martes, 8 de agosto de 2023

TIO EXCLUYE PRIMO

El Rey de Sanxenxo cada día está más joven
SUMARÍO

1.-TÍO EXCLUYE PRIMO

2.-ANÁLISIS ELECTORAL

3.-IL BRAGHETTONE
 

1.-TÍO EXCLUYE PRIMO

Cuando en una sucesión intestada concurren tíos y primos (hijos de tíos muertos), los primeros, los tíos, llevan todo; los primos, no llevan nada. Por ejemplo, concurren dos tíos y dos primos (hijos de tíos muertos): heredan los dos tíos por partes iguales y nadie más . Ello es así, porque el pariente más próximo en grado, excluye al más remoto, y los tíos están en el tercer grado, mientras que los primos, hijos de tíos, lo están en el cuarto.

La única excepción es este principio se da a favor de los hijos de hermanos (que no de los hijos de tíos) y se llama “derecho de representación”.

Paso los artículos:

 

Art. 921: En las herencias el pariente más próximo en grado excluye al más remoto, salvo el derecho de representación.

(art. 925: el derecho de representación solo tendrá lugar a favor de los hijos de hermanos)


2.-ANÁLISIS ELECTORAL

La situación se presenta incierta. La mayoría de izquierdas que manejaba el gobierno hasta ahora (Psoe + Podemos + Más País -hoy Sumar- + Esquerra + Bildu), ha sido derrotada y ha quedado en minoría; la mayoría de derechas resultante, parece incapacitada de gobernar por no compartir ideales separatistas (o sea “proclamas”). El presidente en funciones, propone una nueva mayoría multicolor, anexando partidos comunistas a otros burgueses como el PNV y Junts; naturalmente, mixtificando, porque si alguien no puede admitir la segregación de Cataluña et altera es él: al día siguiente, el PP tendría mayoría absoluta. Pero  parece que  el argumento  es que mixtifica con más profesionalidad, lo que permite a los nacionalistas vender su mercancía, haciendo como que se lo creen. En fin, será gracioso ver como el PNV apoya al  ticket de que forma parte la comunista doña Yolanda, sabiendo que, en las vascas, sus ex -electores preferirán comunismo local Sortu, hoy Bildu, que foráneo.

El PP deberá conformarse con su poder abrumador Congreso-Senado-Autonomías-Tribunales-Constitucional-TVE etc., etc. Quizá le convenga, toda vez que, de momento y en cualquier circunstancia salvo una, sus posibilidades de ganar absolutamente son igual a 0. Con el  44% obtuvieron mayorías absolutas Aznar y Rajoy, pero ese PP englobaba la AP del retirado Fraga;  no era centro-derecha, sino centro+derecha. Ahora esa idea obtuvo un 48% ¡y quedó claro que no alcanza! Es el record of de records que solo Felipe obtuvo en una ocasión, como mesías de la democracia.

 Mientras no se adopte una solución idéntica a la que en su día adoptó Fraga, el problema será insoluble. Entre tanto, creo que hay mazo bastante  para ir ablandando el pulpo.




3.-IL BRAGHETTONE

Como estamos en verano y parece que hay masoquistas que lo leen, pues ¡ala!, dos capítulos completos. 



-III-

El Juicio Universal

  Durante el corto descenso del andamio al suelo, Nelo se esforzó en rodear de un alo de circunspección el torbellino exultante que bullía bajo su frente. Difícil ¿verdad? ¡Por fin! ¡Miguel Ángel estaba a punto de llegar! ¡Y Nelo favorecía su empresa! ¡Ya nunca se separarían! ¡Dos nombres unidos en lo eterno! ¡Buonarroti y Riciarelli, como Bruto y Casio! Por descontado, tendría que hace todo lo posible por caerle bien. Conseguir una aceptable imitación de la deletreada habla florentina, tan cursi. ¡Que has dicho, estúpido! ¡Retira lo de cursi! Vestir luco negro hasta el suelo. Superarlo en fealdad, lo más fácil. Estudiar sus hábitos, porque el hombre también es los lugares en que se mueve, las palabras que escucha, las imágenes que tejen sus sueños.

Sus hábitos. Mientras Miguel Ángel permaneció en la urbe había frecuentado el Círculo de San Silvestre de Montecaballo. El convento de San Silvestre se erige en la colina Quirinal, muy cerca de la fuente donde los dos caballos de mármol se recortan en sus podios contra el rosa de la bruma romana, compuesta de pestilentes miasmas de cólera y peste. A Nelo le pareció ventajosa la costumbre de este Círculo de tratar a todos por igual, aunque no resultó del todo cierta, salvo que tu cabeza admita los planazos con la espada que atiza el escolta de Vitoria Colona. Lo que pasa es que, cuando se le cansaba el brazo, podías permanecer cerca del pórtico lateral sin que te hiciera más chichones. En eso se reconoce la bondad del prior, el hermano Caterino. A veces esa puerta quedaba entreabierta y a su través los curiosos podían escuchar con que ardór aquellos ilustres personajes trataban de cosas de arte o religión. Estamos hablando de personalidades como el propio Caterino, el teólogo que propuso convertir en cal las antiguas estatuas de desnudos, algo con lo que difícilmente nadie podría estar en desacuérdo. Era un hombre elegante y frágil, al que le faltaban unos dedos. Como el orondo Tolomei, el descifrador de las inscripciones etruscas del baño Vignone. Como el cardenal Bembo, de inconfundible perfil aquilino, que un día leyó un discurso sobre La risa que te daba mucho que pensar. O como la propia Vitoria, la reina indiscutible del lugar, mujer rotunda y apasionada de tipo español.

Un día resplandeciente y cálido de invierno Nelo pudo captar la conversación de dos personas hablando en susurros, como si les sobrecogiera la gravedad del tema. Quien conozca la acústica del monasterio de Montecaballo sabe que, pegando el oído a cierta pared, se escucha todo lo que se habla en la capilla de la Leche. Una de las voces tenía el tonillo pedante y satisfecho de Piombo; la otra era esa voz imperiosa (“¡Escucha tú, veneciano!”) de la que sería reina de Italia si los italianos tuvieran reyes: Vitoria Colona, marquesa de Pescara, poetisa y teóloga.

Alguien dijo: 

En la pared principal de la capilla Apostólica, donde se encuentra el altar, pintarás el JUICIO UNIVERSAL, para mostrar con en esta historia, todo lo que el arte de la pintura puede alcanzar.

  Era la voz del veneciano Piombo, un tono en el que siempre lograba impostar tonos sarcásticos. Nelo trató desesperadamente de entender el significado de esas palabras, pronunciadas con tanta delicadeza como si temiera que fueran a provocar un incendio. La circunstancia de que Piombo imitara el tono de otra persona le dio a entender que estaba citando palabras ajenas. La pronunciación, grave y respetuosa, era señal de que esas palabras procedían de alguien más poderoso que él.

—... la máxima obra —prosiguió el funcionario del sello. Un eco gutural causado por el reverbero de las voces en la bóveda le había impedido escuchar el principio de la frase.

  ¿Quién más poderoso que el omnipotente funcionario del sello? ¿Qué supremo jerarca, lleno de melancolía y sarcasmo? Solo podía ser aquel que había dicho: “Somos el más desgraciado de los papas”.

  —¡Eso es absurdo, veneciano! —respuesta de Vitoria, ¡ese tono!— Ya Julio II encargó a Miguel Ángel otra máxima obra... y se convirtió en Drama. ¿Desea Clemente VII dos Dramas? —Era ella quien había hablado, tenía que ser, ELLA, la poetisa mas admirada, ella a quien su padre, el condestable de Nápoles, puso por nombre Vitoria, o sea nacida para la victoria, ella la viuda de Ávalos, el español que venció de los franceses en Pavía, ella, la marquesa de Pescara. ¡Vaya!, por lo visto la dama compartía con Nelo su veneración por el divino. Pero este no era el pensamiento que le estaba golpeando en las tripas…

  ¡Este sí!: ¡Entonces teníamos NUEVO TEMA! ¡Un juicio! ¡El juicio de los juicios, el que vendrá al fin de los tiempos! ¡El universal! ¡Nada de romanos, nada de Catilina! Tema, por cierto, el Juicio Universal, que requiere centenares de personajes. ¿Es que el papa quería matar a Miguel Ángel? ¡El Drama-bis! ¿Que hubiera pasado si el divino no hubiese tenido personas dispuestas a ayudarle? En verdad, podía considerarse providencia divina el que Nelo estuviera resuelto a dedicar al muro de la Capilla Sixtina hasta la última gota de su sangre. Cerró los ojos y respiró hondo. Desde ese momento podía tener la certeza de que su nombre estaba llamado a la fama. Procuró grabar aquel título en su cabeza. El Juicio Universal, Universal Juicio, el Juicio, Jui-cio...

  —¿Qué oyes? —siseó Urbino desde atrás.

  —¡Cosas maravillosas!

  En los siguientes momentos Piombo contó que el papa, camino de Francia donde iba a casar a su sobrinita Catrina, pasó cerca de Florencia y ordenó a Miguel Ángel que se presentase. El florentino cruzó el puente levadizo de la fortaleza de San Miniato al Tedesco, convencido de que su Santidad iba a colgarlo de una almena, si algo significaban sus pasos trastabillados (hasta el punto de que Piombo cuenta, exagerando sin duda, que los que miraban desde la torre creyeron que se iba a caer). En vez de eso, el papa le regaló un caballo y decidió afeitarse la barba, -que se había dejado crecer durante el Saco-, porque...

Siento que la familia Médicis se eleva de nuevo, llevada de la mano por el mismo Dios.

  ¡O Dio! Estaba tan trastornado por las cosas que estaba oyendo que transpiraba en abundancia ayudado por el calor del velorio. La pared acústica de la capilla de mayólica tiene esas cosas, viene a ser como un horno refractario. Secó su frente resoplando, pero enseguida tuvo que volver a aguzar el oído. La respuesta de Vitoria traslucía una intensa emoción.

  —¡Escucha veneciano! —clamó Vitoria, es de suponer que comiéndose a Piombo con los ojos— Miguel Ángel es el esclavo del papa muerto. Lleva décadas intentando librarse del Drama de la tumba. ¿Es que Clemente se ha vuelto loco?

  Muy interesada estaba la marquesa en Miguel Ángel, demasiado para una marquesa. Añadió que Elisabeta, la madre de los herederos De la Rovere, visitaba regularmente el florentino, adornada con una cadenilla en la frente que sustentaba un escorpión de oro. Una joya de lo más elocuente: No se te ocurra aceptar ningún encargo antes de terminar la tumba de Julio II o de verdad vas a saber lo que es un Drama. ¡Acabarás esa maldita pirámide de esculturas! Los De la Rovere eran gente de honor y, desde que había acabado el Saco, los asesinos estaban preocupados por la falta de trabajo decente.

  —Dos Dramas —concluyó con voz rasposa, pero agradablemente femenina—. No puede. No, de ningún modo. Es capaz de cometer una locura.  

  Nelo respondió en voz solo audible por su corazón: Que pierda la esperanza Vitoria de hacerse amiga del divino: al nuestro lo que le va son los bellos garzones. La verdad es que daba cierto repelús el tono posesivo de aquellas palabras ¡parecía su mujer! No sería él quien desmintiera la imagen de delicada poetisa y competente teóloga que el pueblo había asignado a esta aristócrata. Sin duda el pueblo italiano, cansado de la opresión extranjera, ha visto en ella un reflejo de su propia potencialidad de excelencia. Sería cruel contradecirle. Tal vez Daniele mismo debiera intentar que le pareciese sumamente delicado y sensible su gesto de nombrar hijo espiritual a su sobrino, el marques del Vasto. El mismo que pagó a sus tropas con la carne de las mujeres y niños de Volterra. Nelo consiguió escupir a la pared sin que se notase mucho.

  Ah, pero que dice ahora Piombo. Que tiene la solución. Parece ser que la duplicación de Dramas no representa ningún problema. El oyente secreto se dijo, y se felicitó por ello, que estaría a punto de escuchar algo así como “Necesitará un ejército de ayudantes. Nunca se ha acometido un fresco de tal magnitud”. Pero la voz, deliberadamente ahuecada y misteriosa del funcionario del sello, dijo:

  —¡Óleo!

  —¿Qué?

  —¡Óleo en vez de fresco! —Piombo sorbió saliva y prosiguió— ¿Sabéis lo que pienso? Que en el futuro los pintores ya no tendrán que trabajar a toda velocidad sobre una pared mojada. ¡El óleo, el óleo será el descanso del artista!

Resuena la voz vibrante de la marquesa, digna de una capitana de batallas (una capitana algo asesina):

  —¡Ah no, no, eso sí que no, nunca! Miguel Ángel dice que el óleo es un arte para frailes, mujeres y vagos —¿Cómo lo conocerá tan bien?— ¿Me oyes, Piombo? Venga, reconoce que eres un interesado. Veneciano, no hablo de oídas, se lo que hiciste en Génova. Que todos los vendedores de óleo venían a dejar en tus manos sus buenos ducados.

Vitoria Colona tenía que estar en un error. Piombo era hombre dotado de genio artístico propio además de hábil negociante, y conste que no piensa eso porque le haya brindado su ayuda. Si era el Signatario quien le había conseguido todos los encargos a Miguel Ángel ¿por qué motivo iba a conducirlo por derroteros equivocados? Lo lógico es pensar que ambos comprendieron a la vez las ventajas del óleo, una pintura con volumen a diferencia de los sosos frescos. No se puede comparar a Piombo con el charlatán de Leonardo da Vinci, cuyo experimento de pintura en seco acabó en el desastre de la Santa Cena de Milán (que se cae a pedazos, ja, ja, ja). No, Piombo y Miguel Ángel se guiaban por criterios artísticos de lo más elevado. Es casi seguro que, un día, se reunieron ambos amigos y se dijeron: ¡Vaya! ¡Que bello quedará el contraste entre la marca opaca del fresco en la bóveda y el brillo del aceite en el muro! Nelo estaba muy lejos de sospechar que pudiera estarse tramando una emboscada. Al revés, aquellos días la protección de Piombo fue el primer soplo de viento en el sentido correcto que, más pronto que tarde, le conduciría al servicio del genio. El Ángel de la Destrucción comenzaba a cumplir su palabra.

  La muerte del papa pareció ponerlo todo en cuestión. El administrador de Macelo de Cuervos contó varios chascarrillos. Clemente recibió la extremaunción un día de aquel verano de 153... (Perdón, pero un narrador viejo es incapaz de recordar fechas exactas). Tres días después, se reía de buena gana con las historias de envenenamientos entre los papables, aparentemente recuperado. Al siguiente murió y enseguida empezaron a llegar los cardenales para el cónclave. El rumor de que era candidato un cardenal inglés, medio luterano, puso al Volterra un frío gélido en los huesos. Parecía como si los lansquenetes hubiesen olvidado en Roma algo más que los miasmas de la peste. Su preferido era Carafa, un prelado napolitano que para suplir la desidia imperante interrogaba a los herejes en su propia cocina y cuyo vino preferido era el Devoraguerras. ¡Bravo! ¡Que ejemplo para los buenos católicos! Pero nada de eso debería afectarles a Urbino o a él. Su actividad consistía en presenciar el trabajo de los albañiles en el santo muro de la Capilla Sixtina. Antes de que terminaran, no podían hacer nada. El jefe de albañiles dejó caer una lechada de cal y desapareció la Asunción de Perugino. También fue divertido destruir con su propia maza unos Boticellis (Un  Diluvio y una Natividad de colorines, puaj). “Déjame tocarte los músculos”, pidió el paleta a Nelo tras una sesión particularmente violenta. Le había cogido gustillo a la cosa y de buena gana hubiera seguido a martillazos por las Estancias de Rafael, para hacer brazo ¡al menos sirve para eso el muy pastelero! Pero no estaba permitido. ¡Lástima! ¡Cuantas más obras consiguiese machacar, más cerca estaría de la inmortalidad! A los lechuginos les parecerá un sacrilegio, pero a la nueva generación le vendrá muy bien la conversión de los antiguos frescos en lienzos en blanco. ¿Quién no cambiaría un almibarado Boticelli por un potente Volterra?

Pero ese no era el motivo principal. Le daba alas el pensamiento de que dejaba expedita la pared para recibir la Máxima Obra. Las maniobras que presenció eran harto curiosas incluso para él, un buen fresquista. Sin duda respondían a altos designios de Miguel Ángel, transmitidos por carta de Florencia. Un ejemplo puede dar una idea de que se trata. ¿En que cabeza cabe la construcción de un muro inclinado al revés, o sea en extra-plomo? A medida que crecía, la pared de la Sixtina se inclinaba sobre los albañiles, como si fuera a aplastarlos. ¡Tomad: arte elevado!, parecía decir el maestro. Sí, eso y tapiar las ventanas y cosas así. ¿Para que queréis luz, si tengo intención de pintar el Infierno? La gente corriente, la destinada a ser comida por gusanos y escarabajos necrófagos, se hartaba a murmurar –tenía que escuchar a esos hediondos frailes mirones- que lo que Miguel Ángel quería era ganar tiempo para dedicarse al Drama número 1, antes de meterse de hoz y coz en el Drama nº 2. ¡Pobrecitos los pobres de espíritu! Los designios del genio son inescrutables. Pronto, quizá demasiado, tuvieron a su disposición una pared inmensa. Por si faltaba algo, Nelo tuvo que picar personalmente los frescos del propio Miguel Ángel en la parte de bóveda pegante al muro, aunque por supuesto no está por allí ni el Creador, ni el Adán, ni el Diluvio: un Riciarelli no hace cualquier cosa. Unos mazazos respetuosos, reverentes, devotos. Aun así, cree haber sido el único artista que ha hecho escombro de un fresco de Miguel Ángel. ¿Qué? ¿Es un bárbaro por eso? No, no lo hizo por placer. ¡Total, era para que el mismo volviera a pintar encima! Iban a hacer la presentación mundial de la revolucionaria técnica del óleo y la cosa no se podía quedar corta.

Se enternecía anticipando el momento en que Miguel Ángel viera esto, ¡es que se le licuaban los huesos de gusto! Inspecciona el extra-plomo, las ventanas tapiadas, la reluciente superficie lista para óleo. El Maestro se vuelve a él con los divinos labios apretados por la admiración y un gesto asertivo en la frente. Parpadean de asombro sus divinos ojos dorados. ÉL, siempre partidario de las novedades, ve inundarse de gratitud su querido corazón. Le abraza, sí, le abraza. ¡Hay lágrimas en sus divinos ojos! Nelo, Nelo querido, que magnífica idea la de pintar a óleo ¿existe mayor prueba de amor? ¡Ya eres miembro de mi taller! ¡Hijo mío, prometo elevarte por encima de los demás mortales! Desde hoy te suplico, sí, yo te suplico, que en el futuro solo permitas que se te conozca como “el mejor alumno de Miguel Ángel”.

 Su prolongado silencio ensimismado se vio roto por la voz de fray Sebastián del Piombo que le hizo volver a la realidad. “¡Brochazos de arriba-abajo!”. Ponía mucho empeño en instruirle en la nueva técnica, bien entendido que asimilada por el propio Nelo, porque la cosa no tendría sentido si no la hubiera visto conveniente.

Le había ordenado aplicar una superficie de aceite de oliva sobre el descomunal lienzo. Olía a comida y tenía un brillo de oro que parecía presagiar gloria y fortuna. Luego otra, y otra y otra más; las sucesivas capas de aceite iban haciendo adquirir a la pared un tono más tostado. El día de agosto en que aplicaron una capa de arcilla refractaria, estaban muy animados. La pared iba tomando forma. Trabajaba con las manos como un vulgar albañil, bañado en un mar de sudor, y aún así cantaba ¡sí cantaba!:

 

Dime amor, si mis ojos

De verás ven la belleza a que aspiro

O si va dentro de mí, y a donde miro

Veo esculpido entonces su rostro

 

Piombo también estaba contento. Dos cosas transparentaban el buen humor del funcionario del sello: la nariz enrojecida en la que bailaban gotitas de sudor y la fruición con que se entregaba a sus cotilleos. La preparación del fenomenal muro, se convirtió en un trabajo épico, pero hecho con alegría. Nadie podría alegar que tuvieran ningún interés en la técnica del óleo, ninguno. Veamos ¿quién podría creer que después de todo lo dicho, aún tuvieron que aplicar dos capas con polvo de mármol muy fino? ¿Es eso tener interés? ¡De ningún modo! Lo único que querían era aprender, ser guiados por el verdadero maestro en el camino recto. La deducción lógica acerca de lo que Miguel Ángel estaba pensando era:

“Me hace feliz dar a fray Sebastián la oportunidad de lucirse con sus técnicas para óleo. Es un gran amigo que me consigue jugosos contratos. Además, es el hombre que tiene más cerca a los papas vivos, los únicos que pueden librarme de los maníacos De la Rovere, los herederos del papa muerto”.

 Sí, así era. Cuando comunicó sus suposiciones a Urbino su respiración se detuvo un instante, pero en seguida afloró una sonrisa a su careto, desmintiendo la primera impresión. Tenía que ser así; en caso contrario, este sería el típico pantano que habría que haber evitado. Los pontífices tenían puesto todo su interés en obnubilar la humillación del Saco mediante una obra deslumbrante. Se podría apostar a que cualquiera que fuese el elegido papa, esta sería su primera preocupación. ¡Hay del que se interpusiera en su camino, contrariando a Miguel Ángel! Ya ves, Nelo de Volterra, como están las cosas. Bah, es imposible. Nunca jamás, ni una sola vez, el divino discrepó de las sugerencias de Piombo. Él es su principal valedor y si el veneciano dice óleo ¡pues óleo! Luego otra voz triste, helada, redargüía en su interior: Pero ¿cómo estar seguro? En esta Roma de los Médicis florece la traición. A poco que se le compliquen las cosas, Piombo me echará a mí la culpa de haber elegido el óleo y entonces... sí, estaré perdido. 

  Por aquellos días, no sabría decir si de agosto o septiembre, se supo que Miguel Ángel se había dirigido hacia Pisa. Como el destino era Roma y eso queda a trasmano, había que imaginárselo repasando los muros de la torre de Livorno, entre lagartijas calcinadas por el sol. ¿No había sido especialista en fortificaciones durante la sublevación de Florencia? Podría ser, pero ¿qué le importaban a él las fortalezas, si ahora todo pertenece alos Médicis?

  Mientras tanto el trabajo en la Sixtina se convirtió en algo agotador, sin dejar de ser esperanzado. El invento de Piombo, en verdad era complejo. Hicieron falta nuevas aplicaciones con aceite de linaza. El olor recordaba a carne cocida, como esas tabernas espantosas del Ortacio donde se trafica con la otra carne. Luego extendieron una capa de pez griega. Atribuyó a la pesadez del trabajo una progresiva opresión en el pecho. Era como si en cierta forma estuviera inquieto por algo, aunque no sabía que le inquietaba. Sus noches insomnes eran dragones de fuego que le desgarraban con sus zarpas. Otras, un foso oscuro, erizado de lanzas, se abría en su camino. A veces repasaba lo hechos para ver si, por vía de racionalizarlos, se sentía mejor. Pero ¡que humor más sombrío! No acababa de comprender por que motivo Miguel Ángel tenía que hacer semejante rodeo en su viaje a Roma, si es que las cosas estaban tan claras. Nelo se hizo el propósito de huir a Constantinopla si en dos o tres días Miguel Ángel no aprobaba explícitamente la técnica del óleo. Pero enseguida se esforzó en borrar esas dudas, ya que su única opción era seguir a ciegas las instrucciones de Piombo: él era el lazo que le unía a su destino. Por entonces empezó a abrigar sospechas de que la causa de su inquietud era... tenía que ser este horrible lugar…

 La Capilla Sixtina no es como las demás iglesias. Está construida al revés, es decir con el muro del altar al Oeste. Cristo, el sol naciente, la Buena Nueva y hasta los reyes Magos llegaron de Oriente y jamás los constructores de iglesias se plantearon otra orientación. ¿Cómo es posible que en la capilla Apostólica, concebida para ejercer la majestad de Roma ante el mundo, se rece en dirección al Poniente, al lugar de la muerte, del mal, del innombrable? Y esto del techo se llama fresco, y lo que estamos tramando, óleo. La Sixtina es grande, quizás la mayor de las basílicas y sin duda la más imponente, pero este espacio es insensato, concentrado en las alturas, útil apenas para contener hedores, aromas de incienso y el humo de los cirios. Los doscientos o más importantes dignatarios de la Iglesia que forman la capilla Papal y los numerosos espectadores se encuentran incómodos en el opresivo espacio murado del suelo. Y esto es fresco, y esto, óleo. Las ventanas se elevan a gran altura, como en las cárceles y los baños, a pesar de lo cual todos los vientos hacen tiritar a los presentes. Un rebufo negro, de cenizas, todo lo mancha, todo lo impregna. Y luego está el olor: no hay incensario ni sahumerio que consiga ahuyentarlo. Las losas apestan a corrupción, a hedor de papas envenenados a la fetidez que dejaron los luteranos del Saco. Se ha intentado todo: incienso, bálsamo, ámbar, algalia, bendiciones... Se han inventado leyendas. Qué el cónclave permitió a cierto barbero sajar un absceso rectal al futuro León X. La capilla se habría llenado de tal hedor que los cardenales lo elegirían, con tal de respirar aire fresco. Esto es fresco, esto óleo. Qué la fetidez de la carne de Julio II se mezcló con una sífilis purulenta al extremo que se habría contagiado a los dignatarios del besa-pies. Fresco, óleo, piadosas mentiras. Siempre retorna una emanación a aguas fétidas, a excrementos y amoníaco que se concreta en las paredes en forma de cristales de sal nitro. Procede de los miles de cadáveres que constituyen sus verdaderos cimientos. Y esto que en la bóveda se ve son frescos, divinos frescos de Miguel Ángel.

  —Ya veréis que pronto se ennegrecerán las pinturas de Miguel Ángel. Dicen que la culpa la tiene este paraje. ¿Sabíais que aquí estuvo el circo Vaticano? Crucificaban a los cristianos y luego los quemaban con pez y azufre. El olor permanece aquí, enredado en los intersticios —quien así está hablando es Fachino, albañil y ladrillero, un hombre serio, trabajador, supersticioso y aficionado a la bebida. Así lo indica ese estómago inflado y ese rostro surcado de venas púrpura. Como todos los albañiles conoce al dedillo la ubicación de los antiguos monumentos. Aspiran al golpe de suerte que les haga millonarios, como al descubridor del Laoconte.

“Hay días —prosiguió— en que el olor es tan fuerte, que los hombres se me caen mareados del andamio. Sus mujeres se quejan de que la tufarada queda pegada a la ropa, por más que la maceren en las piedras del lavadero. Pero bebed, bebed —Estira la mano, pero no es a Nelo a quien ofrece la frasca de vino greco, sino a Melegino, el comisario de edificios papales, un hombre adusto de barba pajiza, que ni se inmuta.

“... y siempre está oscuro. No digo ahora que el divino tapó dos ventanas, digo siempre. Es triste como un funeral en el que encima apagasen las velas.

 “¿Sabíais que la capilla se mueve? —Si Nelo no hubiese visto la frasca de greco, se lo hubiese creído— El otro día se desprendió un pedazo de arquitrabe, aunque por fortuna el que murió era un suizo. Es por los cimientos. Se trata de un pantano palúdico. Una ciénaga que mana del venero de miles de cadáveres. Ahí abajo se crían serpientes capaces de comer de un solo bocado a un recién nacido...

“Como os estaba diciendo, mesire Melegino, aún no acabo de entender porque excavamos la pared de arriba abajo, ahondando cada vez más. ¡Orden de Miguel Ángel! ¿Mesire lo entiende? A mi modo de ver, solo servirá para que el polvo se pegue por todas partes y el natrón se coma al Juicio Universal. ¿Sabíais que por aquí caía el templo de la Gran Madre? Un antro donde los fieles ofrecían en sacrificio las carroñas de su propia mutilación. Miembros viriles ¿lo sabíais? Yo hago lo que me manden, pero hay cosas a las que nadie se debería de atrever. Pero bebed, bebed.

“Tengo más botellas. Mis hombres son de Rocabegna, ¿sabíais? Los de allí son capaces de reírse en el funeral de su madre. Pues al entrar aquí se me mustian, aún falta la primera bulla que hayan montado. Antes les reñía, ahora extraño sus juergas. ¿Por qué no se ríe nadie aquí dentro? ¿Lo sabéis, mesire?

—Y en el circo que había aquí —exclama ahora Urbino estirándose, bostezando y torciendo la cabeza—, vendaban a los cristianos con pieles de ciervos, jabalís o corzas y azuzaban los leones contra ellos: Mesire Piombo me tiene dicho que ese espectáculo era conocido como Vendatio.

Venatio.

  —Pero los leones bajaban la cabeza para que les hicieran cosquillas y luego se arrodillaban y todos juntos rezaban el Credo...

  Nelo tuvo conciencia de un terrible peligro, algo tan malvado como la propia Sixtina. Un conocimiento percibido directamente por el corazón. Sintió un terrible deseo de caer de bruces, de pedir perdón a Dios, al papa muerto, a Piombo, a quien fuera, hasta al mismo Urbino. Nunca había sentido más miedo en su vida, que en ese momento. Dijo a Urbino:

  —Estamos locos. ¿No te das cuenta de lo que estamos haciendo? —sintió como su voz había salido temblorosa.

  —No ¿es que pasa algo?

  Le miró con esa sonrisa de amable estupidez. Tal vez en realidad no pasaba nada. O tal vez era su socio el que estaba en la luna. Era difícil decidirse. Entonces se le ocurrió que el Urbino podía ser así o asá, pero Piombo era el factotum del arte y de los artistas. Ninguno más conocedor y documentado; había que dar la máxima relevancia a su postura sobre el óleo. Bien entendido que Nelo no hacía esto para agradar al funcionario del sello, buscando que apoyase su carrera, sino tan sólo por amor al único que lo es todo y merece nuestra veneración. Restos de la Virgen del Perugino nadaban por aquí, por allá, provocando tropiezos, entre bolas de linaza, y no eran nada; los Boticelli eran algo digno de un comedor de posada de aldea...  Pero el divino ¡eso es otra cosa!

La llama de los cirios arrancaba sangrientos destellos a la aceitosa superficie. Pero Daniele estaba tan obnubilado que fue incapaz de relacionar este claro presagio con el desastre final.

  Se supo que Miguel Ángel estaba en Pescia. Es difícil imaginar porque hacía pasar por Pescia su camino a Roma. Por las tabernas circulaban turbios rumores. El otro día Urbino se había corrido una juerga en la hostería del Orso. Mientras contaba los detalles, fingía que no le causaba placer asustar a su amigo, poniendo esa mirada de lejanía. Eran de la partida, según dijo, Pogio, Porcio, Caco, Pepe y otros garzones de esos que se pintan los ojos al köhl y usan calzas a rayas negras y amarillas, marcando trasero.

—Érase una vez un chico llamado Febo di Pogio —dijo—, que le saca dinero al maestro para camisas y para juergas y, si quieres que te lo diga claro, Nelo, que le hace chantaje.

Piombo dice que esos chicos no existen y yo le creo. Y bien, nos queda la pregunta ¿qué hace en Pescia? Y bien. Dice el tal Pogio que tiene una carta de Miguel Ángel y que lo tiene muertito de miedo. Y bien. Nelo estuvo dándole vueltas al asunto hasta que se le aceleró el corazón con una leve esperanza. Pero enseguida volvió la negrura. Estaba descartado que uno más de sus garzones –tiene media docena- hubiera podido atemorizarle; al primer incordio, los devuelve a sus padres. O peor. Se decía que Miguel Ángel había dado muerte a un apuesto modelo, solo para reproducir a la perfección los gestos de la agonía de Cristo. No lo creo, matarlo materialmente, no me lo puedo creer. Pero no, no era el chantaje. Tenía que haber una razón más poderosa para torcer sus pasos hasta el punto de retrasar sine die su entrada en Roma.

—¡O Dio! ¡Solo quería serte agradable, divino Buonarroti, solo eso! —se excusó mentalmente con las manos juntas, apoyadas en la barbilla.

  Estaba encogido, arrodillado sobre los hexágonos que suelan la Sixtina, muertito de miedo.


 

-IV-

Miguel Ángel frente al Papa-corpiño

Los carpinteros desmontaron los andamios. La Sixtina tenía que estar libre para el cónclave. En unos días se reunirían los cardenales para elegir al nuevo papa. Limpiaron hasta el último escombro, restos de hilachas, aceite y pintura, no se fuera a ensuciar el material con esos abscesos, venenos y sífilis purulentas que dicen que emanan de los papables.

Hipólito, el cardenal de Médicis, estuvo de visita en las obras de la Capilla. Tenía la tez muy blanca a consecuencia del veneno que tanta risa había dado al agónico papa Clemente. Dio por hecho que Urbino y él eran empleados de Miguel Ángel. Nelo apretó una sonrisa, como si su nombramiento fuese cosa hecha. Su eminencia los sacó a la explanada de San Pedro. Vieron un caballo turco de pelo negro con todos sus arreos, seis cargas de cebada y dos servidores de librea verde para manejarlo. Todo a cambio de una miserable copia del boceto del Juicio al completo. Pero ¿cómo dársela, si nadie sabía como iba a ser el diseño exactamente?

—No sabemos si el nuestro es el último cartón o hay otros posteriores...

 Con eso bastó para tirarle de la lengua al prelado, sin descubrir del todo su ignorancia. Un esbozo de cartón había llegado a su primo, el pobrecito papa Clemente. ¿Cómo era la composición y cuantos personajes tenía? El divino solo ha esbozado una Virgen gesticulante, que casi salta sobre Dios Hijo. ¿Por qué gesticula? Tal vez sean motivos pictóricos. Para compensar el gesto demasiado terrible de Cristo. ¿Es eso todo? Esto es todo lo que dijo Miguel Ángel haber hecho. Solo esbozos...

—Queréis una copia de la composición completa —dijo Nelo—. Pero, por lo que sabéis, solo existe un esbozo de la Virgen. ¿No es eso una contradicción?

—Es cierto, lo reconozco: tengo indicios de que el proyecto está bastante más avanzado. No os lo había dicho por temor a que Miguel Ángel se enfadase conmigo pensando que soy un ladrón; ten en cuenta que uno es cardenal. Pero puesto que lo has descubierto…. Sí, hice revolver los cajones de su taller florentino en la plaza dei Fiore. 

—Pero ¿cómo? —dijo Nelo—. ¿Os habéis llevado los bocetos?

La velada acusación de latrocinio lo volvió de lo más locuaz.

—Mandé a Malaspini, una especie de escultor, aunque lo que mejor maneja es la ganzúa. Mientras, retuve a Miguel Ángel en la obra de la Sacristía Nueva, con la amenaza de una inspección.

  “Se agenció sin problema los pretendidos cartones secretos del Juicio. Quedé estupefacto. No encontré ninguna explicación a lo que estaba viendo. O quizá sí, aunque mejor ni pensar en ello.

“La Virgen, que había debutado en el primer cartón con los brazos en aspa, impetrando por los pecadores con ademán casi vocinglero, tendía ahora a recoger poco a poco sus miembros y ya se iniciaba el doblar del virginal codo. De actora pasaba a espectadora o casi no siquiera eso. ¿Acaso dudaba de su personaje? ¿Qué o quien tan poderoso había conseguido retorcer los brazos a la Madona? Supongo que ahora queda mucho más espiritual, pero…

Nelo empezó a comprender a donde quería ir a parar el cardenal Hipólito. Podía haberse fijado en cualquier otro aspecto del boceto. Pero en lo que se mostró concienzudo, casi minucioso, fue en la perdida de relevancia religiosa del papel de la Virgen. Se le puso la carne de gallina. Hasta ahora vivía en un mundo tan seráfico que ignoraba el feo cariz que podía adoptar la palabra espiritual, algo que se predicaba de Vitoria Colona pero que algunos atribuían también a Miguel Ángel y que tenía cierta siniestra cercanía con la palabra protestante. Tras ensayar mentalmente el gesto, Nelo consiguió asomar una sonrisa cómplice a la cara:

—¿Qué va a pasar?

 Subió la barbilla y concentró en la mirada en el purpurado. Le gustaría oír la opinión de este cardenal, tripudo y vividor sí, pero muy bien informado. Roma era una algarabía de rumores que, superponiéndose unos a otros, daban como resultado un silencio absoluto. Ninguno de los candidatos al papado confesaba abiertamente pertenecer a la religión luterana. Pero abundaban los que, como el inglés Polo, quisieran entablar con el otro bando lo que llamaban un coloquio, una concordia o cualquier otro nombre que se quiera dar a la más apestosa de las traiciones.

  —¿Qué? —repitió Nelo, por si no había escuchado bien.

—Supongo que Miguel Ángel se ha enterado de todo y se piensa lo peor. El idiota de Malaspini se ha dejado olvidada en el taller una ganzúa con la M gravada. No me extraña que no corra a Roma. Este conclave está siendo el de la innovación en materia de venenos. El aqua Tofana ha quedado desfasada.

—No me refería a eso.

—Sé a que te referías.

Hipolito había captado que Volterra no tenía ni idea sobre los nuevos cartones, y no iba a soltar ni una prenda más. Adiós caballo turco. En cuanto hubo desaparecido por la puerta que da a la sala Regia, Urbino completó la información:

—La novedad, amigo, es un veneno procedente de las Indias españolas: el ¡cúrame!

Curare, Urbino, curare. Pero nosotros no tenemos que preocuparnos de teologías. Se obedece a Roma sin rechistar: uno no está para usar la cabeza en estas cuestiones.

—Como dicen que los protestantes van a suprimir a la Virgen…

—¡Chitsssss! ¡Quieres callarte! ¿De donde sacas…?

  —He visto una “Virgen tímida” como esa que dicen que dibujó Miguel Ángel.

  —No creo que sea tan extraño ver a un Jesucristo predominando sobre su madre… —respondió Nelo con falsa indiferencia—. ¿Dónde está esa estampa?

  —Estaba en una hostería que frecuenta gente de Ferrara, la hostería del León. Pero ya no existe. Los esbirros papales se los llevaron todos a la cárcel de Torre de Nona —Subió el tono de voz, como cuando quería resaltar algo importante—, acusados de luteranismo.

  —¡Quieres callarte! ¡Yo no he oído nada! ¡Nada!

  Entretanto, seguía el cónclave. Había que elegir entre Polo y Carafa. Reforma u ortodoxia teatina. Los fieles militantes de las dos tendencias ya hablaban de encender hogueras, de afilar espadas. Todo el mundo se puso a conspirar, a ambicionar las casas y las tierras que se embargarían a los herejes, un nombre que cada cual asignaba a los del otro partido. No tenían ni idea de lo que realmente estaba pasando. Unos y otros, por todo triunfo, debieron conformarse con hablar de corpiños, justillos, faldas, sedas y calzones.

  La noticia fue tan estupefaciente que al principio costaba creérsela.

  La plebe cantaba alborozada. Estaban encantados porque al fin habían elegido a uno de los suyos. Hasta les encantó eso de la lencería: por una vez el Espíritu Santo había acertado al elegir, entre el fuego y el hierro, el corpiño.

Había transcurrido mes y medio de deliberaciones. El primero que vio la Fumata Bianca en plaza Navona fue un funcionario que estaba montado a caballo de un león de mármol, con las manos atadas a la espalda y el rostro cubierto de miel y moscas. Llevaba puesto un gorro de cartón que decía:

 

 FUNCIONARIO CORRUPTO

 

Parecer ser que puso sobre aviso a los espectadores para que se buscasen otra distracción que acertarle con sus escupitajos. Había sido una elección explosiva. Unos peregrinos rodearon al notario apostólico, esperando sonsacarle. ¿Es verdad que han elegido a la novia de Jesucristo? En los puestos de pescado del pórtico de Octavia, la cosa era peor. ¡He oído con estas orejas que el electo tiene algo que ver con el fornicio! Otro: ¡Callad! ¡Es mucho peor! ¡Tiene pechos de mujer! Un aguador: ¿Cómo es eso? De nuevo la pescadera, pasando un trapo sobre su mesa de mármol:

—Dicen que el Espíritu Santo ha elegido al Cardenal-Corpiño.

  —Hablad, notario —le conminaron varios, añadiendo una especiosa razón—: ¿No veis que nuestras calenturas son peores que la más abominable de las verdades?

 

Bien, el cónclave había elegido al cardenal-corpiño, pero una vez que fue elegido papa ya no deberíamos hablar así. Sólo cabe algún comentario indirecto, educado, lleno de respeto. Debía el nombrecito (y el capelo) al hecho de ser hermano de Julia Farnesio, la amante de Alejandro VI. Al que haya visto la Transfiguración de Rafael no hará falta que se le explique que fue la mujer más hermosa de todos los tiempos y que no se espera nada semejante en el futuro. Como papa eligió el nombre de Pablo III. Naturalmente estamos hablando del padre del degenerado Pierluigi Farnesio y solo eso ya lo hace detestable. Es de suponer que Pierluigi, de niño, tuvo el tipo de educación que corresponde a una familia cuya suerte había nacido de la entrepierna. La palabra Pierluigi nos lleva a pierluigiación, un curioso verbo que habrá que intentar explicar aquí en que consiste. Tal vez la reverencia aconsejase pasar de puntillas sobre el temita, pero es demasiado importante para el hilo la historia, como más adelante se verá.

 

Adelantémonos unos años, aunque después retrocederemos de nuevo a los días del cónclave. El papa ha nombrado gonfalonero a su hijo Pierluigi, duque de Castro. Amado de sus súbditos, crea escuelas, carreteras y hospitales; en su entorno florecerán el comercio, la salud y la aberración. En gira inspectorra, llegó a la pequeña catedral de Fano, donde se topó con un joven obispo de sedosa melena dorada. Él dijo: ¿Qué tal te solazas con las mozas de Fano? El purpurado dijo: Ese no es mi oficio. Al pie del altar comenzó a desnudarlo de su sotana morada, saltaron todos los botone cual lluvia de estrellas. Sujeto por seis esbirros, allí mismo fue entregado al gonfalonero papal. Abrumado por el insoportable ultraje, morirá a los pocos días; es decir el obispo hubiera muerto a causa del insoportable ultraje si el duque no lo hubiera hecho estrangular para borrar pruebas. Creo que esta es una palpable muestra de en que consiste el término pierluigización, término del que, por increíble que parezca, habrá que volver a hablar en circunstancias mucho más dramáticas. Ahora, volvamos a los días del cónclave.

 

  —¿Qué lema ha elegido Pablo III para su pontificado?

  —Festina lente (apresúrate despacio).

  Muy adecuado para un Miguel Ángel que llevaba décadas apresurándose lentamente en la tumba del Drama.

  Miguel Ángel entró por la puerta del Pueblo escoltado por los académicos de San Lucas y Nelo fue incapaz de acercarse todo lo que hubiera querido. Sin duda, también él pudo escuchar una buena algarabía procedente del palacio Médicis, que estaba siendo saqueado. En esas circunstancias ¿cómo estar seguro de si sus divinos labios pronunciaron las palabras “mujeres” y “juerguistas” en relación a la palabra “óleo”? ¡Todos hablando a la vez! No, en ese momento era imposible de saber. El divino no dejó de retorcer la nariz en todo su recorrido por la vía Lata, molesto por el olor a chamusquina que a todos recordaba el Saco. Sí, sin duda, tenía que ser por eso ¿por qué si no? Incluso se pudo ver a la Vespa, vestida de casulla y tiara. Una compañera la despojó de los chapines purpurados, que le venían demasiado anchos: en ese momento, los dedos de los pies desnudos, con las uñas pintadas de rojo, parecieron proclamar con más fuerza el sacrilegio. Al pasar una bocacalle se dejó ver por un momento otra mujer del mismo jaez, esta vestida solo con una especie de tiara. Gritaba que hacía lo que quería. Pero tratándose de prostitutas, a nadie le importó. La desnudez está en la naturaleza de las hetairas. Nelo cerró los ojos con fuerza para hacer desaparecer esa visión. Cuando los abrió, ya tenían a la vista la columna de Trajano en medio de la fosa de basura y a su sombra, la calle Macelo de Cuervos.

Daniele tenía la intención de hacer de inmediato su presentación al dios, pero empezó a sudar; inició el gesto de una amplia reverencia, ¿como de amplia?, ¿tocaría el suelo con la frente?; se arrepintió; tomó de nuevo la decisión, ¿sería lo mejor ponerse de rodillas al estilo eclesiástico?; en el último momento le faltaron las fuerzas. Habían dejado a todos pasar a la huerta para ver (por la ventana) como el divino se sentaba a la mesa de la cocina y la gata de pelo rojo se refrotaba contra él. Era importante para Nelo que, a la mayor brevedad, se trasladase a la Sixtina. Allí podría estudiar la pared, ahora preparada para óleo y, a partir de entonces, ya le miraría con otros ojos. Sí, se llevaría una gran alegría. No era de creer que esos pequeños reflejos representasen nada para un hombre que venía de pasar guerras, revoluciones e intentos de asesinato. Le pareció que preguntaba algo, pero era sobre gallinas. Quiso saber si ponían. Luego habló de la muerte de Clemente VII. ¿Quién me va a enviar ahora las milagrosas pastillas de colores?, protestó. Separaba las sílabas de una forma muy clara y elegante, muy asesina, perdón, muy florentina. Claro que, en puridad, Miguel Ángel no es de Florencia; es de Caprese, fortaleza que regentaba el padre a su nacimiento.

Miguel Ángel recibió un billete papal que comenzaba con las palabras “dilecto hijo”. El nuevo papa era un grácil sesentón con nariz colorada de bebedor y manos como arañas, muy apropiadas para husmear un viejo códice. Ambos se conocían por haber vivido en el palacio de la vía Larga de Florencia. Miguel Ángel, formando parte de la colección de curiosidades de Lorenzo de Médicis, que incluía escultores-niños, filósofos platónicos, libros raros, monedas romanas y una casa de fieras con: una jirafa, el esqueleto de un rinoceronte y una improbable ave fénix llamada Lucrecia. El hoy Pablo III, por aquel entonces era un jovencito retenido en vía Larga como rehén de los Farnesio. Sin duda Miguel Ángel venía con la intención conmover el pontífice con el recuerdo de los viejos tiempos y así arrancar un tiempo vital para la terminación de la tumba-drama. Solo un año, le suplicaría –aunque se tomaría dos o tres-, y después empezaré el Juicio Universal, Santidad. Pero lo único que se atrevió a decir, fue:

—Un año y terminaré la tumba —El artista tenía un brazo cruzado sobre el pecho, el otro puño en la barbilla. Los nervios—. No necesito más, y me haréis un favor impagable retrasando el Juicio. Ya sabéis que pende sobre mi cabeza la espada de Damocles. El Drama. Si no termino en un año recobra su vigencia el contrato del año dieciséis ¡Un disparate! No sabéis la alegría que he tenido cuando supe que erais papa, el corazón casi se me sale. Un año, dilecto padre, un año —Miguel Ángel utilizó descaradamente esa fórmula como una respuesta de igual a igual al dilecto hijo de la convocatoria, lo que hizo aumentar la admiración de la curia—; después, estaré presto día y noche para vuestro Juicio.

Aparecieron más arrugas sobre la frente del papa Pablo. Un tono de voz, amargo y desconocido anunció que el cardenal-corpiño tras la unción del Espíritu Santo era otro hombre.

—He esperado tantos, tantos años para ser papa y tener el Juicio y ahora que lo soy ¿no lo he de conseguir? ¿Dónde está ese contrato con los De la Rovere? ¿Dónde? ¿Dónde? ¡Lo desmigajaré, lo destrozaré en mil pedazos! ¡Lo destrozaré!

Cuando Pablo terminó de hablar, Miguel Ángel buscó su mirada intentando establecer una complicidad, aunque era el papa. Pero era el papa.

—¿Seis meses?

—No te concedemos ni un día. Ya nos estamos impacientando para que te pongas a pintar —dijo Pablo y le dio a besar el anillo piscatorio. Miguel Ángel se arrodilló, besó el topacio amarillo y abandonó la estancia con los puños apretados. Mientras se retiraba, a Nelo le pareció apreciar un destello de maliciosa agudeza campesina en su mirada. Miguel Ángel tramaba algo. Por supuesto que sí.

 

  El desastre sucedió en el Te Deum que se celebró el día de Todos los Santos. Pablo III, en su terquedad, decidió oficiar en la Sixtina. De nada sirvió que Piombo alegase que era peligroso. Que se podría derrumbar el nuevo muro mientras no estuviese asentado el extra-plomo. ¿Empezaba a estar inseguro?

¿Quién no se acuerda de la tormenta del siglo? El pedrisco tiró toda la fruta y se pudo llegar en galera hasta el mismo Panteón. El día se puso tan oscuro como esa piedra negra que dicen que está en La Meca. El Pontífice mandó poner la máxima luz en la Sixtina, ya que apenas veía las gigantescas letras de los cantorales. ¡Peste de papas ciegos, miopes, bizcos! Enormes cirios se colocaron en las ocho palmatorias del cancel, en los dos candelabros del altar, en los lampadarios de las cornisas... Alguien llegó a contar más de trescientas bujías.

No se suelen invitar artistas a las pompas de la Capilla, pero esta vez le llamaron como una especie de responsable del muro. El camarlengo llegó a decir a Nelo que había descubierto el secreto, pillastre, de que la idea del óleo había sido cosa suya. Durante la ceremonia permaneció en la parte del público, del cancel para acá. Las ventanas supervivientes recortaban un cielo negro teñido de bandas moradas al que, a veces, cortaba como un cuchillo la catarata gris de una granizada. Daba pavor. Dentro, ha comenzado la misa de San Pedro, concelebrada por doscientas dignidades.

  Las primeras que observaron la aceitosa pared fueron las moradas mitras de los obispos. Docenas de mitras clavaron allí sus ojos. Nelo se esponjó en su negro jubón a la española, sobrepasado por la admiración que generaba su cuadro “en blanco”. Luego fueron las purpúreas mucetas de los cardenales las que no pudieron contenerse. Alguna le dirigió una sonrisa de refilón, supuso que de aprecio. ¡Inocente! Llegó a creer por un momento que había acertado. Poco después, los hábitos marrones de los Agustinos, los albos y negros de los Dominicos, centraron su atención en la blanca pared. Su cuerpo volterrano estaba a punto de explotar, henchido de orgullo y vanidad. Sí, como un forúnculo lleno de pus. En esto, que alzó la vista y vio aquello. ¡El batacazo! Una alucinación heladora…

  —¡Que te pasa, vamos, que te pasa! —dijo Urbino.

  —¡Serás...! ¡Déjame respirar por lo menos! ¡Te lo contaré en cuanto pueda! ¡Si recupero el habla!

—Si hay que correr, estamos perdiendo unos preciosos segundos.

  —¡Estoy muerto de angustia! ¡Y todo lo que te preocupa es el tiempo! Espera a que me reponga ¿entiendes?

  —Sí no te importa que hable claro, creo que estás histérico.

  —Piensas que estoy de broma, ¿eh? ¡Veras que risa lo de la horca! ¡Ya verás, ya...! Si mirases hacia el muro, en vez de hacia mí, verías que acaba de entrar un rayo de luz por la ventana, un fulgor celestial...

¡Oilmè! ¡Maldito fulgor celestial! El aceite creaba unos reflejos verdes que llegaban a herir la pupila. Era imposible fijar la vista. En el centro del altar era peor. La refracción del aceite formaba una especie de espejo alucinatorio donde refulgían velas, cirios, mitras y claveles. El óleo se revelaba como un colosal fracaso, un espejo demoníaco creado por arte de encantamiento. ¡Aquello era un gigantesco esputo verdoso! ¡Una basura como las del Da Vinci! Lanzó una ojeada furtiva sobre Miguel Ángel, que estaba muy cerca. Su frente comenzó a agrietarse. Las famosas nueve arrugas parecieron rebanar su cerebro, como lonchas de salchichón. Era muy fácil adivinar lo que estaba pensando, dolorosamente fácil. “La culpa de todo la tuvo esa manía de Piombo de lucirse ante el papa. ¿Cómo me pudo hacer eso? Otro amigo que traiciona. Siempre ocurre. Lo odio”.

 Mientras tanto, el yo bueno de Miguel Ángel tal vez le pellizcaría con fuerza el antebrazo y le susurraría al oído: “Y la amistad. ¿Dónde queda la amistad?” Pero el yo-divino, la fuerza genial dirigida como una flecha a la Segunda Vida, le estaría dictando con inflexible justicia: “Mi obligación es denunciar a Piombo por haber saboteado el Juicio con sus malditos óleos”. No era cierto que Miguel Ángel estuviera pensado eso; pero sí que la vida de Nelo había perdido de golpe su finalidad. ¡Que he hecho, o Dio, que he hecho! La barriga le daba terribles mordiscos y el sabor del vómito le subió a la garganta. ¿Acaso será cierta esa doctrina luterana de la predestinación? ¿Nací maldito?

La prudencia aconsejaba huir inmediatamente, pero Nelo sentía repulsión por volver a Volterra. Al día siguiente, en la sacristía, de las primeras palabras de Piombo parecía deducirse que su vida estaba arruinada. Podía haber dicho que se sentía muy arrepentido, de él fue la idea. En cambio, dijo que “castigaría al culpable”. Pero aquella cesta tenía mimbres que Nelo ignoraba. En esencia, estaban ante una variante más de la larga historia de siempre. Sangre de Cristo, de nuevo tenemos aquí el famoso Drama.

—En el fondo a Miguel Ángel le importa poco esa pared —dijo el signatario con expresión apagada. No podía disimular su decepción.

Nelo abrió unos ojos desmesuradamente interrogativos.

—Los reflejos, amigo Nelo, solo son un problema para el artista que pretenda pintar en la pared de la Sixtina.

¡Estaba ciego, ciego! Por supuesto que Miguel Ángel no tenía la menor intención de pintar el Juicio Universal. ¿Acaso no estaba ligado de por vida a la tumba del Drama? ¡Si desatendía la tumba de Julio II, la dama del Escorpión lo metería en la cárcel por estafa! Suspiró ruidosamente. Miguel Ángel pondría mil disculpas. ¿Quién sería capaz de forzar al divino a hacer lo que no quisiera? Nadie, nadie. La cadena que oprimía su corazón se aflojó y fue libre. ¿Libre? Bueno, eso creía. Aquello de “castigar al culpable” le pareció un poco fuera de lugar.

El Juicio empezaría de nuevo a fresco. Había que echar abajo el enlucido para óleo. Como es lógico Fachino haría ese trabajo. Pero el domingo Piombo se presentó en la Capilla Sixtina y, con grandes aspavientos, dijo que lo tendría que hacer Nelo. Con sus propias manos. Nada de albañiles, había dicho el maestro, y, ¡bueno!, era el más adecuado. Por eso le habían admitido en el equipo. Fue una bofetada.

  —¡No lo haré! —Tragó saliva—. ¡No, no y no!

  Sus pensamientos enrabietados se desviaron al equipo de albañiles. Había llegado a inspirar una gran devoción en esta buena gente de Rocabegna a la que había conseguido entusiasmar con la nueva técnica. Si pasa algo, sospecharán de una conspiración y el verdugo despedazará sus carnes con una tenaza a la vista de sus mujeres e hijos, seguro. Entonces tuvo una visión de los luminosos ojos grises de su madre: no renuncies a tus sueños, hijo, busca tu destino. A raíz de su muerte había creado la ilusión de que su madre, convertida en una especie de Ángel de la Guardia, velaba desde los cielos para que alcanzase la fama prometida; a veces, se ponía pesada (¡No bebas!); entonces interrumpía inmediatamente el fantaseo. ¡Oh, los sueños! ¿No iba a ser lo bastante fuerte como para superar la dura prueba que se le imponía?

La acusación encubierta era insufrible. El veneciano, al ponerle un castigo, venía a imputarle la responsabilidad del error; al ponérselo leve, se aseguraba de que su defensa no fuera demasiado rabiosa y su torticera personalidad veneciana quedase al margen de todo el embrollo. Me niego a hacer eso, pensó, me niego. ¿Acaso había sido suya la idea? Nadie me puede obligar. Al día siguiente, al despertar, le invadió un sentimiento de paz y aceptación de mi mismo. ¿No era lo que siempre había buscado? ¿Ser discípulo de Miguel Ángel? Todo lo demás carecía de importancia. Así lo había decidido desde la más tierna infancia. Su vida no es como las vidas corrientes, sino algo predestinado. Sabías, Nelo, que surgirían inconvenientes, humillaciones ¿no es cierto? Entonces ¿de que te quejas? Hasta entonces nunca había tenido la confirmación clara de que le esperaba un destino fulgurante. Había tenido atisbos, por supuesto. En Volterra, había ido de un lado para otro con un cuadro de la Flagelación, bastante flojo. Era su tarjeta de visita. El cardenal Triulzi, un hombre obeso, de doble barbilla, permaneció un rato en silencio después de observarlo y al cabo, retomó el Libro de Horas. Pero al día siguiente le hizo llamar cuando ya estaba a varias leguas y le encargó que pintara el río Po y otras cosas en su casa de campo. Uno no andaría descaminado si piensa que vio algo en Nelo Riciarelli. La confianza inmediata que había inspirado en personas tan diferentes como Fachino, fray Bastiano o el cardenal Triulzi hacían barruntar que, de algún modo, los demás reconocían hallarse ante alguien muy especial: esos rasgos inefables que alguien denominó “vocación de grandeza”.

Todo eso estaba muy bien, pero Nelo se vio obligado a reconocerse que todos los días necesitaba comer un poco de pan, vino y quizás un taco de queso. Difícilmente Miguel Ángel estaría dispuesto a remunerar la destrucción de un horror –el óleo- del que, al parecer, solo él era responsable. Aunque vendió los escombros cuando hubo terminado la reposición del muro sixtino, debía reconocerse que aun seguía pasando hambre. Aquel día había obtenido una botella a cambio de hacerle un retrato al marqués de Barajas, y, cuando se le hubo bebido toda, ya era el alma gemela de Miguel Ángel y así se lo hizo saber al cardenal Máximo. Este, en consecuencia, le encargó la restauración de los frescos de su Palacio de las Columnas que había quedado completamente arrasado por los luteranos. El tema, Las batallas del cónsul Fabio Máximo contra Aníbal llevaba consigo elefantes, caballos y todas esas cosas con las que había experimentado en claroscuro en Volterra.

Fue un gran paso en su carrera la colaboración con el arquitecto Peruzi. A primera vista este hombre repugna un poco, con esos ojos tan blancos que siempre parecen febriles o cansados. Curvado como un arco, no sabrías decir si es alto o bajo. Y luego, la nariz ¿para que querrá tanta? Pero nunca se cansó de interrogarle hasta que consideró que podía hacer un buen papel. ¿Cómo se consigue sensación de profundidad? Hay que disponer los elementos para producir una sensación ilusoria. ¿Qué se hace para producir la amplitud? Pues, mesire Peruzi, curvando el artesonado del techo y decorando las hornacinas con nervaduras abocinadas. Semana tras semana, mes tras mes. Peruzi tal vez descubrió el paleto que Daniele llevaba dentro -era hombre inteligente- pero nunca se lo echó en cara. ¿Qué es una ordenación anteclásica? El uso de elementos clásicos, utilizándolos al contrario que los antiguos romanos. ¿Ejemplo? El orden toscano en el piso inferior, mientras que el jónico se sitúa en el piso superior.  Así un mes y otro y otro y otro. ¿Qué ventajas tiene una ordenación anteclásica? Grandes áticos con huecos de ventilación y mayor carácter longitudinal. Etcétera. También colaboraba Sodoma en la obra y, con semejantes maestros, el trabajo se le hizo fácil. Solo la escena de Fabio Máximo devuelve a un soldado la mujer amada presentó alguna dificultad técnica, pues la necesidad de pintar a una mujer siempre te hace pensar en ella desnuda. Vicenta era una pelirroja de nariz partida como Cleopatra, pechos poderosos y ojos gris per… aunque tal vez brillaban más que las perlas. Sin duda fue un error contratarla como modelo; cayó en ello cuando un pretendido “hermano” exigió el pago del servicio como si fuera el del otro tipo. Lo mejor es usar a un hombre para modelo como hace el maestro.

Divino Maestro.

 Entre nosotros, había concebido un proyecto que uniría sus destinos ante la opinión pública. Nelo había planeado que Miguel Ángel visitara el palacio Máximo y que hiciera un gesto, cualquiera, de reconocimiento a su obra. Con eso tenía el triunfo asegurado. Por entonces ya dormía a menudo en Macelo de Cuervos con el resto del equipo, aunque, eso hay que reconocerlo, en la paja de las cuadras. Decidió aprovechar para plantearle su petición cierto domingo en que Miguel Ángel presentaba a la Curia el nuevo cartón del Juicio. La ocasión venía pintiparada. Dentro de una semana, el siguiente domingo, el papa, como obispo de Roma, tenía visita pastoral a la iglesia de San Andrés del Valle; el palacio Máximo queda a un tiro de piedra. Miguel Ángel sería del séquito y esperaba que se diera una vuelta por allí. Incluso podría convencer al mismo papa. Pero ¿cómo iba a atreverse a pedírselo?

Fue más sencillo de lo que se temía. Aquella jornada en las Estancias, rodeado de cardenales y embajadores, rasos y sedas, no estaba nada huraño. Incluso podría considerarse sonrisa esa forma de fruncir el entrecejo. El nuevo papa había conseguido contener con su puño lleno de anatemas las querellas de los De la Rovere, obteniendo un tiempo precioso para el Juicio Universal, robándoselo a la tumba del papa Julio. Pero los abogados ya habían desempolvado sus togas a la vista de los persistentes tosidos del anciano pontífice. Además sucedió otra cosa bastante desagradable. Alguien (cabezón) se fue de la lengua y Miguel Ángel fue sometido a presiones para que suprimiese del fresco los contenidos impropios (fue la última vez que se les llamó algo tan suave como “impropios”) Buonarroti optó por el hecho consumado y así, el día que presentó los nuevos cartones, pudo responder con sorna a los más insistentes: “¡Cuánto lo siento! ¡Con que gusto os haría caso, eminencia! ¡Pero ya los he afrescado en la Sixtina!” Parecía como si hubiera invertido las reglas de la lógica, haciendo preceder el fresco al cartón en vez de lo contrario. Preceder el fresco al cartón. Ergo, ya se ha pintado sin mi ayuda. Esperaba algo más, tengo conocimiento de esa técnica desde los tiempos de Volterra… si al menos… los retoques finales…

El volterrano fue de los primeros en abrazar al divino y, viendo el ambiente tan favorable, atacó de frente:

  —Maestro ¿podríais hacer una visita a mis frescos de Fabio Máximo el domingo que viene?

  —¡Hay que ver que preguntas haces, Nelo! —No se negó y eso en él quiere decir que sí—. Pero, antes de prometerte nada, hay una cuestión que me preocupa. ¿Qué opinas de la nueva Virgen del Juicio? 

  La pregunta le hizo vacilar. Tenía ojos en la cara, y estos le decían que el cartón expresaba ideas como mínimo dudosas. Un malpensado podría decir que la Virgen se vuelve de espaldas a Cristo para mostrar su nulo papel en la Salvación humana. ¡Protestantismo!, diría ese malpensado. Que los bienaventurados hacen ostentación de sus manos vacías, lo que le recordaría a nuestro malpensado la teoría luterana de la salvación por la fe. Por último, el malpensado abriría unos ojos como platos al ver que los demonios no tienen figura humana, e increparía al autor de tamaño dislate: ¡Predestinación! ¡Herejía! ¡Maldad! ¡Hoguera! Por suerte Nelo, cree, no es ningún malpensado.

  —Es curioso —respondió con voz algo estrangulada—. La Virgen parece igual que la del último boceto. Y, sin embargo, si se fija uno bien, es como otro cuadro.

  —Las dos cosas son ciertas, sí.

  —Si es como yo lo entiendo —dijo—, quiere decir que no se debe dar mucha importancia a la mujer.

  —Pensando eso, no me extraña que te vaya así con ellas.

  ¿Se estaba refiriendo a que hubo que contratar como criada a Vicenta a consecuencia de ciertas habladurías?

  —¿Entonces?

  —¡La mujer puede reflejar la belleza divina! De pronto, llega a tu vida y crees sentirte en medio de un gran incendio. La única salvación es ser valeroso y arrojarse en medio de las llamas. Tengo observado que así es como procede la salamandra.

  Es verdad y por eso la salamandra es el fetiche de Miguel Ángel. Podría parecer algo blando, húmedo e indefenso, un ser concebido para la desintegración. Pues bien, cógela y arrójala al fuego de una gran hoguera. Las salamandras no solo resisten, sino que disfrutan de los incendios y se las ha llegado a ver durmiendo tranquilamente en el interior de un horno de fundición. Mmm… Así es como procede la salamandra… Mmm…

  ¿Así es como procede la salamandra? De pronto se puso un poco rígido. Esta palabra, salamandra, tan fuera de contexto, tal vez escondía una respuesta en nicodémico (un lenguaje defensivo de los Espirituales basado en la figura de Nicodemo, el que fue a visitar a Jesús de noche para no arriesgar su reputación). Este es el tipo de juego al que Nelo no sabe jugar. Echó una ojeada alrededor, pero los cardenales tenían sus miradas clavadas en el nuevo cartón, colocado sobre un caballete. Un prelado meneó la cabeza, rojo de júbilo, tras encontrar en el dibujo algún placer perverso. Reconoció al escandalizado por sus grandes labios leporinos: era el gran chambelán, natural de Cesena, cuyo nombre a día de hoy nadie recuerda ya. Pero estaba dándole vueltas a la palabra “salamandra”. Un animalillo de las sombras del que sientes mucha lástima cuando lo pisas en una noche lluviosa.

  —La salamandra —explicó Miguel Ángel—, resiste al fuego. Lo que a otros animales convierte en brasa, a éste revivifica.

El divino tenía el don de entender los caracteres, pero es tarea complicada calar a un hombre como este Nelo Riciarelli, con sus urgencias de fama y reconocimiento. Alguna vez tiene sorprendido al maestro haciendo a sus espaldas la señal de silencio, con el dedo cruzado sobre los labios, cuando en Montecaballo se han abordado temas tocantes a la religión. ¿Acaso no se fiaba de él? Tal vez el divino pretendía utilizarle como vehículo de un mensaje desafiante, destinado al Santo Oficio. “No me importan tus hogueras, inquisidor Carafa, porque mi genio está por encima de ti! ¡Soy invulnerable al fuego como la salamandra!”

 O sea que le tenía por indiscreto. En lo referente a la gloria de Dios y de su divina Pasión, Nelo debe reconocerlo: sí. Le falta tiempo para correr al Santo Oficio, porque cree que hay que defender a los indefensos ¿y que hay más desvalido que el alma humana, sujeta a las asechanzas del demonio? Cuando un día, ya cerca del terrible final, se presente en el palacio Toledo y el inquisidor le pregunte si ha oído a la marquesa sostener opiniones sospechosas, responderá: “Es bien cierto que, leyendo algún soneto suyo, me ha parecido que cree en la predestinación. Pero no puedo estar seguro, puesto que no soy doctor en Teología”. Es lo que el dice ¿vamos a dejar que se condenen almas inocentes para que una aristócrata ociosa ejercite su curiosidad perversa? Mientras esto pensaba, dejó imprudentemente que se encadenase la siguiente argumentación y llegó a sospechar de… de… ¡Eres un repugnante blasfemo, Daniele! ¡Sacco di merda! ¡Para ya!

  Bien mirado, Miguel Ángel no es sospechoso.  Un ángel divino, protegido por los papas, nunca se pondría enfrente de la Santa Inquisición. No parece que un amor desgraciado pueda hacer tanto. ¡Valiente tontería esas doctrinas de Vitoria! Si esa pecaminosa teoría de la “predestinación” fuese cierta ¿quiere decir que somos unos niños irresponsables? ¡Anda ya! ¡La propia marquesa tenía que darse cuenta de lo absurdo de sus teorías! Aunque a Nelo le cuesta entender porque saca estas cuestiones en relación a Miguel Ángel. Lo que pasa es que a veces es sorprendente el parecido de alguno de sus temas con los de los Espirituales. Quizás no fuera el único sorprendido; Volterra observó miradas de soslayo, escuchó medias palabras. Pero el que demostró tener el colmillo más retorcido fue el gran chambelán que, en cuanto hubieron retirado el cartón del caballete y ya se iban, regresó junto al papa y le dijo algo al oído.



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