viernes, 17 de marzo de 2023

¿RESPONDE DE LA LEGÍTIMA EL HEREDERO O EL COMPRADOR DE HERENCIA?

 

Unos tanta agua y otros tan poca

1.-¿RESPONDE DE LA LEGÍTIMA EL HEREDERO O EL COMPRADOR DE HERENCIA?

Contestación en y para gallegos: depende.

La legítima de los descendientes de una DEUDA (25% del líquido); el ACREEDOR es el hijo o descendiente; el DEUDOR es el heredero.  La condición de DEUDOR es intransmisible, ya que la “cualidad” (como la llama el código) de heredero es personalísima, sucediendo al difunto en la universalidad de sus bienes, derechos y obligaciones. Por ello en principio, a quien debe reclamar su legítima el descendiente, es al titular de la herencia, independientemente de que la haya vendido o no. Otra cosa son las cuentas y los ajustes que tienen derecho a exigirse entre vendedor y comprador, para aquilatar el coste de las cargas soportadas.

Los tres supuestos más habituales, serán:

*Venta de herencia efectuada por el heredero: El vendedor-heredero sigue siendo responsable del pago de la deuda legitimaria, pues su cualidad de continuador de la persona del difunto es intransmisible.

*Venta de herencia como universalidad, especificando en el contrato que se venden los bienes y se transmiten las deudas, notificada al acreedor de legítima: Entiendo que en tal caso el descendiente tiene una doble opción, tanto como contra el vendedor como contra el comprador de herencia. Aunque la mejor será la 1ª opción, pues el heredero responde con su patrimonio personal y el comprador de herencia no.

*Venta de herencia con consentimiento en la escritura del acreedor legitimario: en tal caso sí que se produce la extinción de la obligación para el primitivo deudor (el heredero), quedando traspasada al comprador de herencia. Es decir que, con el consentimiento del acreedor (el legitimario), si se puede sustituir la persona del deudor. Es la llamada novación subjetiva.



2.-DOCAMPO VERSUS COLÓN

Un nuevo personaje aparece en el capítulo III.6: Nicuesa. Pero este era del género gafé, del que había unos cuantos.

-6-

Diego de Nicuesa

 

El bojeo de Campo y el cartografiado de Morales demostraron de forma palmaria la imposibilidad de que la costa occidental de Cuba fuese la costa oriental de Asia. Lo cierto es que ya llevábamos una década en que, cada vez que los marinos portugueses se soltaban unas risas, los hidalgos castellanos estaban obligados a responderles con una mirada glacial. As naus de Vasco da Gama había arribado en 1498 a la India verdadera y, que quieres que te diga, aquello era otro mundo, con sus majarajás, sus elefantes de ceremonia y sus templos con minaretes que arañan el cielo. Los navegadores lusos se habían desparramado por Oriente y, por lo que contaban, ni los samuráis ni los mandarines ni los sultanes de Malaca tenían nada que ver con estos tainos o siboneyes, anclados en la edad de Piedra. No, meu amigo, no, les decían los de esa nación: lo que sucede es que los castellanos os pasáis con el Cazalla. Sebastián Docampo tendría que saberlo bien: probablemente a través de sus contactos portugueses del condado de Caminha, en cuyo ejército había servido a las órdenes de Pedro Madruga, había llegado a su poder un lujo muy especial: un esclavo de Macao comprado en la lonja de Calicut. Los esclavos chinos por su limpieza, docilidad, facilidad para el aprendizaje de idiomas y dotes contables, estaban considerados como el top de esta clase de ayudantes domésticos y administrativos. Salvando las distancias, lo que para los romanos representaba un esclavo griego autor teatral, como Terencio. Es cierto que Docampo no era precisamente un fraile; pero la forma en que dispondrá en su testamento de su esclavo García, a alguno le hará ver el fondo endiabladamente noble de su carácter:

 

item digo y declaro por descargo de mi conciencia y por decir verdad a Dios y al mundo y guardar salud de mi ánima, que yo vendí un esclavo a Alvarado, vecino de Santo Domingo, que es en las dichas Indias, el cual se llama García que es natural de Macao, que ahora tiene un criado del alcalde Rodrigo de Alburquerque, el cual ahorró (liberó) el comendador mayor, gobernador que era en la isla Española. Y yo por descargo de mi conciencia digo y mando que lo compren porque esta es mi voluntad de lo dejar libre, el cual yo vendí por treinta pesos de oro; estos mando que den por él, y si costare más, que el dicho esclavo los pague y sirva por ellos 1.

 

Pedro de Alvarado fue otro de aquellos conquistadores, rubio, apuesto y chalado como un arcángel, dispuesto a todo por señalarse. A todo. Frente a la reina, fue y volvió por la viga de un andamio que sobresalía varios metros de la ventana más alta de una Giralda en obras. Llegó a Indias casi niño con una espada y una capa raída, dispuesto a labrarse su futuro abriendo tajos en carnes morenas: pronto se ligará a Cortes, a quien se parece en lo brutal, pero del que difiere en la carencia de dotes políticas. Su primer hecho más recordado es el exterminio de miles de danzantes mexicas en honor de Huitchilipochtli, el dios mexica hambriento de carne humana, en la llamada Matanza del Templo Mayor. De nuevo la teoría de la bomba atómica: le habían dejado de reten con 80 españoles en Tenochtitlán, sujetando a 200.000 aztecas. Por mucha que sea su inferioridad tecnológico-militar te pueden aplastar solo con su masa si no haces una burrada de vez en cuando. Su segunda efeméride es el invento de la modalidad olímpica del Salto con pértiga: cuando huía con los suyos de los aztecas en la llamada Noche Triste. Pedro de Alvarado salvó el canal que cortaba la calzada hundiendo su lanza en el fondo y saltando limpiamente el otro lado. Con lo tronado que estaba, es posible que así fuera. El llamado por los locales Tonatiuh, el sol, morirá muy propiamente de una caída del caballo. La relación con Docampo sin duda viene de su época pre mejicana, en Santo Domingo; si para entonces ya compraba esclavos de alto standing, al final de su vida usará capa de raso y preseas de oro. Los cambios que estaba experimentando el mapa del mundo le habían señalado sin vacilación, hacía donde giraba la rueda de la fortuna: Méjico-Tenochtitlán.

 

La rotunda confirmación de que Cuba no estaba en el mapa de Asia, ni se podía llegar a ella por tierra desde España, cambió de nuevo la orientación mental de la humanidad. De repente, había mutado el objetivo: a quien le importaban unas asquerosas islas caribeñas infestadas de mosquitos y serpientes barrigudas. El atractivo de Cuba no era el ser Cuba, sino el espejismo que reflejaba de la China; tras el bojeo, los verdaderamente ambiciosos empezaron a mirar a la Tierra Firme (lo que después será Venezuela, Colombia y Centroamérica). Tiene que haber en algún sitio un estrecho, un paso, algo que habilite el acceso al buen mar, el mar de la China, allí donde brotan los negocios fastuosos, las gemas, la seda, las especias. Campo se sentirá concernido desde el primer momento por esa orden inaudible: ¡vista al Sur!

Al principio será un asunto prosaicamente bancario: préstamos, intereses, avales, contragarantías y empresas solventes. Una cosa son los fletes a esas islitas de mierda, Cuba, Española, Puerto Rico, Jamaica; eso lo financias con una tribu caribe que capturas de camino; otra someter un continente. En conversaciones enfebrecidas, en las lonjas, palacios, iglesias, en la Casa de contratación, se apretaban los puños, juraban, aporreaban la mesa, a qué precio cada nao, los suministros, armamentos, sueldos, de soldados, de tripulantes ¡hasta los de los putos físicos y matasanos!, estamos hablando nada más, no hay porque enfadarse. Docampo, el hombre del momento ¿qué descubrirá de sí mismo si no su gen cambeador, el genuino Campo de las compostelanas Casas del Campo que llevaba dentro? De Nicuesa a Balboa, su Compañía estará presente en primera línea, armando, avalando, rescatando; y cuando el mar del Sur, luego Pacífico, moje las polainas de Vasco Núñez, Sebastián será el portador de las albricias a la corte en un intento, fallido, de mantener vivo a su paisano y a su negocio.

Ya en 1508 Nicuesa, su socio en algunas empresas legales y otras non sanctas, había viajado a la corte como procurador con un doble objetivo: conseguir la consolidación por tres vidas, en lugar de una como ahora, de las encomiendas de indios, nobilísimo oficio al que, en su opinión, se trataba con poco respeto aplicándole el peyorativo nombre de encomendero cuando ellos se decían de sí mismos comendadores. Y, sobre todo, sobre todo, iba en busca de cierta menudencia: que se le concediese la posesión del continente americano, al que llamarían Tierra Firme, como si las islas tuviesen tendencia al hundimiento. No se conformaba con menos que el entero continente, nada menos que eso.

 

Para este mensaje y procuración, eligieron al dicho Diego de Nicuesa por procurador, y a otro hidalgo muy prudente y virtuoso, llamado Sebastián de Atodo, también de aquella ciudad de la Vega vecino 2.

 

Como mera especulación podríamos plantearnos si Sebastián participó en esta expedición a la corte, aunque el único indicio que tengamos sea de tipo práctico: a la postre, si la macabra expedición de Nicuesa va a conseguir zarpar, será gracias al aval financiero en que participará Campo. ¿Podría ser que interviniese además en las gestiones cortesanas que fueron sus prolegómenos, con la finalidad complementaria de sacar pecho en la corte? Bueno, dejémonos de divagaciones. Sea una cosa, sea otra, lo seguro es que Campo va a estar en la pomada del Descubrimiento del Pacífico de principio a fin, de Nicuesa a Balboa.

Nicuesa era un hidalgo jiennense culto, gran tañedor de vihuela, excelente caballero en el juego de las cañas y rico como un Creso gracias a cierta especulación con su encomienda. Simpático y decidor, el único defecto que le encuentra Las Casas es que no era muy grande de cuerpo. Este espabilado renacuajo debió entrar en contacto con Campo en Azua, en cuyo Repartimiento observamos un revelador cacique guatiao llamado Diego de Nicao, en el que se encomiendan 15 indios de servicio, 3 viejos y 1 niño. Recordemos que Azua era un selecto club de caballeros de veintitantos españoles; para bien o para mal, todos eran conocidos. No se había cortado un pelo en reclamar una encomienda como reposo del guerrero por su campaña de Saona y, acto seguido, revenderla por una buena suma. Este ambicionaba en la vida algo más que el arado de Cincinato. De otras asociaciones, mejor no acordarse, como esa flotilla dedicada a la explotación de las islas Inútiles. Pero no vayamos a pensar que era esa toda su riqueza, ni mucho menos. Otro de los asuntos que llevaba en cartera en su viaje a la metrópoli era que los indios capturados en las pacificaciones de Higüey y Xaragua fuesen considerados botín de guerra; es decir, esclavos puros y duros que no contaban en los registros de los Repartimientos y de los que te podías hacer con tantos como pudieras atar en una cuerda de presos 3. Consiguió tribus enteras, pero todo lo vendió a precio de oro, obnubilado por su ambición de hacerse, bah, con un continente para sí sólo, el continente americano.

Lanzarse a ocupar la Tierra Firme sin obtener antes licencia real hubiera sido una locura, pero la cosa fue fácil, demasiado. Embaucó a todos con sus sabias reflexiones y su gracejo andaluz 4. Sólo se le puso como condición compartir la Tierra Firme con un famoso duelista de calzas remendadas, Ojeda, al que se demarcó desde el cabo de la Vela, hasta la mitad del golfo de Urabá, donde el continente sudamericano hace esquina con el istmo. Las dotes de Nicuesa le permitirían alzarse con el premio gordo: Veragua, del arranque del istmo para arriba, un territorio del que don Cristóbal había ensalzado su riqueza aurífera. Ya sería pirita (el oro de los tontos) si venía de Colón. No es lo menos importante para esta historia que aquel año, 1508, las presiones del duque de Alba surtieron efecto y su pariente político, Diego Colón, el hijo mayorazgo del gran almirante, ya fallecido, fue promovido a gobernador de las Indias. Lo inteligente hubiera sido tentarse la ropa, sobre todo los miembros notorios del Partido del Rey, como lo eran Nicuesa y Docampo. Pero van a hacer el panoli como novatos. En un primer momento fue sólo cosa de maravedís, ducados y pesos para financiar la expedición. El crédito sindicado obtenido por Nicuesa fue el más grande que recuerda la época, ya que se trataba de financiar una flota de unos 800 hombres (200 en Sevilla y otros 600 a reclutar en La Española), armas, bastimentos y refuerzos ininterrumpidos. Milagrosamente consiguió un buen lote de especuladores, algo suicidas, dada la modalidad crediticia que se empleaba.

 

La fórmula crediticia utilizada… (fue) la del crédito a riesgo de mar, tipo de préstamo con carácter hipotecario en que la devolución sólo es obligada una vez superado el riesgo que corre… Naturalmente los intereses alcanzaban tipos muy superiores a los de los préstamos corrientes 5.

 

Reflexionando en como Docampo, tan modosito él, pudo meterse en algo así, sólo puedes considerar que el objetivo bien lo valía: nunca más en la Historia del Mundo se subastará un continente se cabo a rabo, del cabo de Hornos al estrecho de Bering. Los banqueros genoveses como los Cattaneo y Spínola, o los Centurione, antiguos patrones de Colón, se hicieron con la mayor tajada del negocio, pero estos no tenían un pelo de lilas y exigieron garantías: Incluso el Piloto Mayor, que había perdido la chaveta, como tantos, tuvo que empeñar su salario de la Casa de contratación:

 

E yo el dicho Américo Vespucio hipoteco para cumplir lo susodicho la quitación e salario que de su Alteza tengo en esta dicha casa 6.

 

 Con estos tiburones de por medio, la palabra empezó a no valer nada. Se exigieron fiadores, entre los que destacará el sevillano Juan de Caicedo, que andando el tiempo será indemnizado con el nombramiento de veedor de las fundiciones de Tierra Firme. En los protocolos de don Manuel Segura, el notario sevillano de Docampo, está documentada la historia de bastantes futuros arruinados. El propio Nicuesa, de buen principio, se había permitido el lujo de avalar a uno de sus maestres. Algunos socios empezarán a pasar sus apurillos a las primeras de cambio, y el que más, el que menos, cargó a bordo telas, vino, ladrillos y ganado para vender en Indias y sacar al menos unos maravedís para ir tirando. Tampoco Nicuesa va a desperdiciar ocasión alguna de sacarse unos ducadillos: ya en navegación, ancló en la isla de Santa Cruz (Vírgenes) para estibar a bordo un par de cientos de indios de esos de libre comercio. Infieles, por supuesto. Era imperioso reducir el pasivo que, tras las cuentas finales, amenazaba con llegarle al cuello.

 

Abandonó el muelle de las Muelas, agobiado por los requerimientos de los acreedores y por innumerables deudas, gran parte de las cuales nunca pudo devolver, pues la muerte le esperaba poco tiempo después en medio del océano 7.

 

El problema gordo llegó al hacer escala en La Española, camino de su Tierra Firme. El nuevo gobernador, Diego Colón, de Alba por matrimonio, pensaba que, puesto que su padre había descubierto todo aquello, él era el dueño por herencia de todo aquello (fuese lo que fuese). El partido de Colón compraba esa idea a pies juntillas y el partido del Rey, aun no repuesto de la última jugada colombina, estaba en fase de recomposición de fuerzas. ¿Acaso no había descubierto Veragua el gran almirante? Algo antes de su naufragio en Jamaica, justo es decirlo. Declarará el segundo almirante con sibilino cinismo:

 

sea Dios testigo que si no va por mano de Su Alteza y de quien en La Española reside, que nunca harán fruto 8.

 

Colón junior pondrá la proa a la expedición de Nicuesa: la capitulación que el canijo tañedor de vihuela traía, firmada por el propio rey, se había convertido en papel mojado una vez desembarcado en Santo Domingo. El boicot operará en un doble sentido. Por un lado:

 

impidió la recluta de los otros 600 hombres avecindados en Santo Domingo que contemplaba el asiento de Burgos. Solo permitió la salida de 200 vecinos, alegando que, si consentía en este éxodo masivo, la isla quedaría despoblada y su economía en ruinas 9.

 

Algo de eso había: tras los asentamientos de Campo, que habían demostrado que Cuba era tierra seca y fértil y no el pantanal que se decía, los armadores de carabelas no daban abasto con los colonos que querían emigrar. Había una cola de más de 300 desposeídos por el reparto leonino de Ovando en La Española, que se disponían a probar suerte de nuevo.

La otra artimaña fue más artera. Los prohombres del partido de Colón empezaron a reclamar el pago a tocateja de las sumas que les adeudaba Nicuesa. No había usurero con el que no tuviese pufo. La ley preceptuaba que los morosos se quedasen en Tierra. ¡Dios, tanto esfuerzo para esto!

 

por mano de su alcalde mayor, retrasó cuando pudo la salida de Nicuesa hacia Veragua, moviendo a los acreedores para que le embargasen sus bienes e impidiesen la partida 10.

 

Será el momento en que Sebastián de Campo comenzará con fuerza su intervención en los negocios de la Tierra Firme mediante la prestación de una contra-garantía. Sabemos que la genovesa banca Centurione operaba en La Española patroneada por Melchor Centurione; es bastante posible que el negocio que ahora se cuenta se gerenciara por otro de sus miembros conspicuos, Antonio Centurione.

 El timing del día que Nicuesa tenía programada la partida, 20 de noviembre de 1509, dejando atrás la escala en Santo Domingo, lo deducimos del siguiente cuento, típicamente lascasiano:

 

y aquella misma tarde que las naos salieron, yéndose al río a embarcar, llega tras él (Nicuesa) la justicia y le echan un embargo de 500 castellanos y aun creo que le sacaron de la barca, si no me he olvidado, porque yo vi lo que he contado. Lo vuelven a la casa del alcalde mayor del Almirante, que era el licenciado Marcos de Aguilar y allí le mandan que pague, si no, que habrá de ir a la cárcel. Hace sus requerimientos al alcalde mayor que le deje ir, pues veía ya salidas del puerto sus naos y que iba en servicio del rey, y que si lo detenía, se perdía su armada donde se arriesgaba más de 500 castellanos, los cuales el pagaría en llegando y que al presente no le era posible pagarlos; respondía el alcalde mayor que pagase, porque el rey no quería que ninguno la hacienda de otro llevase. Y en esto pasaban cosas muchas que al triste Nicuesa atribulaban y, aunque pareció que aquellos impedimentos industriosamente se rodeaban, le valiera mucho que allí lo detuvieran y muriera encarcelado, según el triste fin que le estaba esperando.

“Estando en esto sin saber que remedio tener, y fue maravilla no perder allí el seso aquella tarde según estaba angustiado, sale de través un muy hombre de bien, escribano de esta ciudad, cuyo nombre me he olvidado y no quisiera olvidarlo y dice: “¿Qué piden aquí al señor Nicuesa?” Se le responde: “500 castellanos”; dijo él “Asentad escribano que yo salgo por su fiador de llano en llano, y vayan luego a mi casa, que yo los pagaré de contado”. El Nicuesa calla como espantado de tan intempestivo consuelo y socorro dudando; asienta el escribano la obligación del que se obligaba y fírmala de su nombre; y desde que Nicuesa vio que de veras se hacia el acto, se va derecho a él casi sollozando y dice: “Déjame ir a abrazar a quien de tanta angustia me ha sacado`, y así lo abraza. Esto hecho se va a embarcar a su bergantín…11

 

Para Las Casas, Docampo es, a menudo, “un harto hombre de bien” o “un muy hombre de bien”; está claro que el tipo no le impresiona. Pero, si hemos de creer al dominico, los flecos de la contragarantía prestada por Docampo a Nicuesa frente a Centurione —y que el negocio ha sido desastroso—, serían los que refleja la contabilidad fúnebre del gallego. Así testa Sebastián de Campo:

 

a Italiano, difunto que Dios haya, treinta castellanos de oro, los cuales me obligué a dar y pagar por Diego de Nicuesa, capitán que fue de Tierra Firme; por ende mando que si los herederos del dicho Antonio Italiano u otra cualquier persona por ellos, no hubiere cobrado los dichos treinta castellanos del dicho Diego de Nicuesa o de sus bienes y constare haber hecho contra él y contra sus bienes todas las diligencias que el derecho requiere, que en tal caso, si las hubieren hecho, le paguen de mis bienes… y doy recurso a mis herederos para los cobrar de cualesquiera bienes que del dicho Diego de Nicuesa hayan quedado 12.

 

Una interpretación literal de la versión lascasiana —un contra garante único y residente en las Antillas—, nos llevaría a pensar que este habría sido Campo y que la cantidad reseñada en su testamento sería el residuo pendiente de liquidación a su fallecimiento en 1514. Las Casas escribirá con cínica ironía, que mejor hubiera sido que Nicuesa no hubiese encontrado avalista: estaría preso por deudas, pero vivo. Y el afianzador, sería, que duda cabe, un poco más rico. Bah, otras veces, habrá beneficio, no debemos sorprendernos ante el aventurerismo empresarial de Docampo; si nos fijamos, el riesgo, bien que controlado, no será un elemento ajeno a su vida. Gomera, Tenerife, Indias; siempre así, desde que le extrajo de su terruño aquella atrabiliaria peregrinación jacobea de los Reyes Católicos. La vida en sí misma en el cambio de época, era riesgo, y el no-riesgo representaba muerte y esclavitud. ¿Tenía algo que ganar en aquella Galicia? Nada.

Pero hemos hablado de una interpretación literal y eso es arriesgar demasiado.  El dominico es el gran inventor mundial de la postverdad, algo que se atribuye injustamente a Trump. Por supuesto que las cosas no sucedieron exactamente así pues contradeciría la lógica de los negocios. No, ni Docampo era escribano ni fue él el avalista único del zarpado de la flota suicida. Sería un papel de categoría para el de Tuy, “el benefactor de la Tierra Firme”, pero me temo que en esa atribución no hay una letra de verdad. A ver, los notarios no participan en los negocios de que dan fe: hoy en día los suspenden de empleo por tal motivo; en aquel entonces, los suspendían de la vida. La cara visible del negocio tuvo que haber sido Juan de Villegas, un seco burgalés que era el notario de las celebrities en aquel tiempo y lugar, 1509, Santo Domingo. En los protocolos notariales aparecen otros fedatarios por la zona, como Esteban de la Roca, Pedro de Ledesma o Pedro Hernández, pero un asunto de esta cuantía no se le hubiera escapado al Villegas, segurísimo. Su hermano, un civil llamado Francisco de Villegas, sí que participó desde Sevilla en el ruinoso aval colectivo. En cuanto a la materia a garantizar, debemos tener muy en cuenta que eran los intereses de la corona, bajo cuya bandera debía partir la flota, ahora retenida.

 

Y lo que a Nos perteneciere —dice el rey a Nicuesa— deis puesto a vuestra costa en la isla Española, entregándolo a Miguel de Pasamonte, nuestro tesorero general en las dichas islas y tierra firma del mar Océano… 13

 

El crédito avalado por Docampo sin duda tiene origen en esta escala de los de Nicuesa en Santo Domingo: antes, hubiera carecido de sentido el haber avalado a un simpático torero, rico como un creso. Docampo probablemente se vio arrastrado a un aval sindicado, él y unos cuantos más, por su condición de contino, al tratarse de una empresa real. El “les paguen de mis bienes” indica bien a las claras el escaso entusiasmo con que ha contemplado la operación. Por supuesto que la cara visible de la operación sería el escribano (notario) Villafán; en base a ella compone el dominico su apasionante metarrealidad.

La empresa avalada por Campo sólo o en compañía de otros, la doble conquista de Tierra Firme por parte de Nicuesa y Ojeda, será un desastre de principio a final. Cada vez que se llega a esta parte del relato, uno no puede dejar de sentir una punzada en el estómago, ¡como dos hombres bien nacidos, alegres, celebrados por todos, millonarios, decidieron echar todo a la mar seducidos por la quimera del oro! De su forma ciega de salir al encuentro de la muerte, dando la espalda a los peligros que les aguardaban, pueda darnos una idea el hecho de que iban borrachos perdidos:

 

los hombres de Nicuesa recibieron nada menos que tres cuartillos por día, es decir litro y medio de vino 14.

 

 Cuando Nicuesa llegue al Darién, lo primero que hará será prestar socorro a Ojeda, de cuya expedición los indios flecheros habían dado buena cuenta en un plis plas; el piloto, el también avalista Juan de la Cosa, había sucumbido a la ponzoña con que impregnaban sus dardos. Estos indios se tomaban las atenciones de Ojeda (hacía que les quemaran los pies para que revelasen donde tenían el oro), con bastante menos cachaza que los de La Española. Ojeda había saltado a la fama cuando convenció al cacique taino Caonabo que los bruñidos grilletes que le ofrecía representaban el colmo de la elegancia para los españoles. Se auto esposó él sólo. Los indios de Tierra Firme, por el contrario, no eran amigos de jueguecitos; aquí impregnaban las puntas de las flechas con el zumo de la liana del curare que causaba parálisis progresiva y muerte, al afectar a los músculos respiratorios. El que los indios de Tierra Firme no practicasen el juego limpio, será una sorpresa desagradable, muy desagradable.

Lo siguiente será un vaudeville macabro.

Alonso de Ojeda decidió reembarcar hacia La Española en busca de refuerzos con la mala suerte de ser capturado en navegación por el pirata Bernardino de Talavera. Había dejado en Tierra Firme un retén al mando de Pizarro con autorización de regreso si no eran auxiliados por lo que, ante la falta de noticias, los rezagados se hicieron a la mar. Pizarro se cruzará con la expedición de socorro, al mando de Enciso, el segundo de Ojeda, ante lo que no dudará en darse la media vuelta, pero, y aquí empieza el embrollo, ante la sugerencia de un conquistador empático y decidor, Vasco Núñez de Balboa, se inclinarán por el desembarco en Veragua, la concesión de Nicuesa, lo más lejos posible de esos indios que no respetaban el fair play que poblaban el territorio de Ojeda. La fundación se conocerá como villa de Santa María la Antigua: la Virgen de Sevilla. El tal Balboa también era un moroso, pero carecía de avalistas, por lo que se hizo conducir a bordo embolsado en la vela de repuesto. Un polizón más o menos no es noticia, lo que sí es que, al parecer, fue acompañado en su viaje entelado, barriga contra barriga, por su perro alano Leoncico, pelaje bermejo, el hocico negro y mediano. De excelente pedigrí, era hijo de Leoncico senior, un chucho con caseta en la isla de San Juan de Puerto Rico, de quien heredó la habilidad de distinguir por el olfato a los indios de guerra, de los de paces.

La historia en la que estamos inmersos se embrolla por momentos, es apasionante su lectura íntegra pero, en tanto Campo no desembarque por aquí, me he permitido resumirla ante la necesidad de dar a esta obra un tamaño manejable. Hablábamos de Nicuesa ¿qué es de él? Traicionado por uno de sus capitanes, Olano, que se niega a seguir el fanal de su barco hacía el Norte por entender, con razón, que se había pasado de largo Veragua, naufragará y emprenderá un penoso regreso por tierra. Tras varias peripecias, se presenta en Santa María la Antigua donde los vecinos, soliviantados por Balboa, le negarán el acatamiento; al final será despachado a La Española a bordo de un bergantín sin cubierta, apenas tripulado, agujereado por la broma. En el viejo mundo habría tenido una posibilidad, aquí donde no había ni ciudades, ni barcos, ni pan, ni cristianos, ni nada, su destino era inexorable. Una ejecución cariñosa, como cuando los romanos abandonaban a las vestales dentro de una casa con luz y alimentos que soterraban bajo una montaña de escombro. Pero ¡líbrele Dios a Balboa de haber ordenado la muerte de un oficial real! Nunca se sabrá más de Nicuesa y no sería correcto enfocar esta tragedia tan solo desde el punto de vista del desastre financiero para los prestatarios y avalistas sin contragarantía.

 En cuanto a Ojeda, se verá afectado por el síndrome de Estocolmo y será acusado de colaborar con el pirata Talavera cuyo ahorcamiento le hará reflexionar y ordenarse como franciscano. No hablaré más de esta empresa como no sea para hacer una referencia al intento crepuscular de Enciso, el segundo de Ojeda, de hacerse con el control de aquellos gamberros que gestionaban, sorprendentemente bien, Santa María la Antigua. Tuvo la suerte de que simplemente lo echaran a patadas, en marzo de 1511, pero a bordo de algo navegable; a partir de ahí se instaló en la corte donde sus jeremiadas de leguleyo, al principio, causaban impresión; al final, como suele, se volvieron cansinas hasta para los propios cortesanos, que desconfiaron de sacar tajada con un hombre así.

 Casi de un plumazo habían desaparecido los tres dueños del continente americano, Nicuesa, Ojeda y Enciso, pero ¿y el negocio? El negocio seguía o podría seguir, pues una mano fuerte, aunque extraoficial, había conseguido el asentamiento de los hombres sobre aquella malhadada Tierra Firme: la mano de Vasco Núñez de Balboa, un treintañero de familia gallega, bien plantado, membrudo, cuyo rostro blanquecino contrastaba con una poblada barba rojiza, un tipo al que mejor sería no encontrarse en un portal salvo que estuvieras dispuesto a servirle. Pero si la entrevista sucediera en una taberna, te seducirían la gracia nerviosa de sus ademanes y su persuasiva elocuencia. Más considerado que otros conquistadores, solía decir que los indios eran “honestos pero imprevisibles”. El municipio que llegará a regir, Santa María la Antigua, rodeado de campos de maíz y trigo, presentaba un perfil algo chocante para el viajero que desembarcase procedente del Caribe: aquí convivían juntos cristianos e indios, honestos pero imprevisibles; en La Española te llevabas un susto si veías aparecer un moreno más allá de la cocina. A menudo los visitantes tenían la duda de si estaban entre cristianos, ya que los malencarados españoles de Balboa no vestían correctamente, con calzas y jubones, sino que se ceñían ligeras túnicas de hilo, como salvajes.

 Su estrategia triunfante no será nada del otro mundo: el palo y la zanahoria. Los indios del cacique Abibeya que habitaban en las copas gigantescas de las ceibas, cuyas escaleras de caña retiraban de noche, se sintieron a salvo y negaron el tributo de oro a Balboa. Pues nada, se sierran las ceibas. Comogre, otro cacique más tacticista, le hará voluntaria donación de 4.000 pesos de oro y le informará que al Sur existe una tierra y un mar donde abundan tanto el oro como en España el hierro. Las primeras noticias de la existencia de Perú y del Océano Pacífico serán absorbidas por un analfabeto llamado Pizarro con tanto afán como el oxígeno que respiraba: tal para cual y, si Pizarro no hubiese puesto en suerte el cuello de Balboa al cuchillo de Pedrarias, sin duda hubiera sido al revés. Para los herederos de Docampo hubiera sido mejor negocio.

Los negocios. Antes de hablar de las grandes empresas que se avecinan, habrá que hablar de las compañías mercantiles que las financiarán. En Antigua se llamará la Compañía del Mar del Sur; uno de cuyos socios será la compañía de Miguel de Pasamonte entre cuyo accionariado se contaba Docampo. Aquí tenía que haber ganancia, fijo. Nicuesa, Ojeda y Enciso no serían ni el primero ni el segundo ni el tercer conquistador a los que se habían tragado las Indias y todos deberían tener claro a que habían venido aquí: a morir o a salir ricos y famosos.

Hablando de los capitanes de empresa en Tierra Firme hay que situar en primer lugar y en letras de oro a Miguel de Pasamonte, aragonés, converso de moro y jefe del partido del Rey; ya en 1509 era el oficial más influyente de La Española, tras sustituir a Santa Clara como tesorero a resultas de su sonado desfalco. Para nuestro fraile informante habitual era un dechado de “prudencia, experiencia y autoridad, de quien se tuvo opinión de haber sido casto toda su vida 15”. Nuestro buen dominico no se entera; “se le atribuían otras aficiones relacionadas con el sexto mandamiento 16”, o sea que era gay, y si bien fue un excelente amigo de sus paisanos aragoneses, también lo fue de Campo. Los menos favorecidos opinaban que fue “un tirano para los españoles y una plaga para los indios 17”. Se atribuye a este hombre, vivaz y simpático, la bajada del censo de nativos dominicanos desde los 60.000 a los 12.000 individuos. Pero si se trataba de la financiación de algo grande, deberías contar con él, sobre todo si el proyecto lo gerenciaba un hombre tan apuesto como Balboa:

 

Siempre tuvo mano en la Hacienda Real… en las cosas de la gobernación… por mandado del Rey Católico… bastó a ser causa de parte de los trabajos del segundo almirante, don Diego Colón… 18

 

En efecto, el trabajo que le había sido encomendado por el rey como jefe de su partido, era atizarle patadas en las espinillas a Diego Colón o, en la medida de lo posible, algo más arriba, tras haber tenido que ceder a su nombramiento por presiones de los Alba.

 

el debilitamiento del virreinato colombino, la última meta de la política de Fernando el Católico en Indias 19.

 

Su contacto en España, y en consecuencia el de Campo, será el todopoderoso secretario real Lope Conchillos, un burócrata corrupto, famoso entre otras cosas por su braguetazo: la dote fue astronómica. La vida de don Lope plantea la eterna polémica: ¿qué es mejor salud o millones? Enviado a la corte de Bruselas para sacarle a la reina Juana los poderes en favor de su padre, el rey Fernando, disimula fingiéndose partidario de su querido Felipe (El Hermoso). Descubierto, es sometido al tormento de la cuerda y queda contrahecho de por vida. Fernando le recompensará con la Secretaría del Consejo de Indias y con tantas encomiendas en Cuba que no había indio que no llevase en la piel la marca del Jorobado Conchillos. Más adelante, le dejará calvo la estancia en una de aquellas cárceles, tras haber conspirado ahora con la reina Juana, que, para su suerte, se volvió o fue declarada La Loca, volviendo al favor real en la segunda época de don Fernando. Del pelo, no se le pudo hacer un implante porque aún no se habían inventado. Ah, judeoconverso aunque, por supuesto, de eso no se hablaba.

 Pasamonte, su hechura, alzará casa en la esquina noroeste de Santo Domingo (calle Pellerano Alfau) que se convertirá a la vez en vivienda y Ministerio de Hacienda: allí se controlaban todos los asuntos de América… mientras Colón II se mordía las uñas en su bonito palacio de arcadas. El patrocinio de los Alba había devuelto el liderazgo a los genoveses, pero uno no diría que el clan judeoconverso siguiera estando con el rabo entre las piernas. Para nada.

 

El tesorero será la pieza clave y el que más y mejor informe al Rey para conseguir, con su influencia y poder en la corte, que (Balboa) fuera nombrado por el Rey como “nuestro gobernador e capitán de la dicha provincia de Darién 20.

 

Balboa estará en contacto con el lobby del poder indiano a través de Docampo, contino real, no lo olvidemos, y ex criado de la ya fallecida reina Isabel. Otro gallo le hubiera cantado a Balboa si la salud le hubiese respondido al gallego, cuando arribó a Sevilla con la misión de vender el mar del Sur (Océano Pacífico) en España. Pero la colaboración Pasamonte-Docampo producirá resultados tan increíbles, como convertir en dulces los frutos del árbol envenenado. Nos referimos, claro, al asunto Montesino.

Navidad de 1511. En la penumbra de la catedral de Santo Domingo, un fraile de rostro azulado y gesto lúgubre, con probable olor a sudor rancio y alientos de sulfuro, consigue amargar las fiestas, el vino de cazalla y el cochinillo navideño a todos aquellos enjoyados hacendados que escuchaban educadamente su sermón. Un tal Montesino, joder:

 

Yo soy la voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal… por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes 21.

 

En día tan señalado el Savonarola español no había tenido mejor ocurrencia que tomarla con las Encomiendas. La explotación del indio, su sometimiento a sangre y fuego, su trabajo forzado bajo el látigo y el palo ¡resulta que contradecían el mensaje evangélico! ¿Quién lo hubiera pensado, válgame Dios? Aún así, pensarían los oyentes, pudo haber escogido otro día para el descubrimiento ¿verdad? Se nos enfría el asado. “La novedad —cuenta la Historia de las Indias décadas después, gracias a cuya obra conocemos la homilía de Montesino— no era otra que afirmar que matar estas gentes era más pecado que matar chinches”. Por boca de Montesino (a través de la cual habla con voz de ventrílocuo fray Bartolomé de Las Casas) nos enteramos que todos, todos los españoles habían caído en actos de crueldad o inmisericordia, todos excepto un tal Pedro de Rentería. Lascasianismo en estado puro.

 El escándalo llegó a la corte y allí también debió revolver los estómagos; cada preboste tenía al menos un fraile confesor y, los más poderosos varios. Las siguientes naos llevaron a Indias instrucciones promoviendo un trato más humanitario de los nativos. La opinión decisoria ¿de quién iba a ser? La Real Orden, decía:

 

Que sigan el parecer del tesorero Miguel de Pasamonte en el repartimiento de indios 22.

 

Los indios dominicanos empezaron a estar mejor considerados: se les debía alimentar, vestir, enseñar las verdades de la fe cristiana y no olvidar su medio peso de oro al año para que se compren esos vidrios verdes o azules que hacen felices a las personas. Incluso se previó la posibilidad de reservas indígenas autogestionadas. Por lo demás había que quitarles los indios a los amos malos y traer al reparto a otros mejores, o por los menos que aún no hubiesen probado su maldad. Los nuevos repartimientos favorecerán desmesuradamente a los partidarios de Pasamonte, que sorteará sin dificultad las acusaciones de parcialidad. Docampo, como buen socio comercial y amigo, verá premiado su celo con un magnífico porcentaje de indios de servicio frente a viejos y naborías. A Jorobado Conchillos, que nunca pisó las Indias, se le llegaron a asignar nada menos que 800 piezas. El principal problema lo crearían vecinos pro-colombinos, a quienes se separó de sus harenes de barraganas indígenas:

 

Todo el mundo llama a Dios e pide Justicia 23.

 

Todos, todos, no: Campo no dijo ni pío. Algo se corregirán las injusticias; a Méndez, el amigo del alma de Colón, se le devolverán sus indios. Aun así, el apoyo real a Pasamonte se mantuvo: hacía falta un hombre de esos recursos para enfrentar al 2º Colón. Intervino y sacó tajada de todo: en la provisión a Tierra Firme (compañía de comercio); la caza y la comercialización de indios en las islas inútiles; el tráfico en la costa de las perlas; el mejor ingenio de azúcar de Indias en la ribera del río Niza. Solo a su muerte, en 1524, se descubrirá el enorme desfalco a la Hacienda Real. Como prohombre del partido del Rey, este será el destino lógico de las inversiones de Docampo, cuyas fuentes de recursos, como veremos, no se limitaban a la hacienda Compostela:

 

confieso por decir verdad a Dios y al mundo y guarda y salvación de mi ánima, que yo tengo en compañía de Miguel de Pasamonte, tesorero del Rey y de sus hacedores del rey y de los oficiales de su Alteza que están en las dichas Indias, cierta compañía de la provisión que hicimos a Tierra Firme de la cual es factor Francisco de Cisneros, y me resta debiendo de la dicha compañía cien castellanos, los cuales son de lo procedido y principal de la dicha mercadería, los cuales cien castellanos han de cobrar de todos los que en ello tuvieron parte, que son los sobredichos 24.

 

Esta compañía suplía la manifiesta incuria de Colón jr. en alimentar a un territorio, enquistado en sus dominios, pero que no controlaba.

 

se mostró escasamente colaborador con los expedicionarios y con el nuevo asentamiento de las tierras continentales y solo de mala gana apoyó con envíos ridículos y con manifiesta renuencia a los desesperados colonos del Darién 25.

 

No conocemos bien cuales fueron las relaciones, de inversión, crédito o deuda, entre esta compañía y la del Mar del Sur, de Balboa y otros socios. Que las hubo, no hay duda, pues su objeto social fue coincidente: el suministro de Tierra Firme. Si sabemos de una ampliación de capital en la que participó Arbolancha, otro criado del Rey. Desde luego, cuando Docampo se presente en Antigua con su par de naos salvíficas, no lo hará gratis et amore, por mucho que la cercanía geográfica pontevedresa de las familias Campo y Balboa haga sospechar que sus familias eran viejas conocidas.

¿De dónde obtenía Campo los generosos recursos que dedicaba a sus inversiones? Todos los autores nos presentan la hacienda Compostela como una explotación agrícola tradicional, es decir, no destinada a perder el tiempo lavando pepitas de oro en arroyos, sino a la producción de carne, cereales y azúcar para que los afortunados prospectores pagasen los suministros con sus existencias del dorado metal. La agricultura tradicional era el verdadero negocio, que se lo digan a Nicuesa que protagonizó una quiebra fastuosa cuando torció su destino la escucha los Cantos de Sirena provenientes de la Tierra Firme; en su día él había entrado a la parte en otra hacienda agropecuaria con el aval de su encomienda.

 Pero hay evidencias de que Docampo no descuidó ningún negocio del grupo de los rentables. Sin soltar la espada ni la ballesta (de hacerlo no duraría vivo una vuelta de clepsidra), devino en un cambeador de casi todo, bah, de todo. Vino:

 

confieso que tengo en poder de Juan de León, vecino de Alanís, veinte arrobas de vino que yo compré en la dicha villa a ochenta y cinco maravedís la arroba, y me tiene él en su poder el dicho vino 26.

 

Equinos:

 

Y confieso que me debe Juan de Llanes, vecino de Sevilla, nueve ducados de oro de un caballo que le vendí, de los cuales tiene hecho un contrato público de deudo ante Bernardo de Ulloa, escribano público de Sevilla”. “Y por esta carta de mi codicilo hago gracia y suelta a Juan de Llamas, vecino de esta ciudad de Sevilla, de un castellano de oro de los nueve ducados de oro que confieso que él me debe de un caballo que le vendí, la cual gracia le hago porque es hombre necesitado 27.

 

Cueros:


Y confieso que Juan Romes, curtidor, vecino de esta ciudad de Sevilla en la colación de San Lorenzo, le debe trescientos ducados de oro que en mi testamento tengo declarados que Juan de Oñate por mi mandado le prestó, y que estos dichos trescientos ducados de oro confieso que fueron para que el dicho Juan Romes los comprase en cueros, los cuales tiene comprados, para que en compañías comprase y vendiese, y que la ganancia que en ello hubiere la partiésemos de por medio, que el hubiere la mitad y yo la otra mitad; por ello mando que toda la ganancia que yo en ello había de haber y me había de dar de mi parte, que la haya y se la dé a Inés Romes, hija del dicho Juan Romes, mujer de Alonso de Noya, mi primo, los cuales yo le mando por los muchos cargos que de ella tengo y buenas obras que de ella he recibido 28.

 

Banca clásica:

 

confieso que me deben en la isla de Cuba que es en las Indias del mar Océano, dos vecinos de ahí, uno que se llama Ordaz, y el otro su compañero con él de mancomún, cuarenta castellanos de oro por una obligación que me otorgaron ante Espinosa, escribano público de la isla de Cuba, puede haber quince meses poco más o menos, etc., etc. 29

 

Se refiere a su segunda estancia en Cuba (1513).

Campo operaba sobre todo en el Sur de La Española. Sería bonito que hubiese querido honrar a su patria chica, Tuy, después de haber alardeado de la patria grande, Compostela. No lo podemos probar, pero lo cierto es que la villa bautizada con el antiguo nombre de Tuy (La Buenaventura), no le resultaba en absoluto desconocida:

 

Y asimismo confieso que debo a Fernando de Mesa, vecino de la Buenaventura, cuatro pesos de oro por un albalá mío, mando que se los paguen y declare que el me tiene en prenda un caballo morcillo ensillado: mando que lo cobren de él si el dicho caballo estuviere vivo y si no, cobren los aparejos de él y le paguen la dicha deuda 30.

 

Una mercancía va desapareciendo paulatinamente de sus negocios: la carne humana. No es que ello disculpe la práctica entusiasta de la trata en el pasado, como un pecadillo de juventud. Naturalmente, ése era el sino de su tiempo y todos tuvieron esclavos, sin excluir al apologético padre Las Casas. Pero creo de justicia resaltar la evolución positiva. De hecho, ordenará mortis causa la manumisión de su último esclavo, el chino García.

 

 

 

 

 

 

1 Carmen MENA GARCÍA. Aquí yace Sebastián de Ocampo a quien Dios perdona. Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, jul-dic. 2.012.

2 Bartolomé DE LAS CASAS. Historia de las Indias, L I y II. Fondo de cultura económica, México, 1951.

3 Luis ARRANZ MÁRQUEZ. Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Ediciones Fundación García Arévalo. Madrid, 1991.

4 Carmen MENA GARCÍA. Preparativos de Diego de Nicuesa para poblar la Tierra Firme. Sevilla y los mercaderes del comercio atlántico. Revista de Indias. Sevilla, 2012.

5 Ibidem.

6 Ibidem.

7 Ibidem.

8 Ibidem.

9 Ibidem.

10 Ibidem.

11 DE LAS CASAS, ibidem.

12 Carmen MENA GARCÍA. Aquí yace Sebastián de Ocampo a quien Dios perdona. Anuario de Estudios Americanos, Sevilla, jul-dic. 2.012.

13 Antonio GUTIÉREEZ ESCUDERO. Las capitulaciones del descubrimiento y rescate: La Nueva Andalucía. Araucaria, Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, nº 21. Primer semestre de 2009.

14 MENA, Preparativos, ibidem.

15 DE LAS CASAS, ibidem.

16 Manuel GIMÉNEZ FERNÁNDEZ. El plan Cisneros-Las Casas para a reformación de las Indias. CSIC. Madrid, 1984.

17 Ibidem.

18 Gonzalo FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS. Historia general y natural de las Indias. Biblioteca virtual Cervantes. Alicante, 2011.

19 MENA, ibidem.

20 GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, ibidem.

21 DE LAS CASAS, ibidem.

22 GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, ibidem.

23 Ibidem.

24 MENA, Aquí yace, ibidem.

25 MENA, Preparativos, ibidem.

26 Ibidem.

27 Ibidem.

28 Ibidem.

“confieso que me deben en la isla de Cuba que es en las Indias del mar Océano, dos vecinos de ahí, uno que se llama Ordaz, y el otro su compañero con él de mancomún, cuarenta castellanos de oro por una obligación que me otorgaron ante Espinosa, escribano público de la isla de Cuba, puede haber quince meses poco más o menos; y porque yo les mandé con un amigo carta mensajera que diesen y pagasen los dichos cuarenta castellanos a Francisco de Córdoba, vecino de Alanís, mando que si no se los hubiesen dado y pagado al dicho Francisco de Córdoba, que el dicho Francisco de Córdoba los haya y cobre para sí”. “Y confieso que me debe Juan Romero, vecino de Capillas, tierra de La Serena, difunto que Dios haya, ochenta y dos pesos de oro por una obligación; y porque el dicho Juan Romero es difunto y yo no tengo certidumbre de la hacienda que dejó, si era suya o no, mando que esto vieren: quedando de él bienes de que buenamente se puedan cobrar los dichos pesos de oro de sus herederos o de cualquier otra persona que su hacienda tuviere, mando que se cobren, y si no hubiera dejado hacienda para ello de que buenamente se hayan de cobrar, yo le hago gracia y limosna y suelta por amor de Dios;” “confieso que me debe Bernardino de Texada, hijo de Colchero, vecino de la ciudad de Toledo, el cual tenía un hermano en las Indias que se llamaba Serrano, veintiséis mil maravedís que pagué por él a Fernando de la Isla, y más me debe diez castellanos de otro que pagué por él como su fiador a Andrés de Haro y tengo de él escritura de gasto, la cual tiene en su poder Diego de Torres, fiador de Bernardino de la Isla que está en las Indias del mar océano o en poder de Alonso de Ocampo, mi primo, mando que sean cobradas por él; y mando que todas las deudas que me deben en las dichas Indias todas las persona que tengo declaradas en el dicho mi testamento y codicilo se cobren y vengan todas a la Casa de Contratación; que todo lo que así se cobrare y hubiere, como dicho es, de las dichas deudas, lo haya y cobre todo Juan de Oñate, platero, vecino de esta ciudad de Sevilla en la colación de Santa María, y que teniendo él todo en su poder lo que así se hubiere cobrado y cobrare, que sea tenido y obligado de dar toda la cantidad de maravedís que fuesen menester para cumplir y pagar el dicho mi testamento y codicilo, y todo lo que restare en su poder cumplido dicho mi testamento y codicilos, quiero que todo lo entregue al dicho Pedro Fernández de Tuy, mi padre…

29 MENA, Preparativos, ibidem.

30 MENA, Aquí yace, ibidem.

 

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