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| MOAIS DE LA ISLA DE PASCUA VISTOS DESDE LA ISLA DE LOS GROVIOS |
SUMARIO
1.-THE SWIMING MUMMY (CAPÍTULO 11)
2.-COPIA DEL TESTAMENTO REVOCADO
1.-THE SWIMING MUMMY (CAPÍTULO 11)
11.-LA TARTA DE LOS DOS MAMELONES
París. La Exposición Universal de 1878 recibió más de 16.000.000 de visitantes. 50.000 expositores, desde filósofos zen hasta fabricantes de periscopios, materializaron todo lo que el homus pacíficus es capaz de lograr. Las cifras marean. Estas son algunas: 10.000.000 de patatas peladas y comidas, 1.000 intervenciones de cerrajería, 4 oficinas de callista abiertas en el recinto, 16 asesinatos (4 escarmentados en la guillotina), 39 monedas cambiadas y utilizadas, 20 idiomas, un capador de perros y gatos permanente, 1.700 actos médicos (se consiguió alcanzar la increíble cifra de 350 infartos). Basten tales hitos para familiarizar a cualquiera con la magnitud del evento. Kabis fue adjuntado a última hora a la delegación egipcia para que simultaneara, en París, la pesquisa de la pirámide caníbal con la del reciente asesinato. Cuando le llegó el pasaporte, daba saltos de alegría. La ciudad del Sena es como esas mujeres fatales: será sucia, egoísta, cruel y farisea -lo es-, pero cuando la quieres, no puedes evitar quererla.
Los primeros días no
avanzó mucho en sus investigaciones (bueno, nada); por el contrario, vio en
peligro el propio patrimonio del pabellón que, como agente del gobierno
egipcio, tenía la obligación de proteger. El policía se sentía intimidado ante
la cantidad y calidad de las visitas que solicitaban un souvenir: prohombres tales como archiduques, reyes, presidentes,
gangsters, cardenales o el vicepresidente de los Estados Unidos, no se
conformarían con menos de un pie amojamado. Al cabo de mes y pico ya estaban
mutiladas las dieciocho momias en exhibición. ¿Cómo impedir que Latour regalase
a los poderosos de este Mundo una mano embalsamada de recuerdo? La vorágine de
las visitas parecía no tener fin y hoy, un día del julio parisino con tanto
calor, polvo y moscas como cualquier otro, estaba prevista la visita al
pabellón egipcio del canciller alemán Bismarck, la del ministro de cultura
francés Charmes, e incluso podía dejarse caer el propio Kedive. Mark se dijo
que, si le despedían, al menos estaba conociendo gente importante que podría
echarle una mano en el futuro.
La vida de los
Latour en el campo de Marte, corazón de la Expo, era como la de esos naranjos
encerrados en una estufa, aislados del medio circundante. Mark se preguntaba si
tan siquiera François e Isis Latour habrían visitado París, o, como mínimo, el
museo de Louvre y la Opéra-comique. O si tal vez padre e hija sentían
miedo por el terrible crimen cometido y no se atrevían a salir por temor a ser
detenidos, puesto que aquí estaban seguros, ya que el campo de Marte gozaba de
extraterritorialidad. “Para ellos daría igual que esto fuese el fascinante
París o la rutinaria visita anual al Alto Egipto”, se barruntaba Kabis.
Latour-Pachá había solicitado recientemente la nacionalidad al Kedive. No, en
Egipto no existe la guillotina, que Alah te ayude.
El campo de Marte era un patio rectangular al
que asomaba el palacio del Trocadero, coronado de gallardetes y los pabellones
de cada nación. Los Latour no abandonaban apenas el cuartucho del fondo de la
representación egipcia, especie de almacén de piezas deterioradas y en el que
había un mal lecho de campaña para uso diurno del director. Un uso tan
ininterrumpido que Kabis lo atribuyó a remordimientos. Su salud no era tan
mala, y, si bien es cierto que Latour había sufrido una hemorragia en el P-L-M
(tren París-Lyon-Marsella) que lo había traído a principios de junio, a lo
largo de este mes y pico le había bajado la fiebre e incluso tenía caprichos
como las embarazadas. Hoy, un día de julio como otro cualquiera, había mandado
a Isis a por un canastillo de fresas. A su vuelta, la increpó:
—¡Cincuenta francos
dos docenas de fresas! ¡Tú quieres acabar conmigo!
—Es lo que cuestan
aquí dentro —contestó Isis—. ¡Por culpa de tu impulsividad estamos encerrados
en esta jaula de oro!
—Muerde esa lengua,
no me recuerdes a alguien en quien ya no hay que pensar.
A la hora prevista
se dio la voz de ¡el duque de Bismark! El grupo germano, uniformado con
guerreras de botones dorados y mostachos en cuerno de búfalo, resoplaba por un
calor que no atenuaban los raquíticos árboles, plantados no hacía tres meses.
Latour, avisado a la carrera, cogió su bastón y acudió a recibir al ilustre
visitante junto a los pilonos en símil granito. Su hija vestía algo sencillo
para su rango, una seda azul pastel sin drapeados, pero, por más que se le
sacara el tema, siempre se negaba a hablar de ropa. Hay preguntas que, si uno
es prudente, es mejor no hacer.
Bismarck inclinó algo la cabeza y se sentó en
el sofá de patas leonadas. El séquito ocupó las plazas libres, excepto los
mindundis. Kabis tuvo que felicitarse de que se le permitiese permanecer como
espectador de a pie. ¿Qué pensaría la gente si un chupatintas egipcio fuera a
sentarse ante las visitas en pleno Pabellón Egipcio? Fue una suerte estar allí,
porque lo que intrigaba a los visitantes -o al menos a los miembros del
séquito- no era una momia de más o de menos, sino exactamente lo mismo por lo
que sentía curiosidad Kabis: la causa de la recuperación mental de Latour. O,
hablando con más propiedad, de la ampliación senil de sus facultades
intelectuales. Latour, de repente, empezó a saber cosas que nunca había sabido,
ni siquiera en su juventud. Un asunto que los cenáculos egiptológicos
relacionaban tanto la traducción sorprendente de los Textos Caníbales, como con
los solemnes funerales celebrados un par de meses atrás en El Cairo.
En estos momentos
unos sirvientes estaban enseñando a Bismarck momias de diversos animales: monos
cinocéfalos, cocodrilos, icneumones, etc., poniéndole así de relieve que la
inmortalidad egipcia no estaba reservada a las personas. Tipos humanos (vivos)
eran asimismo objeto de exposición; Latour los había seleccionado de las
distintas razas de Egipto: árabes, nubios, arios, siwoks... Los bostezos de los
espectadores traducían su pensamiento: si de lo que se trata es de ver momias y
semitas dolicocéfalos, nos hubiésemos quedado en Berlín: tenemos existencias
ilimitadas en el Agyptisches Museum. Lo que queremos es que Latour nos cuente
como se hace para progresar intelectualmente cuando ya no puedes andar si no es
apoyado en una muleta y una fría gota de moco te pinga de la nariz. En mayo,
cuando se había abierto aquel melón, no fue un simple debate académico de mesa
camilla el que se entabló:
El Mundo casi se cae
de espaldas cuando, por una especie de magia, François-Auguste Latour rompió a
traducir jeroglíficos en la ancianidad. A primeros de mayo, poco después de
haber aparecido el cadáver a remojo, convocó a cuanto periodista, arqueólogo y
diplomático encontró por El Cairo ¡Y les largó una impresionante traducción de
los Textos Caníbales realizada por sí mismo! Ni siquiera a día de hoy Kabis es
capaz de recordar aquello sin sentir como si le faltara la tierra bajo los
pies. No se queda a gusto con ninguna de las versiones que ha anotado en su
libreta Heracles, sin duda porque el mismo encuentra difícil de creer lo
que ha visto y oído.
En una cuidada
publicación que había puesto en planchas Beato, el impresor de Alejandría, se
reflejaban, por un lado, los jeroglíficos destacados sobre papel couché azul
claro, por otra su traducción. Por primera vez en la historia la prensa (el Frankfurter, el Times, el Débats) daba
cuenta sobre la marcha del día a día de los progresos de un avance científico.
Quedaba el pequeño detalle de que nadie había visto la pirámide caníbal -de
donde los jeroglíficos, al parecer, procedían-; pero la autenticidad de los
textos había sido testada por ejércitos de implacables filólogos de la escuela
de Berlín. No cabía ninguna duda. El Don
de Lenguas se había posado sobre la frente del valetudinario, quizás a
bordo de una llamita segregada bajo las alas de una blanca paloma. Se cree o no
se cree. Y punto.
—Herr Latour ¿se ha
inspirado usted en los trabajos de Lepsius sobre el alfabeto de los
jeroglíficos? ¿Ha leído el Denkmaler?
—¿Está de acuerdo en
que el método de Akerblad es una ridícula fanfarronada
—¿Por qué ha
esperado cincuenta años para traducir su primer jeroglífico?
—La iniciación
caníbal ¿es aplicable a nuestros días?
—¿A qué atribuye la
desaparición de Gipini?
—¿Sabe que puede ser
acusado de ocultación de material científico si no facilita la entrada a la
pirámide?
—Señor canciller
—respondió Latour con una inesperada mueca de sagacidad campesina en la
mirada—, Egipto desea regalar a la gran
Alemania las dieciocho momias que contiene el pabellón. Añadiré de mi peculio
una pequeña esfinge de alabastro que les remitiré por la Maritime Hamburg-América.
—Estoy completamente
de acuerdo —dijo el Hombre de Hierro—. ¿Hay algo más que ver? —La expresión de
su rostro quería decir: ¡tanto ruido para nada!
—Hemos preparado
unos maniquís con escenas de la vida egipcia actual: moler el grano, hornear el
pan, batir cerveza....
—En otra ocasión
herr Latour. Estoy seguro de que serán apasionantes. Auf Wiedersehen.
Ante la forma
hermética con que Latour se había enfrentado a Bismarck, Kabis dedujo que,
mucho menos, le iba a descubrir a él la verdad. El policía empezó a considerar
este período parisino como unas agradables vacaciones pagadas. La investigación
había llegado a una de esos callejones sin salida que en París se llaman un impasse: por una parte, a nadie parecía
interesarle el cadáver recién sepultado en los jardines de Bulaq; por otra,
¿para qué quería Ismet ahora la jodida pirámide si sus textos ya estaban
traducidos ¡por un francés!?
—No entienden nada,
solo saben cobrar el ticket de entrada a los turistas.
En el intervalo
entre la salida de Bismarck y la entrada de Charmes, el culto ministro francés,
se había producido un entrechocar de séquitos y, en resumen, algo de confusión.
Kabis, abrumado por el calor y la copita de curaçao bleu a la que se había invitado,
tuvo la osadía de echarse en el catre de campaña de Latour. ¡Esto es bochorno,
para que luego hablen de Egipto! Se durmió a la velocidad con que cae una
piedra. En su sueño, un león con pechos de mujer y un sol sobre la cabeza
devoraba a un rollizo caballero; tenía el morro ensangrentado. La bestia
descartó la cabeza a un lado, se supone que por incomestible; era una testa de
frente globosa y con la cuidada barba de un catedrático del Collège de France.
¡Socorro, que alguien me ayude! Se despertó de su pesadilla con la ropa
interior empapada. Tengo que ir al hotel a asearme.
En ese momento
escuchó los rumores ahogados de una conversación en el cuarto de al lado. Los
tabiques europeos de rasilla dejan pasar todo, es lo que tienen. Por el tono,
bajo y misterioso, adivinó que se trataba de top secret. “Es lógico, yo no
debería estar en el catre de Latour”. Intentó incorporarse para decir algo,
pero, casi al instante, se detuvo en seco. “Si me descubro será peor, pensarán
que estoy espiando a propósito”. Aguzó el oído; una de las voces tenía el deje
pastoso del doctor Roca, invitado personal de Latour a la Expo. Y, toda vez que
se dirigía a su interlocutor con el tratamiento de “monsieur l´académicien”, el
otro tenía que tratarse de Charmes. A Kabis no le causó excesiva sorpresa
comprobar sobre el terreno que Roca era un confidente de los políticos
franceses: lo sospechaba. En su deslealtad masiva había algo de patológico. Se
apercibió de que estaba rindiendo al ministro un informe exhaustivo de los
últimos acontecimientos.
—... la tumba de la
pobre Marie Latour es cada día más visitada. Le atribuyen las paparruchas de
siempre: que da leche a las parturientas, vigor a los ancianos, amor a los
desdeñados. ¿Quiere saber que las señoras que desean tener descendencia montan
el mausoleo a horcajadas?
—Usted siempre con
sus cosas doctor. Qué si una mujer ha puesto un huevo. Qué si las momias no son
otra cosa que pacientes muy vendados a la fuga del hospital de El Cairo. Que
los siwoks se entregan al sueño colgados por las orejas. Pero aún no me ha hablado
de la conferencia de prensa, querido Maxence. ¿Es cierto que Latour convocó a
la prensa dentro de un sarcófago descomunal? Le ruego que me cuente hasta los
estornudos; no se guarde ni un detalle.
—¿La conferencia de
prensa? ¿Cuándo Latour Pachá dio a los periódicos la primicia de los Textos
Caníbales? Ah, fue una pequeña vendetta. Tuvo la humorada de celebrarla en un
descomunal Sarcófago de Vaca, el cual a su vez había sido el burdel de Below.
Le sonará este traficante: nos quitó de bajo las narices la Sala de los
Antepasados de Karnak. Murió solo, los médicos se negaron a tratarlo por miedo
a la peste. Pero no lo mató la peste. Cierto gas azul había reducido sus
pulmones al tamaño de sendas manzanas. En el Hospital de El Cairo se consiguen
mejores resultados si llevas tus propias medicinas; Gipini había abastecido
generosamente al enfermo con todo el botiquín de Bulaq (procedente a su vez de
la farmacia de Luxor). Por desgracia el calor del Alto Egipto había desprendido
las etiquetas y el farmacéutico luxorense las había pegado aleatoriamente. Por
una infinita casualidad, al amigo teutón le tocó el tarro del curare, ahora
rotulado como jengibre. Pero ¿de qué demonios estamos hablando? Ah, sí, la conferencia
de prensa. El tono fue grandioso, algo así como Moisés dando a conocer la
Tablas de la Ley. El resto, ya lo habrá leído, ministro.
—¡Merde! ¡Soy el
ministro de cultura del país más culto del mundo! ¡Quiere qué me entere del
suceso por la prensa como un descargador de muelle! Usted estaba allí para
contármelo, para eso le pago el sueldo, doctor. Dígame cuantas moscas había.
Kabis había
despertado del todo: tenía las orejas a tamaño liebre. Optó por seguir allí, en
el catre, atento a esconderse a la menor señal de alarma. ¿En qué mejor sitio
estaría un agente del SASA que al otro lado de un tabique de rasilla? “Lo mejor
será que abra todo lo que pueda los oídos”.
—Bue… Era a
principios de mayo y estábamos a punto de zarpar hacia París. No vino toda la
gente que sería de esperar. Por ejemplo, el residente británico excusó su
presencia ya que estaba muy reciente el terrible final de Marie. ¡Ahora, para
incordiarnos, la llaman lady Amstrong, nom d´une vache! En fin, que
vamos a esperar de esos ingleses, son tan tontos que, cuando Dios repartió el
territorio europeo, estaban hasta arriba de ginebra y cuando despertaron se
vieron a bordo de un peñasco brumoso, rodeado de agua, plagado de humedades y
corrientes. Ahora protestan, ¡serán críos! Pero había mucha gente importante,
ya me entiende: pajaritas, cuellos duros y monóculos. Enviaron sus
corresponsales el Débats, el Frankfurter y el Times y otros que cuentan menos.
“Una vez acostumbrada la vista, esto es lo que
se veía allí abajo: dos docenas más o menos de sillas de respaldo redondo, una
tarima, y encima, una mesa coronada por un atril triangular con el tomo del Himno Caníbal en posición horizontal,
abierto por la primera página. Se supone que, a medida que se pasasen láminas,
se voltearían por el vértice del triángulo. A su lado, de pie, la larguirucha
de Isis nos escrutaba como a una nueva especie de insectos.
—Uno no viaja a
Egipto de un día para otro —escuchó Kabis que decía Charmes—. Supongo que si
Isis se presentó en el momento oportuno es que la cosa llevaba cierto tiempo
preparándose.
Kabis se llevó los
dedos a la boca para ahogar una exclamación.
Roca hizo como si no
hubiera captado la acusación encubierta, y continuó:
—... Latour bajó las
escaleras del mausoleo aferrado al brazo de Petit, que ya domina el arte de las
apariciones solemnes. Se está convirtiendo en la prima dona del staff francés.
—¿De verdad es
importante si alzaba o no la barbilla? ¿Podríamos entrar en materia?
—Los marineros de
Bulaq tensaron una vela con un cabestrante para proteger a los invitados del
sol que se colaba por la abertura... ¡Perdón, ya sé que eso no es importante!
Al grano. Latour sorbió ruidosamente aire entre los dientes (lo hace para
llamar la atención), hizo una pausa solemne y empezó:
“—Señores, tengo
algo que decirles. Las pirámides hablan. ¿Cómo hasta ahora pudo pensar la
humanidad que las pirámides eran mudas?
—¡Un momento, Roca!
¿No es sospechoso que me repita usted palabra por palabra un discurso?
—Se trata de una
ficción poética, señor ministro. Las palabras fueron esas u otras parecidas,
aunque, por supuesto, me he tomado el trabajo de tomar notas.
Siguió diciendo Roca que había dicho Latour:
“—... Yo no podía
admitir esa mudez. Prepárense a escuchar al Divino Verbo.
—Mientras tanto
Isis, junto al atril, mostraba al público las láminas. Se trataba de varias
filas de jeroglíficos sobre un fondo de papel couché azul celeste. El
manuscrito había sido caligrafiado a tinta china por la propia Isis, mientras
que los dibujos son obra de Weindebach. Al cual el museo de Berlín ha ofrecido
el puesto conservador-adjunto para que no colabore con tanto entusiasmo. Los
alemanes siempre que pueden nos echan una mano... al cuello.
“Todos percibíamos la gracia de estar viviendo
un momento histórico. Isis hizo un rápido movimiento de pestañas y Latour, que
entendió la contraseña, se puso a traducir con voz cascada los jeroglíficos, en
simultaneo a la exhibición de las láminas.
El
cielo está nublado se oscurecen las estrellas
Tiemblan los arcos celestes
Se estremecen los huesos de los dioses de la
tierra
Cuando ven aparecer a Unás
Poderoso cual Dios, que vive de sus mismos
padres
Que se come a sus madres...
“—El rey nos está
comiendo ¡ahora! —Latour espeluznó a los presentes—. Nos ha obligado a
pronunciar su nombre, a pensar su nombre y nos va comiendo. Él es ustedes.
Escuchen:
Ha
decidido en su corazón vivir de la esencia de los Dioses
Se come sus vísceras cuando comparecen ante
él
Con el vientre lleno de magia desde la isla
del fuego
Unás está muy gordo, ha hecho suyos sus
espíritus
Él es quien da las órdenes
A Konsu que degüella a los poderosos para
Unás
Que saca para Unás las vísceras de sus
cuerpos
A Sesemu que los descuartiza para Unas
Unás es el que se alimenta de sus magias
Y deglute con sus carnes su espíritu
Sus pequeños le sirven de desayuno
Sus ancianos y ancianas, arden como incienso
para él
Quema los muslos de sus primogénitos
Se construye hornos con las piernas de sus
esposas
Se alimenta con los pulmones de los sabios
Es feliz de alimentarse de sus corazones y de
sus magias
“Son versos sueltos,
aquellos que me han parecido más significativos, señor ministro, el libro en
edición de tapa blanda está a punto de aparecer en todo el mundo. Cuando acabó
hubo ¡bravos! y sombreros al aire, como en la ópera. Latour, los ojos vidriosos,
sujeta la cabeza entre ambas manos repetía como un poseso: En el principio la
palabra existía y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios. En el
principio la palabra existía...
(Kabis transpira a
mares. Le asaltan fantasías de madame Zarifa sudada. Su culotte se recrece. Qué
vergüenza si lo descubran ahora. Se esfuerza en borrar de su mente a la rolliza
señora y aplica de nuevo el oído:)
—Y luego, en fin,
sucedió un hecho, en fin, que si no es necesario preferiría señor ministro que,
bueno, que me dispensase de contar.
—Ah, eso significa
que lo que calla es lo más interesante —dijo Charmes—. Cuente, Roca, lo está
deseando, cuente.
—Es que esto ya no
tiene importancia.
—Suéltelo todo.
TODO.
—Si insiste...
Seguimos a bordo del sarcófago. No se había previsto servir nada pese a la
calidad de los asistentes. Técnicamente estamos de luto. Quiero que se haga una
composición de lugar, señor Charmes: los reunidos peroraban sobre el sentido
del canibalismo egipcio. El viudo Latour, henchido de orgullo, explicaba sus
dos modalidades: una es puramente alimenticia. Las pirámides servían de
gigantescos mataderos públicos, bien sea en sus múltiples formas truncadas o
escalonadas, bien mediante plataformas desde las que los matarifes arrojaban
los cuerpos. Se calculaba al milímetro el grado de inclinación de las pirámides
para que los cuerpos, ya en canal, se
deslizasen por la fuerza de la gravedad hasta las tablajerías, casquerías y
tocinerías que se situaban en la base. De ahí a las mesas de la chusma, por
ejemplo, para la celebración de la hermosa fiesta de Opet.
“Los egipcios no
quisieron prescindir de las proteínas de la carne a pesar de que la
desertificación exterminó los grandes herbívoros del valle del Nilo. La
solución al problema se presentó sencilla: las dos cosechas anuales de cereal
que da el Valle, fecundado por la periódica inundación, permitieron la
proliferación de una nutrida cabaña de humanos herbívoros. Unos rebaños
hermosos y apacibles a pesar de cierta tendencia de los machos de Homo
Sapiens (Linneo) a pelearse, pero nada más preocupante que en los toros o
en los gallos. A los no reproductores es mejor caparlos, la grasilla está
suprema. Los egipcios antiguos simbolizaron esta pujante industria ganadera en
la leyenda de las siete vacas de hermosa apariencia que siempre acaban siendo
comidas por las siete vacas hambrientas. Si hablase con una persona menos culta
tendría que recordar que, en el Egipto dinástico, una vaca es una señora
llamada Hathor, y un toro, un caballero de nombre Apis. Por suerte, cuando uno
habla con su excelencia, sobran adoctrinamientos.
(Kabis, a
regañadientes, tiene que admitir que ahora le encajan los misterios de la
Historia Sagrada como piezas sueltas de un puzzle: Moisés, las plagas bíblicas,
las pirámides...)
“En cuanto a la
segunda modalidad de antropofagia, la mágica, se deduce del Himno Caníbal. ‘Unás se alimenta de los pulmones de los
sabios; es feliz de alimentarse de sus corazones y de sus magias’. Es algo
muy distinto: se trata de la deglución de sabios, no de personas vulgares; se
efectúa sobre determinadas vísceras, no sobre canales de carnicería, y tiene por objeto la absorción mágica de
sus facultades.
—¿El hecho tan
desagradable del que no me quería hablar es ese rollo improbable? —preguntó el
ministro.
—Sí, claro está
—contestó Roca.
—¡Mentiroso! Mejor
no me vuelva a contar más patrañas o le retiraré sus emolumentos. Antes dijo
usted que no se había previsto servir ninguna clase de aperitivo a pesar de la
cantidad y calidad de los asistentes. Si se le ha escapado eso, tiene que ser porque,
de alguna forma, ese plan inicial se trastocó. Me estoy empezando a imaginar lo
que allí se comió en pepitoria. Jo-jo-jo, ¡menudos sinvergüenzas!
Aunque no podía
verlo a causa del tabique, Kabis presintió el gesto de incomodidad del doctor
Roca, hombre tímido y cariñoso a pesar de las apariencias.
—Bueno, sí. Petit
mandó traer media docena de botellas de curaçao bleu.
—Que más, doctor,
que más. Si no se toma con algo sólido, la bebida sienta mal.
—Y la tarta.
—¿Qué tarta?
—Era una especie de
pastel de aspecto nauseabundo, formado por dos mamelones negros. ¿Por qué me
mira así, ministro?
—Mamelones... ¿cómo
mamelones?
—Unas medias pelotas
macizas, más afiladas por arriba...
—¿Parecidas a
ventanas góticas?
—Sí, eso ¿cómo lo
supo?
—¿No podríamos
llamarlas tetas como todo el mundo? Vale, vale. Cuénteme más. ¿Qué ha dicho
antes? ¿Qué eran negras? ¿Eran blandas o duras?
—Un tacto carnoso
pero el cocido había hecho estallar la cutícula.
—¡Santo cielo! Y
guarnición... ¿tenían?
—Un lecho de
escarola plumosa y lombarda roja.
—¿El pastel procedía
del cuerpo de Marie Latour?
—¿Quién se lo ha
dicho? ¡Pero que oigo, no, por supuesto, no!
En esto que la
puerta crujió. Kabis se llevó un susto de muerte. Aún estaba empalmado. Al cabo
de unos segundos, como no pasó nada, se tranquilizó: el doctor se estaría
apoyando en el tabique para sujetarse la hernia.
—¿Me quiere decir
entonces —dijo Charmes— por qué esa tarta le creó un problema de conciencia?
—En sí no tenía nada
de particular. Era pura melaza. Pero la forma... la forma... Usted dice
góticas, pero a mi me recordaba a dos semi-bellotas.
—No me diga más,
Roca, conozco la historia. Bien poco les solivianta a ustedes, allá abajo. En
cambio, no parece que den la menor importancia al hecho de que Latour no esté
en la cárcel después de lo que hizo.
—Él no robó el
cuchillo de obsidiana.
—Ni el pobre Below
tampoco, Monsieur le medecin, ya lo sé. No se roba lo que tiene uno mismo, me
lo acaba de enseñar. Entiendo que lo más interesante es saber para que utilizó
ese cuchillo.
—¿Qué?
—Se lo diré en pocas
palabras: Un Latour cada vez más trastornado y urgido ha decidido practicar el
canibalismo mágico para absorber por vía digestiva el Don de Lenguas de su esposa.
—¿No se lo creerá
usted en serio, ministro?
Kabis contuvo la
respiración.
—No sea idiota Roca,
¿qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que no creo en las virtudes del
canibalismo. El asunto es si Latour en sus extremas circunstancias, ha llegado
a tal conclusión. Esa pretendida magia ha causado un efecto placebo que le ha permitido
traducir por vez primera en plena senilidad.
Kabis intentó
relajarse. Respiró fuerte. “No, no es probable que Latour e Isis estén de
vuelta; a estas horas suelen dar un paseo por el recinto. Siempre van al
delicatesem Gargantuá, se asombran todos los días con las mismas palabras de lo
caras que están las fresas, y vuelven a pasitos cortos. A veces les lleva un
par de horas, pobre hombre”.
—François no mató a
Marie. La amaba.
—Juzgaré cuando le
haya escuchado. Envíe a Jefatura, rue des Bons Enfants, un reporte completo de
las circunstancias del… asesinato.
Hasta aquí Kabis
escuchaba a la pareja, entendía lo que decían y tomaba notas mentales. Pero a
partir de este momento, tal vez por el acaloramiento, su mente empezó a
portarse de una forma extravagante. Seguía el hilo de sus propios recuerdos,
los comparaba con lo que oía, evaluaba y mezclaba ambos discursos. Cuando a
última hora anotó los resultados en su libreta Heracles, le fue imposible
distinguir que parte había sido escuchada y cual procedía de su propia cosecha.
Su imaginación calenturienta empezó a contarse o a inventarse la versión
definitiva de los hechos:
El 26 de abril
Gipini abandonó de El Cairo, muy alterado, porque decía haber sido estafado por
la garce. Se reincorporaría a su sempiterna misión mejicana. El banquero Chélu,
con aquella vocecita de niño prematuramente avejentado, informó a los Servicios
que “había tomado pasaje en una fragata americana con escala en Cádiz”,
añadiendo la malevolencia de que “después de asegurarse de que no tocaría
puerto en ninguna posesión francesa o de su graciosa majestad”; y, con una
risita, terminaba que “de no ser tan precipitado el asunto, hubiera podido
negociar con don Vicente-Fidel López la adición de varios ceros a la cifra de
su tratamiento”. Lo que más sorprendió en los cenáculos científicos fue que
abandonase su promoción al Instituto de Francia, para entregarse en cuerpo y
alma a la tarea de “demostrar que Adán era azteca y Eva una princesa incaica
rubia y de ojos azules, incaica, pero rubia y de ojos azules”. Chélu no pudo
evitar que se le escapará un “lo siento por ti, Gastón”. Aquel msmo día,
también había desaparecido Marie Latour. El incidente conmocionó a la misión
francesa hasta el punto de que pidieron la colaboración del gendarme Kubis o algo así (por supuesto
en petit comité).
Y tanto -recuerda Kabis-. Aún tengo en los oídos
los gimoteos de Petit: ‘¡Que inmensa complicación! Embalar cajas y cajas
camino de
Madame no estaba en
ninguna parte. Se escudriñó incluso en los lugares indebidos. En los hoteles,
en los bazares, en las casas de los europeos, en el Número Once, en ciertas
tumbas acondicionadas donde algunos turistas pasan románticas noches en el desierto. En las casas de tolerancia,
húmedas o en seco. Nada.
Apareció el día 27,
entre las nueve y las nueve y cuarto de la mañana. Una lancha de alfareros dio
el toque de alarma. Estaba en el agua, cerca del barco alemán. Enseguida se
congregó allí todo el mundo. El vestido se había desceñido por efecto de la corriente
que soltó el nudo del “fuf”. El cuerpo aparecía en el centro de la maraña de
pliegues de tela. Un turista madrugador la comparó con una medusa sonrosada. La
autopsia fue todo lo concluyente que podría esperarse del doctor Companyo (“Entró
agua en la caja torácica, pero sin la presencia de pulmones, no hay pruebas del
ahogamiento”). La piel del cadáver estaba craquelada y el cuerpo recordaba
esas momias de las dinastías tardías que se rellenaron con lino y paja para
evitar que se sumieran y acrecentar la impresión de vida. El forense dictaminó
que se había insertado bajo la piel una mezcla de grasa y sosa para dar volumen
al cadáver, el cual había sido eviscerado. Según resulta del informe de
necropsia: “El operador quebró el hueso
nasal y sorbió con una caña la sopa encefálica. Luego, introdujo un brazo a
través de la incisión hecha en el costado izquierdo del abdomen, arrancando a
mano a las vísceras. Para borrar las huellas de la extracción, embutió la
mezcla bajo la piel, por arriba hasta el cuello, por abajo hasta las piernas.
La mojadura posterior hinchó el relleno y el fiambre reventó alrededor de la
barbilla, de las mejillas y de los pechos abellotados...”
“Recuerdo -se dice Kabis- que Latour empezó a
mejorar al segundo siguiente”.
El obispo de El
Cairo rehusó bendecir el entierro porque no consideraba válida la boda por el
rito caldeo. Sentenció, tan ancho:
—La historia
demuestra que el Don de Lenguas tanto
puede proceder de Dios, como del diablo.
“A estas alturas todos los indicios señalaban
al barón Below. Apuntaba con fuerza esa posibilidad el hecho de que Marie
hubiese aparecido casi pegada al vapor alemán. El móvil pudo haber sido los
celos o la falta de pago de la tarifa de las putas (el hombre era un pelín
proxeneta). Por desgracia no se le pudo interrogar, puesto que ingresó casi
enseguida en nuestro moderno Hospital de El Cairo (del que es difícil salir en
posición vertical; a éste lo sacaron en horizontal a bordo de una caja de cinc
facturada a Küpfegraben en la Maritime Hamburg-América). Sea lo que
fuere los alemanes tuvieron rápidos reflejos: ofrecieron un registro por
sorpresa de su embarcación. Apareció el anexo de la Sala de los Antepasados:
unos bloques procedentes de Karnak con la lista de los 23 reyes que faltaban
por identificar: un caso descarado de exportación ilegal. Puesto que eso les
perjudicaba y a pesar de todo lo habían confesado, fue considerado una prueba
de extraordinaria honradez por el
Kedive, que declaró a los teutones libres de toda sospecha”.
Libres de toda
sospecha excepto de ignorancia. De cuando el registro, Mark aún recuerda lo
torpes que le parecieron algunos jeroglíficos que los alumnos alemanes del
Carolinum habían punteado a la navaja en los mamparos de su barco. Cualquiera
que haya hecho un cursillo de una semana podría mejorarlos: está claro que el
jeroglífico del pollito de perdiz se escribe sin plumas en la cola (el trasero
acaba en punta). Pero ¡en fin!, ser mal estudiante no es un delito. Además ¿por
qué iban a molestarse en eviscerar a Marie? Y, sobre todo, suponiendo que lo
hubieran hecho -las venganzas germánicas suelen ser atroces- ¿Por qué iban a
molestarse en disimularlo?
“La verdad es que nos pudimos haber ahorrado
el registro del maldito Numero Once. Por más que no hubiera ninguna
evidencia de un crimen, todos teníamos un solo sospechoso”.
Aquella misma tarde
lo que quedaba de Marie quedó enterrado a la sombra del granado de Bulaq. Para
no crear inquietud, debido a las manipulaciones que había sufrido el cadáver,
no se respetaron las 24 horas que ordena el código civil francés. Al avanzar la
primavera, los ramos de rosas arraigaron allí sin siquiera plantarlos, ante lo
cual los criados coptos del museo, repetían:
—Es un milagrito de
Nuestro Señor Jesucristo.
“El fenómeno en sí
no tiene nada de extraordinario -murmura Kabis para sus adentros-. Las tierras
aledañas a Bulaq, abonadas con los rechazos de momias que periódicamente
entierra el museo, son prodigiosamente fértiles. ¡Me revienta esa imagen de
superstición que dan mis paisanos!”
Los resultados de la
segunda autopsia, tampoco fueron concluyentes. Ratificaron que sin pulmones no
había nada que hacer. Y es que había cosas raras, muy raras, capaces de helarle
la sangre al mismísimo forense de La Pitié, doctor Ambroise Lambert, que suele
pasar sus vacaciones de primavera navegando el Nilo. En cuanto consiguió
apartar toda aquella cantidad de tela y grasa, observó unas heridas post-mortem
que bien podrían atribuirse a un cocodrilo. Los cortes, de labios bifoliados,
hundidos, rudimentarios, apuntaban a uno de esos grandes lagartos que se
retuercen con todo el cuerpo como un enorme sacacorchos para abrir a sus
víctimas. Kabis tenía una solución alternativa que aun debería madurar. Fuera
lo que fuese, estaba claro que alguien había aprovechado los tajos para
eviscerar el cuerpo de Marie. El cerebro tal vez había sido retirado con un
gancho a partir de la nariz (Francia descartó, por rudimentaria, la absorción
con caña). Un par de sajaduras sirvieron para retirar el corazón y los
pulmones. Se aprovechó una incisión lateral para el hígado lo mismo que los
intestinos. Es el tipo de trabajo que nos describe el historiador Herodoto en
el siglo IV antes de Cristo: él griego había podido observar en vivo por última
vez la milenaria técnica de la momificación. Ya en vacío, se embutió a brazo
una mezcla de grasa y sosa para rellenar las oquedades orgánicas. Por último,
se aplicó al exterior de la momia una mezcla resinosa, típica de la VIII
dinastía, que hace innecesario el vendaje, cuya misión parecía haberse
encomendado a un fastuoso vestido que pesó en mojado 112,50 kilos (si bien un grand
apparat pesa menos de la mitad en seco). El trabajo se reveló torpe: la
mojadura craqueló el revestimiento e hinchó el relleno. La piel reventó
alrededor de la barbilla, de las mejillas y del esternón…
Kabis contuvo la
respiración para espiar, a través la rendija del mal ajustado tabique, las
últimas palabras del ministro:
—Me da coraje ceder
a la presión británica. Pero ¡reconozcámoslo! No está bien desayunarse a la
hija de todo un lord Amstrong. Está claro que Latour se ha autosugestionado con
que podía absorber los conocimientos lingüísticos de su esposa y el efecto placebo
de ese convencimiento es su traducción del Himno Caníbal. No se me desmaye
usted Roca: Latour no irá a la cárcel, el asunto se tapará. Pero convenga
conmigo en que habrá que destituirlo.
—Yo aún tengo mis
dudas.
—¿Le parece poco la
utilización del Himno Caníbal como manual de instrucciones?
—Deme unos días.
Somos amigos, le sonsacaré. Lo sé, no me lo diga, el prestigio de Francia es lo
primero.
—No pensaba actuar
de inmediato, aún tenemos una o dos semanas. Pero no le quepa duda de que si
Latour no me ofrece una explicación aceptable de porque “ha mejorado a los
ochenta” lo pondré frente a sus responsabilidades. Una silla, una mesa, un
revolver. Si es un patriota, comprenderá cuál es su deber. Nadie quiere una
guerra por esto ¡la escuadra británica está en Alejandría!
—¿Estamos hablando
de despacharlo?
—Ustedes los
científicos... ¡Menudas bestiadas! ¡A los que se despacha es a los comunistas!
A la gente que tiene palmas en la bocamanga ¡se la asciende, hombre, se la
asciende!
Pronunció la palabra
ascensión con una mirada beatífica dirigida al Cielo de azules y estrellas que
decoraba los techos del Pabellón Egipcio. Kabis, de buenas a primeras, se
propuso preguntarle al político si los conceptos “ascensión” y “Cielo” estaban
relacionados entre sí, pero tras una breve reflexión, decidió no hacerlo. Debe
controlar esas ocurrencias estúpidas que se le vienen; lo malo es que, a
menudo, acierta.
2.-COPIA DEL TESTAMENTO REVOCADO
Comentario.-El testamento
revocado está amparado por el Secreto Oficial, por lo que solo se expedirá
copia para el propio testador. A los demás interesados solo es lícito expedir
copia del último testamento (o de uno revocado, “resucitado” por anularse la
revocación), salvo que, aprovechando el carácter de escritura pública del
testamento, se incluyan contenido no-testamentarios, como el reconocimiento de
un hijo. Naturalmente esto no se aplica a los casos en que el testamento se
convierte en una “prueba”, por ejemplo en un juicio por malos tratos, y a
instancia del Tribunal correspondiente, justificando la circunstancia.
Si se solicita copia de un
testamento revocado, es esperable la siguiente Resolución notarial:
LUGAR, FECHA, NOTARIO
RESOLUCIÓN:
DENEGAR la indicada petición de
copia por falta de legitimación del solicitante, al hallarse completamente
revocado el indicado testamento y todos los anteriores por otro ante mí de 23
de febrero de 2030, nº 234 de protocolo, según resulta del certificado de U.V.
FUNDAMENTO DE DERECHO.-
I.-El art. 226 del Reglamento
Notarial, regulador de la materia, establece: 1º) Que el derecho a copia del
otorgante o su apoderado especial es absoluto y se extiende a cualquier
testamento; 2º) Que el derecho de los demás solicitantes (herederos, legatarios,
contadores, administradores y demás interesados del 226.b), está limitado al
último testamento o a aquel que se declare vigente per relationem (uno
anterior que recobre vigencia), lo que no es el caso.
II.-Tampoco se interesa un
posible contenido extra-testamentario, como un reconocimiento de filiación.
Contra la presente resolución
podrá interponerse recurso en el plazo de quince días hábiles ante el Colegio Notarial
del Pisuerga.
Firma del notario

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