Unos tanta agua y otros tan poca |
1.-¿RESPONDE DE LA LEGÍTIMA EL
HEREDERO O EL COMPRADOR DE HERENCIA?
Contestación en y para gallegos:
depende.
La legítima de los descendientes
de una DEUDA (25% del líquido); el ACREEDOR es el hijo o descendiente; el
DEUDOR es el heredero. La condición de
DEUDOR es intransmisible, ya que la “cualidad” (como la llama el código) de
heredero es personalísima, sucediendo al difunto en la universalidad de sus
bienes, derechos y obligaciones. Por ello en principio, a quien debe reclamar
su legítima el descendiente, es al titular de la herencia, independientemente
de que la haya vendido o no. Otra cosa son las cuentas y los ajustes que tienen
derecho a exigirse entre vendedor y comprador, para aquilatar el coste de las
cargas soportadas.
Los tres supuestos más habituales, serán:
*Venta de herencia efectuada por
el heredero: El vendedor-heredero sigue siendo responsable del pago de la deuda
legitimaria, pues su cualidad de continuador de la persona del difunto es
intransmisible.
*Venta de herencia como
universalidad, especificando en el contrato que se venden los bienes y se
transmiten las deudas, notificada al acreedor de legítima: Entiendo que en tal
caso el descendiente tiene una doble opción, tanto como contra el vendedor como
contra el comprador de herencia. Aunque la mejor será la 1ª opción, pues el
heredero responde con su patrimonio personal y el comprador de herencia no.
*Venta de herencia con
consentimiento en la escritura del acreedor legitimario: en tal caso sí que se
produce la extinción de la obligación para el primitivo deudor (el heredero),
quedando traspasada al comprador de herencia. Es decir que, con el
consentimiento del acreedor (el legitimario), si se puede sustituir la persona
del deudor. Es la llamada novación subjetiva.
2.-DOCAMPO VERSUS COLÓN
Un nuevo personaje aparece en el capítulo III.6: Nicuesa. Pero este era del género gafé, del que había unos cuantos.
-6-
El bojeo de Campo y el cartografiado de Morales
demostraron de forma palmaria la imposibilidad de que la costa occidental de
Cuba fuese la costa oriental de Asia. Lo cierto es que ya llevábamos una década
en que, cada vez que los marinos portugueses se soltaban unas risas, los hidalgos
castellanos estaban obligados a responderles con una mirada glacial. As naus
de Vasco da Gama había arribado en 1498 a la India verdadera y, que quieres que
te diga, aquello era otro mundo, con sus majarajás, sus elefantes de ceremonia
y sus templos con minaretes que arañan el cielo. Los navegadores lusos se habían
desparramado por Oriente y, por lo que contaban, ni los samuráis ni los mandarines
ni los sultanes de Malaca tenían nada que ver con estos tainos o siboneyes,
anclados en la edad de Piedra. No, meu amigo, no, les decían los de esa
nación: lo que sucede es que los castellanos os pasáis con el Cazalla. Sebastián
Docampo tendría que saberlo bien: probablemente a través de sus contactos portugueses
del condado de Caminha, en cuyo ejército había servido a las órdenes de Pedro
Madruga, había llegado a su poder un lujo muy especial: un esclavo de Macao comprado
en la lonja de Calicut. Los esclavos chinos por su limpieza, docilidad, facilidad
para el aprendizaje de idiomas y dotes contables, estaban considerados como el top
de esta clase de ayudantes domésticos y administrativos. Salvando las distancias,
lo que para los romanos representaba un esclavo griego autor teatral, como
Terencio. Es cierto que Docampo no era precisamente un fraile; pero la forma en
que dispondrá en su testamento de su esclavo García, a alguno le hará ver el
fondo endiabladamente noble de su carácter:
item digo y declaro por descargo de mi conciencia y por
decir verdad a Dios y al mundo y guardar salud de mi ánima, que yo vendí un esclavo
a Alvarado, vecino de Santo Domingo, que es en las dichas Indias, el cual se
llama García que es natural de Macao, que ahora tiene un criado del alcalde Rodrigo
de Alburquerque, el cual ahorró (liberó) el comendador mayor, gobernador
que era en la isla Española. Y yo por descargo de mi conciencia digo y mando
que lo compren porque esta es mi voluntad de lo dejar libre, el cual yo vendí por
treinta pesos de oro; estos mando que den por él, y si costare más, que el dicho
esclavo los pague y sirva por ellos 1.
Pedro de Alvarado fue otro de aquellos conquistadores,
rubio, apuesto y chalado como un arcángel, dispuesto a todo por señalarse. A
todo. Frente a la reina, fue y volvió por la viga de un andamio que sobresalía
varios metros de la ventana más alta de una Giralda en obras. Llegó a Indias casi
niño con una espada y una capa raída, dispuesto a labrarse su futuro abriendo
tajos en carnes morenas: pronto se ligará a Cortes, a quien se parece en lo brutal,
pero del que difiere en la carencia de dotes políticas. Su primer hecho más recordado
es el exterminio de miles de danzantes mexicas en honor de Huitchilipochtli, el
dios mexica hambriento de carne humana, en la llamada Matanza del Templo Mayor.
De nuevo la teoría de la bomba atómica: le habían dejado de reten con 80 españoles
en Tenochtitlán, sujetando a 200.000 aztecas. Por mucha que sea su inferioridad
tecnológico-militar te pueden aplastar solo con su masa si no haces una burrada
de vez en cuando. Su segunda efeméride es el invento de la modalidad olímpica
del Salto con pértiga: cuando huía con los suyos de los aztecas en la llamada
Noche Triste. Pedro de Alvarado salvó el canal que cortaba la calzada hundiendo
su lanza en el fondo y saltando limpiamente el otro lado. Con lo tronado que estaba,
es posible que así fuera. El llamado por los locales Tonatiuh, el sol, morirá muy
propiamente de una caída del caballo. La relación con Docampo sin duda viene de
su época pre mejicana, en Santo Domingo; si para entonces ya compraba esclavos
de alto standing, al final de su vida usará capa de raso y preseas de oro. Los
cambios que estaba experimentando el mapa del mundo le habían señalado sin vacilación,
hacía donde giraba la rueda de la fortuna: Méjico-Tenochtitlán.
La rotunda confirmación de que Cuba no estaba en el mapa
de Asia, ni se podía llegar a ella por tierra desde España, cambió de nuevo la orientación
mental de la humanidad. De repente, había mutado el objetivo: a quien le importaban
unas asquerosas islas caribeñas infestadas de mosquitos y serpientes barrigudas.
El atractivo de Cuba no era el ser Cuba, sino el espejismo que reflejaba de la
China; tras el bojeo, los verdaderamente ambiciosos empezaron a mirar a la Tierra
Firme (lo que después será Venezuela, Colombia y Centroamérica). Tiene que
haber en algún sitio un estrecho, un paso, algo que habilite el acceso al buen mar,
el mar de la China, allí donde brotan los negocios fastuosos, las gemas, la seda,
las especias. Campo se sentirá concernido desde el primer momento por esa orden
inaudible: ¡vista al Sur!
Al principio será un asunto prosaicamente bancario:
préstamos, intereses, avales, contragarantías y empresas solventes. Una cosa son
los fletes a esas islitas de mierda, Cuba, Española, Puerto Rico, Jamaica; eso lo
financias con una tribu caribe que capturas de camino; otra someter un continente.
En conversaciones enfebrecidas, en las lonjas, palacios, iglesias, en la Casa de
contratación, se apretaban los puños, juraban, aporreaban la mesa, a qué precio
cada nao, los suministros, armamentos, sueldos, de soldados, de tripulantes ¡hasta
los de los putos físicos y matasanos!, estamos hablando nada más, no hay porque
enfadarse. Docampo, el hombre del momento ¿qué descubrirá de sí mismo si no su gen
cambeador, el genuino Campo de las compostelanas Casas del Campo que llevaba
dentro? De Nicuesa a Balboa, su Compañía estará presente en primera línea, armando,
avalando, rescatando; y cuando el mar del Sur, luego Pacífico, moje las polainas
de Vasco Núñez, Sebastián será el portador de las albricias a la corte en un intento,
fallido, de mantener vivo a su paisano y a su negocio.
Ya en 1508 Nicuesa, su socio en algunas empresas legales
y otras non sanctas, había viajado a la corte como procurador con un doble
objetivo: conseguir la consolidación por tres vidas, en lugar de una como ahora,
de las encomiendas de indios, nobilísimo oficio al que, en su opinión, se
trataba con poco respeto aplicándole el peyorativo nombre de encomendero cuando
ellos se decían de sí mismos comendadores. Y, sobre todo, sobre todo, iba en
busca de cierta menudencia: que se le concediese la posesión del continente americano,
al que llamarían Tierra Firme, como si las islas tuviesen tendencia al
hundimiento. No se conformaba con menos que el entero continente, nada menos que
eso.
Para este mensaje y procuración, eligieron al dicho Diego
de Nicuesa por procurador, y a otro hidalgo muy prudente y virtuoso, llamado Sebastián
de Atodo, también de aquella ciudad de la Vega vecino 2.
Como mera especulación podríamos plantearnos si Sebastián
participó en esta expedición a la corte, aunque el único indicio que tengamos
sea de tipo práctico: a la postre, si la macabra expedición de Nicuesa va a conseguir
zarpar, será gracias al aval financiero en que participará Campo. ¿Podría ser que
interviniese además en las gestiones cortesanas que fueron sus prolegómenos,
con la finalidad complementaria de sacar pecho en la corte? Bueno, dejémonos de
divagaciones. Sea una cosa, sea otra, lo seguro es que Campo va a estar en la pomada
del Descubrimiento del Pacífico de principio a fin, de Nicuesa a Balboa.
Nicuesa era un hidalgo jiennense culto, gran tañedor de
vihuela, excelente caballero en el juego de las cañas y rico como un Creso gracias
a cierta especulación con su encomienda. Simpático y decidor, el único defecto
que le encuentra Las Casas es que no era muy grande de cuerpo. Este espabilado
renacuajo debió entrar en contacto con Campo en Azua, en cuyo Repartimiento
observamos un revelador cacique guatiao llamado Diego de Nicao, en el que se encomiendan
15 indios de servicio, 3 viejos y 1 niño. Recordemos que Azua era un selecto club
de caballeros de veintitantos españoles; para bien o para mal, todos eran conocidos.
No se había cortado un pelo en reclamar una encomienda como reposo del guerrero por su
campaña de Saona y, acto seguido, revenderla por una buena suma. Este
ambicionaba en la vida algo más que el arado de Cincinato. De otras asociaciones,
mejor no acordarse, como esa flotilla dedicada a la explotación de las islas Inútiles.
Pero no vayamos a pensar que era esa toda su riqueza, ni mucho menos. Otro de los
asuntos que llevaba en cartera en su viaje a la metrópoli era que los indios capturados
en las pacificaciones de Higüey y Xaragua fuesen considerados botín de guerra;
es decir, esclavos puros y duros que no contaban en los registros de los Repartimientos
y de los que te podías hacer con tantos como pudieras atar en una cuerda de presos
3. Consiguió tribus enteras, pero todo lo vendió
a precio de oro, obnubilado por su ambición de hacerse, bah, con un continente
para sí sólo, el continente americano.
Lanzarse a ocupar la Tierra Firme sin obtener antes
licencia real hubiera sido una locura, pero la cosa fue fácil, demasiado. Embaucó
a todos con sus sabias reflexiones y su gracejo andaluz 4.
Sólo se le puso como condición compartir la Tierra Firme con un famoso duelista
de calzas remendadas, Ojeda, al que se demarcó desde el cabo de la Vela, hasta
la mitad del golfo de Urabá, donde el continente sudamericano hace esquina con
el istmo. Las dotes de Nicuesa le permitirían alzarse con el premio gordo: Veragua,
del arranque del istmo para arriba, un territorio del que don Cristóbal había
ensalzado su riqueza aurífera. Ya sería pirita (el oro de los tontos) si venía
de Colón. No es lo menos importante para esta historia que aquel año, 1508, las
presiones del duque de Alba surtieron efecto y su pariente político, Diego Colón,
el hijo mayorazgo del gran almirante, ya fallecido, fue promovido a gobernador
de las Indias. Lo inteligente hubiera sido tentarse la ropa, sobre todo los miembros
notorios del Partido del Rey, como lo eran Nicuesa y Docampo. Pero van a
hacer el panoli como novatos. En un primer momento fue sólo cosa de maravedís,
ducados y pesos para financiar la expedición. El crédito sindicado obtenido por
Nicuesa fue el más grande que recuerda la época, ya que se trataba de financiar
una flota de unos 800 hombres (200 en Sevilla y otros 600 a reclutar en La Española),
armas, bastimentos y refuerzos ininterrumpidos. Milagrosamente consiguió un buen
lote de especuladores, algo suicidas, dada la modalidad crediticia que se empleaba.
La fórmula crediticia utilizada… (fue) la del crédito
a riesgo de mar, tipo de préstamo con carácter hipotecario en que la devolución
sólo es obligada una vez superado el riesgo que corre… Naturalmente los intereses
alcanzaban tipos muy superiores a los de los préstamos corrientes 5.
Reflexionando en como Docampo, tan modosito él, pudo meterse
en algo así, sólo puedes considerar que el objetivo bien lo valía: nunca más en
la Historia del Mundo se subastará un continente se cabo a rabo, del cabo de Hornos
al estrecho de Bering. Los banqueros genoveses como los Cattaneo y Spínola, o los
Centurione, antiguos patrones de Colón, se hicieron con la mayor tajada del
negocio, pero estos no tenían un pelo de lilas y exigieron garantías: Incluso el Piloto Mayor, que había perdido la chaveta, como tantos, tuvo que empeñar su salario de
la Casa de contratación:
E yo el dicho Américo Vespucio hipoteco para cumplir lo
susodicho la quitación e salario que de su Alteza tengo en esta dicha casa 6.
Con estos tiburones
de por medio, la palabra empezó a no valer nada. Se exigieron fiadores, entre los
que destacará el sevillano Juan de Caicedo, que andando el tiempo será indemnizado
con el nombramiento de veedor de las fundiciones de Tierra Firme. En los protocolos
de don Manuel Segura, el notario sevillano de Docampo, está documentada la historia
de bastantes futuros arruinados. El propio Nicuesa, de buen principio, se había
permitido el lujo de avalar a uno de sus maestres. Algunos socios empezarán a pasar
sus apurillos a las primeras de cambio, y el que más, el que menos, cargó a bordo
telas, vino, ladrillos y ganado para vender en Indias y sacar al menos unos maravedís
para ir tirando. Tampoco Nicuesa va a desperdiciar ocasión alguna de sacarse
unos ducadillos: ya en navegación, ancló en la isla de Santa Cruz (Vírgenes)
para estibar a bordo un par de cientos de indios de esos de libre comercio. Infieles,
por supuesto. Era imperioso reducir el pasivo que, tras las cuentas finales,
amenazaba con llegarle al cuello.
Abandonó el muelle de las Muelas, agobiado por los requerimientos
de los acreedores y por innumerables deudas, gran parte de las cuales nunca pudo
devolver, pues la muerte le esperaba poco tiempo después en medio del océano 7.
El problema gordo llegó al hacer escala en La Española,
camino de su Tierra Firme. El nuevo gobernador, Diego Colón, de Alba por matrimonio,
pensaba que, puesto que su padre había descubierto todo aquello, él era el dueño
por herencia de todo aquello (fuese lo que fuese). El partido de Colón compraba
esa idea a pies juntillas y el partido del Rey, aun no repuesto de la última
jugada colombina, estaba en fase de recomposición de fuerzas. ¿Acaso no había
descubierto Veragua el gran almirante? Algo antes de su naufragio en Jamaica, justo
es decirlo. Declarará el segundo almirante con sibilino cinismo:
sea Dios testigo que si no va por mano de Su Alteza y de
quien en La Española reside, que nunca harán fruto 8.
Colón junior pondrá la proa a la expedición de Nicuesa:
la capitulación que el canijo tañedor de vihuela traía, firmada por el propio rey,
se había convertido en papel mojado una vez desembarcado en Santo Domingo. El
boicot operará en un doble sentido. Por un lado:
impidió la recluta de los otros 600 hombres avecindados
en Santo Domingo que contemplaba el asiento de Burgos. Solo permitió la salida
de 200 vecinos, alegando que, si consentía en este éxodo masivo, la isla quedaría
despoblada y su economía en ruinas 9.
Algo de eso había: tras los asentamientos de Campo, que
habían demostrado que Cuba era tierra seca y fértil y no el pantanal que se decía,
los armadores de carabelas no daban abasto con los colonos que querían emigrar.
Había una cola de más de 300 desposeídos por el reparto leonino de Ovando en La
Española, que se disponían a probar suerte de nuevo.
La otra artimaña fue más artera. Los prohombres del partido
de Colón empezaron a reclamar el pago a tocateja de las sumas que les adeudaba
Nicuesa. No había usurero con el que no tuviese pufo. La ley preceptuaba que los
morosos se quedasen en Tierra. ¡Dios, tanto esfuerzo para esto!
por mano de su alcalde mayor, retrasó cuando pudo la salida
de Nicuesa hacia Veragua, moviendo a los acreedores para que le embargasen sus
bienes e impidiesen la partida 10.
Será el momento en que Sebastián de Campo comenzará con
fuerza su intervención en los negocios de la Tierra Firme mediante la prestación
de una contra-garantía. Sabemos que la genovesa banca Centurione operaba
en La Española patroneada por Melchor Centurione; es bastante posible que el negocio
que ahora se cuenta se gerenciara por otro de sus miembros conspicuos, Antonio Centurione.
El timing del día
que Nicuesa tenía programada la partida, 20 de noviembre de 1509, dejando atrás
la escala en Santo Domingo, lo deducimos del siguiente cuento, típicamente lascasiano:
y aquella misma tarde que las naos salieron, yéndose
al río a embarcar, llega tras él (Nicuesa) la justicia y le echan un embargo de
500 castellanos y aun creo que le sacaron de la barca, si no me he olvidado,
porque yo vi lo que he contado. Lo vuelven a la casa del alcalde mayor del Almirante,
que era el licenciado Marcos de Aguilar y allí le mandan que pague, si no, que
habrá de ir a la cárcel. Hace sus requerimientos al alcalde mayor que le deje
ir, pues veía ya salidas del puerto sus naos y que iba en servicio del rey, y que
si lo detenía, se perdía su armada donde se arriesgaba más de 500 castellanos, los
cuales el pagaría en llegando y que al presente no le era posible pagarlos; respondía
el alcalde mayor que pagase, porque el rey no quería que ninguno la hacienda de
otro llevase. Y en esto pasaban cosas muchas que al triste Nicuesa atribulaban
y, aunque pareció que aquellos impedimentos industriosamente se rodeaban, le valiera
mucho que allí lo detuvieran y muriera encarcelado, según el triste fin que le
estaba esperando.
“Estando en esto sin saber que remedio tener, y fue maravilla
no perder allí el seso aquella tarde según estaba angustiado, sale de través un
muy hombre de bien, escribano de esta ciudad, cuyo nombre me he olvidado y no quisiera
olvidarlo y dice: “¿Qué piden aquí al señor Nicuesa?” Se le responde: “500 castellanos”;
dijo él “Asentad escribano que yo salgo por su fiador de llano en llano, y
vayan luego a mi casa, que yo los pagaré de contado”. El Nicuesa calla como espantado
de tan intempestivo consuelo y socorro dudando; asienta el escribano la obligación
del que se obligaba y fírmala de su nombre; y desde que Nicuesa vio que de veras
se hacia el acto, se va derecho a él casi sollozando y dice: “Déjame ir a abrazar
a quien de tanta angustia me ha sacado`, y así lo abraza. Esto hecho se va a embarcar
a su bergantín…11
Para Las Casas, Docampo es, a menudo, “un harto hombre
de bien” o “un muy hombre de bien”; está claro que el tipo no le impresiona. Pero,
si hemos de creer al dominico, los flecos de la contragarantía prestada por Docampo
a Nicuesa frente a Centurione —y que el negocio ha sido desastroso—, serían los
que refleja la contabilidad fúnebre del gallego. Así testa Sebastián de Campo:
a Italiano, difunto que Dios haya, treinta castellanos
de oro, los cuales me obligué a dar y pagar por Diego de Nicuesa, capitán que fue
de Tierra Firme; por ende mando que si los herederos del dicho Antonio Italiano
u otra cualquier persona por ellos, no hubiere cobrado los dichos treinta
castellanos del dicho Diego de Nicuesa o de sus bienes y constare haber hecho
contra él y contra sus bienes todas las diligencias que el derecho requiere, que
en tal caso, si las hubieren hecho, le paguen de mis bienes… y doy recurso a mis
herederos para los cobrar de cualesquiera bienes que del dicho Diego de Nicuesa
hayan quedado 12.
Una interpretación literal de la versión lascasiana —un
contra garante único y residente en las Antillas—, nos llevaría a pensar que
este habría sido Campo y que la cantidad reseñada en su testamento sería el residuo
pendiente de liquidación a su fallecimiento en 1514. Las Casas escribirá con cínica
ironía, que mejor hubiera sido que Nicuesa no hubiese encontrado avalista: estaría
preso por deudas, pero vivo. Y el afianzador, sería, que duda cabe, un poco más
rico. Bah, otras veces, habrá beneficio, no debemos sorprendernos ante el aventurerismo
empresarial de Docampo; si nos fijamos, el riesgo, bien que controlado, no será
un elemento ajeno a su vida. Gomera, Tenerife, Indias; siempre así, desde que le
extrajo de su terruño aquella atrabiliaria peregrinación jacobea de los Reyes Católicos.
La vida en sí misma en el cambio de época, era riesgo, y el no-riesgo representaba
muerte y esclavitud. ¿Tenía algo que ganar en aquella Galicia? Nada.
Pero hemos hablado de una interpretación literal y eso
es arriesgar demasiado. El dominico es el
gran inventor mundial de la postverdad, algo que se atribuye injustamente
a Trump. Por supuesto que las cosas no sucedieron exactamente así pues
contradeciría la lógica de los negocios. No, ni Docampo era escribano ni fue él
el avalista único del zarpado de la flota suicida. Sería un papel de categoría para
el de Tuy, “el benefactor de la Tierra Firme”, pero me temo que en esa atribución
no hay una letra de verdad. A ver, los notarios no participan en los negocios
de que dan fe: hoy en día los suspenden de empleo por tal motivo; en aquel entonces,
los suspendían de la vida. La cara visible del negocio tuvo que haber sido Juan
de Villegas, un seco burgalés que era el notario de las celebrities en
aquel tiempo y lugar, 1509, Santo Domingo. En los protocolos notariales aparecen
otros fedatarios por la zona, como Esteban de la Roca, Pedro de Ledesma o Pedro
Hernández, pero un asunto de esta cuantía no se le hubiera escapado al Villegas,
segurísimo. Su hermano, un civil llamado Francisco de Villegas, sí que participó
desde Sevilla en el ruinoso aval colectivo. En cuanto a la materia a garantizar,
debemos tener muy en cuenta que eran los intereses de la corona, bajo cuya bandera
debía partir la flota, ahora retenida.
Y lo que a Nos perteneciere —dice el rey a Nicuesa— deis
puesto a vuestra costa en la isla Española, entregándolo a Miguel de Pasamonte,
nuestro tesorero general en las dichas islas y tierra firma del mar Océano… 13
El crédito avalado por Docampo sin duda tiene origen en
esta escala de los de Nicuesa en Santo Domingo: antes, hubiera carecido de sentido
el haber avalado a un simpático torero, rico como un creso. Docampo probablemente
se vio arrastrado a un aval sindicado, él y unos cuantos más, por su condición
de contino, al tratarse de una empresa real. El “les paguen de mis bienes” indica
bien a las claras el escaso entusiasmo con que ha contemplado la operación. Por
supuesto que la cara visible de la operación sería el escribano (notario) Villafán;
en base a ella compone el dominico su apasionante metarrealidad.
La empresa avalada por Campo sólo o en compañía de otros,
la doble conquista de Tierra Firme por parte de Nicuesa y Ojeda, será un desastre
de principio a final. Cada vez que se llega a esta parte del relato, uno no puede
dejar de sentir una punzada en el estómago, ¡como dos hombres bien nacidos,
alegres, celebrados por todos, millonarios, decidieron echar todo a la mar seducidos
por la quimera del oro! De su forma ciega de salir al encuentro de la muerte, dando
la espalda a los peligros que les aguardaban, pueda darnos una idea el hecho de
que iban borrachos perdidos:
los hombres de Nicuesa recibieron nada menos que tres
cuartillos por día, es decir litro y medio de vino 14.
Cuando Nicuesa llegue
al Darién, lo primero que hará será prestar socorro a Ojeda, de cuya expedición
los indios flecheros habían dado buena cuenta en un plis plas; el piloto, el también
avalista Juan de la Cosa, había sucumbido a la ponzoña con que impregnaban sus
dardos. Estos indios se tomaban las atenciones de Ojeda (hacía que les quemaran
los pies para que revelasen donde tenían el oro), con bastante menos cachaza que
los de La Española. Ojeda había saltado a la fama cuando convenció al cacique taino
Caonabo que los bruñidos grilletes que le ofrecía representaban el colmo de la elegancia
para los españoles. Se auto esposó él sólo. Los indios de Tierra Firme, por el
contrario, no eran amigos de jueguecitos; aquí impregnaban las puntas de las flechas
con el zumo de la liana del curare que causaba parálisis progresiva y muerte, al
afectar a los músculos respiratorios. El que los indios de Tierra Firme no practicasen
el juego limpio, será una sorpresa desagradable, muy desagradable.
Lo siguiente será un vaudeville macabro.
Alonso de Ojeda decidió reembarcar hacia La Española en
busca de refuerzos con la mala suerte de ser capturado en navegación por el pirata
Bernardino de Talavera. Había dejado en Tierra Firme un retén al mando de Pizarro
con autorización de regreso si no eran auxiliados por lo que, ante la falta de
noticias, los rezagados se hicieron a la mar. Pizarro se cruzará con la expedición
de socorro, al mando de Enciso, el segundo de Ojeda, ante lo que no dudará en darse
la media vuelta, pero, y aquí empieza el embrollo, ante la sugerencia de un conquistador
empático y decidor, Vasco Núñez de Balboa, se inclinarán por el desembarco en Veragua,
la concesión de Nicuesa, lo más lejos posible de esos indios que no respetaban
el fair play que poblaban el territorio de Ojeda. La fundación se conocerá
como villa de Santa María la Antigua: la Virgen de Sevilla. El tal Balboa
también era un moroso, pero carecía de avalistas, por lo que se hizo conducir a
bordo embolsado en la vela de repuesto. Un polizón más o menos no es noticia, lo
que sí es que, al parecer, fue acompañado en su viaje entelado, barriga contra
barriga, por su perro alano Leoncico, pelaje bermejo, el hocico negro y mediano.
De excelente pedigrí, era hijo de Leoncico senior, un chucho con caseta en la
isla de San Juan de Puerto Rico, de quien heredó la habilidad de distinguir por
el olfato a los indios de guerra, de los de paces.
La historia en la que estamos inmersos se embrolla por
momentos, es apasionante su lectura íntegra pero, en tanto Campo no desembarque
por aquí, me he permitido resumirla ante la necesidad de dar a esta obra un
tamaño manejable. Hablábamos de Nicuesa ¿qué es de él? Traicionado por uno de sus
capitanes, Olano, que se niega a seguir el fanal de su barco hacía el Norte por
entender, con razón, que se había pasado de largo Veragua, naufragará y emprenderá
un penoso regreso por tierra. Tras varias peripecias, se presenta en Santa María
la Antigua donde los vecinos, soliviantados por Balboa, le negarán el acatamiento;
al final será despachado a La Española a bordo de un bergantín sin cubierta, apenas
tripulado, agujereado por la broma. En el viejo mundo habría tenido una posibilidad,
aquí donde no había ni ciudades, ni barcos, ni pan, ni cristianos, ni nada, su destino
era inexorable. Una ejecución cariñosa, como cuando los romanos abandonaban a las
vestales dentro de una casa con luz y alimentos que soterraban bajo una montaña
de escombro. Pero ¡líbrele Dios a Balboa de haber ordenado la muerte de un oficial
real! Nunca se sabrá más de Nicuesa y no sería correcto enfocar esta tragedia tan
solo desde el punto de vista del desastre financiero para los prestatarios y avalistas
sin contragarantía.
En cuanto a Ojeda,
se verá afectado por el síndrome de Estocolmo y será acusado de colaborar con el
pirata Talavera cuyo ahorcamiento le hará reflexionar y ordenarse como franciscano.
No hablaré más de esta empresa como no sea para hacer una referencia al intento
crepuscular de Enciso, el segundo de Ojeda, de hacerse con el control de aquellos
gamberros que gestionaban, sorprendentemente bien, Santa María la Antigua. Tuvo
la suerte de que simplemente lo echaran a patadas, en marzo de 1511, pero a bordo
de algo navegable; a partir de ahí se instaló en la corte donde sus jeremiadas de
leguleyo, al principio, causaban impresión; al final, como suele, se volvieron
cansinas hasta para los propios cortesanos, que desconfiaron de sacar tajada
con un hombre así.
Casi de un plumazo
habían desaparecido los tres dueños del continente americano, Nicuesa, Ojeda y Enciso,
pero ¿y el negocio? El negocio seguía o podría seguir, pues una mano fuerte,
aunque extraoficial, había conseguido el asentamiento de los hombres sobre aquella
malhadada Tierra Firme: la mano de Vasco Núñez de Balboa, un treintañero de
familia gallega, bien plantado, membrudo, cuyo rostro blanquecino contrastaba con
una poblada barba rojiza, un tipo al que mejor sería no encontrarse en un portal
salvo que estuvieras dispuesto a servirle. Pero si la entrevista sucediera en una
taberna, te seducirían la gracia nerviosa de sus ademanes y su persuasiva elocuencia.
Más considerado que otros conquistadores, solía decir que los indios eran “honestos
pero imprevisibles”. El municipio que llegará a regir, Santa María la Antigua, rodeado
de campos de maíz y trigo, presentaba un perfil algo chocante para el viajero que
desembarcase procedente del Caribe: aquí convivían juntos cristianos e indios,
honestos pero imprevisibles; en La Española te llevabas un susto si veías aparecer
un moreno más allá de la cocina. A menudo los visitantes tenían la duda de si estaban
entre cristianos, ya que los malencarados españoles de Balboa no vestían correctamente,
con calzas y jubones, sino que se ceñían ligeras túnicas de hilo, como salvajes.
Su estrategia triunfante
no será nada del otro mundo: el palo y la zanahoria. Los indios del cacique Abibeya
que habitaban en las copas gigantescas de las ceibas, cuyas escaleras de caña retiraban
de noche, se sintieron a salvo y negaron el tributo de oro a Balboa. Pues nada,
se sierran las ceibas. Comogre, otro cacique más tacticista, le hará voluntaria
donación de 4.000 pesos de oro y le informará que al Sur existe una tierra y un
mar donde abundan tanto el oro como en España el hierro. Las primeras noticias de
la existencia de Perú y del Océano Pacífico serán absorbidas por un analfabeto llamado
Pizarro con tanto afán como el oxígeno que respiraba: tal para cual y, si
Pizarro no hubiese puesto en suerte el cuello de Balboa al cuchillo de Pedrarias,
sin duda hubiera sido al revés. Para los herederos de Docampo hubiera sido mejor
negocio.
Los negocios. Antes de hablar de las grandes empresas que
se avecinan, habrá que hablar de las compañías mercantiles que las financiarán.
En Antigua se llamará la Compañía del Mar del Sur; uno de cuyos socios será la compañía
de Miguel de Pasamonte entre cuyo accionariado se contaba Docampo. Aquí tenía que
haber ganancia, fijo. Nicuesa, Ojeda y Enciso no serían ni el primero ni el
segundo ni el tercer conquistador a los que se habían tragado las Indias y todos
deberían tener claro a que habían venido aquí: a morir o a salir ricos y famosos.
Hablando de los capitanes de empresa en Tierra Firme
hay que situar en primer lugar y en letras de oro a Miguel de Pasamonte, aragonés,
converso de moro y jefe del partido del Rey; ya en 1509 era el oficial más
influyente de La Española, tras sustituir a Santa Clara como tesorero a resultas
de su sonado desfalco. Para nuestro fraile informante habitual era un dechado de
“prudencia, experiencia y autoridad, de quien se tuvo opinión de haber sido casto
toda su vida 15”. Nuestro buen dominico no se entera;
“se le atribuían otras aficiones relacionadas con el sexto mandamiento 16”, o sea que era gay, y si bien fue un excelente amigo
de sus paisanos aragoneses, también lo fue de Campo. Los menos favorecidos opinaban
que fue “un tirano para los españoles y una plaga para los indios 17”. Se atribuye a este hombre, vivaz y simpático, la bajada
del censo de nativos dominicanos desde los 60.000 a los 12.000 individuos. Pero
si se trataba de la financiación de algo grande, deberías contar con él, sobre
todo si el proyecto lo gerenciaba un hombre tan apuesto como Balboa:
Siempre tuvo mano en la Hacienda Real… en las cosas de
la gobernación… por mandado del Rey Católico… bastó a ser causa de parte de los
trabajos del segundo almirante, don Diego Colón… 18
En efecto, el trabajo que le había sido encomendado por
el rey como jefe de su partido, era atizarle patadas en las espinillas a Diego
Colón o, en la medida de lo posible, algo más arriba, tras haber tenido que ceder
a su nombramiento por presiones de los Alba.
el debilitamiento del virreinato colombino, la última meta
de la política de Fernando el Católico en Indias 19.
Su contacto en España, y en consecuencia el de Campo,
será el todopoderoso secretario real Lope Conchillos, un burócrata corrupto, famoso
entre otras cosas por su braguetazo: la dote fue astronómica. La vida de don
Lope plantea la eterna polémica: ¿qué es mejor salud o millones? Enviado a la corte
de Bruselas para sacarle a la reina Juana los poderes en favor de su padre, el
rey Fernando, disimula fingiéndose partidario de su querido Felipe (El Hermoso).
Descubierto, es sometido al tormento de la cuerda y queda contrahecho de por vida.
Fernando le recompensará con la Secretaría del Consejo de Indias y con tantas
encomiendas en Cuba que no había indio que no llevase en la piel la marca del Jorobado
Conchillos. Más adelante, le dejará calvo la estancia en una de aquellas cárceles,
tras haber conspirado ahora con la reina Juana, que, para su suerte, se volvió
o fue declarada La Loca, volviendo al favor real en la segunda época de
don Fernando. Del pelo, no se le pudo hacer un implante porque aún no se habían
inventado. Ah, judeoconverso aunque, por supuesto, de eso no se hablaba.
Pasamonte, su hechura,
alzará casa en la esquina noroeste de Santo Domingo (calle Pellerano Alfau) que
se convertirá a la vez en vivienda y Ministerio de Hacienda: allí se controlaban
todos los asuntos de América… mientras Colón II se mordía las uñas en su bonito
palacio de arcadas. El patrocinio de los Alba había devuelto el liderazgo a los
genoveses, pero uno no diría que el clan judeoconverso siguiera estando con el
rabo entre las piernas. Para nada.
El tesorero será la pieza clave y el que más y mejor informe
al Rey para conseguir, con su influencia y poder en la corte, que (Balboa) fuera
nombrado por el Rey como “nuestro gobernador e capitán de la dicha provincia de
Darién 20.
Balboa estará en contacto con el lobby del poder indiano
a través de Docampo, contino real, no lo olvidemos, y ex criado de la ya fallecida
reina Isabel. Otro gallo le hubiera cantado a Balboa si la salud le hubiese respondido
al gallego, cuando arribó a Sevilla con la misión de vender el mar del Sur (Océano
Pacífico) en España. Pero la colaboración Pasamonte-Docampo producirá resultados
tan increíbles, como convertir en dulces los frutos del árbol envenenado. Nos referimos,
claro, al asunto Montesino.
Navidad de 1511. En la penumbra de la catedral de Santo
Domingo, un fraile de rostro azulado y gesto lúgubre, con probable olor a sudor
rancio y alientos de sulfuro, consigue amargar las fiestas, el vino de cazalla
y el cochinillo navideño a todos aquellos enjoyados hacendados que escuchaban educadamente
su sermón. Un tal Montesino, joder:
Yo soy la voz del que clama en el desierto. Todos estáis
en pecado mortal… por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes
gentes 21.
En día tan señalado el Savonarola español no había
tenido mejor ocurrencia que tomarla con las Encomiendas. La explotación del indio,
su sometimiento a sangre y fuego, su trabajo forzado bajo el látigo y el palo
¡resulta que contradecían el mensaje evangélico! ¿Quién lo hubiera pensado, válgame
Dios? Aún así, pensarían los oyentes, pudo haber escogido otro día para el
descubrimiento ¿verdad? Se nos enfría el asado. “La novedad —cuenta la Historia
de las Indias décadas después, gracias a cuya obra conocemos la homilía de Montesino—
no era otra que afirmar que matar estas gentes era más pecado que matar
chinches”. Por boca de Montesino (a través de la cual habla con voz de
ventrílocuo fray Bartolomé de Las Casas) nos enteramos que todos, todos los españoles
habían caído en actos de crueldad o inmisericordia, todos excepto un tal Pedro
de Rentería. Lascasianismo en estado puro.
El escándalo llegó
a la corte y allí también debió revolver los estómagos; cada preboste tenía al
menos un fraile confesor y, los más poderosos varios. Las siguientes naos llevaron
a Indias instrucciones promoviendo un trato más humanitario de los nativos. La
opinión decisoria ¿de quién iba a ser? La Real Orden, decía:
Que sigan el parecer del tesorero Miguel de Pasamonte
en el repartimiento de indios 22.
Los indios dominicanos empezaron a estar mejor considerados:
se les debía alimentar, vestir, enseñar las verdades de la fe cristiana y no olvidar
su medio peso de oro al año para que se compren esos vidrios verdes o azules
que hacen felices a las personas. Incluso se previó la posibilidad de reservas indígenas
autogestionadas. Por lo demás había que quitarles los indios a los amos malos y
traer al reparto a otros mejores, o por los menos que aún no hubiesen probado
su maldad. Los nuevos repartimientos favorecerán desmesuradamente a los partidarios
de Pasamonte, que sorteará sin dificultad las acusaciones de parcialidad. Docampo,
como buen socio comercial y amigo, verá premiado su celo con un magnífico porcentaje
de indios de servicio frente a viejos y naborías. A Jorobado Conchillos,
que nunca pisó las Indias, se le llegaron a asignar nada menos que 800 piezas. El
principal problema lo crearían vecinos pro-colombinos, a quienes se separó de
sus harenes de barraganas indígenas:
Todo el mundo llama a Dios e pide Justicia 23.
Todos, todos, no: Campo no dijo ni pío. Algo se corregirán
las injusticias; a Méndez, el amigo del alma de Colón, se le devolverán sus
indios. Aun así, el apoyo real a Pasamonte se mantuvo: hacía falta un hombre de
esos recursos para enfrentar al 2º Colón. Intervino y sacó tajada de todo: en la
provisión a Tierra Firme (compañía de comercio); la caza y la comercialización
de indios en las islas inútiles; el tráfico en la costa de las perlas; el mejor
ingenio de azúcar de Indias en la ribera del río Niza. Solo a su muerte, en 1524,
se descubrirá el enorme desfalco a la Hacienda Real. Como prohombre del partido
del Rey, este será el destino lógico de las inversiones de Docampo, cuyas fuentes
de recursos, como veremos, no se limitaban a la hacienda Compostela:
confieso por decir verdad a Dios y al mundo y guarda y
salvación de mi ánima, que yo tengo en compañía de Miguel de Pasamonte, tesorero
del Rey y de sus hacedores del rey y de los oficiales de su Alteza que están en
las dichas Indias, cierta compañía de la provisión que hicimos a Tierra Firme
de la cual es factor Francisco de Cisneros, y me resta debiendo de la dicha compañía
cien castellanos, los cuales son de lo procedido y principal de la dicha mercadería,
los cuales cien castellanos han de cobrar de todos los que en ello tuvieron parte,
que son los sobredichos 24.
Esta compañía suplía la manifiesta incuria de Colón jr.
en alimentar a un territorio, enquistado en sus dominios, pero que no controlaba.
se mostró escasamente colaborador con los expedicionarios
y con el nuevo asentamiento de las tierras continentales y solo de mala gana apoyó
con envíos ridículos y con manifiesta renuencia a los desesperados colonos del
Darién 25.
No conocemos bien cuales fueron las relaciones, de
inversión, crédito o deuda, entre esta compañía y la del Mar del Sur, de Balboa
y otros socios. Que las hubo, no hay duda, pues su objeto social fue coincidente:
el suministro de Tierra Firme. Si sabemos de una ampliación de capital en la que
participó Arbolancha, otro criado del Rey. Desde luego, cuando Docampo se presente
en Antigua con su par de naos salvíficas, no lo hará gratis et amore, por
mucho que la cercanía geográfica pontevedresa de las familias Campo y Balboa haga
sospechar que sus familias eran viejas conocidas.
¿De dónde obtenía Campo los generosos recursos que dedicaba
a sus inversiones? Todos los autores nos presentan la hacienda Compostela como una
explotación agrícola tradicional, es decir, no destinada a perder el tiempo lavando
pepitas de oro en arroyos, sino a la producción de carne, cereales y azúcar para
que los afortunados prospectores pagasen los suministros con sus existencias del
dorado metal. La agricultura tradicional era el verdadero negocio, que se lo digan
a Nicuesa que protagonizó una quiebra fastuosa cuando torció su destino la
escucha los Cantos de Sirena provenientes de la Tierra Firme; en su día él había
entrado a la parte en otra hacienda agropecuaria con el aval de su encomienda.
Pero hay evidencias
de que Docampo no descuidó ningún negocio del grupo de los rentables. Sin
soltar la espada ni la ballesta (de hacerlo no duraría vivo una vuelta de clepsidra),
devino en un cambeador de casi todo, bah, de todo. Vino:
confieso que tengo en poder de Juan de León, vecino de
Alanís, veinte arrobas de vino que yo compré en la dicha villa a ochenta y cinco
maravedís la arroba, y me tiene él en su poder el dicho vino 26.
Equinos:
Y confieso que me debe Juan de Llanes, vecino de Sevilla,
nueve ducados de oro de un caballo que le vendí, de los cuales tiene hecho un
contrato público de deudo ante Bernardo de Ulloa, escribano público de Sevilla”.
“Y por esta carta de mi codicilo hago gracia y suelta a Juan de Llamas, vecino
de esta ciudad de Sevilla, de un castellano de oro de los nueve ducados de oro que
confieso que él me debe de un caballo que le vendí, la cual gracia le hago
porque es hombre necesitado 27.
Cueros:
Y confieso que Juan Romes, curtidor, vecino de esta ciudad de Sevilla en la colación de San Lorenzo, le debe trescientos ducados de oro que en mi testamento tengo declarados que Juan de Oñate por mi mandado le prestó, y que estos dichos trescientos ducados de oro confieso que fueron para que el dicho Juan Romes los comprase en cueros, los cuales tiene comprados, para que en compañías comprase y vendiese, y que la ganancia que en ello hubiere la partiésemos de por medio, que el hubiere la mitad y yo la otra mitad; por ello mando que toda la ganancia que yo en ello había de haber y me había de dar de mi parte, que la haya y se la dé a Inés Romes, hija del dicho Juan Romes, mujer de Alonso de Noya, mi primo, los cuales yo le mando por los muchos cargos que de ella tengo y buenas obras que de ella he recibido 28.
Banca clásica:
confieso que me deben en la isla de Cuba que es en las
Indias del mar Océano, dos vecinos de ahí, uno que se llama Ordaz, y el otro su
compañero con él de mancomún, cuarenta castellanos de oro por una obligación
que me otorgaron ante Espinosa, escribano público de la isla de Cuba, puede haber
quince meses poco más o menos, etc., etc. 29
Se refiere a su segunda estancia en Cuba (1513).
Campo operaba sobre todo en el Sur de La Española.
Sería bonito que hubiese querido honrar a su patria chica, Tuy, después de haber
alardeado de la patria grande, Compostela. No lo podemos probar, pero lo cierto
es que la villa bautizada con el antiguo nombre de Tuy (La Buenaventura), no le
resultaba en absoluto desconocida:
Y asimismo confieso que debo a Fernando de Mesa,
vecino de la Buenaventura, cuatro pesos de oro por un albalá mío, mando que se
los paguen y declare que el me tiene en prenda un caballo morcillo ensillado: mando
que lo cobren de él si el dicho caballo estuviere vivo y si no, cobren los aparejos
de él y le paguen la dicha deuda 30.
Una mercancía va desapareciendo paulatinamente de sus negocios:
la carne humana. No es que ello disculpe la práctica entusiasta de la trata en el
pasado, como un pecadillo de juventud. Naturalmente, ése era el sino de su tiempo
y todos tuvieron esclavos, sin excluir al apologético padre Las Casas. Pero creo
de justicia resaltar la evolución positiva. De hecho, ordenará mortis causa
la manumisión de su último esclavo, el chino García.
1 Carmen MENA
GARCÍA. Aquí yace Sebastián de Ocampo a quien Dios perdona. Anuario de
Estudios Americanos, Sevilla, jul-dic. 2.012.
2 Bartolomé DE
LAS CASAS. Historia de las Indias, L I y II. Fondo de cultura económica,
México, 1951.
3 Luis
ARRANZ MÁRQUEZ. Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española (El Repartimiento
de Alburquerque de 1514). Ediciones Fundación García Arévalo. Madrid, 1991.
4 Carmen MENA GARCÍA. Preparativos de Diego de Nicuesa
para poblar la Tierra Firme. Sevilla y los mercaderes del comercio atlántico.
Revista de Indias. Sevilla, 2012.
5 Ibidem.
6 Ibidem.
7 Ibidem.
8 Ibidem.
9 Ibidem.
10 Ibidem.
11 DE LAS CASAS,
ibidem.
12 Carmen MENA GARCÍA. Aquí yace Sebastián de Ocampo a
quien Dios perdona. Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, jul-dic. 2.012.
13 Antonio GUTIÉREEZ
ESCUDERO. Las capitulaciones del descubrimiento y rescate: La Nueva Andalucía.
Araucaria, Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, nº 21.
Primer semestre de 2009.
14 MENA, Preparativos,
ibidem.
15 DE LAS CASAS,
ibidem.
16 Manuel GIMÉNEZ
FERNÁNDEZ. El plan Cisneros-Las Casas para a reformación de las Indias.
CSIC. Madrid, 1984.
17 Ibidem.
18 Gonzalo FERNÁNDEZ
DE OVIEDO Y VALDÉS. Historia general y natural de las Indias. Biblioteca
virtual Cervantes. Alicante, 2011.
19 MENA,
ibidem.
20 GIMÉNEZ
FERNÁNDEZ, ibidem.
21 DE LAS CASAS,
ibidem.
22 GIMÉNEZ FERNÁNDEZ,
ibidem.
23 Ibidem.
24 MENA, Aquí
yace, ibidem.
25 MENA, Preparativos,
ibidem.
26 Ibidem.
27 Ibidem.
28 Ibidem.
“confieso que me deben en la isla de Cuba que es en
las Indias del mar Océano, dos vecinos de ahí, uno que se llama Ordaz, y el otro
su compañero con él de mancomún, cuarenta castellanos de oro por una obligación
que me otorgaron ante Espinosa, escribano público de la isla de Cuba, puede haber
quince meses poco más o menos; y porque yo les mandé con un amigo carta mensajera
que diesen y pagasen los dichos cuarenta castellanos a Francisco de Córdoba, vecino
de Alanís, mando que si no se los hubiesen dado y pagado al dicho Francisco de Córdoba,
que el dicho Francisco de Córdoba los haya y cobre para sí”. “Y confieso que me
debe Juan Romero, vecino de Capillas, tierra de La Serena, difunto que Dios haya,
ochenta y dos pesos de oro por una obligación; y porque el dicho Juan Romero es
difunto y yo no tengo certidumbre de la hacienda que dejó, si era suya o no, mando
que esto vieren: quedando de él bienes de que buenamente se puedan cobrar los dichos
pesos de oro de sus herederos o de cualquier otra persona que su hacienda tuviere,
mando que se cobren, y si no hubiera dejado hacienda para ello de que buenamente
se hayan de cobrar, yo le hago gracia y limosna y suelta por amor de Dios;” “confieso
que me debe Bernardino de Texada, hijo de Colchero, vecino de la ciudad de Toledo,
el cual tenía un hermano en las Indias que se llamaba Serrano, veintiséis mil
maravedís que pagué por él a Fernando de la Isla, y más me debe diez castellanos
de otro que pagué por él como su fiador a Andrés de Haro y tengo de él escritura
de gasto, la cual tiene en su poder Diego de Torres, fiador de Bernardino de la
Isla que está en las Indias del mar océano o en poder de Alonso de Ocampo, mi primo,
mando que sean cobradas por él; y mando que todas las deudas que me deben en
las dichas Indias todas las persona que tengo declaradas en el dicho mi testamento
y codicilo se cobren y vengan todas a la Casa de Contratación; que todo lo que
así se cobrare y hubiere, como dicho es, de las dichas deudas, lo haya y cobre
todo Juan de Oñate, platero, vecino de esta ciudad de Sevilla en la colación de
Santa María, y que teniendo él todo en su poder lo que así se hubiere cobrado y
cobrare, que sea tenido y obligado de dar toda la cantidad de maravedís que fuesen
menester para cumplir y pagar el dicho mi testamento y codicilo, y todo lo que
restare en su poder cumplido dicho mi testamento y codicilos, quiero que todo lo
entregue al dicho Pedro Fernández de Tuy, mi padre… ”
29 MENA, Preparativos,
ibidem.
30 MENA, Aquí yace, ibidem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario