miércoles, 12 de julio de 2023

CON FEIJÓO

SUMARIO:
1.-CON FEIJÓO
2.-¿DE QUIEN ES LA CASA QUE CONSTRUIMOS EN SUELO DE MI ESPOSA?
3.-IL BRAGUETTONE


1.-CON FEIJÓO

El debate en la 3 no ha dado para filosofías ni teologías; ahora bien, creo que ambos oponentes han seguido fielmente el consejo de sus asesores: "muéstrate como eres". Es como si nos hubiesen retransmitido los pulmones, las tripas y hasta el trigémino, sea esto lo que fuere. 


2.-¿DE QUIEN ES LA CASA QUE CONSTRUÍMOS EN SUELO DE MI ESPOSA?


Me encanta este petroglifo en Fentáns (Pontevedra) de hace unos cinco milenios. Muestra el inicio de la carrera armamentística: repara en la diferencia de tamaño entre el guerrero con su escudo y la espada de hierro, nueva bomba atómica, fuente de todo poder.


¿DE QIEN ES LA CASA QUE CONSTRUIMOS EN SUELO DE MI ESPOSA?

 

Cuando se construye durante y a costa del matrimonio en suelo privativo de uno  solo de los esposos, a veces, el vuelo absorbe al suelo, y la totalidad (suelo+vuelo), se convierte en ganancial; en otras ocasiones, el suelo predomina, y la totalidad (suelo+vuelo), pasa a pertenece a la propiedad privativa del esposo, dueño del solar. Menudo trabalenguas, ¡cuántos pleitos ha originado! Intentaremos sintetizar el tema, pues existe una clara línea de corte según la fecha de terminación de la obra (arts. 1404CC antiguo o 1359CC moderno):

  

-Construcción terminada antes de 13 de mayo de 1.981 (reforma CC): Se produce la llamada ACCESIÓN INVERTIDA (el vuelo se come al suelo); es decir que la sociedad de gananciales se hace dueña tanto del edificio como de la finca privativa sobre la que está construido. Su reflejo es el antiguo art. 1404 CC: “Las expensas útiles hechas en bienes peculiares de los cónyuges mediante anticipaciones de la sociedad o la industria del marido o la mujer, son gananciales. Lo serán igualmente los edificios construido durante el matrimonio en suelo propio de uno de los cónyuges, abonándose el valor del suelo al cónyuge a quien pertenezca”.

-Casuística:

* El traspaso de propiedad del suelo se produce por ministerio de ley, antes incluso de la compensación.

*Podría ser aplicable a mejoras o rehabilitaciones de importancia (+50%), en cuyo caso el vuelo se comería el suelo, excepto una parte del vuelo privativa.

*El tema de la subrogación: Si se construyó en privativo con fondos gananciales, vigente el 1404; y luego se derribó la edificación y se construyó otra (vigente el 1359); el terreno ya se habría convertido en ganancial, y así lo sería el nuevo edificio, conforme a ese mismo 1359.

*Por último, puede ser tema de discusión si la finca absorbible por el edificio es solo el solar ocupado o toda la finca. A mí entender en Galicia, dada la indivisibilidad esencial y legal de los terrenos, está meridianamente claro que debe extenderse a toda la finca. Si fueran segregable, la R. DGRN 29/03/1954 entendió que solo alcanzaría la “accesión invertida ex 1404” al solar ocupado y no al resto de la finca. Caso de hallarse una parte en proceso de expropiación, de alguna forma se produce una “segregación legal”, por lo que entiendo que la parte expropiada no se vería afectada por la ganancialidad sobrevenida.

 

-Construcción terminada a partir del 13 de mayo de 1.981: Se produce la llamada ACCESIÓN ROMANA (el suelo se como al vuelo, ad ínferos, ad caelum, por abajo hasta el infierno y por arriba hasta el cielo). Su reflejo es el moderno art. 1359 CC “Las edificaciones… en los bienes gananciales o en los privativos, tendrán el carácter correspondiente a los bienes a los que afecten, sin perjuicio del reembolso del valor satisfecho”.

Casuística:

*La sociedad de gananciales es acreedora por el aumento del valor del terreno privativo, al tiempo de la disolución de la sociedad. Pero se ha planteado doctrinalmente si la sociedad pueda reclamar el importe actualizado de los fondos gananciales invertidos (no parece tenga apoyo legal).

*Caso especial: (¡Interesante para Galicia!) Si se construye, constante sociedad conyugal y a su costa, en terreno de los padres de uno de los esposos y, después, este lo hereda, el terreno debe considerarse privativo, dado el carácter aberrante de esta forma de accesión y, por tanto, de interpretación restringida.

 

 

COMENTARIO: Lógicamente una oscilación tan radical de propietario (o el esposo/a-heredero o la sociedad conyugal) puede ser apto para territorios donde “la construcción” es un hecho recognoscible, cuyo fin de obra se certifica y declara formalmente a día cierto, pero no para Galicia, donde se construye estilo La Sagrada Familia y las edificaciones aumentan y se rehacen a lo largo de décadas o incluso de siglos bajo el principio del “Ti vai facendo”.

 

Sobre estos temas tratan las STS de 14/10/1982 y 25/05/1950.

 

En fin, en la Galicia tradicional estos temas pueden volverse muy enrevesados. No me quiero ni imaginar que pasaría caso de una compañía familiar, o peor aún, si el régimen fuese la "veciña".


3.-IL BRAGHETTONE


II-

Pongamos al hombre frente a su infinita pequeñez

Cuando Roma estaba siendo saqueada por el emperador, Florencia, la ciudad tótem de los Médicis, se sublevó contra La Famiglia (El papa Clemente de Médicis estaba atrapado en la mole Santángelo). Fue una borrachera de libertad y Miguel Ángel, uno de los diez de la Guerra florentinos, de los más ebrios. Llegó a inventar un sistema para detener los cañonazos a base de colchones colgados en las murallas. Pero la situación dio un giro cuando el papa, viendo que no podía enviar al emperador al Infierno, la catapultó al Cielo coronándolo en Bolonia al estilo de los antiguos césares.  A cambio, le pidió que proclamase la cruzada.

—¿Para liberar Jerusalén, Santidad? ¿O antes Egipto, Grecia, Anatolia...?

—Florencia, Alteza imperial.

—¡Pero si eso está en dirección contraria!

A Carlos V le convino. Asedió Florencia. Cuando cayó la plaza, el papa entronizó en ella de nuevo a su hijo, el mulato duque Alejandro. Nadie que se enfrentaba a los Médicis tenía una muerte fácil y el divino Miguel Ángel era divino, pero no bravo. Se enterró en vida en el panteón de los Médicis, pero el abad custodio del monumento lo delató a Clemente VII. ¿Hombre muerto? No, vivo. La rueda de la fortuna se encaprichó en dar un nuevo giro. Al papa, Buonarroti le servía mejor vivo que muerto. Tenía una idea en mente. Los que, como Cellini, le vieron pasear obsesivamente por los corredores del Santángelo en los días del cerco pudieron escucharle frases como esta:

—Una obra de arte que lo cure todo.

  Sabían perfectamente lo que su Santidad estaba pensando. “Se hace preciso borrar de la conciencia de los hombres la humillación del Saco. Necesito un maestro que cree la máxima obra que el arte pueda dar de si, por los siglos de los siglos amen. Algo que ponga a los hombres frente a su infinita pequeñez”.

—Nos crearemos la obra de arte total. Algo que suprima de raíz cualquier disidencia. Sea en el muro testero de la Sixtina, el lugar más santo de la Cristiandad.

Miguel Ángel y Clemente. Estaban atrapados el uno por el otro. Muertos Leonardo y Rafael, no quedaba ningún artista realmente grande por más que tuviera escrita sobre su frente la palabra “traidor”. El papa necesitaba al divino traidor para recuperar su crédito. Pero Miguel Ángel necesitaba al papa para seguir respirando. Cada uno tenía lo que el otro más deseaba.

 Clemente terminó su monólogo:

—… Una obra que cuando la contemplen mis enemigos se sientan humillados hasta los tuétanos.

  —¿Podríais resumir, micer Piombo? —le encareció un Nelo cada vez más ansioso. En su campo visual había una mesita desplegable, adosada al cofre del erario, y encima, plato, cuchillo y todo lo necesario para una cuchipanda, a pesar de la hambruna que ya afectaba al Santángelo.

  —¿Sabes lo que le encargó? —respondió Piombo—. Mmm... ah, entonces uno de esos salamis de Toscana… si quedan —añadió en dirección al criado que le había acabado de informar que ayer se había consumido el último pichón en salmuera.

  —Supongo que le encargaría uno de esos frescos de La Justicia a tamaño catedral —dijo—. Conozco las fantasías de los Médicis.

  —No, no, no y no —dijo el Signatario en tono juguetón. Canturreó—. Le encargó un fresco de La Resurrección para el muro testero de la Capilla Sixtina. ¿Simbólico, no? Roma resucita y patatín y patatán.

  El sirviente le tiró de la manga que sobresalía del luco y le ofreció una cebolla. “¡Hola, salami de Toscana!”, dijo Nelo en tono perfectamente audible.

  —Una Resurrección. ¡Gran jugada del papa! ¡Magnífica venganza florentina! En vez de matar a Miguel Ángel, algo tan vulgar, ¡lo convierte en su esclavo político! Le obliga a pintar la mejor obra de arte de todos los siglos, a mayor gloria de la familia Médicis. ¿Qué? ¿Han superado los ahorcamientos boca abajo? ¡Esto no es nada! ¿Te das cuenta del papelón de Miguel Ángel? ¡Venía de sublevarse contra los Médicis en el acto más heroico de su vida! ¡El liberador endiosando al asesino de la libertad! ¡El reo que besa el hacha del verdugo!

¿A qué me suena esto? A La Justicia.

—Ahora querrás saber —prosiguió el funcionario cuya barba estaba teñida de alheña, sí, sin duda—, como respondió el divino. Tampoco estuvo mal, no señor. Un digno esgrimista. Pues va Miguel Ángel y... ¡Un momento! ¿Nos serás uno de esos que le va a la Inquisición con el cuento?

  —¿Es de ese género lo que voy a escuchar?

  —Peor, para decirlo claro —dijo Piombo que, acto seguido, inclinó la cabeza como diciendo “entre nosotros, eh”.

  —Consideraría un honor que me tuvierais por persona de vuestra confianza.

  Piombo escrutó al famélico volterrano con los ojos achinados, como diciendo: Vaya, vaya, quizás este hombre merezca recibir el don de la comida ¡imagínate que consiga entrar en el círculo de Macelo de Cuervos!

  —¿Y qué es lo que hizo Miguel Ángel? Si se hubiera negado a pintar la Resurrección, el papa no lo hubiera matado. ¿Cómo iba a dar muerte al creador del Dios Creador de la cúpula de la Sixtina? No, que absurdo. Pero no fue precisa ni siquiera esa negativa para que Miguel Ángel se saliera con la suya.

  Nelo, que hasta entonces escuchaba atentamente, empezó a sentirme estafado por la verborrea.

—No os he pedido que me contéis porqué el divino maestro se negó a pintar esa Resurrección, solo os he preguntado cual es el encargo artístico en concreto y si me toca algo.

  —Es que no se negó. Hizo algo mucho más terrible.

  Se escuchó un desagradable crujido, como un hueso que se rompe. Eran las estanterías de madera, abrumadas por la cantidad de moneda y lingotes que estaban obligadas a sostener. Ser ungido emperador no es gratis.

  —De verdad, Piombo, necesito un trabajo con urgencia ¿es necesario que me contéis todas esas cosas?

  —Olvida esa impaciencia, ¿quieres? …No se negó, amigo, no se negó. Qué va. Se desmadró. Presentó a Clemente VII unos cartones preparatorios en los que Cristo resucita desnudo, como un Apolo. ¡Santo Cielo! Desnudo... DESNUDO. ¿Lo viste alguna vez? Dios mío, Dios mío, ¡como no le puso ni tan siquiera un paño de vergüenza! Hay más. Jesucristo sale por los aires estilo Faetón, en vez de sentarse sobre el sepulcro para hacer un pequeño descanso como es lo tradicional. Soldados, mujeres evangélicas, santos varones... ¡Todos desnudos! ¡TODOS! ¡Como Adanes y Evas! ¡Que escándalo, que divino escandalazo!

  —Pero... ¿por qué hizo eso? —preguntó Nelo.

  —Esa no es la pregunta. Estamos hablando de la capilla Sixtina. Por Dios, Nelo, ¿de verdad crees que donde se vela el cadáver de los papas puede haber un Cristo desnudo, desnudo... DESNUDO?

  —No entiendo ¿cómo...?

  —¿Se atrevió? No se sabe. Se dice que el alma de Miguel Ángel sigue con los rebeldes, que sufre una crisis religiosa e incluso ¡que hay una mujer! Nadie te saca de dudas.

  —¿Una mujer? Oíd, Piombo, el que me veáis tan delgado no os da derecho a tomarme el pelo —Esbozó una sonrisilla cínica. Nelo sabía muy bien que clase de género gustaba al divino.

  —No soy yo quien lo ha dicho —El funcionario cruzó el índice sobre los labios, como si detrás de esta palabra, “mujer”, hubiera alguien muy importante y peligroso.

  —¿Por qué el papa no lo mató allí mismo? —preguntó.

  —Lo del escandalazo lo dijo el camarlengo, no Clemente. El papa se quedó callado. A la luz de su actuación da la impresión de que tiene dudas. Lo más probable es que una de las opciones que maneje sea el ahorcamiento de Miguel Ángel. Su hijo, Alejandro el mulato, suspira por ello. La alternativa sería un cambio de tema. Algo relacionado con la justicia. Un juicio… El Juicio de Catilina y sus conspiradores o algo así. A los antiguos, está permitido desnudarlos, a los del Nuevo Testamento, no. Aquí es donde podrías entrar: se supone que será una composición espectacular: Catilina, Cicerón, Cesar, el senado romano al completo... ¿Entiendes? Ayudantes, necesitará ayudantes, para las nubes, para los árboles, para...

  —No soy un ayudante, no lo soy —dijo Nelo cerrando ambos puños—. Yo también soy un fresquista.

  —Y no aceptarías un trabajo de ¿marmitón?; es eso lo que quieres decir ¿verdad? ¡Y yo que creía que venías a echarte a mis pies dispuesto a todo! —Volvió a recorrerlo con su mirada, algo globosa— Te diré lo que vamos a hacer de momento. Descontaremos una de esas letras que Perino te ha remitido desde Génova y podrás terminar ese par de evangelistas en San Marcelo. ¿Qué te parece?

  —Ese dinero es mío, ayer apenas comí unas judías verdes. Descontaremos la mitad… no, todas. Y que Dios os lo pague.

  —No, de momento pagará su segundo de a bordo que es el papa. Pero no le cojas mucho cariño al encargo. En cuanto su santidad te llame, lo tendrás que dejar.

 

De nuevo se ve a Nelo subido al andamio de San Marcelo entre bandadas de palomas que penetran por los huecos de los cañonazos. Se le ve frente a un San Lucas, mutilado de cintura para abajo por los herejes. Abajo, entre montañas de escombros y excrementos, Urbino prepara el arricio (el fondo del fresco a base de cal y puzolana). Arriba, en la cúpula de la capilla de la Crucifixión, se ve a Nelo dar de martillazos a lo que queda de las pantorrillas de San Lucas. La promesa de Piombo le había insuflado un ahhelo pugnaz. ¡Trabajar para… o sea, con, Miguel Ángel! Daría una pierna.

Se le puede ver durante semanas, picando el lienzo antiguo, encalando por encima. Se le ve apresurado, pintando sobre la última capa, el intonaco (una mezcla de cal mojada y mármol). Si se deja secar, se arruina el fresco. Previamente, ha punzoneado los cartones, soplando polvo de hollín a través de unos agujeros que siguen el trazo del dibujo. Ahora vemos ya renovados a San Marcos y San Lucas y al novillo y dos angelitos añadidos de su cosecha. Un resultado ¿de semanas, de meses? Que más da si la impaciencia ha sido indiferente contra el destino: Miguel Ángel no regresará a Roma. Jamás. Teme al cadalso.

Aquella tarde se quedó un buen rato recogido frente a los frescos. Una intuición desasosegante pugnaba por introducirse en su mente. ¿Estaré condenado a que sea así siempre? ¿Un siervo de Abadón, el destructor? ¡Dios mío, nunca crearé de la nada como un genio corriente! Sí, pero ¿y los que no han hecho ninguna cosa en la vida? ¿Qué? ¿Acaso no es mejor tener un genio vicario, aunque solo sea eso?

  Durante aquellas interminables conversaciones a gritos de suelo a andamio, Urbino le habló de un invento que o bien había realizado Perino, o bien Piombo, o quizá los dos al alimón, en la Logia de los Héroes de Génova. Nunca se conocen del todo los recovecos mentales de una mente simple, pero al parecer se trataba o de óleo sobre fresco, fresco sobre óleo, sólo óleo o cualquier otra combinación aceitosa. Se trataba de una famosa técnica ya experimentada en la antigüedad por Papeles, aunque lo más probable es que el de Urbino se estuviese refiriendo a Apeles, el pintor más famoso de la antigüedad.

 

  —¿Dónde estaba esto? —preguntó un tipo de rostro alargado y triste como un repollo hervido. Acababa de entrar en San Marcelo procedente del Corso y tenía un trozo de escombro en la mano. Tras él entró otro, más tripudo, caracoleando como una jaca andaluza. Por toda respuesta, Urbino elevó su mirada hacia el andamio. El escombro que tenía en la mano el recién llegado Perino del Vaga era una de las antiguas piernas de San Lucas, pretendidas piernas, porque nadie recuerda un Evangelio en que San Lucas salga con botas. Por eso se las habían arrancado a martillazos.

  —Debajo del tórax —respondió Nelo, que consiguió acabar su respuesta a pesar de que un vaho de humedad le nubló la vista—: Estaban completamente arruinadas por los luteranos, la otra aun estaba peor.

  —Pues yo no les veo ni un solo defecto a esas piernas —dijo Perino, aún irritado. El encargo era aprovechar lo más posible.

  La repetición de la palabra “pierna” arrancó a Nelo un suspiro de dolor, tal que si le trajera algún recuerdo desagradable.

  Piombo alzó las manos pidiendo paz.

  —¿Por qué no aprovechamos las habilidades decapantes de este buen hijo de la Iglesia? —dijo—. ¿No es eso a lo que veníamos, Perino?

  —Creo que Nelo debería ser más respetuoso con los antiguos maestros antes de ponerlo a trabajar en la Sixtina.

  Urbino no pudo contener un irreverente gritito de excitación, a pesar de la presencia de tan importantes personajes.

  —¡¡¡LA SIXTINA!!! ¡Ves como tenía mis influencias¡ ¡Y ni siquiera hizo falta utilizarlas!

  —¡O Dio! ¡Yo tengo que hacer frente a mis responsabilidades!      

  —¿El trabajo en San Marcelo? —dijo Piombo— Mmm..., bueno podrá esperar otros cien o doscientos años. Vuestros plazos de entrega acostumbrados ¿no? Lo que yo os vengo a sugerir es....

  Lo que  les vino a decir era que estaban pensando en darle una sorpresa a Miguel Ángel. Anticipó algo sobre la clase de sorpresa. Piombo estaba pensando en su famosa técnica del “óleo a la genovesa”. Por supuesto, nadie tocaría la pared sagrada de la Sixtina sin estar el maestro delante: de lo contrario montaría en cólera y el papa, tan interesado en el proyecto, haría pedazos al insolente. Se trataba tan sólo de tenerlo todo dispuesto para cuando llegara a Roma. De empezar el acondicionamiento del muro.

  Nelo quedó paralizado por la conmoción. Lo que las palabras de los recién llegados, Perino y Piombo, quería decir, es que por fin Miguel Ángel había aceptado pintar el muro del altar de la Sixtina. ¡Volvía a Roma! Al parecer, había abandonado los trucos. Que argumento lo pudo haber convencido es algo que escapa a la comprensión humana. Hasta ahora, ni los intentos de asesinato del duque Alejandro lo habían logrado. Y eso que para él, el que lo quisieran matar, era un argumento de lo más convincente. Tenía pavor a la vieja de la guadaña.

  —Sapristi ¿qué le dio Clemente a Miguel Ángel? —preguntó Urbino a los recién llegados con un tono tan alto que sería insolente si él no fuera, no sé... un simple ¡botarate!

  —Le dio todo —zanjó Perino en tono que excluía las aclaraciones.


 


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