miércoles, 28 de septiembre de 2011

VOLTERRA


Como estamos muy tristes por el derrumbamiento de nuestras esxpectativas de futuro, he pensado insertar un reportaje sobre una ciudad toscana muy divertida: VOLTERRA.

Mi excursión a Volterra, acabó siendo un asunto irremediable. Pasa, que estoy obsesionado con Miguel Ángel y su fresco el Juicio Universal, a cuyos desnudos, el pintor Riciarelli, natural de Volterra, tuvo que poner braguetas. Riciarelli a su vez pintó un fresco bastante chusco en la Trinidad del Monte, y, mientras lo contemplaba, me entraron ganas de saber porqué el tema era una Deposición o descendimiento de la cruz, algo poco frecuente en el renacimiento. Este fue el motivo de que, en el pasado puente de difuntos, me encontrase en la librería M. T. Cicerón que es un sótano cercano a la Fontana de Trevi, leyendo un libro titulado Riciarelli amico di Michelángelo. Me enteré de dos cosas sobre la ciudad de Volterra: lo del espeluznante descendimiento, que dejaremos para más adelante, y que el pintor Riciarelli la llamaba Vola Terra. ¡Una ciudad que vuela, como la de Torrente Ballester! ¡Que se precipita, desciende o cae! Si sois novelistas, sabréis porqué la excursión se hizo irremediable; si no, creo que renunciaré a explicároslo.

Me encantan esos grandes combis de Mercedes, que ponen a tu disposición en los congresos de Hacia un Ministerio de Hacienda europeo. Puedes estirar una mesa, beber agua San Pellegrino, leer, escribir y poner distancia con los restantes pasajeros. El chofer era el típico chico italiano bien vestido, o sea que era rumano. Dijo que se llamaba Ismael y yo le dije que Quequeg. Cuando estaba a punto de decir que era una broma, la otra pasajera, que se llama Pilar, es de Zaragoza y trabaja en la Caja de ahorros de Zaragoza, Aragón y Rioja dijo que sí, que qué bien, que ella también iba a ponerse un nombre nativo, para solidarizarse con los pueblos subsaharianos, aunque yo lo sentía, Pilar, pero me llamo Jacques Millot, y estoy muy bien aquí, gracias. Es por la mesa. Ella, iba a Volterra, a interesarse por los efectos del cambio climático sobre los tartufos, que es como llaman por aquí a las trufas. Yo no creo en el cambio climático, a pesar de que Pili me intentó educar, enseñándome con el dedo lo marroncitos que están los rastrojos entre Umbría y Toscana. Pero me sentía muy a gusto porque, al menos, la bancaria, no estaba fuerte en literatura. Me hallaba a salvo de que descubriera la disfunción que me aqueja: leo tanto, que todos mis pensamientos, son pensamientos prestados por escritores. Por ejemplo, ahora estoy pensando que solo tengo “Ideas Recibidas”, como dice Flaubert en Bouvard y Pecuchet. Me sentía tan relajado, que me agradó mucho ver como volcó un motocarro verde, que iba por la carretera, delante de nosotros. Se quedó boca arriba, apoyado en el portón trasero. No diré que el señor agitaba las patitas en el aire, como cierto escarabajo, porque ya sería demasiado. Lo que pasa es que Pilar, una mujer caballuna, cuyo cuerpo parecía distribuido en cuartos, insistió mucho en educarme. Se empeñó en hablar de Sthendal, que siguió hasta Volterra a la hermosa Matilde Viscontini. La bella le dio calabazas y este fracaso, preocupaba mucho a mi reciente amiga. A mi no tanto, lo que de verdad me preocupa es donde se pueden encontrar hoy en día mujeres como la Viscontini. Unos ojos verdes de infarto, escritora, revolucionaria y feminista antes de inventarse el concepto y como guinda del pastel, jardinera. Las jardineras eran las responsables de un grupo carbonario de nueve miembros, llamado el jardín, y a mí todo eso de mi jardín esta abierto, entra en mi jardín, etcétera me dispara la fantasía. ¿Dónde están hoy las jardineras? ¿Dónde estáis, emoción y fantasía? ¡Solo nos queda el cambio climático!

Pilar perdió fuelle con lo de Sthendal, e Ismael tomó el relevo, pretendiendo que yo le enseñara italiano. Pensaba abrir una ruta turística y yo le dije que no, que Volterra no era el sitio adecuado. No creo que me entendiera, porque no sé traducir la palabra Infierno al rumano. Pero yo estaba a gustito, y me seguía riendo por lo bajinis del tipo del motocarro. Sé que está mal reírme de esas cosas, pero no lo podía evitar. Un hormigueante júbilo me recorría las entretelas pensando en Vola Terra, sin olvidarme de los pavorosos descendimientos, a cuya contemplación estaba impaciente por dedicarme. Por las ventanas, tintadas de morado, pasaban curiosidades como San Giminiano, la Nueva York medieval o el barranco de los fósiles de Orgiaglia, conocido por las numerosas piezas de equinoideos, lamelibranquios y gasterópodos.

Fue agradable ver aparecer el odioso Macho, el torreón florentino de Volterra, ocupado en la perpetua violación de una grácil torre más pequeña conocida como la Hembra. El Macho tenía por función, tener sujetos a los habitantes, y aún hoy es una cárcel, porque Volterra, luego sabréis porqué, es una ciudad con vocación finalista: manicomio, cárcel, hospital de incurables. En la cima de una montaña amesetada, solo con verla se comprende porque no ha conocido una expansión industrial o residencial, como sus hermanas italianas. Es toda pura, todas sus casas son del medievo o del renacimiento, con la ventaja de que está protegida del turismo por cientos de curvas vomitivas... sin hablar de algo espeluznante. No creo que ningún tour-operator desee que su clientela acabe en el Infierno.

En la puerta de Cezi nos despedimos de Ismael, hasta las siete. Estaba empeñado en ir al Macho y yo le dije, sí, vete al Macho. Tal vez sea un “sin papeles” y se quede allí. Por supuesto, también le dije adiós a Pilar, para que se fuera con sus trufas del cambio climático, pero ella debió pensar que aún no había concluido con mi educación y decidió acompañarme.

Recorrimos el museo Etrusco, en el palacio Guarnachi. Pilar parecía haberse convertido en una comadreja u otro de esos animalitos hiperactivos. Se sabía de memoria la guía Mondadori y estaba empeñada en convencerme de que éste era el mejor museo Etrusco del mundo. Millares de urnas cinerarias con estatuas de esposos encima. Yo, que me había documentado en la M. T. Cicerón, sabía que el museo según los criterios actuales es una birria. Sistema de exposición a la antigua, por materias, no por edades, relaciones culturales, etc. Una birria, una birria maravillosa. ¿Cómo os lo explicaría? Más o menos, cada sala esta presidida por un rótulo que dice: “Al Infierno, en carro” “Al Infierno en pareja” “Al Infierno en cuádriga”. En las urnas de cada clase, los relieves nos ilustran con detalle, sobre las diversas maneras de irse al Infierno. Es como si dijeran: “A la mierda en tren, a la mierda en barco, a la mierda en moto...” Al final de la jornada, cuando contemplemos el espeluznante descendimiento, comprenderemos todo esto. De momento, Pili, que me veía apretar los dientes para contener la risa, pensó que eran urgentes unas nuevas dosis de educación. Sthendal residió en este palacio, espero que eso te interese, Jacques; y el conde Guarnachi, su anfitrión, le exhibió dos cuadros de Riciarelli, un buen imitador de Miguel Ángel. Información que yo podría completar, pero no lo hice, con algo que no sale en la Mondadori: el francés vino a Volterra en pos de su Jardinera, cuyos hijos estudiaban aquí. La bella jardinera se encontraba en compañía del poeta Ugo Fóscolo, hoy muy usado para citas citables en periódicos. De él se dice que tenía dos. Dos de eso que los chicos normales tenemos uno solo. Dos. De verdad. Así no hay quien compita, claro. Claro que ella firmaba sus escritos Matilde Brunnaderm, que quiere decir, lo pondré en italiano Matilde acqua di polla.

Salimos a la calle Guarnachi y, tienen razón las guías en que, la luz del sol, al cambiar de posición o por efecto del polvo o quien sabe, hace que las casas cambien de colores. Es verdad, pero ¡ojo!, son colores aburridos y repelentes: excrementos, vómito, caldo de centolla. Los rótulos de las callejas laterales, que van soterradas en parte, tienen puestos unos nombrecitos que... ¡vaya nombrecitos!: vícolo de los estrangulados, vícolo de los prisioneros, vícolo de los ahorcados. Extensiones terrosas, abultamientos del suelo, grietas, podredumbre, nos ponen en antecedentes de la terrible digestión que sufre esta ciudad. Moscas, estatuas mancas o decapitadas, inscripciones que van siendo tragadas por la fuerza constrictora. Ciertamente, en una época, la ciudad buscó la vida, intentó coger aire, se rebeló bajo la llamada de un joven plebeyo de cabellos rizos, llamado Landini. Pero también el sufrirá la deposición, esperad y veréis. Feria de los tartufos. Las trufas son unas setas negras, que crecen al revés, hacia abajo. Salchichón de trufa, perfume de trufa, miel de trufa, pasta de dientes de trufa... ¿te quedas, nos quedamos? Ni de coña. Pues te acompaño. Que suerte tengo.

Museo Cívico. Me agradó ver la capacidad combativa de Pilar. Regateó a muerte con el conserje, por los doce euros de la entrada. Eso es mucho dinero, tío espagueti, porque a mi marido le interesa una sola obra. Eso dijo. Como yo entiendo bien el italiano, cuando escuché cosas como zoccola, sacco di merda, etc., intervine. Que el billete del museo Etrusco, vale también para el Cívico y el Sacro, aquí lo pone. El de la gorrita de plato, que ignoraba que lleváramos encima el billete múltiple, me dedicó un vai a farti dare nel culo y creo que Pili estuvo de acuerdo. En el primer piso, en una amplia habitación, estaba el objeto de mi interés: el fresco La Justicia de Daniel Richarelli. Lo pintó en una de las muchas ocasiones en que los volterranos, depusieron al comisario florentino. Advertiré que las palabras deposición, hundimiento o abismamiento, tienen aquí un significado muy, muy especial. Los florentinos, en represalia, además de deposicionar a unos cuantos en el gran estómago, obligaron a los volterranos a pintar un fresco de la Justicia, con una grande y punitiva espada. Pobre Daniel, que papelón. Lo más curioso es que la Justicia tiene la misma pinta que Scarlet Johanson, una rubia con un pectoral de bandera. Palabra. En este momento tuve una visión y descubrí el truco de Stehndal. Voy a revelarlo a mis amigos escritores, soy así de generoso. Os ruego que no os ni perdáis una palabra.

Vargas Llosa dice que si Matilde Viscontini le hubiera hecho caso a Sthendal, hubiera sido un desastre, porque nos habríamos quedado sin la Matilde de El rojo y el negro. Gran verdad, asintamos, lo mejor es tener un amor frustrado. Si el amor cuaja, acabará como dice Celine, (otro deposicionario famoso, que viajó hasta el fondo de la noche): “Como uno se vuelve cada vez más feo y repugnante, ya no se puede incluso disimular la pena en el momento del amor y se termina por tener en el rostro esa sucia mueca que, desde los veinte, desde los treinta y más adelante, hace subir por fin el vientre sobre el rostro”. ¿Y como se consigue un amor frustrado, el que nos interesa a los escritores, el guay? Matilde Viscontini era la mujer del mariscal Dembowsky, famosa por sus ideas avanzadas, organizadora de salones, bella jardinera. Es normal que no le hiciera ningún caso, al que ella veía como un oscuro funcionario: Sthendal. Lo mismo que si tú te empeñas en conquistar a Scarlet: lo más que puedes conseguir, es una patada en el culo, de un guardia de seguridad. Fácil ¿verdad? Todo está en apuntar muy alto.

Palacio de los Priori, Señoría, Duomo, Batisterio, Boticellis Caravagios... No os aburriré con esas estupideces, iguales que las que podéis ver en Siena, Florencia, Pisa y tantos y tantos sitios. Si tenéis mucho interés, compraros una postal. Lo único curioso de aquí, es que en el palacio de la Señoría existe un cerdito llamado el cerdito. Ah, bueno, se me olvidaba, puedo contar otra cosa pintoresca. Cuando los demás concejales depusieron desde los Priori al pobre Landini, o sea que lo tiraron por la ventana, gritaron esto: “Viva la correcta administración de los negocios y la amistad del pueblo florentino”. ¿Cómo se puede asesinar a nadie, gritando algo tan largo? ¿No sería mejor un ¡Viva la muerte! o un ¡Dios lo quiere!? En fin, algo de toda la vida.

Comimos pizza en el palacio Mafei. Yo quería ver aquí unos frescos del Riciarelli, un triunfo romano, pero les habían puesto encima fotos de Sofía Loren. Hoy la cosa va de tetas. A la hora de pagar, gran mogollón. En Italia no usan caja registradora; hacen las cuentas con papel y bolígrafo, porque aún no han inventado el IVA. Han constituido un comité formado por Leonardo da Vinci, Pirelli, Marconi y Pinocho, a ver si consiguen inventarlo. Por ahora, tardan un siglo a la hora de il conto, y ya tenía de nuevo a Pilar enzarzada en mi defensa. ¡Factura, factura! Sofía Loren se mondaba de risa. Pili, es una chica muy corpulenta y viste una de esas camisas militares de camuflaje. Consiguió ofender el honor nacional italiano con esas historias de una factura para desagravar y de nuevo volaron los ¡zoccola, zoccola! Llegó a verter unas lágrimas redondas y deslizantes, muy parecidas a las auténticas. Por mi parte, ideas peregrinas que tengo, estaba pensando que Sthendal tiene que haber deposicionado a Matilde. Cuando una mujer llega a un punto que...

Inventario de deposiciones vespertinas: 1) Deposición del duomo: Es una obra ingenua del S XIII. A Cristo le sacan los clavos y cae. Sin embargo el conjunto tiene una fuerza tétrica y fría que hace que no le puedas sostener la mirada mucho tiempo. 2) Deposición del Rosso Fiorentino:¡Esta si que es una locura manierista! Verlo es quedar impactado. Son como muñecos de Disney locos, exasperados que chillan y saltan por todas partes. O saltimbanquis de rostros agudos, tan personales como los del Greco. Colores brutales, rojos provocativos. El Cristo que se derrumba es una mera disculpa para poner en marcha una maquina infernal y demente. No se me quitó de la cabeza. ¿Quién puede haber sido la persona que concibió algo semejante? Pues bien, el tal Rosso no decepciona. Presente en el Saco di Roma, ficha por la Sainte Chapelle de París, se suicida...

Había llegado la hora, la correcta, la de la puesta del sol. Me sentía extraordinariamente excitado porque al fin iba a estar frente a la verdad de Volterra: los Balze. Pilar hizo un último intento de que volviéramos a la feria del tartufo: había olvidado comprar barra de labios con sabor a trufa. Algo debió ver en mi rostro, que no insistió. La verdad, estaba tan eléctrico como un personaje de Rosso Fiorentino. Hasta mi respiración estaba agitada por un vivo temblor. Había completado mi información sobre los Balze en una librería al estilo volterrano: a un lado de la calle, los libros; al otro el librero. Pero cuando sabes las cosas que pasan en este pueblo, ni se te ocurre mangar nada. Sigues por la calleja del borgo San Justo, dejas a la izquierda el cementerio medieval y estas en los Balze (barrancos). La ciudad se hunde a trozos, se abisma. El espectáculo es inolvidable, fruto de los hundimientos de bloques del plioceno. La antigua ciudad etrusca, cien veces mayor que la actual, aparece y desaparece en el fondo de una profunda sima. Clavas la vista en el fondo. Una necrópolis vilanoviana, murallas, templos, iglesias, palacios, cementerios, por aquí, por allá, un día se hunde una cosa, otro día otra. Es tal la sensación de espanto y grandeza que cuesta trabajo no suicidarse, como hace un tropel de gente, todos los años. Lo próximo que está en el disparadero es la abadía Camaldula, del año mil, con un bello claustro de Ammannati. La mitad de sus cimientos ya están en el aire y esta, no puedo dejar de pensarlo, no seria la peor forma de irse. A la mierda en tren, a la mierda en moto, a la mierda en barco. El gran estómago cambia de colores, bajo el fondo azul rosado del cielo y un pánico excitante te sobrecoge, hasta el punto de que es casi imposible decir nada.

Esto último que he dicho, no se aplica a Pilar.

-Vamos a quedarnos quietos, Jacques ¡Es que vamos a quedarnos quietos! ¿No ves lo que ha hecho el Cambio Climático?

-No, no.... ¿qué?

Como la abadía Camaldula ya está en plano más bajo mientras se coloca para su definitiva deposición, a Pilar (que se había acercado a los muros, muy valiente ella), la veía por partes.

-¿Vas a quedarte quieto? ¡No ves esas genistas resecas! Pero ¡que hacen, que hacen los gobiernos!

Bandadas de conejos, de ratas, de grajos, abandonaban la abadía o eso me pareció. El inspector de los Balze nos gritó desde lejos ¡se van a caer! Ruido como de un volquete descargando arena.

-¡Donde están las mentes progresistas de este mundo! ¡Nos basta leer lo del Cambio Climático en los periódicos! –sólo se le veía un brazo y un hombro, moviéndose espasmódicamente. ¡Dame una mano, Jacques, mierda! ¿Qué hostias estás pensando?

Estoy pensando: al Infierno en abadía.

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