secreto. Los franceses cuentan con el mejor equipo de egiptólogos del Mundo. Los egipcios, nada.

—No hay porque enfadarse, monsieur, vamos en la misma dirección; ¿qué tal si hacemos parte del camino juntos?

Gipini meneó rítmicamente la cabeza con sorna. El agente, considerando que el no recibir un no categórico ya era algo en estas circunstancias, rompió a hablar:

—Le informaré de nuestros progresos:

“Todo el mundo habla de un papiro. Los grandes textos políticos y religiosos, como el Libro de los Muertos, siempre han aparecido sobre papiros. Sin embargo, el hecho de que el servicio de inteligencia egipcio hubiese detectado un calco “en línea blanca” nos movió a la reflexión. Nuestro Laboratorio de Alta Tecnología Secreto Autóctono (LATSA) se puso enseguida con ello. Tras una compleja experimentación científica nuestros estudiosos obtuvieron resultados: si se calca sobre un papiro el resultado es un borrón. Si se pasa el carboncillo sobre jeroglíficos en bulto saliente, se distingue el dibujo en trazo negro. Por último, si se calca sobre un bajorrelieve en piedra, también se aprecia el texto, pero en este caso, en línea blanca. ¡Nuestros mejores científicos han descubierto que se trata de un bajorrelieve! El papiro queda descartado como base de los textos caníbales. ¿Se da cuenta, Gipini? ¡Un descubrimiento de extraordinaria importancia! 

(El hecho de que sus experimentos de calco se hubieran llevado a cabo durante un cóctel en el palacio de Gobierno autorizaba a Kabis a hablar de un Laboratorio oficial. Le gustaban el trabajo de altura y no el de policía de la porra, como cuando le habían enviado a investigar el asesinato del monito Sinsinge-I).

Kabis mordisqueó los pulpejos y añadió en plan avezado negociador:

—Antes de seguir me gustaría saber qué es lo que ha averiguado usted…

—Que están muy atrasados —dijo Gipini retirándose de la ventana—. No es un muro cualquiera: se trata de una pirámide parlante.

Kabis, que ya se había percatado del peculiar narcisismo de su interlocutor, apenas se esforzó en tirarle de la lengua. Sin que nadie le preguntase, motu proprio, explicó a Kabis lo que había averiguado sobre ciertos jeroglíficos tallados en cuarcita azul claro, en la propia cámara interior de una pirámide.

—¿Ya ha averiguado todo eso? ¡Fabuloso! —dijo Kabis, satisfecho porque al menos había roto el hielo con unas cuantas obviedades.

—Y algunas cosillas más.

—¡Magnífico! Dada su perspicacia, supongo que a estas alturas ya sabrá usted en que punto del desierto se encuentra la entrada a nuestra pirámide. Ahora, un trabajo conjunto de los expertos franco-egipcios y… tengo ante mis ojos a un caballero al que no sentará nada mal el fajín tricolor de Presidente de la República —Kabis calibró con satisfacción el efecto que estaban produciendo sus adulaciones: el paciente se hinchaba y se hinchaba como un sapo.

—Aún no hemos hablado de… ¿tiene usted un hermano gemelo?

Kabis abrió desmesuradamente los ojos, como si no entendiera la pregunta. Al reparar en ello, Gipini prefirió volver al tema principal.

—Se lo diré sin problema: la entrada está por la Rest House.

—¿Qué? —preguntó Kabis.

—Que la entrada a la pirámide parlante tiene que estar en la casa de descanso de los turistas. Es el único sitio que frecuenta de día Latour.

—Pero si allí no hay nada.

—No hay nada pequeño, hay algo muy gordo. Una pirámide.

—¿Me quiere decir que el Mamur esconde una pirámide en el bolsillo?

—¿De qué se extraña si su país está lleno de absurdos? ¿Es que no ha oído hablar de las pirámides con el piramidión hacia abajo?  ¿Qué? ¿No sabe lo que es eso? No puedo explicarles todo a los locales continuamente, de la A a la Z, espero que esta vez se lo aprenda a la primera: el piramidión es la punta de una pirámide. No se crea, yo no he nacido sabio, la sabiduría se adquiere rompiéndose los codos bajo un quinqué con un libro delante. Naturalmente ustedes, los funcionarios locales se conforman con el estudio del fenómeno a nivel de superficie.

Kabis tomaba enloquecidas notas en su libreta Heracles (¡Explicarme a mí lo que es un piramidión!”)

—¿Soy indiscreto si le pregunto por su vida, señor Gipini? —aventuró—. ¿Ha estudiado la cultura de los pueblos antropófagos?

—¡Pero si mi vida es ahora! Soy muy joven.

—¡Oh no! ¿Cómo podría atreverme a...? Me refiero a ¿qué hizo tras ser expulsado de la Escuela Normal Superior?

—Una cosa es ser expulsado y otro negarse a bajar la cabeza para reingresar. Un erudito mejicano, el doctor Vicente Fidel López, tenía necesidad de un asistente para ayudarle a redactar su gran obra: él pensaba que el azteca es una lengua aria. En efecto en sánscrito una palabra que recuerda a México significa Oeste y eso le parecía revelador. De ahí a la intuición de unas migraciones indostánicas al continente americano en dahabiyés egipcias, solo hay un paso. Lo dio, y tan pronto lo dio, fue consciente de la necesidad de un erudito de talla mundial para documentarlo. En resumen, un contrato de un año en ciudad de Méjico por el que recibí la suma de 10.000 francos.

—¿Aprendió azteca?

—¡Por favor…! Creo que descifré la totalidad de los jeroglíficos existentes en lengua náhuatl, siempre inscritos sobre pirámides. Lo que pasa es que por motivos políticos o morales se acordó dejar la obra en secreto. Orgullo mexica, ¡serán estúpidos!

—Le pagarían más por callar que por hablar... —Kabis tragó saliva.

—Un buen pellizco sí.

—Me gustaría saber que dicen las pirámides aztecas —preguntó Kabis.

—¿Pero de qué demonios trata usted con su Fernández? —exclamó Gipini irritado.

—¿Qué Fernández?

—¿No le conoce? Tiene docenas de incunables españoles de la época de la conquista. En ellos se cuenta al detalle la utilidad antropófaga de las pirámides.

—¡Ah, nuestro querido Salomón del SASA! —Se tapó la boca, arrepentido de habérsele escapado el secreto de la existencia de su departamento. Tal vez no se había dado cuenta. Se repuso, añadió—: Pero escucharlo de labios de un profesor del Collège... ¡Eso es distinto! —Dirigió al profesor una húmeda mirada de falsa admiración.

—Los jeroglíficos no son otra cosa que instrucciones para el uso de tales edificios —Gesticuló agitando las manos, como cuando se dirigía desde la tarima a sus alumnos del Collège—. Podríamos definir la pirámide como un matadero de humanos, equivalente a los de ganado de nuestros días. En unos andamios situados en la parte superior se procede a la extracción quirúrgica del corazón y otros órganos de carácter mágico. El resto del cuerpo baja rodando el costado de la pirámide, que se construye a propósito muy escarpado para cumplir esa función. Según los textos las caras de las pirámides deben estar tan incrustadas de sangre que parezcan negras y el hedor se esparza a kilómetros. Desgraciadamente para el arqueólogo, el paso de los siglos las ha clareado. Lluvias, viento, etc.

—¿Por qué sacrificaban las víctimas en un lugar tan alto?

Gipini se hinchó:

—Eran sociedades democráticas (ustedes no saben lo que es eso). Todo el mundo tenía derecho a mirar el género para no ser estafado en el reparto. Los clientes hacían mucho hincapié en que la carne al morir estuviese palpitante. La ansiedad y los jadeos preagónicos se consideraban básicos para conseguir unos bistecs mantecosos, de ahí otra utilidad de las pirámides: el ascenso aterrador de la víctima a la cumbre mientras era jalado del cabello por los ayudantes.

“La matanza pública tenía por objeto que quien quisiera, pudiese comprobar la corrección de todo el proceso: extracción en vivo del corazón con un cuchillo de obsidiana, la sangre que sale a borbotones... Aún recuerdo cierto texto que tuve el honor de traducir: “La sangre brotó hacia lo alto mientras se derramaba, mientras hervía....” Hecho esto el corazón se colocaba en un plato de piedra verde.

—Por fortuna han desaparecido esas prácticas…

—Sí. Los españoles juzgaron escandalosa aquella dieta y quemaron por herejes a los sacerdotes aztecas, sin provecho para nadie. Fray Bernardino nos narra los llantos que emanaban de la multitud de espectadores ante aquellas piras vivientes atizadas por el Conquistador que, en su soberbia, no entiende lo que oye y ve. El público gritaba “tiki, tiki-me-take”, que es lo que se dice a los niños cuando desperdician la comida, la escupen, la regurgitan, etc. Simplemente, se desesperaban venteando el delicioso olorcillo del asado, que acababa convertido en carbonilla. Estúpidos españoles. En los siguientes veinte años murió de hambre las tres cuartas partes de la población. La interdicción de la antropofagia fue una de las órdenes más crueles de la historia de la Humanidad.

Kabis se mordisqueaba los pulpejos mientras pensaba a toda velocidad. Por fin consiguió dar forma al pensamiento confortador que estaba buscando su mente.

—Pero en Egipto no se han dado las mismas circunstancias. Tal vez los tres versos que han llegado a París están sacados de contexto. La mayoría de nuestros historiadores piensa que las pirámides egipcias, aparte de tumbas, fueron simples observatorios astronómicos.

—¿Ga-astronómicos? —se chanceó Gipini entornando los ojos.

—Estoy ansioso por conocer el texto completo. Es tan apasionante que casi da igual que lo saque un francés o un egipcio —mintió groseramente Kabis—. Solo le pido que sea generoso con nuestros chicos de la Escuela Alemana. No… no se sulfure por lo de alemana. Podríamos llamarla Escuela Nor-europea. Y dígame ¿Cuáles son sus planes inmediatos?

—Me presentaré en la Rest House y le diré a Latour que lo sé todo. Fingiré que me dejo sonsacar y le hablaré -como quien se le escapa un secreto- de las paredes de cuarcita azul. Le convenceré con amor, paciencia y caridad. Su nombre no dejará de asomar en la publicación que se haga.

—Un plan perfecto —dijo Kabis—. Un plan perfecto si Latour no fuera Latour. Pero es Sansón: si no hacemos… hace algo, ¡se morirá agarrado a las columnas del templo!

La mirada de Gipini se volvió hacia la Biblia que estaba sobre la mesilla. Era el típica Biblia de hotel, un adorno que los latinos deberíamos desterrar, ya que se trata de la típica influencia británica. Pero, por un irreprimible hábito de erudito, no pudo impedir que sus dedos repasasen las Sagradas páginas con cierto desdén.

—¿Morir cómo Sansón? ¿Latour? Bah, éste es un descubrimiento mundial —dijo mientras ojeaba el Génesis—. Ni siquiera el Mamur puede pretender que quede inédito o traducido chapuceramente.

—Lo que más me extraña —dijo pensativamente Kabis— es que Latour sea capaz de mantener escondido algo tan, tan, tan gordo como una pirámide.

—¿Me lo pregunta como un profesor a un alumno? Usted bien sabe que algunas pirámides fueron sumergidas por la arena a lo largo de los siglos y otras nacieron ya subterráneas, apuntadas hacia abajo. A veces, en profundidad, te encuentras con una pareja unida por la base, un piramidión apuntado al Cielo, otro al Infierno. Las pirámides en Egipto son imprevisibles como las arenas desierto: todos los años aparecen nuevas con las formas y colores más absurdos… —En este punto Gipini tuvo un sobresalto, tan brusco, que rasgó sin querer una página.

—Profesor ¿qué es lo que mira? ¿Pasa algo?

Inclinado sobre las Sagradas Escrituras, ni se molestó en negar.  Durante diez años, había abrigado una sospecha. Ahora, con la cabeza a punto de estallar por la resaca, tenía ante sí la prueba. ¡Un gesto casual, y mira tú por donde! ¡Por lo menos ahora, cuando mirase una pirámide, sabría de que estamos hablando! Génesis, 41. Las siete vacas flacas y feas se devoran a las siete vacas gordas. Como el bueno del Kabis sería sin duda incapaz de captar el carácter meramente simbólico del número siete, se sintió obligado a aclarárselo:

—Siete o siete millones, da igual.

Esta idea le quedó grabada en su mente y, si la macerase en su interior con otro concepto (en Egiptología, las reses son simples personas enmascaradas: un busto de vaca sobre un tronco humano), seguramente acabaría llegando a alguna conclusión brillante y definitiva.

—¿Le ha cogido el frio, profesor? Está temblando.

—Disculpe, no pasa nada. Es que me indigna ese maldito egoísmo de llevarse a la tumba su secreto. ¡François es la undécima plaga de Egipto! Confíe en mí, Kabis. A mí no se atreverá a tomarme el pelo con uno de sus artimañas. Yo soy Francia.

Kabis miro de soslayo a su interlocutor y respondió:

—Se excusará en su enfermedad, profesor, ya lo verá. Le dirá que sus noches son turbadas por fantasmas y que no puede concentrarse en nada. Que vuelva dentro de un mes, un año, un siglo. ¡Exíjale un sí o un no inequívocos, o Francia cortará los fondos!

—¿Me tiene por un niño? No necesito sus consejos, hace tiempo que lo hago. El año pasado Latour, decepcionado por el modesto presupuesto del Service, obtuvo del Ministerio francés de Instrucción un suplemento de 15.000 francos con destino a una presunta campaña de otoño. Por un artificio administrativo conseguí ser el encargado de transmitirle la suma y añadí al acuerdo de subvención una condición expresa: le pedí que abriera una de las pirámides occidentales de Gizá “que el destinatario bien conoce” pues ya entonces estaba persuadido de que todas las pirámides no son mudas. Ahora dirá que me las doy de profeta, pero la carta de la subvención está en el archivo del Museo. Tengo atado de manos al elemento oficial, y, aunque no dejo de tener noticias de esos buscadores oficiosos que andan enredando, ¡qué más da!, si sus medios son incomparables con el Service des Antiquités.

Excavadores oficiosos…

—¿Oficiosos?                                             

—Si hombre, esos que tienen prohibidas las prospecciones pero que las hacen bajo cuerda. Von Below aún no ha dado con la pirámide parlanchina, pero me aseguró que era perfectamente capaz. ¿Está por aquí cerca su almacén, agente?

—No podemos molestar a los agentes extranjeros, se nos echaría encima el cónsul de Prusia.

—¿Representa usted una comedia, Kabis? Bueno, dejemos eso. Me parece que un policía de su especialidad no puede ignorar donde está el depósito en los que se centraliza el tráfico de antigüedades, a veces incluso legal.

—No estoy seguro —dijo Kabis—. Es decir, que tal vez sí. Pero puede ser que no…

El policía se había puesto colorado y no, no era el clima.

—Está usted raro… —dijo Gipini rascándose la coronilla. Se quedó en silencio. De repente, una chispa zumbona en su mirada delató que se había dado cuenta de lo que le pasaba—. Aaaah… comprendo, vaya si comprendo. El barón subvenciona las estancias en Baden-Baden del kedive. Un par de joyas para las odaliscas del harén. Bolsas de oro para los ministros. Sedas para los eunucos. Tranquilo, no me sorprendo en absoluto ¿sabe? ¡Una pizca de corrupción es el salero de los países atrasados! Con que esas tenemos. Comprendo, amigo Kabis, tiene prohibida su entrada en los almacenes alemanes —le quitó importancia—: ¡Bah!, serénese, agente. ¡Al menos a usted no lo han corrompido! —Todavía—. Le voy a proponer algo. Acompáñeme a dar un paseo por la ribera. Bastará con que no me detenga cuando eche mano a una puerta. ¡O le tire una patada! ¡O un cañonazo! ¿Qué me dice, amigo?

No conozco un solo funcionario autóctono que se resista a la palabra “amigo”.

Kabis se puso el sombrero.

 

Coincidiendo con el segundo canto del muecín, salieron al barrizal ribereño, pomposamente llamado La Corniche en las guías turísticas. La gente empezaba a desparramarse por bazares y cafeterías. Al llegar a una fuente cubierta, Gipini soltó por fin la pregunta que venía quemándole todo el rato:

—Escuche, Kabis. ¿Porque cree usted que Petit me contó todo lo que sabe?

—Usted es el futuro, Gastón, basta mirarle a la cara.

Un suelo empedrado, teñido de cal, señala el inicio de la zona de los hoteles decentes. Los tamariscos plumosos sombrean el agradable paseo.

—Pero el bachiller se preocupa por cosas que no tienen nada que ver con la arqueología. Me di cuenta que estaba fascinado por mis conocimientos sobre el mundo de la moda… femenina. Presintiendo alguna inconveniencia le hice gestos de no estar entendiendo. “Nada, nada —añadió Petit—, solo le pido que haga el favor de velar por TODO nuestro ajuar artístico. Las momias y las pirámides ya tienen buenos valedores”. Convendrá conmigo, agente, en que está un poco barrenado.

—A mí me basta con que sea un soplón.

—¿Los soplones en Egipto no odian?

Kabis movió la cabeza y frunció el ceño, como si no quisiera decir lo que iba a decir, pero la maldita locuacidad de Petit le hubiese puesto en un brete.

—Es un asunto muy delicado. Está disgustado con Latour, eso se ve, pero no puedo añadir una palabra más, no sin pruebas —apretó los labios para denotar que se cerraba en banda.

Unos pasos más allá, hirió sus ojos el destello del sol sobre un bruñido objeto de bronce situado sobre un trípode. Era el típico catalejo, para que los turistas admiren las vistas del Nilo.

—Profesor ¿qué es lo que mira? ¿Pasa algo? —Esta vez Gipini inclinado sobre el catalejo, ni se molestó en negar.

 Lo que estaba viendo era la mar de interesante. Recorrió con el visor el muro de piedra que rodea el parque del Nile Hotel. En concreto le llamó la atención un almacén, adosado al malecón por la parte de río, que interrumpía el vallado. En sí, no tendría nada de particular, podría estar destinado a la cría de gallinas, pavos o aparcamiento de calesas para el acarreo de turistas. Lo que tenía de extraordinario es que Von Below estaba dirigiendo la descarga de una dahabiyé de vela, cuya mercancía iba a parar a aquel depósito. En concreto en este momento un criado transportaba un sarcófago Osiris trabajado en ricci.

—¿Por qué Below para en dos hoteles? —preguntó al policía—. ¿Por qué para en el Shepeard y el Nile? La gente decente solo tiene un hotel.

—¿Lo dice por ese almacén? No puedo permitirme revelarle que Below es un traficante de antigüedades; en el departamento tiene docenas de causas abiertas. Por lo tanto, no le diré que este hotel facilita depósitos vaciables desde el Nilo. Me niego a revelarle, así pues, que, cuando se presenta por el boulevard un agente con orden de registro, el recepcionista lo entretiene un rato o lo emborracha, mientras sus esbirros vacían por el lado de río las antigüedades… y ponen a remojo a las pupilas.

—¿Qué baña a sus amiguitas? Un gesto loable.

—Si solo fuera un baño… hay muchos detalles reservados que debo callar. Lamento por tanto no poder decirle que las piezas son embarcadas sobre cubierta, mientras las arrapiezas quedan en bodega. El Nile cobra una pequeña comisión, le aseguro que este hotel es muy popular por este servicio del que me propongo no hablarle jamás.

Gipini carraspeó para indicar que a él poco le importaba ese tráfico de momias y mademoiselles, de clase popular, espero. Como, a pesar de todo, no se le despegaba, tuvo que ponerse serio:

—¿Quiere algo más de mí, inspector? Considerando la forma en que se ha presentado sin invitación, creo que he sido muy paciente —su presencia, sin duda advertida, había despejado de matones el campo. Ya no le era necesario.

Kabis se frotó las manos. Un policía hurgando en la guarida del gran corruptor pronto haría compañía a los peces-gato. Abrió un par de veces la boca, pero, viendo que la cosa iba en serio, se ajustó el tarbuch y, tendiendo la mano a su interlocutor, “adiós, nos vemos, maa salama”.

 

Gipini se acercó al almacén trasladable desde el hotel, esquivando sarcófagos que el Nile utiliza como maceteros, pequeñas esfinges portátiles, altares inscritos y demás curiosidades beige que quedarán muy bien entre el verde de tu Cottage. El barón le dedicó una sonrisa displicente pero no le ofreció la mano. Gipini le puso al corriente sin preámbulos del objeto de su visita.

—Ya sabe a lo que vengo. Pensé en dejarlo pasar, pero desde entonces he pasado noches sin dormir. Se ha atrevido a perder el decoro con una dama en mi presencia y eso afecta a mi reputación. Exijo una satisfacción en el campo del honor a menos qué…

—¿A menos qué?

—¿Asesina a menudo monos encima de jóvenes y las deja todas pringadas de sangre? ¡Ahora mismo me dará usted su nombre y dirección! Presentaré una disculpa en su nombre.

—Se equivoca, amigo, siento un profundo respeto y admiración por la mujer egipcia —dijo. Gipini no parpadeó, molesto por la camaradería—. El mono fue el causante del desaguisado, no me quedó más remedio.

El profesor se dijo que el barón era un pervertido. Su cerebro estaba ocupado, no por una mujer cualquiera, sino por una determinada.

—Espero que le parezca bien ahora para presentármela. Yo estoy dispuesto.

—¿Qué quiere decir? ¿Qué nos aparezcamos ahora mismo en un lugar más famoso de El Cairo? ¿Con el marido delante? ¡A ustedes los latinos les hierve la sesera cuando les aprieta ahí abajo! En fin, si tan salido está, déjeme coger el sombrero y la caña y vamos a ver las titis de la maison Karcher. Circasianas, bocato di cardinale. Si no fuese tan obsesivo, francés, le habría invitado a tomar una botella de mi chateau Margaux.

—Solo me interesa una mujer en concreto, y, ¡no se vaya a pensar otra cosa!, exclusivamente en el terreno científico. Siento curiosidad profesional por una característica física de sus ojos, estoy a punto de iniciar una colección de globos oculares. Aprovecharé la ocasión para practicar estudios sobre la curva maxilar, el ángulo facial, la existencia o no de torus superciliaris, etc., etc.

—Aprenda de mí, Gastón. Yo trago todo, si son uvas, pues uvas, si son peras, peras, si es pescado... Y cuando no hay mocitas, me voy a la cama encantado con uno de esos que aquí llaman kochecks. Visten con la misma elegancia que una cocotte parisina, con su cinturita de vértigo y su polisón; pueden ser músicos, bailarines, actores… o funcionarios de manguito.

—Pero también existen las mujeres.

Gastón vio oscurecerse el rostro del alemán.

—¿Qué insinúa?

El francés no se dejó enredar. Sacó algo del bolsillo.

—Barón, ya estoy harto de que se me escurra. La próxima vez lo intentaré sin su colaboración, sean cuales sean las consecuencias para sus negocios. Usted sabe quién soy yo y, sobre todo, quien voy a ser. Mi visita era de pura cortesía. Mire el lazo: está firmado madame Reichard. ¿Quiere que vaya y le pregunte con destino a que cliente hizo un vestido en seda ocre con lazos marrones, guarnición de tafetán azul y lazos de seda con jeroglíficos?

Por la forma en que hablaba el barón, Gipini ya había caído en que su adorada ninfa no era su pupila ni su alumna ni nada parecido, sino su protegida. No sería un problema el que estuviese casada, es fama que numerosos funcionarios locales viven con la esperanza de que algún arqueólogo millonario se acueste con su mujer. Por fortuna, los gustos bíblicos del barón se inclinaban más bien hacia Adán que hacia Eva, lo que abría una Ventana de Oportunidad. Una belleza subvencionada por uno, no debe tener gran inconveniente en ser subvencionada por otro.

—Ya miraremos la fórmula de concertar una cita, paciencia. Pero, si se la doy ahora, se marcharía, y aún no hemos hablado de algo. ¿Cuál es el verdadero motivo por el que ha aplazado su regreso?

Gipini evitó responder mientras pasaba el dedo por el lomo de una gata Bastet en cristal de roca. Una talla por cierto que recordaba mucho a otra que había perdido el Museo.

—En resumen —supuso Below en voz alta—, se presentará ante Latour y le pondrá las cartas boca arriba. Usted traduce, él obtiene el consuelo de que la obra se firma Latour-Gipini, en colaboración.

El giro de la conversación le llevó a pensar que había una extraña relación entre la dama de sus desvelos y la Obra de Latour; estuvo a punto de preguntarle cual, pero se contuvo. Con estos alemanes nunca se sabe. Soltó una boutade:

—Las noticias en El Cairo corren más rápido que los camellos de carreras.

—Su plan no resultará. Escuche esto: ¿por qué no dejar que las aguas discurran por su cauce? El final de Latour está próximo, cualquier día ¡plaf! el corazón o la cabeza. Una vez que tome el control del Museo, las fidelidades cambiaran; al menos un par de reises deben estar en la pomada. Le darán el trabajo hecho. Sin ayuda de los resises un anciano no podría hacer el esfuerzo de arrastrarse hasta la oscura cámara donde se esconden los textos. Todos sus problemas se resolverán de un plumazo.

—De un pluma qué…

—Sí, todos, aunque no sé cómo explicárselo de una forma muy conveniente —y agregó para distraerlo con el tema monetario, que para Gipini también tenía mucha importancia—: Usted es una persona destinada a llevar un gran tren de vida. Estoy seguro que llegará a presidente de la República Francesa. Solo hace falta verle. Su carrera significa mucho, me hago cargo. Pero se encuentra ante una encrucijada: nadie llega muy alto si no posee una bolsa muy llena. Entonces va y se siente tentado por Méjico, donde parece que ha encontrado un generoso mecenas. ¡Me decepciona, amigo mío! En Méjico puede que brille la plata de los dólares, pero jamás le llegará ni a la suela del zapato a Egipto en cuanto al brillo verdadero, el brillo de la Gloria. El asunto del dinero tiene remedio sin necesidad de poner un Océano entre usted y la Fama. Soy un hombre de mundo. Quédese aquí, no hay necesidad de cambiar. Hágase grande en el sitio correcto, como tantos, como Cesar, Marco Antonio, Saladino, Bonaparte, Champollion… Ya le he dicho que, cuando se produzca el cambio de guardia en el Museo, las fidelidades cambiarán. Todas. Y yo estaré detrás, apoyando. Usted será el Héroe que por vez primera habrá escuchado la voz de las pirámides. Yo, la alcantarilla que nadie quiere ver, ¿a qué no sabe que el Museo me ha encargado la supersecreta Salle de Ventes? Lo acepto, aceptémoslo. Estamos abocados a hacer negocios juntos. ¿Qué me dice? ¿Qué puedo hacer yo por usted?

Estaba ofreciéndole dinero. ¿A que si no ese discurso sobre las necesidades monetarias de los grandes hombres? ¿A que si no ese compadreo sobre la sucesión en el Museo Egipcio y en las altas complicidades que permitían vaciarlo a favor de los museos europeos? ¿Cuántos ceros le pongo en el cheque?, venía a decir.

—Un científico a finales del siglo XIX rechaza ciertos métodos...

—Siempre hay un aspecto rechazable en las cosas. Tengo un primo llamado Kasprzyk...

—¿Polaco? —inquirió Gipini.

—Emigrado a Méjico —prosiguió Below sin hacer caso a la alusión personal—. Me ha enviado un ejemplar de cierta publicación privada: la Revista de Tenochtitlán. Se extrañaría lo muy en vivo que practica cierto grupo de estudiantes de antropología

—¿Me está extorsionando?

—¡Dios me libre! Solo digo que estamos abocados a hacer negocios.

—El único negocio que quiero hacer con usted es que me diga si tengo que dirigirme a la Reichard para averiguar la dirección de cierta persona.

—Lo que desea quizás no es muy honorable, pero no soy yo la persona más adecuada para criticarle —la ira le provocó tosidos espasmódicos, haciéndole expeler rosadas plumas de tejido pulmonar—. Pongamos las cartas boca arriba desde ahora. No se equivoque conmigo; sí, soy esa clase de cerdo prusiano. Se ha encaprichado con la joya de mi cuadra. Desde ahora le advierto que mejor sería que se apartase de ella, pero no lo hará. Si las consecuencias son malas, ¡sea hombre!, hágase responsable.

—¿Cómo quiere que le repita que mi interés es sólo científico? La dirección.

—¿La dirección? —dijo Below con lentitud, como si estuviera dando forma a un pensamiento—. Eso de la dirección lo juzgo de la máxima importancia. No me pide que se la presente, me pide la dirección. Pues bien, irá usted a esa dirección, aunque se trata de un sitio muy particular. Oiga Gipini, hay otra condición. Se lo tengo prometido al museo de Berlín: picaremos un panel o dos de los Textos Caníbales… —Y al ver su sobresalto, añadió—: ¡Oh!, un pequeño lienzo de pared, nadie sabrá si se ha desprendido ahora o en tiempos de los iconoclastas. Entre nosotros ¿de acuerdo? Estamos hablando de una mujer muy, muy, muy especial —amagó con el dedo índice estirado lo que le pareció un disparo de pistola. Prosiguió—: Prefiero los pagos en especie; de todas formas, quizás no habría tenido usted liquidez suficiente para pagarme la suma que le iba a pedir. Se vería obligado a pasar el resto de su vida en Méjico.

—Jamás he faltado a mi palabra.

Después de una tosecilla de aviso y, como si se le hubiera olvidado algún fleco del negocio, el alemán añadió:

—Perfecto, y entre caballeros no hace falta decir que cuando sea el nuevo director, mi firmán queda prorrogado a perpetuidad.

Gipini en efecto no lo dijo, y se despidió con un gesto de cabeza. A lo que el otro respondió con una tos que le voló una amígdala; a ese ritmo, este cuerpecillo vicioso se vaciará en unas semanas. Una breve perpetuidad. ¡Chapeau!

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