jueves, 4 de septiembre de 2025

THE SWIMMING MUMMY (CAPÍTULO 11)

MOAIS DE LA ISLA DE PASCUA VISTOS DESDE LA ISLA DE LOS GROVIOS


SUMARIO

1.-THE SWIMING MUMMY (CAPÍTULO 11)

2.-COPIA DEL TESTAMENTO REVOCADO 


1.-THE SWIMING MUMMY (CAPÍTULO 11)

11.-LA TARTA DE LOS DOS MAMELONES

París. La Exposición Universal de 1878 recibió más de 16.000.000 de visitantes. 50.000 expositores, desde filósofos zen hasta fabricantes de periscopios, materializaron todo lo que el homus pacíficus es capaz de lograr. Las cifras marean. Estas son algunas: 10.000.000 de patatas peladas y comidas, 1.000 intervenciones de cerrajería, 4 oficinas de callista abiertas en el recinto, 16 asesinatos (4 escarmentados en la guillotina), 39 monedas cambiadas y utilizadas, 20 idiomas, un capador de perros y gatos permanente, 1.700 actos médicos (se consiguió alcanzar la increíble cifra de 350 infartos). Basten tales hitos para familiarizar a cualquiera con la magnitud del evento. Kabis fue adjuntado a última hora a la delegación egipcia para que simultaneara, en París, la pesquisa de la pirámide caníbal con la del reciente asesinato. Cuando le llegó el pasaporte, daba saltos de alegría. La ciudad del Sena es como esas mujeres fatales: será sucia, egoísta, cruel y farisea -lo es-, pero cuando la quieres, no puedes evitar quererla.

Los primeros días no avanzó mucho en sus investigaciones (bueno, nada); por el contrario, vio en peligro el propio patrimonio del pabellón que, como agente del gobierno egipcio, tenía la obligación de proteger. El policía se sentía intimidado ante la cantidad y calidad de las visitas que solicitaban un souvenir: prohombres tales como archiduques, reyes, presidentes, gangsters, cardenales o el vicepresidente de los Estados Unidos, no se conformarían con menos de un pie amojamado. Al cabo de mes y pico ya estaban mutiladas las dieciocho momias en exhibición. ¿Cómo impedir que Latour regalase a los poderosos de este Mundo una mano embalsamada de recuerdo? La vorágine de las visitas parecía no tener fin y hoy, un día del julio parisino con tanto calor, polvo y moscas como cualquier otro, estaba prevista la visita al pabellón egipcio del canciller alemán Bismarck, la del ministro de cultura francés Charmes, e incluso podía dejarse caer el propio Kedive. Mark se dijo que, si le despedían, al menos estaba conociendo gente importante que podría echarle una mano en el futuro.

 

La vida de los Latour en el campo de Marte, corazón de la Expo, era como la de esos naranjos encerrados en una estufa, aislados del medio circundante. Mark se preguntaba si tan siquiera François e Isis Latour habrían visitado París, o, como mínimo, el museo de Louvre y la Opéra-comique. O si tal vez padre e hija sentían miedo por el terrible crimen cometido y no se atrevían a salir por temor a ser detenidos, puesto que aquí estaban seguros, ya que el campo de Marte gozaba de extraterritorialidad. “Para ellos daría igual que esto fuese el fascinante París o la rutinaria visita anual al Alto Egipto”, se barruntaba Kabis. Latour-Pachá había solicitado recientemente la nacionalidad al Kedive. No, en Egipto no existe la guillotina, que Alah te ayude.

 El campo de Marte era un patio rectangular al que asomaba el palacio del Trocadero, coronado de gallardetes y los pabellones de cada nación. Los Latour no abandonaban apenas el cuartucho del fondo de la representación egipcia, especie de almacén de piezas deterioradas y en el que había un mal lecho de campaña para uso diurno del director. Un uso tan ininterrumpido que Kabis lo atribuyó a remordimientos. Su salud no era tan mala, y, si bien es cierto que Latour había sufrido una hemorragia en el P-L-M (tren París-Lyon-Marsella) que lo había traído a principios de junio, a lo largo de este mes y pico le había bajado la fiebre e incluso tenía caprichos como las embarazadas. Hoy, un día de julio como otro cualquiera, había mandado a Isis a por un canastillo de fresas. A su vuelta, la increpó:

—¡Cincuenta francos dos docenas de fresas! ¡Tú quieres acabar conmigo!

—Es lo que cuestan aquí dentro —contestó Isis—. ¡Por culpa de tu impulsividad estamos encerrados en esta jaula de oro!

—Muerde esa lengua, no me recuerdes a alguien en quien ya no hay que pensar.

 

A la hora prevista se dio la voz de ¡el duque de Bismark! El grupo germano, uniformado con guerreras de botones dorados y mostachos en cuerno de búfalo, resoplaba por un calor que no atenuaban los raquíticos árboles, plantados no hacía tres meses. Latour, avisado a la carrera, cogió su bastón y acudió a recibir al ilustre visitante junto a los pilonos en símil granito. Su hija vestía algo sencillo para su rango, una seda azul pastel sin drapeados, pero, por más que se le sacara el tema, siempre se negaba a hablar de ropa. Hay preguntas que, si uno es prudente, es mejor no hacer.

 Bismarck inclinó algo la cabeza y se sentó en el sofá de patas leonadas. El séquito ocupó las plazas libres, excepto los mindundis. Kabis tuvo que felicitarse de que se le permitiese permanecer como espectador de a pie. ¿Qué pensaría la gente si un chupatintas egipcio fuera a sentarse ante las visitas en pleno Pabellón Egipcio? Fue una suerte estar allí, porque lo que intrigaba a los visitantes -o al menos a los miembros del séquito- no era una momia de más o de menos, sino exactamente lo mismo por lo que sentía curiosidad Kabis: la causa de la recuperación mental de Latour. O, hablando con más propiedad, de la ampliación senil de sus facultades intelectuales. Latour, de repente, empezó a saber cosas que nunca había sabido, ni siquiera en su juventud. Un asunto que los cenáculos egiptológicos relacionaban tanto la traducción sorprendente de los Textos Caníbales, como con los solemnes funerales celebrados un par de meses atrás en El Cairo.

En estos momentos unos sirvientes estaban enseñando a Bismarck momias de diversos animales: monos cinocéfalos, cocodrilos, icneumones, etc., poniéndole así de relieve que la inmortalidad egipcia no estaba reservada a las personas. Tipos humanos (vivos) eran asimismo objeto de exposición; Latour los había seleccionado de las distintas razas de Egipto: árabes, nubios, arios, siwoks... Los bostezos de los espectadores traducían su pensamiento: si de lo que se trata es de ver momias y semitas dolicocéfalos, nos hubiésemos quedado en Berlín: tenemos existencias ilimitadas en el Agyptisches Museum. Lo que queremos es que Latour nos cuente como se hace para progresar intelectualmente cuando ya no puedes andar si no es apoyado en una muleta y una fría gota de moco te pinga de la nariz. En mayo, cuando se había abierto aquel melón, no fue un simple debate académico de mesa camilla el que se entabló:

 

El Mundo casi se cae de espaldas cuando, por una especie de magia, François-Auguste Latour rompió a traducir jeroglíficos en la ancianidad. A primeros de mayo, poco después de haber aparecido el cadáver a remojo, convocó a cuanto periodista, arqueólogo y diplomático encontró por El Cairo ¡Y les largó una impresionante traducción de los Textos Caníbales realizada por sí mismo! Ni siquiera a día de hoy Kabis es capaz de recordar aquello sin sentir como si le faltara la tierra bajo los pies. No se queda a gusto con ninguna de las versiones que ha anotado en su libreta Heracles, sin duda porque el mismo encuentra difícil de creer lo que ha visto y oído. 

En una cuidada publicación que había puesto en planchas Beato, el impresor de Alejandría, se reflejaban, por un lado, los jeroglíficos destacados sobre papel couché azul claro, por otra su traducción. Por primera vez en la historia la prensa (el Frankfurter, el Times, el Débats) daba cuenta sobre la marcha del día a día de los progresos de un avance científico. Quedaba el pequeño detalle de que nadie había visto la pirámide caníbal -de donde los jeroglíficos, al parecer, procedían-; pero la autenticidad de los textos había sido testada por ejércitos de implacables filólogos de la escuela de Berlín. No cabía ninguna duda. El Don de Lenguas se había posado sobre la frente del valetudinario, quizás a bordo de una llamita segregada bajo las alas de una blanca paloma. Se cree o no se cree. Y punto.

—Herr Latour ¿se ha inspirado usted en los trabajos de Lepsius sobre el alfabeto de los jeroglíficos? ¿Ha leído el Denkmaler?

—¿Está de acuerdo en que el método de Akerblad es una ridícula fanfarronada

—¿Por qué ha esperado cincuenta años para traducir su primer jeroglífico?

—La iniciación caníbal ¿es aplicable a nuestros días?

—¿A qué atribuye la desaparición de Gipini?

—¿Sabe que puede ser acusado de ocultación de material científico si no facilita la entrada a la pirámide?

—Señor canciller —respondió Latour con una inesperada mueca de sagacidad campesina en la mirada—, Egipto desea regalar a la gran Alemania las dieciocho momias que contiene el pabellón. Añadiré de mi peculio una pequeña esfinge de alabastro que les remitiré por la Maritime Hamburg-América.

—Estoy completamente de acuerdo —dijo el Hombre de Hierro—. ¿Hay algo más que ver? —La expresión de su rostro quería decir: ¡tanto ruido para nada!

—Hemos preparado unos maniquís con escenas de la vida egipcia actual: moler el grano, hornear el pan, batir cerveza....

—En otra ocasión herr Latour. Estoy seguro de que serán apasionantes. Auf Wiedersehen.

 

Ante la forma hermética con que Latour se había enfrentado a Bismarck, Kabis dedujo que, mucho menos, le iba a descubrir a él la verdad. El policía empezó a considerar este período parisino como unas agradables vacaciones pagadas. La investigación había llegado a una de esos callejones sin salida que en París se llaman un impasse: por una parte, a nadie parecía interesarle el cadáver recién sepultado en los jardines de Bulaq; por otra, ¿para qué quería Ismet ahora la jodida pirámide si sus textos ya estaban traducidos ¡por un francés!?

—No entienden nada, solo saben cobrar el ticket de entrada a los turistas.

 

En el intervalo entre la salida de Bismarck y la entrada de Charmes, el culto ministro francés, se había producido un entrechocar de séquitos y, en resumen, algo de confusión. Kabis, abrumado por el calor y la copita de curaçao bleu a la que se había invitado, tuvo la osadía de echarse en el catre de campaña de Latour. ¡Esto es bochorno, para que luego hablen de Egipto! Se durmió a la velocidad con que cae una piedra. En su sueño, un león con pechos de mujer y un sol sobre la cabeza devoraba a un rollizo caballero; tenía el morro ensangrentado. La bestia descartó la cabeza a un lado, se supone que por incomestible; era una testa de frente globosa y con la cuidada barba de un catedrático del Collège de France. ¡Socorro, que alguien me ayude! Se despertó de su pesadilla con la ropa interior empapada. Tengo que ir al hotel a asearme.

 

En ese momento escuchó los rumores ahogados de una conversación en el cuarto de al lado. Los tabiques europeos de rasilla dejan pasar todo, es lo que tienen. Por el tono, bajo y misterioso, adivinó que se trataba de top secret. “Es lógico, yo no debería estar en el catre de Latour”. Intentó incorporarse para decir algo, pero, casi al instante, se detuvo en seco. “Si me descubro será peor, pensarán que estoy espiando a propósito”. Aguzó el oído; una de las voces tenía el deje pastoso del doctor Roca, invitado personal de Latour a la Expo. Y, toda vez que se dirigía a su interlocutor con el tratamiento de “monsieur l´académicien”, el otro tenía que tratarse de Charmes. A Kabis no le causó excesiva sorpresa comprobar sobre el terreno que Roca era un confidente de los políticos franceses: lo sospechaba. En su deslealtad masiva había algo de patológico. Se apercibió de que estaba rindiendo al ministro un informe exhaustivo de los últimos acontecimientos.

—... la tumba de la pobre Marie Latour es cada día más visitada. Le atribuyen las paparruchas de siempre: que da leche a las parturientas, vigor a los ancianos, amor a los desdeñados. ¿Quiere saber que las señoras que desean tener descendencia montan el mausoleo a horcajadas?

—Usted siempre con sus cosas doctor. Qué si una mujer ha puesto un huevo. Qué si las momias no son otra cosa que pacientes muy vendados a la fuga del hospital de El Cairo. Que los siwoks se entregan al sueño colgados por las orejas. Pero aún no me ha hablado de la conferencia de prensa, querido Maxence. ¿Es cierto que Latour convocó a la prensa dentro de un sarcófago descomunal? Le ruego que me cuente hasta los estornudos; no se guarde ni un detalle.

—¿La conferencia de prensa? ¿Cuándo Latour Pachá dio a los periódicos la primicia de los Textos Caníbales? Ah, fue una pequeña vendetta. Tuvo la humorada de celebrarla en un descomunal Sarcófago de Vaca, el cual a su vez había sido el burdel de Below. Le sonará este traficante: nos quitó de bajo las narices la Sala de los Antepasados de Karnak. Murió solo, los médicos se negaron a tratarlo por miedo a la peste. Pero no lo mató la peste. Cierto gas azul había reducido sus pulmones al tamaño de sendas manzanas. En el Hospital de El Cairo se consiguen mejores resultados si llevas tus propias medicinas; Gipini había abastecido generosamente al enfermo con todo el botiquín de Bulaq (procedente a su vez de la farmacia de Luxor). Por desgracia el calor del Alto Egipto había desprendido las etiquetas y el farmacéutico luxorense las había pegado aleatoriamente. Por una infinita casualidad, al amigo teutón le tocó el tarro del curare, ahora rotulado como jengibre. Pero ¿de qué demonios estamos hablando? Ah, sí, la conferencia de prensa. El tono fue grandioso, algo así como Moisés dando a conocer la Tablas de la Ley. El resto, ya lo habrá leído, ministro.

—¡Merde! ¡Soy el ministro de cultura del país más culto del mundo! ¡Quiere qué me entere del suceso por la prensa como un descargador de muelle! Usted estaba allí para contármelo, para eso le pago el sueldo, doctor. Dígame cuantas moscas había.

Kabis había despertado del todo: tenía las orejas a tamaño liebre. Optó por seguir allí, en el catre, atento a esconderse a la menor señal de alarma. ¿En qué mejor sitio estaría un agente del SASA que al otro lado de un tabique de rasilla? “Lo mejor será que abra todo lo que pueda los oídos”.

—Bue… Era a principios de mayo y estábamos a punto de zarpar hacia París. No vino toda la gente que sería de esperar. Por ejemplo, el residente británico excusó su presencia ya que estaba muy reciente el terrible final de Marie. ¡Ahora, para incordiarnos, la llaman lady Amstrong, nom d´une vache! En fin, que vamos a esperar de esos ingleses, son tan tontos que, cuando Dios repartió el territorio europeo, estaban hasta arriba de ginebra y cuando despertaron se vieron a bordo de un peñasco brumoso, rodeado de agua, plagado de humedades y corrientes. Ahora protestan, ¡serán críos! Pero había mucha gente importante, ya me entiende: pajaritas, cuellos duros y monóculos. Enviaron sus corresponsales el Débats, el Frankfurter y el Times y otros que cuentan menos.

 “Una vez acostumbrada la vista, esto es lo que se veía allí abajo: dos docenas más o menos de sillas de respaldo redondo, una tarima, y encima, una mesa coronada por un atril triangular con el tomo del Himno Caníbal en posición horizontal, abierto por la primera página. Se supone que, a medida que se pasasen láminas, se voltearían por el vértice del triángulo. A su lado, de pie, la larguirucha de Isis nos escrutaba como a una nueva especie de insectos.

—Uno no viaja a Egipto de un día para otro —escuchó Kabis que decía Charmes—. Supongo que si Isis se presentó en el momento oportuno es que la cosa llevaba cierto tiempo preparándose.

Kabis se llevó los dedos a la boca para ahogar una exclamación.

Roca hizo como si no hubiera captado la acusación encubierta, y continuó:

—... Latour bajó las escaleras del mausoleo aferrado al brazo de Petit, que ya domina el arte de las apariciones solemnes. Se está convirtiendo en la prima dona del staff francés.

—¿De verdad es importante si alzaba o no la barbilla? ¿Podríamos entrar en materia?

—Los marineros de Bulaq tensaron una vela con un cabestrante para proteger a los invitados del sol que se colaba por la abertura... ¡Perdón, ya sé que eso no es importante! Al grano. Latour sorbió ruidosamente aire entre los dientes (lo hace para llamar la atención), hizo una pausa solemne y empezó:

“—Señores, tengo algo que decirles. Las pirámides hablan. ¿Cómo hasta ahora pudo pensar la humanidad que las pirámides eran mudas?

—¡Un momento, Roca! ¿No es sospechoso que me repita usted palabra por palabra un discurso?

—Se trata de una ficción poética, señor ministro. Las palabras fueron esas u otras parecidas, aunque, por supuesto, me he tomado el trabajo de tomar notas.

 Siguió diciendo Roca que había dicho Latour:

“—... Yo no podía admitir esa mudez. Prepárense a escuchar al Divino Verbo.

—Mientras tanto Isis, junto al atril, mostraba al público las láminas. Se trataba de varias filas de jeroglíficos sobre un fondo de papel couché azul celeste. El manuscrito había sido caligrafiado a tinta china por la propia Isis, mientras que los dibujos son obra de Weindebach. Al cual el museo de Berlín ha ofrecido el puesto conservador-adjunto para que no colabore con tanto entusiasmo. Los alemanes siempre que pueden nos echan una mano... al cuello.

 “Todos percibíamos la gracia de estar viviendo un momento histórico. Isis hizo un rápido movimiento de pestañas y Latour, que entendió la contraseña, se puso a traducir con voz cascada los jeroglíficos, en simultaneo a la exhibición de las láminas.

 

 El cielo está nublado se oscurecen las estrellas

Tiemblan los arcos celestes

Se estremecen los huesos de los dioses de la tierra

Cuando ven aparecer a Unás

Poderoso cual Dios, que vive de sus mismos padres

Que se come a sus madres...

 

“—El rey nos está comiendo ¡ahora! —Latour espeluznó a los presentes—. Nos ha obligado a pronunciar su nombre, a pensar su nombre y nos va comiendo. Él es ustedes. Escuchen:

 

 Ha decidido en su corazón vivir de la esencia de los Dioses

Se come sus vísceras cuando comparecen ante él

Con el vientre lleno de magia desde la isla del fuego

Unás está muy gordo, ha hecho suyos sus espíritus

Él es quien da las órdenes

A Konsu que degüella a los poderosos para Unás

Que saca para Unás las vísceras de sus cuerpos

A Sesemu que los descuartiza para Unas

Unás es el que se alimenta de sus magias

Y deglute con sus carnes su espíritu

Sus pequeños le sirven de desayuno

Sus ancianos y ancianas, arden como incienso para él

Quema los muslos de sus primogénitos

Se construye hornos con las piernas de sus esposas

Se alimenta con los pulmones de los sabios

Es feliz de alimentarse de sus corazones y de sus magias

 

“Son versos sueltos, aquellos que me han parecido más significativos, señor ministro, el libro en edición de tapa blanda está a punto de aparecer en todo el mundo. Cuando acabó hubo ¡bravos! y sombreros al aire, como en la ópera. Latour, los ojos vidriosos, sujeta la cabeza entre ambas manos repetía como un poseso: En el principio la palabra existía y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios. En el principio la palabra existía...

(Kabis transpira a mares. Le asaltan fantasías de madame Zarifa sudada. Su culotte se recrece. Qué vergüenza si lo descubran ahora. Se esfuerza en borrar de su mente a la rolliza señora y aplica de nuevo el oído:)

—Y luego, en fin, sucedió un hecho, en fin, que si no es necesario preferiría señor ministro que, bueno, que me dispensase de contar.

—Ah, eso significa que lo que calla es lo más interesante —dijo Charmes—. Cuente, Roca, lo está deseando, cuente.

—Es que esto ya no tiene importancia.

—Suéltelo todo. TODO.

—Si insiste... Seguimos a bordo del sarcófago. No se había previsto servir nada pese a la calidad de los asistentes. Técnicamente estamos de luto. Quiero que se haga una composición de lugar, señor Charmes: los reunidos peroraban sobre el sentido del canibalismo egipcio. El viudo Latour, henchido de orgullo, explicaba sus dos modalidades: una es puramente alimenticia. Las pirámides servían de gigantescos mataderos públicos, bien sea en sus múltiples formas truncadas o escalonadas, bien mediante plataformas desde las que los matarifes arrojaban los cuerpos. Se calculaba al milímetro el grado de inclinación de las pirámides para que los cuerpos, ya en canal, se deslizasen por la fuerza de la gravedad hasta las tablajerías, casquerías y tocinerías que se situaban en la base. De ahí a las mesas de la chusma, por ejemplo, para la celebración de la hermosa fiesta de Opet.

“Los egipcios no quisieron prescindir de las proteínas de la carne a pesar de que la desertificación exterminó los grandes herbívoros del valle del Nilo. La solución al problema se presentó sencilla: las dos cosechas anuales de cereal que da el Valle, fecundado por la periódica inundación, permitieron la proliferación de una nutrida cabaña de humanos herbívoros. Unos rebaños hermosos y apacibles a pesar de cierta tendencia de los machos de Homo Sapiens (Linneo) a pelearse, pero nada más preocupante que en los toros o en los gallos. A los no reproductores es mejor caparlos, la grasilla está suprema. Los egipcios antiguos simbolizaron esta pujante industria ganadera en la leyenda de las siete vacas de hermosa apariencia que siempre acaban siendo comidas por las siete vacas hambrientas. Si hablase con una persona menos culta tendría que recordar que, en el Egipto dinástico, una vaca es una señora llamada Hathor, y un toro, un caballero de nombre Apis. Por suerte, cuando uno habla con su excelencia, sobran adoctrinamientos.

(Kabis, a regañadientes, tiene que admitir que ahora le encajan los misterios de la Historia Sagrada como piezas sueltas de un puzzle: Moisés, las plagas bíblicas, las pirámides...)

“En cuanto a la segunda modalidad de antropofagia, la mágica, se deduce del Himno Caníbal. ‘Unás se alimenta de los pulmones de los sabios; es feliz de alimentarse de sus corazones y de sus magias’. Es algo muy distinto: se trata de la deglución de sabios, no de personas vulgares; se efectúa sobre determinadas vísceras, no sobre canales de carnicería, y tiene por objeto la absorción mágica de sus facultades.

—¿El hecho tan desagradable del que no me quería hablar es ese rollo improbable? —preguntó el ministro.

—Sí, claro está —contestó Roca.

—¡Mentiroso! Mejor no me vuelva a contar más patrañas o le retiraré sus emolumentos. Antes dijo usted que no se había previsto servir ninguna clase de aperitivo a pesar de la cantidad y calidad de los asistentes. Si se le ha escapado eso, tiene que ser porque, de alguna forma, ese plan inicial se trastocó. Me estoy empezando a imaginar lo que allí se comió en pepitoria. Jo-jo-jo, ¡menudos sinvergüenzas!

Aunque no podía verlo a causa del tabique, Kabis presintió el gesto de incomodidad del doctor Roca, hombre tímido y cariñoso a pesar de las apariencias.

—Bueno, sí. Petit mandó traer media docena de botellas de curaçao bleu.

—Que más, doctor, que más. Si no se toma con algo sólido, la bebida sienta mal.

—Y la tarta.

—¿Qué tarta?

—Era una especie de pastel de aspecto nauseabundo, formado por dos mamelones negros. ¿Por qué me mira así, ministro?

—Mamelones... ¿cómo mamelones?

—Unas medias pelotas macizas, más afiladas por arriba...

—¿Parecidas a ventanas góticas?

—Sí, eso ¿cómo lo supo?

—¿No podríamos llamarlas tetas como todo el mundo? Vale, vale. Cuénteme más. ¿Qué ha dicho antes? ¿Qué eran negras? ¿Eran blandas o duras?

—Un tacto carnoso pero el cocido había hecho estallar la cutícula.

—¡Santo cielo! Y guarnición... ¿tenían?

—Un lecho de escarola plumosa y lombarda roja.

—¿El pastel procedía del cuerpo de Marie Latour?

—¿Quién se lo ha dicho? ¡Pero que oigo, no, por supuesto, no!

En esto que la puerta crujió. Kabis se llevó un susto de muerte. Aún estaba empalmado. Al cabo de unos segundos, como no pasó nada, se tranquilizó: el doctor se estaría apoyando en el tabique para sujetarse la hernia.

—¿Me quiere decir entonces —dijo Charmes— por qué esa tarta le creó un problema de conciencia?

—En sí no tenía nada de particular. Era pura melaza. Pero la forma... la forma... Usted dice góticas, pero a mi me recordaba a dos semi-bellotas.

—No me diga más, Roca, conozco la historia. Bien poco les solivianta a ustedes, allá abajo. En cambio, no parece que den la menor importancia al hecho de que Latour no esté en la cárcel después de lo que hizo.

—Él no robó el cuchillo de obsidiana.

—Ni el pobre Below tampoco, Monsieur le medecin, ya lo sé. No se roba lo que tiene uno mismo, me lo acaba de enseñar. Entiendo que lo más interesante es saber para que utilizó ese cuchillo.

—¿Qué?

—Se lo diré en pocas palabras: Un Latour cada vez más trastornado y urgido ha decidido practicar el canibalismo mágico para absorber por vía digestiva el Don de Lenguas de su esposa.

—¿No se lo creerá usted en serio, ministro?

Kabis contuvo la respiración.

—No sea idiota Roca, ¿qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que no creo en las virtudes del canibalismo. El asunto es si Latour en sus extremas circunstancias, ha llegado a tal conclusión. Esa pretendida magia ha causado un efecto placebo que le ha permitido traducir por vez primera en plena senilidad.

Kabis intentó relajarse. Respiró fuerte. “No, no es probable que Latour e Isis estén de vuelta; a estas horas suelen dar un paseo por el recinto. Siempre van al delicatesem Gargantuá, se asombran todos los días con las mismas palabras de lo caras que están las fresas, y vuelven a pasitos cortos. A veces les lleva un par de horas, pobre hombre”.

—François no mató a Marie. La amaba.

—Juzgaré cuando le haya escuchado. Envíe a Jefatura, rue des Bons Enfants, un reporte completo de las circunstancias del… asesinato.

Hasta aquí Kabis escuchaba a la pareja, entendía lo que decían y tomaba notas mentales. Pero a partir de este momento, tal vez por el acaloramiento, su mente empezó a portarse de una forma extravagante. Seguía el hilo de sus propios recuerdos, los comparaba con lo que oía, evaluaba y mezclaba ambos discursos. Cuando a última hora anotó los resultados en su libreta Heracles, le fue imposible distinguir que parte había sido escuchada y cual procedía de su propia cosecha. Su imaginación calenturienta empezó a contarse o a inventarse la versión definitiva de los hechos:

 

El 26 de abril Gipini abandonó de El Cairo, muy alterado, porque decía haber sido estafado por la garce. Se reincorporaría a su sempiterna misión mejicana. El banquero Chélu, con aquella vocecita de niño prematuramente avejentado, informó a los Servicios que “había tomado pasaje en una fragata americana con escala en Cádiz”, añadiendo la malevolencia de que “después de asegurarse de que no tocaría puerto en ninguna posesión francesa o de su graciosa majestad”; y, con una risita, terminaba que “de no ser tan precipitado el asunto, hubiera podido negociar con don Vicente-Fidel López la adición de varios ceros a la cifra de su tratamiento”. Lo que más sorprendió en los cenáculos científicos fue que abandonase su promoción al Instituto de Francia, para entregarse en cuerpo y alma a la tarea de “demostrar que Adán era azteca y Eva una princesa incaica rubia y de ojos azules, incaica, pero rubia y de ojos azules”. Chélu no pudo evitar que se le escapará un “lo siento por ti, Gastón”. Aquel msmo día, también había desaparecido Marie Latour. El incidente conmocionó a la misión francesa hasta el punto de que pidieron la colaboración del gendarme Kubis o algo así (por supuesto en petit comité).

Y tanto -recuerda Kabis-. Aún tengo en los oídos los gimoteos de Petit: ‘¡Que inmensa complicación! Embalar cajas y cajas camino de la Expo; un traslado equivale a un incendio; si es de ida y vuelta, a una guerra. Todo lo que puede pasar, pasa. El cráneo de la momia de Amenehat III se ha partido en tres trozos. Los monos han cogido la peste aftosa. Al uniforme de académico del Mamur le faltan más botones que los que le quedan. El agua del Nilo se convierte en sangre. Y, por si faltaba algo ¡va y desaparece la esposa del Director!’

Madame no estaba en ninguna parte. Se escudriñó incluso en los lugares indebidos. En los hoteles, en los bazares, en las casas de los europeos, en el Número Once, en ciertas tumbas acondicionadas donde algunos turistas pasan románticas noches en el desierto. En las casas de tolerancia, húmedas o en seco. Nada.

 

Apareció el día 27, entre las nueve y las nueve y cuarto de la mañana. Una lancha de alfareros dio el toque de alarma. Estaba en el agua, cerca del barco alemán. Enseguida se congregó allí todo el mundo. El vestido se había desceñido por efecto de la corriente que soltó el nudo del “fuf”. El cuerpo aparecía en el centro de la maraña de pliegues de tela. Un turista madrugador la comparó con una medusa sonrosada. La autopsia fue todo lo concluyente que podría esperarse del doctor Companyo (“Entró agua en la caja torácica, pero sin la presencia de pulmones, no hay pruebas del ahogamiento”). La piel del cadáver estaba craquelada y el cuerpo recordaba esas momias de las dinastías tardías que se rellenaron con lino y paja para evitar que se sumieran y acrecentar la impresión de vida. El forense dictaminó que se había insertado bajo la piel una mezcla de grasa y sosa para dar volumen al cadáver, el cual había sido eviscerado. Según resulta del informe de necropsia: “El operador quebró el hueso nasal y sorbió con una caña la sopa encefálica. Luego, introdujo un brazo a través de la incisión hecha en el costado izquierdo del abdomen, arrancando a mano a las vísceras. Para borrar las huellas de la extracción, embutió la mezcla bajo la piel, por arriba hasta el cuello, por abajo hasta las piernas. La mojadura posterior hinchó el relleno y el fiambre reventó alrededor de la barbilla, de las mejillas y de los pechos abellotados...”

 “Recuerdo -se dice Kabis- que Latour empezó a mejorar al segundo siguiente”.

El obispo de El Cairo rehusó bendecir el entierro porque no consideraba válida la boda por el rito caldeo. Sentenció, tan ancho:

—La historia demuestra que el Don de Lenguas tanto puede proceder de Dios, como del diablo.

 “A estas alturas todos los indicios señalaban al barón Below. Apuntaba con fuerza esa posibilidad el hecho de que Marie hubiese aparecido casi pegada al vapor alemán. El móvil pudo haber sido los celos o la falta de pago de la tarifa de las putas (el hombre era un pelín proxeneta). Por desgracia no se le pudo interrogar, puesto que ingresó casi enseguida en nuestro moderno Hospital de El Cairo (del que es difícil salir en posición vertical; a éste lo sacaron en horizontal a bordo de una caja de cinc facturada a Küpfegraben en la Maritime Hamburg-América). Sea lo que fuere los alemanes tuvieron rápidos reflejos: ofrecieron un registro por sorpresa de su embarcación. Apareció el anexo de la Sala de los Antepasados: unos bloques procedentes de Karnak con la lista de los 23 reyes que faltaban por identificar: un caso descarado de exportación ilegal. Puesto que eso les perjudicaba y a pesar de todo lo habían confesado, fue considerado una prueba de extraordinaria honradez por el Kedive, que declaró a los teutones libres de toda sospecha”.

Libres de toda sospecha excepto de ignorancia. De cuando el registro, Mark aún recuerda lo torpes que le parecieron algunos jeroglíficos que los alumnos alemanes del Carolinum habían punteado a la navaja en los mamparos de su barco. Cualquiera que haya hecho un cursillo de una semana podría mejorarlos: está claro que el jeroglífico del pollito de perdiz se escribe sin plumas en la cola (el trasero acaba en punta). Pero ¡en fin!, ser mal estudiante no es un delito. Además ¿por qué iban a molestarse en eviscerar a Marie? Y, sobre todo, suponiendo que lo hubieran hecho -las venganzas germánicas suelen ser atroces- ¿Por qué iban a molestarse en disimularlo?

 “La verdad es que nos pudimos haber ahorrado el registro del maldito Numero Once. Por más que no hubiera ninguna evidencia de un crimen, todos teníamos un solo sospechoso”.

 

Aquella misma tarde lo que quedaba de Marie quedó enterrado a la sombra del granado de Bulaq. Para no crear inquietud, debido a las manipulaciones que había sufrido el cadáver, no se respetaron las 24 horas que ordena el código civil francés. Al avanzar la primavera, los ramos de rosas arraigaron allí sin siquiera plantarlos, ante lo cual los criados coptos del museo, repetían:

—Es un milagrito de Nuestro Señor Jesucristo.

“El fenómeno en sí no tiene nada de extraordinario -murmura Kabis para sus adentros-. Las tierras aledañas a Bulaq, abonadas con los rechazos de momias que periódicamente entierra el museo, son prodigiosamente fértiles. ¡Me revienta esa imagen de superstición que dan mis paisanos!”

 

Los resultados de la segunda autopsia, tampoco fueron concluyentes. Ratificaron que sin pulmones no había nada que hacer. Y es que había cosas raras, muy raras, capaces de helarle la sangre al mismísimo forense de La Pitié, doctor Ambroise Lambert, que suele pasar sus vacaciones de primavera navegando el Nilo. En cuanto consiguió apartar toda aquella cantidad de tela y grasa, observó unas heridas post-mortem que bien podrían atribuirse a un cocodrilo. Los cortes, de labios bifoliados, hundidos, rudimentarios, apuntaban a uno de esos grandes lagartos que se retuercen con todo el cuerpo como un enorme sacacorchos para abrir a sus víctimas. Kabis tenía una solución alternativa que aun debería madurar. Fuera lo que fuese, estaba claro que alguien había aprovechado los tajos para eviscerar el cuerpo de Marie. El cerebro tal vez había sido retirado con un gancho a partir de la nariz (Francia descartó, por rudimentaria, la absorción con caña). Un par de sajaduras sirvieron para retirar el corazón y los pulmones. Se aprovechó una incisión lateral para el hígado lo mismo que los intestinos. Es el tipo de trabajo que nos describe el historiador Herodoto en el siglo IV antes de Cristo: él griego había podido observar en vivo por última vez la milenaria técnica de la momificación. Ya en vacío, se embutió a brazo una mezcla de grasa y sosa para rellenar las oquedades orgánicas. Por último, se aplicó al exterior de la momia una mezcla resinosa, típica de la VIII dinastía, que hace innecesario el vendaje, cuya misión parecía haberse encomendado a un fastuoso vestido que pesó en mojado 112,50 kilos (si bien un grand apparat pesa menos de la mitad en seco). El trabajo se reveló torpe: la mojadura craqueló el revestimiento e hinchó el relleno. La piel reventó alrededor de la barbilla, de las mejillas y del esternón…

Kabis contuvo la respiración para espiar, a través la rendija del mal ajustado tabique, las últimas palabras del ministro:

—Me da coraje ceder a la presión británica. Pero ¡reconozcámoslo! No está bien desayunarse a la hija de todo un lord Amstrong. Está claro que Latour se ha autosugestionado con que podía absorber los conocimientos lingüísticos de su esposa y el efecto placebo de ese convencimiento es su traducción del Himno Caníbal. No se me desmaye usted Roca: Latour no irá a la cárcel, el asunto se tapará. Pero convenga conmigo en que habrá que destituirlo.

—Yo aún tengo mis dudas.

—¿Le parece poco la utilización del Himno Caníbal como manual de instrucciones?

—Deme unos días. Somos amigos, le sonsacaré. Lo sé, no me lo diga, el prestigio de Francia es lo primero.

—No pensaba actuar de inmediato, aún tenemos una o dos semanas. Pero no le quepa duda de que si Latour no me ofrece una explicación aceptable de porque “ha mejorado a los ochenta” lo pondré frente a sus responsabilidades. Una silla, una mesa, un revolver. Si es un patriota, comprenderá cuál es su deber. Nadie quiere una guerra por esto ¡la escuadra británica está en Alejandría!

—¿Estamos hablando de despacharlo?

—Ustedes los científicos... ¡Menudas bestiadas! ¡A los que se despacha es a los comunistas! A la gente que tiene palmas en la bocamanga ¡se la asciende, hombre, se la asciende!

Pronunció la palabra ascensión con una mirada beatífica dirigida al Cielo de azules y estrellas que decoraba los techos del Pabellón Egipcio. Kabis, de buenas a primeras, se propuso preguntarle al político si los conceptos “ascensión” y “Cielo” estaban relacionados entre sí, pero tras una breve reflexión, decidió no hacerlo. Debe controlar esas ocurrencias estúpidas que se le vienen; lo malo es que, a menudo, acierta.


2.-COPIA DEL TESTAMENTO REVOCADO

 

Comentario.-El testamento revocado está amparado por el Secreto Oficial, por lo que solo se expedirá copia para el propio testador. A los demás interesados solo es lícito expedir copia del último testamento (o de uno revocado, “resucitado” por anularse la revocación), salvo que, aprovechando el carácter de escritura pública del testamento, se incluyan contenido no-testamentarios, como el reconocimiento de un hijo. Naturalmente esto no se aplica a los casos en que el testamento se convierte en una “prueba”, por ejemplo en un juicio por malos tratos, y a instancia del Tribunal correspondiente, justificando la circunstancia.

 

Si se solicita copia de un testamento revocado, es esperable la siguiente Resolución notarial:

 

LUGAR, FECHA, NOTARIO

RESOLUCIÓN:

DENEGAR la indicada petición de copia por falta de legitimación del solicitante, al hallarse completamente revocado el indicado testamento y todos los anteriores por otro ante mí de 23 de febrero de 2030, nº 234 de protocolo, según resulta del certificado de U.V.

FUNDAMENTO DE DERECHO.-

I.-El art. 226 del Reglamento Notarial, regulador de la materia, establece: 1º) Que el derecho a copia del otorgante o su apoderado especial es absoluto y se extiende a cualquier testamento; 2º) Que el derecho de los demás solicitantes (herederos, legatarios, contadores, administradores y demás interesados del 226.b), está limitado al último testamento o a aquel que se declare vigente per relationem (uno anterior que recobre vigencia), lo que no es el caso.

II.-Tampoco se interesa un posible contenido extra-testamentario, como un reconocimiento de filiación.

Contra la presente resolución podrá interponerse recurso en el plazo de quince días hábiles ante el Colegio Notarial del Pisuerga.

Firma del notario


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